PALABRA DE DIOS TEXTOS

 

1. PALABRA/DIVINA-HM:

Pero es preciso no perder de vista las diferencias que hay entre la palabra divina interna y la palabra humana interna. Son tres, especialmente:

a) La palabra humana es fugaz y perecedera. Un pensamiento ahuyenta a otro. Los pensamientos surgen del interior de la subconsciencia y vuelven a desaparecer de nuevo allí. Salen de entre las nieblas ondulantes del oscuro e impreciso reino de lo inconsciente y adquieren forma clara y diáfana. Con frecuencia no disponen de la fuerza necesaria para dar forma nuestra a personalidad. Las palabras humanas en que se encarnan los pensamientos son, como éstos, frágiles y fugitivas. Vienen y se van. Las pronunciamos y el viento se las lleva. Entre las palabras humanas fugitivas, indignas de una existencia duradera, se encuentran algunas dotadas de poder, y, entre éstas, algunas que son dignas de detentar ese poder porque encierran en sí valor y grandeza. Por eso ocurre a veces que una palabra humana conmueve al que la oye y le transforma. Hasta puede suceder que una palabra dada conmueva a toda una época, creando el horizonte de una nueva concepción del mundo y de un nuevo sentimiento de la vida. Tales palabras crean Historia y se muestran activas aun después del instante en que han sido pronunciadas. Pero lo que queda de esas palabras creadoras de Historia no son el sonido y la forma verbales, sino la fuerza operativa.

La Palabra divina, al contrario, es incondicionalmente subsistente. Es realidad purísima, sin presentar mezcla de realidad y posibilidad. La palabra de Dios no está sometida a la caducidad, porque participa del poder existencial de Dios. Su poderío existencial es el poderío existencial absoluto del Padre. Por eso existe desde la eternidad la palabra en que el Padre pronuncia (expresa) a Dios y al mundo. Durará eternamente. Es una palabra eterna. El Padre la pronuncia incesantemente desde la eternidad. Existe con fuerza incondicional en tanto que el Padre la forma siempre, a través de un proceso eterno. Resuena, por tanto, en todos los lugares y a través de todos los tiempos. Si es que nosotros no podemos percibirlo, la razón de ello consiste en que nos faltan los oídos adecuados. Pero llegará el tiempo en que dispondremos de esos oídos. En la existencia posthistórica Dios nos comunicará la capacidad auditiva necesaria para poder percibir la palabra del Padre.

b) A la fragilidad existencial de nuestros pensamientos y palabras viene a añadirse su pobreza de contenido. En ninguna palabra, en ningún pensamiento puede estar presente la riqueza de nuestra esencia y de nuestro saber, para no hablar de la riqueza de la realidad entera. La palabra expresa sólo un aspecto parcial de esa riqueza. Sólo raramente dispone un pensamiento de tanta fuerza y plenitud que veamos manifestado en él nuestro ser entero. Esto acontece a veces con ideas genialmente poéticas, artísticas y científicas. Tales ideas, obrando retroactivamente, pueden influenciar todo nuestro ser y darle forma. El no poder expresar adecuadamente mediante la palabra nuestros pensamientos y nuestro amor es el gran dolor de la conversación humana. Por medio de la palabra expresamos solamente una pequeña parte de lo que hay en nuestro espíritu y en nuestro corazón. La palabra humana es por eso siempre una alusión al mundo invisible e inaudible de la interioridad humana. Por medio de la palabra exigimos del oyente que oiga aquella realidad que se manifiesta en la palabra, pero que no puede encarnarse exhaustivamente en la palabra. Si no es capaz de hacerlo, si no puede percibir la realidad trascendente que resuena en la palabra humana, entonces hasta la palabra de más plenitud es para él un sonido vacío.

Totalmente distinto es el Logos de Dios. La palabra pronunciada por el Padre no sólo posee potencia existencial indestructible, sino también absoluta plenitud de contenido. El Padre ve toda la riqueza del ser con una sola mirada de infinita profundidad y extensión, y expresa su conocimiento por medio de un solo pensamiento de absoluta simplicidad e inconmensurable plenitud. No forma este pensamiento para objetivar y presentar ante su espíritu la realidad que ha de ser conocida. Antes bien, el pensamiento del Padre es la expresión intradivina y exhaustiva del conocimiento de Dios, y la revelación intradivina de su infinita actividad pensante. Esta manifiesta su fecundidad produciendo un pensamiento que no desaparece nunca, que subsiste, que posee la misma fuerza existencial y la misma plenitud que el Padre, el cual piensa y engendra pensando.

c) Por fin, la palabra de Dios no solamente es subsistente; además se conoce a sí misma y afirma su propia existencia. Por lo tanto, es Persona y está ante el Padre bajo la forma de yo personal. Se vuelve hacia el Padre y contempla su semblante; conversa con Él. Más aún, en tanto que se vuelve hacia el Padre no es más que la respuesta personal dada al Padre. La palabra personal intradivina es palabra del Padre en tanto que el Padre la pronuncia y es respuesta dada al Padre en tanto que esa palabra contempla al Padre. Hay, pues, en Dios multiplicidad personal porque tiene lugar en Él una conversación, porque en Él se da la comunidad de la conversación al Espíritu Santo, el cual es el lazo de su unidad. El Espíritu Santo es, por decirlo así, el sello que garantiza que el Padre y el Hijo se comprenden mutuamente en la conversación: en la palabra y la respuesta interviene y se manifiesta un amor infinito. El carácter personal de la palabra divina es la nota que la diferencia sobre todo de la palabra humana, la cual tiene carácter accidental.

(·SCHMAUS-1.Pág. 579 ss.) ........................................................................

2. PD/FUERZA

Transformación radical

La palabra de Dios es capaz de transformarnos radicalmente. Y como toda palabra se reduce a una palabra, que es amor, el cambio va siempre en la linea de esta vivencia. Así de un ladrón puede hacer un bienhechor, como Zaqueo; de un burgués acomodado puede hacer un discípulo entregado, como Mateo; de un perseguidor furioso un apóstol inflamado, como Saulo; de un intelectual enviciado un santo obispo, como Agustín; de un conquistador ambicioso un defensor de los indios, como Bartolomé de las Casas. Puede hacer de cualquier egoísta un testigo de su amor. Puede hacer de cualquier pobre diablo que somos todos nosotros, un hombre de bienaventuranzas, profeta del evangelio y constructor del Reino. Puede hacer de cualquier pequeño hombre un hijo de Dios.

La palabra entonces no es una elucubración o una lección. Es un acontecimiento, un parto, una encarnación nueva. Así que la palabra no se dice, sino que se hace; no sólo se proclama, sino que se realiza; no sólo se estudia, sino que se vive. La palabra es un sacramento.

(_CARITAS/85-2.Pág. 121) ........................................................................

3. I/PD

En el plano de la fe se puede explicar de la siguiente manera la relación en que la Iglesia está con respecto a la Escritura, y ésta con respecto a la Iglesia mediante las líneas siguientes: en la Iglesia, de la que dan testimonio tanto la Escritura como su propia existencia en la Historia, vive la palabra de Dios. En las enseñanzas eclesiásticas constituidas por el Magisterio vivo y por el tesoro doctrinal objetivo, actúa el Espíritu Santo.

El es también el autor principal de la Sagrada Escritura. Iglesia, pues, y Escritura son obra del Espíritu Santo; ambas tienen como fundamento su actividad, ambas se fundamentan y apoyan mutuamente, en tanto que ambas poseen la palabra de Dios. La Sagrada Escritura es el testimonio de lo Apóstoles operado por el Espíritu Santo; en la lglesia se da el testimonio de Cristo operado por medio de los Apóstoles (lo. 15, 26 y sigs.). La Iglesia, cuyo principio de vida es el Espíritu Santo, reconoce que la Escritura confiada a su vigilante custodia es el testimonio por medio del cual el Espíritu Santo da fe de la Palabra que Dios habla al hombre; es decir, da fe de Cristo Señor nuestro. La Iglesia escuchando la Palabra de Dios, cumple su misión, lo mismo que cuando obedece a sus mandatos y los anuncia a los hombres. La Sagrada Escritura, a su vez, testifica que la Iglesia es el cuerpo de Cristo. La Iglesia no se declara ama y señora absoluta de la Escritura al exigir para sí el derecho a interpretarla. No pretende ejercer dominio alguno sobre la palabra de Dios consignada en la Escritura, ni pretende ser ella la que comunica a esa palabra su autoridad, que ya la tiene por proceder de la fuente de que procede.

Tiene la Escritura una independencia y autonomía que la Iglesia ha de respetar. "En efecto, la Sagrada Escritura en lo tocante a su origen, esencia y destino, es un bien que pertenece a Dios, es una posesión divina, y sigue, al ser entregada a la Iglesia, perteneciendo a Dios; es voluntad del Señor el que por medio de la Iglesia llegue a ser reconocida en el mundo la validez de su verdad, su ley de fe y vida". (J. M. Scheeben, Handbuch der Dogmtik, I, 129).

De lo dicho se infiere que la Iglesia no pretende otra cosa que salvaguardar la pureza del Eyangelio (D. 783). No interpreta de un modo arbitrario las Escrituras; antes al contrario, garantiza su autoridad, anuncia su contenido y expone de un modo fiel su sentido. Es esto lo que enseña San Agustín cuando escribe: "Yo ni siquiera creería en el Evangelio si la autoridad de la Iglesita Católica no me obligase a hacerlo" (Contra epistulam fundamenti, 5).

La Iglesia administra la Sagrada Escritura, tesoro divino confiado a su guarda, con la asistencia del Espíritu Santo. EI protestantismo afirma que todos los creyentes disponen de iluminación interna y de asistencia directa del Espíritu Santo al interpretar las Escrituras; el católico atribuye tales dones solamente a la Iglesia. Sometiéndose al Magisterio de la Iglesia, el individuo particular adquiere certidumbre inmutable en cuanto se refiere a la interpretación de la Escritura. Para la audición adecuada de la palabra de Dios le capacita el Espíritu Santo, que actúa también en él y lucha contra la inclinación de todo hombre a interpretar autoritativamente y con absoluta arbitrariedad la Sagrada Escritura.

(·SCHMAUS-1.Pág. 96 ss.)

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4. EU/PD/ORIGENES

TOMAR EN SERIO LA "DOBLE MESA"

Es famoso el pasaje en que Origenes (+ 254) urge a que se ponga tanto empeño en no perder nada de la Palabra como el que se pone en no perder nada del pan consagrado de la Eucaristía: "Los que soléis tomar parte en los divinos misterios sabéis con cuánto cuidado y reverencia guardáis el Cuerpo del Señor cuando os es entregado, no sea que alguna pequeña migaja de él pudiera caer al suelo, pudiendo perder alguna pequeña parte de aquel don santificado. Con razón os sentiríais culpables si por vuestra negligencia cayera al suelo cualquier fragmento. Pues bien, si con razón dais muestra de tal cuidado en guardar el Cuerpo del Señor, ¿podéis pensar que sería menos culpable cualquier descuido en guardar su Palabra que en guardar su Cuerpo?" (Homilía sobre el Éxodo 13,3).

El Concilio Vaticano II, con una comparación que pareció atrevida a bastantes de los padres conciliares, dijo: "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo. Pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartirá los fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (DV 21).

Está bien que lo recordemos para que, sin disminuir ni un ápice nuestro respeto a la Eucaristía, pongamos todos los medios para expresar y aumentar el respeto a la proclamación de la Palabra en la primera parte de la celebración.

J.A. MI-DO/99/15 1