MAGIA

a) Concepto y clases de magia 
A diferencia de la religión que, como acabamos de ver, consiste 
en el encuentro personal con lo sagrado, la magia es considerada 
generalmente como una práctica humana por la que se obtienen 
unos favores inalcanzables por medios naturales ordinarios. 
Manifiesta un poder o habilidad especial sobre las fuerzas de la 
naturaleza, que sólo posee el que la practica. Basada en el deseo 
connatural al hombre de dominio y poderío sobre la realidad, la 
magia representa un fenómeno tan antiguo como la humanidad, de 
suerte que su extensión es tanto mayor cuanto más escaso es el 
conocimiento de las leyes físicas y más débil el dominio técnico. 
Aunque reconoce un orden sobrenatural, es un arte humano que 
actúa siempre a través de la intervención manipuladora del 
hombre.
Se ejerce por dos motivos principales: para obtener determinados 
objetos o favores (magia positiva-activa) y para evitar el mal 
proveniente de fuerzas ocultas caprichosas y arbitrarias (magia 
negativa-pasiva). En el primer caso, el mago se propone una doble 
finalidad: 1) inclinar la fuerza oculta con el fin de obtener bienes 
para la comunidad (magia blanca), o 2) causar daños irreparables a 
los enemigos (magia negra). Mientras la magia maléfica se opone a 
la divinidad porque intenta anular su potencia vital benefactora, la 
blanca, en cambio, puede ponerse en relación con ella secundando 
su poder. Por eso hay quienes la sitúan dentro del ámbito de la 
religión y la equiparan a la oración y al sacrificio. Pero más que en 
una intervención poderosa agraciante, su eficacia se apoya en la 
habilidad del mago y no en agentes sobrenaturales (dios, espíritus, 
etc.).

b) Magia y religión: MAGIA/RELIGION RL/MAGIA 
La relación entre religión y magia constituye en realidad un 
problema de difícil solución. La semejanza entre muchas de sus 
prácticas no autoriza a identificarlas.
Algunos autores (Drexel, S. Mowinckel) consideran la magia como 
un hecho que cumplió su misión en el curso de la historia de las 
religiones, y llegan a relacionarla con el culto de la naturaleza bajo 
sus diversas formas, pero niegan que constituya una forma previa o 
degenerada de la religiosidad. Es cierto que en algunas ocasiones 
aparecen juntas y entremezcladas, pero siempre marcan unas 
diferencias muy notorias que no pueden olvidarse. En todas sus 
manifestaciones, la magia denota poderío y dominio más que 
sumisión y dependencia, y se debe principalmente a una 
concepción equivocada del mundo y de la aplicación de sus leyes, 
que no tiene en cuenta el principio de causalidad y su recto 
funcionamiento. La religión, en cambio, es fruto del reconocimiento 
de la propia finitud expresado en una actitud de sumisión y 
dependencia.
Otros fenomenólogos de no menos renombre, como G. van der 
Leeuw, admiten ciertas afinidades entre estos dos fenómenos, en 
cuanto que ambos tienen que ver de alguna manera con fuerzas 
extranaturales. No obstante, terminan reconociendo su diferencia 
esencial, ya que, mientras la religión representa una forma de 
espiritualidad derivada del acatamiento de lo sagrado como valor 
supremo, la magia se apoya en la manipulación para atribuirse unos 
poderes que no le corresponden.
Para establecer con mayor precisión las notas diferenciales entre 
magia y religión, creemos conveniente enumerar los rasgos más 
significativos de cada una de ellas.
-Mientras el hombre religioso implora a la divinidad, acata sus 
designios y trata de volverla propicia, el mago la coacciona 
violentamente con el fin de suplantarla y adueñarse de su poder. 
Las fórmulas mágicas son conjuros y encantamientos; la oración 
religiosa, en cambio, es un acto de devoción basado en el respeto y 
en la gratitud.
-En la relación de dependencia que caracteriza a la actitud 
religiosa concurren todos los elementos propios del encuentro 
personal: subjetividad, reciprocidad, libertad y amor. La magia, por 
el contrario, despersonaliza lo sagrado y establece con los poderes 
ocultos una relación mecánica e impersonal, como lo demuestran 
determinadas prácticas tabuístas y manistas completamente 
amorfas y despersonalizadas. No es que el mago actúe de forma 
irracional, sino que concibe la causalidad de distinta manera que el 
hombre de nuestra cultura, y emplea a la divinidad como 
instrumento de dominación más que como objeto de veneración. Es, 
por tanto, una pseudoreligión o religión inauténtica, que desconoce 
el sentido verdadero de la trascendencia, confundiéndola con 
poderes naturales ocultos.
-Todas las actividades mágicas revisten un carácter híbrido que, 
junto a una falsa concepción de la divinidad, ofrecen una actitud 
inadecuada del sujeto para con ella. En opinión de H. Bergson, la 
magia se ejerce sobre un mundo semifísico y semimoral, sin que el 
mago tenga nada que ver con persona alguna sobrenatural. Más 
que personalidades completas, cree percibir en los acontecimientos 
y fenómenos seres relativamente individualizados que carecen de la 
dignidad y personalidad de Dios. Son poderes invisibles subalternos 
que fuerza el mago no tanto con violencia física como por medios 
similares a los empleados para obligar a una persona a obrar 
contra su voluntad.

c) Prácticas afines a la religión y a la magia 
Nos referimos ahora a una serie de prácticas o ejercicios, incluso 
creencias y comportamientos, que se relacionan indirectamente 
con la magia y con la religión. Son la hechicería, la superstición y la 
parapsicología.
- La hechicería es un fenómeno muy parecido a la magia, e 
incluso algunos la identifican con ella. Como ésta, tiene una 
concepción determinista de la naturaleza, en la que no interviene 
ningún poder trascendente y personal. Por eso puede el hombre 
servirse de la energía de los seres naturales por procedimientos 
especiales que denotan en el hechicero una potencia y habilidad 
fuera de lo ordinario. Los efectos que produce son semejantes a los 
de la magia, aunque la intencionalidad y los procedimientos pueden 
diferir considerablemente.
- La superstición, muy próxima a la actitud religiosa, se apoya 
en falsas creencias por las que atribuye poderes extraordinarios a 
determinados ritos con independencia de Dios. Ordinariamente se 
traduce en sentimientos de angustia ante fuerzas amenazantes, de 
las que intenta liberarse el supersticioso mediante prácticas y 
objetos muy singulares. Sus manifestaciones más importantes son 
el culto indebido (cadenas de cartas, oraciones milagreras en 
serie), la adivinación o predicción del futuro por medios 
desproporcionados (cartomancia, quiromancia, pseudoastrología, 
etc.), el hechizo profiláctico mediante usos y objetos (talismanes, 
amuletos), el maleficio (mal de ojo). Es debida a una desorientación 
o discernimiento erróneo que diviniza a la naturaleza atribuyéndole 
poderes y perfecciones indebidos que solamente competen a Dios. 
Como factores determinantes de la superstición pueden 
enumerarse la curiosidad humana por lo misterioso e inexplicable y 
la inseguridad producida por la falta de convicciones religiosas bien 
fundadas.
- Más alejada del campo religioso, aunque no completamente 
ajena, se encuentra la parapsicología. Suele definirse como el 
estudio de fenómenos psíquicos que escapan al control de la 
psicología científica. Ni que decir tiene que entre los fenómenos 
parapsicológicos los hay de carácter religioso, sobre todo de orden 
místico, que no han sido suficientemente explicados aún por medios 
científicos, porque resulta difícil distinguir su aspecto sobrenatural 
del elemento psicofísico meramente humano.
En el campo de la parapsicología se encuentran, entre otros, la 
clarividencia temporal y espacial, la telepatía, la lectura de 
pensamientos, ciertas apariciones y determinadas clases de 
estigmas. Muchos de estos fenómenos son más obra de la 
imaginación que de la inteligencia y responden a impulsos del 
inconsciente individual o colectivo, propenso a tomar por esencial lo 
que es mero accidente circunstancial.
Su clarificación compete a la psicología profunda, cuyos 
resultados en esta materia están siendo cada vez más positivos y 
sorprendentes. De todos modos, es legítimo afirmar que, aunque 
poseen algún concomitante de orden religioso, distan mucho de lo 
que se entiende comúnmente por religiosidad auténtica.

4. Tipos y clases de religión: RL/CLASES 
El hombre religioso ha expresado de múltiples formas su vivencia 
de lo sagrado a través de la historia. Ordenar y clasificar estas 
manifestaciones es poco menos que imposible, dada la variedad de 
culturas y la dificultad de ajustar a esquemas mentales los modos 
concretos de relacionarse el hombre con Dios. Ninguna religión 
presenta rasgos tan puros que permita diferenciarla taxativamente 
de las demás. Los distintos aspectos se interfieren de tal modo que 
sólo el rasgo predominante puede ser tomado como criterio de 
clasificación, pero siempre que derive de su estructura interna y no 
se deba a elementos accidentales o añadidos.
De acuerdo con este principio, los autores adoptan esquemas 
diferentes de ordenación, que nosotros reducimos a dos 
fundamentales, el fenomenológico y el sociológico. Cada uno de 
ellos emplea, a su vez, distintos criterios clasificatorios.

4.1. Esquema fenomenológico 
En este esquema incluimos las religiones profética y sapiencial; la 
politeísta, henoteísta y monoteísta; la mística y la personalista.

a) RL-profética y RL-sapiencial 
El criterio de distinción no es otro que la fuente o modo de 
conocimiento de las verdades fundamentales del credo religioso 
respectivo.
En la religión profética o revelada, la verdad no se obtiene por 
vía de reflexión, sino que se percibe como un don de Dios, que 
comunica libremente por medio de su palabra el plan de salvación a 
los hombres valiéndose de los profetas como intermediarios suyos. 
En la conciencia del profeta, la voluntad divina adquiere forma 
humana, haciéndose asequible de esta manera a la comunidad. Por 
eso se ha definido al profeta como el interlocutor divino que, 
moviéndose entre la luminosidad y la penumbra, transmite su 
experiencia sobrehumana a aquellos a quienes es enviado.
Por otra parte, hay que decir que el mundo de la profecía con 
mayor relevancia está bastante determinado geográfica e 
históricamente. Sus límites se hallan comprendidos entre los ríos 
Indo y Nilo, entre el Cáucaso y el golfo Pérsico, siendo sus máximos 
exponentes la religión judeocristiana, el zoroastrismo y el islam.
En la religión sapiencial, en cambio, predomina el aspecto 
reflexivo sobre el revelado, porque es el hombre religioso el que, 
abriéndose a lo divino, pero con acento en la investigación personal 
sobre la realidad, adquiere un conocimiento sobre el sentido último 
de la vida y de la historia. Se trata de una auténtica sabiduría o 
iluminación mental, que muestra el camino de la salvación. Su área 
de florecimiento es el Extremo Oriente, y se debe principalmente a 
los pensadores de la antigua China (confucionismo y taoísmo) y a 
los grandes sistemas doctrinales de la India (hinduismo, budismo).
Como advertíamos al principio, en ambas formas de religión se 
entremezclan el elemento sapiencial y el profético, aunque 
predomina aquél, que les da nombre.

b) Religión politeísta, henoteísta y monoteísta 
El criterio de esta clasificación es el modo de concebir la 
divinidad, de suerte que más que el número de dioses es la forma 
de su representación lo que cuenta.

Así, cuando los dioses son configurados al modo de la naturaleza 
(representaciones de las fuerzas naturales), tiene lugar la religión 
politeísta. Pero si la preeminencia de un dios determinado se debe 
a motivos locales, nacionales o políticos, aparece el henoteísmo, 
que profesa un culto exclusivo a una sola divinidad, sin negar las 
otras. El monoteísmo, por el contrario, presupone un concepto 
purificado de Dios, a quien concibe como ser espiritual y personal 
único, autor del mundo, creador y salvador del hombre. Las dos 
formas enunciadas en primer lugar son proclives al naturalismo y al 
panteísmo, en tanto que la última apunta a la transmundanidad y 
trascendencia divinas.

c) Religión mística y religión personalista 
La forma concreta de relacionarse el hombre con Dios o 
religiosidad subjetiva es aquí el criterio de distinción. Son tenidas en 
cuenta aquellas diferencias típicas del sujeto que ofrecen mayor 
regularidad y constancia. Por lo general, se deben a las limitaciones 
psíquicas, a la diversidad de caracteres, al distinto grado de 
desarrollo y al ambiente espiritual en que vive cada uno. El criterio 
definitivo no es ya el carácter personal o impersonal de la divinidad 
ni su unidad o pluralismo, sino el modo de referirse vivencialmente 
el hombre al absoluto.
Religión mística es, entonces, aquella forma de religiosidad en 
la que Dios lo es todo, mientras que lo mundano, incluido el 
hombre, es prácticamente negado. Todo se unifica, en último 
término en el abismo insondable del absoluto, de modo que la meta 
suprema no es otra que quedar absorbido en la divinidad.
Por el contrario, la religión personalista, a la vez que reconoce 
la supremacía de Dios, mantiene intactas las posibilidades del 
sujeto, el cual observa una relación viva con él, sin mengua alguna 
de su personalidad, sino realizándose como persona en dicho 
encuentro.

4. 2. Esquema sociológico 
El presente esquema recoge las diversas formas de expresión de 
las religiones en su decurso histórico. Tiene en cuenta, sobre todo, 
las estructuras sociales que revisten. Este criterio da lugar a dos 
grandes divisiones: las religiones tribales y universales, por un lado, 
y las primitivas, arcaicas, históricas, modernas y posmodernas, por 
otro.

a) Religiones tribales y universales 
RL-tribal es aquella que corresponde a una comunidad natural, 
como la tribu o el pueblo. Sólo en razón de su pertenencia natural, 
el individuo alcanza la salvación. Este tipo de religiosidad se 
remonta a la antigüedad más lejana y presenta unas divinidades 
territoriales que son veneradas con formas de culto propias de la 
cultura local. Tiene su origen en el hogar familiar y ofrece aspectos 
claramente naturalistas, ya que convierte a los elementos de la 
naturaleza (tierra, cielo, sol, luna) en objetos de adoración. Más 
tarde extiende su radio de acción, convirtiéndose en religión de la 
ciudad, de la nación y del imperio.
La religión universal corresponde a épocas más evolucionadas 
de la humanidad (en torno al s. VI a. C.) y comprende áreas de 
extensión supranacionales y supraculturales. Es sincretista 
generalmente y exige la adhesión libre de la persona a la divinidad 
para conseguir la salvación, siguiendo unos caminos y normas 
previamente establecidos. Su universalidad proviene del hecho de 
afectar al hombre en su especificidad humana y tener como término 
último de la relación el principio universal, creador y mantenedor 
único del universo. Entre las religiones universales se encuentran el 
hinduismo y el budismo, por una parte, y el judaísmo, el cristianismo 
y el islamismo, por otra.

b) Religiones primitivas, arcaicas, históricas, modernas y 
posmodernas 
La religión primitiva se funda en el mito, forma especial de 
lenguaje por la que el hombre expresa inmediatamente una realidad 
percibida por intuición o por experiencia íntima. La función del mito 
no es ofrecer un conocimiento objetivo y exacto de la realidad, sino 
alentar la búsqueda de sentido más allá de lo verificable por la 
experiencia. En los mitos del origen, se trata de un relato que narra 
la «creación» o el modo cómo algo ha comenzado a ser, así como 
su sentido profundo. En la expresión mítica del tiempo -por ejemplo 
Cronos o Saturno devorando a sus hijos-, el hombre percibe el 
tiempo como el lugar del nacimiento y de la muerte: nacemos y 
morimos en el tiempo y por el tiempo. En las religiones primitivas, el 
mito objetiva de algún modo el más allá y lo expresa por signos de 
carácter cósmico y humano, de tal manera que Dios mismo aparece 
actuando en la tierra al modo humano. De esta manera, el ser 
supremo aparece como el creador del mundo, el padre de los 
hombres, el autor del orden moral, etc. Esta diversidad de formas 
es debida al contexto cultural en que aparecen: ser celeste, madre 
tierra, señor de los animales, y hasta dios ocioso, si se tiene en 
cuenta su superioridad y lejanía. Típico de las religiones primitivas 
es el reconocimiento de otras figuras intermedias, junto al ser 
supremo, que polarizan el culto y la atención del sujeto religioso.
La religión arcaica, propia de África, de la Polinesia y de 
América del Sur, presenta como rasgo característico esencial un 
culto verdadero con sacrificios y sacerdotes y, en algunos casos, 
con realeza divina y sacerdotal. Sus símbolos están perfectamente 
configurados, y cuenta con un panteón de dioses que determinan la 
vida del grupo étnico.
Por religión histórica se entiende aquella que conoce la 
escritura y es estudiada por métodos históricos más que por la 
arqueología y la etnografía. La característica principal es el 
reconocimiento de la trascendencia como realidad distinta del 
cosmos empírico. Asimismo comporta una mayor organización que 
las anteriores, basada, sobre todo, en el ordenamiento de las 
clases sociales, que en algunas de ellas se reducen a éstas: élite 
político-militar, élite religioso-cultural, campesinado, clase 
ciudadana de artesanos y comerciantes.
En oposición a la religión histórica, algunos autores, como Bellah, 
hablan de religiosidad moderna. Esta rechaza el dualismo 
excesivo Dios-mundo, esencial en las religiones históricas. En esta 
clase de religión, la Iglesia no tiene el monopolio en la 
administración de lo sagrado, puesto que corresponde a cada 
persona individual buscar por sí misma el sentido último de la 
existencia y el modo de realizarlo, al margen acaso de la 
normatividad y ortodoxia oficiales. Su ámbito de influencia son los 
valores individuales y familiares, prescindiendo de la marcha 
general de la sociedad y haciendo especial hincapié en la 
continuidad lineal de la historia personal.
De esta religión se distingue una nueva forma de la que comienza 
a hablarse ya, la religiosidad posmoderna. Se trata, según H. 
Cox, de una forma de religión propia de una época naciente, que no 
se caracteriza precisamente por la secularización y dominio de lo 
profano, sino por el retorno de lo sacro, como sugieren ciertos 
fundamentalismos religiosos y el pulular actual de las sectas. Es 
una vuelta a la trascendencia, a lo sobrenatural y a la sacralidad, 
de modo que el culto y la norma administrativa predominan sobre el 
compromiso personal y la dimensión encarnacionista de la fe 
religiosa. La práctica ritualista, la fe milagrera, las manifestaciones 
populares y el tema de la resurrección son otras tantas 
características de esta nueva forma de entender hoy la religión por 
grupos cada vez más numerosos. Todo ello aparece aquí vinculado 
a los acontecimientos de carácter popular y festivo, desligándose 
del mundo y de la sociedad, y volviéndose a lo mítico, a la 
meditación trascendental y a los símbolos religiosos. A pesar del 
gran influjo que está teniendo en las Iglesias y en las instituciones, 
un serio interrogante flota en el aire: ¿descubren estos 
neosacralismos el carácter genuino de la religiosidad auténtica? 
Al llegar a este punto, conviene aludir a lo que se viene 
conociendo con el nombre de religiones de reemplazo. No se 
trata de religiones propiamente dichas, sino de otras tantas formas 
de nostalgia religiosa que, al perder su verdadero objetivo (Dios), 
ponen en su lugar objetos y bienes terrenos a los que confieren un 
valor absoluto. Se inventan ciertos ídolos que acaparan la atención 
del hombre e imponen una forma de comportamiento semejante a la 
actitud religiosa. Determinados sectores de nuestra sociedad son 
muy sensibles a esta forma de religiosidad, que sustituye a Dios por 
múltiples sucedáneos no menos exigentes que él.
En esta clase de religión, que bien podemos llamar de 
«sustitución», hay que situar el culto a la «trinidad positiva» de A. 
Comte, los nacionalismos redentores, el mesianismo comunista, el 
antropologismo divinizante, el idealismo étnico, la utopía social, la 
omnipotencia del dinero. Aunque el hombre pueda quedar 
subyugado por estas formas de absolutización, ninguna de ellas 
reúne las condiciones mínimas de la religión. Más que liberar, 
esclavizan al ser humano, encerrándolo en un espacio 
socio-cultural y político que imposibilita cualquier intento de 
trascendimiento verdadero. Intereses financieros, políticos y de otra 
clase se encuentran a la base de estos movimientos que acaparan 
el interés del hombre contemporáneo desorientado en la búsqueda 
de la verdad y del bien.


LUCAS SAHAGUN
10 PALABRAS CLAVE EN RELIGION
EVD.NAVARRA-1992.Págs. 61-71