MUERTE TEXTOS

1.
La muerte pertenece a la vida humana hasta tal punto quo sin ella no puede ser 
entendida. Por eso se entiende que cuando el hombre se esfuerza por conocer el sentido de sí 
mismo tenga que plantearse la cuestión del sentido de la muerte. Y así los antiguos estoicos y 
los filósofos contemporáneos de la vida y de la existencia han tropezado en sus análisis 
antropológicos con el problema de la muerte (Simmel, Dilthey, Heidegger, Jaspers, Rilke). La 
multiplicidad y contrariedad de las respuestas denuncia, incluso al hombre más superficial, que 
la muerte es un misterio en el que se compendia el misterio de la vida humana. Vamos a intentar 
iluminar progresivamente el misterio de la muerte. El punto de vista decisivo en ello es el 
carácter cristológico de la muerte humana. Este punto de vista debe ser elaborado de forma que 
sean descubiertos los diversos estratos de la muerte. La muerte incide, en efecto, en el estrato 
de la naturaleza), en el del pecado, en el de la redención y en el de la plenitud, no de forma que 
cada uno se eleve sobre el anterior, sino de forma que todos ellos abarcan, penetran e 
incorporan a sí a los precedentes. 
MU/ASPECTOS:La muerte representa el paso del estado de peregrinación (Status viae) al 
estado de plenitud (Status termini). Es el fin de la forma de vida histórica y provisional y el 
comienzo del modo definitivo de existencia. A continuación vamos a explicar el sentido 
objetivo inmanente a la muerte y el comportamiento conveniente frente a ella, es decir, el 
elemento ontológico y el elemento existencial de la muerte. No se pueden separar estos dos 
aspectos de la muerte, uno de otro, so pena de no pasar de hacer un mal dibujo. Están tan 
íntimamente relacionados entre sí, que al describir uno se tropieza continuamente con el 
otro. 
Pág. 315 s.
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2.
La mortalidad como determinación de la vida: 
No se haría justicia al carácter imperioso de la muerte atestiguado por San Pablo (Rom. 
5, 17) si se la viera exclusivamente como el fin temporal de la vida. Da, más bien, un cuño 
interino a la vida. El hombre vive en la mortalidad. La amenaza por la continua vecindad de 
la muerte es el modo de la existencia humana. ·Agustín-SAN reconoció claramente este 
hecho. Lo dedujo de la cualidad entitativa de la criatura. Por el pecado y la redención 
experimenta, según el, una elevada urgencia. Según San Agustín, el hombre no tiene en 
ningún momento de su vida una absoluta posesión del ser ni una ilimitada seguridad de su 
existencia. Cuando comienza a vivir, comienza a la vez la posibilidad y el peligro del ser y 
de la vida. La vida y la muerte están, según él, ordenadas mutuamente de forma que el 
hombre, tan pronto como empieza a vivir, está en la muerte. La vida del hombre no es más 
que un precipitado movimiento hacia la muerte, según se expresa una vez San Agustín. La 
muerte la conviene al hombre continuamente. El hombre se entrega continuamente a la 
muerte. ·GREGORIO-MAGNO-SAN Magno (Homilia 37; PL 76, 1275) expresa esta idea de 
la manera siguiente: "En comparación con la vida eterna, la vida temporal más debe ser 
llamada muerte que vida. Pues aunque nuestra disolución se resiste día a día, ¿qué es esto 
sino una muerte prolongada por mucho tiempo?" Media vita in morte sumus (En medio de la 
vida estamos en la muerte), se cantaba en la Edad Media. En esto valen las palabras de los 
antiguos Padres: "El nacimiento es el comienzo de la muerte." El omnipresente imperio de la 
muerte se manifiesta en sus mensajeros, en las deficiencias e inseguridades, en las 
penurias y angustias, en la fragilidad y necesidad, en el sufrimiento y necesidades de la 
existencia.
Pág. 319
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3.
La Escritura atestigua la procedencia de la muerte a partir del pecado en el Génesis. Al 
principio de su historia el hombre recibió de Dios la promesa de que a pesar de su carácter 
de criatura sería preservado de la muerte (dones preternaturales). Poseyó, como dice San 
Agustín, (De genesi ad literam, VI, cap. 25, núm. 36), el posse non mori, la bienaventurada 
posibilidad de no morir (cfr. volumen II, 132). Por la promesa divina ni era necesario que las 
leyes fisiológicas fueran invalidadas ni que los hombres continuaran sin fin su vida sobre la 
tierra. La promesa divina implicaba más bien que las leyes naturales, bajo el imperio de la 
gracia divina, se cumplieran de forma que condujeran a una transformación, pero no a la 
muerte en el sentido de nuestra experiencia, es decir, no a la disolución a menudo tan 
dolorosa, prematura y aparentemente absurda, que llamamos muerte. Mediante un proceso 
inmediatamente procedente del hombre mismo habría alcanzado la forma corporal sólo 
accesible en el actual plan salvífico mediante la resurrección de los muertos. Como Dios, la 
Vida, hubiera podido imponerse sin resistencia alguna sobre el hombre a El unido, al 
hombre le habría sido concedida en un misterioso proceso de transformación la 
participación perfecta en cuerpo y alma de la plenitud de vida y poder existencial de Dios. 
La existencia resucitada hubiera sido, según la promesa divina, la inmediata coronación de 
cada vida particular sin necesidad de pasar por la catástrofe de la muerte. Lo prometido en 
el actual plan salvífico como plenitud de toda la historia, hubiera sido sin el pecado la 
plenitud de la vida individual. 
La promesa de Dios estaba vinculada a una condición, a saber, la obediencia del 
hombre. "Y le dió este mandato: de todos los árboles del Paraíso puedes comer, pero del 
árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres 
ciertamente morirás" (/Gn/02/16-17). Los hombres son requeridos, por tanto, a entender y 
aceptar la vida como continuo regalo de Dios. Sólo la poseerán recibiéndola con continua 
disposición y abertura para Dios en un fluir interrumpido. La libertad de la muerte estaba, 
por tanto, vinculada al comportamiento del hombre, a su modo de encontrarse con Dios. En 
la relación del yo humano con el tú divino debía decidirse la vida y la muerte en la historia e 
incluso en el cosmos. Se decidió a favor de la muerte, porque el hombre no cumplió la 
condición de su libertad de la muerte. Los hombres se rebelaron contra Dios. 
P-O/QUÉ-ES:De cualquier modo que se interprete el primer pecado, fue el intento de 
configurar con soberanía apartada de Dios e incluso atea la vida que sólo es posible como 
regalo de Dios. Los hombres quisieron tomar en sus manos su propia vida y hacerla con las 
fuerzas terrenas sin ayuda de Dios. Quisieron agradecerla a sus propios esfuerzos. Su 
anhelo de autononnúa tuvo éxito, pero tuvieron que pagar un alto precio. Perdieron 
precisamente lo que querían alcanzar: la vida abundante e inmortal. Según /Gn/03/19, dice 
Dios al hombre que había pecado: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan. Hasta que 
vuelvas a la tierra. Pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás." La 
libertad de la muerte se perdió para siempre. No volverá a ser alcanzada jamás dentro de la 
historia. Esto se expresa en la Escritura diciendo: "Y Dios arrojó al hombre del jardín del 
Edén y puso delante un querubín que blandía flameante espada, para guardar el camino 
del árbol de la vida" (/Gn/03/23-24). 
P/MU/RELACION:Lo que cuenta el Génesis corresponde a un proceso histórico (D. 
2.133). Su narración no sirve para explicar en un ejemplo típico el sentido de la muerte 
humana. Quiere descubrir más bien el origen de la muerte y con ello revelar su sentido. Sin 
pecado no existiría la muerte. Esta tesis representa el fundamento de la Historia Sagrada 
del AT y NT. 
La decisión del primer hombre fue fatal para toda la historia humana, porque en esta 
decisión tienen parte todas las generaciones siguientes. También participan, por tanto, del 
destino de muerte. "Así, pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el 
pecado la muerte. y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían 
pecado" (/Rm/05/12, según el texto primitivo). La muerte alcanzó por el pecado de uno el 
imperio sobre todos (Rom. 5, 15, 17; 8, 10; I Cor. 15, 21). La estrecha relación de la muerte 
con la rebelión contra Dios se ve especialmente en el hecho de que, según el testimonio de 
la Escritura, es expresión y signo del imperio del demonio. La muerte es el instrumento con 
que el Príncipe de este mundo esclaviza a los hombres (Gen. 3; Sab. 2, 24; lo. 8, 44; Hebr. 
2, 14). 
Los teólogos no están de acuerdo al contestar a la cuestión de si la muerte fue impuesta 
desde fuera sobre el pecador de forma que fue un castigo tal vez especialmente doloroso 
por el pecador, o si es expresión o manifestación de la existencia pecadora del hombre 
mismo, es decir, si está en una relación meramente externa con la existencia pecadora del 
hombre o tiene con ella una relación intrinseca y en derto modo natural. Se pueden dar 
razones para ambas opiniones. Sin embargo, el poder de la muerte y la seriedad de la 
amenaza divina de muerte aparecen con más claridad suponiendo la segunda hipótesis. La 
relación interna entre la muerte y el pecado puede entenderse de la manera siguiente. Sólo 
existe la vida en la participación del poder vital de Dios. La vida sustraída al ataque de la 
muerte sólo es posible como regalo continuo de quien lleva la vida en sí mismo. Cuando el 
hombre rechaza el poseer la vida como regalo de Dios se entrega a la única posibilidad de 
vivir. Al apartar de sí a Dios, aparta de sí la vida. En el apartamiento de Dios sólo hay, por 
tanto, muerte. No es, por tanto, de adm*ar que el rebelde contra Dios esté destinado a la 
muerte. Más bien es un misterio inescrutable que el pecador pueda seguir viviendo. ¿Cómo 
puede existir el hombre cuando rechaza el fundamento de la existencia, el Dios vivo? Este 
misterio fundamental de la existencia pecadora está latente en toda la vida del pecador. La 
criatura sólo puede vivir de Dios. Pero el pecador no quiere vivir de Dios. Nace entonces la 
impenetrable dialéctica de que también quien rechaza a Dios es conservado por Dios. En la 
muerte alcanza actualidad visible la terrible situación del pecador. La muerte es un destino 
apropiado al pecador. Revela el más íntimo desorden de la vida humana, la contradicción 
del hombre con su fundamento de vida y existencia y, por tanto, la contradictoriedad 
imperante en el hombre mismo. La muerte desenmascara al hombre como pecador. 
Si existe esta relación intrínseca entre la muerte y el pecado, se puede decir que el 
hombre se condenó a sí mismo a muerte. Es su propio sepulturero. Por el pecado provocó 
la muerte como modo de su vida. Por otra parte, se entiende mejor que Dios creara sólo la 
vida, pero no la muerte. Sin embargo, Dios confirmó la humana autocondenación a muerte. 
La muerte es, por tanto, a la vez un juicio de Dios sobre el hombre pecador. En la muerte 
humana Dios revela que sólo hay vida en comunidad con El, que sin El el hombre no puede 
vivir, sino sólo morir. 
La muerte es, por tanto, más que un mero proceso biológico y algo distinto de él. 
También lo es. Por la interpretación de la muerte ofrecida en la Sagrada Escritura no son 
depreciadas las leyes biológicas, que por su parte se estructuran conforme a leyes 
físico-químicas. La auténtica interpretación de la muerte por la Escritura no es un cuento de 
hadas incompatible con los conocimientos naturales. Las leyes conservan su validez. Su 
carácter inviolable es precisamente garantizado. Pero en el imperio de las leyes naturales 
se cumple un misterio que no puede ser comprobado por la experiencia ni por el 
experimento. Los procesos biológicos y físico-químicos son en cierto modo el recipiente que 
recoge el juicio divino sobre el pecador humano. En la muerte el hombre experimenta a la 
vez, al sentir sus propios límites, su contraste con Dios que es la vida. En la muerte 
presiente lo que es por sí mismo cuando se aparta del cobijo del divino amor: un ser 
entregado a la muerte. En la muerte el hombre es continuamente remitido a los límites que 
quiso traspasar al rebelarse orgullosamente contra Dios. También aquí ocurre lo que tantas 
veces encontramos: en el orden inferior se realiza el superior, que ha tomado al inferior a su 
servicio. La actividad del espíritu cualitativamente distinto del cuerpo se estructura, por 
ejemplo, en un acontecer corpóreo. Y de modo semejante los procesos físico-químicos del 
morir son el modo en que Dios se apodera del hombre pecador. 
La muerte es, por tanto, el sueldo del pecado (/Rm/06/23). Este le da su aguijón (I Cor. 
15, 21; Sant. 1, 15). En la muerte se manifiesta un destino que cala más hondo que la mera 
disolución corporal. La muerte es síntoma de una ruina que llega a la raiz de la existencia 
humana: de la enemistad con Dios. Es expresión precisamente de un acontecimiento 
"antinatural", a saber, contra la naturaleza en gracia del hombre. En cierto sentido es, por 
tanto, hasta antinatural. No debía serlo. Contradice el original plan creador de Dios. 
MU/ABSURDA:La repugnancia que el hombre siente frente a la muerte es, por tanto, 
justa. En ella se denuncia la conciencia humana de que la muerte es un extraño en el orden 
de vida querido por Dios, de que es un enemigo (/1Co/15/21), de que es el enemigo del 
hombre. La angustia ante la muerte es, por tanto, más que el temblor ante el fin corporal. Es 
el terror ante el Dios santo que juzgará al hombre. Se podría decir que, según la doctrina de 
la Escritura, la muerte es también expresión y signo del pecado personal, grave (no 
perdonado) (Rom. 2, 32; 7, 9. 10; 8, 13; 6, 16. 21, 23; 7, 5; 8, 2; Sant. 1, 15), que procede 
del pecado original y de la concupiscencia. Los pecados personales aparecen así como 
raíz secundaria de la muerte, mientras que el pecado original es su raíz primaria.
Vemos, por tanto, que la muerte procede de una raíz ontológica y de otra 
histórico-sagrada: del carácter de criatura del hombre y del poder del pecado (Hamartia). 
Tiene por tanto doble aspecto. Es signo de la finitud y signo de la pecaminosidad del 
hombre. Sin embargo, el elemento ontológico sólo podía hacerse grave por obra del 
histórico-sagrado. 
Págs. 368-372

(·SCHMAUS.
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS. RIALP. MADRID 1961

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4. CONDICION TRAGICA LA VIDA HUMANA: CON DESEOS DE VIVIR PARA SIEMPRE Y SABER QUE VA A MORIR.

- Si nuestra vida terminara con la muerte, seríamos los más 
desgraciados de los hombres. La vida temporal, la que tiene un término, es corta. Todo lo 
finito es corto. Y si bien hay en ella algunas alegrías, habitualmente es difícil soportarla. 
Sobre todo conforme van pasando los años: toda la literatura, antigua y moderna, es 
copiosa en señalar lo trágico de la "condicion humana" (el hombre es el ser que desea vivir 
para siempre y es el único que sabe que va a morir). Sería ingenuo cerrar los ojos a esa 
realidad.
Siempre los hombres han esperado "otra vida". Jesús también habló a menudo de ella, y 
aun decía que esa vida eterna ya ha comenzado está en camino, si bien inacabada, 
naturalmente.
(·QUESSON-1/2./Pág. 212)
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5. MU/CONSUELO.
SOLO LA IGLESIA ES CAPAZ DE PRONUNCIAR UNA PALABRA DE CONSUELO. 
La muerte continúa siendo una dolorosa realidad, frente a la que no tienen respuesta ni 
los esfuerzos de la técnica ni el progreso de la ciencia. Sólo la Iglesia -y no por sí misma, 
sino en virtud de la luz que le viene de la revelación divina- es capaz de pronunciar una 
palabra de consuelo, anunciando la alegre noticia de la resurrección y restauración 
universal de la humanidad, iniciada ya en Cristo, el primogénito de los que han resucitado 
de entre los muertos (cf. Ap 1. 5)
(_RITUAL-EXEQUIAS.BARCELONA 1989/Pág. 11)
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6. /1Co/15/42-49: INHUMACION-INCINERACION.
LA INHUMACION TIENE MAS RICO SIMBOLISMO.
La Iglesia deposita el cuerpo del difunto en las entrañas de la madre tierra, como el 
agricultor siembra la semilla en el surco, con la esperanza de que un día renacerá con más 
fuerza, convertido en cuerpo transfigurado y glorioso (cf. 1 Co 15. 42-49).
El rico simbolismo de la inhumación es lo que explica la resistencia de la Iglesia a admitir 
otro tipo de práctica con respecto a los cadáveres. Sin embargo, actualmente, ni se prohíbe 
la cremación, con tal que no suponga desprecio del dogma de la resurrección de los 
muertos: también la incineración de los cadáveres puede compaginarse con la creencia en 
la resurrección y ser indicio de fe en el poder de Dios que es capaz de retornar las cenizas 
a la vida gloriosa.
(_RITUAL-EXEQUIAS.Pág. 36)
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7. Nacimiento/Bau/Mu/3 rios
"Venga a nosotros tu Reino".-En el padrenuestro, la oración de Jesús, no se trata de tal o 
cual necesidad del hombre. Se trata del Reino de Dios y sólo de él porque el creyente ha 
descubierto que ese es el objeto de su deseo.
La tierra es el espacio de los hombres, dejado a los acontecimientos y a los proyectos de 
los hombres, el teatro actual de la historia en su dolorosa ambigüedad. El cielo es el 
espacio de vida de Dios, allí donde Dios irradia ya libremente su vida, su amor y su justicia 
sobre los seres que le rodean.
"Así en la tierra como en el cielo".- Un día estos dos espacios no formarán mas que uno 
solo: la ciudad nueva del final de la Biblia, el universo nuevo (Ap 21. 3).
¿Desde dónde y hasta dónde se extiende el éxodo? Empezó con los primeros pasos, 
inciertos y vacilantes de la primera pareja, extramuros del Edén, y no acabará hasta que el 
último de sus hijos no pise el umbral de la Tierra Prometida. El viaje de los israelitas desde 
Egipto a Canaán fue sólo una pequeña etapa y una colosal metáfora.
Tres ríos hay que señalar como pasos fundamentales del antiguo Israel: el Nilo, el 
Mar-Rojo y el Jordán.
Tres ríos hay en la vida del cristiano. Al comienzo de todo está ese río donde Moisés fue 
hallado y rescatado. Al salir de las aguas nacemos a la vida natural. (Romper aguas).
Pero seguimos siendo esclavos mientras no crucemos el segundo río, que es el mar 
Rojo, que es el Bautismo. Ahí adquirimos la libertad junto con la vida de hijos de Dios. 
(NACIMIENTO/BAU/MU BAU/NACIMIENTO/MU MU/NACIMIENTO/BAU
Y al final hay también otro río, el tercero, el Jordán.
Franquearlo significa morir. ("Nuestras vidas son los ríos-que van a dar en la mar-que es 
el morir" ·MANRIQUE-G) Nacimiento. Bautismo. Muerte.
Estos tres ríos están tan relacionados entre sí, que intercambian sus nombres y 
propiedades. El Bautismo es un Nacimiento. También una Muerte, ya que muere el hombre 
viejo, la criatura de pecado.
Los dos efectos atribuidos a la ambivalencia del agua: la perdición de los egipcios y la 
salvación de Israel. Es sumergido el hombre pecador para que ahí mismo emerja una 
criatura nueva.
BAU/PILA: Los santos Padres hablaron muchas veces de la pila bautismal 
como de "sepulcro y matriz". Pero si el Bautismo es una Muerte, también la Muerte ha de 
ser un Bautismo, llamado Bautismo de sangre (Lc 12. 50: "Con un bautismo tengo que ser 
bautizado...").
La ilación resulta perfecta: el pecado originó la muerte; el bautismo destruye el pecado y 
vence a la muerte; la muerte, a la vez que consecuencia del pecado, es la culminación del 
bautismo.
Para llegar allí hay que morir.
También nuestra esperanza debe morir. Tenemos que experimentar la desesperación de 
todo cuanto pertenece a este mundo. Una esperanza muerta y resucitada.
(·CABODEVILLA-1.EL JUEGO DE LA OCA/Pág. 76 ss)
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8. MU/NACIMIENTO COMO AUTORREALIZACION DE LA PERSONA. 
MU/OBEDIENCIA LLAMADA DE AMOR Y DE JUSTICIA QUE DIOS 
DIRIGE AL HOMBRE.
La muerte es el fin de la vida humana no sólo en el sentido de una fecha, sino en el 
sentido de una fijación definitiva del destino humano. Ofrece al hombre alcanzado por ella 
la última y más importante posibilidad de determinar para siempre su destino.
Requiere al hombre para que lleve a fin definitivo lo que debió ocurrir durante toda la 
vida, a saber, la aurorrealización en la autoconservación y entrega de sí. La muerte exige, 
por tanto, que el hombre tome postura de modo definitivo ante la totalidad de su vida. El 
hombre sólo puede hacerlo cuando se entiende a sí mismo con sobriedad y verdad, y reúne 
todas sus fuerzas poniéndose con decisión concentrada a favor de sí mismo y por tanto de 
Dios. La muerte regala, por tanto, al hombre, la última y extrema ocasión intrahistórica de su 
máxima realización.
Esta tesis se distingue esencialmente de la interpretación de la muerte, antes citada, de 
la filosofía existencial. Esta tiene razón, sin duda, cuando afirma que el hombre alcanza en 
la muerte la suprema pisibilidad de llegar a sí mismo. Pero comete un error esencial 
cuando, como antes vimos, sólo le interesa de ello el cómo y no el qué de la postura 
humana. Lo que interesa es precisamente el contenido. Es de suma importancia saber si el 
hombre a la hora de la muerte afirma a Dios o sólo se afirma a sí mismo negando y 
olvidando a Dios.
El hecho de que en la posibilidad de autorrealización abierta al hombre por la muerte 
haya la exigencia de ser fieles a sí entregándose a Dios, se basa en que el hombre procede 
de Dios y es por tanto semejante a Él. Esta exigencia se profundiza por el hecho de que en 
la muerte llega al hombre Dios mismo. Dios mismo se dirige al hombre cuando se aproxima 
la muerte. La muerte es el medio por el que Dios llama al hombre hacia sí. Es una llamada 
de amor y de justicia a la vez, una llamada que Dios dirige al hombre en la muerte. El 
hombre sólo entiende, por tanto, correctamente la muerte, si la acepta como encuentro con 
Dios. Si no se abriera en la muerte con incondicional disposición a Dios, no realizaría 
tampoco de modo apropiado la fidelidad a sí mismo.
El cerrarse a Dios le conduciría a la definitiva pérdida de sí mismo.
El encuentro con Dios es un encuentro con el Padre por medio de Cristo en el Esp. Santo 
(Ef 02. 18), encuentro por medio de Cristo, que se entregó en su propia muerte al Padre, 
ofreciendo con ello un sacrificio configurado por el Esp. Santo (Hb 09. 14).
(·SCHMAUS-7.Pág. 394)
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9. MU/MIEDO MU/ESPANTAPAJAROS
EL ESPANTAPAJAROS
Hay quienes piensan que la muerte es el punto final. Uno se muere y... sanseacabó. Esa 
es su fe, más no la nuestra, pues creemos en la resurrección. Ellos piensan en la muerte 
como el final absoluto de la vida, nosotros como un final relativo de esta vida, es decir, de 
este modo de vivir. En ambos casos se trata de fe, pues que ningún vivo lo sabe ni lo 
puede saber. Pero, en todo caso, hace falta más fe para creer que la muerte es el final 
absoluto, que para aceptar un final relativo. Porque hace falta más moral que el Alcoyano 
para creer que un cadáver es mi padre o un amigo, sólo porque permanece la misma 
sensación visual de forma y colores. Lo cual es, ciertamente, una insensatez tan grande 
como la del gorrión, que huye despavorido ante la vista del hortelano, cuando tan sólo se 
trata de un espantapájaros. Claro que el gorrión no lo sabe, pero nosotros sí, porque no 
somos gorriones.
Los creyentes, como los no creyentes, vemos en la muerte el espantapájaros, por eso 
todos nos asustamos. Pero el creyente tiene motivos para sospechar la trampa, que él no 
sabe ni puede saber, pero sí Dios, que no es hombre. Por eso podemos creer. Por eso y 
porque Jesús es el único mortal que ha muerto y ha resucitado y lo ha dicho. Claro que 
hace dos mil años que lo dijo, y ahora no parece decirlo. Pero eso no es problema, si 
queremos creer. También hace más de dos mil años que Pitágoras inventó su teorema y, 
aunque ahora no dice nada, seguimos creyendo que lo inventó él. La fe, a diferencia de la 
ciencia que pretende ser objetiva, se basa en la confianza en nuestros semejantes, en la 
confianza en el otro. Y si se trata de fe religiosa, nace de la confianza en el Otro de todos, 
que llamamos Dios.
Por lo demás, la creencia en la vida después de la vida se manifiesta en el 
reconocimiento universal del derecho a la vida, que se corresponde con la voluntad 
universal de vivir. Nadie quiere morir. Y los que lo dicen no es por falta de ganas de vivir, 
sino por exceso de años de malvivir. No es que quieran dejar de vivir, pero si quieren, y con 
razón, dejar de sufrir, pues piensan que la muerte pone fin a los males de esta vida. Y 
tienen toda la razón.
(_EUCA/92/20)
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10. MU/POEMA 

Y entonces vió la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.
(·MARTIN-DESCALZO-JL
TESTAMENTO DEL PAJARO SOLITARIO)
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11.MU/RS:
"Ya no hay muerte,
porque la misma muerte está llena de Dios"
·CLEMENT-O 
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12. Precioso texto de san Agustín: