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SALMOS GRADUALES

 

 Luis González Arias, ocso

 

INTRODUCCION

 

            También pueden llamarse salmos escalonados. Mientras los salmos de peregrinación cantan la llegada al templo, la recepción por parte de los sacerdotes que habitan en él, su exhortación sapiencial y posterior bendición; éste grupo de salmos abarca un entorno más amplio que incluye, no sólo la última etapa de la peregrinación y sus emociones a la vista del templo y de la ciudad santa, sino todas las peripecias y sentimientos desde el proyecto de la misma hasta su culminación. Tienen, pues, unas características especiales que les hacen dignos de ser considerados como grupo aparte. Cantos de subida o progresivos, son 15 salmos, del 119 al 133, (conforme a la enumeración que aparece en la L.H.) que pueden ir reflejando dicha subida, aunque en ocasiones sea difícil delimitar cada etapa dado que, frecuentemente, el acento está puesto en experiencias personales, en descripciones de una circunstancia especial, etc. Dichas etapas abarcan, al menos, desde las motivaciones y preparativos de la peregrinación (Ps 119) hasta la despedida del templo para iniciar el regreso (Ps. 133)

 

            Así como el trabajo agrícola es más llevadero acompañado con cantos, en una peregrinación hacia la ciudad Santa y el templo, de una duración relativamente larga, cantar o salmodiar es tan espontáneo como constructivo, dado que el recuerdo de Yahveh lo hace presente como un compañero más de camino. También S. Pablo recoge el ambiente creado por un grupo cristiano cantando y salmodiando en la reunión para la fracción del pan, al ir al templo para la oración, o subir a él en peregrinación cuando todavía no había tenido lugar la escisión con el judaísmo:

“El mensaje del Mesías habite entre vosotros en toda su riqueza: enseñaos y aconsejaos unos a otros lo mejor que sepáis; con agradecimiento cantad a Dios de corazón salmos, himnos y cánticos inspirados”. (Col 3, 16)

            Salmos completos en sí mismos, no son, sin embargo, independientes unos de otros; de ahí la conveniencia de estudiarlos en su conjunto. Para comprender cualquiera de ellos hay que situarlo antes en el lugar que ocupa en la serie, porque no es lo mismo la sensibilidad y experiencia al principio de la peregrinación que las vivencias a la mitad del camino, o la satisfacción cumplida a la llegada; así como la despedida, regreso y nostalgia posterior; nostalgia temporal, si existe la perspectiva de organizar una nueva peregrinación, o nostalgia para toda la vida, siendo entonces recordado y acariciado mental y cordialmente como una experiencia única.

            Conviene precisar las diferentes etapas para encuadrar después cada uno de ellos. Etapas que, desde luego, un israelita nunca las situará en función de la distancia que ha recorrido, o que todavía le separa del lugar de peregrinación; si no que, basado en determinadas experiencias básicas de la historia de Israel que constituyen su credo y su identidad religiosa, le impulsará a diseñar cada etapa con el pincel de los sentimientos, expresados en asociación a dichas experiencias de salvación, de intervención de Yahveh en la historia y a favor de su pueblo. De este modo la peregrinación deja de ser un simple andar y acortar camino, sino que queda “teologizada”, absorbida por la fe hasta el extremo de adquirir tintes pascuales, en el sentido de que cada acontecimiento personal o colectivo es interpretado como encuentro o experiencia actualizada de Dios, y ésta es siempre salvífica.

            Dicha experiencia y peregrinación “teologal” no se acaba en sí misma sino que se incorporará a la vida cotidiana convirtiéndola a su vez en otra peregrinación existencial hacia un futuro, que se abrirá como solución al presente histórico. El israelita se situará en la esperanza de los tiempos mesiánicos; el cristiano, por la fe en Jesús Mesías, en la esperanza en un mundo transformado cuyos perfiles describe el Apocalipsis.

 

ASPECTOS RELEVANTES DEL CREDO ISRAELITA EN LOS SALMOS GRADUALES

            La salida de Egipto, de la esclavitud, para caminar hacia la Tierra Prometida, con la recién estrenada libertad, con ánimos para abordar la conquista de la misma, constituye, en la persona de los antepasados, la primera subida a Jerusalén.

            El destierro a Babilonia y el posterior retorno, en tiempos de Esdrás y Nehemías, constituye otra “subida”, tan cualificada como la anterior, y por ello igualmente cantada. La influencia de los profetas y la atribución de Jerusalén como “luz de las gentes” desembocará en la literatura de los tiempos mesiánicos, del futuro, concebido como una subida de todas las naciones a la ciudad Santa, que dará razón de todo un pueblo supuestamente como cabeza de la humanidad.

            Todos estos aspectos se entrelazan en los salmos de peregrinación con objeto de exponer una anécdota determinada de la peregrinación en curso, que, lógicamente, estará cargada de sublimación e imaginación literaria.

            La mención implícita o explícita del templo atravesará este grupo de salmos, bien como evocación de su reconstrucción a la vuelta del destierro y a costa de muchas dificultades, bien como lugar idealizado e incluso mitificado. Entra en juego entonces el riesgo de la sublimación, con el peligro de creerse justificado por el mero hecho de entrar en él, de convertirlo en orgullo nacional enajenándolo de su significado espiritual.

“No os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo: el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor.” (Jr 7,4)

            La posibilidad de la alienación de la religión que, en Israel, abocó a una desviación por la que no entendió que Jesús fuera el Mesías, y su mesianismo el del Siervo de Yahveh, llegó a ser patente.

“Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos; porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.” (Mc 10, 43-45)

            Lo cual confirma que el papel de Israel en el concierto de las naciones, y el templo como expresión de culto, es el servicio a la humanidad. Sólo de este modo queda garantizada la vitalidad de la fe y, en consecuencia, de la religión. Era ésa su misión, la que le había de otorgar identidad y sentido como pueblo de Yahveh, pero no siempre lo asumió así.

            Es comprensible entonces el proceso de desmitificación del templo que iniciara Jesús, corrigiendo y resituándo el sentido auténtico del culto y de la peregrinación; Lucas redacta su Evangelio como una peregrinación de Jesús hacia Jerusalén.- como un salmo gradual -, donde él es el salmista y el peregrino, que camina hacia la ciudad y su templo para situarlos en su lugar:

“Cuando veáis a Jerusalén sitiada por los ejércitos sabed que está cerca su devastación”. (Lc 21,20)

“Al salir Jesús del templo, uno de los discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué construcciones! A lo que repuso: ¿ves estos magníficos edificios? Los derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra. (Mc 13, 1 ss.)

            En el año 70 de la era cristiana acontecía la destrucción de Jerusalén y del templo a cargo del Imperio romano, siendo descrita posteriormente por Flavio Josefo.

 

DESCRIPCIÓN EN RELIEVE DE LOS SALMOS GRADUALES

            Una somera descripción de cada salmo dentro del conjunto, permitirá reconocer el escalonamiento y descubrir la trayectoria de principio a fin, abarcando los inicios de la peregrinación, las vicisitudes del camino, la despedida en el templo y el regreso.

 

v     El Ps. 119 anuncia la preparación de una peregrinación y, con ello, la respuesta positiva de Yahveh a un deseo y a una petición.

v     El Ps. 120 describe la despedida que la comunidad local dispensa al peregrino, deseándole toda suerte de buenos augurios.

v     El Ps. 121, el más parecido a los salmos de peregrinación, describe la llegada a las puertas de Jerusalén, la catequesis consiguiente, y la invitación a la oración.

v     El Ps. 122 y 123 son oraciones que complementan y desarrollan el salmo 121, sobretodo los versículos 6 al 9.

v     El Ps.124 es el salmo en torno al cual gira la llegada y el comienzo del culto, con un comentario apologético de Jerusalén, el templo, etc.

v     Los salmos del 125 al 128 recogen comentarios, conclusiones sapienciales de lo que se está viviendo, procesiones, la experiencia familiar como bendición de Yahveh y núcleo de la sociedad israelita agrupada en tribus; sin faltar el recuerdo de los enemigos con sus provocaciones, que ensombrecen la bendición y suscitan el consiguiente rechazo.

v     El Ps. 129 es una oración que acompaña al sacrificio de expiación por las infidelidades a la alianza.

v     El Ps. 130 canta la rehabilitación gracias a la expiación, la consideración piadosa de sí mismo ante Yahveh, y la renovación de la fe en sus promesas.

v     El Ps.131. Una vez purificado, el peregrino puede celebrar la “Fiesta de Sión” cantando parabienes sobre el Arca de la Alianza.

v     El Ps. 132 refleja el banquete sagrado que siguió al sacrificio de expiación, alabanza y acción de gracias; va transcurriendo el tiempo de estancia, - quizás ya una semana -, y la convivencia se hace comunión, bendición y felicidad.

v     El Ps. 133 resume el adiós del peregrino a los sacerdotes que habitan en el templo; se encomienda a ellos y recibe su bendición como respuesta, poniendo punto final a la peregrinación. Dedicará todavía unos días a las actividades comerciales antes de emprender el regreso a casa.

Todos estos salmos se caracterizan por la brevedad. El salmista toma una idea simple y la desarrolla con cierta economía de medios; son piezas líricas que no pretenden inculcar nada, sino penetrar con suavidad y apagarse dentro dejando resonar sus sugerencias, formalmente acabados en su brevedad pero mentalmente abiertos a anchos espacios. La mayor parte datan de una época postexílica mientras que otros, siendo anteriores, han sido sometidos a una reelaboración formando, en conjunto, una excelente muestra de la poesía lírica de los judíos repatriados. Veámoslo por separado.

 

SALMO 119

 

            En general es una súplica, que delata la triste experiencia de residir en un país extranjero y sometido a la hostilidad de sus habitantes. Lo más probable es que el salmista exprese literariamente reminiscencias y recuerdos del exilio para cantar la lejanía de Jerusalén y el templo. Masac y Cadar no son, en este caso, más que figuras retóricas que ayudan a expresar dicha lejanía, no sólo geográfica sino fundamentalmente sentimental y espiritual; a manifestar incluso cierto desprecio por los pueblos considerados bárbaros ya que no son “elegidos”, como lo era Israel. No estar cerca de Jerusalén es equivalente a vivir en alerta, sin descanso, en lucha y sin paz profunda y estable, lo cual sólo puede traducirse en lamento. El último versículo es lapidario, la conclusión de una experiencia elevada a categoría universal; la expresión de una contradicción existencial: basta desear una cosa, para que suceda la contraria.

 

            Desde la perspectiva de la peregrinación, resume alegóricamente el gran número de dificultades a la hora de superar los inconvenientes, de tomar la decisión, de ponderar las circunstancias favorables y desfavorables, y de tener en cuenta el anhelo por la cada vez más idealizada ciudad Santa.

 

SALMO 120

 

            Expresa la confianza necesaria para llegar a la meta. Jerusalén está lejos pero el camino ya ha sido recorrido en la imaginación; es viable porque, igual que Yahveh estuvo con los antepasados en la travesía del desierto, lo va a estar ahora con el peregrino en cuestión. Otear el horizonte es recibir la respuesta desde la lejanía; el dueño de toda la tierra, que habita en el Templo, allana el camino con la llamada misma, percibida como eco en el interior del salmista. (vv. 1 y 2)

            Las alusiones a la historia de Israel en el desierto son constantes, y más concretamente al libro del Deuteronomio; el cual es a su vez una versión actualizada de dicha historia para su aplicación en circunstancias posteriores a la misma, una de ellas puede ser la peregrinación.

“Yahveh tu Dios te ha llevado como un hombre lleva a su hijo, a lo largo de todo el camino que habéis recorrido hasta llegar a este lugar”. (Dt 1,32)

“Acuérdate del camino que Yahveh tu Dios te hizo andar durante los cuarenta años en el desierto, para probarte y conocer lo que había en tu corazón. No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años”.  (Dt 8, 2.4)

 

SALMO 121

            Todo él es un canto a la ciudad Santa, Jerusalén. Los dos primeros versos, que constituyen la introducción, concentran dos momentos culminantes de la peregrinación, la partida y la llegada; olvidándose del trayecto y sus fatigas. El cuerpo del salmo (vv.3-5), añadirá algún color más a modo de glosa o comentario; mientras que el desenlace o conclusión (vv. 6-9) es una rúbrica o reafirmación de Jerusalén frente al tiempo, - intentando imprimir cierto carácter de perennidad -, expresada con los mejores augurios de paz y bendición.

            Jerusalén significa visión y posesión de paz perfecta; el sueño de la humanidad nunca conseguido, la utopía. El carácter funcional, sin embargo, e interino de dicha ciudad lo subrayó Jesús al llorar ante sus puertas (Cf. Lc 18, 41-44); pues un día terminaría por ser símbolo de destrucción, primero del hombre al hacerle morir fuera de sus murallas, y más tarde de sí misma al hallarse convertida en símbolo de una sutil idolatría, en nombre mismo de Yahveh.

S. Pablo, reordenando las piezas del “puzzle”, concluirá que no hay otro templo que el hombre mismo:

“¿Es que son compatibles el templo de Dios y los ídolos?; porque nosotros somos el templo de Dios vivo”. (2 Cor 6, 16)

A través de un salto cualitativo en función de la Pascua de Jesús, el Apocalipsis recuperará el nombre y destino de la vieja ciudad para designar la nueva y definitiva, la Jerusalén celeste.

 

SALMO 122

            Salmo de súplica que recuerda la humillación de los desterrados, pero manifiesta al mismo tiempo una gran fe en Yahveh libertador. Es el típico salmo reelaborado, o teologizado; la peregrinación pasa por una primera fase de lejanía de la ciudad y del templo equiparable a la lejanía y oprobio de los israelitas en el destierro donde la necesidad de Yahveh, que es quien realmente da vida al pueblo, se hizo intensa. Anteriormente el templo pasó a ser ordinariamente lugar de profanación:

“A la entrada del templo del Señor, entre el atrio y el altar, había unos veinticinco hombres de espaldas al mismo, y mirando hacia el oriente: estaban adorando al sol”. (Ez 8, 16)

Así sobrevino el destierro y, en ocasiones posteriores, la destrucción de la ciudad. En el fondo, siempre subyace el subconsciente humano de buscar su propia finalidad, aún sin importar los medios si fuere necesario. En este caso, tanto el destierro como la desolación, ejercen una función depurativa pues obligan al clamor, al cambio o conversión, con el restablecimiento de una relación – religión - cargada de sinceridad.

            El salmo está recorrido por dos actitudes antagónicas: desprecio y piedad. Una humillación sistemática puede doler más que una herida física, puede degradar. Ante el aprieto, el salmista supera el orgullo y desprecio de sus deportadores para remontarse a Aquél que devuelve su auténtica dimensión a los mortales. Dios no humilla sino los hombres, incluso utilizando su nombre:

“Quien desprecia al prójimo peca. Quien se burla del pobre afrenta a su Hacedor”. (Prov 14, 21 ss.)

“Avergüenzate de acompañar un regalo con un desprecio”. (Eclo 41, 22)

“El rico ofende y encima se ufana, el pobre es ofendido y encima pide perdón”. (Eclo 13, 3)

            Desde la amplitud que otorga una lectura cristiana, tanto el salmo como los evangelios enfrentan dos tipos humanos antagónicos; el autosuficiente y poderoso, que se justifica a sí mismo, y el dependiente y humilde, que recibe la justificación como un don especial, realmente valorado. El salmo utiliza como comparación al esclavo frente al amo, y el evangelio al publicano frente al fariseo (Cf. Lc 18,9-14), de donde se deduce que nunca podrá ser cristiana una espiritualidad de esclavitud.

“No habéis recibido un espíritu de esclavitud, que os haga retornar al temor, sino que habéis recibido un espíritu de filiación divina, que os permite clamar: ¡Abba, Padre!” (Rm 8, 15)

 

SALMO 123

            Puede considerarse como una continuación del anterior, abundando en la acción de gracias por la superación una situación embarazosa. La peregrinación no está exenta de peligros, de acoso de hombres y fieras, y el salmista lo formula literariamente con reminiscencias del paso del Mar Rojo, donde los egipcios quedaron engullidos mientras los israelitas resultaban milagrosamente ilesos.

“Moisés extendió la mano sobre el mar, y Yahveh hizo que se retirara, merced a un fuerte viento seco que sopló toda la noche. Los israelitas entraron por el mar a pie enjuto, y los egipcios los siguieron pero, a un nuevo gesto de Moisés, Yahveh hizo que las aguas recuperaran su forma quedando los egipcios apresados; no alcanzó a un solo israelita”. (Cf. Ex 14,21 ss.)

            El v. 8 es la conclusión a toda una experiencia de salvación, también semejante a la propuesta en el éxodo como resultado del sorprendente paso:

“Aquél día libró Yahveh a los israelitas de los egipcios. Vieron su gloria, temieron y se fiaron del Señor y de su siervo Moisés”. (Ex 14, 31)

            Aunque corto, el salmo es muy intenso. Capta un momento álgido de peligro y lo describe como el que se ha librado de un buen apuro, he ahí su encanto; la conclusión, incluso, aparece precipitadamente para dejar al oyente en vilo, con su propia emoción.

            La perspectiva cristiana hará de él un salmo pascual y de gratitud: el paso a través de la muerte no ha supuesto para Jesús una expoliación absoluta, sino que ha desembocado en la Vida:

“No se le quebrará hueso alguno”. (Jn 19, 36)

“No lo abandonaría a la muerte y su carne no conocería la corrupción”. (Ac 2, 31)

            El desafío a la muerte quedó lanzado, y Pablo lo recogió. En la carta a los corintios se complace en enumerar los peligros que ha pasado y superado; todo por dar a conocer el evento de la Resurrección, coordenada a partir de la cual una nueva interpretación, un nuevo conocimiento, una nueva vida y una nueva creación, se abre:

“Tres naufragios, con una noche y un día en el agua; cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre paganos, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros de falsos hermanos”. (2 Cor 11, 26)

 

SALMO 124

            De confianza y de petición, parece divisar ya el objetivo. Probablemente la peregrinación está muy avanzada y la cercanía de la meta permite recobrar las fuerzas. Si los salmos anteriores describían dramáticamente una situación desesperada, un peligro, un clamor y a continuación la salida airosa experimentada como salvación, éste permite cierta relajación que invita a la confianza y al optimismo. La solidez que ha adquirido el peregrino es semejante a la del antepasado israelita en su travesía por el desierto, o a la del monte elegido para expresar permanentemente el cumplimiento de las promesas de Yahveh, sobre el que se asienta Jerusalén.

            En realidad Sión es una pequeña colina rodeada de otras colinas que, en cierto modo, hacen de muro de protección frente a las invasiones; no obstante era insuficiente, de ahí el amurallamiento posterior de la ciudad. Su idealización hizo de este monte un punto de referencia clave en la fe israelita:

“Sucederá en días futuros que el monte de la casa de Yahveh será asentado en las cimas de los montes, y se alzará por encima de las colinas. Afluirán a él los pueblos, acudirán naciones numerosas y dirán: venid, subamos al monte de Yahveh para que nos enseñe sus caminos y marchemos por sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahveh”. (Mi 4, 1 ss.)

            La referencia a este símbolo reafirma el triunfo moral del bien sobre el mal, que justifica los versículos 3 al 5 basados en las condiciones de la alianza del Sinaí, en pleno desierto; monte con el que comienza una historia que desembocará en otro monte, Sión.

“Si escuchas la voz de Yahveh tu Dios, cuidando de practicar todos los mandamientos que yo te prescribo hoy, Yahveh tu Dios te levantará sobre todas las naciones de la tierra, y vendrán sobre ti todas las bendiciones. Pero si desoyes la voz de Yahveh tu Dios, y no cuidas de practicar todos sus mandamientos y preceptos, que yo te prescribo hoy, te sobrevendrán y te alcanzarán todas las maldiciones”. (Cf. Ex 28, 1 ss.)

            El sentido pleno que imprimirá al salmo la lectura cristiana permite dar el salto a otro monte, el Tabor, donde tiene lugar una de las revelaciones de la identidad de Jesús de Nazaret; y después a otro monte, el Gólgota, que será el escenario de la pascua cristiana (Mt 27, 33), lo que permite concluir que el “Monte” es también un lugar “teológico”, propicio para las manifestaciones de Dios.

 

SALMO 125

            Otro salmo de acción de gracias en la misma línea y completando el anterior, añadiendo conclusiones de carácter sapiencial que hacen del último versículo una especie de refrán.

            La reflexión sobre la vuelta del destierro aplicada a la peregrinación permite manifestar la alegría de los que están ya a las puertas. La ciudad reconstruida sobre el monte Sión dista mucho de las imágenes de devastación anunciadas por los profetas, de ahí que haya cambiado su suerte hasta el punto de parecer increíble. Nuevamente Yahveh ha intervenido para salvar y devolver la alegría al pueblo, pues los que iban al destierro entre desolación y llanto, vuelven a la patria entre risas y cantos. Ciertamente Yahveh ha estado imponente.

“Se verá la gloria de Yahveh, el esplendor de nuestro Dios”. (Is 35, 2c)

“Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán. (Is 35, 10)

            Tal es el cambio que parece un sueño. Incluso invita a hacer una pequeña reflexión, ¿Por qué se suele imponer la visión pesimista de la vida según la cual las desgracias son normales y la dicha un sueño? Probablemente por cautela; ya que da miedo entregarse al gozo por si no es cierto o no es duradero, relegándolo entonces al mundo de los sueños o al mundo futuro; pero esto no es Revelación, es represión. El salmo confiesa entre líneas que los soñadores tenían razón; mirando por encima del desgarro del destierro, cantado de forma sangrante en el salmo 136; sabían que siempre hay lugar a la esperanza. La imagen de Dios como destructor a causa de un castigo merecido pende demasiado en las conciencias, pero no se ajusta exactamente a los hechos, y a la voluntad de salvación universal; es más, puede tratarse de una imagen manipulada y con grandes elementos de paganismo.

“Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros para que, despiertos o dormidos, vivamos con él”. (1 Tes 5, 9 ss.)

 

SALMO 126

            Continúa el tono sapiencial del salmo anterior. La confianza en Dios, y no el temor, ofrece otra versión de la fe, hermana de la esperanza. El refrán, “A Dios rogando y con el mazo dando” se transmuta en “Dios- fuente de bendiciones”; por tanto es lógico apoyarse en él; es el constructor de la ciudad y de sus casas:

“Te reconstruiré, y quedarás construida, capital de Israel”. (Jr 31, 3)

“Dios salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá”. (Ps 68, 36)

            En estricto sentido bíblico, la “casa” es la dinastía de David, que Dios restaura en virtud de su fidelidad a las promesas:

“Consolidaré tu reino. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre”. (2 Sam 7, 13. 16)

En cuanto al v. 2, el esfuerzo humano, por sí mismo, puede llegar a ser baldío; es más, el hombre se suele afanar sin terminar de conseguir el rendimiento apetecido a pesar de los muchos cálculos:

“Maldito el suelo por tu culpa: con sudor le arrancarás el alimento mientras vivas”. (Gen 3, 17)

Pero, “El Señor lo da a sus amigos mientras duermen” (v. 2):

“Se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; pero él seguía durmiendo. Los discípulos le despertaron alarmados y gritando: ¡Auxilio, Señor, que nos hundimos! Les dijo: ¡Qué poca fe!” (Mt 8, 23 ss.)

Así, la confianza en Dios adquiere en el NT un tono entrañable, cordial, porque reconoce a Dios como Padre:

“No andéis angustiados por la comida o la bebida para conservar la vida, o por el vestido para cubrir el cuerpo. Fijaos en las aves del cielo: ni siembran ni siegan y, sin embargo, Dios las alimenta ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién, a fuerza de cavilar, puede prolongar su vida? Observad los lirios del campo, ni hilan ni tejen, y ni Salomón se vistió como uno de ellos. Si a la hierba que hoy crece y mañana se marchita, Dios la viste así, ¿no os vestirá mejor a vosotros, desconfiados? Vuestro Padre ya sabe que tenéis necesidad de todo ello. (Mt 4, 25- 32)

Por la fe, pues, la maldición está superada y el retorno al paraíso garantizado.

 

SALMO 127

Una descendencia numerosa, en la Biblia, es signo de las bendiciones de Yahveh como recompensa a la fidelidad.

“El Señor bendijo a Job al final de la vida más aún que al principio. Tuvo siete hijos y tres hijas; no hubo en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job”. (Job 41, 12 ss.)

            Esto explica el tema central del salmo, de tono sapiencial y optimista. El peregrino acude a la ciudad santa y al templo, también con sentido de ofrenda y homenaje de gratitud. De Yahveh ha recibido posesiones, familia y bienestar, y de él obtendrá una larga vida como broche de oro a su fidelidad. Completa al anterior al hacer mención de la esposa, al mismo tiempo que lo matiza exaltando el valor del trabajo humano; éste no es vano si lleva la bendición de Dios. Las imágenes del mundo vegetal, como la vid y el olivo, son utilizadas frecuentemente para expresar alegóricamente la lozanía, la frondosidad y fecundidad, bien de la mujer bendecida por Yahveh, bien del pueblo de Israel:

“Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles y la trasplantaste; le preparaste el terreno y echó raíces hasta llenar el país; su sombra cubría las montañas y sus pámpanos los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el gran río. (Ps 79, 9-12)

            Si el amor y la belleza son aspirados en el Cantar de los cantares, en este salmo, y en los sapienciales en general, la imagen de la mujer tiene cierto carácter utilitario. En el fondo refleja una época en la que la mujer pasa a segundo plano en todos los aspectos, excepto en el de la fecundidad y el trabajo manual; la estéril y sin hijos era considerada como no agraciada por Yahveh.

“Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias todos los días de su vida. Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido proclama su alabanza”. (Cf. Prov. 31, 10 ss.)

            En este rosario de bendiciones no podía faltar la alusión a Jerusalén y el monte Sión, objeto de la peregrinación; quien camina hacia ellas es porque va al encuentro de Yahveh, fuente de felicidad de la que Sión y la ciudad Santa siempre disfrutan, porque en ellas reside el Señor. De esta manera el deseo del bien se convierte en un saludo, prolongado hasta la visión de los descendientes en la tercera o cuarta generación (v. 6)

“Corona de los ancianos son los nietos” (Prov 17, 6)

            Las bendiciones del salmo se prolongarán hasta traspasar el umbral y desembocar en el N. T. alcanzando las Bienaventuranzas, para aterrizar en la plenitud de la dicha:

“Dichosos los que en adelante mueran como cristianos. Sí, dice el Espíritu, podrán descansar de sus trabajos porque sus obras los acompañan. (Ap 14,13)

 

SALMO 128

            La versión teologizada de la peregrinación, el largo camino de la vida, desvela en este salmo alguna sombra o contratiempo que, una vez superado, impulsa al peregrino a mirar hacia atrás retomando no sólo el pasado próximo sino también el remoto: da gracias porque Yahveh le ha librado de los peligros, y nuevamente recurre a las experiencias- tipo de su pueblo; la esclavitud de Egipto vuelve a relucir:

“Les impusieron, pues, capataces, para aplastarlos bajo el peso de duros trabajos y redujeron a cruel servidumbre a los israelitas; les amargaron la vida con rudos trabajos de arcilla y ladrillos, con toda suerte de labores del campo”. (Ex 1, 11 ss.)

“Moisés vio como un egipcio golpeaba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a un lado y a otro y, no viendo a nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.” (Ex 2, 11)

            También el destierro fue una carga humillante. En ambas ocasiones históricas, fueron yugos que Yahveh rompió; también lo ha hecho ahora, y lo seguirá haciendo; de ahí la transformación en un salmo de confianza, de acción de gracias y bendición.

“Escucha desgraciada, borracha pero no de vino. Mira, yo aparto de ti la copa del vértigo y la pondré en la mano de tus verdugos, los que te decían: dóblate para que pasemos por encima, y tú pusiste la espalda como suelo, como calzada para los transeúntes”. (Is 51, 22 ss.)

            Sión, Jerusalén y el templo simbolizan la libertad; culminación de una historia, de un proceso o de una peregrinación; aunque en ciertas etapas llegaron a significar más la gloria de una nación que empezaba a declinar de su carácter profético para asumir un papel político, entrando así en la dialéctica del vasallaje y dominación. Jesús de Nazaret recupera el carácter original, desde el que critica la tergiversación a que han sido sometidos los valores representados por el templo y la ciudad santa.

 

SALMO 129

            Muy conocido por su profundidad anímica, es considerado como salmo penitencial, de súplica y de esperanza en la misericordia; de hecho es uno de los siete salmos penitenciales de la liturgia, el llamado De profundis. Pero es gradual; lo curioso es que ocupe el puesto undécimo en esta serie, cuando lo suyo sería reflejar la alegría por la cercanía de la ciudad.

            La hondura no significa lo mismo en el mundo hebreo que en la cultura occidental, donde se la percibe positivamente; profundidad interior, sentimientos del corazón, etc. Para el israelita significa abismo, y éste lo creía situado en las profundidades del mar, el gran desconocido; muy distinto al mundo de las estrellas presidido siempre por las dos luminarias celestes, el sol y la luna. Del fondo del océano nunca sale luz.

“¿No eres Tú quien secó las aguas del Gran Océano e hizo un camino por el fondo del mar para que pasaran los redimidos?” (Is 51, 10)

“Dios mío sálvame, que me llega el agua al cuello, me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua”. (Ps 68, 2 ss.)

            El salmista o el peregrino se siente anegado, inmerso en una situación trágica, sin salida, y lo atribuye en último término a sus pecados; quizás haya contraído una enfermedad, y percibe que se le escapa la llegada a la ciudad santa y al templo. Si ésta es la lepra, tendría que sufrir, no sólo la marginación social sino el abandono de la peregrinación, con la incertidumbre añadida del regreso a casa, además del abandono definitivo de su objetivo.

“Mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas; mis llagas están podridas y supuran a causa de mi insensatez. Mis amigos y compañeros se alejan de mí, mis parientes se quedan a distancia”. (Ps 37, 5 ss.)

            Pero la fe en Yahveh, el Dios de los padres que los sacó de Egipto y abrió para ellos el mar Rojo, - el corazón del abismo -, es más firme que la enfermedad. Con ella el salmo se desliza hacia la segunda parte, un cántico a la esperanza. El perdón de los pecados traerá consigo la salud; y el poder de Yahveh, - la Misericordia -, terminará imponiéndose sobre el abismo. La salida de la enfermedad se tornará en una experiencia más de salvación, de redención y liberación interior. Como se aprecia, el concepto de salud es integral y originado por el perdón como respuesta de Yahveh a la fe y esperanza del salmista, las cuales han jugado un papel decisivo.

            Pecado y enfermedad atraviesan el A.T. íntimamente unidos; sólo en el libro de Job se cuestiona tal relación como causa y efecto. Jesús se ciñe tanto a la versión tradicional como la supera, conforme a la situación; procediendo con el mismo poder de Yahveh, el que liberó a los Israelitas de Egipto.

“Le presentaron un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, le dijo Jesús:

¡Animo, hijo! Se te perdonan los pecados. Ante el rechazo de los fariseos, añadió: A ver, ¿qué es más fácil: decir <<se te perdonan los pecados>> o decir <<levántate y anda>>? Pues para que veáis que tengo ése poder, le digo a éste: <<Ponte en pie, coge tu catre y vete a casa>>. Se puso en pie y se fue a su casa. (Mt 9, 2 ss.)

“Le fueron a contar que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás por haber acabado así? Os digo que no; y si no cambiáis, todos pereceréis también. Y los dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que el resto de habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no cambiáis, también pereceréis”. (Lc 13, 1 ss.)

Una oración colecta de la Eucaristía recoge este aspecto inédito de la potestad de Yahveh en el A.T. y de Jesús, en el N.T.:

“¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...” (26º Domingo del T.O. ciclo A)

 

SALMO 130

            Bellísima pieza cargada de lirismo que refleja la llegada a las puertas de Jerusalén y la emoción contenida. Impulsado por la convencida experiencia de su incapacidad frente al poder y la sombra de Yahveh, que le ha protegido y hecho posible el viaje, concluye la primera parte de la aventura con un reconocimiento. Efectivamente, los padres tienen razón cuando sacan a relucir cada pascua las gestas de Yahveh; por eso no prorrumpe en cantos de victoria, sino en cordial rendición ante Aquél que se abre a sus ojos interiores en el templo, y que también le “devolverá” a casa inundado de paz; hay algo de magia en el encuentro. Viaje de ida y vuelta, como anticipo de la experiencia mística que significará más tarde el recuerdo continuo del camino y de la Presencia; momento importante para el salmista, que se vuelve hacia dentro y se recorre a sí mismo, descubriéndose bañado por la nueva gracia hasta manifestar, de forma concluyente, el conjunto de una gran experiencia. Con los dedos ha tocado la eternidad en un instante fugaz y decisivo; en el desdoblamiento psicológico ha percibido el “sello” en su interior, - el ser -, frente al cual la ambición, altanería y demás grandezas sólo alcanzan el grado de superfluas, un estorbo para la libertad.

“¡Vanidad de vanidades – dice el Qoelet -; vanidad de vanidades, todo es vanidad! (Qo 1, 1)

            El control político respecto de los propios deseos tiene, en virtud de la experiencia vivida, una referencia superior. Puesto que se reducen a la nada frente al conocimiento adquirido de Yahveh; lo mejor es moderarlos porque resulta más satisfactorio ser objeto de los cuidados de Yahveh.

“Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán. Como un niño a quien su madre consuela, así o os consolaré yo. (Is 66, 12 s.)

            La experiencia se convertirá en moraleja y de ésta saldrá un dicho sapiencial, que quedará acuñado en forma de “logia”, eslogan corto y penetrante como el mismo salmo.

“Delante de la ruina va la soberbia, delante de la caída va la presunción; más vale ser humilde con los pobres”. (Prov. 16, 18 s.)

            Esperar activamente en Yahveh, que consolidará la experiencia a lo largo de la vida, es la resolución del salmista (v. 3) frente a la invasión de tentáculos que tenderán a sustraerle una y otra vez de la misma; adquirirá firmeza, y ésta concluirá en la madurez propia del sabio. El descubrimiento del ser, y de volver a ser “como un niño en brazos de su madre” es altamente gratificante; el N.T. redondeará la plenitud del salmo fundiendo definitivamente infancia y sabiduría.

“Jesús, con el júbilo del E.S., exclamo: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has dejado escondidas estas cosas a sabios y entendidos, y se las revelas a la gente sencilla; así te ha parecido mejor. (Lc 10, 21)

“Se les metió en la cabeza a los discípulos que cual de ellos sería el más grande. Jesús, adivinando sus pensamientos, se acercó a un niño, lo tomó de la mano y, volviéndose, les dijo: el que acoge a un chiquillo como éste en mi nombre, me acoge a mí; y quien me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Así que el más pequeño entre vosotros, es el más grande. (Lc 9, 46 ss.)

 

SALMO 131

Seguramente el salmo ha sido compuesto en tiempos de la repatriación, en torno a la etapa de Esdrás y Nehemías para levantar la esperanza de un pueblo en destierro; pero también ha sido válido para ser usado por un peregrino que a la vista del templo, quizás por primera vez, rememora la historia y las Escrituras. David y el templo estaban definitivamente asociados a raíz de la profecía de Natán (2 Sam 7); David intervino en el traslado del arca de la Alianza, fue su promotor, fue objeto de la promesa de una dinastía perenne, conquistó Sión; y una nación nueva y grande inauguraba su andadura a través de la historia, con Jerusalén como capital y el templo de Yahveh como centro.

            El salmo, semejante a un díptico cuya primera parte gira en torno al templo y la segunda en torno David, tiene cierto sabor litúrgico porque resume literariamente la historia de salvación en un periodo clave para la cohesión definitiva de Israel como pueblo.

            Momentos históricos fuertes como la conquista de Jerusalén y su alcázar, Sión, donde David se instaló y dio nombre al lugar (Cf. 2 Sam 5, 6 ss.); el traslado del Arca de la Alianza a palacio en medio de una gran fiesta (Cf 2 Sam 6); la intención del rey de construir también un templo para Yahveh (Cf. 2 Sam 7, 1 ss.), que con el pueblo caminó a lo largo del desierto en forma de nube y fuego, protegiéndolo de día y alumbrándolo de noche (Cf. Ex 13, 22); la construcción efectiva del mismo a cargo de Salomón, descendiente de David y primera garantía de una dinastía permanente (Cf. 1 Re 5, 17- 6, 38); su Dedicación, con todo esplendor y gala por parte de los sacerdotes (Cf. 1 Re 8), son acontecimientos decisivos en el proceso de consolidación institucional de una nación, que pasaba de una pura teocracia a la monarquía entendida en principio como mediación; el templo trataría de inmortalizar el paso.

            Pero la misma historia demuestra la caída de los imperios, e Israel tropezó precisamente por donde le vino la gloria; los reyes posteriores a Salomón se encargaron de acelerar esa caída y, una vez más, el pueblo sufrió, con el destierro a Babilonia, las consecuencias de una institución, que acababa sustituyendo a Yahveh. Según esto, la primera intención del salmo es alimentar la ilusión en una nueva reconstrucción; al fin y al cabo el pueblo, disperso, seguía teniendo el mismo punto de referencia, una vez depurada una fe que no admite sustituciones:

“Así dice el Señor de los ejércitos: - todavía un poco más, y pondré en movimiento los pueblos; vendrán las riquezas de todo el mundo. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero, y en éste sitio daré la paz – oráculo del Señor de los ejércitos”. (Ag 2, 6 ss.)

            La historia, desgraciadamente, se repite; y la utilización del templo para otros fines diferentes a la manifestación de Yahveh, impulsó a Jesús a pronosticar su nueva destrucción, después de una terrible crítica que proféticamente dirigió a los usurpadores.

“Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que vendían y compraban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas; no consentía que nadie transportase objetos atravesando el templo. Luego enseñaba diciendo: ¿No está escrito: <<Mi casa será casa de oración para todos los pueblos>>? Pues vosotros la tenéis convertida en cueva de bandidos”.

            El trucaje de fines por medios no es una novedad. Una institución corre el peligro de mutarse a sí misma y ofrecerse solapadamente como fin; pero al perder su funcionalidad, está decretando su propia desaparición si no corrige adecuadamente su mayor defecto, el de atribuirse a sí misma el protagonismo que no le corresponde. Toda mediación no tiene otra misión que facilitar el acceso a Lo Mediado.

“Un propietario plantó una viña, la cavó, la cuidó, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se fue. Llegada la vendimia envió sus criados a los labradores para percibir el fruto y la renta. Pero los labradores apalearon a uno y apedrearon a otro; envió más criados y volvieron a hacer lo mismo. Pensando que respetarían a su hijo también lo envió; pero ellos decidieron que era la oportunidad de matarlo y quedarse con la herencia y, agarrándolo, lo empujaron fuera y lo mataron”. (Cf. Tm 21, 33-43)

            Un sentido más amplio de la peregrinación, permite superar estas etapas sin absolutizarlas, y considerarlas en realidad como un proceso nunca acabado; la prueba es que la Revelación siguió avanzando, el templo material se transformó en templo espiritual y la ciudad santa, Jerusalén, trasladada a un ámbito donde, ya con toda propiedad, puede rendírsele tal atributo:

“Habéis llegado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, al coro de millares de ángeles, a la Iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo; a Dios, Juez universal; a los espíritus de los justos consumados; al mediador de la Nueva Alianza, Jesús. (Heb 12, 22-24)

Jesús de Nazaret, el Mediador, es la culminación del templo, de la alianza, de la dinastía davídica, del Reino significado en la ciudad; y la revelación plena de Yahveh, su intérprete directo.

“¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesús el Mesías, que por su medio nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu. En él nos llamó, antes de la creación del mundo, por y para el amor, destinándonos a ser adoptados como hijos por medio del tal Jesús Mesías. Con su sangre, nos ha obtenido la justificación, la liberación y el perdón, completando así el proyecto que tenía de llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo, lo terrestre y lo celeste; de manera que, por su medio, el cielo y la tierra, lo humano y lo divino, se convierta en un himno a su Gloria”. (Cf. Ef 1, 3 ss.)

 

SALMO 132

            Otro salmo que, en su concisión, es más lo que sugiere que lo que manifiesta. Sólo resulta comunicable a través del lenguaje lo que, en realidad, es una experiencia profunda; podría compararse con el relato de Lucas de la Anunciación y la posterior visita de María a su prima Isabel.

            ...Pero invita a entrar en el ámbito de una experiencia similar, que Yahveh ofrece al peregrino en forma de bienaventuranza con sólo ver cumplido su objetivo. El templo, la acogida, la Presencia y la comunión le introducen en una nueva esfera donde la armonía sobrepasa a las fatigas del viaje; los Hechos de los Apóstoles la describirán más adelante como el acontecimiento de Pentecostés dónde la felicidad más sólida cuajó en un pequeño grupo a efectos del Espíritu de la Resurrección haciendo de ellos “un solo corazón y una sola alma” (Cf. Ac 2 y ss.), el núcleo primitivo de la Iglesia.

            El salmo no es otra cosa que una exclamación prolongada suscitada por la nueva y sorprendente vivencia como colofón a un largo, y seguramente azaroso, viaje; por el banquete de clausura de la peregrinación donde el encuentro, la amistad, la comunicación, la hospitalidad, el intercambio mutuo y la fraternidad no sólo hacen olvidar todos los avatares, sino aspirar un aroma nunca apreciado hasta éste momento; por lo que probablemente una traducción más exacta sería:

¡Oh!, Qué dulzura, qué delicia sentarse todos juntos” (v.1)

            Para describir lo indescriptible recurre a las comparaciones, naturalmente bañadas de una lírica literaria de difícil superación. Es como el aceite derramado en la unción de los reyes, el óleo de la alegría, unción del espíritu:

“Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos. A partir de entonces vino sobre David el Espíritu de Yahveh  (I Sam 16, 13)

            O de los sacerdotes:

“Prepararás el óleo para la unción sagrada, perfume aromático como lo prepara el perfumista. Ungirás también a Aarón y a sus hijos y los consagrarás para que ejerzan mi sacerdocio.  (Ex 30,25. 30)

            O de los profetas:

“Seré como rocío para Israel, que florecerá como el lirio y hundirá sus raíces como el Líbano”.  (Os 14, 6)

            Por extensión, todo el pueblo termina gozando de la triple unción en virtud de la comunión, pues es el pueblo de Yahveh, atributo que posteriormente se arrogará Jesús manifestándose como fuente de idéntica felicidad:

“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo en medio de ellos”.

            La unción supone entonces la comunión; y no al revés. La bendición de Yahveh, su Presencia, recae sobre los “bienavenidos”, reunidos en su templo. Sin esta premisa aquélla se deshace o cambia de sentido:

“Estando él en Betania, vino una mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo auténtico, de mucho valor; lo rompió y lo derramó sobre su cabeza. Jesús alegó: se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura”. (Cf. Mc 14, 3 ss.)

            Jesús, sacerdote, profeta y rey asume, con su muerte, la vieja humanidad desavenida para hacer surgir una nueva, reunida en torno a él, especialmente en el banquete eucarístico. Él es la bendición perfecta, la vida para siempre, que el salmo, conforme a sus esquemas, recoge en el tercer versículo con una hipérbole que rebasa toda medida. Sión, el centro de la espiritualidad israelita, se cubre cada mañana del rocío procedente de la alta montaña del Hermón cuyas nieves perpetuas alimentan el Jordán; todo Israel queda entonces regado por el deshielo, constituyendo una permanente bendición para la tierra que, de otro modo, en una región seca como la de Palestina, no sería más que desierto. El salmo y Pentecostés, cada uno a su modo, hacen referencia a una Causa Común: el don que desciende de lo alto, y que la Plegaria Eucarística III cristiana, recoge en una de sus intercesiones.

            La Liturgia monástica incorpora este salmo a la última oración de la jornada, la que antecede al descanso nocturno, puesto que nada hay más adecuado para relajarse que la experiencia gratificante de la unidad.

 

SALMO 133

            Es el salmo más breve de entre los graduales y, después del 116, el más breve del salterio. Se trata de una acción de gracias compiladora y una delegación a los que permanecen en el templo turnándose día y noche. El peregrino no podrá hacerlo, pues ha de regresar, pero la experiencia ha sido única; volverá pletórico de unción, primero por la llegada, luego por la acogida, después por la convivencia y, al fin, por la despedida; todo el conjunto como aporte de nuevas sensaciones que le hacen respirar a Yahveh La bendición postrera de los sacerdotes es la garantía de que han acogido todos sus deseos y serán ellos los labios y las manos del peregrino en el templo, mientras él permanecerá corporalmente ausente, aunque espiritualmente presente; el vivo recuerdo a lo largo del tiempo servirá de testigo.

            Con este salmo se concluye la cadena; el proceso; en realidad nunca acabado, pues otras peregrinaciones han de ponerse en marcha, pero la experiencia inusitada permitirá abordarlas con un sentido diferente. Ahora está plenamente convencido de que Yahveh no duerme, pues es, como siempre lo ha sido, el guardián de Israel, quien le ha protegido en el camino de ida y quien le protegerá en el de vuelta:

“No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel”. (Ps 120, 3 s.)

            El colofón de todas las bendiciones será la del mismo Yahveh, que dará siempre la última y más generosa bendición, el Reino, y tendrá la última palabra: Jesús de Nazaret, - meta de toda peregrinación -, pasando sin ostentación en medio de los hombres

“Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y fuisteis a verme”. (Mt 25, 35 ss.)