1. D/UNICO:

Lo primero que decimos en el Credo es: "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Esto quiere decir que si Dios es Dios, principio de todo, el absoluto total, tenemos que aceptar y asumir que de El lo recibimos absolutamente todo, y que independientemente de El no hay nada. Sólo existe lo que El ha determinado que fuese. El es el principio absoluto; y, por tanto, la entrega, la donación, también ha de ser absoluta; la "fides quae" y la "fides qua" se tienen que corresponder. Si Dios es Dios, la entrega y la donación han de ser totales. Esto lo dice muy bien Charles de Foucauld, el fundador de los Hermanitos de Jesús: "Cuando comprendí quién era Dios, me di cuenta de que ya no podía vivir mas que para El". Si comprendemos qué quiere decir "Creo en Dios", entenderemos qué quiere decir que mi vida ha de ser totalmente para El. A veces la gente piadosa busca hacer actos de consagración. Los mejores son los más sencillos, los más clásicos. El primer acto de consagración es el Padrenuestro: «venga tu reino, hágase tu voluntad». No hay mejor acto de consagración. Otro es el Credo: me fío totalmente de Dios. Esto es todo.

Sólo se puede confiar en la verdad, y sólo en la verdad total se puede confiar totalmente; y la Verdad Total es Dios. Es decir: Sólo El no falla. Lo encontramos en el tema de la Alianza: lo que mas subraya la Biblia es la indefectibilidad de la Alianza. El solo permanece fiel para siempre: «Fidelitas Domini manet in aeternum». Por eso es el único que merece esta confianza, esta fe. No un creer racional, repito, sino un creer total... El elemento esencial es éste. Sólo podemos confiar en la verdad, pero solo posee la verdad el que se entrega a El, el que se le da. ·Agustin-san dice: «Non intratur in veritatem nisi per caritatemn (VERDAD/CARIDAD): no se puede entrar en la verdad sino por la caridad. Es un problema clásico de la teología agustiniana: ¿qué es primero, la verdad o la caridad? Ni una ni otra. Es como un circulo. Entendemos mejor qué puede significar creer en Dios si pensamos lo que significa creer en una persona. Cuanto más confiamos en una persona, mejor la conocemos, y cuanto más la conocemos, más podemos confiar en ella. El compromiso lleva a un mayor conocimiento y el conocimiento lleva a mas unión y compromiso.

-En un solo Dios

Una fe que consiste en confiarse amorosa y totalmente, tal como hemos intentado explicar, sólo se puede otorgar a una persona. Esto lo saben bien todos los que han estado enamorados. La entrega total de una persona a otra sólo se puede hacer de forma unitaria e integradora. Esto no quiere decir que no puedan darse ya otros intereses u otras entregas cuando se da una donación total a una persona o a una realidad; pero, sin duda, estos intereses estarán integrados y subordinados a aquella donación. No es que el que está enamorado no pueda querer nada más, ni a ningún otro, pero sí es cierto que el dinamismo dominante, la tendencia fundamental, se dirige totalmente a su objeto único, y que todas las otras tendencias y sus objetivos están de alguna manera subordinados, integrándose así en aquel dinamismo único.

Monoteísmo/polite

Si creer es entregarse, confiarse totalmente, sólo se puede creer en un solo Dios. Si hay muchos dioses, hay división en la donación, en la entrega. Ya no hay donación total, sino entrega dividida a éste y al otro. Los politeísmos son precisamente sistemas en los cuales se admiten muchos dioses para distintos momentos de la vida, para distintas funciones de la existencia. Hay un dios de la fertilidad de los campos, un dios de la fecundidad de la mujer, un dios de la tempestad, y otros dioses para múltiples cosas. Se podría decir que el politeísmo nace, en definitiva, de una división interior del hombre que queda proyectada sobre el cosmos, sobre la realidad mundana y sobre la misma divinidad. Es decir, el hombre, cuando no es capaz de concebir unitariamente la realidad del universo, porque él mismo no se siente como un centro unitario delante de este universo, crea muchos dioses. El Universo se presenta, inevitablemente, con una gran multiplicidad de acontecimientos, de fenómenos, de fuerzas -hay terremotos, tempestades, sequías; personas que tienen hijos y otras que no, sin saber por qué; hay enfermedades, pestes, etc.-. Y todo esto aparece en un primer momento como caótico. Parece como que diversas y contradictorias fuerzas superiores al hombre se le imponen desde fuera. El hombre tiende entonces a hacerse un dios para cada una de estas realidades que se le imponen. No se siente capaz de unirlo todo; las cosas quedan como lejos de él, desligadas. El hombre incapaz de dar un sentido unitario a su propia existencia, y a su experiencia del mundo, se defiende creando caracteres divinos múltiples. Esto sería el politeísmo.

Veamos ahora el monoteísmo como lo profesa la Biblia en un pasaje que viene a ser como el Credo de Israel (/Dt/06/04-09): «Escucha, Israel: Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé. Amaras a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal y serán como una insignia ante tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas». ¡Por que uno es tu Dios! Este es uno de los Credos de Israel, el «Escucha, Israel» que los judíos repetían muchas veces en la vida.

¿Que significa este Credo? La fe de Israel expresada en este Credo no es teórica, no es un problema matemático sobre la unicidad de Dios. El Dios único de la fe es aquel que reclama una entrega total. Si nuestra voluntad respecto a El no es total, falla la actitud religiosa fundamental. Recordemos la frase ya citada de Charles de Foucauld: si nos diéramos cuenta de quién es Dios, no podríamos vivir sino para Él. Y también San Ignacio de Loyola, al comienzo de los Ejercicios, cuando habla del «Principio y Fundamento», dice que el hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y que tenemos que «hacernos indiferentes a todas las cosas creadas», poniéndonos en aquella actitud interior que él expresa con aquella frase tajante: «solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados». No puede ser de otra manera. Esto es el monoteísmo, muy diferente de una teoría sobre la unicidad de Dios. Esto es lo que propiamente se contrapone al politeísmo.

Este Credo del Antiguo Testamento se ha recogido en el Nuevo Testamento. Cuando preguntan a Jesús cuál es el mayor mandamiento (cf. /Mt/22/35-40), Jesús responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el primer y gran mandamiento».

Un mandamiento que incluye el amor al prójimo como su exigencia intrínseca. Se diría que el «gran mandamiento» comporta como un segundo tiempo que lo desarrolla hasta sus últimas consecuencias. Por eso añade Jesús: «Pero hay otro semejante: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la ley y los profetas -es decir, toda la revelación de la Escritura- se resume en estos dos mandamientos'».

El que ama a Dios como es debido, ama a todos los hombres y a todas las cosas, porque todo lo que existe fuera de Dios dice relación a Dios, es obra de Dios, es amado de Dios. Hay personas, sobre todo religiosas, que creen que para estar seguras de amar a Dios no tienen que amar a nadie ni a nada más. Esto es monstruoso. Sólo amaremos a Dios como es debido cuando amemos todo en Dios, cuando, con un impulso total de amar a Dios por encima de todo, dejemos que El determine las relaciones que en nuestra situación humana histórica y concreta tenemos que tener con las personas y las cosas que nos rodean. Creer y vivir tienen correlación con creer y amar, creer y esperar. Pero creer en un solo Dios no es siempre fácil. Llevamos como un estigma de desintegración que llamamos pecado (y que podríamos llamar la fascinación de la multiplicidad), que no nos deja creer en un solo Dios. O, dicho de otra manera: vivimos con el corazón disperso. Dice Diadoco en sus "Cien Consejos espirituales" que lo que destruye al hombre es la dispersión interior, la dispersión del corazón. Y ésta es una forma de politeísmo. Hay desacuerdo entre lo que vemos con la cabeza y lo que creemos con el corazón. Con la cabeza creemos en un solo Dios; con el corazón, las muchas cosas. Somos, quizá, monoteístas de boca y politeístas de corazón.

IDOLATRIA/CONSUMO: Erich ·Fromm-E, en su libro "Tener o ser", dice esto mismo. Tener, se tienen muchas cosas; pero ser, solo se es una cosa. Y cuando el tener domina al ser, caemos en el politeísmo. Se ha de tener para ser, no ser para tener.

En la Biblia, esto viene expresado en la polémica contra los ídolos. Una de las formas, la mas común, del politeísmo es el politeísmo idolátrico. Los dioses, en plural, están personificados en «cosas». Los ídolos de madera, de plata y oro, de bronce, son «obra de hombres y nada más», dice el Sal/115. Sobre los ídolos hay un pasaje muy iluminador en la 1ª Carta a los Corintios, cap. 8,4. Pablo instruye a sus cristianos sobre la fuerza de la idolatría. Quizá no nos hacemos bastante cargo de la dificultad que representaba para los primeros cristianos, procedentes del politeísmo, abandonar de repente todo el peso de su religiosidad. En las comunidades cristianas de ambiente helénico, como eran las de Pablo, se aceptaba un único Dios, pero con reservas...

Es la actitud de una cocinera indígena que conocí en Bolivia, en Cochabamba. Iba a Misa cada día; rezaba el rosario, hacía todas sus devociones; pero, cuando tenía que hacer una cosa importante, «por si acaso», también rezaba a la Pacha Mama, una divinidad de su tierra. Por si acaso... los viernes hacía también una ceremonia como de libaciones en el jardín para aquella divinidad.

San Pablo, a sus cristianos de Corinto, les decía: «Los ídolos no son nada» (/1Co/08/04), pero se les da el nombre de Dios; y cuando se les da el nombre de dios se hacen amos y señores. El ídolo es la nada capaz de dominar al hombre, si el hombre le da el nombre de dios. Nuestro ídolos: el dinero, el sexo, el poder, el deseo de dominarnos unos a otros, etc., no son nada. Son cosas que no tienen realmente consistencia. Una de las tesis de Karl Barth -y que ya se encuentra en San Agustín- es que el mal no puede tener consistencia. El mal es la nada de la realidad. El error está en atribuirle el poder de dios; y entonces tiene efectivamente el poder de Dios. Pero puramente imaginario. Entonces nos domina y nos destruye, porque es la nada magnificada en contra de nosotros, con poder de dios. Ser monoteístas o politeístas depende de nosotros. Depende de a quién demos el nombre de dios. Mejor dicho: depende de si acogemos a Dios tal como El se nos da gratuitamente: como Señor único y absoluto de todo y de todos. Actitud que tiene mucho que ver con lo que decíamos sobre la unidad de los dos mandamientos. Cuando no amamos al prójimo, cuando sólo lo utilizamos como si nosotros fuésemos señores, dejamos de reconocer a Dios como señor de todos y de todo y erigimos en ídolos nuestros intereses.

D/IMAGENES: Otro tema polémico en la Biblia es el hecho de las imágenes. No se pueden hacer imágenes de Yahvé. Es el mismo tema del monoteísmo, expresado de otra manera. El rechazo de las imágenes es casi constante en el Deuteronomio. ¿Que es la imagen de Dios? Es Dios reducido a mi medida. Es Dios tal como me conviene a mi. Todos nos hacemos nuestras imágenes de Dios. Solo los grandes santos están en pura disponibilidad a Dios, que les impide manipularlo. Es lo que significa la ya citada frase de Charles de Foucauld: «Cuando capté quién era Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que entregarme a El». Y el mismo Foucauld cita, a veces, a San Gregorio de Nisa, que decía quince siglos antes que él: "delante de Dios sólo podemos vaciarnos en pura pérdida de nosotros mismos". Sólo deja de ser politeísta, sólo rechaza los ídolos, sólo deja de hacerse imágenes de Dios, aquel que consigue ponerse delante de Dios en pura disponibilidad, aquel que dice: «venga tu Reino y hágase tu voluntad». El que cree que ya sabe de antemano cuál es la voluntad de Dios, está siempre en peligro de manipular a Dios, de no dejarse interpelar por El, de limitarlo a la estrechez de sus conceptos, rutinas o tradiciones. Su imagen de Dios sera raquítica y reducida a la medida de sus egoísmos: será tan sólo un ídolo.

El filósofo Kierkegaard presenta en sus escritos una contraposición entre un hombre de religión aparentemente idolátrica, pero que se entrega a su dios con total disponibilidad de su corazón, y un hombre que profesa la religión ortodoxa del Dios verdadero, pero que no tiene el corazón realmente entregado a Dios. El idólatra que se entrega totalmente tendría una fe más genuina que aquel otro que, aunque profese correctamente los dogmas de la fe, no acaba de entregarse a Dios como El se merece. No queremos decir con esto que la ortodoxia no sea importante; pero, como decía San Pablo, sólo es viva y genuina «la fe que actúa por la caridad» (/Ga/05/06).

JOSEP VIVES
CREER EL CREDO
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 37 SANTANDER 1986, págs. 16-26