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Evolución: ¿ De dónde venimos?

Proponemos el texto de una conferencia dictada por el Dr. José A. Díaz, profesor del Departamento de Biología Animal I (Unidad Docente de Vertebrados, Facultad de Biología) de la U.C.M., dentro del Aula Crítica de Otoño de la Asociación Cultural Charles Peguy (curso 1997-98). Consideramos que ofrece un juicio cultural novedoso acerca de la evolución biológica.

¿ De dónde venimos?

A. Díaz, Facultad de Biología, U.C.M.

La evolución de las especies es el tema más apasionante de todos para un profesional de la biología. En efecto, se ha dicho que nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución. Pero además, la evolución es un tema popular, un tema que interesa a todo el mundo. ¿Por qué? Porque tiene que ver con nuestro origen y con el significado de nuestra existencia. A lo largo de esta disertación, por ejemplo, se menciona un yacimiento de invertebrados fósiles conocido como Burgess Shale que tiene unos 570 millones de años de antigüedad y que se localiza en las Montañas Rocosas del Suroeste de Canadá. Si digo que este yacimiento aporta datos decisivos sobre el origen y diversificación de los grandes tipos de organización del Reino Animal, es probable que lo primero que se piense es que se trata de una cuestión técnica que interesa sólo a los biólogos. Si, en cambio, digo que un pequeño fósil llamado Pikaia y encontrado en ese yacimiento tiene que ver con el hecho de que nosotros estemos aquí ahora ante esta pantalla, seguro que la actitud del lector cambia. Me ha llamado la atención el hecho de que muchos libros divulgativos sobre evolución comienzan aludiendo a estas preguntas últimas profundamente arraigadas en el corazón de cada hombre. Monod, por ejemplo, en el primer párrafo de su famosa obra sobre "El azar y la necesidad" afirma que "la ambición última de la ciencia entera es fundamentalmente dilucidar la relación del hombre con el universo", y que "a la biología le corresponde un lugar central, por ser la disciplina que intenta ir más directamente al centro de los problemas que se deben haber resuelto antes de poder proponer el de la «naturaleza humana»". Otro de los libros comienza con una cita ni más ni menos que de Ezequiel: "… y pondré sobre vosotros nervios, y os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel, y os infundiré espíritu, y viviréis…". Otro, por fin titula su primer capítulo "¿Por qué existe la gente?".

Es evidente que el deseo de responder a estas preguntas forma parte de la estructura original del "corazón" humano. Ahora bien, y esta es una precisión importantísima, lo que caracteriza a la ciencia es el método de la respuesta. En vez de buscar una respuesta general, la ciencia responde a preguntas más limitadas; en vez de preguntarse quiénes somos o por qué existimos, se pregunta por qué nuestro esqueleto se parece más al de un chimpancé que al de un besugo. Los enunciados científicos, para poder ser tales, deben estar sujetos a confrontación con la experiencia física, "medible"; el tipo de certeza que la ciencia pretende no deja ningún espacio a la libertad de decidir entre el "sí" o el "no" de las explicaciones que propone. El método científico tiene ventajas indiscutibles: por su naturaleza analítica, es capaz de pasar de lo simple a lo complejo, construyendo teorías que experimentan un continuo progreso. Pero, junto a las ventajas, aparecen también inconvenientes. En primer lugar, la especialización es un resultado inevitable del carácter parcial del método empleado: emerge un cuerpo de conocimientos que son como islas en el océano. Y, dado que en el fondo del ímpetu de conocer late siempre un deseo de unidad, esta fragmentación no satisface. En segundo lugar, el deseo de responder a las grandes preguntas no abandona nunca al sujeto humano. En consecuencia, el científico tiende inevitablemente a dar respuestas globales. Pero al hacerlo, reduce la amplitud de las preguntas originales, por fuerza del método usado, a la vez que "traiciona" dicho método. El peligro está en que tanto el científico como su audiencia tienden a olvidar la parcialidad intrínseca del método empleado, con lo que la respuesta deja de ser científica y se convierte en ideológica. De hecho, las citas textuales que acabo de leer introducen, ya desde el principio, una sombra de duda no tanto sobre la posición humana de sus autores como fundamentalmente sobre el carácter científico de sus argumentos.

Hechas estas precisiones, el objeto de esta disertación es tratar de resumir lo que la ciencia tiene que decir acerca de la evolución de la vida en la Tierra. Como punto de partida, podemos preguntarnos qué características definen a los seres vivos. A un nivel elemental, las dos propiedades "extrañas" que permiten distinguir a un ser vivo de un objeto inanimado son la capacidad de reproducirse dando lugar a otros organismos semejantes a él, y la posesión de estructuras teleonómicas, es decir, que tienen una finalidad, en el sentido de que desempeñan una función. La segunda propiedad la comparten con los objetos artificiales diseñados por el hombre: de modo análogo a como un micrófono sirve para amplificar la voz, el ala o el pico de un ave sirven, respectivamente, para volar y para manipular el alimento. Sin embargo, los objetos artificiales no son capaces de reproducirse, a diferencia de los seres vivos. Es la conjunción de las dos propiedades la que define a los organismos como tales. Cualquier teoría científica que intente explicar la diversidad de la vida tendrá que dar cuenta de estas dos propiedades fundamentales.

Comencemos por estudiar la primera de estas propiedades, que podríamos denominar la constancia reproductiva. Para ello hemos de adentrarnos en los descubrimientos realizados en el campo de la genética molecular desde los años 50. En 1953 Watson y Crick anunciaron que habían dilucidado la estructura química del material genético, el ADN. El ADN es una larga molécula compuesta por una doble cadena de unidades alternas de azúcar y fosfato. Ensamblada con cada unidad de azúcar hay una de cuatro posibles bases nitrogenadas que se reconocen químicamente dos a dos: guanina (G) con citosina (C) y adenina (A) con timina (T). La larga molécula se halla empaquetada formando una doble hélice que puede abrirse como una cremallera, de forma que cada uno de los dos filamentos del ADN sirva de molde para la síntesis del filamento complementario. Esto es lo que ocurre cuando los cromosomas se replican durante la división celular.

La siguiente pregunta es cómo codifica el ADN la información necesaria para construir un cuerpo. Para ello tenemos que recurrir a un segundo tipo de moléculas, las proteínas, que son precisamente las responsables últimas de las "funciones" que desempeñan los organismos. De hecho, puede afirmarse, simplificando, que los cuerpos están hechos de proteínas, y que cada órgano tiene sus propiedades características por los tipos específicos de proteínas que contiene. Por poner sólo algunos ejemplos, la piel está formada por una proteína llamada queratina, los glóbulos rojos transportan el oxígeno gracias a la hemoglobina, que es otra proteína, y los procesos metabólicos son controlados químicamente por toda una batería de proteínas conocidas globalmente como enzimas. Las proteínas están formadas por cadenas de aminoácidos, y las distintas secuencias de aminoácidos de las distintas proteínas son las que determinan su estructura y función. Los aminoácidos, por tanto, son las unidades de las proteínas análogamente a como las bases nitrogenadas son las unidades del ADN. Ahora bien, mientras en el ADN esas unidades son cuatro, en el caso de las proteínas los aminoácidos son veinte. ¿Existe algún tipo de mecanismo mediante el cual las cuatro "letras" del ADN puedan convertirse en veinte y formar palabras, o sea, proteínas? La respuesta es que sí: hoy conocemos con exactitud el proceso, que tiene lugar en dos pasos. En el primer paso, llamado de transcripción, se copia uno de los filamentos del ADN en un filamento complementario de ARN mensajero. En el segundo y más decisivo paso, denominado de traducción, interviene una maquinaria celular compleja que lee la información del ARN en tripletes, o grupos sucesivos de tres bases. Las cuatro bases del ARN mensajero dan lugar a 4x4x4, o sea 64, posibles tripletes o trios de bases, cada uno de los cuales especifica un aminoácido. La relación entre tripletes y aminoácidos ha sido descifrada (por Severo Ochoa, entre otros) y recibe el nombre de código genético. El triplete GAG, por ejemplo, significa "ácido glutámico" (uno de los 20 aminoácidos). El hecho de que haya 64 tripletes y sólo 20 aminoácidos se explica porque varios tripletes distintos pueden codificar para el mismo aminoácido. Podemos ya entender que un gen, desde el punto de vista molecular, no es sino la secuencia de bases del ADN que codifica para una proteína determinada. En la síntesis de una proteína, los aminoácidos especificados por el gen correspondiente van siendo añadidos uno por uno a la cadena en crecimiento.

La función de los genes, por tanto, es codificar para el montaje de proteínas, y, por extensión, permitir al óvulo fecundado desarrollarse en un cuerpo adulto. Además, una implicación fundamental del mecanismo descrito es que la información genética fluye únicamente en una dirección, del ADN hacia las proteínas, y no al revés. Esta afirmación se conoce con el nombre de dogma central de la biología molecular y significa, entre otras cosas, que las características adquiridas por el organismo a lo largo de su vida adulta no son heredadas por sus descendientes, ya que no existe ningún modo de que los logros alcanzados por las proteínas del adulto fluyan contracorriente, alcancen a los genes y lleguen a modificar la estructura química del ADN. Dicho de otro modo: el dogma central de la biología molecular supone la refutación definitiva de las teorías de Lamarck, quien postulaba que los caracteres adquiridos por el uso o el desuso podían heredarse. De hecho, no es así, y por más que una jirafa pretenda - e incluso logre - alargar su cuello para alcanzar ramas cada vez más altas, nunca conseguirá que el alargamiento en cuestión sea transmitido a sus descendientes.

La siguiente pregunta es: si de una parte el mecanismo de replicación del ADN se limita a producir copias idénticas al molde original, y, de otra, los cambios desarrollados por el adulto no se transmiten a su descendencia, ¿cómo puede tener lugar la evolución, que significa, por definición, cambio en el tiempo? La respuesta es que ocasionalmente se producen mutaciones, es decir, cambios en la composición química del ADN antes de que tenga lugar su traducción en proteínas. Las mutaciones pueden ser inducidas por distintos tipos de radiación, como en el caso de la mosca del vinagre que aparece en la figura (mutación antennapedia: patas torácicas en el lugar de las antenas), por temperaturas elevadas y por no pocos productos químicos, o también pueden producirse de forma espontánea. Sea cual sea la causa que las origina, si estas mutaciones del ADN se producen en las células que acabarán dando lugar a los óvulos o a los espermatozoides, entonces sus efectos se transmitirán a las siguientes generaciones. Es importante tener en cuenta que las mutaciones no están relacionadas con, ni son causadas por, las exigencias que el ambiente impone al organismo. Dicho de otro modo: un individuo mutante no tiene más probabilidad de aparecer en un ambiente en el que su mutación resultaría ventajosa que en otro ambiente en el que, por el contrario, su mutación resultaría perjudicial. Las mutaciones simplemente acontecen, y sólo una vez ocurridas resultan beneficiosas, perjudiciales, o neutras.

Llegamos así a la aportación realmente original de Darwin, que es el mecanismo que postula como principal motor del cambio evolutivo en el título de su obra principal, "El Origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida". Darwin observó que las especies contenían variabilidad y que las distintas variantes diferían en su capacidad para hacer frente a lo que el denominó "la lucha por la vida", o sea, la competencia entre individuos planteada por el hecho de que los organismos tienden a reproducirse muy por encima de los niveles de población que caben en el ambiente. El ejemplo original de Darwin es el del elefante africano, una especie realmente muy poco fecunda. Si una hembra saca adelante 6 crías entre los 30 y los 90 años, al cabo de unos 750 años habría 19 millones de elefantes. Así que de las 6 crías, 4 tienen que morir sin dejar descendientes para que la población se mantenga estable. Darwin dedujo que las variantes más eficaces a la hora de encontrar alimento y pareja, escapar de los depredadores, etc., tendrían una mayor probabilidad de dejar descendientes. Aunque él no sabía nada de los mecanismos de la herencia, concluyó que, puesto que los hijos tienden a parecerse a sus padres, era de esperar que los caracteres responsables de la ventaja pasaran al siguiente ciclo de selección, aumentando su frecuencia. En realidad, el concepto de selección natural, tal y como lo entendemos hoy, tiene estructura lógica de silogismo, con tres premisas de las que se sigue necesariamente una conclusión. Así, si un carácter es heredable (primera premisa), muestra variabilidad entre los individuos de una población (segunda premisa) y, además, las distintas variantes difieren en su eficacia biológica, definida como el número de descendientes que son capaces de producir a lo largo de toda su vida (tercera premisa), entonces habrá un efecto generacional predecible: los individuos con la variante más eficaz dejarán mayor número de descendientes, y su frecuencia aumentará en la siguiente generación.

¿Existen datos empíricos que demuestren el cumplimiento en la naturaleza de estas tres premisas? La respuesta es que sí, y el ejemplo más conocido y mejor documentado es el de la evolución del melanismo en las polillas inglesas de la época de la Revolución Industrial. La forma típica del norte de Europa tiene un patrón de coloración jaspeado sobre fondo claro que le sirve para camuflarse sobre los líquenes que cubren los troncos de árbol sobre los que reposa. La contaminación en las zonas más industriales de Inglaterra produjo la muerte de los líquenes, dejando ennegrecidas las cortezas de los árboles. En esa misma época, hizo su aparición una forma melánica que, detectada por primera vez cerca de Manchester en 1848, aumentó de frecuencia hasta alcanzar el 90% de la población de polillas en áreas contaminadas a mediados del siglo XX.

Este aumento fue ocasionado casi con total seguridad por la selección natural. Diversas observaciones revelaron que las aves insectívoras tienden a capturar con más frecuencia a las polillas peor camufladas; así, en áreas contaminadas, cuando se soltaban igual número de polillas de ambas formas, al cabo de un tiempo se recapturaba un número mayor de individuos melánicos, mientras que en áreas no contaminadas sucedía al revés. Los primeros cruces genéticos demostraron, además, que el patrón de coloración era heredable. Así que estas polillas reunen todas las condiciones para que opere la selección natural: hay variación en el patrón de coloración, esta variación es heredable, y las variantes difieren en su probabilidad de sobrevivir para dejar descendencia. En las áreas contaminadas, en consecuencia, las polillas melánicas sobreviven mejor, dejan más descendencia, y su frecuencia aumenta: la selección natural las favorece.

Una vez concluido este repaso histórico, estamos ya en condiciones de preguntarnos qué podemos decir acerca de la evolución de las especies como hipótesis científica. El término evolución significa cambio, cambio en la forma y comportamiento de los organismos a medida que se suceden las generaciones. Además, el concepto actual de evolución implica que dicha evolución se ha producido a partir de un origen común, de modo que la actual diversidad de especies se ha generado por sucesivas divisiones de las "ramas" del árbol de la vida hasta llegar a un único y remoto antepasado común de todas las formas vivas actuales.

De hecho, para explicar la actual diversidad de especies pueden ensayarse tres hipótesis: fijismo, transformismo y evolución. Según las explicaciones fijistas, las especies se originan con total independencia unas de otras y se mantienen inmutables en el tiempo, como puede verse en la figura de la derecha. (En los gráficos, el eje vertical representa el transcurso del tiempo, mientras que el eje horizontal representa los cambios en la forma: cualquier desvío respecto de la perfecta verticalidad sería incompatible con las teorías fijistas). En las teorías transformistas, las especies cambian, pero sin dividirse para generar nuevos linajes, así que tienen que postularse orígenes independientes para cada una de las estirpes que observamos. Según la teoría evolutiva, por fin, la diversidad se explica por descendencia con modificación a partir de un origen común. Es decir: las tres teorías difieren en dos aspectos esenciales. Uno es el del origen independiente versus origen común y otro el de la mutabilidad versus inmutabilidad de las especies. Desde el punto de vista científico, hay que considerar qué tienen que decir los hechos acerca de estas dos cuestiones.

Respecto al problema de la fijeza o mutabilidad de las especies, lo primero que conviene hacer es dar una definición, aunque sea aproximada, de qué sea una especie. Para nuestros propósitos, basta con admitir que las especies se caracterizan por dos propiedades básicas: el aislamiento reproductivo y la semejanza morfológica. Sin entrar en detalles, para demostrar que una especie puede transformarse en otra habrá que probar que las poblaciones pueden dar lugar a descendientes que no se parecen a sus antepasados y que estos descendientes "no semejantes" pueden llegar a ser incapaces de cruzarse con individuos parecidos a sus antepasados. Pues bien, aunque la evolución es demasiado lenta para poder ser observada en el tiempo de que disponemos como seres humanos, existen poblaciones cuya morfología ha cambiado de manera observable, como en el caso del melanismo industrial. La producción de variedades de plantas y animales domésticos por selección artificial suministra otro ejemplo pertinente: la diferencia entre un basset y un pastor alemán es más acusada que la diferencia entre un chacal y un lobo. Las variaciones clinales dentro de algunas especies, especialmente los llamados círculos de razas, aportan nuevos datos en favor de la mutabilidad: las gaviotas sombría (Larus fuscus) y argéntea (Larus argentatus), por ejemplo, son perfectamente distinguibles en Europa noroccidental, donde apenas existen híbridos, pero a lo largo de las costas que rodean el Océano Ártico tiene lugar una sucesión de razas con una modificación tan paulatina de sus caracteres (tamaño, coloración del dorso y de las patas) que la barrera de separación entre ambas especies termina por resultar arbitraria. De hecho, la distribución observada es interpretable como un gradiente de subespecies que llega a cerrarse en círculo: en el punto donde coinciden los extremos las dos formas son "buenas" especies, pero a lo largo del círculo se produce una transformación gradual entre ambas.

En el caso de las plantas, las nuevas especies pueden incluso crearse en el laboratorio. El procedimiento habitual consiste en tomar dos especies distintas aunque emparentadas e impregnar el estigma de una con el polen de la otra. El resultado es la aparición de híbridos estériles a los que se trata con agentes químicos que restauran la fertilidad duplicando el número de cromosomas. De este modo, los híbridos son capaces de reproducirse entre sí pero no con las especies parentales, con lo que, de hecho, se han convertido en una nueva especie reproductivamente aislada. Este mecanismo de formación de nuevas especies opera también en la naturaleza, hasta el punto de que, a juzgar por el número de cromosomas, en torno al 75% de las especies de plantas con flores se han originado por alguna variante de él. Podríamos citar más fuentes de evidencia, como el registro fósil de determinados grupos particularmente bien documentados, pero con lo dicho basta para demostrar que las especies pueden transformarse unas en otras y que, de hecho, esto es lo que hacen en la naturaleza. La hipótesis fijista, en consecuencia, es incompatible con los datos suministrados por la experiencia, y debe ser rechazada.

Ahora bien, como hemos visto, la teoría de la evolución requiere que se demuestre no sólo la mutabilidad de las especies sino también su origen común, ya que tanto el transformismo como el evolucionismo admiten que las especies cambian en el tiempo. Las evidencias más obvias en favor del origen común proceden de las similitudes entre especies, que pueden ser de dos tipos. En primer lugar, aquellas que podemos atribuir al desempeño de una misma función, como por ejemplo la forma ahusada e hidrodinámica de los cachalotes, focas, pingüinos y truchas, que representa el tipo de estructura requerido para desplazarse eficazmente por el agua. Pero además de estas similitudes que podríamos denominar funcionales, existen otras que no resultan tan fáciles de explicar en términos de adaptación al ambiente. Un ejemplo clásico es el de la estructura de las extremidades de los vertebrados cuadrúpedos. Así, los miembros anteriores de un hombre, un gato, una ballena o un murciélago tienen todos la misma estructura básica, a pesar de desempeñar funciones muy distintas. La explicación evolutiva de estas semejanzas, innecesarias desde el punto de vista funcional, es bien sencilla: los cuadrúpedos tienen miembros semejantes porque los han heredado de un antepasado común que ya poseía esa estructura básica. Si los distintos linajes hubieran tenido orígenes distintos, no habría ninguna razón para que presentasen este tipo de homologías. A nivel molecular, las homologías alcanzan la máxima extensión posible, ya que abarcan a todas las formas vivas. El código genético, por ejemplo, es universalmente compartido por todos los organismos, y además la universalidad del código no puede explicarse por argumentos químicos de afinidad entre las bases del ADN y los aminoácidos de las proteínas. Dicho de otro modo: el código genético es igual de arbitrario que el lenguaje humano. Caballo se dice "caballo" en español, "horse" en inglés, "cheval" en francés y "equus" en latín. ¿Por qué entonces todas las formas de vida comparten el mismo código? La mejor explicación es en términos de herencia común: el código debió fijarse en una fase muy temprana de la historia de la vida, y desde entonces se ha mantenido como una especie de "accidente congelado". Aunque la elección inicial debió ser contingente, una vez establecido el código su perpetuación quedó garantizada por la selección natural, ya que cualquier mutante que alterase la pauta de lectura equivocaría todas sus proteínas y sería incapaz de sobrevivir. Por fin, una última evidencia del origen común la constituye la demostración, desarrollada por Pasteur, de que la generación espontánea de vida es imposible bajo las condiciones físico-químicas imperantes en la Tierra desde hace por lo menos 2.000 millones de años. En consecuencia, el suministro contínuo de organismos inferiores requerido por las teorías transformistas no puede tener lugar. Así que, una vez confirmado el origen común de todas las formas vivas actuales, hay que contemplar la evolución, no como una simple hipótesis científica, sino como un hecho probado.

Hemos visto que la evolución por selección natural "explica" las adaptaciones exhibidas por los organismos vivos, es decir, da razón de la segunda propiedad fundamental que introducíamos al principio. Ahora bien, ¿es suficiente para explicar el origen de todas las adaptaciones, hasta el punto de funcionar como el equivalente en biología de la ley de gravitación universal en física newtoniana? Para responder a esta pregunta puede ser útil fijarnos en el concepto de preadaptación, partiendo, una vez más, de un ejemplo. Las suturas craneales de los mamíferos permiten la deformación del cráneo durante el tránsito por el canal del parto, y son imprescindibles para que el alumbramiento se produzca sin dañar a la cría. En este sentido, las suturas craneales y su tardía osificación constituyen una adaptación para el tránsito por el canal del parto. Ahora bien, ¿pueden haberse originado por selección natural para esta función? No, por la sencilla razón de que ya aparecen en los reptiles, antepasados de los mamíferos, quienes no necesitaban dichas suturas para salir del huevo. Y, sin embargo, las suturas son fundamentales para que los mamíferos puedan reproducirse. En este sentido, se dice que las suturas de los reptiles son una preadaptación para el tránsito por el canal del parto en los mamíferos. La distinción puede parecer semántica, pero es fundamental si se tiene en cuenta que, a nivel molecular, describe perfectamente lo que sucede en el origen mismo de cualquier novedad evolutiva. En efecto: una mutación favorable en el ADN, que, por definición, no puede ser inducida por la selección natural, es una preadaptación para la función que desempeñará la proteína mutada. Así que tanto a nivel de estructuras complejas, como sobre todo al nivel de los procesos químicos fundamentales que gobiernan la transmisión de la vida, la selección natural explica el desarrollo histórico de la evolución, pero no su origen. Y en este punto, la pregunta por el origen vuelve a emerger con toda su fuerza, y a ella volveremos dentro de un momento. Por ahora, podemos afirmar que la palabra contingencia es la que mejor describe lo que la ciencia tiene que decir acerca de la naturaleza última del proceso evolutivo. Puesto que la evolución depende tanto de las condiciones siempre variables impuestas por el ambiente como de la aparición de "novedades" en el patrimonio genético que no están relacionadas con, ni son causadas por, las exigencias ambientales, la forma y dirección de los cambios que tendrán lugar en el futuro son esencialmente impredecibles, hasta el punto de que la mejor comparación que puede establecerse es con la historia humana. Así, es evidente que el mundo sería hoy de otra manera si Aníbal hubiese vencido a Escipión en las guerras púnicas y el imperio romano no hubiese llegado a existir, o si hubieran sido los ingleses en vez de los españoles quienes hubiesen descubierto América. De modo similar, la exquisita variedad de formas y funciones que observamos hoy en la naturaleza podrían haber sido muy distintas si determinados acontecimientos del pasado hubiesen sucedido de otra manera.

El mejor ejemplo que conozco de la naturaleza contingente de la evolución es el de los fósiles de Burgess Shale a que me refería al comenzar la conferencia. Lo que estos fósiles sugieren, según la reinterpretación que han recibido en los últimos años, es que hace 530 millones de años había en los mares primitivos seres de formas extrañas y fantásticas, y que estos invertebrados mostraban más diversidad estructural que todos los tipos de animales que pueblan hoy los océanos del mundo. Es más, las pocas estirpes que sobrevivieron no son las que, aparentemente, resultaban en su tiempo más numerosas y eficaces, lo que ha dado lugar a que se hable de la "diezmación" de Burgess Shale, significando eliminación sin causa aparente de nueve de cada diez tipos presentes en los mares del Cámbrico. Entre los géneros que lograron sobrevivir se encuentra Pikaia, el primer cordado conocido, o, lo que es lo mismo, el primer ejemplar registrado del tipo de organización a que nosotros mismos pertenecemos. Cito literalmente a Stephen Jay Gould: "Sospecho, por la rareza de Pikaia en Burgess Shale y por la ausencia de cordados en otros yacimientos del Palozoico Inferior, que nuestro tipo no figuraba entre las grandes historias de éxito del Cámbrico, y que los cordados se enfrentaban a un delicado futuro en la época de Burgess Shale. Pikaia es el eslabón perdido y final en nuestro relato de contingencia, la conexión directa entre la diezmación de Burgess Shale y la eventual evolución humana... Rebobínese la cinta de la vida hasta los tiempos de Burgess Shale y hágase tocar de nuevo. Si Pikaia no sobrevive en la repetición, somos barridos de la historia futura: todos nosotros, desde el tiburón al petirrojo y al orangután. Y no creo que ningún pronosticador, si hubiera dispuesto de la evidencia de Burgess Shale como la conocemos hoy en día, hubiera concedido ventajas muy favorables a la persistencia de Pikaia. Y así, si se quiere formular la pregunta de todos los tiempos (¿por qué existen los seres humanos?), una parte de la respuesta, relacionada con aquellos aspectos del tema que la ciencia puede tratar de algún modo, debe ser «Porque Pikaia sobrevivió a la diezmación de Burgess Shale». Esta respuesta no menciona ni una sola ley de la naturaleza; no incorpora afirmación alguna sobre rutas evolutivas previsibles, ningún cálculo de probabilidades basado en reglas generales de anatomía o de ecología. La supervivencia de Pikaia fue una contingencia de la historia."

En resumen: la ciencia nos lleva hasta un punto en el que se abren nuevos interrogantes a los que ella no es capaz de dar respuesta. ¿Por qué se producen las mutaciones favorables, y por qué precisamente las que han originado un mundo en el que nosotros nos planteamos estas preguntas? ¿Por qué sobrevivió Pikaia? En la medida en que estos interrogantes atañen al significado de nuestra existencia, son, como decía al principio, tan irrenunciables como científicamente incontestables. De lo que se deduce, como primera conclusión, que la "verdad científica" no agota toda la verdad, ni es una verdad definitiva. Por su propia naturaleza, la descripción científica del mundo provee un conocimiento parcial, constituido por hipótesis siempre revisables; considerar a la ciencia como depositaria de "verdades últimas" es el peor servicio que puede hacérsele. Una segunda conclusión es la irracionalidad de apoyar en la ciencia concepciones sociopolíticas, filosóficas o religiosas. Esto es lo que ha sucedido con la teoría de Darwin, recurrentemente utilizada para afirmar concepciones racistas en la línea de la supervivencia de los mejor dotados o para construir cosmovisiones ateas supuestamente fundadas en la ciencia. Por el contrario, hay que reconocer la inadecuación del método científico para explorar el significado del hombre y del universo. La ciencia no puede demostrar si la evolución es obra del ciego azar o si representa el desarrollo histórico de algún tipo de causa o de proyecto. Desde este punto de vista, queda bien de manifiesto la debilidad de la posición de Monod cuando afirma que "sólo el azar está en el origen de toda novedad, de toda creación en la biosfera. El puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución: esta noción central de la biología moderna no es ya hoy en día una hipótesis, entre otras posibles o al menos concebibles. Es la sola concebible, como única compatible con los hechos (...). Y nada permite suponer (o esperar) que nuestras posiciones sobre este punto deberán e incluso podrán ser revisadas". El problema no es tanto antropológico como científico, en cuanto que se está pretendiendo que el método científico apoye una concepción ontológica, una concepción del ser.

Ahora bien, es precisamente la experiencia la que lleva a admitir un concepto de razón más amplio que el de la ciencia pura y dura. Si por razón entendemos "medida" de la realidad, en el sentido de demostrabilidad directa, entonces las preguntas a que la ciencia nos conduce carecen de respuesta racional, lo que sería un resultado trágico para la razón. Pero si la razón, la razón unitaria que todos poseemos, es apertura a la realidad según la totalidad de sus factores, entonces hay que admitir que existen diversos métodos para alcanzar certeza acerca de la realidad, y que la realidad contiene datos cuya interpretación requiere el concurso de otros métodos distintos del científico. Yo puedo decir con certeza, por ejemplo, que mi mujer me quiere. De esto estoy tan seguro como del hecho de la evolución por selección natural, incluso más aún en el sentido de que me interesa más, es más importante para mi vida. Es apasionante que se haya descubierto que las especies evolucionan y que cada día sepamos más acerca de cómo lo hacen, porque es un aspecto de la verdad. Sin embargo, por lo que concierne al problema del significado de mi existencia, el que mi mujer me quiera, aunque yo no pueda demostrarlo, es más relevante que la evolución biológica del linaje humano, y nadie puede negar que se pueda adquirir una certeza razonable al respecto. ¿Qué método permite alcanzar este tipo de certezas que, insisto, son absolutamente fundamentales para la vida? Un método que, partiendo de signos, llegue a la intuición sintética de la verdad. De hecho, este tipo de método es el que caracteriza al genio científico: cuando Darwin descubrió la evolución por selección natural, no hizo sino alcanzar una intución universal a partir de los signos suministrados por largos años de observación de la naturaleza. De modo similar, el método con el que conozco que mi mujer me quiere, es intuido por mi inteligencia como el único modo razonable de explicar la convergencia ante mí de determinados signos o indicios. Pues bien, también en el campo de la biología existen indicios que reclaman a adquirir una certeza no ya científica sino moral. Termino subrayando dos tipos de indicios que me parecen particularmente importantes. En primer lugar, la belleza y la racionalidad de los procesos que, sobre todo a nivel molecular, rigen la transmisión y conservación de la vida, expresada de forma sintética en la última frase de "El Origen de las Especies": "Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diversas formas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando infinidad de formas cada vez más bellas y portentosas". En segundo lugar, el carácter contingente, en el que hemos tenido ocasión de insistir, de los sucesivos episodios que han desembocado en nuestra propia evolución. Nadie como Monod argumenta la extrema improbabilidad del misterioso ser humano, hasta el punto de sostener que, dado su grado de improbabilidad, su evolución sólo puede haberse producido una vez. Pues bien, cuanto más improbable resulta nuestra entrada en escena, tanta más fuerza cobra la hipótesis de que, en el origen de cada una de las mutaciones aparentemente accidentales, y de cada una de las circunstancias supuestamente fortuitas que en su día permitieron la supervivencia de viejos amigos como Pikaia, no está la ciega casualidad que nos ha arrojado en el mar de la nada, sino una libertad, algo totalmente nuevo en un universo en el que sólo caben el azar y la necesidad. Una libertad a la que nosotros, los no-necesarios, podemos dirigirnos agradeciendo el don de ser hombres con la palabra más conmovedora de todo el lenguaje humano: Tú.