Configuración del mundo 


a) El hombre vive en el mundo y en sus órdenes y estructuras; 
tiene, pues, con él muchas relaciones inevitables. Es, por tanto, de 
esperar a priori que la transformación obrada por Cristo en el 
hombre se realice también en el mundo. Sería malentender la 
revelación de Dios hecha en Cristo interpretarla como una medida 
de Dios para la inmediata mejora del mundo o para la creación de 
un determinado orden social, político, económico o cultural o para 
la educación de la humanidad y procesos culturales parecidos. El 
sentido más íntimo del cristianismo se refiere al reino de Dios. Dios 
actúa en la historia humana para instaurar y realizar en el mundo 
su reinado. La vida de Cristo estuvo al servicio de esta misión. La 
instauración del reino de Dios significa para los hombres la 
salvación. Cuando un hombre se somete al señorío de Dios, es 
decir, al imperio de la verdad y del amor, entra en comunidad con 
Dios, plenitud de ser y de vida y logra así la vida indestructible y la 
salvación.
Aunque la Revelación no está inmediatamente ordenada al orden 
de lo terrestre, es un mensaje de suma importancia para 
comprender el mundo y la existencia de los hombres en él.
La proposición, que más fecunda parece, para explicar esta 
verdad es: el Verbo se hizo carne (lo. 1, 14). El Logos divino, el Hijo 
de Dios, asumió la naturaleza humana con los modos existenciales 
de caducidad y transitoriedad. A la vez asumió una estructura de 
esta tierra, materia de la materia de este mundo, polvo del polvo de 
la creación. Y así afirmó no sólo al hombre y al dolor humano, sino 
también al mundo.
ENC/MUNDO MUNDO/ENC: El mundo fue así confirmado por 
Dios. Dios selló definitivamente lo que había hecho al principio del 
mundo. El mundo fue creado por Dios y no descansa en sí mismo. 
Fue creado por Dios y depende de El hasta en los últimos estratos 
del ser. Existe, porque Dios lo conserva. Es un misterio por qué 
permitió Dios que el mundo creado por El fuera corrompido por el 
hombre al pecar. El misterio del pecado no puede ser del todo 
esclarecido. Pero podemos decir: Dios tiene una opinión tan 
elevada de la libertad humana que le deja todas las posibilidades y 
no lo impide ni aun cuando puede ser fatal o lo es. Esta conducta 
de Dios nos parecería una locura, si el mundo hubiera permanecido 
en su estado de corrupción. Pero Dios había preparado la medicina 
y había visto el camino de la salvación. Sería un camino de 
lágrimas y de dolor, pero al fin era un camino. Cuando el mundo 
había sido corrompido por el hombre, Dios le volvió a crear y 
renovar, haciendo que el Logos divino asumiera, en unidad 
existencial con su persona, una parte de la materia de esta tierra 
que Dios creó. Desde la Encarnación está el mundo para siempre e 
íntimamente unido a la existencia de Dios. Dios no retractará esa su 
afirmación del mundo.
MUNDO/RS RS/MUNDO CUERPO-RESUCITADO: La 
Encarnación del Logos divino significó que Cristo, al asumir el 
destino humano, asumió el destino de este mundo. Al morir tomó 
sobre sí la ley de la muerte, que impera todo el cosmos. Cristo 
confirmó por una parte esa ley para siempre. No hay esperanza de 
que el mundo se sustraiga a la ley de la caducidad, porque está 
bajo el signo de la cruz, de la caída y ocaso de Dios en esta tierra. 
Pero, por otra parte, mediante la muerte de Cristo, fue creada una 
nueva forma de existencia -completamente desconocida hasta 
entonces- de la materia de esta tierra; se revela en el cuerpo 
glorificado de Cristo. La materia, que hasta entonces había sido 
exclusivamente portadora e instrumento de muerte, se convierte 
gracias a la resurrección en portadora e instrumento de la vida 
imperecedera. La materia fue transformada hasta ser capaz de 
admitir y dejar traslucir las energías de la vida divina. El cuerpo del 
Resucitado participa así de modo completamente nuevo en el 
poder existencial indestructible y en la plenitud de ser de Dios.
Lo que ocurrió en el cuerpo de Cristo tiene importancia para todo 
el mundo, del mismo modo que la muerte del hombre pecador tuvo 
importancia para toda la creación.
CIELO-NUEVO TIERRA-NUEVA: Cristo resucitado es el 
primogénito no sólo de los hombres, sino de todo el cosmos. Todo 
el universo ha sido puesto en movimiento hacia el estado creado en 
Cristo glorificado: hacia el estado de glorificación. En la 
glorificación, todo el cosmos logrará una forma imperecedera de 
existencia. El cosmos será traspasado por la luz y fuego de la 
santidad y amor de Dios, y así será glorificado. Llamamos cielo 
nuevo y tierra nueva a ese estado del mundo. Ocurrirá en una 
época poshistórica y poscósmica y no en el espacio de la historia 
humana y en el transcurso cósmico definible y explicable por las 
Ciencias Naturales. El camino por el que el mundo se dirige a su 
estado definitivo, es la destrucción y completo derrumbamiento de 
sus actuales formas de ser y existencia.
En la promesa de ese futuro estado del mundo la afirmación que 
Dios hace de él recibe nueva luz y claridad definitiva. La valía del 
mundo resplandece ahora que sabemos que Dios quiere 
concederle en la tercera y última creación una configuración y 
estructura perduraderas. 
El proceso total del mundo se nos aparece ahora sometido a la 
tensión de la muerte y resurrección de Cristo por una parte, y por 
otra, a la tensión entre el derrumbamiento total de ese mismo 
mundo y su total transformación en una forma imperecedera de 
existencia. La posición del mundo entre esos dos pares de 
acontecimientos trascendentales determinan el carácter de su 
transcurso. Y por ese mismo hecho están caracterizadas las 
relaciones del hombre -y especialmente las del cristiano- con el 
mundo y sus obligaciones ante él. La conducta del cristiano, y en 
especial del justo ante el mundo, está a la vez bajo el signo de la 
cruz y de la muerte y bajo el signo de la configuración definitiva de 
este mismo mundo. Las relaciones del cristiano con el mundo están 
también caracterizadas por el hecho de que el cristiano ha sido 
sacado del mundo (en cuanto reino del pecado). El cristiano ha 
sido fundamentalmente liberado de la cerrazón a Dios que tiene el 
mundo.

b) A cada uno le ha sido confiada por el Padre celestial la 
configuración de una parte del mundo; debe cuidarla con el 
cuidado y conciencia con que los hijos cuidan la propiedad y 
herencia de sus padres. Toda conducta absurda y descuidada 
frente a las cosas del mundo es una lesión del amor al Padre. La 
configuración del mundo ocurre en la configuración de los distintos 
órdenes de la vida y sobre todo en la configuración del oficio o 
profesión, de la familia, de la nación y del estado.
La tarea de configurar el mundo que Dios nos impone tiende 
primariamente al buen orden de las formas transitorias de este 
mundo y en definitiva a poner de relieve la gloria de Cristo 
infundida en el mundo.
Por lo que se refiere a la primera tarea, debemos partir del hecho 
de que Dios no creó al mundo en estado perfecto y acabado. Más 
bien, confió a los hombres el perfeccionamiento del mundo, en 
cuanto el mundo es perfectible dentro de los límites de su 
transcurso terrestre. Dios manda a los hombres que configuren la 
tierra y la sometan. Este mandato nos es atestiguado en el primer 
libro de la Sagrada Escritura. Se dice allí: ."Procread y multiplicaos, 
y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, 
sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto 
vive y se mueve sobre la tierra." Dijo también Dios: "Ahí os doy 
cuantas hierbas de semilla hay sobre la haz de la tierra toda, y 
cuantos árboles producen fruto de simiente, para que todos os 
sirvan de alimento" (/Gn/01/28-29).
MUNDO/COMPROMISO CSO/MUNDO: De estas palabras del 
Génesis se deduce que el hombre ha sido obligado por Dios a 
tareas mundanas, a servir al mundo y a amarle. Si intentara 
sustraerse a ese servicio, se rebelaría contra Dios. Huida del 
mundo significa huida de Dios. El hecho de que en la modernidad 
se nos grite: "permaneced fieles a la tierra" (Nietzsche) está 
legitimado por la Escritura misma. El Cristianismo no es puro 
espiritualismo. El grito de Nietzsche viene de una voluntad humana 
y carece de importancia frente a la obligación que se nos impone 
por boca de Dios mismo. Todo precepto humano participa de la 
problematicidad y variabilidad a que está sometido todo lo humano. 
Pero el mandato que Dios nos da tiene validez absoluta y es 
absolutamente obligatorio. Por tanto, el hombre que se sabe 
obligado por Dios a servir esta tierra, siente una obligación más 
fuerte y poderosa que la que se impone el que cree sólo en el 
mundo.
Ante esa obligación no es justa la sospecha de si vale la pena el 
mundo perecedero. Esa sospecha se levanta ante la fugacidad de 
todo lo terreno. No sólo las obras de cada día, producto del trabajo, 
están sometidas a la ley del tiempo, las obras de la cultura tampoco 
se mantendrán ante la transitoriedad. Pero el hecho de que Dios 
crea que el mundo vale la pena -y así lo ha demostrado 
empeñándose tres veces en él y realizando su empeño a fuerza de 
tiempo y esfuerzo-, confirma de una vez para siempre que el mundo 
merece el trabajo y esfuerzo humano. Toda duda de si el mundo 
vale la pena debe enmudecer ante la obra de Dios en él y por él.
H/SEÑOR-CREACION CREACION/H-SEÑOR: El mandato divino 
de servir al mundo implica el precepto parcial de que el hombre 
debe hacerse y permanecer señor de la tierra. El hombre 
contradiría ese precepto divino, si permitiera que el mundo se 
hiciera señor suyo. Si la configuración del mundo hecha por el 
hombre le lleva a ser esclavo de las cosas, se debe no sólo a falta 
de habilidad, sino a desobediencia.
El hombre se hace esclavo de las cosas cuando se rebela contra 
Dios. La esclavitud al mundo -a la técnica, por ejemplo- es un signo 
que traiciona la actitud humana de rebelión contra Dios. Quien se 
rebela contra Dios se convierte en esclavo del mundo, del dinero, 
del estado, de la máquina. El hombre sólo puede elegir entre vivir 
como esclavo del mundo -si no quiere soportar el señorío de Dios- 
o soportar el señorío de Dios -si no quiere ser víctima de la 
esclavitud al mundo-. No hay salida ni solución de este dilema.
En la esclavitud del hombre rebelde, del hombre que vive en 
radical autonomía, se continúa y agudiza la esclavitud en que cayó 
el hombre por el primer pecado, es decir, en el primer intento de 
vivir libre de Dios y autónomo. El mundo se venga -por así decirlo- 
del hombre, a quien Dios confió su creación para que la conformara 
y configurara, cuando el hombre -infieI a los mandatos de Dios- 
trata lo que le ha sido confiado como si fuera propiedad suya, como 
que tuviera derecho absoluto para disponer de ello a capricho.
ADORACION/ATD-FML: Ya se entrevé cómo puede el hombre 
cumplir la tarea que Dios le ha impuesto. El presupuesto 
fundamental es que tenga a Dios por Señor del mundo, que se 
someta en todos sus esfuerzos mundanos al señorío y poder de 
Dios creador. Llamamos adoración a ese incondicional 
reconocimiento del señorío de Dios. La adoración es la actitud 
fundamental en que el hombre debe emprender la configuración del 
mundo. Adorar a Dios no significa honrar a un déspota, sino 
venerar al amor personificado, implica, pues, el amor. Y así 
podemos decir: el amor adorador -el amor a Dios- es la actitud 
fundamental en que debe realizarse el auténtico servicio al mundo 
para que sea fructífero. Tal actitud significa a la vez superación del 
apetito humano de mando y superación del odio humano. A primera 
vista parece que el amor adorador y la adoración amorosa no 
tienen importancia en la configuración del mundo, y hasta que son 
extraños al mundo y a la vida; pero, en realidad, en ellos se decide 
si el servicio humano al mundo es formador o destructivo, 
constructivo o aniquilador. Quien odia y anhela poder, abusará de 
las cosas y las hará instrumento de su odio y apetito de mando; le 
sirven para satisfacción del propio yo o para aniquilar lo odiado y lo 
que se opone a su apetito de mando; en su mano se convierten en 
instrumento de destrucción; con las cosas funda un mundo de caos 
y hace que la muerte impere en el mundo.
Viceversa: las cosas en manos del que ama, en manos de quien 
se siente absolutamente obligado al amor por la adoración de Dios, 
se convierten en instrumento de vida; en sus manos, las cosas de 
este mundo se convierten en medio de servir a la vida de los 
demás; en sus manos se hacen fecundas y fructíferas. 

c) CR/MUNDO/RELACION: Este servicio al mundo se cumple en 
la entrega y distancia simultáneas: es necesaria la entrega en la 
distancia y la distancia en la entrega. Quien sirve al mundo 
amándolo distanciadamente se guarda de la tentación de ver en el 
mundo lo último y máximo; no confundirá a Dios con el mundo; no 
concederá al mundo el honor debido a Dios, no idolatrará el 
mundo; no idolatrará, por tanto, ni el poder, ni la riqueza, ni el 
placer de este mundo; no creerá el politeísmo; no adorará donde 
no se puede adorar en espíritu y en verdad. A través del mundo 
sabrá ver como a través de un transparente la realidad última y 
suma: el Tú de Dios; sólo a Dios concederá su adoración.
En la Escritura se nos advierte que no debemos asemejarnos al 
mundo ni a su egoísmo y gloria (Rom. 12, 2; lo. 15, 18-19; Sant. 4, 
4). Y a no ver en el mundo lo último y definitivo. "No améis al mundo 
ni lo que hay en el mundo" (/1Jn/02/15), ni la concupiscencia de la 
carne, ni la concupiscencia de los ojos, ni la soberbia de la vida.
La distancia del mundo se observa -según la Escritura y los 
Santos Padres- en el ayuno, vigilia y continencia. Estas son las 
buenas obras que deben ser especialmente destacadas. Son 
hechas como obras de penitencia. En ellas manifiesta el hombre 
que no vive de este mundo y que las formas de este mundo no son 
definitivas. Al ayuno se une muchas veces la limosna. Gracias al 
ejercicio del ayuno se logran los medios que deben ser puestos a 
disposición de los necesitados. Pero además de eso el que ayuna 
manifiesta que no es de este mundo, que en definitiva es 
independiente de la riqueza y posesión de este mundo. Como estas 
obras tienen el sentido de ser cumplimiento y realización de la 
distancia de este mundo, no pueden ser sustituidas por otras obras 
"espirituales", porque el mundo no puede ser "espiritualizado". Al 
mantenerse distante de las formas perecederas del mundo, el 
cristiano afirma las formas definitivas de las que ha sido hecho 
partícipe por Cristo. Su distanciamiento no es ni negación del 
mundo ni negación de sus formas pasajeras; deben ser afirmadas 
hasta que Cristo vuelva como formas en que se configura la gloria 
de Cristo. Pero no se las puede conceder validez eterna, aunque 
se llame eterna una duración muy larga.
Una conducta ante el mundo, en la que el hombre lo considere 
como penúltima realidad, no significa indiferencia. El creyente tiene 
que tomar al mundo en serio, porque es creación de Dios. Le 
puede dedicar un amor más intenso que el que le presta el que 
sólo cree en el mundo, porque ama con la fuerza todopoderosa del 
amor divino, mientras que el que sólo cree en el mundo ama sólo 
con la fuerza de la tierra. Trata, por tanto, las cosas de este mundo 
con cuidado y amor. Es cierto que no les concede tanta seriedad 
como les concede quien sólo cree en el mundo; esa seriedad le 
parece cómica por estar fuera de lugar. El cristiano, en su actitud 
ante el mundo, se guarda del desprecio budista y de la idolatría 
moderna del mundo.
Como el amor de Dios es la ley configuradora de su amor al 
mundo, está dispuesto a dejar de las manos las cosas amadas 
cuando Dios se las quita. Como ama las cosas, siente que le sean 
quitadas. Pero está dispuesto a sacrificar todo lo terreno y a morir a 
ello cuando así lo mande la voluntad de Dios.
Su amor al mundo está determinado por la esperanza en la forma 
y configuración futuras del mundo. No puede pasar por alto que el 
mundo esté en tormento y esté lleno de alegría porque sus gritos 
son los dolores del parto de un nuevo mundo lleno de gloria. Por 
eso reza para que llegue pronto esa forma gloriosa: "Pase la figura 
de este mundo y revélese la gloria del Señor." 

d) RESIGNACION/EP EP/RESIGNACION Como el cristiano mira 
el mundo de la creación y afirma con Cristo su realidad, su servicio 
al mundo tiende, en definitiva a hacer que Dios y Cristo 
resplandezcan en el mundo. En todos sus esfuerzos por 
transformar el mundo trabaja por convertirlo en un transparente de 
la gloria de Dios. A esa labor pertenece el trabajar por el mundo, 
por las cosas creadas y por su sentido esencial y el interior 
representar a Dios en su trabajo. El hombre trabaja el mundo y le 
informa de su imagen, que es imagen de Dios. Por informarle de su 
imagen le es familiar y doméstico; en él se encuentra. Por ejemplo, 
su casa es algo más que un albergue y hospedaje; es expresión de 
su ser y espacio de seguridad y protección. Eso sólo es posible 
cuando la configuración del mundo es a la vez elaboración de la 
imagen de Dios y de Cristo y está, por tanto, al servicio del amor y 
de la verdad.
Cada hombre realiza su responsabilidad frente al mundo llenando 
de su amor la parte del mundo que le ha sido confiada, la parte del 
mundo que puede ver y en la que se mueve. El mundo retorna así 
misteriosamente a Dios y participa de la salvación. El hombre 
cumple y termina lo que Cristo mismo empezó durante su vida. En 
cada esfuerzo por el mundo el hombre continúa la obra de Cristo; 
adelanta el reino de Dios instituido por Cristo en el mundo. Todo lo 
que el cristiano haga con esa intención tiene sentido precursor 
para el estado definitivo del mundo. Por una parte continúa lo que 
Cristo empezó, y por otra parte anticipa lo que será concedido a 
toda la tierra. Esto ocurre incluso en los servicios más fugaces al 
mundo hechos con amor y también en las formas transitorias y 
perecederas del mundo. En el cristiano actúan las fuerzas 
glorificadoras de Cristo resucitado. Pero vive, sin embargo, en el 
mundo y "en la carne". Viceversa: cuando la configuración del 
mundo'oculta los rasgos de Dios y de Cristo, los rasgos de la 
verdad y del amor, cuando se pone al servicio del odio y del 
egoísmo, el mundo se convierte en espacio de inseguridad y 
amenaza. En el mundo en que Dios no puede vivir no puede vivir 
tampoco eL hombre, porque en donde no está Dios no existe 
ninguna posibilidad de existencia para el hombre. Una revelación 
del estado en que el mundo ha sido puesto por el hombre que odia 
es el hecho de que los hombres destruyan las moradas de los 
hombres.

e) Aunque nada está excluido del amor del cristiano, el individuo 
no puede abarcarlo todo, dada la limitación del espíritu y del 
corazón del hombre. Tiene que dirigir su amor a lo que está cerca 
de él, a lo que Dios ha puesto en su cercanía. Su participación en 
la configuración del mundo se realiza en la configuración del 
pequeño espacio que Dios le ha asignado; ocurre en su trabajo, 
mediante su oficio o profesión. Dios le sale al encuentro en el trozo 
de creación que tiene que trabajar. Dios no se queda al lado de las 
cosas, sino que se dirige al hombre desde ellas. El hombre 
contesta al amor de Dios al configurar el trozo de creación que le 
ha cabido en suerte. Participa así en el nuevo ordenamiento 
creador del mundo que Cristo hace. Cumple su amor al Padre, 
cumpliendo la tarea de cada hora, que le ha sido confiada por el 
abismo del amor divino. Pero su actividad diaria trasciende la 
estrechez de la costumbre y lo cotidiano se convierte en su 
supratemporal. Cuando el trabajo es una forma de amor exige 
entrega y tensión para que sea tan perfecto como corresponde a 
Dios. 

f) Surge la cuestión de si la caducidad de todas las formas del 
mundo no lleva necesariamente a la resignación. Por grande que 
sea a veces la tentación, quien cae en ella se rebela contra el 
mandato de Dios. El cristiano es responsable ante Dios de que el 
mundo y la vida, la economía y la sociedad, el estado y la cultura, el 
arte y la ciencia reciban la mejor configuración posible, de que en 
todos los órdenes mundanos aparezca el rostro de Cristo y no la 
mueca de Satanás. Debe resistir la tensión de poner todas sus 
fuerzas en obras destinadas a perecer. Sólo será capaz de eso si 
pone sus ojos en el futuro definitivo.
A pesar de la experiencia de los continuos derrumbamientos y del 
continuo peligro y amenaza para sus obras, le librará de la 
resignación la certeza de que Dios conserva pacientemente el 
mundo para el juicio del último día y la confianza en que todo lo que 
El ha creado llegará un día a plenitud. Confía en la promesa de 
Dios de que ningún valor se perderá del todo. Todo lo que ha sido 
creado en la historia humana será incorporado por Dios a la nueva 
estructura del cielo nuevo y de la tierra nueva. La configuración del 
cielo nuevo y de la tierra nueva dependen así de las contribuciones 
de cada uno a la configuración del mundo. Todo el trabajo y amor 
que el hombre dedique al mundo repercuten en el reino de Dios de 
doble manera: inmediata y mediatamente; inmediatamente porque 
la actitud de amor anticipa el reino del amor, y mediatamente, 
porque todo valor objetivo perdurará en la forma transfiigurada que 
Dios le concederá y que nosotros desconocemos. Su muerte 
terrena es el camino hacia su modo transfigurado y eterno de 
existencia en el reino de Dios, que empieza definitivamente 
después del fin del mundo. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA V
LA GRACIA DIVINA
RIALP. MADRID 1959.Págs. 391-400