¿QUÉ SIGNIFICA "SALVACION CRISTIANA"?


VINCENT AYEL


¿A qué se debe que estos cristianos hayan dejado de saber cuál es el contenido de la 
fórmula «salvación en Jesucristo»? ¿Por qué a tantos hombres -más o menos creyentes, más o 
menos incrédulos- les huele hoy a cierto cubileteo la imagen imprecisa que se les dio de la 
salvación? 
Sucede, sencillamente, que el Evangelio está encuadrado en la historia y no por encima o 
fuera de ella. Las expresiones de la fe nunca son intemporales. Las que sirvieron para enfocar 
la realidad de la salvación, no se libran de las limitaciones ni de la contingencia de las 
representaciones humanas que siempre están «situadas» históricamente. Tales expresiones no 
están más libres de este inconveniente que nuestras expresiones creyentes acerca de Dios, de 
la Iglesia, de los sacramentos, etcétera. 
Ahora bien, «la idea misma de salvación va unida históricamente a unas 
representaciones cuyo valor nos han hecho sospechar el desarrollo de las ciencias y la 
agudización del sentido moral». La desgracia es que la mayor parte de la gente no distingue 
entre la envoltura verbal y el contenido real de la fe; desde el momento en que esa 
envoltura deja de parecer apropiada, tales personas creen que deben rechazar su 
contenido. Ciertamente, no debe tratarse el lenguaje como si fuera un trasto sin 
importancia. Pero hay que tener muy presente que todo lenguaje emana necesariamente de 
una determinada experiencia humana, y que es tributario de una cultura particular; esa 
experiencia humana y esa cultura van ligadas a unas representaciones mentales que el 
lenguaje de salvación utiliza forzosamente, pero sobre las que no se puede hacer recaer la 
afirmación de la fe. 
No sólo el desarrollo de las ciencias y la posible agudización del sentido moral han 
modificado nuestras representaciones, sino que los cambios operados en las condiciones 
de la vida social contribuyen hoy a que no nos satisfagan ciertos modos de formular la fe en 
la salvación (más adelante lo veremos mejor). Estos modos de hablar sobre la salvación les 
parecen a los hombres fórmulas míticas, huecas, «escandalosas» en el sentido de irrisorias 
y contrarias a lo que debería ser la verdadera «salvación», supuesto que las palabras 
quieran decir algo. «Se necesita una política más justa, adaptada a las circunstancias 
actuales, y el Evangelio anuncia una Noticia que preconiza la primacía del amor, que quita 
la ilusión de un mundo perfecto y definitivo en esta vida y, consiguientemente, la de la 
desaparición de los pobres en la tierra. ¿No es esto un mensaje escandaloso? Este 
mensaje, o es de una indiferencia que nos hace daño («Mi Reino no es de este mundo»), 
indiferencia para con la historia de los hombres que con frecuencia se desarrolla 
dramáticamente y entonces no debe extrañarnos que los hombres devuelvan la pelota 
rechazando el mensaje como inútil e incluso peligroso, como una droga; o el mensaje 
adolece de tal inadaptación que valdría más silenciarlo, y los esfuerzos -laudables por otra 
parte- por acomodar el lenguaje, por explicar las mentalidades de una época pasada y 
buscar un vocabulario nuevo, no aportarán ningún cambio fundamental». 
(·AYEL-VINCENT-1. _ALCANCE.Págs. 20-22)
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¿QUÉ SIGNIFICA "SALVACIÓN CRISTIANA"?
PRIMERA PARTE: La explicación cristiana sobre la salvación
Entre la indigencia y el ridículo

J/SALVADOR/LBDR SV/LIBERACIÓN 
-Los remiendos al vocabulario. 
Ya no se sabe exactamente lo que se afirma al limitarse a repetir las fórmulas del 
catecismo aprendidas en la infancia: suenan a hueco y apenas tienen probabilidad de 
convencernos, a pesar de nuestra buena disposición. Buscaremos entonces otras palabras 
.. ¿«Por qué no llamar a Jesucristo «el Libertador» mejor que «el Salvador», como se le 
viene llamando habitualmente? Al fin y al cabo, ambos términos vienen a significar 
fundamentalmente lo mismo. Pero el cambio de nombre en una época en que el anhelo de 
liberación se hace particularmente intenso, ¿no ofrecería la ventaja de reavivar nuestra fe 
personal y serviría para dar testimonio de que, para nosotros, la liberación radical de la 
humanidad fue operada por Jesucristo?» (1). 
¡Muy bien! Nada de esto es falso, se advertirá... Pero es que, a poco que se reflexione, 
se verá que los remiendos de vocabulario y los intentos de remozar el etiquetaje (2) 
resultan muy insuficientes. En tales recursos se advierte, en efecto, con razón o sin ella, un 
concordismo bastante superficial, que deja la incomodidad igual que estaba. 
Esto, sin hablar de sospecha, fundada sin duda, de gancho publicitario al que hemos 
aludido hace muy poco. Digamos una vez más, que estos cambios de léxico tienen su 
interés, incluso la mayoría de las veces se imponen, y no dejaremos de recurrir a ellos a lo 
largo de este trabajo, si bien con discreción y a beneficio de inventario. ¿Pero no satisfacen 
estos cambios sobre todo a los eclesiásticos? Por lo que se refiere a los hombres y mujeres 
que viven al ras de los problemas concretos y diarios, corren peligro de no conformarse por 
mucho tiempo con esos términos que para ellos siguen siendo abstracciones mágicas... 
«A cierto nivel fenoménico de carácter tanto psicológico como político, la liberación en 
Jesucristo puede parecer muy lejana y abstracta para quien está sumido en esclavitudes 
inmediatas y ha de luchar para librar a los suyos del hambre, de la miseria y de la 
explotación. Porque no basta saber y creer que, hace dos mil años, se nos salvó como un 
poco a pesar nuestro o, al menos, en nuestra ausencia, mediante la muerte cruenta de 
Cristo en la cruz; tampoco es suficiente tener la esperanza de que, al término de la vida en 
este mundo, «valle de lágrimas», entraremos con Jesucristo en un reino de felicidad. Esta 
fe y esta esperanza pueden ser tranquilizantes que nos ofusquen respecto al presente y en 
relación con nuestra responsabilidad histórica. En este caso, esa fe y esa esperanza 
pueden convertirse en piadosas seguridades fautoras de toda clase de contemporizaciones 
y conformismos. Bajo capa de una justicia divina en la cruz y en Ia gIoria, pueden impedir la 
búsqueda de una verdadera justicia humana en el tiempo» (3). 
Decididamente, es necesario ir más lejos y más hondo que estos meros arreglos de 
diccionario. 

-Las divergencias de itinerarios y de perspectivas. 
La dificultad de expresar la fe en la salvación es atestiguada y aumentada por el 
espectáculo de unas formas de proceder y de unas afirmaciones sensiblemente distintas 
entre sí, e incluso divergentes, por parte de algunos cristianos, teólogos o pastores a los 
que no se podría achacar heterodoxia ni fijismo obstinado. Este pluralismo se justifica, pero 
perturba ciertas conciencias y no simplifica la labor del creyente medio que quiere formular 
su fe y vivirla en las realidades concretas. He aquí a título de ejemplo dos extractos de otras 
tantas intervenciones habidas en el Sínodo de Obispos de 1971. Ambas apreciaciones 
invocan la Escritura. A juzgar por ciertas apariencias, no encuentra en ella idéntica 
respuesta a este interrogante: ¿es la salvación en Jesucristo liberación de las injusticias 
sociales y económicas e instauración de un sistema político más respetuoso con el 
hombre? ¿O es restauración, en lo íntimo de la persona, de la relación con Dios, sea cual 
fuere el contexto social o político? 
Cardenal Hoeffner (hablando en nombre del episcopado alemán): «En el Nuevo 
Testamento, «justicia» significa la vida justa del hombre delante de Dios, o la justificación 
del hombre por Cristo; y la libertad evangélica no consiste en liberar al hombre de la 
esclavitud de los otros hombres, sino en su liberación de sus propios pecados por 
Jesucristo. Dudo que pueda decirse que la liberación y el desarrollo de los pueblos son 
parte integrante de la Redención que Cristo nos ofrece». 
Cardenal Enrique y Tarancón (España): «La salvación descrita por la Escritura no es una 
salvación al margen de la historia, a la que posteriormente hay que añadir la justicia como 
algo que viene más tarde o más temprano. Entre las actuales formas de pecado han de 
incluirse ciertos hechos sociales, como el colonialismo, la dominación cultural o económica, 
la opresión, etc. La gracia de Dios por la que el hombre es liberado del pecado no se le da 
sólo individualmente, sino socialmente a través de la comunidad eclesial, para que 
impregne toda la realidad social». 
A nivel de la evolución concreta de las cosas, es un hecho (derivado de la psicología y de 
los condicionamientos históricos y al que, por tanto, no hay que elevar al rango de tesis 
teológica), que existen cristianos igualmente sinceros y preocupados por su responsabilidad 
en la salvación del mundo, que siguen dos itinerarios opuestos: 
-Unos, más sensibles a las situaciones de opresión y de injusticia económica y política, 
entablan una lucha a este nivel para ir a desembocar en el reconocimiento de Jesucristo 
como único «Salvador», es decir, único fundamento de una libertad humana plena. 
Piénsese, por ejemplo, en toda la corriente denominada de las «teologías de la 
liberación»... 
-Otros parecen adoptar el recorrido inverso: partiendo de la proclamación de Jesucristo, 
único liberador y reconciliador con Dios, pasan a las exigencias evangélicas de fraternidad, 
de promoción de la justicia y de compromiso en lo temporal para la liberación efectiva de los 
hombres. 
¿No habrá algún exclusivismo simplificador en aplaudir a los unos mientras se 
anatematiza a los otros? Aun así, nuestro cristianismo medio que lee o que oye todo esto, 
ya no sabe a qué carta quedarse ni cómo explicarse a sí mismo su fe en la salvación. No 
siempre advierte el riesgo de ambos itinerarios, de quedar anclados en el punto de partida 
-lo cual sirve así de coartada- ni el peligro de empequeñecer y estrechar la salvación. Si se 
explica prudentemente que, lo mismo en un caso que en el otro, lo esencial es llegar al 
término del recorrido, el interrogante sigue abierto: ¿cuándo puede afirmarse con seguridad 
que se llega a ese término? ¿Cuándo se está seguro, por consiguiente, de evitar el 
estancamiento en las lides terrenas (¿tienen éstas, según eso, un término fácilmente 
reconocible? o «la deserción a los campos de un falso espiritualismo?». (4) ¡Qué difícil 
llegar a una evidencia! 

-¿Una salvación que habría fracasado?
¿Cómo definir una salvación que, si se considera el estado actual del mundo, no parece 
haber tenido mucho éxito? No nos arrullemos con bonitas fórmulas; miremos con objetividad 
y realismo al hombre y a la sociedad. ¿No es la historia de la salvación una historia 
malograda? «Dos mil años de cristianismo para venir a desembocar en una sociedad 
enferma o cebada no es precisamente un éxito. Muchos, incluso, llegan a añadir que las 
Iglesias han ejercido una función represiva en lo tocante a la creatividad y al progreso y 
que, por consiguiente, llevan sobre sus espaldas la responsabilidad de esta humanidad 
destrozada cuyo espectáculo tenemos hoy ante los ojos». 
REDENCION/FRACASO: J/FRACASO: ¿De qué nos libró entonces Jesucristo?... ¿De 
la muerte? Si la gente sigue muriendo, ¡y tan frecuentemente en forma atroz! ¿Del pecado? 
Si por todas partes sigue campando insolentemente el egoísmo de los individuos y de las 
naciones; y los estragos de la injusticia, de la guerra, del orgullo, del odio o de la 
indiferencia llenan las columnas de nuestros periódicos y las pantallas de nuestros 
televisores... ¿Olvidaba su fe en la salvación el cristiano Pierre-Henri Simón, quien no teme 
confesarnos su desconcierto ante un ser humano torturado por unos soldados una 
Nochebuena? «Siempre tendré ante mis ojos aquel semblante de dolor y aquel cuerpo 
retorcido, amarrado a unas estacas y soportando los sarcasmos de los soldados, en la 
noche de Navidad. Los cristianos nos encontramos muchas veces pensando 
descorazonados en lo que es, en cierto sentido, el fracaso de la Redención: siempre el mal 
dominando con su poder el mundo; siempre el odio fermentando en el corazón de los 
hombres; y los bautizados mismos infieles a la ley del Evangelio y sordos a la voz de las 
Bienaventuranzas» (5). 
La misma perplejidad nos asalta (y bien que quisiéramos rechazarla) cuando leemos que, 
en una isla del Japón, desde hace dieciséis años no nace un solo niño normal, por haber 
consumido sus padres pescado contaminado capturado en los mares-vertederos de 
nuestras industrias modernas... ¿Qué mundo es éste que se dice haber sido «salvado» y 
en el que, sin embargo, tienen cabida tantas regiones y continentes donde animales y 
hombres mueren a millares por inanición, mientras nuestros cubos de basura occidentales 
rebosan de nuestras glotonerías? Algo no marcha ni está salvado de verdad en el sistema 
social e internacional de nuestra humanidad, en este final del siglo XX, si es cierto, como 
hace unos años revelaba una agobiante relación de las Naciones Unidas, que en los países 
pobres, 150 millones de niños entre 1 y 5 años padecen graves enfermedades mentales por 
falta de alimentación proteínica. Esas proteínas las acaparan los países desarrollados que 
prefieren transformarlas -con pérdida de 7/8 en la operación- en los piensos que fabrican 
para su ganado. Sicco Mansholt, que citaba estos hechos expresados en cifras, confesaba 
nuestro sonrojo con esta frase: «¡Hemos elegido en favor de los cerdos, y no del hombre! 
¡Me refiero a los cerdos de los países ricos, por supuesto!» (6) 
«Un billón de dólares para matar, cuatro mil millones para socorrer: esto es civilización... 
Sublévense ustedes al enterarse de que un portaviones atómico representa el valor de tres 
mil millones de toneladas de trigo» (Raoul ·Follereau-R) . 
Y acaso más cerca de nosotros, no puede por menos de ocurrírsenos la misma pregunta 
sobre la realidad y la eficacia de la salvación, cuando consideramos lo que está pasando: 
condiciones de trabajo y de vivienda, injusticias, sufrimientos físicos y morales, conflictos 
sociales, malas acciones de los hombres, tinieblas e incertidumbres de nuestro corazón, 
descuartizamientos de nuestras tendencias y quereres, debilidad e impotencia de los 
individuos y de las sociedades para realizar el bien vislumbrado en ocasiones, etc. Nos 
sorprendemos a nosotros mismos dudando: «Nadie diría que Cristo ha pasado por ahí... O, 
si ha pasado, ¡no es el Salvador que dicen! Si Jesús hubiera salvado de verdad al mundo, 
como afirma la fe, ¿no debería notarse más su salvación?» 
El obstáculo con que tropieza la explicación cristiana podría precisarse así: ¿Cómo hablar 
con «buena fe» sobre el contenido de nuestra «fe» en la salvación realizada en Cristo? 
¿Cómo ser, al mismo tiempo, felices, lúcidos, e intelectualmente honestos? 

-Carácter reductor y ambiguo de ciertas catequesis de la salvación 
Nuestras dificultades vienen de lejos... Sus fuentes podrían encontrarse en las teologías 
de san Agustín o de san Anselmo. Sin remontarnos tanto, la mentalidad religiosa de muchos 
adultos parece haber quedado marcada por un tipo de catequesis de la salvación, cuyos 
orígenes y preocupaciones subyacentes nos señalaba, hace algunos años, Elisabeth 
Germain (16). No puedo pensar en ponerme a resumir aquí este voluminoso trabajo de 
investigación, ni siquiera a citar algunos extractos de predicaciones o de catecismos que se 
exhuman en el citado trabajo. Me limito a poner de relieve las principales «reducciones» y 
ambigüedades características, en mi opinión, de una catequesis de este tipo. 

SV/IMAGENES: Imágenes de la salvación unidas a una falsa idea de Dios 
Un Dios mercantil, procesalista o paternalista 
Se ha explicado el término «redención» dándole un significado demasiado restringido, 
dejándose llevar de la etimología, en sentido de un «rescate» de tipo comercial. Es la 
concepción jurídica y mas o menos mercantilista de la salvación. No es ajeno a la imagen 
de Dios, subyacente en una catequesis de este tipo, un cierto masoquismo: habiendo sido 
infinita la ofensa, el precio que ha de «pagarse» para pagarla ha de ser también infinito. De 
ahí la intervención de Cristo, Hijo de Dios, el único capaz de pagar tal «rescate» al precio 
de su propia vida. El Padre parece exigir la muerte de su Hijo; ¡quiere ver correr su sangre! 
Por supuesto, para equilibrar esta terrible imagen de un Dios vengativo, se subrayará, por 
otro lado, que esa salvación es concedida gratuitamente por un Dios bondadosísimo. Pero, 
al hacer esto, se incurre en la imagen de un Dios cuyas liberalidades corren el riesgo de 
parecer paternalistas y humillantes; este Dios «bueno» atropella al hombre, lo aliena, 
despojándolo de toda iniciativa y responsabilidad. No se evita la terrible trampa de los 
términos «dependencia» y «docilidad» respecto de Dios: en ella se pierden la libertad y la 
dignidad del hombre, en lugar de encontrar su salvación: «Cuando se insiste, y con toda 
razón, en que la salvación es don de Dios, ¿no se está dando la imagen de un Dios 
todopoderoso que en su sabiduría tiene pensado ya el destino de los hombres, ante el cual 
no puede ser otra la actitud del cristiano sino la docilidad y el consentimiento? ¿Pueden los 
oprimidos y la clase obrera, que siempre tuvo que arrancar sus liberaciones a la clase 
dominante, encontrar el sentido de una dependencia liberadora ante un Dios-Amor cuyo 
don supremo sería aceptar ser dependiente de la libertad humana?» (7). 

Un Dios encargado de reparaciones 
En otros momentos de una catequesis de este tipo, se pone de relieve la idea de una 
salvación «reparación de un accidente». Dios «interviene», por mediación de Jesucristo, 
para recomponer a la pobre humanidad, accidentada en el camino. En este tipo de 
catequesis, el concepto de «Salvador» ha quedado reducido al sentido de «auxiliador». 
¿Pero entonces -cabría preguntarse concretamente-, por qué este Dios creador, bueno y 
todopoderoso permitió que ocurriera el desastre? ¿Será distracción o negligencia por parte 
suya, o retorcido designio de sabotear la máquina para asegurar así una clientela en su 
negocio de reparaciones? ¿No se piensa así el programa de Dios como una sucesión de 
planes, «como si, por ejemplo, en un primer plan debiera acabarse y ser divinizada la 
humanidad sin intervención de la gracia redentora de Cristo, y como si, al sobrevenir el 
pecado, un segundo plan viniera a ser como una capa de revoque sobre el primero 
mediante el establecimiento de una economía redentora realizada por el misterio pascual de 
Cristo? En este caso, el misterio corre el riesgo de tomar el aspecto de un accidente de la 
historia, cuando en realidad es su acontecimiento central, querido realmente por Dios como 
el único y decisivo que absolutiza toda la historia, desde el punto alfa al omega» (8). 

Imágenes de la salvación unidas a una idea errónea del hombre 
Es evidente que las ideas erróneas sobre Dios acarrean ideas erróneas acerca de lo que 
es el hombre. 
-El hombre mero individuo.  SV/INDIVIDUALISMO A este hombre 
sin dimensión social, reducido a no ser más que un individuo, corresponde en la catequesis 
una salvación de tipo muy «individualista». La invitación a una salvación así parece un 
«sálvese quien pueda», un llamamiento a la habilidad individual que no se preocupa por la 
suerte de los demás. «Tengo un alma que no muere, tengo un alma que salvar», han 
cantado generaciones enteras al practicar los Ejercicios Espirituales... Es verdad que no 
por eso se dejaba en completo olvido a la Iglesia, pero sí parecía que se la veía un poco 
como una especie de balsa de Medusa. No hay duda de que, a partir del Renacimiento y 
por influencia del humanismo grecolatino individualista, hemos perdido de vista el hecho de 
que nuestra salvación personal -lo mismo que nuestro yo- sólo se realiza dentro de una 
historia colectiva en la que cada cual se encuentra enrolado y es solidario de toda una 
humanidad en marcha hacia un destino comunitario. El cristianismo es 
mucho más que una moral o un conjunto de prácticas orientadas a prepararse para la 
muerte y para el más allá, dentro de un egoísmo sublimado: es una aventura colectiva en la 
que se prepara la vida de un mundo nuevo. 
SV/EGOISMO: Si el conjunto de los cristianos hubiera vivido la dimensión 
colectiva que la Constitución pastoral «Gaudium et Spes», del Vaticano II, tuvo que recordar 
solemnemente, ¿hubiera lanzado ·Nietzsche-F sus acusaciones? «¿Tiene la humanidad 
una tarea colectiva? Esta pregunta no se planteaba, debido al influjo del prejuicio cristiano. 
El objetivo era la salvación de las almas individuales (...). El centro de gravedad de los 
valores lo llevaba en sí misma cada alma: la salvación o la condenación. La salvación del 
alma individual, forma extrema del amor a sí mismo... Para toda alma sólo existía un 
perfeccionamiento posible, un ideal, un camino de salvación... Nada más que almas 
locamente importantes girando sobre sí mismas, en espantosa angustia» (9). 

-El hombre desencarnado. 
Acabamos de ver cómo esta concepción individual del hombre y de su salvación llevaba 
emparejado un olvido más o menos total de su dimensión corporal. Se entendió que lo que 
había que salvar eran las «almas», no los cuerpos. A éstos se los desprecia: son harapos, 
envoltura, fuente de peligros... Se trata de evadirse de ellos: ésa es la salvación. Esta 
antropología, peyorativa para el cuerpo, no radica en la Biblia, sino en cierto platonismo 
(10). 
Por otra parte, no es seguro que nuestra época se haya librado realmente de ella: un 
profundo desprecio del cuerpo humano late y se manifiesta en todas esas aparentes 
exaltaciones del cuerpo del hombre o de la mujer, reducido al estado de mero objeto, de 
montón de células encerradas en un saco de piel, utilizado y explotado para operaciones 
publicitarias y de enriquecimiento; y no están lejos las cámaras de tortura y los hornos 
crematorios. En el fondo, este cuerpo está triste y despojado de importancia por verse así 
tratado y porque se puede hacer de él cualquier cosa. ¿Dónde está la nobleza del cuerpo, 
que es presencia y epifanía de la persona, lenguaje del encuentro y de la mutua armonía? 
Sería urgente enseñar que Jesús salva nuestros cuerpos, como también con su cuerpo nos 
salvó El, y que la salvación no afecta sólo a «las almas» sino a la totalidad de la persona, la 
cual no existe fuera de su envoltura carnal, de su unión con los demás y de su historicidad. 


Imágenes de la salvación unidas a una idea errónea de la historia del mundo 
-Un mundo infravalorado. 
Reconozcamos que, desde hace algunos siglos, la catequesis prácticamente no habla de 
la salvación del mundo material. Se mezclaba al cosmos en la reprobación del «mundo 
perverso», o sea, del pecado, que consiste en la cerrazón de las conciencias sobre sí 
mismas y en su presuntuosa negativa a abrirse a la Palabra de Dios. El mundo, entendido 
como «todo lo que no es Dios», parecía quedar marginado de la salvación. 
Lo cierto es que «la apariencia de este mundo pasará» (/1Co/07/31), mas no para 
desaparecer para siempre, pues este «pasar» desembocará en el cosmos radicalmente 
transformado; además, la epístola a los Romanos nos dice (/Rm/08/19-22) que mientras 
dura la expectación de ese cielo nuevo y esa tierra nueva, «la creación entera está 
gimiendo con dolores de parto»; sujeta a la vanidad, es decir, al desorden (no por culpa 
suya), también ella debe ser «liberada de la esclavitud de la corrupción». «Este mundo que 
tuvo parte en la caída de Adán participará en la resurrección de Cristo. Como dice san 
Ambrosio, 'también la tierra resucitó en Cristo, también el cielo resucitó en él'. Este universo 
formado de materia no permanece ajeno a la redención del hombre, también formado de 
materia» (11). 
«La tierra poblada por los hombres es para ellos una de las más importantes realidades, 
ella también tiene su parte en la redención. El mundo en que vivimos está destinado a ser 
transformado de tal modo, que se convierta en morada idónea para la humanidad 
resucitada» (12). 

-Una historia sin valor real. SV/HT/REDUCCIONES:
Con excesiva frecuencia ha sido presentada la salvación como una simple recompensa 
en el más allá; el cielo, como un «contramundo», y la eternidad, como una «contrahistoria». 
Lo que acontece en esta vida, el trabajo, la política, las relaciones internacionales no tienen 
importancia alguna en este tipo de catequesis de la salvación... Si la tentación de hoy 
consiste -como lo hace notar H. Holstein (13)- en «reducir la salvación a la liberación de los 
hombres», la tentación de ayer consistía en representarla «como una evasión al más allá y, 
por lo tanto, como una especie de despreocupación frente a los problemas de los 
hombres». Estas dos reducciones de la salvación infravaloran la historia. Por lo que se 
refiere a la tentación de ayer, esto es evidente: deja entender que la gracia de esta 
salvación transhistórica dispensa de la justicia, justifica el mal y desvaloriza el trabajo de 
arreglar la sociedad. Pero el reducir la salvación a los esfuerzos humanos por construir la 
historia, infravalora ésta igualmente: al «sacralizar» la política, la economía, la ciencia y la 
técnica, y al querer garantizar «religiosamente» esas opciones y empresas, se menosprecia 
su sana autonomía y su verdadera «secularidad», querida por Dios. 
Tendremos ocasión de volver sobre este punto a propósito del sentido que adquiere el 
rechazo del mesianismo temporal por Cristo.


* * * * *


Esta primera parte ha querido plantear el problema, dibujar sus contornos, 
hacer caer en la cuenta de su actualidad y del perfil que tiene de «prueba» para nuestra fe. 
«Prueba» en un doble sentido: en el sentido de suceso doloroso, pero también en el 
sentido de una operación que somete a verificación a una persona o a una cosa, para 
apreciar su valor o su solidez. La fe cristiana reclama el coraje de una extrañeza inquisitiva 
ante un mundo que no tiene aspecto de haber sido salvado. La fe no nos impele a cubrirnos 
la cara ante la rebelión o el escándalo: encuentra en ellos un estímulo para hacerse más 
profunda y para purificar constantemente el lenguaje que posee como instrumento. Hoy la 
fe vive la prueba de Job..., prueba que es verificación de su autenticidad. 
La fe tiene que suministrar sus «pruebas», y nosotros debemos estar «siempre prontos 
para dar razón de nuestra esperanza» (1P/03/15-16). Por lo tanto, no tengamos miedo a la 
pregunta que interpela severamente a nuestra fe en la salvación anunciada y traída por 
Cristo; no intentemos eludirla con los pases de prestidigitación de un optimismo simplón que 
pinta de color de rosa una realidad -que algunos se dedican a ensombrecer- y que repite 
que todo marcha lo mejor posible. Hay cosas mejores que hacer. 
Debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿qué es la salvación en Jesucristo? ¿Es eso 
que nosotros pensamos ingenua y espontáneamente? No seamos demasiado fáciles en 
tomar el contenido de nuestros sueños y aspiraciones por el contenido de la fe y de la 
esperanza cristianas. Es verdad que todo un lenguaje simbólico de la Biblia, relativo a la 
indescriptible realidad de la salvación, no deja de inclinarnos a hacerlo; precisamente, en la 
medida en que olvidamos que ese lenguaje es simbólico. ¿Qué quiere decir la fe cuando 
afirma, en contra de las apariencias y de los datos empíricos, que este mundo está de 
verdad «salvado»? ¿Es la salvación en Jesucristo una salvación política, psicológica, 
moral, etc.? ¿Es otra cosa? ¿Qué es entonces? ¿Algo ajeno a estas búsquedas y a estas 
luchas humanas? ¿No tiene nada que ver con esos proyectos, individuales y colectivos, 
encaminados a liberar al hombre, a perfeccionar el mundo y a hacer que marche bien, o, 
más modestamente, a implantar una vida mejor? 
Pero estas preguntas presuponen otra, más fundamental: ¿qué es ser un hombre y un 
mundo «cabales»? ¿Y cuál es esa auténtica «vida mejor» para el hombre? Se requiere, 
llegados a este punto, una reflexión de orden antropológico que aclare estas cuestiones. A 
esa reflexión dedicaremos nuestra segunda parte. 
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1) René COSTE. En el periódico «La Croix» del 6 de abril de 1974. 
2) No se trata de un rejuvenecimiento real, pues hace mucho que, tanto en el Antiguo Testamento como en el 
Nuevo, la salvación procedente de Dios se vivió, se esperó y se expresó a modo de una «liberación» Cf. 
Jean CARMIGNAC: «Le Vocabulaire de la Liberation et du Salut dans la Bible» (en «Cahiers Evangile», 
número 6), así como otros muchos artículos de este número o del número 7 de los mismos «Cahiers 
Evangile», ambos dedicados al aspecto bíblico del tema «liberación de los hombres y salvación en 
Jesucristo».
3) Alain BIROU, Combat politique et foi en Jesus Christ. Edit. Ouvrières, 1972, p 139-140 
4) Nota del Comité Episcopal (francés) de Misiones Extranjeras, mayo 1974. 
5) Pierre-Henri SIMON, Contre la torture, Edit. du Seuil, p. 79-80. 
6) Entrevista de Pierre DESGRAUPES con Sicco MANSHOLT, en «Le Point» del 8 de abril de 1974.
7) Phlippe WARNIER. liberación des homes et salut en Jésus Christ, en «La Croix», 22-11-1974.
8) Jacques BUR. Obra citada, p. 91. Aquí se ven, en cuanto a la catequesis se refiere, las enfadosas 
consecuencias de los endurecimientos existencialistas provenientes de la controversia entre scotistas y 
tomistas, a propósito de la «necesidad de la encarnación». 
9) F. Nietzsche. La voluntad de poder, t. I, p. 157. 
10) Albert GELIN. El hombre según la Biblia, cap. I. 
11) R. W. GLEASON. Le monde à venir. Edit. Lethielleux, 1960, p. 177. 
12) Yves de MONTCHEUIL. Leçons sur le Christ. Edit de l'Epi, cap. XII. 
13) Henri HOLSTEIN. «Libération». En «Catéchese», nº 55, p. 155.
(·AYEL-VINCENT-1. _ALCANCE.Págs. 28-45)
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SEGUNDA PARTE: Una salvación que no sea un daño
para la humanidad y para la creación.

SV/QUÉ-ES:
Ateniéndose al sentido de las palabras, «salvado» se opone a «perdido». Según esto, la 
salvación del hombre y del mundo ha de consistir no en perderlos, arruinarlos o mutilarlos, 
sino en cimentar y restablecer su grandeza y dignidad. Como decía Mons. Pailler en su 
relación ante una asamblea plenaria del episcopado francés, «una presentación de la 
salvación en Jesucristo que menoscabara al hombre no concordaría con la Palabra de 
Dios». Preguntémonos, por consiguiente, qué es lo que nos hace ser plenamente hombres 
y qué es lo que define al «mundo» de los hombres; para responder a esta pregunta, nos 
será útil reflexionar sobre nuestras experiencias humanas, es decir, tomar primero el camino 
de la antropología. 
Pero este mundo de los hombres es, al mismo tiempo y fundamentalmente, el mundo de 
Dios; estos hombres y este mundo son creación de Dios: debemos, por lo tanto, cotejar la 
iniciativa de la salvación con la iniciativa de la creación. 

-Una salvación que colmara siempre nuestras «necesidades» no satisfaría nuestro 
verdadero «deseo» DESEO/NECESIDAD:
El "deseo" es específico del humano, mientras que la "necesidad" es común al hombre y 
a los animales irracionales. "La palabra 'deseo' evoca al hombre (...). El "deseo" es como el 
corazón y el colorido del tiempo del hombre. Acompasa su vida (...). Es el resorte que le 
permite al hombre hacerse cargo de su existencia (...). En dos tiempos, gozo y angustia, va 
marcando el compás del sereno contento del espíritu en todos los campos de la actividad 
humana. En este sentido, el deseo es irreductible a la simple necesidad animal, que se 
esfuma en la satisfacción saturada». Somos y continuaremos siendo ciertamente seres 
necesitados, pero en el seno de esta necesidad nace el deseo, que vuela mucho más lejos 
y nos caracteriza. Así es, por ejemplo, como el bebé va a pasar de la necesidad animal y 
egocéntrica de alimento, calor y seguridad, al deseo: deseo de su madre -por ella misma, 
por su presencia-; más tarde, deseo de conocer y dominar las cosas, deseo nunca 
aplacado de verdad y de amor... La necesidad corresponde a nuestra faceta captatoria, 
mientras que el deseo está animado de un movimiento oblativo. La mera necesidad es 
limitada; el deseo está abierto a lo infinito y a lo universal. 
Este es el lenguaje de ciertas escuelas de psicología profunda. Vamos a ver cómo, para 
que la salvación sea verdaderamente humana, tendrá que situarse en el plano del deseo y 
no en el de las necesidades; porque el deseo es constitutivo del hombre... 

El hombre y su mundo: una mezda de «dado» y de «proyecto» 
Lo que es constitutivo del hombre y de su mundo no debe desaparecer en nuestra 
situación de seres «salvados»; de no ser así, se daría un contrasentido, una falsa 
salvación. Pues bien, ¿no nos expondríamos a querer esto si, faltos de crítica 
antropológica, siguiéramos la pendiente de nuestros sueños necesitados y de nuestras 
representaciones espontáneas en la imagen que nos forjamos de un mundo y de un hombre 
salvados? ¿No soñamos demasiado con una salvación que, en realidad, no sería tal porque 
implicaría la negación de lo que constituye nuestra cualidad humana y de lo que hace que 
nuestra historia sea una historia verdaderamente humana?. 

H/HUMANIZACION: El hombre está continuamente haciéndose 
humano 
«Nunca hay nada logrado, para el hombre» (Luis Aragón). El hombre no es un hombre 
del mismo modo que se puede decir que una mesa es una mesa. No se define 
completamente al hombre por lo que le hace (lo que le es dado por su herencia, su medio 
social, su biología, la naturaleza, los acontecimientos y las relaciones...); ni tampoco, por 
otro lado, por lo que en sus sueños más ambiciosos desearía llegar a ser. Se define más 
bien por el entredós, por la tensión, por la marcha. El hombre es «lo que él hace más lo que 
a él le hace». Nunca está el hombre integrado del todo; tampoco es del todo integrante. Es 
una mezcla de integrado e integrante, de dado y de proyecto. El ir haciéndose es planeable, 
lo ya «hecho» no lo es. Esta verdad antropológica podría traducirse a términos teológicos, 
los mismos utilizados por san Pablo: «Ni el ojo vio ni el oido oyó, ni el hombre puede pensar 
lo que Dios ha preparado para los que le aman» ( 1 Co 2,9 ). 
FELICIDAD/VE VE/ABURRIDA  CIELO/ABURRIDO 
CIELO/PROGRESO 
El hombre es deseo y superación sin fin. Esta realidad condena cierta imagen de un 
paraíso de estancamiento y de pasividad sin impulso. Con mayor razón hemos de renunciar 
a representarnos nuestra existencia presente de hombres «salvados», como una vida en la 
que todas nuestras necesidades estuvieran aplacadas y en la que no se experimentara 
ninguna tensión ni superación posibles. Se comprende que Simone de ·Beauvoir-S no 
pueda encontrar digna del hombre esta imagen de una felicidad celestial hecha de 
inmovilismo y de satisfacción beatífica: «Por ser el hombre transcendencia -escribe- le 
resulta siempre tan difícil imaginar paraíso alguno. El paraíso es la quietud, la 
transcendencia abolida, un estado de cosas que se da y que no ha de superarse. ¿Qué 
vamos a hacer entonces en ese paraíso? Para que el ambiente sea en él respirable, ese 
paraíso tendría que dejar margen a actividades y deseos; tendría que permitir que nosotros 
tuviéramos que superarle a él, a su vez: es decir, que no fuera un paraíso. La belleza de la 
tierra prometida estaba en que prometía nuevas promesas. Los paraísos inmóviles no nos 
prometen otra cosa que un aburrimiento eterno..
«Vivir un amor es lanzarse a través de él hacia nuevas metas: un hogar, un trabajo, un 
porvenir compartido. Por ser el hombre un proyecto, su felicidad, lo mismo que sus 
placeres, no pueden ser más que proyectos. El hombre que ha llegado a ganar una fortuna, 
sueña inmediatamente con ganar otra. Pascal expresó esto exactamente: lo que le interesa 
al cazador no es la liebre, es la caza. Es un error acusar al hombre de luchar por un paraiso 
en el que no querría vivir: la meta no es meta mientras el camino no acabe; una vez 
alcanzada, vuelve a convertirse en punto de partida. El socialista desea la implantación del 
Estado socialista; pero si ese Estado se le diera desde el primer momento, desearía otra 
cosa: desde ese mismo Estado inventaría nuevas metas. Una meta es siempre sentido y 
resultado de un esfuerzo; separada de ese esfuerzo, ninguna realidad es meta, sino sólo un 
dato hecho para ser superado». 
ADULTO/PROGRESO:¿No lo barruntaba aquella adolescente mayorcita, miembro de un 
grupo de catequesis, que me expresaba su deseo de no llegar a ser adulta?: «¡Quisiera no 
hacerme nunca adulta!». «¿Pero por qué?». «Porque, para mí, un adulto es el que ya llegó, 
ya «acabó», ya no busca más, ya «se hizo»... ¿Qué se hizo? Incapaz de asombro, de 
admiración o de rebelión...» Aquella adolescente comprendía que lo que da valor a la vida 
es la constante superación; pero se formaba una idea extraña sobre la edad adulta. Poco 
después de conocer esta reacción suya, sentí deseos de leer otra vez el artículo de Olivier 
Reboul en la revista «Esprit» (marzo 1974), artículo que constituye una explicación 
particularmente esclarecedora de aquella reacción. El autor recalca que, en nuestros días 
sobre todo, el ser adulto representa un valor sóIo en el caso de que no signifique 
«acabamiento», sino «independencia», responsabilidad, clarividencia, seriedad, humor..., 
no la inmovilidad de un éxito, siempre sospechoso, sino la autonomía del movimiento (...). 
EXITO/FRACASO:
«El crecimiento interior no cesa con el crecimiento del cuerpo; según eso, ser adulto no 
quiere decir haber llegado, sino caminar por sí mismo; ni estar ya educado, sino ir 
educándose a sí mismo. Hay motivo, por lo tanto, para denunciar el fijismo alienante de 
cierta ética de la madurez; pero hay que denunciar también ese otro fijismo que constituye 
el infantilismo, es decir, el irrealismo fácil, la abdicación ante el pensamiento personal, la 
irresponsabilidad. 
Donde el infantilismo gana, no está lejos el fascismo. Mantenerse joven no es retroceder 
al infantilismo, es salvar en uno mismo ese impulso a superarse, a llegar a adulto, de que es 
portadora toda juventud. Tan cierto es esto, que siempre se está llegando a ser. y nunca se 
es». 
¡No tener ya porvenir, no poder ya «llegar a ser» ni superarse, es la muerte absoluta! 
Hace algunos años, en una entrevista aparecida en la revista «Paris-Match», Jean-Claude 
Killy decía esto, a su modo, después de una victoria en los campeonatos mundiales de 
esquí: 
«Creo que va a ser necesario modificar el esquí de competición. Los tiempos que hemos 
conseguido en Grenoble son irreducibles. Si no se puede mejorar a los hombres, va a 
haber que mejorar las pistas. Hacerlas más difíciles, quiero decir..., para que los buenos 
puedan salir del montón por sus cualidades de esquiadores.
«Pero todo esto es el porvenir del esquí. No es ya mi porvenir. En cierto modo, ¡yo ya no 
tengo porvenir! Nunca podré hacerlo mejor, ni tener más de lo que tengo. Lo tengo todo: 
todos los honores, todas las medallas, incluso la Legión de Honor. ¿Se da usted cuenta de 
lo que es tenerlo todo a los veinticuatro años? Es aterrador. Tener veinticuatro años, y 
encontrarse uno de pronto ante un horizonte inalterable. ¡Y así, hasta la muerte! Hasta 
ahora, sólo he vivido por el esquí y para el esquí. Estoy totalmente condicionado por él. Mi 
readaptación va a ser un problema terrible (...). Me pregunto qué va a ser de mí. Hasta me 
pregunto si puedo seguir llegando a ser.». 
En este sentido, el éxito puede resultar, a pesar de las apariencias, el más peligroso de 
los fracasos, en la medida en que nos aprisione en la trampa de la consideración social o 
nos lleve a sentirnos satisfechos de nosotros mismos, y en la medida en que quite temple al 
resorte de nuestra vigilancia y de nuestro dinamismo. El fracaso, por el contrario, puede 
llegar a ser beneficioso despertándonos de la somnolencia y llamándonos a reajustar 
nuestras posibilidades. ·Graham-Green, en su novela «La estación de las lluvias», refiere 
la historia de un ilustre arquitecto abrumado por su fama, consciente de lo absurdo de esa 
fama y de que ésta no corresponde a lo que constituye la calidad y la valía de una vida 
propia de hombre. Termina refugiándose en un poblado de leprosos, en el corazón del 
Africa, sin lograr con ello burlar su destino: nadie da fe a sus declaraciones que, al 
contrario, parecen acrecentar aún más su ascendiente. Al fin, muere desesperanzado por 
no haber podido librarse de la gloria. El médico -única persona que comprendió su secreto- 
pronuncia su oración fúnebre: 
«De todo estaba curado menos de su éxito; pero no es posible curar de esta enfermedad 
como tampoco yo puedo devolver a mis mutilados los dedos de sus manos o de sus pies. 
Los devuelvo a la ciudad, y la gente los mira en las tiendas, y en la calle los siguen con la 
mirada y llaman sobre ellos la atención de los vecinos, a su paso. Pues así es el éxito: una 
mutilación del hombre natural». 

El mundo humano no puede ser, por lo tanto, un paraíso inmóvil.
El hombre quedaría empequeñecido y mutilado, si viviera una historia que no fuera tal, 
que no tuviera riesgos, en la que nada hubiera a que aspirar o que superar, y en la que 
todo fuera dado automáticamente sin que hubiera nada que proyectar. Para que este 
mundo sea «humano», ha de experimentar una historia que se construya a costa de 
esfuerzos y con riesgos. Si el éxito de las empresas de la ciencia y de la civilización fuera 
inmediato, tal éxito firmaría la paralización mortal de este mundo; y lo mismo haría, a la 
inversa, la resignación morosa que quitara al hombre de comprometerse en tales empresas 
y de perseguirlas. Eso sería para el hombre la muerte en lo que específicamente lo 
constituye. 
Consiguientemente, la salvación sólo podrá ser una mezcla de «dado» y de «proyesto». 
Si el hombre sólo puede elegir entre el esfuerzo y el aburrimiento mortal, no puede ser un 
mero consumidor inerte de una pretendida salvación completamente hecha y predigerida. 
Una salvación que fuera «dada» enteramente y de inmediato (la salvación subyacente en 
nuestros sueños y en las aseveraciones analizadas en la primera parte de estas páginas), 
destemplaría en el hombre el resorte del proyecto constitutivo de su humanidad. Una 
salvación así, que mágicamente diera cumplimiento a las demandas de nuestra 
imaginación, sin dejarnos campo alguno para nuestros proyectos y luchas, mataría en 
nosotros al hombre: este regalo envenenado no sería una verdadera salvación. 
La salvación para el hombre y el mundo ha de consistir no en paralizar el proyecto, la 
búsqueda y la lucha (lo que equivaldría a suprimir la dimensión del porvenir y de la historia), 
sino en abrir cauce al porvenir, en hacerlo posible, en imprimirle un nuevo impulso, en 
abrirlo al Porvenir absoluto.
La salvación en Jesucristo, ni es enteramente «dada» ni es enteramente «proyecto»: al 
reunir ambos aspectos, honra al hombre y da testimonio del amor de Dios para con él. La 
Esperanza teologal en nada se parece a un seguro contra todo riesgo: si así fuera, con toda 
seguridad la vida dejaría de ser peligrosa y arriesgada, y el mundo y la historia dejarían de 
estar llenos de titubeos, conflictos, fracasos e incertidumbres; pero también dejarían de ser 
humanos. Una salvación que fuera así, habría renegado de sí misma. Sería inhumana, 
antihumana...

-El hombre: una libertad luchadora. LBT/QUÉ-ES:
El mundo: el lugar de la separación, del conflicto y del riesgo 
Lo que le da su precio a la libertad no es el ser «libre de... hacer esto más bien que 
aquello», sino el estar «libre para... hacer esto o aquello». La libertad no es una cosa 
adquirida una vez por todas, con cuyo disfrute se daría uno por satisfecho; es, en primer 
lugar, un impulso que nunca llega a término, una conquista y un combate incesantes. El 
mundo es su campo, siempre abierto y arriesgado.

-El hombre es libertad constantemente luchadora 
El mero hecho de podernos preguntar «¿soy libre?» o «¿qué es la libertad?», atestigua 
que aun antes de poder formular una respuesta, sabemos por experiencia que somos libres, 
o más exactamente, que estamos hechos para la libertad. Es conocida la obstinada y 
ardorosa letanía del poeta Paul Elvard: 
«En mis cuadernos de estudiante.... 
en los campos, en el horizonte.... 
en cada mano que se tiende 
escribo tu nombre 
y, por el poder de una palabra, 
vuelvo a empezar mi vida. 
Nací para conocerte 
y para llamarte, 
Libertad.» 

Lo que nos define es una tensión que nos proyecta hacia la libertad, a través de múltiples 
condicionamientos y determinaciones que nos corresponde administrar sin poder llegar a 
anularlos por completo. Nuestra libertad no es descanso ni disfrute, sino movimiento que 
constantemente está empezando de nuevo: tiene por nombre «liberación» y sólo existe en 
la lucha. 
La libertad origina responsabilidad. El que no es libre no se siente responsable de sus 
actos y de su vida. La libertad, a diferencia del instinto, no es simplemente reiterativa, 
imitación infalible del pasado; es inteligente y creativa. Hace posible el progreso pero, al 
mismo tiempo, implica el riesgo de error y de fracaso. 

-El mundo humano: separación, conflicto, obstáculo 
Este mundo, campo de nuestra libertad, es un mundo histórico, es decir, un mundo en el 
que no está todo regulado de antemano; el mundo del «todavía no». Esta separación, este 
desajuste entre lo que está ahí y lo que aún no ha sucedido, es la condición de la libertad. 
Así que la historia no es un «mal sitio», a pesar de sus albures y carencias. Este mundo 
será siempre el del obstáculo y la tensión, condiciones de la creatividad. El hombre y su 
mundo se definen por esta tensión, esta separación, este perpetuo «ir hacia...» De ahí el 
carácter inevitable del conflicto en este mundo histórico. No hay que sacralizar el conflicto, 
sino comprender bien hasta qué punto es inherente a nuestra historia humana, y que la 
hace avanzar. Tomemos el ejemplo de las luchas por el cambio socioeconómico. 
Imaginamos una organización social más humana, menos alienante, una «sociedad sin 
clases», por tomar el caso típico de la visión marxista. Para imaginarlo, necesitamos que 
esta ficción nos presente una ciudad en la que lo colectivo y lo personal hayan acabado 
reconciliándose y armonizándose. Pero necesitamos también que esa patria ideal no se 
haya realizado aún, para que efectivamente y a través de los conflictos, podamos trabajar 
para que llegue. 
Es precisamente esa «carencia» la que hace nacer el deseo; y el deseo engendra el 
dinamismo y la creatividad en la historia. Sigue siendo verdad que ·Marx-KARL no puede 
describir ninguna «sociedad ideal»; además, se alzó contra los socialistas franceses de su 
tiempo o contra los «comunismos utópicos» que creían proponer un objetivo a la historia: 
cosificaban, eternizaban una figura especial del hombre nacida de sus ensueños ilusorios. 
«Desde este punto de vista -advierte Paul Valadier-, Lenin tendrá razón para decir que Marx 
no es un utópico (1); y es cierto que, en este sentido, Marx no ha elaborado una utopía, a la 
manera de una especie de proyecto deseable o razonable de sociedad humana». 
Si nunca describió Marx lo que haría el hombre en una sociedad en la que se suprimieran 
toda contradicción y toda separación, se debe sencillamente a que, dentro de su 
perspectiva, si esa sociedad llegara a realizarse, ya no sería humana: sobre ella se cernería 
una paz de cementerio. Prescindiendo de que esa hipotética sociedad haya o no haya de 
existir un día en un mundo totalmente transformado, en nuestra condición histórica actual 
no nos es posible concebir, de manera descriptiva, una sociedad en la que el hombre 
pueda vivir, actuar y desarrollarse, y que, al mismo tiempo, esa sociedad carezca de 
conflictos y tensiones. Conflicto, contradicción, diferencia, separación, inconclusión, forman 
parte de la única experiencia que tenemos de la vida humana y de sus exigencias mismas 
-lo mismo en el plano individual e íntimo que en el social y politico- no como algo accidental 
y reducible, sino como algo constitutivo. El conflicto es condición de la libertad; la 
separación su campo de movimientos; y la resistencia de su «todavía no» representa para 
nosotros el obstáculo necesario para nuestra creatividad. 

-La salvación, para ser real, no podrá abolir la libertad, ni por lo tanto, la separación, de 
forma inmediata 
El hombre frustrado en lo que a libertad y creatividad se refiere, no experimentaría la 
verdadera libertad, ni el mundo sería un mundo de hombres. ¿Qué salvación sería, en 
efecto, la que aboliera creatividad, libertad y responsabilidad suprimiendo la tensión, el 
obstáculo, el trabajo y el riesgo? Eso no sería una salvación en favor del hombre, no sería 
la salvación que profesamos en el Credo: «por nosotros los hombres y por nuestra 
salvación bajó del cielo...» Sería una salvación que mutilaría al hombre, una abominable 
contradicción. 
Una vez dada de modo decisivo y radical por Jesucristo, la salvación todavía no se ha 
realizado ni plenamente manifestado en todas sus consecuencias. Si no fuera así, sino que 
el mundo y el hombre de la experiencia empírica parecieran estar satisfechos y disfrutar de 
su plena saciedad, tal salvación constituiría un retroceso al estado prenatal; sería el fin de 
la libertad, de la responsabilidad y de la creatividad. Si Jesús es realmente salvador, nos 
trae una salvación para hombres que están vivos en un mundo en génesis, y no un 
somnífero o un euforizante. «La gloria de Dios es que el hombre viva...» (S. Ireneo). 
Acabamos de ver lo que este «vivir» quiere decir para el hombre.

El hombre y su mundo, con la impronta de la finitud: no son divinidades
Desde los poemas de la creación, en el libro del Génesis, hasta la Constitución pastoral 
«Gaudium et Spes» del Vaticano II, cada día se impone más la percepción de un mundo 
terreno y de una historia humana que tienen su propia consistencia: ambos son distintos de 
Dios y no se les debe adorar ni sacralizar de manera panteísta. Si se les debe santificar -lo 
cual es cosa muy distinta- es precisamente porque son y se mantienen profanos, y porque 
su ordenación última a Dios no les priva de su sana secularidad, que es «finitud». 

-El hombre es finitud, lo cual no es una enfermedad vergonzosa.
Así como no debe menospreciar la historia como un sitio malo, a 
pesar de su «insuficiencia», su incompleción y sus conflictos, así tampoco el que el hombre 
no sea Dios no constituye para él una tara contraria a su humanidad y que mutila su 
naturaleza. Quien dice finitud dice limitaciones. Nuestras limitaciones, nuestra finitud, el 
hecho de ser hombres y no Dios no deben hacer que nos sintamos culpables. El pecado 
consiste más bien en no querer mantenemos en el lugar que nos corresponde respecto de 
Dios, en no aceptar nuestra condición humana, en el exceso de pretender usurpar el puesto 
de Dios. Por la pendiente de este pecado fundamental nos deslizamos cada vez que 
soltamos las riendas a nuestros sueños sin la debida crítica... «¡Comed del árbol de la 
ciencia del bien y del mal, y seréis como dioses!» -insinúa la Serpiente-;- usurpad el lugar 
de Dios, y «de ninguna manera moriréis» (Cf Gn 3). P-O:Se comprende que, dentro de una 
perspectiva psicoanalítica, pueda Jean-Marie Pohier formular el significado del pecado 
original de esta manera: querer hacerse Dios y suprimir toda diferencia. 
Cualesquiera que sean sus aspiraciones a la perfección, el hombre chocará siempre con 
un tope, con una frontera que le demostrará que no es Dios. Somos hombres, es decir, 
seres siempre «en proyecto», pero no somos más que eso: hombres. El símbolo y el indicio 
de esta finitud es la muerte. 
-El mundo del hombre no podrá librarse de esta finitud. 
La ciencia y la técnica tienen como misión descubrirnos, cada vez más, las 
insospechadas dimensiones del mundo. Pero, por grandes que sean esas dimensiones, 
este mundo no es un Ser Infinito. Es profano, o, dicho en otros términos, no es Dios. Y ante 
un mundo así, debemos sentirnos libres de todo terror sagrado. La desacralización del 
cosmos y de la historia, que en lo sucesivo dejan de ser un espectáculo tabú, fue además, 
inaugurada en los espíritus por la concepción bíiblica de la creación y de la historia. 
Precisamente porque no hay que confundir el mundo con la divinidad, ha sido éste 
confiado al hombre para que lo trabaje y lo domine progresivamente, lo transforme y haga 
de él una obra en construcción, en lugar de adorarlo idolátricamente o de reverenciarlo 
como a un espectáculo al que no debería tocar. Una obra en construcción es provisional, 
más bien sucia, aún no muy bonita ni ordenada, bastante informe e incómoda... Así es 
nuestro mundo actual. 

-La salvación: no supresión de nuestra finitud, 
sino supresión de su gangrena. 
El buen médico no nos cura de nuestro cuerpo (como si tenerlo fuera una tara), no nos 
desonera de él quitándonoslo, sino cura nuestro cuerpo de su propio mal. 
Por respetar una vez más las expresiones de Jean Le Du, que nada tienen de juego fácil 
de palabras, la salvación verdaderamente favorable para el hombre no vendrá a «curarnos 
de nuestra finitud», es decir, a quitárnosla y a suprimir así toda diferencia entre Dios y 
nosotros y el mundo; sino que consiste precisamente en «curar nuestra finitud» sin 
quitárnosla: en la economía de la salvación, ¡la criatura sigue siendo criatura y Dios sigue 
siendo Dios! El hecho de que no seamos infinitos ni seamos Dios, no constituye en sí 
mismo una tara; pero esta situación de criatura finita y mortal se halla afectada de una 
enfermedad que la superdetermina, y a la que llamamos condición pecadora. 
Si nuestra finitud y la de nuestro mundo no es en sí misma una tara, la salvación no la 
suprimirá ni nos sacará de la condición de criaturas limitadas, para hacernos ocupar el 
puesto de Dios. Para que, en Cristo, sea Dios verdaderamente nuestro salvador por la 
comunión con El, por la participación en su vida, se le debe recibir como nuestro 
compañero de acción -ése es el significado del tema bíblico de la Alianza- y, por lo tanto, El 
es diferente de nosotros y nosotros, diferentes de El. La diferencia, la distancia, es 
condición de la intimidad y del amor... 
Así pues, la salvación en Jesucristo no viene a quitarnos mágicamente nuestra finitud ni a 
suprimir la del mundo, sino a curarla de lo que constituye su gangrena, que es el pecado, el 
encerrarse en sí mismo, la negación del Otro. No está el mal en la finitud, sino en su 
dramatización triste y dolorosa debida a la separadón de los demás y del Otro. La salvación 
en Jesucristo respeta demasiado al hombre, para que venga a ofrecérsele como una receta 
mágica que lo curaría de sus enfermedades físicas o psíquicas, de su debilidad moral o de 
los infortunios de la sociedad: todo esto es tarea propia y grandeza de los médicos, de los 
sabios, de los psiquiatras, de los economistas y de los políticos... La salvación viene a curar 
-mediante nuestra libre adhesión a la fe- nuestras múltiples enfermedades de su 
superdeterminación por el pecado. ¿No podría haber una aproximación vivida de esta 
verdad en aquellos jóvenes disminuidos, llegados a Lourdes como peregrinos y de los que 
nos hablaba con admiración un periodista? 
«Aquel joven padre de familia, paralítico a consecuencia de un estúpido accidente de 
automóvil, me decía que había acudido alli 'porque, en Lourdes, nunca se sabe...' Pero los 
jóvenes minusválidos del centro de Flavigny eran serios: 'No hemos venido aquí para sanar. 
Lo que queremos es reunirnos, encontrarnos con otros, rezar por los que no han podido 
venir o por los que están más averiados que nosotros'»...
Sí, durante una semana, Lourdes ha estado ofreciendo su milagro, el de otra posible 
tierra, el de un mundo en el que no se mide a cada persona con la medida de su estado 
físico, de su historia o de su rentabilidad social. Esta es quizá la verdadera fiesta. 
¿El secreto de esta sorprendente semana? Isabel me lo ha revelado sin dejar lugar a 
dudas. Veinte años. Es encantadora. Está paralítica desde que tenía dos meses. Hoy se 
prepara para obtener el título de ortofonista: 'Esta es la quinta vez que vengo a Lourdes y 
seguiré viniendo. Lourdes es el único sitio donde soy yo misma, donde puedo encontrarme 
con el «Otro», aun en medio del silencio. Esto es una purificación, un resurgir, un volver a 
partir del punto cero. Cuando era una cría, me importaba un comino ser minusválida. Pero 
luego, en mi adolescencia, no quería salir: ¡estaba disminuida!... Entonces encontré unos 
amigos que me quisieron tal y como yo era. Salía con ellos. Y ellos me pusieron los puntos 
sobre las ies. 'Eres muy agradable -me dijeron-, pero no tienes que emparedarte en tus 
historias'. Pero en realidad, en el fondo, nunca estoy sola. Es mi fe. Mi fe constituye el 
sentido mismo de mi existencia. Es El. Es creer en la vida, creer en cada momento 
presente. Rara vez tengo la sensación de que pierdo el tiempo. Trato de vivir intensamente 
cada momento, de darle su sentido» (2). 

MU/NACIMIENTO:La muerte, decíamos más arriba, sigue siendo trágicamente el simbolo 
más visible de nuestra finitud; y su horror, discreto o espectacular, no deja de llenar el 
mundo, a despecho de los admirables esfuerzos de los hombres por hacerla retroceder, o 
de los ambiguos intentos de olvidarla, maquillándola con los artificios de un ceremonial 
falaz. ¿Pero es la muerte consecuencia del pecado, lo que, de ser así, querría decir que 
una salvación verdadera debería eximirnos de morir? Sí, pero sólo en un sentido: en lo que 
se refiere al terrible carácter que tiene de desgarramiento violento y de necesidad 
rudamente experimentada y no aceptada. Pero nadie nos fuerza a pensar que la muerte es 
fruto del pecado en lo que tiene de mero hecho dependiente de las leyes biológicas 
universales, y menos aún en su carácter de nacimiento a una vida de mayor plenitud (3). 
En efecto, debemos señalar aquí la ambigüedad de la muerte. Por un lado, nos afecta 
como una caducidad, una separación, una impotencia, una sima tenebrosa; y «esta 
situación esencialmente obscura y ambigua frente a la muerte es una consecuencia del 
pecado original» (·Rahner-K). Nada impide pensar que sin el pecado el hombre habría 
pasado exactamente igual por un final biológico; pero esa «muerte», aceptada con paz, se 
habría vivido como una etapa del crecimiento, como un nacimiento a una vida más 
auténtica. Porque, por otro lado, la muerte es también suprema realización, última etapa del 
crecimiento, nuevo y definitivo nacimiento. El psicólogo social Erich ·Fromm-E, 
colocándose en un punto de vista meramente humano, ha podido escribir que «el problema 
que tienen que resolver, lo mismo la raza humana que el individuo, es el de nacer... El niño 
que está para nacer no es distinto del niño ya nacido: el proceso del nacimiento continúa. El 
nacimiento, en el sentido convencional del término, es sólo el comienzo del nacimiento 
considerado en un sentido más amplio. La vida entera del individuo no es otra cosa que el 
proceso de darse nacimiento a sí mismo. En realidad, habremos nacido plenamente cuando 
muramos». 
La vida humana, incluso y sobre todo salvada, ¿puede experimentar algo que no sea 
continucidón de este nacimiento? «No muero, entro en la vida...», decía santa Teresa del 
Niño Jesús a sus hermanas desconsoladas, en el momento de abandonar este mundo en el 
que sólo estamos en gestación. 
Podemos ya concluir lo siguiente: la salvación en Jesucristo satisface nuestro verdadero 
anhelo, aunque no la identifiquemos sino muy dificultosamente, al no satisfacer por sí 
misma nuestras necesidades percibidas por el momento ni las demandas espontáneas de 
nuestra imaginación. Hemos de criticar, por lo tanto, las representaciones ingenuas de la 
salvación, así como el reducirla a lo que de ella puedan decirnos nuestras experiencias 
actuales. La gracia de la salvación no suprime la naturaleza del hombre y del mundo, sino 
que la realza y la cura, pero no de lo que es constitutivo suyo sino del pecado que la 
superdetermina y que la gangrena. 
En otras palabras, la salvación no puede venir a deshacer la creación, la respeta como 
creación en coherencia con un plan único de Dios. 

VINCENT AYEL
¿QUÉ SIGNIFICA SALVACION CRISTIANA?
SAL TERRAE Col. ALCANCE, 15. SANTANDER-1980.Págs. 49-70

................
1) LENIN: «No hay ni un grano de utopía en Marx; no inventa, no imagina «una sociedad nueva con todas las 
piezas». L'Etat et la Revolution. OEuvres choisies, t. II Edit. du Progrès 1968, p. 324. 
2) «Informations Catholiques Internationales», 15 octubre 1973. (Artículo sobre la peregrinaci6n a Lourdes de 
tres mil poliomielíticos y disminuídos en motricidad). 
3) Sobre el modo de entender lo que se dice de la unión entre el pecado y la muerte en Rm 5, 12 y 1 Co 15, 
21-22, cf. la opinión de un exégeta como Xavier LEON-DUFOUR, en su obra "Jesús y Pablo ante la 
muerte".