buscar a Dios no en el espiritualismo sino en el Espíritu



MANIFIESTO CONTRA UN CRISTIANISMO ESPIRITUALISTA

del Centre d'Estudis

CRISTIANISME I JUSTICIA




UN CRISTIANISMO QUE HAYA PERDIDO SU DIMENSIÓN 
VERTICAL SE HABRÁ PERDIDO A SI MISMO. PERO UN 
CRISTIANISMO QUE UTILICE LAS PREOCUPACIONES 
VERTICALES COMO MEDIO PARA REHUIR RESPONSABILIDADES 
ANTE LOS HOMBRES, NO SERÁ NI MAS NI MENOS QUE UNA 
NEGATIVA DE LA ENCARNACIÓN... ES HORA DE COMPRENDER 
QUE TODO MIEMBRO DE LA IGLESIA QUE REHUYA EN LA 
PRACTICA TENER UNA RESPONSABILIDAD ANTE LOS POBRES, 
ES TAN CULPABLE DE HEREJÍA COMO EL QUE RECHAZA UNA DE 
LAS VERDADES DE LA FE.

VISSER,THOOFT
Discurso en la Asamblea mundial de las Iglesias
Upsala 1968).


El Centro CRISTIANISME I JUSTICIA quiere dar a la luz el presente 
Manifiesto, en los días del cambio de año. Otras veces 
aprovechábamos estas fiestas para reflexionar sobre las tareas y 
los retos pendientes para el año nuevo. En otra parte, también este 
año lo hacemos de manera más breve. El presente escrito afronta 
uno de los desafíos más serios que tiene hoy ante si nuestra Iglesia, 
y que constituye un reto, no sólo para el próximo 1988, sino para 
todos los años futuros.

CRISTIANISME I JUSTICIA, 
Roger de Llúria, 13, ler. 08010 Barcelona 
Tel. (93) 317 23 38

* * * * *



SUMARIO

1. ¿LO SAGRADO EN LUGAR DE DIOS PADRE?
a) Nuestra situcación histórica
b) La religión pura e inmaculada a los ojos del que es Dios y 
Padre

2. ¿LO "SAGRADO" EN LUGAR DEL HOMBRE Y DEL POBRE?
a) El significado de la encarnación cristiana
b) La voluntad de Dios, única verticalidad posible

3. CONCLUSIÓN. NI SECULARISMO REDUCTOR NI 
FALSIFICACIÓN ESPIRITUALISTA

ALUSIONES BÍBLICAS


* * * * *


1. ¿LO SAGRADO EN LUGAR DE DIOS PADRE?


a) NUESTRA SITUACIÓN HISTÓRICA

La ola de la secularidad...

a) Por la década de los sesenta, los oteadores del momento 
religioso creyeron descubrir que el mundo occidental había entrado, 
al parecer definitivamente, en una nueva fase: la de la 
secularidad..

Lo habían anunciado desde hacía años los profetas de los 
tiempos modernos, tales como Feuerbach, Comte o Nietzche. Ahora 
parecía palparse el cumplimiento de sus profecías. El mundo 
llegado a su "mayoría de edad" estaba perdiendo su fe infantil en 
un Dios trascendente, papá bueno y solícito tapa agujeros, que en 
su amorosa providencia podía resolver los problemas de los 
hombres, a condición de que éstos le rindieran homenaje de 
fidelidad con el cumplimiento de sus deberes religiosos. La fe en 
este género de Dios era un resto de religión infantil, o una reliquia 
medieval.

Por otra parte, las meditaciones de prisión del mártir D. 
Bonhoeffer sobre la necesidad de vivir en el mundo ante Dios "como 
si Dios no existiera", parecían ofrecer hasta una plausible base 
teológica para una nueva religión de secularidad, que el obispo 
anglicano J. Robinson pronto popularizaría como la única manera 
en que el hombre moderno podría sentirse «sincero para con Dios». 
El hombre, llegado a su «mayoría de edad», no podía creer que 
Dios se complaciera con sus actos de devoción y de culto, ni podía 
esperar que Dios acudiera a socorrerle en sus necesidades, con 
sólo que lo se lo pidiese con oración ferviente y con costosas 
ofrendas y promesas.

Este hombre mayor de edad se siente autónomo y responsable 
de su destino. Busca la eficacia por los medios que tiene a su 
alcance, y ya no espera ayudas trascendentes. Si cree en Dios, 
sabe que no ha de esperar que Dios intervenga en favor suyo en 
este mundo, y que no tiene por qué importunarle con sus oraciones 
o actos de culto. Lo que Dios quiere de él es sólo que cumpla lo 
mejor que sepa y pueda sus responsabilidades en el mundo. Es un 
hombre secular: su religión es la del cumplimiento de la tarea 
mundana....

Pronto se preguntaron algunos por qué llamar a esto todavía 
religión: más aún, por qué creer todavía en Dios en lugar de creer 
sólo en el mundo. Y la teología de la secularidad amenazó con 
llevar, casi inevitablemente, a la teología «de la muerte de Dios»....

b) Con todo, no pasó mucho tiempo sin que los oteadores de la 
secularidad tuvieran que confesar que tal vez se habían apresurado 
en sus pronósticos. Harvey Cox, autor del máximo éxito editorial 
sobre "la ciudad secular", se vio obligado a escribir al poco tiempo 
(con una honradez que le hace merecedor de respeto), títulos tan 
significativos como «La fiesta de los locos» o «La seducción del 
espíritu»....

Resulta que los hombres encontraban sumamente aburrida su 
antes cacareada «mayoría de edad». Su pragmatismo, su sentido 
de la eficacia inmediata, su positivismo y su descuido de la 
trascendencia y de todo horizonte más allá de lo ya dado 
manipulare, aparecían ahora como un muro asfixiaste y 
deshumanizador. Con su grito de "la imaginación al poder", el mayo 
parisino del 68 (y sus ecos más o menos retardados en todo el 
mundo) llamaron a la revolución contra el gris pragmatismo 
secular.

Si los dioses antiguos parecían muertos, había que dar entrada a 
nuevos dioses y nuevas llamadas a la trascendencia.


El retorno a lo sagrado

Así comenzó a surgir la avalancha de nuevas religiones y 
espiritualidades. Lo oriental irrumpía como novedad cargada de 
promesas de vida en un Occidente que parecía exhausto y 
moribundo de positivismo. El yoga, el Zen, la meditación 
trascendental o el sufismo, más el arcano de las mil pequeñas 
sectas, parecían abrir ventanas para liberarse de la asfixia y 
respirar de nuevo algo de sentido trascendente en la vida.

No es que los profetas de la secularidad quedasen del todo 
desmentidos. Los valores seculares, el positivismo, el pragmatismo, 
la inmediatez y la eficacia y el disfrute del presente son 
efectivamente los determinantes principales del comportamiento del 
hombre occidental. Pero este hombre, que parecía satisfecho con 
su mayoría de edad, con su tarea de construir la tierra y con su 
capacidad de ponerlo todo a su servicio, es un hombre que no 
acaba de sentirse feliz. Su existencia fácil está como corroída 
interiormente por un malestar y una insatisfacción profundas. Cada 
día se le ofrecen más cosas de las que puede disfrutar. Pero con 
ello sólo parecen aumentar su insatisfacción, sus conflictos internos 
y externos, y sus inseguridades individuales y colectivas.... (a la vez 
que aumenta también la insatisfacción y la inseguridad de aquellos 
otros a los que cada día se les ofrecen menos cosas no ya para 
disfrutar, sino para sobrevivir).

No es extraño pues que a los profetas de la secularidad hayan 
sucedido nuevos profetas de la «trascendencia». Y, de hecho, 
algunos de los responsables de las iglesias parece que han vuelto a 
respirar con alivio, después de la amenaza de una imparable ola de 
secularidad, al ver aparecer síntomas de «retorno a lo sagrado». 
Expresión que ya en sí misma hace presentir toda suerte de 
ambigüedades. De esos síntomas vamos a enumerar solamente 
unos pocos:

a) numerosos grupos, aunque puedan ser relativamente 
minoritarios, parecen despertar a una nueva sensibilidad para la 
trascendencia y para la fe explícita en Dios, purificada quizás de las 
corrupciones más burdas y de las actitudes más patentemente 
alienantes contra las que se había ensañado la ola secularista.

b) surgen por doquier movimientos que pretenden recuperar el 
sentido de la oración, incorporando a veces -con más o menos 
acierto y coherencia- elementos de las tradiciones orientales, o 
rebuscando simplemente en las riquezas olvidadas de la antigua 
tradición cristiana. Se intentan nuevas formas de expresión 
comunitaria de la fe y de experiencia espiritual.

c) los llamados "movimientos carismáticos" descubren 
entusiasmados una nueva presencia y actuación del Espíritu.

d) reaparecen "casas de oración", "desiertos" o "pustinias", y las 
antiguas instituciones monacales de mujeres y de varones se ven 
concurridas por los que, por un tiempo más o menos largo, quieren 
compartir una experiencia espiritual que llega a fascinar al hombre 
perdido en su secularidad.

e) incluso los sectores más sanos de una generación juvenil a 
veces sin ilusiones, drogada, desquiciada o desesperada, se 
caracterizan por esta demanda de alimento espiritual...

Todo ello se convierte en una confirmación inesperada de que "el 
hombre no vive de solo pan"; y también en una señal de aviso de 
que el aire que se respira en la ciudad secular es un aire insano y 
viciado, y de que el ser humano necesita respirar aire puro para 
poder vivir medianamente sano.

Ante esta demanda se revaloriza también el sentido de un 
testimonio cristiano que, decidida y explícitamente, dé la cara en 
medio del secularismo o permisivismo ambiental, y se organizan 
nuevos grupos que buscan dar este testimonio con presencia 
militante y activa, decidida a influir en la sociedad.

Todo esto es la reacción del hombre de la ciudad secular contra 
la asfixia espiritual que ella provoca. En este sentido seria necio 
minimizar su alto valor sintomático, aunque sean actitudes 
relativamente minoritarias: se trata de fenómenos cuyo valor y 
sentido exactos han de ser analizados cuidadosamente, más allá de 
una apreciación ingenua de su faz aparente

Pues si la secularidad amenaza con perder de vista a Dios, el 
retorno a lo sagrado amenaza con falsificar al Dios verdadero y 
sustituir un ateísmo más o menos implícito, por una idolatría bien 
explicitada.



b) «LA RELIGIÓN PURA E INMACULADA A LOS OJOS DEL QUE 
ES DIOS Y PADRE" (St 1,27)

Cuando algunos hablan de un "retorno a lo Sagrado" ¿podemos 
decir sin más que se trata de un verdadero retorno y recuperación 
de la genuína religiosidad cristiana?
He aquí una pregunta ineludible en nuestra actual hora histórica.

Después de las anteriores descripciones sería arriesgado 
responder a esa pregunta de forma generalizada, en sentido 
positivo o negativo. Muchas de las actitudes descritas pueden 
brotar de un auténtico y genuino descubrimiento de valores típicos y 
característicos del cristianismo. Baste con citar dos ejemplos bien 
palmarios. Por un lado la recuperación del sentido de la gratuidad, 
frente al asfixiante moralismo legalista que caracteriza a las iglesias, 
y frente al encajonante pragmatismo chato de las sociedades 
seculares. Por otro lado, la dura constatación -que parecen haber 
hecho estos grupos- de que una excesiva "puesta entre paréntesis" 
de la pregunta por lo Trascendente acaba convirtiendo toda la 
realidad humana en absolutamente intrascendente, y que el olvido 
de la "utopía del cielo", típico de la secularidad, conduce al sacrificio 
de la "utopía de la tierra", típico de la postmodernidad .

Pero estos valores sintomáticos, no aseguran sin más la calidad 
cristiana o el valor religioso de lo que se pretende recuperar: 
Podríamos estar ante la misma resignación evasiva con que la 
"postmodernidad" no creyente cuida la belleza de las cosas, para 
compensarse de su renuncia a cambiarlas. O peor aún: podríamos 
hallarnos enfrentados con los peligros que entraña toda situación 
de reacción (dicho sea así para no aludir a la palabra de moda: 
"restauración", ligada a tantos fracasos históricos en la memoria de 
la humanidad).

La reacción suele quedarse en la mera negación o el mero 
intento de sustitución de aquello contra lo cual se reacciona. En 
nuestro caso podría suceder que:

a) frente al secularismo, se afirmara sólo un espiritualismo 
desencarnado;

b) frente a la negación o infravaloración de lo trascendente, se 
afirmara sólo la trascendencia de un Dios ajeno a la historia, que no 
se haría presente más que en momentos especiales de oración o 
de culto;

c) podría ser que frente a un "reino de Dios" demasiado 
inminente, se afirmase ahora sólo el poder de los que dicen ser sus 
representantes;

d) y que, frente al desamparo y vacío interior que el hombre 
perdido en la ciudad secular siente en lo más hondo de sí, se 
buscara un sendero dudoso en la simple huída de la tarea secular, 
hacia los famosos "tiempos fuertes" y "lugares de desierto"; los 
cuales ya no serían más que sutiles "descansos del guerrero" que 
siente que la lucha cotidiana se le hace imposible, y que sólo busca 
ya alguna justificación para renunciar a ella...

Todo lo anterior ha sido formulado deliberadamente de forma 
condicional. Sería injusto definir -dogmatizando- que todas las 
formas de renovación religiosa están afectadas por vicios de 
planteaniento del género insinuado. Nadie está capacitado para 
juzgar sin más tales o cuales conductas concretas. Y tampoco cabe 
dudar de la autenticidad de muchas actitudes religiosas y orantes 
que indudablemente proceden de la acción del Espíritu que jamás 
deja de hacerse sentir y de movernos.

Pero sí que debemos proclamar con seriedad radical que existe el 
peligro de que extraviemos nuestros caminos y volvamos a las 
andadas que nos perdieron. La religiosidad a recuperar es la 
auténtica religión del único Dios vivo y verdadero, en obediencia de 
fe y de servicio, y no el tributo pagado a los ídolos de nuestros 
sentimientos y de nuestros deseos.

Lo que opongamos al secularismo positivista y pragmático no 
debe ser una huída del mundo, sino una responsable y gozosa 
acogida de nuestra tarea en el mundo que Dios ha puesto en 
nuestras manos, para que le demos sentido y vivamos todos en él 
como hermanos e hijos suyos. Nuestro culto a Dios ha de ser el 
culto que El quiere, en justicia y en verdad, y no la ofrenda fácil de 
lo que a nosotros nos complace presentar.

En una palabra: no caigamos en la trampa de tomar el nombre de 
Dios en vano y adorar sólo los ídolos de nuestras conveniencias o 
de nuestros sentimientos, yendo a dar de nuevo en una religiosidad 
alienante y alienada.

Si el hombre pretende buscar a Dios meramente desde sí mismo, 
desde sus propias anticipaciones y esquemas de orden religioso, 
filosófico o social, difícilmente lograr superar la demoledora crítica 
de Feuerbach a los dioses que no son más que proyecciones al 
infinito de los deseos y anticipaciones de los hombres. Y menos aún 
superar la crítica de Pablo contra la impureza de la religiosidad 
humana: pues también la religión puede degradarse en forma de 
"concupiscencia de seguridad" y de afán de autoafirmación o 
justificación propia.

A Dios hay que buscarle desde una postura receptiva y abierta a 
acogerle tal como El se nos manifiesta, aunque desborde todas 
nuestras anticipaciones y deseos inmediatos. Porque si Dios es 
Dios, será más que todo lo que nosotros los hombres podemos 
concebir o anticipar.

Esto es el meollo mismo de la teología bíblico-cristiana, como 
palabra sobre un Dios que se autorevela gratuitamente a los 
hombres, haciéndoles promesas más allá de lo que ellos podrán 
esperar, interpelándoles a salir constantemente de sí mismos y de 
su pequeña seguridad, ofreciéndoles superar los propios límites con 
la perspectiva de llegar a ser hijos de Dios, y de llegar a participar 
en una inimaginable Comunión con la misma vida divina.

Lejos de ser una proyección chata de las aspiraciones humanas, 
el Dios cristiano es el Dios que siempre saca al hombre de su 
cerrazón sobre sí y sobre sus intereses, abriéndole a una 
perspectiva gratuita e inesperada de comunión con El, a través de 
la creación de una familia de hermanos. Por eso, frente al "malestar 
de la cultura" detectado por S. Freud y por los herederos de la 
modernidad, la religión pura e inmaculada no puede asimilarse de 
ningún modo a una especie de "bienestar en la incultura"(*).

El Dios de la tradición bíblico-cristiana se presenta como Creador 
libre del mundo y de los hombres, a los que hace además "imagen 
Suya": libres y responsables para organizar su vida con sentido en 
el uso de las cosas y de la convivencia mundanas.

Es un Dios que quiere el bien de todos los hombres, conseguido 
en el ejercicio de su libertad que El respeta. En este sentido ofrece 
-no impone- un "pacto" o "Alianza" con los hombres que han de 
constituir "su pueblo".

Es un Dios que, de esta forma, se hace solidario con los hombres 
y que por eso se constituye en protector especial de los débiles -"el 
huérfano, la viuda, el extranjero"-, frente a los abusos de los 
poderosos.

Aunque inicialmente parece que su protección se restringe a un 
reducido "pueblo escogido", pronto se reconocerá que el Dios 
Creador de todos los hombres extiende por lo mismo Su protección 
a todos los hombres, y que la elección bíblica es siempre elección 
para una misión servidora: el localismo inicial israelita estaba 
intrínsecamente llamado a superarse en universalismo, como 
intuirán muy pronto los más antiguos profetas de Israel.


2. ¿LO "SAGRADO" EN LUGAR DEL HOMBRE Y DEL POBRE?


a) EL SIGNIFICADO DE LA ENCARNACIÓN CRISTIANA

La solidaridad de Dios con todos los hombres tiene su 
manifestación máxima en Jesús de Nazareth, que es creído como 
presencia de Dios en esta historia y en una vida humana. En la 
persona y la vida de Jesús, Dios renueva y consuma su antiguo 
Pacto con la humanidad, y realiza una oferta suprema de 
comunicación a todos los hombres.

Jesús, hombre como nosotros, Hijo propio y unigénito de Dios, 
nos revela a Dios como Señor de todo y Padre de todos. Y, al 
enseñarnos a llamar a Dios Padre -no por derecho propio sino por 
don de Su Espíritu- nos hace clamar también que "que venga Su 
Reino", que es el Reino de una fraternidad real y efectiva.

Esa fraternidad no puede excluir a nadie, puesto que todos los 
hombres, por ese don del Espíritu, somos igualmente llamados a ser 
hijos de Dios. Por eso, la predicación de Jesús proclama una 
"buena noticia para los pobres" y afligidos, en la que éstos son 
objeto de "Bienaventuranza" (1) porque serán los más directamente 
beneficiarios de la única Ley que Dios quiere hacer prevalecer: la 
Ley de la fraternidad en la filiación bajo un único Señor y Padre de 
todos. Jesús rescata así la antigua noción del Reino de Dios, que ya 
había definido el salmista, y la declara íntimamente ligada a su 
persona:

"El Señor hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.

El Señor liberta a los cautivos,
abre los ojos al ciego.

El Señor endereza a los que ya se doblan
El Señor ama a los justos.

El Señor acoge a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y transtorna el camino de los malvados:

El Señor reina eternamente..." (Sal 145,10).

Para Jesús no hay acceso posible a Dios fuera de la dedicación y 
del compromiso con ese Reino de la fraternidad en la que cada 
hombre se aproxima al necesitado y se hermana con él, en lugar de 
pasar de largo ante los caídos en la cuneta de la historia (2). 
Tampoco hay posible manifestación de Dios en esta historia fuera 
de ese empeño por ser "misericordiosos como el Padre", para que 
los hombres "vean vuestras obras de bondad y alaben a vuestro 
Padre del cielo" (3).

Toda búsqueda de Dios al margen de esta ley suprema de Reino, 
acaba en un dios falso. Y por eso, Jesús fue el primero en cumplir 
con entrega total este programa del Reino, invitándonos a seguirle 
e imitarle. El no hizo distinción de personas, ni confirmó en sus 
privilegios marginadores a los poderosos -de índole social, religiosa 
o política-. Acogió a los pobres, enfermos y marginados. Proclamó 
que, en su misma acogida, se acercaba Dios a los hombres. Y por 
eso no temió enfrentarse con los que ponían el cumplimiento de los 
preceptos rituales o legales por encima del servicio de la humanidad 
y de la caridad: "el sábado está hecho para el hombre y no el 
hombre para el sábado"; "compasión es lo que quiero y no 
sacrificio"...(4).

Y por esto, y en suprema manifestación de la solidaridad de Dios 
con los hombres, se vio llevado a afrontar la muerte en cruz, a 
manos de los que estimaban más el ritualismo o el legalismo, y la 
idea de un Dios amparador de sus privilegios, que las exigencias de 
la fraternidad. Pero el Padre le resucitó, como prueba suprema de 
que Jesús era de Dios y estaba con Dios, y de que Dios no estaba 
con sus sedicentes representantes religiosos, los cuales no tenían 
sensibilidad para comprender el corazón del Dios-Padre, cuyo único 
deseo es "recuperar lo que se había perdido" (5) por los egoísmos 
pecaminosos del hombre.

Esta es nuestra fe cristiana. Y si todo ello es así, los cristianos 
habremos de proclamar que el confesar con los labios una 
"divinidad de Jesús" meramente verbal, no es una patente de 
salvación para nadie (y mucho menos si se pretende esgrimir esa 
confesión contra los que tratan de corresponder creyentemente a la 
dignidad divina de los pobres). En el cristianismo hay algo aún más 
importante que la misma divinidad de Jesús, a saber: la divinidad de 
Dios, que es la que hace que sólo puede ser Hijo de Dios, Unigénito 
y Amado del Padre (6). Aquel cuya forma de vida le llevó a ser 
eliminado por los poderes políticos de su tiempo, y "contado entre 
los malhechores" por las autoridades religiosas de su pueblo (7).

Pensamos que la inevitable brevedad de este resumen de 
nuestra fe no traiciona el sentido fundamental de la autorevelación 
de Dios en Jesucristo, que no sería otro que este: que Dios es 
Padre de los hombres, y por eso es todo solidaridad, todo 
compasión, todo fidelidad, todo corazón solícito para con los 
hombres. Que Su Voluntad sobre nosotros es que nos amemos 
como El mismo nos ha amado, con amor efectivo, total, gratuito e 
incondicional, siendo así hijos buenos del Padre "que hace salir el 
sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos" (8). 
La gloria de Dios, por consiguiente, no reside en que el hombre le 
mencione y le dé culto. Sino que la gloria de Dios es la vida de los 
hombres, y la vida de los hombres es el reconocimiento de Dios en 
su paternidad solícita, hasta que llegue a la visión y a la plena 
comunión con El. Así podríamos decir, parafraseando una conocida 
fórmula, cuyo autor es del s.II de nuestra era.

Y esa Gloria de Dios ha de ser buscada incoativamente ya "en 
esta tierra como en el cielo". De tal modo que, si Dios ha querido 
acercarse plenamente a los hombres en la carne humana de su 
Hijo, Recapitulador universal, resuenan ahora sobre todos los 
empeños espiritualistas las mismas palabras que un día escucharon 
los discípulos de Jesús: "O qué hacéis ahí parados mirando al 
cielo?" (9). Es en esta tierra, que todavía no es su Reino y donde su 
Voluntad no se cumple, donde Dios quiere ser encontrado por 
nosotros


b) LA VOLUNTAD DE DIOS, ÚNICA VERTICALIDAD POSIBLE

Todo lo dicho nos marca un camino inequívoco de respuesta a la 
pregunta que ha ido dirigiendo las reflexiones de este Manifiesto. 
¿Cómo buscar a Dios?. No en el espiritualismo sino en el Espíritu 
Santo. A Dios se le encuentra "humanizado" en Jesucristo, hecho en 
El solidario con nosotros y hermano nuestro, e interpelándonos a la 
solidaridad y fraternidad. Las Fuentes cristianas (pese a los 
frecuentes tropezones e infidelidades del cristianismo histórico) 
dejan claro que no puede haber otro lugar donde hallar a Dios, ni 
otro criterio para reconocerlo y para distinguirlo de los ídolos que 
podríamos construirnos: "lo que hicisteis con uno de mis hermanos 
más pequeños, conmigo lo hicisteis". "Quien no ama al hermano al 
que ve, no puede amar a Dios al que no ve". "La religión pura e 
inmaculada es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en su 
desgracia, conservándose a sí mismo incontaminado de este orden 
presente" (10).

¿Cómo buscar a Dios? Cuando el Dios bíblico revela Su amor al 
hombre, no pide a cambio inmediatamente que el hombre le ame a 
El (en realidad ¿qué amor podría darle el hombre a Dios, que fuese 
digno de El), sino que el hombre ame a su hermano. En el 
cristianismo el amor al prójimo, y la justicia que trabaja por 
realizarlo, no son simple mandamiento moral, sino una realidad 
teologal: "Amaos los unos a los otros como Yo os he amado". "Si 
Dios nos amó así a nosotros, también nosotros debemos amarnos 
unos a otros" (11). Cuando Yahve canta un "canto de amor a su 
viña", cuando le planta cepas y la cuida para que dé frutos, las uvas 
que espera de ella no son oraciones y ritos, sino "justicia y 
derecho"; y los agrazones que la viña produce son "asesinatos y 
gritos de dolor" (12)..

¿Cómo buscar a Dios? Rezando efectivamente Padre nuestro, de 
todos los hombres, sin pretender hallar exclusivamente un Dios sólo 
"mío", y sabiendo que esta oración traduce una actitud fraterna por 
la que tampoco el pan es sólo "mío", sino pan nuestro. ¿Cómo 
encontrar a Dios? Creyendo que ese "nuestro" de la fraternidad 
vincula al Padre del cielo con el "pan" de la tierra. Y cuando le 
llamamos "mío" ni Dios es Padre, ni su Reino llega, ni se cumple Su 
voluntad en la tierra como en el cielo.

¿Cómo buscar a Dios? Buscando efectivamente "trascendencia" y 
verticalidad, pero en el clamor de los sufrientes y oprimidos, y no en 
dioses a imagen y semejanza del anhelo humano. "Nosotros 
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida... porque 
amamos a los hermanos" (13) mientras que los espiritualismos 
siempre acaban buscando a Dios donde ellos quieren y no donde El 
espera ser encontrado. Por esta razón (y al margen de cuales sean 
sus intenciones verdaderas), han hecho siempre un gran daño a la 
Iglesia, privándola de su fidelidad ante Dios y de su credibilidad ante 
los hombres.

¿Cómo buscar a Dios? Hace ya muchos siglos que un célebre 
Padre de la Iglesia respondía a esta pregunta:

"¿Quieres de veras honrar al cuerpo de Cristo? No consientas 
que esté desnudo. No le honréis con sedas en la iglesia dejándole 
perecer fuera de frío y desnudez... En la última cena ni era de plata 
la mesa, ni tampoco el cáliz en que el Señor se dio a sus 
discípulos... El sacramento no necesita manteles preciosos sino 
corazones puros; los pobres, en cambio, sí que requieren muchos 
cuidados. Aprendamos pues a sentir sensatamente y a honrar a 
Cristo como El quiere ser honrado: porque para quien es servido el 
servicio más grato es el que él mismo quiere, y no el que nosotros 
nos imaginamos. Y así, Pedro se imaginaba honrar al Señor: no 
consintiendo que le lavara los pies, y eso no era honra sino todo lo 
contrario.

Tribútale pues el honor que él mismo reclama, empleando tu 
riqueza en servicio de los pobres. Porque Dios no tiene necesidad 
de vasos de oro sino de corazones de oro" 
(·JUAN-CRISOSTOMO-san, Homilia 50 sobre S. Mateo, n.3).

Y esa misma respuesta antigua la encontramos actualizada en 
estas palabras de uno de los grandes teólogos de nuestro siglo:

Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de 
Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en Ti 
tengo que creer en el amor y en la justicia. Vale mil veces más creer 
en estas cosas que pronunciar tu nombre. Fuera de ellas es 
imposible que te encuentre. Y quienes las toman por guía están en 
el camino que lleva hasta Ti. (·LUBAC-HENRI-DE).

Ciertamente la fraternidad, la justicia, la comunión y la simple 
convivencia humana no son empresa fácil. Y, a ratos, parece que 
trascienden las posibilidades de los hombres tanto como el cielo 
dista de la tierra. Pretender alcanzarlas por uno mismo sería, por 
eso, una empresa tan quimérica como la de querer llegar hasta el 
cielo. Sin embargo, la espantosa situación antifraterna que 
caracteriza nuestro mundo actual -la infrahumanidad de los muchos 
desheredados y la inhumanidad de los pocos privilegiados- es 
demasiado atroz para que podamos creer que obedece sólo a la 
dificultad de la empresa, y no al egoísmo culpable de los hombres. 
En una situación así, y por utópica que parezca la plenitud final, 
siempre son ya posibles infinidad de pasos concretos en dirección 
hacia esta meta: hacia mayor fraternidad y mayor justicia. Pero, 
para esta empresa, ha de pedir el cristiano incesantemente que "el 
Amor de Dios se derrame en nuestros corazones por el don de Su 
Espíritu Santo" (14), para que podamos amar a los hombres con el 
mismo amor con que somos amados por Dios. Este es el verdadero 
sentido de toda oración cristiana.


3. CONCLUSIÓN. Nl SECULARISMO REDUCTOR Nl 
FALSIFICACIÓN ESPIRITUALISTA

La identidad cristiana se ve seriamente amenazada si, ante el 
desafío de la secularidad moderna, se reacciona sólo con intentos 
de "retorno a lo sagrado". Lo primero que deberíamos preguntarnos 
es qué es lo realmente sagrado en una óptica cristiana.

Y la respuesta no ofrece demasiadas dudas: para el Dios que nos 
ha manifestado Su Solidaridad con los hombres -singularmente con 
los débiles y marginados- hasta dar su Vida por ellos, son más 
sagrados esos hombres que todos los actos religiosos, y que todos 
los tiempos de oración o los lugares, ceremonias y utensilios de 
culto.

No insinuamos con esto que la oración y adoración, el culto y la 
celebración no hayan de tener su lugar, necesario e imprescindible, 
en la vida de fe individual y comunitaria: los hombres hemos de vivir 
nuestra fe con formas exteriores, alimentarla, expresarla, 
comunicarla y celebrarla con gozo y devoción ante Dios y en 
comunión con los hermanos. Pero ha de ser una fe en el único Dios 
auténtico, que le reconozca como lo que es y le honre como El 
quiere ser honrado: como Señor de todo y Padre de todos, en la 
vivencia práctica de la filiación en la fraternidad.

Los cristianos, por tanto, sólo creemos efectivamente en el único 
Dios, Padre de Jesucristo y Padre nuestro, en la medida en que nos 
comportemos como hermanos. Este es el criterio único para 
discernir si nuestros actos de adoración y culto nos "religan" 
realmente al Dios verdadero, o no son más que evasión alienante, 
opio religioso de dioses ilusorios con el que nos drogamos 
autosatisfechos.. Creer es asumir la responsabilidad que Dios nos 
ha confiado, de hacer de este mundo nuestro concreto un mundo 
en el que Dios sea efectivamente reconocido como Padre de todos, 
en nuestro comportamiento de hermanos.

Aquí se puede percibir la parte de verdad que hay en la 
afirmación de la secularidad, y que es cristianamente irrenunciable: 
que nuestra relación de hombres libres y responsables para con 
Dios, se juega en el terreno de este mundo, en la tarea de dar a 
nuestra existencia mundana el sentido que Dios-Padre quiere que 
tenga, en el esfuerzo para que venga su Reino y se cumpla Su 
Voluntad en la tierra como en el cielo. De otra suerte, olvidaríamos 
la decisiva afirmación paulina de que la fe se hace efectiva en la 
caridad (15), y podría sucedernos que oyéramos de Dios lo mismo 
que reprochaba por el profeta: "No sigáis trayéndome oblaciones 
vanas, que el humo de vuestro incienso me resulta detestable... 
Aprended a hacer el bien, buscad la justicia, dad sus derechos al 
oprimido" (16).

Pero, aunque la autenticidad de nuestra fe se juega en el terreno 
mundano, temporal y secular de la construcción de una convivencia 
fraterna, ello tampoco implica la reducción del Reino de Dios a las 
meras dimensiones mundanas y sociotemporales. Aquí se puede 
percibir la parte de verdad que hay en las reacciones contra un 
secularismo extremo: el cristianismo no es una estrategia 
sociopolítica. Nos descubre que el hombre -todo hombre, toda vida 
humana- tiene un valor absoluto porque es objeto de amor 
incondicional de Dios Padre. Por eso, lo que se obra en la 
temporalidad y en la humanidad, está "cargado de un peso inmenso 
de gloria eterna" (17). Y por eso también dejó escrito S. Agustín: 
"que nadie venga diciendo que si no ama a su hermano ofende sólo 
a un hombre... pero que contra Dios no quiere pecar. Pues ¿cómo 
no vas a pecar contra Dios cuando pecas contra el amor" (lu Jo 
7,5).

Esa densidad trascendente del amor es el mismo "peso inmenso 
de gloria eterna" al que aludía S. Pablo.

En conclusión pues debemos afirmar que, si el cristianismo no s 
compatible con el reduccionismo temporalista de un secularismo a 
ultranza, tampoco lo es -y menos aún- con la evasión espiritualista 
que busca refugio en un "sagrado" trascendente. Menos que nadie 
puede un cristiano ignorar aquellas palabras de un antiguo profeta 
de Israel: "Lo que debes hacer, oh hombre, y lo que el Señor 
reclama de tí, es tan sólo que practiques la justicia, que ames de 
verdad y con ternura, y que camines humilde con tu Dios" (18).

No se puede caminar debidamente con Dios si no es practicando 
la justicia y amando de verdad y con ternura. Mientras que si 
alguien, por la Gracia de Dios, logra practicar la justicia y amar de 
verdad, con misericordia, ése tal ya está caminando con Dios, 
incluso aunque quizás no lo sepa: Porque "todo el que ama conoce 
a Dios y es de Dios" (19).



ALUSIONES BÍBLICAS
(l) Cf. Mt ll,5; Lc 6,20. 
(2) Cf. Lc l0,25 ss. 
(3) Cf. Lc 6,36; Mt 5,16. 
(4) Mt 2,27; Mt 9,13 y 12,17. 
(5) Mt 18,11; Lc 19,10.
(6) Cf. Mt 4,17.
(7) Cf. Lc 22,37. 
(8) Mt.5,45. 
(9) Cf. Hchs 1,11. 
(10) Mt 25,37 ss.; lJn 4,20; Sgo 1,27. 
(11) Cf. Jn 15,12; lJn 4,11. 
(12) Cf. Is 5, 1-7.
(13) lJn 3,14.
(14) Cf. Rom 5,5. 
(15) Cf. Gal 5,6.
(16) Is 1,13.17.
(17) 2 Cor 4,16. 
(18) Miq 6,8. 
(19) lJn 4,7

Cuadernos CRISTIANISME I JUSTICIA,
Roger de Llúria, 13, ler. 08010 Barcelona

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NOTA
(*) La palabra "cultura" tiene aquí el significado típico de las 
lenguas anglogermanas, que difiere de sus connotaciones 
castellanas más inmediatas, para significar: civilidad, civilización, 
convivencia, construcción y cultivo de la comunidad humana, etc