Revista de Pastoral Juvenil, Nº 405, diciembre de 2003

PROYECTO PERSONAL DE VIDA

MARIO GONZÁLEZ JURADO
licenciado en teología

 

¿Por qué un proyecto personal de vida como herramienta para el proceso de crecimiento en la vida de fe de los/las jóvenes? ¿Para qué un proyecto personal?; ¿qué papel puede jugar dentro de dicho proceso de crecimiento? ¿Cómo se puede plantear esta iniciativa para que sea bien acogida y asumida? ¿Qué actores han de intervenir en la utilización de dicha herramienta? ¿Siempre ha de ser igual la forma de afrontar un proyecto personal de vida?

Alguna de estas preguntas puede formar parte de nuestras inquietudes como agentes de pastoral juvenil. Detrás de nuestro trabajo pastoral siempre está la inquietud de favorecer que cada persona descubra una nueva forma de contemplar y de vivir la existencia, guiada por los valores del Reino. En nuestro propio caminar hemos ido utilizando una serie de mediaciones que nos han ayudado a ello: vivir un proceso de crecimiento en grupo, contar con el testimonio de otros hermanos/as mayores y, entre otros, haber realizado un proyecto personal de vida a través del cual hemos vehiculado nuestro propio crecimiento guiados por el Espíritu.

Si yo he descubierto en mi proceso que la actitud de servicio es fundamental para crecer, éste es mi principal argumento para saber que a los/las chavales/as que acompaño también les será de utilidad. Otra cuestión será la forma y manera de plasmar y de vivir dicha actitud en personas de otra generación y con distinta sensibilidad a la mía. De igual modo ocurre si he descubierto el valor de recurrir a un proyecto personal de vida (en adelante PPV).

Si yo no he trabajado nunca un PPV o lo he hecho con un resultado infructuoso, tal vez sea mejor que me plantee si estoy en una situación idónea para proponérselo a otros, porque “nadie da lo que no tiene”.

En todo caso, que estas líneas que vienen a continuación puedan servir tanto a los que están convencidos como a los dudosos del valor del PPV, para recibir nuevas ideas que alimenten nuestro trabajo pastoral.

1.       ¿POR QUÉ UN PPV?

Los seres humanos nos percibimos como seres abiertos, en construcción, por hacer. En suma, somos un proyecto de vida, nos lo planteemos o no de un modo abierto y consciente.

Albergamos en nuestro interior una serie de preguntas existenciales a las que vamos buscando respuesta a lo largo de nuestra vida. El camino de búsqueda de las respuestas a estas grandes preguntas e inquietudes se teje en una serie de etapas, no necesariamente lineales, que requieren de una lectura conjunta para que podamos comprender la trayectoria seguida hasta el momento y la dirección hacia la que apunta para seguir avanzando.

Por otra parte, en nuestra sociedad actual, marcada por el pluralismo de opciones vitales y por la dificultad de encontrar grandes referentes colectivos con los que sentirse plenamente identificados, resulta más precisa que nunca la tarea personal de construir unas convicciones y actitudes propias que ofrezcan un marco de sentido, y de hacerlo acompañados por otras personas que se muevan en una búsqueda común a la nuestra.

Centrándonos en nuestra actividad pastoral, los/las jóvenes que han recibido una invitación de Jesús, “ven y sígueme”, perciben de modo intuitivo que habrá que recorrer un camino para llegar a parecerse a ese modelo de vida que encuentran en Él. Dicha intuición se ve reforzada por la presencia de testigos (catequistas, cristianos de otras comunidades…), que también están en camino y a los que el/la joven puede tomar como referencia más cercana de este proceso vital que conlleva “revestirse de la nueva condición humana”.

Elaborar un PPV y tenerlo como referente de nuestra vida no es la solución para todas estas cuestiones. No es “el” modo de resolver los grandes interrogantes existenciales del ser humano, ni “el” ingrediente esencial en la construcción de la propia identidad ni, por supuesto, “el” modo de transformarse en el hombre o mujer nuevo/a. En mi opinión es algo más modesto, hasta prescindible en determinadas épocas de nuestra vida -al menos como una tarea metódica y explícita- pero desde mi propia experiencia y la de muchos/as otros/as hermanos/as, creo también poder afirmar que se puede convertir en una herramienta de gran valor para avanzar en todos estos órdenes. Y como tal, creo que merece la pena ser conocida y propuesta.

2.       ¿Para qué un PPV?

Concretamente, el PPV es una mediación para el crecimiento espiritual de las personas. Este crecimiento se da a través de un proceso -del que hablaremos enseguida- que puede ser vivido de un modo más o menos consciente por la persona que lo experimenta. La apuesta inicial es que cuando se utiliza el PPV, hay más posibilidades de avanzar en dicho proceso y que, por lo tanto, merece la pena que lo intentemos.

2.1. Una visión del proceso de crecimiento espiritual.

En todo proceso de crecimiento espiritual –me atrevería a decir que, independientemente de la fe de que se trate- se suelen dar las siguientes etapas:

a.       Fase desestructurante (“muerte del hombre/mujer viejo/a”)

Cuando la persona descubre (en nuestro caso) en la persona de Jesús y su causa, el Reino, un valor muy importante para su vida e incluso el más importante, de manera inevitable va viviendo un proceso de contraste entre sus actuales opciones vitales, valores, actitudes y actuaciones y aquellos con los que se quiere asemejar o asumir.

Alguien podría plantear con toda lógica: -Pero este proceso, ¿termina en algún momento como para considerarlo una fase? Porque, al menos en mi caso, después de muchos años intentando ser cristiano, me siento permanentemente en contraste.

Y tendríamos que darle toda la razón. Sin embargo, también es cierto que hay una etapa en la que dicho proceso se da de manera particularmente significativa, en donde el deseo de cambiar y de crecer en la dirección del evangelio resulta muy intenso.

b.       Fase de reelaboración y objetivación (“éxodo”)

Tras ese primer gran impulso de la fase anterior, la persona se encuentra en la necesidad de conocer y reflexionar qué ha de hacer para pasar desde lo que “realmente es” a lo que “realmente está llamado a ser”.

Resulta por tanto fundamental conocer con detenimiento la persona de Jesús y su mensaje del Reino para ir adquiriendo un nuevo modo de mirar la realidad en general y la realidad personal. Para adquirir este conocimiento profundo no habrá que desdeñar ninguna mediación posible: la oración, como encuentro personal con ese Dios que habita en nosotros; el estudio de la Biblia y de la teología como ayuda para adquirir una idea más objetiva y razonable de nuestra fe; la experiencia de la fraternidad, como espacio donde construir una parábola del Reino; el compromiso por la justicia y la solidaridad con los pobres y marginados, como expresión del dinamismo espiritual que condujo a Jesús.

Así mismo ayudará enormemente si la persona se embarca en la tarea de un mayor conocimiento de su personalidad: de sus auténticos valores, deseos y necesidades, de sus mecanismos y respuestas defensivos, etc., queriendo apreciar mejor de qué barro estamos hechos, para hacernos planteamientos de fe más realistas y positivos con nuestra propia persona.

c.       Fase reestructurante (“nacimiento del hombre/mujer nuevo/a”)

La persona ha ido descubriendo y construyendo una nueva identidad en la fase anterior, al constatar la realidad de su ser y la realidad de lo que está llamado a ser según los ideales evangélicos. En cierto modo, ha encontrado su propia “consigna espiritual” (de la que hablaremos más adelante), desde la cual va a seguir organizando y estructurando su vida presente y futura.

En esta fase, la pregunta no será tanto ¿qué he de hacer para vivir conforme al Dios de Jesús y construir el Reino? sino más bien ¿cómo puedo vivir estas nuevas situaciones que se me van dando, desde mis opciones de fe?

Esta visión del proceso de crecimiento espiritual refleja un dinamismo que podríamos representarlo en una doble dirección:

- De manera lineal, histórica, de modo que la vivencia de una fase me va abriendo las puertas de la siguiente.

- De manera circular y hacia abajo (como una elipse), puesto que nos vamos encontrando permanentemente ante la necesidad de tomar opciones nuevas y de afianzarnos en las anteriores con un mayor grado de compromiso. Y hacia abajo, para que recordemos la paradoja de que el/la cristiano/a crece cuando se hace más pequeño, cuando está con “lo pequeño” de nuestro mundo.

2.2. Realizar un Proyecto de Vida como metodología de trabajo

Si observamos nuestras trayectorias personales y sociales, creo que podemos constatar que se producen muchos cambios sin que medie una voluntad consciente de que ocurran. Al mismo tiempo, tenemos la experiencia de que cuando dejamos las cosas a su libre albedrío, en muchas ocasiones no ocurre nada o no llegamos al punto deseado.

Si aplicamos estos comentarios a nuestro proceso de crecimiento espiritual, también podemos observar que nos han ido ocurriendo muchas cosas sin que hayamos hecho nada por conseguirlo. Y, al mismo tiempo, tendremos que reconocer que, durante otras temporadas en que nos hemos dejado llevar, no hemos crecido, nos hemos movido en otra dirección e incluso hemos ido hacia atrás.

Hoy en día, ningún grupo humano que desee alcanzar sus objetivos los acometerá sin elaborar un proyecto o un plan para conseguirlos. Individualmente no estamos tan acostumbrados a funcionar de este modo sino en determinados aspectos de nuestra vida: por ejemplo, podemos programarnos el tiempo de estudio para una asignatura o el número de horas que a la semana vamos a practicar deporte. Pero nos parecería extraño programar toda nuestra vida, desde un enfoque de proyecto.

A esta dificultad hay que sumar que, en la vida espiritual de una persona, se supone que interactúan de manera simultánea Dios y la persona. En tono de broma, podríamos decirnos “para qué planifico mi vida, si Dios va a hacer lo que le parezca bien”.

Asumiendo estos retos, creo que podemos decir que si alguien quiere vivir activamente su existencia y, en este caso, su proceso de crecimiento espiritual, tendrá más posibilidades de ir avanzando si proyecta y revisa su vida desde su fe y si lo hace “como si todo dependiera de sí”.

3.       ¿Qué es un PPV?

En los apartados anteriores hemos comentado algunas razones de por qué hemos de utilizar el PPV en el trabajo pastoral con los/las jóvenes y también para qué sirve, al servicio de qué proceso de crecimiento está.

Conviene que, de un modo sencillo, describamos también lo que entendemos por PPV, para que cada lector sepa situarse debidamente.

El Proyecto Personal de Vida es un medio o instrumento que utilizo para favorecer el crecimiento espiritual, esto es, para avanzar en el seguimiento de Jesús y en la construcción del Reino, desde un proceso paulatinamente integrador de nuestra FE, nuestra VIDA y nuestro MUNDO, sabiendo de dónde parto (mi realidad actual), a dónde quiero llegar (la realidad a que me siento llamado) y qué camino voy a utilizar para conseguirlo.

4.       Mediaciones en el trabajo del PPV

Nos preguntábamos al inicio de este artículo quiénes son los actores implicados en la utilización de esta herramienta pastoral. Sin ninguna duda, el protagonista principal es el/la joven que decide hacer un PPV. Si uno no tiene la firme y decidida voluntad de llevar algo a cabo, no sale adelante, nadie puede hacerlo por nosotros, sin nosotros.

Desde una lectura de fe, también podemos afirmar que el protagonista primero es Dios mismo quien, a través de su Espíritu, provoca en nosotros deseos favorecedores del crecimiento.

Sin duda que este mismo Espíritu se sirve de otras mediaciones indirectas para que el/la joven descubra el valor del PPV y se decida a llevarlo a cabo. Veamos dos de las que, a mi juicio, son más importantes.

4.1. El catequista o agente de pastoral juvenil

Llegamos de nuevo al punto por el que empezamos; nosotros/as, catequistas o agentes de pastoral juvenil, que también estamos en proceso, que nos encontramos en tantas ocasiones perdidos/as ante un reto tan grande como favorecer que los/as chavales/as descubran a Jesús y el Reino y quieran tenerlos como referentes de vida, ¿de verdad nosotros/as somos una mediación para que alguien quiera plantearse llevar a cabo un PPV?

De lo que sí podemos tener certeza es de que estamos llamados/as a serlo. Que lo estemos siendo de hecho reclama un análisis personal que cada uno/a debe hacer.

Desde luego, si uno comparte el esfuerzo honesto que está llevando a cabo para ser seguidor/a de Jesús, con nuestros aciertos y fracasos y, como parte de ese seguimiento, damos fe del valor que ha tenido para nosotros/as realizar un PPV, suscitaremos una base de confianza en los/las jóvenes que acompañamos que, muy probablemente, desemboque en el deseo de hacer lo mismo. O como mínimo, nos legitimará para plantearles la posibilidad de probar la bondad de hacerlo.

Pero además, el/la joven espera que su catequista le oriente en el modo de hacer este PPV e incluso le dé seguimiento en los primeros momentos, hasta que vaya adquiriendo una cierta autonomía en el manejo del mismo.

4.2. La comunidad o grupo comunitario

Normalmente, cuando una persona -joven o adulta- se plantea la necesidad de vivir un proceso de fe, se le ofrece un grupo o un espacio colectivo donde poder vivirla. La experiencia cristiana no es nunca, por tanto, una experiencia solitaria, aunque sí sea personal.

En mi opinión, en los primeros años de pertenencia a un grupo juvenil, el/la joven no vive esas relaciones desde una conciencia de fraternidad sino de compañerismo. No obstante, se va creando una experiencia de búsqueda común muy especial, que no se da en ningún otro espacio de relación. En este primer momento, quizá lo que más funcione sea la “presión social”, o sea, ser y actuar como los demás, para no sentirme un bicho raro. Si, en este momento, se plantea hacer un PPV, en la medida que el resto del grupo lo lleve a la práctica, me sentiré más motivado a hacerlo yo también.

Un momento importante es aquel en que uno descubre que su propio crecimiento condiciona el del resto del grupo o comunidad. Cuando descubro ese “nosotros”, entonces, no utilizaré el PPV sólo como un instrumento para mi propio crecimiento espiritual, sino también como una pieza más del puzzle que favorece el crecimiento comunitario. De hecho, no es extraño que el hecho de que varios miembros tengan un PPV favorezca la idea de elaborar un proyecto conjunto.

Finalmente, también los grupos comunitarios pueden, como fruto de su propio proceso, elaborar su “proyecto comunitario” de vida. Cuando esto ocurre, es frecuente que dicho proyecto se proponga como eje referencial desde el cual los distintos miembros elaboren su PPV.

5.       ¿Qué PPV hay que hacer en cada fase del proceso de crecimiento espiritual?

Los objetivos y pretensiones de un PPV realizado por un/a joven cuando se acerca al mundo de la fe son muy diferentes de los que ha de tener cuando ya ha hecho una opción fundamental por seguir a Jesús y su Reino. Vamos a proponer dos modelos de PPV que correspondan a ambas situaciones, de modo que se pueda hacer una propuesta más personalizada.

5.1. El primer PPV

Sería el que ha de proponerse a un/a joven que está en la fase de desestructuración o iniciando la de reelaboración y objetivación.

Ante todo ha de ser “sencillo”, “alcanzable” y “flexible”. Aludiendo a cosas que ya se han expresado, el/la joven que se plantea por primera vez hacer un PPV no tiene ningún referente sobre el que apoyarse, es una experiencia nueva. Incluso en el caso de jóvenes que estén trabajando en otro tipo de grupos, desarrollando proyectos, encontrarán una gran dificultad para aplicar esta dinámica de trabajo a su propia vida y, concretamente, a una vida de fe en la que se están iniciando.

Para saber si nuestra propuesta de PPV es “sencilla” tendremos que establecer una fuerte interacción con la persona, conocer su realidad, su lenguaje y cultura, así como constatar si se adueña de los conceptos y planteamientos realizados.

Los objetivos y acciones de todo proyecto deben ser “alcanzables” y medibles. Ciertamente en planteamientos espirituales como los de un PPV la medición se complica bastante y el alcance de los propósitos tiene un fuerte componente subjetivo. Al tratarse de una primera experiencia es importante ayudar a que el/la joven se plantee retos realistas y alcanzables a corto plazo, de modo que la consecución de los mismos le estimule a seguir adelante.

La “flexibilidad” alude a una actitud que conviene fomentar desde el principio, desde la convicción de que nuestras vidas son muy cambiantes y que, sobre todo, no es nada sencillo interpretar qué es lo quiere Dios de nosotros o dicho de otro modo, cómo vivir evangélicamente una determinada situación. Dicha actitud ha de favorecer que no se tome el PPV como algo cerrado y definitivo, sino más bien como algo vivo, cambiante, que ha de ser revisado permanentemente, para adaptarse mejor a nuestra realidad y para responder más fielmente a lo que nos sentimos llamados a vivir.

Una vez dicho esto, este PPV inicial se puede plantear como un trabajo anual a revisar periódicamente de manera conjunta, bien con el catequista bien con el grupo o comunidad.

Recomendamos para la elaboración del PPV que se haga un trabajo conjunto con el/la joven, adoptando una perspectiva de la vida del ser humano en clave relacional. En cada una de las relaciones fundamentales de la persona, propondremos unos ideales a alcanzar inspirados en el evangelio, frente a los que el/la joven deberá situarse, ayudado por preguntas como ésta:

¿Cuáles me atraen más?

¿Cuáles creo que necesito trabajar más en este momento?

¿Qué medios o acciones puedo llevar a cabo para dirigirme hacia esos ideales?

¿Cómo voy a saber si estoy viviendo positivamente esos medios o acciones?

Sugerimos esta división relacional de la vida de una persona e incluimos algunos posibles ideales que pueden plantearse:

RELACIÓN CON UNO MISMO

Lograr un conocimiento adecuado de mi persona, historia, situación actual, posibilidades (recursos, aptitudes) y límites. Alcanzar un grado suficiente de autoestima y autoaceptación. Conocer los propios valores, motivaciones, deseos, necesidades y defensas. Vivir adecuadamente los sentimientos, especialmente la afectividad y la agresividad.

RELACIÓN CON DIOS

Conocer qué imagen de Dios tengo y confrontarla con el Dios del Reino que nos muestra Jesús. Buscar una integración entre la fe y la vida, de modo que el evangelio oriente nuestra conducta ordinaria. Mantener una relación viva, afectiva y efectiva con Dios, ayudándonos de la oración y los sacramentos. Descubrir nuestra pertenencia al colectivo de seguidores de Jesús y asumir la misión al servicio del mundo.

RELACIÓN CON LOS DEMÁS (CERCANOS)

Adquirir la capacidad suficiente para vincularse y comprometerse en las relaciones. Madurar en la capacidad de amistad por la entrega de sí y la acogida del don del otro. Vivir las relaciones de pareja desde un amor que tenga en cuenta la gratuidad y la libertad. Aprender a ser hijo/a y hermano/a en mi familia. Adquirir la convicción de la fraternidad, de la bondad de vivir en comunidad y de tener actitudes fraternas con los demás.

RELACIÓN CON LA SOCIEDAD

Adquirir una conciencia crítica de lo que ocurre en nuestra sociedad, de los valores que se proponen y saberlos contrastar con el evangelio. Incorporar nuestra realidad al concretar lo que Dios quiere de nosotros. Caminar hacia una opción por la justicia y solidaridad con los más pobres y débiles. Sentirse implicado, afectado, por los problemas de nuestro mundo y actuar en consecuencia a nuestra fe.

No creo que sea muy productivo preocuparse mucho de que el/la joven elabore algo muy sistemático. Por ejemplo, que tras cada ámbito relacional diga: mi objetivo general es tal, mis objetivos específicos son estos, las acciones que voy a desarrollar son aquellas, los tiempos en que voy a realizarlas son los siguientes...

A quien le ayude que lo haga así, pero lo importante en estos primeros PPV, desde mi punto de vista, es que cada uno/a sea capaz de expresar con sus propias palabras qué desea vivir, frente a unos ideales que se le proponen en los distintos ámbitos relacionales que constituyen su vida. Sólo en los casos en que las expresiones sean vagas o ambiguas, convendrá ayudar a que el/la joven haga un esfuerzo por concretar cómo lo va a vivir y cuándo lo va a evaluar. Pero no debemos olvidar que, en la vida de fe, no todo se puede concretar ni cuantificar; hay aspectos que son más de tipo orientativo y motivador y que también deben aparecer en nuestro PPV.

Este trabajo de planificación inicial se puede hacer con más aprovechamiento si se dedican uno o dos días completos, en una convivencia o similar, donde haya el menor número de distracciones posibles.

Aconsejamos que el agente de pastoral juvenil plantee una periodicidad para revisar conjuntamente con el/la joven dicho proyecto, para hacer los ajustes necesarios y, sobre todo, para que no se convierta en un “fardo pesado” sino en un “tesoro”.

5.2. El segundo PPV

Sería el que ha de proponerse a un/a joven que va avanzando por la fase de reelaboración y objetivación o bien que ya está en la fase reestructurante. Por tanto estamos ante un/una joven que ya ha descubierto la presencia de Dios en su persona y en su mundo, que va conociendo con cierta profundidad su propuesta alternativa de vida, que la va intentando poner en práctica, desde un conocimiento más profundo y realista de su persona y de su realidad y que, como fruto de ese caminar, va descubriendo su propia consigna espiritual o vocación y asume una opción fundamental por hacerla realidad.

En este caso, el protagonismo del catequista decrece, tal vez aumenta el de la comunidad, pero sobre todo se hace crucial el proceso de discernimiento que realiza la propia persona interesada.

Este discernimiento hay que entenderlo como un diálogo interno del sujeto entre “su propia historia”, situada en una comunidad concreta, la “historia de Dios” que nos sale al encuentro y la historia del mundo en que le ha tocado vivir.

Estas tres historias están en permanente relación y el sujeto debe captar las intersecciones que se producen entre ellas. Como decíamos antes, el proceso de crecimiento espiritual conlleva: que conozca en profundidad mi persona y mi historia, que conozca y experimente con hondura el mensaje del evangelio, que conozca crítica y comprometidamente la realidad de nuestro mundo.

Pues bien, ese triple proceso en el que vamos creciendo simultáneamente, nos va lanzando retos, pistas, mensajes, que son como antorchas en la noche que vamos mirando para continuar nuestra andadura espiritual.

Si continuásemos aplicando el esquema de PPV iniciado en fases anteriores, es decir, un esquema basado en las dimensiones relacionales de nuestra vida, habría que incluir algunos elementos:

OPCION FUNDAMENTAL

El/la joven ya ha hecho una opción fundamental por seguir a Jesús y construir el Reino durante el resto de su vida

VALORES Y ACTITUDES

Dicha opción fundamental se traduce en una serie de valores y actitudes que ha asumido como propios y desde los que se quiere mover

ACCIONES

En esa dinámica permanente de discernimiento en la que contempla la interrelación entre su historia, la de Dios y la del mundo, desde el prisma de su opción fundamental, de sus valores y actitudes, va decidiendo qué debe hacer en cada una de las dimensiones relacionales que componen su vida (con uno mismo, con Dios, con los demás y con la sociedad) [1]

La elaboración del PPV desde este nuevo esquema será más fácil, a medida que yo haya personalizado más mi opción de vida. Yo puedo llegar a una opción fundamental genérica, válida para cualquier joven en mis circunstancias, del tipo “quiero seguir a Jesús y comprometerme a construir su Reino”.

Pero también puedo realizar una formulación más personalizada, que responda a lo que ha sido mi personal camino de vida en el seguimiento de Jesús; así me podría encontrar con expresiones como: “quiero construir fraternidad como Jesús hermano”, “quiero ser pobre entre los pobres como Jesús”. A estas expresiones personalizadas de nuestra opción fundamental es a lo que podemos denominar “consigna espiritual”. No es que cada persona tenga que tener una expresión propia, pero seguramente sí que se sentirá personalmente identificado con alguna forma de percibir a Dios y de vivir su mensaje.

Pues bien, cuando en nuestro proceso vamos personalizando esa opción fundamental, sin duda, también el modo de comprender nuestros valores y de vivir nuestras actitudes principales va adquiriendo un colorido particular, que nos ayuda a no tener que pensar cada vez qué tenemos que hacer o cómo tenemos que actuar para ser fieles a nosotros mismos, sino que -por decirlo así- vamos tirando de rentas, aunque ello no nos exima de estar en un permanente estado de discernimiento.

Por ejemplo, dos personas pueden tener el mismo valor de la “comunidad” como consecuencia de su opción fundamental, pero uno comprenderla como un espacio donde aprender juntos los contenidos de nuestra fe y cómo llevarlos a cabo, y el otro como un espacio donde vivir esa fe que vamos descubriendo. En ambos casos, la comunidad es un valor de las personas en cuestión, pero se concretará en unas actitudes y acciones distintas, en congruencia con los distintos énfasis valorativos.

Por otra parte, dichos jóvenes no tendrán que estarse planteando permanentemente si han de vivir o no en comunidad, puesto que ya han descubierto que es un valor vital. Eso no les eximirá a ninguno de los dos de la necesidad (y obligación) de estar permanentemente revisando si el modo de comprender o de vivir dicho valor es acorde con lo que Dios quiere de su persona y de su comunidad, en el momento histórico en que lo esté discerniendo.

Como vemos, este segundo PPV es mucho más personal y dinámico que el primero, por lo que utilizar un esquema u otro resulta todavía más secundario.

6.       Conclusiones

Quiero terminar incidiendo en que El PPV es una herramienta, un instrumento y como tal debe ser estudiado y utilizado. Personalmente creo que son muchos, muchísimos los seres humanos a lo largo de la historia que, desde su particular vivencia de la fe, han llegado a ser lo que estaban llamados a ser, sin la ayuda de muchas de las mediaciones e instrumentos que hoy conocemos y tenemos a nuestra disposición. El Espíritu de Dios sabe servirse de los recursos disponibles en cada momento y situación, para optimizar amorosamente nuestro rendimiento humano.

Por otra parte, hay que reconocer que el PPV es una ayuda estupenda para cualquier persona, independientemente de la edad que tenga. Lógicamente para el/la joven que se está acercando al evangelio o que está queriendo vivir conforme a él, la posibilidad de utilizar una mediación que le ayude en la construcción de su identidad como persona seguidora de Jesús y de su Reino, puede resultar vital.

Creo positivamente que el equipo de agentes de pastoral juvenil y los diversos espacios comunitarios que haya en cada parroquia son unos auténticos referentes tanto para el/la joven que está iniciando su andadura en un grupo como para el que ya lleva algún tiempo. De un modo similar a como los niños captan los auténticos valores de sus padres, que no siempre son los proclamados, estos/as jóvenes captarán si para nosotros/as el PPV es realmente una ayuda, que vivo o he vivido en algún momento de mi proceso y que valoro, o un elemento más de los que me hablan en revistas o libros de pastoral y con el que quiero probar para ver si da buen resultado.

Por último no hay que olvidar que puede ser muy interesante, que los PPV de cada miembro de una comunidad iluminen y se realimenten del proyecto comunitario que se haya ido forjando en esa historia colectiva de liberación.


 


[1] Obsérvese que en el primer PPV el esquema era: dimensión relacional (p.e. relación con Dios) – objetivos – medios, tiempos, modo de evaluarlos. Ahora es: opción fundamental., valores y actitudes, plasmación de los mismos en acciones en cada una de las dimensiones relacionales de la persona. En términos generales, el primer PPV era más obra de la voluntad y decisión del joven, mientras que en el segundo PPV, el/la joven incorpora lo que ha percibido como querer de Dios sobre su persona y realidad, junto con su propio querer y decisión.