El
testimonio de las abuelas Las
abuelas modernas están haciendo una tarea educativa fundamental.
Parecen las «suplentes»
hay tres elementos que pueden ser comunes al testimonio de todas las abuelas del mundo: la presencia, la iniciación a la contemplación y el amor que no pone condiciones que tantas veces las abuelas tienen que hacer un papel de suplencia agotador y precioso al mismo tiempo. Sin embargo me parece que hay tres elementos que puede que sean comunes a todas las abuelas del mundo por muy distintas que sean las situaciones. El
primero es la presencia. Uno de mis nietos estaba enfermo y mi hija
tenía que irse a la universidad a dar clase. Yo soy profesora en
excedencia y por tanto estoy más libre, al menos en teoría. Le dije a
mi nieto: «No te preocupes cariño. Yo me quedo contigo. Vamos a ver
juntos Pinocho, te preparo un bocadillo pequeñito y te tomas la
medicina». Él me contestó «¡Abuelita, menos mal que existes!». Es
una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca. Y pensé en tantas
cosas que están ligadas a ese existir de las abuelas y de las que todos
hemos tenido experiencia alguna vez. El segundo es la iniciación a la contemplación y al misterio. En la vida de fe de mucha gente creyente han jugado un papel importante sus abuelos. Han sido o los iniciadores o los educadores, o los que les han dado un testimonio que les ha marcado para siempre. A menudo lo han hecho rezando con los niños o leyendo con ellos la palabra de Dios, diciendo algo que tocaba el corazón, o llevándolos a la iglesia... Pero también dejando que en los niños florezca esa búsqueda del misterio, esa tensión hacia
las
abuelas ven en las Dios que
Él mismo ha puesto en el corazón de cada persona. Para iniciar a un niño
en la contemplación no es necesario esforzarse demasiado sino callar y
confiar porque no se trata de crear nada sino de liberar lo que ya
existe; puede uno estar en silencio una noche estrellada cogido de la
mano de su nieto pensando en cómo Dios creó el mundo, la maravilla
insondable y misteriosa del universo, puede uno disfrutar y abrir los
ojos de un niño a lo que le rodea; los árboles, los animales, las
montañas, las nubes y contestar o
El
tercero es la misericordia, la ternura, ese amor que no pone condiciones
y que deja siempre una puerta abierta por muy mal que uno se haya
portado y por poco que uno lo merezca. Un amor que comienza valorando,
algo que tan necesario es haber experimentado para poder sortear los
embates del desamor que a veces llegan. Es muy significativo que cuando
alguien se alaba a sí mismo siempre se comenta "ese no tiene
abuela" porque se sabe que son las abuelas las que proclaman las
cualidades de sus nietos, las que ven de modo privilegiado esa llama
profunda que hace de cada niño, de cada persona, la persona única que
es. No es que los padres no sean capaces de esa clase de amor. El amor
de un padre es precisamente así, pero como están preocupados en
trabajar por los hijos, en educarles, en corregirles, en enseñarles,
muchas veces dan por supuesto que sus hijos ya saben, ya conocen ese
amor inmenso que les tienen. Las abuelas no, las abuelas nos repetimos
hasta en eso; en decir una y otra vez lo maravillosos que son nuestros
nietos, y lo decimos a los demás y a ellos también. Gracias a Dios esa
alabanza fomenta la autoestima que tan necesaria es para vivir con
equilibrio. Mercedes
Lozano es madre de familia, abuela y además |