EL CIELO COMO LUGAR Y COMO FORMA DE VIDA


SCHMAUS


1. CIELO/LUGAR:
Dios no está vinculado a un espacio ni es idéntico a ninguna parte del mundo. Es esencial e 
intrínsecamente distinto de toda criatura. Por tanto, del mismo modo que El no expulsa ninguna 
cosa, tampoco es expulsado. Puede existir en las criaturas y con ellas, de modo semejante a 
como la melodía existe en los movimientos de las ondas y con ellos o como el contenido de un 
pensamiento es real en las sílabas y palabras. 
Sin embargo, el hecho de que la Escritura hable de Dios en imágenes y símbolos espaciales 
tiene una profunda razón. La Escritura dice que Dios está arriba, que está en el cielo, para 
expresar con ello la majestad de Dios y su elevación sobre el mundo. "Cuando el salmista 
proclama la gloria de Dios por encima del cielo, con ello se expresa en lenguaje 
profético-popular la absoluta trascendencia de Dios" (M. Faulhaber). La Sagrada Escritura se 
sirve en ello de las imágenes con que también nosotros expresamos lo sublime y grande 
en el lenguaje diario. Cuando hablamos, por ejemplo, de arriba en oposición a lo de abajo, 
pensamos en la posición erecta del hombre, en su mirada dirigida al cielo. En el lenguaje 
del mito, el cielo que está sobre la tierra es símbolo de lo claro, luminoso, creador y activo 
en oposición a lo que está debajo de la tierra, que es símbolo de lo oscuro, tenebroso, 
pesado y pasivo (Guardini, Welt und Person, 1939). En el dominio intelectual hablamos de 
las verdades superiores en oposición a las experiencias y vivencias diarias; de los 
supremos valores del espíritu, de la moralidad y de la belleza en oposición a los valores de 
la vida exterior. En este sentido la Escritura dice que Dios está en el cielo para atestiguar 
que es luminoso y claro, creador y activo. En este sentido exige San Pablo a sus lectores 
buscar lo que está arriba, donde Cristo se sienta a la diestra del Padre, anhelar lo que está 
arriba y no lo de la tierra (Col. 3, 1-4).
Las afirmaciones espaciales sobre Dios sirven además para afirmar su personalidad. Si 
tenemos una representación concreta de Dios tenemos que hablar de El como de un 
hombre. Pero al hombre pertenece la vinculación al tiempo y al espacio. Luego aunque 
según la escritura Dios no es verdaderamente espacial, se aprovecha de la concepción 
espacial como ayuda para poder representar a Dios como realidad personal. La 
personalidad de Dios tiene que ser claramente iluminada. 
Por tanto, la Sagrada Escritura en los textos en que aparecen ideas cosmológicas no da 
ninguna instrucción sobre cuestiones cosmológicas. No trata de informar a los hombres 
sobre ello. Está fuera del campo de su interés el modo de la estructura del mundo. Ello se 
ve ya por el simple hecho de que no ofrece ninguna imagen unitaria del mundo y de que los 
escritores neotestamentarios trabajan incluso con diversas imágenes del mundo. La 
Sagrada Escritura no tiene ninguna predilección por la cosmología, a diferencia del mito y, 
sobre todo, de las doctrinas gnósticas. Cuando usa ideas antiguas sobre el mundo no son 
más que el cuerpo o revestimiento temporales de lo que Dios quiere decir a los hombres 
por medio de los hagiógrafos, para que los hombres se salven. Son los modos en que se 
enajena la revelación de Dios. Son el recipiente en que Dios ha vertido el contenido. Del 
mismo modo que el Logos se enajenó en la figura de un hombre, Dios, al revelarse, se 
enajena en los modos de representación de quienes El usó como testigos para su actividad 
reveladora y para la redacción de los libros sagrados. 

EL CIELO COMO LUGAR Y COMO FORMA DE VIDA 
Dios no está, por tanto, vinculado al lugar ni es idéntico con una parte del mundo. 
Cuando decimos está en el cielo queremos decir que es distinto de la tierra, que está 
elevado sobre ella. La palabra cielo es la designación del modo de existir de Dios. Puede 
sustituir precisamente a la palabra Dios. En este sentido podemos llamar al reino de Dios 
reino de los cielos. Llegar al cielo no es, por tanto, primariamente un proceso espacial, sino 
que significa tanto como llegar a Dios, vivir con Dios, participar de su plenitud de vida y de 
su virtud absoluta de existencia. Por eso el cielo no puede ser localizado en un determinado 
lugar de la creación. Si Dios es omnipresente, el cielo no es idéntico con un determinado 
lugar de la creación. El cielo está donde está Dios. Puede, por tanto, estar en todas partes 
(Teresa de Ávila, Camino de perfección, cap. 20). La doctrina de que el hombre llega al 
cielo es, por tanto, totalmente independiente de los cambios de la imagen del mundo. Es 
compatible con cualquier imagen del mundo. Tiene validez tanto en la época de la antigua 
concepción del mundo como en la época de la concepción moderna de él. Todo lugar 
dentro de la creación es también apropiado para estar ordenado al encuentro del hombre 
con Dios, sin que ningún espacio tenga prerrogativas sobre los demás y sin que sea 
necesaria una determinada figura del mundo. El acento está en el modo de existencia y 
forma de vida, no en el lugar del cielo. El dogmático Pohle expresa este hecho de la manera 
siguiente (Lehrbuch der Dogmatik I, página 740): "Aunque no es dogma eclesiástico que 
haya que entender el cielo y el infierno como lugares (en lugar de entenderlos como meros 
estados) y aunque la futura resurrección de los cuerpos lleve con necesidad a esta idea, 
las indicaciones exactas de los lugares en que puedan encontrarse el cielo y el infierno no 
pueden ser vistas como algo perteneciente a la sustancia de la fe." 
Sin embargo, aunque se puede decir que donde está Dios está también el cielo, quien 
participa de la forma de vida celestial está vinculado al espacio. Pues el alma del hombre, 
sobre todo del hombre que existe corporalmente después de la resurrección de los muertos, 
no es omnipresente. El hombre salvado que participa del modo de existencia celestial no 
estará sometido, como en la vida de peregrinación, a las leyes del espacio y del tiempo. Sin 
embargo, está limitado a un determinado espacio. Es difícil entender el modo de esta 
vinculación al espacio. Se puede decir, sin duda, que Dios asigna a los espíritus de los 
difuntos un determinado espacio para la realización de su modo de vida. Lo mismo que los 
ángeles tienen un campo de acción limitado. Se puede pensar que la comunidad de los 
bienaventurados está vinculada para su vida comunitaria a un lugar y en cierto modo a un 
campo de estancia y de acción. Pero no podemos demostrar esa opinión. La especialidad 
vale naturalmente en mucha mayor medida para los hombres glorificados desde la 
resurrección. 
CIELO/QUÉ-ES: Como la cuestión de dónde está el cielo no puede ser contestada, se 
pospone también en importancia a la cuestión de qué es el cielo. Pues la Sagrada Escritura 
describe el cielo más como una forma determinada y perfecta de existencia humana que un 
lugar determinado. Lo llama reino de Dios, vida eterna, vida dada por Dios, paz sin 
tormento, salvación eterna, alegría y corona de la gloria, banquete con Dios, banquete 
nupcial. herencia de Cristo, luz y descanso, contemplación de Dios. Cuando usa 
expresiones espaciales pueden ser reconocidas como imágenes. Cuando San Pablo habla, 
por ejemplo, una vez de la luz inaccesible en que Dios habita y la llama tercer cielo (2 Cor. 
12, 2) habla con el lenguaje de la apocalíptica judía. Usa imágenes temporales para 
expresar lo inefable de su fe y de su experiencia. 
El cielo es, por tanto, una determinada vida, una determinada forma de existencia. Llegar 
al cielo significa, como hemos dicho, tanto como llegar a Dios. Pero como el hombre sólo 
puede llegar a Dios cuando Dios viene a él, tomando la iniciativa, con mayor derecho 
podemos llamar al cielo llegada de Dios al hombre, instauración del reino de Dios, del reino 
de la verdad y del amor en el hombre. Está en el cielo aquel en quien la verdad, la santidad 
y justicia personales se han impuesto con tal perfección que todo el hombre está dominado 
y transformado por ellas. 
La cuestión de qué es el cielo sólo puede responderse, según eso, respondiendo a la 
cuestión de qué es Dios. En ello se ve que el cielo es en definitiva un misterio impenetrable, 
"ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado a los 
que le aman" (/1Co/02/09). Si intentamos, por tanto, explicar la revelación neotestamentaria 
de la forma de vida del cielo, sólo podemos hacerlo conscientes del profundo carácter del 
misterio de lo que tratamos de explicar. Alcanzamos un camino para la explicación no sólo 
en las sobrias indicaciones que la Revelación nos da sobre la forma de vida del cielo, sino, 
puesto que el cielo es el supremo desarrollo de la unión con Dios en esta vida, por la 
descripción que la revelación nos hace de la existencia y vida de los cristianos durante la 
vida de peregrinación. La forma de vida celestial es fundada en los días de peregrinación. 
El cielo es la manifestación y suprema maduración de lo sembrado en la tierra, pero oculto 
hasta el día de la muerte. Según la Sagrada Escritura, el reino de Dios instaurado por 
Cristo en el hombre y la vida divina con él regalada son a la vez presentes y futuros en los 
días de la peregrinación. El reino de Dios está presente en el hombre en cuanto escondido 
y es futuro como bien patente y manifiesto. 

EL CIELO COMO PLENITUD DE LA GRACIA 
1. Carácter oculto de la gracia.
El cristiano vive ya dentro del mundo en el reino, bajo el imperio de Dios. Pues está 
dominado por Cristo iniciador y heraldo del reino de Dios. No es su yo, sino el yo de Cristo 
quien vive en él (Gal. 2, 20). Cristo tiene poder sobre tal hombre; éste está en la órbita de la 
muerte y resurrección de Cristo. Existe en el campo de acción del amor y de la santidad que 
aparecieron en la historia en Cristo mismo. Ha sido, por tanto, recreado para la verdadera 
santidad y justicia. Desde Cristo glorificado fluye hasta él el Espíritu Santo para penetrarlo y 
dominarlo totalmente. Por medio de El es enviado el amor de Dios al cristiano. El cristiano 
está sellado con el Espíritu Santo y marcado, por tanto, como propiedad de Dios, el Señor, 
verdad y amor dominadores. En él actúa el Espíritu Santo como nuevo principio vital. Por 
Cristo en el Espíritu Santo está el Padre presente en el cristiano, que se apodera de él y lo 
domina. 
El reino de Dios significa para los hombres participación en su vida divina. Ya durante los 
días terrenos de la peregrinación tiene, por tanto, vida imperecedera. Quien tiene al Hijo 
tiene la vida eterna. Como Cristo mismo es la indestructible vida celestial, del unido a El se 
puede afirmar que también ha sido trasplantado al cielo (Eph. 1, 20). Pero la vida celestial 
está todavía oculta. El reino de Dios no se ha impuesto todavía del todo. Por eso la vida 
concedida al cristiano durante la vida de peregrinación, su salvación y justificación, su 
alegría y paz son todavía objeto de esperanza. Los cristianos están ya unidos con Cristo, 
pero todavía no se ha revelado lo que serán (1 lo. 3, 2). Están seguros de la presencia de 
Dios por la fe y no por la visión. Hacia este estado se mueven sólo en la esperanza. 
EP/CIELO: La esperanza se cumplirá cuando Cristo se muestre en su gloria (Col. 3, 4). 
Cuando esto ocurra se acabará el camino de peregrinación. Al morir el hombre llega a la 
casa del Padre (lo. 14, 2). Allí tiene preparada una morada. Mientras no está allí está de 
camino. Cuando llegue estará en la meta, en casa, en la patria, no en el extranjero ni en 
tiendas (2 Cor. 5, 4). Aquí se queda ya. La casa del Padre no es una construcción 
provisional que sirve para una corta estancia, sino una habitación permanente para la 
familia de los hijos de Dios que vuelven de una peregrinación. En esa casa sólida y 
ajustada para la eternidad vivirán con el Padre una vida alegre de comunidad. Para esta 
vida han sido predestinados por Dios (Mc. 10, 40; Mt. 25, 34; 41; cfr. 214). Es lo último y 
supremo que tratan de alcanzar peregrinando. Más allá de ello no hay camino ni esfuerzo, 
porque no hay nada. También en la imagen de la cosecha, usada por Cristo (Mt. 13, 24-30) 
se expresa que la vida del cielo significa Plenitud definitiva. La cosecha es la meta, el fin del 
crecimiento y maduración. Las gavillas maduras en los graneros son una imagen de la 
plenitud que el cristiano alcanza en el estado del cielo. 

2. Relación y diferencia entre el cielo y la vida de gracia en la tierra
Hay, pues, entre la vida de la época de peregrinación y la vida divina del cielo una íntima 
relación y a la vez una gran diversidad. 

a) La relación está atestiguada en aquellas palabras de Cristo: "Si conocieras el don de 
Dios..., el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé 
se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna" (lo. 4, 10-14). La diferencia es 
atestiguada en los contrastes siembra-cosecha, extranjero-patria, tienda-casa, ocultación- 
revelación. Esta relación puede ser comparada con la que hay entre la bellota y la encina. 
Pero al hacer esta comparación hay que cuidarse bien de ver el cielo como una 
continuación orgánica de esta vida. Entre la vida de peregrinación y la vida en casa del 
Padre hay más diferencia que entre la bellota y la encina. El cielo no crece ni nace de esta 
vida, sino que es concedido gratuita y libremente por Dios. Es Dios quien obra la 
transformación que convierte en celestial la forma terrestre de vida. A pesar de la relación, 
el acento está en la diferencia. Podemos comparar el proceso y sus términos a lo que 
ocurre entre la oruga y la mariposa, en la oruga no puede adivinarse la levedad y variedad 
de colores de la mariposa. La diferencia es mayor que la semejanza. Por eso nos es 
imposible imaginar la vida futura. El cielo es un misterio; sólo nos ha sido revelado en 
imágenes y metáforas y sólo en símbolos podemos hablar de él. Todas nuestras 
afirmaciones sobre el cielo no tienen más que valor analógico. Las diferencias no son tan 
grandes que, como dice la filosofía idealista, desaparezcan el ser personal del hombre o la 
relación de la vida del cielo con la vida de la tierra. 

b) La diferencia fundamental consiste en que la vida del cielo transforma y penetra el ser 
total del hombre hasta su hondón y en todos los ámbitos, de forma que en ella puede verse 
inmediatamente la semejanza a Dios. En el estado de revelación y potencia ocurren en 
especial la unión con Cristo, la participación en la vida trinitaria de Dios y la inflamación e 
iluminación del yo humano por la verdad y amor divinos que llamamos gracia santificante. 
La descripción analógica del cielo implica, pues, la descripción de la comunidad de los 
hombres con Cristo y con Dios trinitario. 

EL CIELO Y LA RESURRECCIÓN 
La vida celestial, en su forma definitiva, no es sólo vida del espíritu, sino que es además 
vida de la realidad del cuerpo. Presupone, por tanto, la resurrección de los muertos. El 
estado intermedio entre la muerte de cada uno y el día del juicio universal no es, por tanto, 
la plenitud definitiva, porque falta el cuerpo en la vida de la persona espiritual. Al estudiar la 
vida celestial que los bienaventurados hacen antes de la resurrección de los muertos no 
puede olvidarse la ordenación del alma al cuerpo y su re-unión con el cuerpo glorificado.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 19617.Pág. 512-518