FE CRISTIANA, SEXUALIDAD Y FAMILIA
Fr. Antonio Mosser, o.f.m.
Moralista
Brasil
"Fe cristiana, sexualidad y familia" es un tema extremadamente amplio, que, de inmediato,
suscita muchos otros subtemas. Para no perdernos en el enmarañado de muchas
direcciones, nos parece necesario limitar bien las líneas de fuerza. Por lo tanto,
estructuramos el tema en tres partes, procurando evidenciar la relación entre fe, sexualidad
y familia.
En la primera parte recordaremos algunos trazos que caracterizan nuestra realidad
latinoamericana, en lo tocante a la fe, a la sexualidad y a la familia. Se destacará la
dicotomía existente entre fe y vida. Esta parte constituye una especie de introducción rápida
que posibilite la comprensión de las otras dos.
En la segunda parte, que constituye el núcleo central de nuestro estudio, nos
empeñaremos por dar las coordenadas de un pensamiento teológico, tanto de la
sexualidad, como de la familia. Este pensamiento, que nos parece exigido por la realidad,
tendrá sus líneas de fuerza, ancladas sobre todo en la palabra de Dios. Tal vez existan
filones teológicos no suficientemente explotados, que nos posibiliten percibir mejor hacia
dónde debe encaminarse una pastoral evangélicamente más eficaz.
En la tercera parte, pretendemos señalar, brevemente, algunas líneas de cuño más
directamente pastoral, provenientes de los presupuestos que se presentarán en las dos
primeras partes.
Señales de la realidad.
Un cuadro desafiante.
Nuestro punto de partida podrá ser el cuadro de desestructuración de la sexualidad,
entendida en ella misma y en sus manifestaciones. Esa marca característica del mundo
contemporáneo, presenta trazos típicos para nuestra realidad latinoamericana. Esto no sólo
por la configuración socioeconómica y política propia de un Continente subdesarrollado
sino, sobre todo, en vista de su configuración religiosa. Que países subdesarrollados y
profundamente sumergidos en el materialismo secularizante y aún secularista, estén
afectados por esa desestructuración, no causa sorpresa. Lo que inquieta es percibir que la
misma desestructuración incide fuertemente en un Continente profundamente religioso y
particularmente cristiano. ¿Será que el sol evangélico ha perdido su fuerza o no es
debidamente articulado por los evangelizadores? ¿ Será que la práctica pastoral no se
revela tan eficaz por falta de base teológica exigida por unas realidades profundamente
alteradas? Una cosa es cierta: la disgregación sexual, conyugal y familiar, está exigiendo
transferencias significativas, tanto en la comprensión de las prácticas, como en el enfoque
teológico-pastoral de esas realidades.
Todo indica que el sentido profundo de la sexualidad no es tan evidente como podría
haber sido en otras épocas. Esto nos obliga a preguntarnos si la lectura hecha hasta hace
poco del patrimonio cristiano, no estaría ocultando ciertos trazos de vital importancia para
iluminar nuestros actuales desafíos.
Fe y vida: Una dicotomía acentuada.
Podemos afirmar que la teología siempre estuvo más o menos consciente de la distancia
que hay entre la teoría y la práctica, entre lo ideal y lo real1. Hay periodos y contextos
donde esa dicotomía fue más palpable y es, precisamente, lo que pasa hoy en nuestro
continente.
La doble moralidad y la esquizofrenia entre la fe profesada y la vida concreta no son de
hoy. Por el contrario, el proverbio "más allá de los trópicos no existe pecado", se hizo
presente desde las primeras conquistas y, particularmente, en el campo de la sexualidad y
la familia. Los cambios estructurales que se efectuaron y continúan efectuándose en
nuestra sociedad, sólo vienen acentuando la dicotomía fe - vida. Podríamos decir que, en
términos de normas morales, nos encontramos como ante un espejo roto: ya no refleja la
imagen de quien lo contempla.
La quiebra y a veces la contestación de las normas se va acentuando a ojos vistas. El
liberalismo sexual va ganando foros de legitimidad. Ya nadie parece sentirse preocupado
por los problemas que hasta pocas décadas tenían un tratamiento privilegiado:
masturbación, relaciones pre-matrimoniales y promiscuas, contraceptivos de todo tipo,
aborto, homosexualismo, divorcio, agrupamientos conyugales sin ningún vínculo, familias
simultáneas, etc. Nada de esto causa mucho espanto.
El distanciamiento es más acentuado todavía cuando se mira bajo el ángulo social. En un
contexto de capitalismo asociado dependiente y excluyente, los mecanismos de producción
y de consumo parecen tener más fuerzas que las normas abstractas. Y las consecuencias
no se hacen esperar: de un modo siempre más acentuado, los problemas familiares pasan
a interesar menos a la sociedad propiamente dicha que a los particulares o a los grupos
religiosos. Desde que los mecanismos liberales no sean perturbados, poco importan los
valores que están en juego, sea respecto a la institución familiar, a la fidelidad o a la
procreación de los hijos.
Un primer intento de interpretación.
Cuando se busca una interpretación del fenómeno, se tropieza infaliblemente con una
multiplicidad de causas que se refuerzan mutuamente. Pero con certeza, a eso contribuye
el deletéreo socio-económico y político. Sólo que el cuadro parece actuar de modo
diferente respecto a las clases superiores y a las más pobres. Mientras la degradación
constatada a nivel de las clases privilegiadas reedita lo que pasa en el Primer Mundo, la
misma disgregación a nivel de las clases pobres debe interpretarse de modo diferente. Son
muy significativas aquí las declaraciones del papa Juan Pablo II. La primera, en la
inauguración de Puebla, señala que sobre la familia "repercuten los frutos más negativos
del subdesarrollo: índices verdaderamente deprimentes de insalubridad, pobreza y hasta
miseria, ignorancia y analfabetismo, condiciones inhumanas de vivienda, subalimentación
crónica y tantas otras realidades no menos oprimentes"2 . La segunda declaración, en la
misma línea de análisis se encuentra en la Familiaris Consortio:
…Y ya que en muchas regiones, por la extrema pobreza que se deriva de estructuras
socioeconómicas injustas o inadecuadas, los jóvenes no están en condiciones de casarse
como conviene, la sociedad y las autoridades públicas favorecen el matrimonio legítimo
mediante una serie de intervenciones sociales y políticas, asegurando el salario familiar,
dictando disposiciones para una habitación adecuada a la vida familiar, creando
posibilidades adecuadas de trabajo y de vida. (FC 81) - subrayado nuestro).
Como se percibe por las dos citas expresadas, el Papa Juan Pablo II acentúa los factores
socio-económicos como co-responsables de la situación poco lisonjera del cuadro sexual,
matrimonial y familiar. Pero es evidente que ese cuadro no depende solo de factores
socio-culturales ni sólo de factores económicos, por más importantes que sean. Está ligado,
igualmente, al factor religioso. Las grandes masas continúan marcadas por la religiosidad,
pero la secularización hace su camino.
Nuestro proceso de industrialización y urbanización, no se dan de manera orgánica: la
industrialización se impone como un fruto extraño y arrastra consigo las concentraciones
urbanas. Los grandes polos industriales se encuentran planteados en el medio, a modo de
producción aunque todavía primitivos. El "progreso", convive al lado del atraso en todo
sentido. La riqueza convive con la pobreza; la miseria, con el desperdicio propio de una
sociedad de abundancia.
El desenraizamiento proveniente de este proceso de urbanización, ha provocado un
cambio sustancial en la concepción religiosa: La religiosidad del pueblo sencillo parece
incapaz de resistir a los impactos de una nueva cultura. Mientras en el ambiente rural todo
gira en torno a la religión, en una sociedad industrial y secularizada, la religión tiende a
desaparecer como centro de la vida social, familiar y aún personal. Es preciso no olvidar
que la urbanización avanza a grandes pasos. También donde el mundo rural es todavía una
realidad significativa, sufre en manera siempre más acentuada, los influjos de los
poderosos Medios de Comunicación Social. Ellos vehiculan valores no siempre compatibles
con el Evangelio.
Todo comienza con la imagen de Dios: el mundo rural manifiesta muy al vivo la
independencia y la fragilidad humana. Ya en la sociedad urbana los espacios se van
llenando con datos científicos o pseudo-científicos. Y la afirmación de la auto-suficiencia de
ser humano, con todo lo que de ahí proviene.
Pero no solamente el cambio de la imagen de Dios es importante. Con ella surge también
el cambio en lo que se refiere a la voluntad de Dios en relación al ser humano y a su
comportamiento. También en términos familiares, la voluntad de Dios aparece menos clara.
En suma, la esquizofrenia religiosa, ya incipiente desde las conquistas, se va acentuando:
la religiosidad es una especie de departamento estanque, que ejerce poco flujo en los
comportamientos sexuales y familiares.
Con todo esto queda evidenciada, no sólo la distancia que hay entre la reflexión
teológica-pastoral y la práctica. Se evidencia, también la necesidad de cambios
significativos, tanto en el concepto teológico, como en la antropología de la sexualidad y en
sus múltiples manifestaciones. Con esto, también toda una práctica pastoral que se siente
cuestionada.
Sexualidad y familia a la luz de la fe
En la visión teológica y antropológica actual, se evidencia cada vez más que la
sexualidad no puede pensarse solo a partir del matrimonio y de la familia. Por abarcar
mucho más de lo que esas dos realidades comprenden, la sexualidad exige un abordaje
específico. Por esta razón, primero haremos una reflexión más referente a la sexualidad y
solo en un segundo momento, a la familia. La fuente es siempre la misma; la Palabra de
Dios, pero los ángulos de lectura son diferentes.
Sexualidad: algunos datos bíblicos y teológicos importantes.
Trabajar con grandes coordenadas representa siempre un riesgo, pero también ventajas.
A veces este es el único camino. Es el caso de la sexualidad, realidad muy compleja. Entre
los múltiples aspectos que emergen de la Sagrada Escritura, pensamos que hay dos
centrales: el de ser una realidad creacional y el de ser una realidad ambivalente.
Algo semejante puede decirse de la Teología de cuño europeo. Vamos a destacar tres
aspectos: posible factor de personalización, posible factor de socialización y posible camino
hacia Dios.
Sexualidad: don divino confiado a los seres humanos.
Ya la concepción vetero-testamentaria de la sexualidad presenta trazos muy originales en
relación al medio ambiente. Al contrario de lo que pasa con los pueblos vecinos, para el
Pueblo de Dios la sexualidad es una realidad creacional, que tiene su culmen en Jesucristo
Primogénito de toda creación. Aquí se oculta una dimensión profundamente religiosa, ya
que Dios se presenta como origen de todo. Pero también se esconde un proceso
desacralizador, ya que la sexualidad es un don que el Creador confía a los seres humanos
para que ellos la administren sabiamente3.
La tarea de administrar sabiamente ese don, presupone que la sexualidad sea vivenciada
al mismo tiempo en sus dimensiones igualitarias y en sus diferencias. El varón y la mujer
deben formar "una sola carne", donde no existan relaciones de dominación sino de igualdad
fundamental. Por otra parte, además de la humanización de la sexualidad pasa por el
cultivo de las diferencias. En ese cultivo es donde se da el enriquecimiento de cada
componente, sea considerado bajo el mismo prisma de las personas, sea bajo el de los dos
pueblos.
Las marcas de una ambivalencia radical.
La aprehensión rectilínea de la sexualidad, en su positividad, es tentadora. Pero se
constituye solo en media verdad. La otra coordenada bíblica, a punta a lo que se puede
denominar ambivalencia radical. Como todas las realidades creadas, también la sexualidad
puede ser factor de integración, pero a la vez puede ser también factor de desintegración
personal, familiar y social. Todo depende de cómo se la dirige.
Una primera lectura de los datos bíblicos, y posteriormente también patrísticos, resalta
sobre todo la negatividad de la sexualidad. Aunque se afirme su positividad, porque remite
al Creador, se sigue una afirmación muy fuerte de la negatividad, encarnada en el placer La
teología cristiana siempre ha tenido problemas con el placer4. Sin duda es necesario hacer
un rescate del valor del placer. También él es un don de Dios y desde que se ha vivenciado
en el contexto total de la vida es constructivo, pero el placer egoísta y aislado esclaviza y
aliena. Queda claro que a través del placer emerge la ambivalencia profunda de la
sexualidad misma,.
La concepción equilibrada de la negatividad y positividad, se encuentra muy bien
expresada en el Libro de Tobías: No es cualquier vivencia de la sexualidad la que conduce
a la vida. Unas conducen a la vida, otras a la muerte. Unas apuntan a la salvación, otras a
la perdición.
Esa compresión de la sexualidad como realidad ambivalente es tal vez, la contribución
más original del cristianismo5. Sin percibir este trazo, es difícil comprender ciertas palabras
de San Pablo, por ejemplo y de algunos padres de la Iglesia. Una lectura superficial solo ve
ahí lo negativo. Pero quien sabe leer detrás de las palabras, no dejará de percibir también
lo positivo. Con esto se evita tanto el optimismo ingenuo como el pesimismo del fondo
dualista.
Quiebra de la soledad.
Teológicamente hablando, la sexualidad puede entenderse como una poderosa energía
vital que Dios colocó en el ser humano para facilitar la quiebra de la soledad. La
ambivalencia de la sexualidad consiste precisamente en esto: por una parte, todo ser
humano se siente envuelto en un aislamiento desafiante: Todos nacen con una tendencia
muy fuerte por cerrarse en sí mismos; por otra, todo ser humano se siente como empujado
fuera de sí mismo. Solo saliendo de sí mismo se establece un diálogo profundo con el otro,
y se afirma como diferente.
La salida de sí mismo se da por medio de múltiples "ventanas" de la sexualidad: al mismo
tiempo que se presenta con características genéticas, biológicas, cerebrales, hormonales,
se presenta también con dimensiones psicológico-afectivas, socioculturales,
ideológico-políticas y religiosas. Todos son puntos de contacto para el mundo externo.
Todos esos puntos, unidos por la "personalidad", nos hacen percibir la sexualidad como
algo muy amplio, que en ninguna hipótesis puede confundirse con la genitalidad. Esta es
solo una de las "ventanas" pero no la única ni la más importante6. La persona madura no
es la que establece mejores contactos genitales, sino precisamente la que establece los
mejores lazos de comunión. Esto solo sucede cuando el motor de la vivencia sexual no es
el placer egoísta y aislado de un contexto vital de donación, sino del amor.
La búsqueda de la Gran Familia de Dios.
El amor que mueve la sexualidad no se reduce a los cuadros de las relaciones
interpersonales, por más importantes que se presenten. El amor impele a la superación del
plan interpersonal, a proyectarse en un "nosotros". La quiebra de esta segunda soledad se
establece, inicialmente, por los lazos familiares. Pero así mismo, el amor no se dá por
satisfecho: siempre impulsa a la búsqueda de un horizonte mayor. El horizonte de la Gran
Familia de Dios es el que quiebra todas las barreras: ideológicas, raciales, sociales,
geo-políticas, y hasta religiosas. En ese nivel es donde se esbozan los proyectos de Dios,
no solo para las personas o grupos, sino para toda la humanidad.
Estas afirmaciones nos hacen entrever algo en la línea de los proyectos divinos
referentes al propio matrimonio y a la familia: ellos sólo se afirman en su identidad profunda,
cuando se sobreponen a sí mismos, sumergiéndose en algo mayor que ellos mismos. Con
esto llegando a otro dato teológico que es el de la sexualidad como posible camino hacia
Dios. Ese es uno de los grandes desafíos, tanto teóricos como prácticos, presentados por
la sexualidad humana.
Del amor al Amor.
La sexualidad y Dios parecen términos antagónicos. Dios nada tendría que ver con la
sexualidad ni ésta con Dios. Pero como hemos visto, el concepto bíblico de la sexualidad es
dialéctico: Dios no es sexuado, pero está en el origen de la sexualidad humana. Dios no es
procreador, pero se encuentra en el origen de la fecundidad.
De esta manera, nada sería más distante de la teología bíblica y de la Gran Tradición
teológica, que contraponer realización sexual y realización espiritual. El trazo divino que
anota más directamente la sexualidad como posible camino hacia Dios, es precisamente el
del Amor. Dios no ama, El es amor. Los seres humanos solo entran en la dinámica de la
salvación en la medida en que amen verdaderamente. Amar significa asumir las diferencias
en búsqueda de una comunión enriquecida. Amar significa abrir el camino a la vida y cerrar
los caminos de la muerte; generar vida; dar su vida por los hermanos. El Dios de Amor y de
la Vida, que se encuentra en el origen de todo amor y de toda vida, no puede ser
instrumentalizado como barrera a la energía humana que posibilita la comunión de vida. Por
el contrario, debe surgir como el camino de la realización humana en todos los sentidos,
pero más particularmente en este de la sexualidad. Los planes salvíficos de Dios pasan por
la sexualidad y, por consiguiente, su amor: sintonizados o no con los grandes proyectos de
Dios.
Matrimonio y familia: La búsqueda de su lugar.
La teología del matrimonio y de la familia se apoya, normalmente, y con propiedad sobre
datos bíblicos de sello más personalista. Ese fundamento no sólo continúa válido, sino que
no puede ser descuidado porque los planes de Dios pasan por el matrimonio y la familia.
No obstante, en la medida en que las realidades comienzan a ser siempre más
interpretadas en clave social, ¿ no podría enriquecer también la teología del matrimonio y la
familia? ¿Será que no existen filones teológicos descuidados por factores históricos, que
debería recuperarse? Esas cuestiones son particularmente pertinentes en un periodo y en
un contexto en que la Pastoral de la Familia parece perder mucho de su eficacia
evangélica. Tal vez fuese el caso de pensar más en una pastoral familiar articulada a la
pastoral social.7
Dos grandes filones bíblicos abren perspectivas iluminadoras en este particular. El
primero viene dispuesto en torno a la Alianza, El segundo, viene iluminado por la propuesta
de Jesucristo para ser el nuevo pueblo de Dios. De ahí las dos cuestiones básicas: ¿Cuál
es el lugar del matrimonio y de la familia en la propuesta de la Alianza?
¿Cuál es el lugar del matrimonio y de la familia en la propuesta del Reino? Para facilitar
la comprensión de estas coordenadas, preferimos subentender el matrimonio y hablar
especialmente de la familia.
El lugar de la familia a la luz de la Alianza.
La alianza es una palabra-clave de la teología vetero-testamentaria. Por lo mismo, la
Alianza viene siendo siempre más estudiada bajo todos los prismas8. Ella puede también
ser la clave de la interpretación para iluminar el lugar de la familia y de la pastoral
correspondiente. Como veremos, la grandeza de la familia está en hacer parte del Pueblo
de Dios y participar, así, en la construcción de una sociedad diferente que dé testimonio de
un Dios diferente.
La grandeza de la familia: hacer parte del Pueblo de Dios.
Al estudiar la historia de la Alianza, se encuentran muchos personajes
claves. Dios tiene mediadores, pero la Alianza que El propone, no destina ni a personas ni
a familias individualmente consideradas, sino al Pueblo. La propuesta de Dios repercute
sobre individuos, sobre matrimonios, sobre las familias, pero ella los sobrepasa a todos.
Desde el punto de vista religioso el eje de la unión entre los miembros del Pueblo se
establece por la misma fe. Desde el punto de vista sociológico, los elementos estructurales
son "la casa", la tribu y el Pueblo (Jc. 7, 16-18). Curiosamente, en esa estructura social es
donde aparece el primer concepto de la dignidad de la persona humana. No se reconocen
familias o individuos aislados, dispersos o cerrados en sí mismos, sino personas,
matrimonios y familias que adquieren esa dignidad por pertenecer a una "casa", a una tribu
y al Pueblo de la Alianza.
Aquí surge un elemento importante: los lazos de la sangre adquieren su sentido más
profundo en pertenecer al pueblo de Dios y en la identificación con un proyecto común a
todos. La genealogía también se subordina a la esperanza del Mesías, en quien debe
concretarse el Plan Mayor.
Lo que une y asegura a la familia: un proyecto que le sobrepasa.
Sin sombra ninguna de dudas, la Alianza propuesta por Dios tiene un carácter
profundamente religioso. Pero revela también una dimensión religiosa. En el aspecto
religioso se resalta un don; en el social, aparece más la tarea. En Israel lo social y lo
religioso no se confunden pero tampoco se oponen. Al mismo tiempo que sus miembros
sienten la pertenencia a Dios, tienen conciencia de una tarea histórica: construir, en
nombre de Dios y de acuerdo con sus designios, una sociedad diferente.
La sociedad-testimonio a ser construida puede sintetizarse en dos palabras;
sociedad-participativa. Participativa, en todos los aspectos: religioso, politico-administrativo
y económico. Porque el Pueblo de Dios debe ser también un pueblo de hermanos. Viendo
lo que pasaba con el Pueblo de Dios, los otros pueblos solo podían exclamar: "… sabia e
inteligente es, en verdad, esta gran nación. Pues, cuál es la gran nación que tiene dioses
tan cercanos?" (Dt. 4, 11)
En el seno de este plan que las sobrepasa, las familias y las personas encuentran su
estímulo y su tarea. El impulso proviene de contribuir a una gran causa; la tarea, de
realizar, un punto menor, la propuesta mayor: cada familia deberá construirse en un
miniproyecto participativo y el pueblo y el Pueblo de Dios en un todo, sería la única Gran
Familia.
Es importante notar que, partiendo de la globalidad, no se anulan sino que se refuerzan
las mediaciones. Pero también es importante notar que las mediaciones no pasan de
mediaciones; no tienen una finalidad aislada en sí mismas. Dios siempre piensa en grande
y espera lo mismo de sus hijos e hijas. La realización de sus planes sobre las personas y
familias, se da en la realización de sus planes referentes al Pueblo. Lo social y lo familiar se
articulan como piezas inseparables.
La familia a la luz del Reino.
Es curioso, pero la teología bíblica del matrimonio y de la familia, es más transversal que
directa… Emerge como por reflejo, sea de la Alianza, sea partiendo del Reino. La mejor
teología del matrimonio y la familia se encuentra en las parábolas del Reino. De nuevo,
aquí el novio y la novia, el esposo y la esposa, los padres y los hijos, se encuentran como
figuras de un inmenso cuadro donde entran como pequeños puntos, aunque importantes.
-El reino re-dimensiona los lazos de la sangre,
En este contexto no hay necesidad de elaborar una teología del Reino. Esto ya se hizo
muchas veces y en tiempos recientes. Basta recordar algunas coordenadas básicas par
iluminar el tema central de la familia.
El Reino de Dios indica un nuevo modo de ser y de relacionarse. Esto, ante todo, en
dirección a los hermanos y los consideran como tales en la perspectiva del Padre común. El
Reino sólo es acogido por los que relacionan con las demás criaturas siendo
franciscanamente hermanas. De allí se desprende el alcance al mismo tiempo teológico,
socio-político y hasta cósmico de la expresión. Cristo anuncia y quiere establecer un nuevo
tipo de relaciones globales en el fondo de sus mensajes se implanta la necesidad de una
redimensión y una reversión profunda. Ante el reino, todos tienen que convertirse, es decir,
resituarse bajo todos los aspectos.
De la misma manera, la familia tiene que resituarse. Ella no es un absoluto. A la luz del
Reino, ya no es decisivo el " yo me casé" (Lc. 14,20). El que se adhiere al Reino tiene que
ser capaz de "dejar que los muertos entierren a sus muertos" (Lc. 9, 59); tiene que amar
más a Cristo que a su hermano, su esposa, su esposo… (Mt 10, 37-39); tiene que admitir
hasta el caso extremo de ser entregado "por los padres y hermanos, por parientes y
amigos" (Mt 21,16).
Todo esto, que Cristo lo anunció en sus discursos lo vivió en su experiencia personal. A
los 12 años, en la escena del templo, dice que tiene que "preocuparse de las cosas de su
padre" (Lc. 2,49). En las bodas de Canaá sobrepone el Reino a las interpelaciones de su
madre (Jn. 2). Cuando se le anuncia que sus hermanos quieren hablarle, Jesús asume una
postura a primera vista chocante: "¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?…" Y
la respuesta no se hace esperar: "… Todo aquel que hiciere la voluntad de mi padre… ese
es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mt 12,46-50). Cuando alguien, entusiasmado,
exclama: "Bienaventurados los pechos que te alimentaron" (Lc 11, 27-28), Jesús corrige la
perspectiva diciendo: "Bienaventurados más bien los que oyen mi palabra y la ponen en
práctica", Hay situaciones en que la fidelidad al Reino exige el rompimiento de los lazos
familiares: "Pues vine a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su
suegra. Los enemigos serán sus propios parientes" (Mt 10,35-36)
Frente a estos pasajes y a otros que pueden enumerarse, no hay duda de que se impone
una conclusión: Jesús no desprecia sino que redimensiona los lazos de la sangre. El Reino
presupone otros vínculos en la base de la fe y de hacer la voluntad del Padre. El proyecto
global es más importante que los proyectos sectoriales, aunque estos no sean excluidos
desde que estén de acuerdo a Reino y a su dinámica.
-La pequeña familia: señal de la Gran Familia de Dios.
Hemos visto que Cristo redimensiona los lazos de la sangre y, por consiguiente de la
familia. Pero redimensionar no significa disminuir su importancia: significa, por el contrario,
relacionar con el Reino. Cuando una realidad menor se relaciona con algo mayor que ella
misma, esa realidad no se disminuye sino que se eleva. Siendo así, nos corresponde
buscar el lugar de la pequeña familia en los planes de Dios revelados en Jesucristo. La
repuesta es muy simple, pero llena de consecuencias teológicas y pastorales: la pequeña
familia deberá ser señal de la Gran Familia de los hijos e hijas de Dios.
Ese sentido simbólico se encuentra implícito en el dinamismo que se implanta en la raíz
de todo matrimonio y de toda la familia: la sexualidad. Entre tanto, la sexualidad, como
vimos anteriormente, no se reduce a la genitalidad sino que se presenta con muchas
dimensiones : religiosa, socio-cultural, psicológica y aún política.
Analizando el prisma religioso, que más importa aquí, descubrimos la sexualidad como
dinamismo que Dios implanta en cada ser humano, en vista a la quiebra de la soledad, por
medio del amor compartido. Para sobrevivir, todo ser humano debe ser fecundo en el
sentido más profundo de la palabra: abierto a la vida. Esto no sólo a través dela generación
biológica de hijos, sino a través del amor: sol que debe iluminar las relaciones humanas. Y
a través del amor, la sexualidad se transforma en energía que crea lazos profundos con sus
semejantes y con el mismo Dios, que es Amor. El amor, a su vez, no conoce ni color, ni
raza, ni fronteras.
De esta manera, en la raíz constitutiva de la familia, se revelan los planes de Dios. El
quiere que todos los pueblos, todas las razas y todas las culturas se fecunden sus
diferencias, haciendo surgir una rica y única familia: la familia de los hijos e hijas de Dios.
Como en la pequeña, así también en la Gran familia, deben reinar la comunión, el amor, la
participación. La Iglesia como comunidad fundada sobre la fé y no sobre los lazos de la
sangre, es a su vez, la mediación entre la pequeña y la Gran Familia. A la Iglesia le
corresponde la misión de dar testimonio de lo que, a los ojos del mundo, parece imposible y
es una realidad. En la comunidad de fe, pertenecer a la misma raza y tener la misma
sangre, es cosa secundaria.
Se percibe así que toda la familia bien constituida es un eterno recuerdo de los proyectos
de Dios para la Iglesia y para toda la sociedad. Dios quiere que la humanidad se relacione
de una nueva manera, que supere las barreras establecidas por la convivencia humana.
Pero no sólo los que contraen matrimonio y constituyen una familia deberán anunciar los
grandes proyectos de Dios. A partir de Jesucristo y del anuncio de su Reino, emerge otra
forma privilegiada de anunciar una nueva humanidad: es la vida en el celibato, a causa del
Reino de Dios. Las personas que lo abrazan, descubren nuevas formas de vivir el Amor, de
ser fecundo y de integrar su sexualidad: colocándose, de manera total al servicio del
Reino.
Implicaciones pastorales.
Lo dicho en la primera parte no deja margen para dudas: la sexualidad, el matrimonio y la
familia, se encuentran profundamente desestructurados. Esto es tanto más penoso cuanto
que se tiene en vista que el fenómeno no es privativo del Primer Mundo: ocurre también
aquí, donde la religiosidad y el cristianismo son marcas características. La disgregación
significa que el Gran Plan, no se está trabajando debidamente: millones de miembros de la
Gran Familia de Dios se mantienen al margen de todo, de tal forma que no presentan ni
siquiera condiciones para constituir una familia o para integrarse como personas.
Cuando una hidroeléctrica deja de funcionar, de nada sirve hacer reparaciones en la red
ni cambiar las lámparas. Es preciso examinar la hidroeléctrica. Así, si en el diagnóstico
percibimos que la desestructuración del cuadro sexual y familiar apunta hacia un tipo de
sociedad en que vivimos es ahí donde deberán ser concentrados los mayores esfuerzos,
tanto en una línea de evangelización como en las transformaciones globales de la
sociedad.
Es cierto que ante las transformaciones tan amplias y profundas, es todo un conjunto de
factores y fuerzas que entran en juego: la práctica evangelizadora no puede ser
sobrevalorada. Pero para quien cree en la fuerza transformadora del Evangelio, nada es
imposible con tal que la práctica evangelizadora sea efectuada dentro de ciertas
condiciones.
Un proceso evangelizador más eficaz en este campo, pasaría a lo menos por dos
condiciones básicas: que la sexualidad sea trabajada también en sus dimensiones
politico-ideológicas y que la pastoral de la familia se transforme siempre más en pastoral
familiar.
Cuando la sexualidad sobrepasa la intimidad.
Nada existe más íntimo en una persona que su sexualidad. Como nada existe de más
íntimo en la vida de un hombre y una mujer que su vida sexual. Aquí nos encontramos
nuevamente ante medias verdades. Vimos anteriormente que la sexualidad es una energía
que presenta muchas dimensiones. Una de ellas es precisamente la politico-ideológica9.
Por más sorprendente que esa dimensión pueda aparecer, (ya que está poco tematizada),
es no obstante, una de las más determinantes en los comportamientos. Por lo mismo, una
pastoral que no le dé la atención debida., será ineficaz.
El ángulo bajo el cual, la dimensión politico-ideológica de la sexualidad puede ser más
fácilmente palpable, es el económico. Existe todo un comercio, sumamente ventajoso,
basado en la explotación de la sexualidad. Basta recordar películas, revistas estimulantes,
los más diversos tipos de contraceptivos ("absolutamente seguros e inofensivos"), ofrecidos
indiscriminadamente. Bajo este punto conviene no olvidar la explotación comercial de la
mujer, vendida "por partes", desde la cabeza hasta los pies.
Por más importante que pueda parecer el aspecto comercial, no es el más decisivo,
cuando se comparan con lo estrictamente politico-ideológico. Ya en la antigua Roma se
sabía que las reivindicaciones sociales pueden ser "acalladas" con pan y circo. Hoy se
obtiene un efecto mayor por medio del sexo y la droga, que ejercen la misma función
alienante. Sirviéndose especialmente de los jóvenes que en nuestros países constituyen
gran parte de la población, se puede tener la certidumbre, dicen "los grandes", que
disminuirían las reivindicaciones sociales. Como también se muestran ellos muy
conscientes de que el predominio absoluto de una concepción machista mantiene alejada la
otra mitad de la población constituida por las mujeres.
Aquí cabe una consideración estrictamente teológica: los proyectos de Dios son tales que
sólo serán históricamente concretizados, en la medida en que todos sean comprendidos en
ellos. Dios cuenta tanto con la fuerza transformadora representada por la juventud y
destinada a impedir el marasmo social, como con la fuerza de la feminidad, destinada a
humanizar una sociedad endurecida por toda clase de violencia. Una sociedad que no abre
espacio a la juventud está atacada de esclerosis. Una sociedad machista será siempre
deshumanizada.
Tratándose de la dimensión politico-ideológica, es preciso no olvidar la función
domesticadora y a veces genocida de ciertas campañas respecto al control natal. Esto es
más patente cuando se tiene presente al fantasma de la "explosión demográfica". Claro que
una planificación familiar y demográfica, puede expresar el imperativo de mejorar la calidad
de vida. Todo depende de cómo se las discierna o se las ejecute. Claro que existe un
problema demográfico10, reconocido muchas veces por documentos oficiales del
magisterio de la Iglesia (Cfr. MM 182s; PP 37s; HV 2; OA 19; SRS 25). Pero los aspectos
políticos ideológicos se encuentran , en la manera alarmista como es enfocado el problema
y en las soluciones pregonadas. Subyacente a esta clase de enfoque se vincula la idea de
que los países pobres y las familias pobres son responsables de los problemas sociales y
económicos del mundo de hoy, pues llevarían a la ruina las reservas de la humanidad. Con
esto se pretende ocultar a los verdaderos responsables.
En este mismo contexto conviene no perder de vista las campañas antinatalistas que
apelan a la esterilización en masa al "derecho de abortar". Esas campañas son dirigidas
tanto a las clases pobres como a ciertas razas que, según el pensamiento de las clases
dominantes, deben ser impedidas para multiplicarse. En ese sentido, conducen a
verdaderos genocidios.
Finalmente, estas breves consideraciones nos llevan a percibir que, aunque haya
aspectos personales en el empeño por la integración personal y familiar de la sexualidad,
no son los únicos ni los más decisivos. La tarea puede ser facilitada en gran manera o
dificultada por el contexto en que se vive. Es muy significativa la cita de la Familiaris
Consortio hecha antes: La disgregación de las personas y de las familias no puede ser
debidamente entendida fuera del contexto de "…pobreza extrema derivada de estructuras
socio-económicas injustas…" que requieren "intervenciones sociales y políticas (FC 81).
Pastoral familiar y no solo de la familia.
La relativa estabilidad del cuadro familiar hasta hace unas décadas, era, en gran parte
garantizada por una estructura agraria, hoy en vías de desaparición y por una sociedad
sacral, donde la religión manifestaba toda su fuerza. En la familia, constituida básicamente
en su forma extensa, los padres y parientes próximos, ejercían el influjo más determinante
sobre los hijos y sobre la constitución de futuros hogares. En eso eran sostenidos por
patrones morales religiosos que, aunque no eran siempre observados, les daban fuerza.
En este contexto, la familia podría ser trabajada en ella misma, pues la mayor parte de
sus problemas eran de orden interno, provenientes de las personas que las constituían.
Una buena pastoral de la familia no sólo se revelaba eficaz, sino también, no dejaba de
presentar sus repercusiones inmediatas sobre la sociedad. Y de cualquier modo la familia,
la sociedad, la religión apuntaban en la misma dirección.
Aún teniendo presentes la diversidad de países y regiones debemos reconocer que, de
modo global, nuestra sociedad se hizo muy compleja en los últimos decenios. Tiene su
dinamismo propio, constituido por otros factores, además de los familiares. No solo tiene su
propio dinamismo sino también sus propias normas de comportamiento. En una sociedad
urbana y desacralizada, que de una u otra forma se va imponiendo en todo el Continente,
los influjos familiares y aún eclesiales, se van haciendo cada vez menores. Ellos compiten
difícilmente con las fuerzas de un medio ambiente y con los poderosos MCS modernos.
Ellos se transforman en el más importante vehículo de una " nueva moralidad". Los modelos
presentados en términos familiares y aún personales, nada tienen que ver con el evangelio
o lo contrarían abiertamente. Bajo el pretexto de quitar los "tabúes", se van quebrantando
valores fundamentales como: honradez, fidelidad, solidaridad, etc. A la ideología de una
sociedad que se cree moderna, no conviene ni a la solidez de la familia, ni la de cualquier
otro cuerpo intermedio. Las mediaciones se van sustituyendo por un modelo empobrecedor
en todo sentido. Pero no se puede esperar la transformación de las macroestructuras, sin
las mediaciones.
Es cierto que la religión no ha dejado de tener su peso, pero es contrabalanceado por
otras fuentes, que van en sentido contrario... es cierto que la familia permanece como
institución social básica y como mediación importante; pero también es cierto que su
significado se redefine bajo el impacto de las alteraciones de la sociedad.11
Siendo así, la pastoral de la familia parece no responder adecuadamente a la nueva
configuración social: al lado de ella se requiere una pastoral familiar más amplia, que
entienda y trabaje la familia dentro de una dinámica social. La pastoral familiar no puede
descuidar las familias efectivamente existentes y bien constituidas. Esas expresan el vivo
amor que Dios tiene para con todos y si son cristianos expresan el amor de Cristo por su
Iglesia. Este es el sentido profundo del sacramento del matrimonio. De la misma manera la
pastoral familiar interfamiliar con aquellas que buscan alcanzar un mismo ideal. Y aquí cabe
una tarea importante para los "movimientos familiares", desde que estos hagan un
verdadero eje contenidos y metodología. Esto significa también que los movimientos
efectúen la conversión de un familismo hacia una dimensión social-eclesial más de cara
hacia aquellos que no están en su misma situación ni comparten de manera total sus
ideales.
Una pastoral que ignora a los que huyen de los parámetros normales, es una pastoral
destinada a debilitarse progresivamente. "Una pastoral que se dirige solamente a las
familias consideradas cristianas, marcadas por el vínculo sacramental, sería una pastoral
imperfecta, desvinculada de la realidad. Gran número de familias en el sentido estricto de la
palabra y grupos familiares no siempre completos existen, a quienes faltan muchas veces el
vínculo jurídico o sacramental... Todas esas familias, cualesquiera que sean sus
imperfecciones y deficiencias, deberán ser atendidas por la acción pastoral de la Iglesia,
teniendo en cuenta carencias, limitaciones y necesidades". 12 Esto sólo es posible
mediante una pastoral Familiar y no simplemente de la familia.
Estas afirmaciones suscitan, ciertamente, un cuestionamiento: pero ¿Qué significa más
concretamente pastoral familiar para mí?
¿Que la aproxima y la diferencia de una pastoral social?
Por lo que se dijo anteriormente, en el primer título, parece cierto que los desafíos de la
familia de hoy, sobrepasan sus propios límites: para una parte muy significativa de la
población, son desafíos que brotan de una realidad hasta cierto punto externa, o sea, el
contexto de la nueva cultura y de la nueva sociedad en que vivimos. Muchas familias dejan
de establecerse no por propia voluntad, sino por factores que no dependen estrictamente
de ellas. Esto particularmente es verdadero en el contexto del Tercer y cuarto Mundos ( Cfr.
SRS 14), en los cuales nos encontramos con lo que el magisterio en general y en especial
la última encíclica Solicitudo rei socialis, llama "estructuras de pecado". Son esas
estructuras las que impiden el resurgir de las familias y de la Gran Familia de Dios.
Aquí conviene recordar un pasaje de la Familiaris consortio. Después de observar que
las uniones libres son siempre más frecuentes, el Documento distingue varias situaciones y
varias razones.
" Algunos... se consideran como obligados a tales uniones por situaciones difíciles de
carácter económico, cultural y religiosos, ya que, contrayendo un matrimonio regular,
quedarían expuestos a daños, a la pérdida de ventajas económicas, a discriminaciones,
etc.
En otros por el contrario, se encuentra una actitud de desprecio, contestación o rechazo
a la sociedad, de la institución familiar, de la organización socio-política o de la mera
búsqueda del placer. Otros, finalmente, son empujados por la extrema ignorancia y
pobreza, aveces por condicionamientos debido a situaciones de verdadera injusticia..."
(F.C. 81)
La integración sexual en la familia y en el matrimonio exige un mínimo de satisfacción de
las necesidades básicas. En efecto la extrema pobreza y la máxima riqueza generalmente
se constituyen en obstáculos para el matrimonio y la familia.
Vemos aquí que la pastoral familiar no es solamente un servicio en favor de las "buenas y
bien constituidas familias" sino muy especialmente en favor e las familias desestructuradas.
Por lo tanto la pastoral familiar debe tender a crear condiciones reales que posibiliten a las
familias "ser lo que deben ser".
Teniendo en vista el mismo cuadro de fondo, de una sociedad armada de tal forma que
excluye las grandes masas de los bienes de todo orden, en los últimos decenios muchas
diócesis fueron dando privilegio a la pastoral social. Aquí se escondería el verdadero
problema. La pastoral social, claro está, no puede entenderse como simple promoción
humana. Lo que marca toda y cualquier pastoral es siempre la perspectiva evangélica. No
se trata de cualquier tipo de "desarrollo" como sería aquel deshumanizante. Se trata de
luchar en nombre de la fe por un desarrollo integral, que integre todas las dimensiones de
lo humano. Se trata de implantar el fermento evangélico en los diversos campos donde la
vida humana se concretiza. La pastoral social, como cualquier pastoral, parte del
presupuesto de que la humanización pasa por Dios y sus planes. Así el binomio
evangelización y promoción humana es inseparable. Como también el binomio pastoral
social y pastoral familiar.
Sería ingenuidad afirmar que la lucha por la justicia resuelve todos los problemas
familiares, pues estaríamos absolutizando un único factor: el económico-social. ¿Cómo
comprender, entonces, los problemas familiares encontrados en los países
superdesarrollados y en las clases más elevadas de la sociedad?
Pero en nuestro contexto también sería ingenuidad ignorar factores económicos-sociales.
Sociedad y familia, persona y comunidad, viven en una dialéctica tensa y continua.
De aquí se concluye que sólo se pueden esperar mejores resultados en el campo de la
familia, en la medida en que haya un trabajo sincronizado de las dos vertientes: en la familia
y en la sociedad; o mejor: de la familia en la sociedad. Queda también cada vez más claro
que cualquier Pastoral de la Familia que ignore el ángulo social, está destinada a una
pérdida creciente de eficacia. Como tampoco sería genuina , una pastoral familiar desligada
del conjunto del proceso total de evangelización; catequesis, liturgia, la pastoral social,
misionera, etc.
Esto significa que no hay problemas estrictamente familiares, que apunta más hacia
ángulos de personalidades que constituyen la respectiva familia y que, por lo tanto,
requieren atención personal. Significa, sencillamente , que en la mayor parte de las veces
los factores económicos-sociales, presentan un peso muy grande. Si es cierto que la familia
puede y debe ser protagónica de una nueva sociedad, es verdad que ella puede y debe ser
protagonista de una nueva sociedad, es verdad que ella puede y está efectivamente,
siendo su víctima. Bien observa la Familiaris Consortio "el llamamiento del concilio vaticano
II a que supere la ética individualista tiene también valor para la familia como tal." (FC 45)
CONCLUSION
El cuadro sexual y familiar, bien poco animador, con el cual nos encontramos, nos lleva
de inmediato a preguntarnos por las razones de fondo de la notable dicotomía entre fe y
comportamiento. ¿Será que nuestro proceso evangelizador estará perdiendo su fuerza?
¿Será que todavía no se han desentrañado todas sus potencialidades? Pues si el pasado,
en este particular, no puede ser demasiado idealizado, seguramente el presente nos revela
un descrédito acentuado de las normas morales. Mientras los evangelizadores continúan
con sus convicciones, el pueblo va escribiendo otra historia muy diferente.
Cuando nos preguntamos, por las razones de fondo de esta irregularidad entre teología y
práctica, no podemos dejar de considerar dos hipótesis básicas que nos parecen
verdaderas.
La primera es que la sexualidad debería ser pensada en coordenadas que sobrepasan el
nivel estrictamente personal. Como dinamismo implantado por Dios al servicio de la
comunión, la sexualidad, de inmediato, apunta a la quiebra de la soledad.
Apunta, sobre todo, a la Gran Familia de Dios, Por eso mismo, la educación para el Amor,
capítulo central del proceso evangelizador, no puede quedar reducido a los planes
personales e inter-personal. Por tener su origen en Dios, todo amor verdadero transforma
todas las entidades: personas, parejas, familias, Iglesia y sociedad. Esto parece no siempre
ser percibido con mucha claridad.
La segunda razón de fondo, implícita en la primera, manifiesta más claramente en el
ámbito del matrimonio y de la familia. Sin negar nada a la teología clásica, nos parece que
la Palabra de Dios apunta a dimensiones que por mucho tiempo quedaron en la sombra.
Tanto la Alianza, restringida a un pueblo, pero significativa para todos los pueblos, como la
Teología del Reino, nos hacen pensar que los proyectos divinos van mucho más allá de la
simple armonía conyugal y familiar. Ellos se sitúan en la dinámica de una historia que
deberá culminar en una única Gran Familia de Dios, que supere todas las barreras. A la luz
de esta Gran Familia, la pequeña Familia encuentra su grandeza.
Si esos dos presupuestos fueran verdaderos, entonces tanto la educación para el Amor,
como la pastoral vuelta hacia la familia, deberán ser insertadas en el conjunto del proceso
evangelizador y no vistos como capítulos aparte. Es verdad que la humanización de la
sociedad presupone la humanización de la sexualidad en todas sus dimensiones. Pero
también es verdad que la integración personal, conyugal y familiar, se facilita o dificulta por
las condiciones socio-políticas, además, naturalmente, de las religiosas. Esto no significa
que esas realidades no presenten aspectos específicos. Ellas lo presentan. Con todo, esos
aspectos específicos solo serán debidamente trabajados si son insertados en el contexto
de la sociedad en que se vive. Así considerados, no sólo estarán ayudando a las personas,
matrimonios y familias a situarse mejor en ellos mismos, sino que estarán contribuyendo al
surgimiento de una nueva sociedad que refleje mejor los designios divinos para cada uno y
para con todos.
Antonio Mosser
........................
NOTAS.
1.Lepargneur, H. Descompeno entre teoría e práctica. Una investigaciao nas raízes de moral Vozes,
Petrópolis. 1979.
2.Joao Pablo II Homilía en Puebla, 3 AAS LXXX, p, 148.
3.Cf. Grelot, P., Le couple humain dans L ´Escriture, Foi Vivante, cerf, París, 1969, 13 s.
4.Pohier, J.M., A prazer coloca un problema para o Cristianismo, Concilium a, 100(1974), 131 ss
5.Idem.
6.Snoek, J., Ensaio de Etica Sexual, Paulinas, Sao Paulo, 1981, cap II-VI
7.Cf. Mosser, A., Pastoral Familiar: Desafíos e perspectivas, REB 189, 1980, 110s.
8.Cf. Mosser, A., Patoral Familiar: Teología moral: Impasses e Alternativas, Vozes, Petrópolis 1987, 99 s.
9.Cf. Mosser, A., Integración afectiva y compromiso social en América Latina, Clar, Bogotá 1988, 46s. Latina
10.Cf. Mosser, A., O problema demográfico e las esperancas de un mundo novo, Vozes, Petrópolis, 1978,15s.
11.Cf. Macedo, C.C, "Familia y sociedad", en Vida Pastoral, 92 (1980), 30-31.