FE CRISTIANA, SEXUALIDAD Y FAMILIA


Fr. Antonio Mosser, o.f.m. 
Moralista 
Brasil


"Fe cristiana, sexualidad y familia" es un tema extremadamente amplio, que, de inmediato, 
suscita muchos otros subtemas. Para no perdernos en el enmarañado de muchas 
direcciones, nos parece necesario limitar bien las líneas de fuerza. Por lo tanto, 
estructuramos el tema en tres partes, procurando evidenciar la relación entre fe, sexualidad 
y familia.
En la primera parte recordaremos algunos trazos que caracterizan nuestra realidad 
latinoamericana, en lo tocante a la fe, a la sexualidad y a la familia. Se destacará la 
dicotomía existente entre fe y vida. Esta parte constituye una especie de introducción rápida 
que posibilite la comprensión de las otras dos.
En la segunda parte, que constituye el núcleo central de nuestro estudio, nos 
empeñaremos por dar las coordenadas de un pensamiento teológico, tanto de la 
sexualidad, como de la familia. Este pensamiento, que nos parece exigido por la realidad, 
tendrá sus líneas de fuerza, ancladas sobre todo en la palabra de Dios. Tal vez existan 
filones teológicos no suficientemente explotados, que nos posibiliten percibir mejor hacia 
dónde debe encaminarse una pastoral evangélicamente más eficaz.
En la tercera parte, pretendemos señalar, brevemente, algunas líneas de cuño más 
directamente pastoral, provenientes de los presupuestos que se presentarán en las dos 
primeras partes.

Señales de la realidad.

Un cuadro desafiante.

Nuestro punto de partida podrá ser el cuadro de desestructuración de la sexualidad, 
entendida en ella misma y en sus manifestaciones. Esa marca característica del mundo 
contemporáneo, presenta trazos típicos para nuestra realidad latinoamericana. Esto no sólo 
por la configuración socioeconómica y política propia de un Continente subdesarrollado 
sino, sobre todo, en vista de su configuración religiosa. Que países subdesarrollados y 
profundamente sumergidos en el materialismo secularizante y aún secularista, estén 
afectados por esa desestructuración, no causa sorpresa. Lo que inquieta es percibir que la 
misma desestructuración incide fuertemente en un Continente profundamente religioso y 
particularmente cristiano. ¿Será que el sol evangélico ha perdido su fuerza o no es 
debidamente articulado por los evangelizadores? ¿ Será que la práctica pastoral no se 
revela tan eficaz por falta de base teológica exigida por unas realidades profundamente 
alteradas? Una cosa es cierta: la disgregación sexual, conyugal y familiar, está exigiendo 
transferencias significativas, tanto en la comprensión de las prácticas, como en el enfoque 
teológico-pastoral de esas realidades. 
Todo indica que el sentido profundo de la sexualidad no es tan evidente como podría 
haber sido en otras épocas. Esto nos obliga a preguntarnos si la lectura hecha hasta hace 
poco del patrimonio cristiano, no estaría ocultando ciertos trazos de vital importancia para 
iluminar nuestros actuales desafíos. 

Fe y vida: Una dicotomía acentuada.
Podemos afirmar que la teología siempre estuvo más o menos consciente de la distancia 
que hay entre la teoría y la práctica, entre lo ideal y lo real1. Hay periodos y contextos 
donde esa dicotomía fue más palpable y es, precisamente, lo que pasa hoy en nuestro 
continente. 
La doble moralidad y la esquizofrenia entre la fe profesada y la vida concreta no son de 
hoy. Por el contrario, el proverbio "más allá de los trópicos no existe pecado", se hizo 
presente desde las primeras conquistas y, particularmente, en el campo de la sexualidad y 
la familia. Los cambios estructurales que se efectuaron y continúan efectuándose en 
nuestra sociedad, sólo vienen acentuando la dicotomía fe - vida. Podríamos decir que, en 
términos de normas morales, nos encontramos como ante un espejo roto: ya no refleja la 
imagen de quien lo contempla.
La quiebra y a veces la contestación de las normas se va acentuando a ojos vistas. El 
liberalismo sexual va ganando foros de legitimidad. Ya nadie parece sentirse preocupado 
por los problemas que hasta pocas décadas tenían un tratamiento privilegiado: 
masturbación, relaciones pre-matrimoniales y promiscuas, contraceptivos de todo tipo, 
aborto, homosexualismo, divorcio, agrupamientos conyugales sin ningún vínculo, familias 
simultáneas, etc. Nada de esto causa mucho espanto.
El distanciamiento es más acentuado todavía cuando se mira bajo el ángulo social. En un 
contexto de capitalismo asociado dependiente y excluyente, los mecanismos de producción 
y de consumo parecen tener más fuerzas que las normas abstractas. Y las consecuencias 
no se hacen esperar: de un modo siempre más acentuado, los problemas familiares pasan 
a interesar menos a la sociedad propiamente dicha que a los particulares o a los grupos 
religiosos. Desde que los mecanismos liberales no sean perturbados, poco importan los 
valores que están en juego, sea respecto a la institución familiar, a la fidelidad o a la 
procreación de los hijos. 

Un primer intento de interpretación.
Cuando se busca una interpretación del fenómeno, se tropieza infaliblemente con una 
multiplicidad de causas que se refuerzan mutuamente. Pero con certeza, a eso contribuye 
el deletéreo socio-económico y político. Sólo que el cuadro parece actuar de modo 
diferente respecto a las clases superiores y a las más pobres. Mientras la degradación 
constatada a nivel de las clases privilegiadas reedita lo que pasa en el Primer Mundo, la 
misma disgregación a nivel de las clases pobres debe interpretarse de modo diferente. Son 
muy significativas aquí las declaraciones del papa Juan Pablo II. La primera, en la 
inauguración de Puebla, señala que sobre la familia "repercuten los frutos más negativos 
del subdesarrollo: índices verdaderamente deprimentes de insalubridad, pobreza y hasta 
miseria, ignorancia y analfabetismo, condiciones inhumanas de vivienda, subalimentación 
crónica y tantas otras realidades no menos oprimentes"2 . La segunda declaración, en la 
misma línea de análisis se encuentra en la Familiaris Consortio:
…Y ya que en muchas regiones, por la extrema pobreza que se deriva de estructuras 
socioeconómicas injustas o inadecuadas, los jóvenes no están en condiciones de casarse 
como conviene, la sociedad y las autoridades públicas favorecen el matrimonio legítimo 
mediante una serie de intervenciones sociales y políticas, asegurando el salario familiar, 
dictando disposiciones para una habitación adecuada a la vida familiar, creando 
posibilidades adecuadas de trabajo y de vida. (FC 81) - subrayado nuestro). 
Como se percibe por las dos citas expresadas, el Papa Juan Pablo II acentúa los factores 
socio-económicos como co-responsables de la situación poco lisonjera del cuadro sexual, 
matrimonial y familiar. Pero es evidente que ese cuadro no depende solo de factores 
socio-culturales ni sólo de factores económicos, por más importantes que sean. Está ligado, 
igualmente, al factor religioso. Las grandes masas continúan marcadas por la religiosidad, 
pero la secularización hace su camino.
Nuestro proceso de industrialización y urbanización, no se dan de manera orgánica: la 
industrialización se impone como un fruto extraño y arrastra consigo las concentraciones 
urbanas. Los grandes polos industriales se encuentran planteados en el medio, a modo de 
producción aunque todavía primitivos. El "progreso", convive al lado del atraso en todo 
sentido. La riqueza convive con la pobreza; la miseria, con el desperdicio propio de una 
sociedad de abundancia.
El desenraizamiento proveniente de este proceso de urbanización, ha provocado un 
cambio sustancial en la concepción religiosa: La religiosidad del pueblo sencillo parece 
incapaz de resistir a los impactos de una nueva cultura. Mientras en el ambiente rural todo 
gira en torno a la religión, en una sociedad industrial y secularizada, la religión tiende a 
desaparecer como centro de la vida social, familiar y aún personal. Es preciso no olvidar 
que la urbanización avanza a grandes pasos. También donde el mundo rural es todavía una 
realidad significativa, sufre en manera siempre más acentuada, los influjos de los 
poderosos Medios de Comunicación Social. Ellos vehiculan valores no siempre compatibles 
con el Evangelio. 
Todo comienza con la imagen de Dios: el mundo rural manifiesta muy al vivo la 
independencia y la fragilidad humana. Ya en la sociedad urbana los espacios se van 
llenando con datos científicos o pseudo-científicos. Y la afirmación de la auto-suficiencia de 
ser humano, con todo lo que de ahí proviene.
Pero no solamente el cambio de la imagen de Dios es importante. Con ella surge también 
el cambio en lo que se refiere a la voluntad de Dios en relación al ser humano y a su 
comportamiento. También en términos familiares, la voluntad de Dios aparece menos clara. 
En suma, la esquizofrenia religiosa, ya incipiente desde las conquistas, se va acentuando: 
la religiosidad es una especie de departamento estanque, que ejerce poco flujo en los 
comportamientos sexuales y familiares.
Con todo esto queda evidenciada, no sólo la distancia que hay entre la reflexión 
teológica-pastoral y la práctica. Se evidencia, también la necesidad de cambios 
significativos, tanto en el concepto teológico, como en la antropología de la sexualidad y en 
sus múltiples manifestaciones. Con esto, también toda una práctica pastoral que se siente 
cuestionada.

Sexualidad y familia a la luz de la fe
En la visión teológica y antropológica actual, se evidencia cada vez más que la 
sexualidad no puede pensarse solo a partir del matrimonio y de la familia. Por abarcar 
mucho más de lo que esas dos realidades comprenden, la sexualidad exige un abordaje 
específico. Por esta razón, primero haremos una reflexión más referente a la sexualidad y 
solo en un segundo momento, a la familia. La fuente es siempre la misma; la Palabra de 
Dios, pero los ángulos de lectura son diferentes.

Sexualidad: algunos datos bíblicos y teológicos importantes.
Trabajar con grandes coordenadas representa siempre un riesgo, pero también ventajas. 
A veces este es el único camino. Es el caso de la sexualidad, realidad muy compleja. Entre 
los múltiples aspectos que emergen de la Sagrada Escritura, pensamos que hay dos 
centrales: el de ser una realidad creacional y el de ser una realidad ambivalente.
Algo semejante puede decirse de la Teología de cuño europeo. Vamos a destacar tres 
aspectos: posible factor de personalización, posible factor de socialización y posible camino 
hacia Dios.

Sexualidad: don divino confiado a los seres humanos.
Ya la concepción vetero-testamentaria de la sexualidad presenta trazos muy originales en 
relación al medio ambiente. Al contrario de lo que pasa con los pueblos vecinos, para el 
Pueblo de Dios la sexualidad es una realidad creacional, que tiene su culmen en Jesucristo 
Primogénito de toda creación. Aquí se oculta una dimensión profundamente religiosa, ya 
que Dios se presenta como origen de todo. Pero también se esconde un proceso 
desacralizador, ya que la sexualidad es un don que el Creador confía a los seres humanos 
para que ellos la administren sabiamente3.
La tarea de administrar sabiamente ese don, presupone que la sexualidad sea vivenciada 
al mismo tiempo en sus dimensiones igualitarias y en sus diferencias. El varón y la mujer 
deben formar "una sola carne", donde no existan relaciones de dominación sino de igualdad 
fundamental. Por otra parte, además de la humanización de la sexualidad pasa por el 
cultivo de las diferencias. En ese cultivo es donde se da el enriquecimiento de cada 
componente, sea considerado bajo el mismo prisma de las personas, sea bajo el de los dos 
pueblos.

Las marcas de una ambivalencia radical.
La aprehensión rectilínea de la sexualidad, en su positividad, es tentadora. Pero se 
constituye solo en media verdad. La otra coordenada bíblica, a punta a lo que se puede 
denominar ambivalencia radical. Como todas las realidades creadas, también la sexualidad 
puede ser factor de integración, pero a la vez puede ser también factor de desintegración 
personal, familiar y social. Todo depende de cómo se la dirige.
Una primera lectura de los datos bíblicos, y posteriormente también patrísticos, resalta 
sobre todo la negatividad de la sexualidad. Aunque se afirme su positividad, porque remite 
al Creador, se sigue una afirmación muy fuerte de la negatividad, encarnada en el placer La 
teología cristiana siempre ha tenido problemas con el placer4. Sin duda es necesario hacer 
un rescate del valor del placer. También él es un don de Dios y desde que se ha vivenciado 
en el contexto total de la vida es constructivo, pero el placer egoísta y aislado esclaviza y 
aliena. Queda claro que a través del placer emerge la ambivalencia profunda de la 
sexualidad misma,. 
La concepción equilibrada de la negatividad y positividad, se encuentra muy bien 
expresada en el Libro de Tobías: No es cualquier vivencia de la sexualidad la que conduce 
a la vida. Unas conducen a la vida, otras a la muerte. Unas apuntan a la salvación, otras a 
la perdición.
Esa compresión de la sexualidad como realidad ambivalente es tal vez, la contribución 
más original del cristianismo5. Sin percibir este trazo, es difícil comprender ciertas palabras 
de San Pablo, por ejemplo y de algunos padres de la Iglesia. Una lectura superficial solo ve 
ahí lo negativo. Pero quien sabe leer detrás de las palabras, no dejará de percibir también 
lo positivo. Con esto se evita tanto el optimismo ingenuo como el pesimismo del fondo 
dualista.

Quiebra de la soledad. 
Teológicamente hablando, la sexualidad puede entenderse como una poderosa energía 
vital que Dios colocó en el ser humano para facilitar la quiebra de la soledad. La 
ambivalencia de la sexualidad consiste precisamente en esto: por una parte, todo ser 
humano se siente envuelto en un aislamiento desafiante: Todos nacen con una tendencia 
muy fuerte por cerrarse en sí mismos; por otra, todo ser humano se siente como empujado 
fuera de sí mismo. Solo saliendo de sí mismo se establece un diálogo profundo con el otro, 
y se afirma como diferente. 
La salida de sí mismo se da por medio de múltiples "ventanas" de la sexualidad: al mismo 
tiempo que se presenta con características genéticas, biológicas, cerebrales, hormonales, 
se presenta también con dimensiones psicológico-afectivas, socioculturales, 
ideológico-políticas y religiosas. Todos son puntos de contacto para el mundo externo. 
Todos esos puntos, unidos por la "personalidad", nos hacen percibir la sexualidad como 
algo muy amplio, que en ninguna hipótesis puede confundirse con la genitalidad. Esta es 
solo una de las "ventanas" pero no la única ni la más importante6. La persona madura no 
es la que establece mejores contactos genitales, sino precisamente la que establece los 
mejores lazos de comunión. Esto solo sucede cuando el motor de la vivencia sexual no es 
el placer egoísta y aislado de un contexto vital de donación, sino del amor. 

La búsqueda de la Gran Familia de Dios.
El amor que mueve la sexualidad no se reduce a los cuadros de las relaciones 
interpersonales, por más importantes que se presenten. El amor impele a la superación del 
plan interpersonal, a proyectarse en un "nosotros". La quiebra de esta segunda soledad se 
establece, inicialmente, por los lazos familiares. Pero así mismo, el amor no se dá por 
satisfecho: siempre impulsa a la búsqueda de un horizonte mayor. El horizonte de la Gran 
Familia de Dios es el que quiebra todas las barreras: ideológicas, raciales, sociales, 
geo-políticas, y hasta religiosas. En ese nivel es donde se esbozan los proyectos de Dios, 
no solo para las personas o grupos, sino para toda la humanidad.
Estas afirmaciones nos hacen entrever algo en la línea de los proyectos divinos 
referentes al propio matrimonio y a la familia: ellos sólo se afirman en su identidad profunda, 
cuando se sobreponen a sí mismos, sumergiéndose en algo mayor que ellos mismos. Con 
esto llegando a otro dato teológico que es el de la sexualidad como posible camino hacia 
Dios. Ese es uno de los grandes desafíos, tanto teóricos como prácticos, presentados por 
la sexualidad humana.

Del amor al Amor.
La sexualidad y Dios parecen términos antagónicos. Dios nada tendría que ver con la 
sexualidad ni ésta con Dios. Pero como hemos visto, el concepto bíblico de la sexualidad es 
dialéctico: Dios no es sexuado, pero está en el origen de la sexualidad humana. Dios no es 
procreador, pero se encuentra en el origen de la fecundidad.
De esta manera, nada sería más distante de la teología bíblica y de la Gran Tradición 
teológica, que contraponer realización sexual y realización espiritual. El trazo divino que 
anota más directamente la sexualidad como posible camino hacia Dios, es precisamente el 
del Amor. Dios no ama, El es amor. Los seres humanos solo entran en la dinámica de la 
salvación en la medida en que amen verdaderamente. Amar significa asumir las diferencias 
en búsqueda de una comunión enriquecida. Amar significa abrir el camino a la vida y cerrar 
los caminos de la muerte; generar vida; dar su vida por los hermanos. El Dios de Amor y de 
la Vida, que se encuentra en el origen de todo amor y de toda vida, no puede ser 
instrumentalizado como barrera a la energía humana que posibilita la comunión de vida. Por 
el contrario, debe surgir como el camino de la realización humana en todos los sentidos, 
pero más particularmente en este de la sexualidad. Los planes salvíficos de Dios pasan por 
la sexualidad y, por consiguiente, su amor: sintonizados o no con los grandes proyectos de 
Dios.

Matrimonio y familia: La búsqueda de su lugar.
La teología del matrimonio y de la familia se apoya, normalmente, y con propiedad sobre 
datos bíblicos de sello más personalista. Ese fundamento no sólo continúa válido, sino que 
no puede ser descuidado porque los planes de Dios pasan por el matrimonio y la familia.
No obstante, en la medida en que las realidades comienzan a ser siempre más 
interpretadas en clave social, ¿ no podría enriquecer también la teología del matrimonio y la 
familia? ¿Será que no existen filones teológicos descuidados por factores históricos, que 
debería recuperarse? Esas cuestiones son particularmente pertinentes en un periodo y en 
un contexto en que la Pastoral de la Familia parece perder mucho de su eficacia 
evangélica. Tal vez fuese el caso de pensar más en una pastoral familiar articulada a la 
pastoral social.7 
Dos grandes filones bíblicos abren perspectivas iluminadoras en este particular. El 
primero viene dispuesto en torno a la Alianza, El segundo, viene iluminado por la propuesta 
de Jesucristo para ser el nuevo pueblo de Dios. De ahí las dos cuestiones básicas: ¿Cuál 
es el lugar del matrimonio y de la familia en la propuesta de la Alianza? 

¿Cuál es el lugar del matrimonio y de la familia en la propuesta del Reino? Para facilitar 
la comprensión de estas coordenadas, preferimos subentender el matrimonio y hablar 
especialmente de la familia.

El lugar de la familia a la luz de la Alianza.
La alianza es una palabra-clave de la teología vetero-testamentaria. Por lo mismo, la 
Alianza viene siendo siempre más estudiada bajo todos los prismas8. Ella puede también 
ser la clave de la interpretación para iluminar el lugar de la familia y de la pastoral 
correspondiente. Como veremos, la grandeza de la familia está en hacer parte del Pueblo 
de Dios y participar, así, en la construcción de una sociedad diferente que dé testimonio de 
un Dios diferente. 

La grandeza de la familia: hacer parte del Pueblo de Dios.
Al estudiar la historia de la Alianza, se encuentran muchos personajes 
claves. Dios tiene mediadores, pero la Alianza que El propone, no destina ni a personas ni 
a familias individualmente consideradas, sino al Pueblo. La propuesta de Dios repercute 
sobre individuos, sobre matrimonios, sobre las familias, pero ella los sobrepasa a todos.
Desde el punto de vista religioso el eje de la unión entre los miembros del Pueblo se 
establece por la misma fe. Desde el punto de vista sociológico, los elementos estructurales 
son "la casa", la tribu y el Pueblo (Jc. 7, 16-18). Curiosamente, en esa estructura social es 
donde aparece el primer concepto de la dignidad de la persona humana. No se reconocen 
familias o individuos aislados, dispersos o cerrados en sí mismos, sino personas, 
matrimonios y familias que adquieren esa dignidad por pertenecer a una "casa", a una tribu 
y al Pueblo de la Alianza.
Aquí surge un elemento importante: los lazos de la sangre adquieren su sentido más 
profundo en pertenecer al pueblo de Dios y en la identificación con un proyecto común a 
todos. La genealogía también se subordina a la esperanza del Mesías, en quien debe 
concretarse el Plan Mayor.

Lo que une y asegura a la familia: un proyecto que le sobrepasa. 
Sin sombra ninguna de dudas, la Alianza propuesta por Dios tiene un carácter 
profundamente religioso. Pero revela también una dimensión religiosa. En el aspecto 
religioso se resalta un don; en el social, aparece más la tarea. En Israel lo social y lo 
religioso no se confunden pero tampoco se oponen. Al mismo tiempo que sus miembros 
sienten la pertenencia a Dios, tienen conciencia de una tarea histórica: construir, en 
nombre de Dios y de acuerdo con sus designios, una sociedad diferente. 
La sociedad-testimonio a ser construida puede sintetizarse en dos palabras; 
sociedad-participativa. Participativa, en todos los aspectos: religioso, politico-administrativo 
y económico. Porque el Pueblo de Dios debe ser también un pueblo de hermanos. Viendo 
lo que pasaba con el Pueblo de Dios, los otros pueblos solo podían exclamar: "… sabia e 
inteligente es, en verdad, esta gran nación. Pues, cuál es la gran nación que tiene dioses 
tan cercanos?" (Dt. 4, 11)
En el seno de este plan que las sobrepasa, las familias y las personas encuentran su 
estímulo y su tarea. El impulso proviene de contribuir a una gran causa; la tarea, de 
realizar, un punto menor, la propuesta mayor: cada familia deberá construirse en un 
miniproyecto participativo y el pueblo y el Pueblo de Dios en un todo, sería la única Gran 
Familia. 
Es importante notar que, partiendo de la globalidad, no se anulan sino que se refuerzan 
las mediaciones. Pero también es importante notar que las mediaciones no pasan de 
mediaciones; no tienen una finalidad aislada en sí mismas. Dios siempre piensa en grande 
y espera lo mismo de sus hijos e hijas. La realización de sus planes sobre las personas y 
familias, se da en la realización de sus planes referentes al Pueblo. Lo social y lo familiar se 
articulan como piezas inseparables.

La familia a la luz del Reino.
Es curioso, pero la teología bíblica del matrimonio y de la familia, es más transversal que 
directa… Emerge como por reflejo, sea de la Alianza, sea partiendo del Reino. La mejor 
teología del matrimonio y la familia se encuentra en las parábolas del Reino. De nuevo, 
aquí el novio y la novia, el esposo y la esposa, los padres y los hijos, se encuentran como 
figuras de un inmenso cuadro donde entran como pequeños puntos, aunque importantes.

-El reino re-dimensiona los lazos de la sangre, 
En este contexto no hay necesidad de elaborar una teología del Reino. Esto ya se hizo 
muchas veces y en tiempos recientes. Basta recordar algunas coordenadas básicas par 
iluminar el tema central de la familia.
El Reino de Dios indica un nuevo modo de ser y de relacionarse. Esto, ante todo, en 
dirección a los hermanos y los consideran como tales en la perspectiva del Padre común. El 
Reino sólo es acogido por los que relacionan con las demás criaturas siendo 
franciscanamente hermanas. De allí se desprende el alcance al mismo tiempo teológico, 
socio-político y hasta cósmico de la expresión. Cristo anuncia y quiere establecer un nuevo 
tipo de relaciones globales en el fondo de sus mensajes se implanta la necesidad de una 
redimensión y una reversión profunda. Ante el reino, todos tienen que convertirse, es decir, 
resituarse bajo todos los aspectos. 
De la misma manera, la familia tiene que resituarse. Ella no es un absoluto. A la luz del 
Reino, ya no es decisivo el " yo me casé" (Lc. 14,20). El que se adhiere al Reino tiene que 
ser capaz de "dejar que los muertos entierren a sus muertos" (Lc. 9, 59); tiene que amar 
más a Cristo que a su hermano, su esposa, su esposo… (Mt 10, 37-39); tiene que admitir 
hasta el caso extremo de ser entregado "por los padres y hermanos, por parientes y 
amigos" (Mt 21,16).
Todo esto, que Cristo lo anunció en sus discursos lo vivió en su experiencia personal. A 
los 12 años, en la escena del templo, dice que tiene que "preocuparse de las cosas de su 
padre" (Lc. 2,49). En las bodas de Canaá sobrepone el Reino a las interpelaciones de su 
madre (Jn. 2). Cuando se le anuncia que sus hermanos quieren hablarle, Jesús asume una 
postura a primera vista chocante: "¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?…" Y 
la respuesta no se hace esperar: "… Todo aquel que hiciere la voluntad de mi padre… ese 
es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mt 12,46-50). Cuando alguien, entusiasmado, 
exclama: "Bienaventurados los pechos que te alimentaron" (Lc 11, 27-28), Jesús corrige la 
perspectiva diciendo: "Bienaventurados más bien los que oyen mi palabra y la ponen en 
práctica", Hay situaciones en que la fidelidad al Reino exige el rompimiento de los lazos 
familiares: "Pues vine a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su 
suegra. Los enemigos serán sus propios parientes" (Mt 10,35-36) 
Frente a estos pasajes y a otros que pueden enumerarse, no hay duda de que se impone 
una conclusión: Jesús no desprecia sino que redimensiona los lazos de la sangre. El Reino 
presupone otros vínculos en la base de la fe y de hacer la voluntad del Padre. El proyecto 
global es más importante que los proyectos sectoriales, aunque estos no sean excluidos 
desde que estén de acuerdo a Reino y a su dinámica.

-La pequeña familia: señal de la Gran Familia de Dios. 
Hemos visto que Cristo redimensiona los lazos de la sangre y, por consiguiente de la 
familia. Pero redimensionar no significa disminuir su importancia: significa, por el contrario, 
relacionar con el Reino. Cuando una realidad menor se relaciona con algo mayor que ella 
misma, esa realidad no se disminuye sino que se eleva. Siendo así, nos corresponde 
buscar el lugar de la pequeña familia en los planes de Dios revelados en Jesucristo. La 
repuesta es muy simple, pero llena de consecuencias teológicas y pastorales: la pequeña 
familia deberá ser señal de la Gran Familia de los hijos e hijas de Dios.
Ese sentido simbólico se encuentra implícito en el dinamismo que se implanta en la raíz 
de todo matrimonio y de toda la familia: la sexualidad. Entre tanto, la sexualidad, como 
vimos anteriormente, no se reduce a la genitalidad sino que se presenta con muchas 
dimensiones : religiosa, socio-cultural, psicológica y aún política.
Analizando el prisma religioso, que más importa aquí, descubrimos la sexualidad como 
dinamismo que Dios implanta en cada ser humano, en vista a la quiebra de la soledad, por 
medio del amor compartido. Para sobrevivir, todo ser humano debe ser fecundo en el 
sentido más profundo de la palabra: abierto a la vida. Esto no sólo a través dela generación 
biológica de hijos, sino a través del amor: sol que debe iluminar las relaciones humanas. Y 
a través del amor, la sexualidad se transforma en energía que crea lazos profundos con sus 
semejantes y con el mismo Dios, que es Amor. El amor, a su vez, no conoce ni color, ni 
raza, ni fronteras. 
De esta manera, en la raíz constitutiva de la familia, se revelan los planes de Dios. El 
quiere que todos los pueblos, todas las razas y todas las culturas se fecunden sus 
diferencias, haciendo surgir una rica y única familia: la familia de los hijos e hijas de Dios. 
Como en la pequeña, así también en la Gran familia, deben reinar la comunión, el amor, la 
participación. La Iglesia como comunidad fundada sobre la fé y no sobre los lazos de la 
sangre, es a su vez, la mediación entre la pequeña y la Gran Familia. A la Iglesia le 
corresponde la misión de dar testimonio de lo que, a los ojos del mundo, parece imposible y 
es una realidad. En la comunidad de fe, pertenecer a la misma raza y tener la misma 
sangre, es cosa secundaria.
Se percibe así que toda la familia bien constituida es un eterno recuerdo de los proyectos 
de Dios para la Iglesia y para toda la sociedad. Dios quiere que la humanidad se relacione 
de una nueva manera, que supere las barreras establecidas por la convivencia humana.
Pero no sólo los que contraen matrimonio y constituyen una familia deberán anunciar los 
grandes proyectos de Dios. A partir de Jesucristo y del anuncio de su Reino, emerge otra 
forma privilegiada de anunciar una nueva humanidad: es la vida en el celibato, a causa del 
Reino de Dios. Las personas que lo abrazan, descubren nuevas formas de vivir el Amor, de 
ser fecundo y de integrar su sexualidad: colocándose, de manera total al servicio del 
Reino.

Implicaciones pastorales.
Lo dicho en la primera parte no deja margen para dudas: la sexualidad, el matrimonio y la 
familia, se encuentran profundamente desestructurados. Esto es tanto más penoso cuanto 
que se tiene en vista que el fenómeno no es privativo del Primer Mundo: ocurre también 
aquí, donde la religiosidad y el cristianismo son marcas características. La disgregación 
significa que el Gran Plan, no se está trabajando debidamente: millones de miembros de la 
Gran Familia de Dios se mantienen al margen de todo, de tal forma que no presentan ni 
siquiera condiciones para constituir una familia o para integrarse como personas.
Cuando una hidroeléctrica deja de funcionar, de nada sirve hacer reparaciones en la red 
ni cambiar las lámparas. Es preciso examinar la hidroeléctrica. Así, si en el diagnóstico 
percibimos que la desestructuración del cuadro sexual y familiar apunta hacia un tipo de 
sociedad en que vivimos es ahí donde deberán ser concentrados los mayores esfuerzos, 
tanto en una línea de evangelización como en las transformaciones globales de la 
sociedad.
Es cierto que ante las transformaciones tan amplias y profundas, es todo un conjunto de 
factores y fuerzas que entran en juego: la práctica evangelizadora no puede ser 
sobrevalorada. Pero para quien cree en la fuerza transformadora del Evangelio, nada es 
imposible con tal que la práctica evangelizadora sea efectuada dentro de ciertas 
condiciones.
Un proceso evangelizador más eficaz en este campo, pasaría a lo menos por dos 
condiciones básicas: que la sexualidad sea trabajada también en sus dimensiones 
politico-ideológicas y que la pastoral de la familia se transforme siempre más en pastoral 
familiar.

Cuando la sexualidad sobrepasa la intimidad.
Nada existe más íntimo en una persona que su sexualidad. Como nada existe de más 
íntimo en la vida de un hombre y una mujer que su vida sexual. Aquí nos encontramos 
nuevamente ante medias verdades. Vimos anteriormente que la sexualidad es una energía 
que presenta muchas dimensiones. Una de ellas es precisamente la politico-ideológica9. 
Por más sorprendente que esa dimensión pueda aparecer, (ya que está poco tematizada), 
es no obstante, una de las más determinantes en los comportamientos. Por lo mismo, una 
pastoral que no le dé la atención debida., será ineficaz.
El ángulo bajo el cual, la dimensión politico-ideológica de la sexualidad puede ser más 
fácilmente palpable, es el económico. Existe todo un comercio, sumamente ventajoso, 
basado en la explotación de la sexualidad. Basta recordar películas, revistas estimulantes, 
los más diversos tipos de contraceptivos ("absolutamente seguros e inofensivos"), ofrecidos 
indiscriminadamente. Bajo este punto conviene no olvidar la explotación comercial de la 
mujer, vendida "por partes", desde la cabeza hasta los pies.
Por más importante que pueda parecer el aspecto comercial, no es el más decisivo, 
cuando se comparan con lo estrictamente politico-ideológico. Ya en la antigua Roma se 
sabía que las reivindicaciones sociales pueden ser "acalladas" con pan y circo. Hoy se 
obtiene un efecto mayor por medio del sexo y la droga, que ejercen la misma función 
alienante. Sirviéndose especialmente de los jóvenes que en nuestros países constituyen 
gran parte de la población, se puede tener la certidumbre, dicen "los grandes", que 
disminuirían las reivindicaciones sociales. Como también se muestran ellos muy 
conscientes de que el predominio absoluto de una concepción machista mantiene alejada la 
otra mitad de la población constituida por las mujeres.
Aquí cabe una consideración estrictamente teológica: los proyectos de Dios son tales que 
sólo serán históricamente concretizados, en la medida en que todos sean comprendidos en 
ellos. Dios cuenta tanto con la fuerza transformadora representada por la juventud y 
destinada a impedir el marasmo social, como con la fuerza de la feminidad, destinada a 
humanizar una sociedad endurecida por toda clase de violencia. Una sociedad que no abre 
espacio a la juventud está atacada de esclerosis. Una sociedad machista será siempre 
deshumanizada.
Tratándose de la dimensión politico-ideológica, es preciso no olvidar la función 
domesticadora y a veces genocida de ciertas campañas respecto al control natal. Esto es 
más patente cuando se tiene presente al fantasma de la "explosión demográfica". Claro que 
una planificación familiar y demográfica, puede expresar el imperativo de mejorar la calidad 
de vida. Todo depende de cómo se las discierna o se las ejecute. Claro que existe un 
problema demográfico10, reconocido muchas veces por documentos oficiales del 
magisterio de la Iglesia (Cfr. MM 182s; PP 37s; HV 2; OA 19; SRS 25). Pero los aspectos 
políticos ideológicos se encuentran , en la manera alarmista como es enfocado el problema 
y en las soluciones pregonadas. Subyacente a esta clase de enfoque se vincula la idea de 
que los países pobres y las familias pobres son responsables de los problemas sociales y 
económicos del mundo de hoy, pues llevarían a la ruina las reservas de la humanidad. Con 
esto se pretende ocultar a los verdaderos responsables.
En este mismo contexto conviene no perder de vista las campañas antinatalistas que 
apelan a la esterilización en masa al "derecho de abortar". Esas campañas son dirigidas 
tanto a las clases pobres como a ciertas razas que, según el pensamiento de las clases 
dominantes, deben ser impedidas para multiplicarse. En ese sentido, conducen a 
verdaderos genocidios. 
Finalmente, estas breves consideraciones nos llevan a percibir que, aunque haya 
aspectos personales en el empeño por la integración personal y familiar de la sexualidad, 
no son los únicos ni los más decisivos. La tarea puede ser facilitada en gran manera o 
dificultada por el contexto en que se vive. Es muy significativa la cita de la Familiaris 
Consortio hecha antes: La disgregación de las personas y de las familias no puede ser 
debidamente entendida fuera del contexto de "…pobreza extrema derivada de estructuras 
socio-económicas injustas…" que requieren "intervenciones sociales y políticas (FC 81).

Pastoral familiar y no solo de la familia.
La relativa estabilidad del cuadro familiar hasta hace unas décadas, era, en gran parte 
garantizada por una estructura agraria, hoy en vías de desaparición y por una sociedad 
sacral, donde la religión manifestaba toda su fuerza. En la familia, constituida básicamente 
en su forma extensa, los padres y parientes próximos, ejercían el influjo más determinante 
sobre los hijos y sobre la constitución de futuros hogares. En eso eran sostenidos por 
patrones morales religiosos que, aunque no eran siempre observados, les daban fuerza. 
En este contexto, la familia podría ser trabajada en ella misma, pues la mayor parte de 
sus problemas eran de orden interno, provenientes de las personas que las constituían. 
Una buena pastoral de la familia no sólo se revelaba eficaz, sino también, no dejaba de 
presentar sus repercusiones inmediatas sobre la sociedad. Y de cualquier modo la familia, 
la sociedad, la religión apuntaban en la misma dirección. 
Aún teniendo presentes la diversidad de países y regiones debemos reconocer que, de 
modo global, nuestra sociedad se hizo muy compleja en los últimos decenios. Tiene su 
dinamismo propio, constituido por otros factores, además de los familiares. No solo tiene su 
propio dinamismo sino también sus propias normas de comportamiento. En una sociedad 
urbana y desacralizada, que de una u otra forma se va imponiendo en todo el Continente, 
los influjos familiares y aún eclesiales, se van haciendo cada vez menores. Ellos compiten 
difícilmente con las fuerzas de un medio ambiente y con los poderosos MCS modernos. 
Ellos se transforman en el más importante vehículo de una " nueva moralidad". Los modelos 
presentados en términos familiares y aún personales, nada tienen que ver con el evangelio 
o lo contrarían abiertamente. Bajo el pretexto de quitar los "tabúes", se van quebrantando 
valores fundamentales como: honradez, fidelidad, solidaridad, etc. A la ideología de una 
sociedad que se cree moderna, no conviene ni a la solidez de la familia, ni la de cualquier 
otro cuerpo intermedio. Las mediaciones se van sustituyendo por un modelo empobrecedor 
en todo sentido. Pero no se puede esperar la transformación de las macroestructuras, sin 
las mediaciones. 
Es cierto que la religión no ha dejado de tener su peso, pero es contrabalanceado por 
otras fuentes, que van en sentido contrario... es cierto que la familia permanece como 
institución social básica y como mediación importante; pero también es cierto que su 
significado se redefine bajo el impacto de las alteraciones de la sociedad.11 
Siendo así, la pastoral de la familia parece no responder adecuadamente a la nueva 
configuración social: al lado de ella se requiere una pastoral familiar más amplia, que 
entienda y trabaje la familia dentro de una dinámica social. La pastoral familiar no puede 
descuidar las familias efectivamente existentes y bien constituidas. Esas expresan el vivo 
amor que Dios tiene para con todos y si son cristianos expresan el amor de Cristo por su 
Iglesia. Este es el sentido profundo del sacramento del matrimonio. De la misma manera la 
pastoral familiar interfamiliar con aquellas que buscan alcanzar un mismo ideal. Y aquí cabe 
una tarea importante para los "movimientos familiares", desde que estos hagan un 
verdadero eje contenidos y metodología. Esto significa también que los movimientos 
efectúen la conversión de un familismo hacia una dimensión social-eclesial más de cara 
hacia aquellos que no están en su misma situación ni comparten de manera total sus 
ideales.
Una pastoral que ignora a los que huyen de los parámetros normales, es una pastoral 
destinada a debilitarse progresivamente. "Una pastoral que se dirige solamente a las 
familias consideradas cristianas, marcadas por el vínculo sacramental, sería una pastoral 
imperfecta, desvinculada de la realidad. Gran número de familias en el sentido estricto de la 
palabra y grupos familiares no siempre completos existen, a quienes faltan muchas veces el 
vínculo jurídico o sacramental... Todas esas familias, cualesquiera que sean sus 
imperfecciones y deficiencias, deberán ser atendidas por la acción pastoral de la Iglesia, 
teniendo en cuenta carencias, limitaciones y necesidades". 12 Esto sólo es posible 
mediante una pastoral Familiar y no simplemente de la familia.
Estas afirmaciones suscitan, ciertamente, un cuestionamiento: pero ¿Qué significa más 
concretamente pastoral familiar para mí? 

¿Que la aproxima y la diferencia de una pastoral social? 
Por lo que se dijo anteriormente, en el primer título, parece cierto que los desafíos de la 
familia de hoy, sobrepasan sus propios límites: para una parte muy significativa de la 
población, son desafíos que brotan de una realidad hasta cierto punto externa, o sea, el 
contexto de la nueva cultura y de la nueva sociedad en que vivimos. Muchas familias dejan 
de establecerse no por propia voluntad, sino por factores que no dependen estrictamente 
de ellas. Esto particularmente es verdadero en el contexto del Tercer y cuarto Mundos ( Cfr. 
SRS 14), en los cuales nos encontramos con lo que el magisterio en general y en especial 
la última encíclica Solicitudo rei socialis, llama "estructuras de pecado". Son esas 
estructuras las que impiden el resurgir de las familias y de la Gran Familia de Dios.
Aquí conviene recordar un pasaje de la Familiaris consortio. Después de observar que 
las uniones libres son siempre más frecuentes, el Documento distingue varias situaciones y 
varias razones.
" Algunos... se consideran como obligados a tales uniones por situaciones difíciles de 
carácter económico, cultural y religiosos, ya que, contrayendo un matrimonio regular, 
quedarían expuestos a daños, a la pérdida de ventajas económicas, a discriminaciones, 
etc.
En otros por el contrario, se encuentra una actitud de desprecio, contestación o rechazo 
a la sociedad, de la institución familiar, de la organización socio-política o de la mera 
búsqueda del placer. Otros, finalmente, son empujados por la extrema ignorancia y 
pobreza, aveces por condicionamientos debido a situaciones de verdadera injusticia..." 
(F.C. 81) 
La integración sexual en la familia y en el matrimonio exige un mínimo de satisfacción de 
las necesidades básicas. En efecto la extrema pobreza y la máxima riqueza generalmente 
se constituyen en obstáculos para el matrimonio y la familia.
Vemos aquí que la pastoral familiar no es solamente un servicio en favor de las "buenas y 
bien constituidas familias" sino muy especialmente en favor e las familias desestructuradas. 
Por lo tanto la pastoral familiar debe tender a crear condiciones reales que posibiliten a las 
familias "ser lo que deben ser". 
Teniendo en vista el mismo cuadro de fondo, de una sociedad armada de tal forma que 
excluye las grandes masas de los bienes de todo orden, en los últimos decenios muchas 
diócesis fueron dando privilegio a la pastoral social. Aquí se escondería el verdadero 
problema. La pastoral social, claro está, no puede entenderse como simple promoción 
humana. Lo que marca toda y cualquier pastoral es siempre la perspectiva evangélica. No 
se trata de cualquier tipo de "desarrollo" como sería aquel deshumanizante. Se trata de 
luchar en nombre de la fe por un desarrollo integral, que integre todas las dimensiones de 
lo humano. Se trata de implantar el fermento evangélico en los diversos campos donde la 
vida humana se concretiza. La pastoral social, como cualquier pastoral, parte del 
presupuesto de que la humanización pasa por Dios y sus planes. Así el binomio 
evangelización y promoción humana es inseparable. Como también el binomio pastoral 
social y pastoral familiar. 
Sería ingenuidad afirmar que la lucha por la justicia resuelve todos los problemas 
familiares, pues estaríamos absolutizando un único factor: el económico-social. ¿Cómo 
comprender, entonces, los problemas familiares encontrados en los países 
superdesarrollados y en las clases más elevadas de la sociedad?
Pero en nuestro contexto también sería ingenuidad ignorar factores económicos-sociales. 
Sociedad y familia, persona y comunidad, viven en una dialéctica tensa y continua. 
De aquí se concluye que sólo se pueden esperar mejores resultados en el campo de la 
familia, en la medida en que haya un trabajo sincronizado de las dos vertientes: en la familia 
y en la sociedad; o mejor: de la familia en la sociedad. Queda también cada vez más claro 
que cualquier Pastoral de la Familia que ignore el ángulo social, está destinada a una 
pérdida creciente de eficacia. Como tampoco sería genuina , una pastoral familiar desligada 
del conjunto del proceso total de evangelización; catequesis, liturgia, la pastoral social, 
misionera, etc.
Esto significa que no hay problemas estrictamente familiares, que apunta más hacia 
ángulos de personalidades que constituyen la respectiva familia y que, por lo tanto, 
requieren atención personal. Significa, sencillamente , que en la mayor parte de las veces 
los factores económicos-sociales, presentan un peso muy grande. Si es cierto que la familia 
puede y debe ser protagónica de una nueva sociedad, es verdad que ella puede y debe ser 
protagonista de una nueva sociedad, es verdad que ella puede y está efectivamente, 
siendo su víctima. Bien observa la Familiaris Consortio "el llamamiento del concilio vaticano 
II a que supere la ética individualista tiene también valor para la familia como tal." (FC 45) 

CONCLUSION
El cuadro sexual y familiar, bien poco animador, con el cual nos encontramos, nos lleva 
de inmediato a preguntarnos por las razones de fondo de la notable dicotomía entre fe y 
comportamiento. ¿Será que nuestro proceso evangelizador estará perdiendo su fuerza? 
¿Será que todavía no se han desentrañado todas sus potencialidades? Pues si el pasado, 
en este particular, no puede ser demasiado idealizado, seguramente el presente nos revela 
un descrédito acentuado de las normas morales. Mientras los evangelizadores continúan 
con sus convicciones, el pueblo va escribiendo otra historia muy diferente.
Cuando nos preguntamos, por las razones de fondo de esta irregularidad entre teología y 
práctica, no podemos dejar de considerar dos hipótesis básicas que nos parecen 
verdaderas. 
La primera es que la sexualidad debería ser pensada en coordenadas que sobrepasan el 
nivel estrictamente personal. Como dinamismo implantado por Dios al servicio de la 
comunión, la sexualidad, de inmediato, apunta a la quiebra de la soledad. 
Apunta, sobre todo, a la Gran Familia de Dios, Por eso mismo, la educación para el Amor, 
capítulo central del proceso evangelizador, no puede quedar reducido a los planes 
personales e inter-personal. Por tener su origen en Dios, todo amor verdadero transforma 
todas las entidades: personas, parejas, familias, Iglesia y sociedad. Esto parece no siempre 
ser percibido con mucha claridad. 
La segunda razón de fondo, implícita en la primera, manifiesta más claramente en el 
ámbito del matrimonio y de la familia. Sin negar nada a la teología clásica, nos parece que 
la Palabra de Dios apunta a dimensiones que por mucho tiempo quedaron en la sombra. 
Tanto la Alianza, restringida a un pueblo, pero significativa para todos los pueblos, como la 
Teología del Reino, nos hacen pensar que los proyectos divinos van mucho más allá de la 
simple armonía conyugal y familiar. Ellos se sitúan en la dinámica de una historia que 
deberá culminar en una única Gran Familia de Dios, que supere todas las barreras. A la luz 
de esta Gran Familia, la pequeña Familia encuentra su grandeza. 
Si esos dos presupuestos fueran verdaderos, entonces tanto la educación para el Amor, 
como la pastoral vuelta hacia la familia, deberán ser insertadas en el conjunto del proceso 
evangelizador y no vistos como capítulos aparte. Es verdad que la humanización de la 
sociedad presupone la humanización de la sexualidad en todas sus dimensiones. Pero 
también es verdad que la integración personal, conyugal y familiar, se facilita o dificulta por 
las condiciones socio-políticas, además, naturalmente, de las religiosas. Esto no significa 
que esas realidades no presenten aspectos específicos. Ellas lo presentan. Con todo, esos 
aspectos específicos solo serán debidamente trabajados si son insertados en el contexto 
de la sociedad en que se vive. Así considerados, no sólo estarán ayudando a las personas, 
matrimonios y familias a situarse mejor en ellos mismos, sino que estarán contribuyendo al 
surgimiento de una nueva sociedad que refleje mejor los designios divinos para cada uno y 
para con todos.

Antonio Mosser


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NOTAS.
1.Lepargneur, H. Descompeno entre teoría e práctica. Una investigaciao nas raízes de moral Vozes, 
Petrópolis. 1979. 
2.Joao Pablo II Homilía en Puebla, 3 AAS LXXX, p, 148. 
3.Cf. Grelot, P., Le couple humain dans L ´Escriture, Foi Vivante, cerf, París, 1969, 13 s.
4.Pohier, J.M., A prazer coloca un problema para o Cristianismo, Concilium a, 100(1974), 131 ss 
5.Idem. 
6.Snoek, J., Ensaio de Etica Sexual, Paulinas, Sao Paulo, 1981, cap II-VI 
7.Cf. Mosser, A., Pastoral Familiar: Desafíos e perspectivas, REB 189, 1980, 110s. 
8.Cf. Mosser, A., Patoral Familiar: Teología moral: Impasses e Alternativas, Vozes, Petrópolis 1987, 99 s. 
9.Cf. Mosser, A., Integración afectiva y compromiso social en América Latina, Clar, Bogotá 1988, 46s. Latina 
10.Cf. Mosser, A., O problema demográfico e las esperancas de un mundo novo, Vozes, Petrópolis, 1978,15s. 
11.Cf. Macedo, C.C, "Familia y sociedad", en Vida Pastoral, 92 (1980), 30-31.