DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS 11


Día 10º.
El hombre nuevo:
Cristo resucitado

PLAN PARA ESTE DIA: 
UNA TRANSFORMACION 

¿Por qué la cruz es victoriosa? No por sí misma, sino por aquel que 
la ha llevado. Jesús consigue en ella la victoria sobre el odio, origen 
de muerte. El lo vivió todo, incluso la muerte, en el amor. Viviendo el 
amor hasta el sumo, acaba por incorporarse al Padre, desde el mal en 
que se había sumergido. Es el primero de los hombres que pasa de la 
muerte a la vida, porque ha amado. Sólo el amor, cuando se llama 
Dios hecho hombre, triunfa de todo. Después de él, también nosotros 
somos transformados: pasados de la muerte a la vida, porque 
amamos. Entonces la gloria transfigura su humanidad. La vida nueva 
es la vida en el amor y la justicia. Es imperecedera. 
Viviendo en Cristo resucitado, puedo recuperar mi vida, mi puesto 
en el mundo, sin enlodarme en él ni conducirle a la ruina, sino a la 
transfiguración que él espera. He descubierto en Jesucristo resucitado 
las fuentes de la verdadera libertad, la que consiste en amar a Dios 
sobre todas las cosas. Cristo resucitado se convierte en el hombre 
perfecto y en él todo lo humano es conducido a Dios. 
En Cristo resucitado, la experiencia espiritual termina su proceso. 
La Pascua concluye el proceso de salir de sí, que comenzó al principio 
de los Ejercicios. Quizás, mejor dicho, el final nos devuelve al 
principio, revelándonos todo su contenido. Cristo entonces se nos 
presenta como aquel que ha logrado vivir en su humanidad la vuelta 
de todas las cosas a Dios en una libertad verdadera. Nosotros nos 
revelamos en él, logrando con él, mediante su cruz, elevar todas las 
cosas hacia Dios. El impulso del Espiritu suyo en nosotros continúa. A 
través de la Iglesia, presente, Cristo hace entrar en la gloria a los que 
le pertenecen. 
Alegría, unidad, espiritu apostólico, amor fraterno, sentido de 
Iglesia, éstos son los frutos de este día. Nos enseña algo más esta 
nueva manera de vivir que consiste en encontrar a Dios en todas las 
cosas y a darles plenitud en el amor. 


LA ORACION ANTE 
CRISTO RESUCITADO 

Esta oración presenta el peligro de todos los fines de Ejercicios: 
diversas lamentaciones tardías, pretextos para marcharse antes de 
que se acabe, nerviosismo, temor de la vida a que se vuelve, 
ansiedad sobre la perseverancia en el futuro. El que cree que los 
Ejercicios le han transformado, se dará cuenta de que no es así, por 
la manera como vive este último dia. Experiencia beneficiosa que hace 
que se desvanezcan sus últimas ilusiones. 
En realidad no debemos marchar como escolares que se van de 
vacaciones. La vuelta a la vida diaria debe hacerse con fe, con la 
mayor naturalidad del mundo. Es el momento de vivir un realismo que 
es signo de haber conseguido una fe adulta. A Dios ya no hay que 
buscarle en sus representaciones, imágenes o sentimientos, sino en 
una presencia mas profunda, que es la que debemos vivir. Hemos 
recordado el paso del plano intelectual, psicológico o moral, al plano 
de la fe y del Espiritu. No es preciso esperar a salir de Ejercicios para 
actuar así. Este último día nos ofrece ocasión para ello. Nos es 
posible vivir en él esta entrega de nosotros mismos que bajo las 
formas más variadas es lo que constituye nuestra elección. 
La calidad de esta oración es la continuación de la de los dos dias 
precedentes. Permanece la exigencia de un gran silencio interior en 
medio de las preocupaciones que nos venían asaltando. Su alegría no 
es la propia de un temperamento regocijado, sino que hunde sus 
raíces en el intenso sentimiento de la presencia del Espiritu Santo en 
nuestros corazones. 
En ella se pide la alegría como fruto del Espiritu Santo. Una de las 
mayores gracias que un hombre puede gozar en esta vida es 
descubrir que sólo con el anhelo por Cristo se puede encontrar a Dios 
en cualesquiera circunstancias y vivir feliz dondequiera. Alegraos sin 
cesar (Fil 4, 4). Todo el pasaje de Fil 4, 4-9 debe meditarse en este 
sentido. 
Aunque no haya tiempo para hacerla a continuación, la magnifica 
«Contemplación para alcanzar amor» está especialmente indicada 
este dia. Es una contemplación para toda la vida: la obra de Dios 
contemplada aquí abajo en Cristo resucitado, a fin de que nos 
ofrezcamos más intensamente a su impulso de vida. Las escenas de 
la Resurrección y Ascensión nos conducen a un Pentecostés en que 
la fuerza del Espiritu nos envía a predicar el Evangelio a toda criatura. 
Las criaturas son la oración de todos los dias en la Iglesia. 


EL RETORNO AL PRINCIPIO 

El primer día evocamos la creación del hombre a imagen de Dios. 
Solamente en Cristo resucitado comprendemos el sentido de esta 
expresión, no para pararnos en esa contemplación, sino para irnos 
transformando cada día mas en esa misma imagen, bajo la acción del 
Señor que es Espíritu (2 Cor 3, 18). 

1. El hombre nuevo
El hombre comienza con Jesús resucitado. Es en él donde brota de 
las manos del Creador. Adán encuentra a Cristo que viene a buscarle 
a los Infiernos. El Paraíso, que solemos situar en el principio, lo 
tenemos delante. Asi es como Pedro hace que lo entendamos la 
mañana de Pentecostés (Hech 2): Jesús realiza la esperanza 
anunciada a nuestros antecesores, él es la consumación, la 
inmortalidad. En él comienza el mundo. Su carne glorificada se hace el 
centro de toda vida en el Espiritu. 
La Resurrección es el punto culminante que ilumina todo, la historia, 
la Escritura. A partir de ella es como nosotros leemos la una y la otra. 
Iluminados por la gracia de la Pascua, Cristo nos sale al encuentro por 
todas partes. «El les abrió el espiritu para la inteligencia de las 
Escrituras. (Lc 24, 45). La actitud del justo y del pobre, que fue la 
suya hasta la cruz, y que en la Resurrección encuentra su pleno 
desarrollo, la continúa mediante nosotros en la Iglesia. Su vida de 
resucitado se hace en nosotros una vida en la justicia. 
La Resurrección es también una presencia nueva imposible de 
captar con los ojos de la carne. El mundo ya no me verá y vosotros 
me veréis. Frase fundamental que descubre el secreto de la vida 
nueva: la comunidad de vida en el Espiritu. Nosotros permanecemos 
presentes a él porque vivimos en el mandamiento suyo del amor. 
Parentesco nuevo segun el corazón y la libertad. Esta presencia nos 
es dada dentro de este mundo que sigue rodando. Esta «gloria» tiene 
su origen en el interior de la cruz, como hace notar san Juan, y a 
aquellos de que la cruz se apodera, como en una especie de Exodo, 
les da una Transfiguración. 

2. La Iglesia
Nace con Cristo resucitado como lugar del amor en la fe de Jesús. 
En ella se realiza el encuentro de la aspiración del hombre hacia el 
amor y la respuesta del Creador a esta aspiración, encuentro de dos 
impulsos, ascendente y descendente, que se verifica en Cristo, 
hombre y Dios juntamente. 
Cristo resucitado, viviente en ella, y al que buscamos en la 
Eucaristía, nos libera a un mismo tiempo de una fidelidad inquieta que 
nos impide avanzar y de una adaptación turbulenta que no es otra 
cosa que el miedo de no conseguirlo. La Iglesia no es una sociedad 
de puros, anclada en la perfección, que a todos impone sus órdenes. 
Es un lugar de tránsito, en que a través de hombres pecadores 
descubrimos el rostro de Cristo: «Lo que hagáis con uno de estos 
pequeños... El que a vosotros oye a mi me oye»... Lo mismo el más 
miserable de los hombres, que el que ostenta la autoridad, se 
convierten para nosotros en Cristo. En esta fe, las rivalidades 
comienzan a desmoronarse. En cada uno de nosotros la Iglesia está 
en marcha, no hacia la edad áurea, sino hacia la Revelación de un 
misterio que ya poseemos. La Iglesia está en el interior del mundo y 
también en el interior de cada uno de nosotros. 
En la Iglesia vivo yo la diversidad de las vocaciones particulares. 
Estas reciben su valor de su referencia al amor que les hace nacer. 
Yo me encuentro en todas ellas como si todas fuesen mías, aunque 
yo me quedo en la que Dios me dio a mí. Si soy yo el que ha recibido 
este don o eres tú, importa poco. Sea en ti, sea en mí, Cristo continúa. 

Respecto a los hombres que son hostiles a la Iglesia o permanecen 
alejados de ella, el cristiano que vive el misterio de la Iglesia no tiene 
ni actitud de desprecio ni mentalidad de propagandista. Posee el 
sentido de su misión, pero semejante a la de Cristo, enviado al mundo 
por el Padre. Dondequiera que está, según la vocación que le es 
propia, constituye una Presencia, para que a través de él se realice la 
Plenitud. Así, en el lugar concreto donde pasa su vida mortal, vive el 
amor total y universal, con el espiritu de la primera carta de san Juan. 

Este misterio, que es el del Verbo encarnado, para ser vivido, exige 
una continua ruptura, la del pasar de la carne al espiritu. 
«Bienaventurado eres, Simón Pedro, porque estas cosas no te las ha 
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre». Esta iluminación del 
Padre al corazón que se abre, nos hace descubrir en el misterio de la 
Iglesia, como en el Verbo encarnado, la presencia de Dios en la 
humillación de la carne, el escandalo de la Encarnación que continua. 
Por la aceptación de este escándalo es por lo que la vida espiritual se 
hace verdaderamente cristiana. 
En el fondo de este misterio está presente Maria. En el Cenáculo, 
esperando la llegada del Espiritu, es ella la humanidad reconciliada. 
Su presencia en el corazón de la Iglesia nos hace descubrir y vivir su 
misterio 

3 Dios en todas las cosas: la libertad
En la gracia de la Pascua, Jesús comienza a vivir en cada discípulo 
el misterio de la Reconciliación por su sacerdocio universal. Por él 
todo retorna al Padre, en una creación que se hace y se renueva. En 
este ascenso, la Eucaristía, celebrada en el seno de la comunidad de 
discípulos, ocupa un puesto central. 
Nosotros vivimos realidades comunes con los demás hombres, pero 
según una nueva manera de ser y de obrar: no el dominio, sino el 
amor. En sus apariciones Cristo se muestra sencillo y fraterno. De ese 
modo toda situación humana puede vivirse en él. Las personas más 
sencillas a quienes se revela Jesús resucitado viven en su presente a 
Dios mismo 
Las adversidades o las esclavitudes de la existencia presente 
adquieren en él un sentido nuevo. No se soportan ya con temor y 
resignación. Son la carga del amor que llevamos con él, que ha 
bajado hasta lo más hondo de nuestras esclavitudes, y nos ha librado 
ante todo de la esclavitud radical, que es la del pecado. Su libertad—y 
la nuestra en él—es la que hace posible amar aun en medio de las 
tribulaciones que pesan sobre el hombre. Con él, dondequiera que 
estemos, trabajamos por la liberación de todos, con un espíritu que es 
el mismo que él tuvo. 
Al terminarse el proceso de los Ejercicios, vuelve cada uno a sus 
ocupaciones—al principio—, un tanto renovado en el Espiritu y en el 
amor fraterno. Muchos problemas propuestos antes, siguen existiendo 
después. Basta que hayamos aprendido a enfrentarnos con ellos de 
forma distinta. Antes nos preguntábamos: ¿Habremos de continuar 
con esto o con lo otro? En presencia de Cristo resucitado, ¿qué nos 
respondemos? Hay que decidirse a seguir el camino. No nos 
preocupemos de antemano. Vivamos. A cada día le basta su esfuerzo. 
El mañana traerá su propia respuesta. 


PARA LA ORACION DE ESTE DIA

Muy diversas lecturas son a propósito en este tiempo de Pascua. 
Precisemos especialmente: el sermón después de la Cena, la primera 
carta de san Juan, y los textos ya citados en las reflexiones que 
preceden. Entre las escenas evangélicas, todas ellas ricas en 
contenido, sólo proponemos las siguientes: 

1. COMO JESUS RESUCITO Y SE PRESENTO A SU MADRE 
San Ignacio invita a contemplar la aparición de Cristo a Maria. Para 
justificarla no dice más que esto: «La Escritura supone que tenemos 
entendimiento». Se necesita realmente una inteligencia espiritual para 
captar en qué mundo nuevo han entrado Jesus y Maria [299]. 
Se han hecho una sola cosa en el corazón: a los pies de la cruz 
penetró Maria la intención de su Hijo. Es esta presencia en el Espiritu 
la que crea su unidad. Esta presencia es la que realiza la 
Resurrección: Cristo está presente a los que están unidos a él con el 
corazón. El cuerpo ya no es opaco; se convierte en la expresion y la 
transparencia del espiritu. 
Comienza una vida nueva, un modo de ser nuevo, esta presencia 
espiritual que la muerte no es capaz de romper. A esta presencia no 
tiene acceso el mundo: «EI mundo ya no me verá. Pero vosotros me 
veréis, porque yo vivo y vosotros vivís» (Jn 14, 19). 
Podemos decir que en Maria se inaugura un nuevo estadio de la 
creación. El invierno ha pasado y al fin han cesado las lluvias (Cant 2, 
8-14): presencia en el Espiritu, libertad, amor. Sobre todo, por la 
humanidad gloriosa de Jesus entra Maria en las profundidades del 
misterio de Dios. Ya ella le conocía, eternamente más allá de todo, 
como un océano sin riberas. Pero ahora comienza para ella la vida de 
transformación en el amor, que esta prometida a la humanidad. 
De este nuevo estado ¿qué podemos decir? Solo la fe y la 
inteligencia espiritual lo penetran. 
En la misma linea de esta presencia de Cristo a su madre, habra 
que comentar el encuentro de Jesús con Magdalena (Jn 20, 1118). 
También ella ha entrado en una presencia de amor que sólo se 
mantiene en la medida en que quien la posee acepta estar por encima 
siempre del conocimiento que le es dado. «¡Oh Tú, por encima de 
todas las cosas...!» (San Gregorio Nacianceno). 

2. COMO JESUS SE MANIFIESTA A LOS DISCIPULOS DE EMAUS 
(Le 24, 13-35) 
Jesús les inicia progresivamente en esta presencia, haciendo que le 
conozcan por los efectos de su acción: presencia en la alegría, 
presencia en el Espiritu, presencia en el amor fraterno. En él se nos 
comunica la presencia activa y dinámica del Espiritu. 
Los encuentra entristecidos y, a partir de los motivos de su tristeza, 
les hace pasar a la alegría. Es el primer efecto de la Resurrección: 
toma al hombre de lo más hondo a lo más alto y, a partir del estado en 
que está, le revela lo que él es en su ser profundo. La cruz sigue 
estando siempre presente, pero gracias a la inteligencia que él les da 
de las Escrituras, hace que brille la gloria del Espiritu. La Resurrección 
da una alegría sin mixtión. Y aunque El está ya presente, ellos ignoran 
que es él. Sólo les ha comunicado una esperanza, ha despertado su 
alegria, ha suscitado su deseo: «Quedate con nosotros». 
Por su ruego, se queda con ellos. Pero es en el momento en que, al 
partir el pan, ellos le reconocen, cuando ya desaparece ante sus ojos. 
Realmente, «el partir del pan», o la revelación de su cuerpo glorioso, 
opera en ellos otro paso, el de la presencia exterior a la verdadera 
presencia, a la del Espiritu, donde los seres, en el amor, se hacen 
interiores unos a otros. Decididamente, es mejor que se vaya, que 
desaparezca a los ojos de la carne para hacerse presente en el 
corazón que vive de él mediante la fe. «Si atguno me ama, guardará 
mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y pondremos en el 
nuestra morada». De esta presencia el mundo no sabe nada. Sigue 
como antes yendo tras de sus negocios. En el célebre cuadro de 
Rembrandt, la sirviente continua preparando la vajilla. El cambio 
producido por la resurreccion del Señor no es del orden de lo 
apariencial. Para el hombre que mira con sus ojos de carne, no hay 
más que un sepulcro vacío.
Esta presencia íntima se convierte en una presencia fraterna, la 
presencia de aquellos que, cada uno por su lado, han tenido la 
experiencia de que Jesus ha resucitado. Al principio cada uno se cree 
solo y desea anunciar la gran noticia a los demás: los dos discípulos 
se vuelven a Jerusalén en busca de sus hermanos. Se encuentran 
con la sorpresa de que aquellos a quienes pensaban referir la 
maravilla la conocen ya lo mismo que ellos: ¡Es verdad! Se nos ha 
aparecido. También a nosotros. Es la comunidad que se está 
formando: Cristo reconocido en la Iglesia. 
Los apóstoles comienzan a tomar la dimensión del Cristo glorioso. 
Una vez reconocido, nunca cesaremos ya de descubrirle, en los 
acontecimientos, en la Eucaristía, en la convivencia fraterna, en la 
Escritura y en la oración (Hch 2, 42). Y nunca aparece tan 
completamente como cuando aparecerá todo en todos. Mientras 
estemos en esta condición mortal nuestra, estamos en marcha hacia 
él, que sin embargo ya nos es presente (2 Cor 4, 7-5, 10). 

3. COMO JESUS ESTA PRESENTE EN LA COMUNIDAD FRATERNA 
(Jn 21) 
Esta manifestación es una «epifanía» del Señor. Pero que no se 
lleva a cabo entre los truenos y relámpagos del Sinaí. Cristo glorioso 
está presente a diario y en la más humilde de las reuniones fraternas. 
En ellas Jesús está «como de ordinario», a la vez presente e 
impulsándonos hacia el más allá. 
Presente al trabajo de los hombres, también cuando ellos no se dan 
cuenta. Quizás ellos no tienen tiempo de pensar en él: el trabajo les 
absorbe demasiado, así como el descontento de no conseguir nada. 
Sin embargo, lo que les une en este rudo trabajo es su palabra: «Yo 
os precederé en Galilea»; también el amor que ha puesto en sus 
corazones.
Al amanecer, cada uno lo encuentra a su manera. El primero Juan, 
que a través de los signos descubre la realidad. Oye la voz, contempla 
los ademanes, advierte el resultado del lanzamiento de la red. Como 
ante el sepulcro vacío, ve y cree (Jn 20, 8). Se producen dos 
procesos distintos. Tras llegar al descubrimiento, Juan lo gusta en 
silencio y sigue trabajando. Pedro, mas expresivo, no puede 
contenerse: va a nado al encuentro del Señor. Afortunadamente no le 
imitan los demás: de otro modo los peces de nuevo hubieran vuelto a 
quedar en libertad. Los carismas son bien diferentes. Diferentes 
también las maneras de descubrir al Señor dentro de la unidad de un 
mismo amor. 
Ha pasado ya el tiempo de los discursos. Ahora viene el del amor 
silencioso: Jesus prepara el desayuno a los suyos. No hay proyectos 
de actuación, sino momentos de intimidad. Si el día de mañana dan 
testimonio con su vida de lo que han visto y tocado, es por el recuerdo 
de estos momentos ahora vividos. Nadie se atreve a preguntar, 
porque todos sabían que era el Señor. Nunca hay que cerrar el paso 
a momentos de estos, aparentemente transcurridos en vano, y que en 
realidad son prueba de que el amor existe.
Pedro es testigo de este amor fraterno en él. Es el sentido de la 
triple pregunta: «¿Me amas?» Pedro desde ahora manifiesta en su 
respuesta que reconoce la fuente de este amor. No dice ya (como en 
Cesarea): hagan estos lo que hagan, yo te seguiré; sino: tu lo sabes. 
Como el Padre le comunicó la fe en el Hijo, fe de la que Pedro es 
fundamento (Mt 16, 13-20), ahora le comunica el amor de que Pedro 
es heredero entre los hombres: «Apacienta mis corderos». Esa es la 
función de Pedro en la Iglesia: ostenta la primacía en la fe y en el 
amor, es el que «preside en el amor» (santa Catalina de Siena). Todo 
el gobierno de la Iglesia es una función del amor (Lc 22, 24-27). El 
superior es signo de unidad, «el que realiza la unidad de todos los 
suyos». (Nadal). La obediencia no es una fidelidad material o 
temerosa: es una ayuda mutua para permanecer en la unidad, sin la 
cual Cristo no está presente. 
Cualquiera que sea el papel de cada uno en la comunidad, lo 
importante no es la obra misma, sino la manera de realizarla. A Pedro 
mas que a los otros le hace falta oir decir: «Cuando eras joven... ibas 
donde querias», me dabas consejos e ibas delante. Llega una edad 
en la vida en que caemos en la cuenta, que creyendo que nos 
entregamos, en realidad estamos cogidos, y nuestra mayor actividad 
consiste en dejarnos conducir «a donde no queremos». Es el gran 
giro de la existencia. Cuando comenzamos a glorificar al Señor es 
cuando comenzamos a morir para entrar en la vida. ¿Qué importa 
entonces el destino de cada uno? Pedro muere de esta manera, Juan 
de esa otra. ¿Que más da? Tú sigueme. Dios es glorificado en la 
variedad de dones y de destinos. Lo importante no es identificarse 
con su obra, sino a través de la variedad de nuestras obras, crecer en 
amor y en mutuo reconocimiento. 
A este grado de profundidad ¿hay posibilidad de distinguir lo divino 
de lo humano, la acción de la contemplación? La profunda unidad del 
ser se realiza con la pérdida constante de sí mismo que obra en Dios 
y se da a conocer en la experiencia de su Espiritu. Nuestras 
resistencias van quedando atras, en la estela de este amor que 
«mueve el sol y las demas estrellas» (Dante). 

4. COMO JESUS PERMANECE PRESENTE EN LA IGLESIA. 
LA ASCENSION (Hech 1, 1-11) 
El Espiritu Santo comenzó su obra en el seno de Maria en la 
Asuncion. La continúa en el seno de la Iglesia por la Ascensión. En 
uno y otro hecho forma el cuerpo de Cristo en su forma de siervo 
primero humillado, luego en la gloria del Padre. Dos inauguraciones 
que están selladas por la presencia y consentimiento de Maria: En 
Nazaret y en el Cenáculo. La criatura acepta en si la obra del Creador. 
El Señor Jesús permanece actualmente presente en la Iglesia, no ya 
con su presencia terrestre, ni tampoco con su presencia gloriosa, sino 
«oculto» a los ojos, para que se le atienda y se colabore con él. En su 
Espiritu y en su misión, permanece presente en el sacramento. La 
Eucaristía opera la misión, a fin de que su cuerpo se extienda a todo 
el universo y el universo se convierta en Eucaristía. Entonces volverá 
en su gloria. 
La mision que deja a los suyos no es un Reino que hayan de 
instaurar o restaurar, sino la revelación del amor del Padre, que por 
Cristo da el Espiritu para que la humanidad entera participe en la vida 
de Dios. Recibida esta misión, los discípulos no deben permanecer ni 
con la boca abierta mirando al cielo, ni inmersos en tareas terrenas, 
sino a través de la historia de lo terreno, descubrir a los hombres lo 
que son en el Espiritu: «Proclamad la Buena Nueva a toda Criatura» 
(Mc 16, 15). No estáis sino al comienzo de las maravillas; veréis el 
cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo 
del hombre» (Jn 1, 50-51). 

JEAN LAPLACE
DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS
Guía para una experiencia de la vida en el Espíritu
Sal Terrae, Santander 1987. Págs. 153-162