«ACUÉRDATE DEL SÁBADO Y SANTIFÍCALO»

TERCER MANDAMIENTO

 

Este mandamiento tiene una motivación llamativamente distinta en los dos textos bíblicos fundamentales. En la redacción del Éxodo se recuerda que todo hombre, incluido el esclavo o el extranjero, es imagen fiel de Dios y que, por consiguiente, es razonable que descanse el sábado. Lo mismo que el Creador descansó el séptimo día, así también el hombre debe descansar (Gn 2, 2): «Acuérdate del sábado y santifícalo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó, por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo hizo sagrado» (Ex/20/08-11).

De muy distinto modo se motiva el tercer mandamiento en el libro del Deuteronomio. Como Yahvé ha liberado a su pueblo de la servidumbre personal, todos los miembros del pueblo, incluidos los esclavos y los extranjeros a su servicio, también deben descansar como hombres libres: «Guardarás el día del sábado para santificarlo, como te lo ha mandado Yahvé tu Dios. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahvé tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que habita en tu ciudad, de modo que puedan descansar como tú, tu siervo y tu sierva. Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que Yahvé tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso Yahvé tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado» (Dt/05/12-15).

a) La intención original

De los textos bíblicos que acabamos de citar se desprende claramente la intención original de este mandamiento: los hombres liberados por Yahvé deben hacerse conscientes, cada siete días, de la libertad que les ha sido dada. Deben tomar parte en el descanso creador de Dios y, de ese modo, renovarse constantemente como imágenes fieles de Dios.

Además, en ambos textos se destaca fuertemente el aspecto social. Los liberados, que en otro tiempo fueron esclavos, no deben olvidar que la libertad que les ha sido dada les impide básicamente esclavizar a otros seres. Norbert Lohfink argumenta del siguiente modo: Es cierto que en esta norma se supone que hay esclavos, «pero en el fondo se trata de echar abajo las bases de una sociedad esclavista, porque precisamente se rechaza la separación entre trabajo y ocio basada en la existencia de distintos grupos humanos. Más aún: se llega incluso a insinuar la liberación de los esclavos».

Los hombres liberados por Yahvé, que han experimentado por sí mismos una amarga esclavitud, deben abrigar el deseo de que también para los demás cambie la situación, de modo que desaparezca la tradicional distinción entre trabajo y ocio, entre «los de abajo» y «los de arriba», entre esclavos y libres. Toda persona debe participar, del modo más gratificante posible, tanto en el trabajo como en el ocio.

b) Ulteriores variaciones

El tercer mandamiento se orienta muy claramente a propiciar una significativa experiencia de libertad. Pero si nos fijamos tanto en la realidad del sábado judío como del domingo cristiano, difícilmente encontraremos otro mandamiento tan utilizado como éste para limitar y coartar al hombre.

En el judaísmo del tiempo de Jesús se intentaba, mediante complicadísimas prescripciones, regular el sábado hasta en sus menores detalles. El propio Jesús se rebeló conscientemente contra esto e infringió de manera ostensible el sábado, afirmando además que «el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27). Sus afirmaciones acerca del sábado son consideradas, y con razón, atrevidas y provocadoras, porque representan una evidente oposición a las posturas predominantes en su época. Pero esta oposición era necesaria, porque el error legalista se había extendido de tal modo que se había llegado a invertir totalmente el sentido original del sábado.

Naturalmente, no habría que olvidar que este «atrevido» principio se encuentra también en la tradición judaica. Ya en el judaísmo se admitía que el sábado está hecho para el hombre. Y sobre el trasfondo de la tradición judaica dice J. Petuchowski: «¡Se os ha dado el sábado a vosotros, y no al revés!» Y aclara después: «Dice el rabino Natán: Fijaos en lo que dice el libro del Éxodo, 31, 16: 'Los hijos de Israel guardarán el sábado celebrándolo de generación en generación como alianza perpetua'. Lo cual significa que, si hay que salvar una vida, deberás profanar el sábado, a fin de que pueda guardar muchos sábados aquel a quien salves la vida». La autorización para salvar una vida humana en sábado no tiene, pues, su origen primigenio en las autoridades rabínicas.

Y argumenta Petuchowski: «En la Sagrada Escritura (Is 58, 13) se habla únicamente de que no realices tus negocios ni prosigas tu camino en sábado. En cambio, está permitido actuar en las cosas de Dios».

DO/CUMPLIMIENTO: En sus afirmaciones acerca del sábado, lo que intenta Jesús es hacer valer el poder liberador que el sábado tiene para el hombre. Otra cuestión es el éxito que haya podido obtener tal intento. Porque también en el cristianismo se han manifestado una y otra vez -apelando al tercer mandamiento- determinadas tendencias restrictivas y legalistas que hicieron que el domingo -que sustituyó al sábado judío- no pudiera vivirse precisamente como la fiesta de la libertad. La misma expresión de «cumplimiento dominical» habla por sí sola. Sabemos que la participación en el culto dominical es obligatoria para los cristianos; pero cuando la relación amorosa con Dios se reduce a cumplir con la obligación de acudir a la iglesia, lo que se produce es una situación tan alarmante como la que se origina cuando las relaciones de una pareja se reducen a las «obligaciones conyugales».

CULTO/SENTIDO: El culto fue concebido (y sigue concibiéndose aún hoy, desgraciadamente) de tal forma que muchas veces se ha vuelto (y sigue volviéndose) contra el hombre. En la palabra «servicio divino» se ha percibido a menudo una connotación directamente ordenancista: el servicio debe prestarse, tanto si le hace bien al hombre como si no. Por eso es absolutamente fundado entender esa expresión en otro sentido: como celebración agradecida del maravilloso hecho de que Dios es alguien que se ha puesto al servicio del hombre. El servicio divino significa: celebremos el hecho de que Dios nos sirve.

Esta donación servicial de Dios es un antiquísimo motivo de la devoción judía. Dios, por así decirlo, ha tomado al pueblo de Israel sobre sus hombros y lo ha llevado, a través del desierto, hasta la Tierra Prometida (cfr. Dt 1, 31). En el Nuevo Testamento resulta aún más evidente este aspecto cuando, por ejemplo dice Jesús: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27); «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28).

DO/DESCANSO:En la tradición judía se recalca el sentido de paz que tiene el motivo del descanso. En primer lugar, y en estrecha relación con la versión del Éxodo (Ex 20, 8-11), se significa que el descanso sabático es importante para el hombre porque éste es imagen fiel de Dios. «Cuando el propio Dios, para quien no existe el cansancio, hizo que se escribiera acerca de sí que había creado el mundo en seis días y que al séptimo día descansó, ¡con cuánta mayor razón deberá, pues, descansar el hombre el séptimo día si, como dice Job (7, 1), el hombre ha nacido para la fatiga y la prueba. .. ! ». Pero entonces se profundiza tanto en el motivo del descanso que, según la más antigua tradición, a los judíos les está prohibido llevar armas en sábado. Y en este sentido se invoca la promesa mesiánica de Is 2, 4: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas; no levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra».

c) Concreción actual

1. Imposición exterior, pero vaciamiento interno

DO/FIN-SEMANA En nuestra actual sociedad, lo que el tercer mandamiento pretende, superficialmente considerado, se ha impuesto de manera absoluta. Todo el mundo trabaja incluidos «los de arriba»; y todo el mundo tiene tiempo para el ocio, incluidos «los de abajo». A veces, incluso, se ha invertido la situación de tal modo que precisamente los pertenecientes a las denominadas «profesiones liberales» creen tener la obligación de trabajar incluso los domingos, y muchos de ellos mueren prematuramente por matarse a trabajar. En todos los estratos sociales la imposición exterior del tercer mandamiento sin embargo, parece hoy estar relacionada con un profundo vaciamiento interno del sentido de dicho mandamiento. Lo que se denomina «tiempo de ocio» o «fin de semana» no produce en absoluto personas más sosegadas y felices. Viktor E. Frankl habla del galopante síndrome de la «neurosis dominical». Y explica que con ello se refiere a que muchas personas sólo encuentran el sentido de su existencia en el rendimiento profesional. Huyen de la problemática general de la existencia humana para refugiarse en la «hecticidad» de la vida profesional. De tal manera que, en cuanto «interrumpen la actividad profesional durante un cierto tiempo», concretamente el domingo, afloran de manera agobiante la falta de contenido y la pobreza de sentido de la existencia.

De hecho, el sufrimiento originado por el absurdo de un tiempo «vacío» es algo que se experimenta en todas partes. La vida se oscurece, porque le falta la luz que puede darle sentido, aunque ésta resplandece allí donde el hombre se abre a la luminosa verdad de Dios. «En cualquier caso, merece la pena existir bajo él y a la luz de su amor y vivir su vida». Y sólo desde ahí adquiere luz y sentido todo lo demás.

Si el sábado o el domingo han de manifestar de manera convincente su reparador efecto antropológico, no basta para ello con hablar de descanso o interrupción del trabajo, sino que al mismo tiempo hay que considerar otros dos importantes aspectos: el de «santificar» y el de la comunidad de hombres liberados.

2. «Santificar» DO/SANTIFICAR:

El objetivo del tercer mandamiento, más allá del descanso o la cesación del trabajo, lo constituye la celebración, la fiesta. El hombre debe «santificar» el séptimo día, es decir, segregarlo del ámbito de lo cotidiano y ponerlo en relación con Dios. Lohfink se pregunta si no habrá que buscar «la raíz de nuestro síndrome del ocio» en el hecho de nuestra incapacidad para «santificar» de veras el domingo.

Al objeto de abrir una vía de solución, hemos de tener en cuenta en primer lugar lo siguiente: a nosotros, los europeos, suele resultarnos especialmente difícil entender que para un oriental, o más exactamente para un nómada, el descanso constituye la esencia de la perfección. Esto sólo puede percibirse como es debido si previamente se comprende la mutua relación existente entre andadura y reposo, entre aventura y seguridad. Mientras no se entienda esta reciprocidad, la jubilación se considerará algo temible, porque equivaldrá a paralización. Y como sabemos tan poco acerca de esa valiosa reciprocidad, se explica el que nos resulten tan problemáticos tanto el descanso dominical como la «jubilación».

El día séptimo puede permitirnos experimentar esa vital continuidad entre actividad y descanso. En la observancia del mandamiento del sábado se manifiesta el efecto verdaderamente benéfico del descanso, como nos muestra el siguiente y misterioso relato rabínico, que J. Petuchowski titula «Un cierto condimento»: «Le preguntó en cierta ocasión el emperador de Roma al rabino Joshua ben Chananja: '¿Cómo os las arregláis para que vuestra comida sabática huela tan deliciosamente?' El rabino le contestó: 'Es bien sencillo. Echamos en la comida un cierto condimento llamado sábado. De ahí viene ese delicioso aroma'. 'Entonces danos un poco de ese condimento', pidió el emperador. 'No te serviría de nada', respondió el rabino. 'Sólo le sirve a quien respeta el sábado; para quien no lo respeta, es inútil'».

La experiencia del sábado o del domingo debería ayudar al hombre a prescindir de sí mismo, de forma que la actividad, que es necesaria en muchos sentidos, no se convierta en una amenaza para él, como sería la de abstraerse en sus tareas.

Santificar el sábado significa liberar la propia vida de ciertos impedimentos que la coartan y dotarla de unas relaciones más amplias, de unas relaciones, en definitiva, con la divinidad. Por eso es propio del sábado (o del domingo) el recuerdo de las grandes gestas de Dios. Ahora bien, el sábado no es sólo un «aniversario» del pasado, sino que contempla a un mismo tiempo el pasado, el presente y la esperanza en el futuro: puesto que Dios ayudó entonces y puesto que es leal, también ayudará hoy y seguirá manteniendo su promesa hasta que todo haya sido consumado. Con respecto al futuro, esto significa para el hombre la esperanza de acceder al descanso perfecto y a la total liberación. Este tema lo tratan una y otra vez los profetas y los salmos y lo hace suyo la Carta a los Hebreos (4, 1-11).

Santificar, celebrar y agradecer son conceptos íntimamente relacionados. Forman parte del hecho de ser plenamente hombres delante de Dios. Cuando uno no ha aprendido a dar las gracias, vive en el constante temor de salir perdiendo. Pero para aprender a ser agradecido -con respecto a Dios-, es importante comprender cada vez más toda la riqueza del don que Cristo significa. Y para ello se nos ofrece una importante posibilidad en la celebración comunitaria del año litúrgico. Quien toma parte en la vida de la Iglesia (y lo mismo puede decirse de la celebración cúltica de los judíos), comprueba cómo a lo largo de un año puede meditarse y gustarse toda la riqueza y toda la abundancia de motivación de la existencia cristiana: La esperanza y el cumplimiento, el gozo de la donación, la culpa, el arrepentimiento y la alegría del perdón; la satisfacción no por lo que nosotros conseguimos, sino por lo que recibimos como regalo; el entusiasmo que proviene del Espíritu de Dios; la oración, la transformación mental, espiritual y emocional del temor, el sufrimiento, la muerte, la tristeza y la esperanza asociada a todo ello. Cuando se capta todo esto no sólo bajo un aspecto puramente intelectual, sino cantándolo, celebrándolo y viviéndolo con una intensa participación emocional, entonces se realizan simultáneamente la identidad humana y la identidad cristiana; se verifica una saludable transferencia de uno mismo a Jesucristo, el hombre por antonomasia, y con ello se hace posible la propia humanidad. Porque él es el hombre que no aliena al hombre con ningún tipo de ataduras, sino que le permite ser él mismo.

Es especialmente importante, además, que la celebración de un gozo profundo no se caracterice únicamente por una alegría superficial o una atmósfera agradable. A. Deissler ha indicado, a este respecto, que el quinto libro de Moisés (cfr. Dt 12, 12.18, etc.), hablando de la celebración en el templo, emplea repetidas veces la expresión «regocijarse en presencia de Yahvé»

En los niños se puede observar perfectamente con qué intensidad pueden experimentar la tristeza, a la vez que la luminosidad interior. Y es que ellos son capaces de entender lo que es la «luz del corazón», de la que habla la carta a los Efesios (Ef 1, 18).

En la «santificación» del día séptimo se pone de manifiesto que la permanente y fatigosa actividad puede, a la larga, consumir de tal modo la dimensión interior del hombre que, en su lugar, se produzca un enorme y lúgubre vacío. La identidad no es algo que el hombre adquiere ante todo y sobre todo a través del trabajo; al menos no exclusivamente. La existencia del hombre no se justifica por lo que rinde, sino por lo que acepta recibir de Dios y la capacidad que tenga de celebrarlo. Ahí radica el gran significado antropológico de la celebración. En el culto a Dios ya no se trata de darle una utilidad al tiempo libre. Es, por así decirlo, una magnífica «pérdida de tiempo». Si se tiene el valor necesario para hacerlo, entonces ejerce un efecto liberador.

DO/LIBERACIÓN: Nos hallamos de nuevo ante un tema que interesa tanto a los judíos como a los cristianos: en el culto judío se celebra la liberación llevada a cabo por Yahvé. Para los cristianos, esto significa que, de la misma manera que Yahvé liberó a su pueblo Israel de las garras de la muerte, así también ha liberado a Jesús, el «primogénito» de una nueva humanidad de las ataduras de esa misma muerte, y le ha convertido en fuente de una nueva vida. Esta acción liberadora tiene un valor tan infinito que su celebración no puede propiamente tener fin. Por ello, si se celebra adecuadamente, el culto a Dios forma parte integrante del proceso de liberación del hombre. La capacidad de celebrar es una capacidad liberadora, en el más amplio sentido de la palabra; y sin ella, la vida, a la larga, se hace estéril, desolada e insípida. Y por ser todo esto tan importante para la libertad interior y exterior del hombre, es por lo que Dios lo ha hecho expresamente objeto de un mandamiento.

Ya sabemos que quizá para los católicos no resulta tan evidente el que la celebración eucarística dominical pueda vivirse de hecho como la «fiesta de la liberación».

Es verdad que la reforma litúrgica ha abierto unas enormes posibilidades de asociar la solemnidad con la cordialidad. Sin embargo, muchas veces no se aprovechan tales posibilidades. Frecuentemente se ha pasado del antiguo formalismo a un formalismo de nuevo cuño. Para lograr la adecuada configuración del culto y la correspondiente disposición interior, tendrá aún que pasar mucho tiempo, mientras no experimente el hombre, de un modo concluyente, cuán saludable es aventurarse en aquella realidad acaecida en el mundo a través de la acción liberadora de Yahvé en Jesucristo.

3. Comunidad de hombres liberados DO/OCIO:

Ni el descanso ni el culto a Dios bastan para que brille en toda su plenitud el mandamiento del sábado. Para su total «cumplimiento», es precisa también la experiencia de la «comunidad de hombres liberados». El desbordante amor de Dios desea que los hombres crezcan a través de la comunidad con él y de unos con otros. El sábado (o el domingo) debería, pues, darse una especial importancia al hecho de que las relaciones personales (familia, amistad, parentesco...), que son realmente importantes para un pleno desarrollo de la existencia humana, brillen en todo su esplendor. La capacidad para el juego y para el ocio es expresión de libertad y de humanidad. El hombre puede hacer algo que no tiene obligación de hacer. Puede leer, emprender cualquier actividad, contemplar...; puede hacer lo que le apetezca. Ya desde muy jóvenes deberíamos cultivar conscientemente las actividades de ocio en común. La formación en este sentido debería representar una tarea importante de la Iglesia, principalmente en su actividad con la gente joven. Para quien desarrolle esta capacidad, el domingo puede ser un perpetuo oasis de creatividad.

ADOLF EXELER
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 1983.Págs. 113-122