TRADICIÓN - FIDELIDAD
Con Cristo, la Revelación alcanzó la cima de su apogeo, siendo
imposible cualquier enriquecimiento ulterior: Cristo ha henchido las
medidas de toda automanifestación de Dios a los hombres. El
caudal, pues, de la Revelación no puede aumentar, pero estamos
siempre colocados frente al problema de ahondar en la realidad
descubierta por ella, de penetrar más y más en el conocimiento de
los misterios de Dios. La Revelación, cierto, no crece en los
creyentes, mas éstos sí que aumentan en la comprensión de
aquélla. Descubre la Revelación los misterios de Dios que ningún
espíritu creado llegaría jamás a entender plenamente. He aquí por
qué hay que tenerla siempre ante la vista, posibilitando así el
proceso indefinido de nuestra inteligencia acerca de los dogmas.
Podríanse comparar los dogmas particulares, los definidos en
determinado tiempo, a unos anillos anuales que marcaran el
crecimiento de un árbol. A este crecer en comprensión de la Iglesia
en la Revelación es a lo que nos referimos cuando hablamos de la
"evolución de los dogmas".
La creencia de que la automanifestación de Dios ha logrado su
punto culminante y absoluto en Cristo pertenece al contenido de la
Revelación. Dan fe de ello la Sagrada Escritura y la Tradición oral.
a) La Sagrada Escritura dice de la hora en que Cristo apareció,
que es la "plenitud de los tiempos" (Gal. 4, 4; Eph. 1, 10), "el tiempo
final" (Act. 2, 17), (I Pet. 1, 20); el "cumplimiento del tiempo" (I Cor.
10, 11). Cristo prometi6 a sus Apóstoles que el Espíritu Santo les
mostraría toda la verdad, que era tanto como decirles que El sería
quien les iluminaría para que entendieran cuanto Cristo les había
comunicado, mucho de lo cual les parecía oscuro e incomprensible
(lo. 16, 12-15). Los Apóstoles deberían anunciar al mundo la Buena
Nueva, dando testimonio de ella ante todos los pueblos de la Tierra.
Después de ello llegará el día final (Mt. 24, 14). Tal es la misión que
dejó Cristo confiada a sus Apóstoles, añadiéndoles que estaría con
ellos hasta el fin de los tiempos, es decir, hasta cuando hayan
cumplido este encargo (Mt. 28, 16-20). Los Apóstoles saben que
son los custodios y heraldos responsables de la doctrina que les fue
confiada y aconsejan incesantemente a sus sucesores que
permanezcan fieles a la tradición (Gal. 1, 9; Rom. 16, 17: I Tim. 6.
20; 11 Tim. 1, 14). Cristo es el fundamento puesto por el mismo
Dios, y en su lugar nadie puede poner otro, sino que toda
edificación ha de hacerse partiendo de El (I Cor. 3, 10 y sigs.);
jamás podrá la humanidad ir más allá de Cristo. Lo único que puede
hacerse es ahondar más profundamente en El (Eph. 4, 11-16). Los
discípulos ni pueden añadir ni quitar algo a las revelaciones divinas
que nos hizo Cristo. Un discípulo que ocultara a la comunidad parte
de la Revelación, pecaría contra la salvación de dicha comunidad
(Act. 20, 18-28); este discípulo tendría que ser borrado por el Señor
del Libro de la Vida (Apoc. 22, 19). El que cambiara, del modo que
sea, algo del Evangelio, según San Pablo, será condenado (Gal. 1, S).
b) En tiempo de los Santos Padres Ireneo, Tertuliano y Vicente de
Leríns, rechazaron las pretensiones de quienes afirmaban que
había revelaciones ulteriores a las de Cristo. San lreneo escribe
taxativamente que no se pueden introducir mejoras en lo que
anunciaron los Apóstoles (Contra las Herejías, Ill, 1). Los Apóstoles
anunciaron con toda exactitud y sin limitación a determinado grupo
de personas cuanto Cristo les comunicó a ellos, en el Cristianismo
jamás hubo doctrina esotérica destinada, por ejemplo, a personas
cultas o sabias. Los que aseveran tales cosas son negociantes de
la mentira, seductores e hipócritas (Contra las Herejías, III, 15).
San Vicente de
Leríns, comentando la primera epístola
de San Pablo a Timoteo, escribe lo siguiente: «Conserva, dice, el
depósito. ¿Qué es el depósito? Es lo que se te ha confiado, no lo
que tú has inventado; lo que has recibido, no lo que has
elucubrado; cosa no de ingenio, sino de doctrina; no del propio
pensar, sino de la tradición pública; lo que se te ha entregado, no lo
que tú has producido y en lo que no debes ser autor, sino custodio;
no fundador, sino discípulo; no guía, sino seguidor... Quédate con lo
que te fue otorgado, y eso es lo que has de dar a tus hermanos.
Has recibido oro: da oro. No pongas una cosa en lugar de otra, no
des plomo o engañoso cobre en lugar del oro que te dieron a ti. No
quiero oropel, sino puro oro (Commonitorium, 22; BKV, 55 y sigs.).
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 32 ss.