"Y se dieron cuenta de que estaban desnudos"

Del Dios «Ser autosuficiente» al Dios «amante de la vida»

La doctrina bíblica de la creación representa una fuerte crítica a ciertos aspectos de la clásica doctrina filosófica de Dios. Esta puede llegar a admitir la existencia de una Causa Primera o Motor Inmóvil del universo, Ser Necesario que, desde su necesidad absoluta, daría origen a la necesidad relativa con la que todo acontece en el mundo. Dios sólo sería responsable de «la premiare chiquenaude», el «kick oft» que empieza a hacer rodar la pelota en un mundo que ya sólo funcionará por el mecanismo de sus propias fuerzas y procesos inmanentes. Lo que no parece posible es concebir que el primer Ser Supremo, Necesario y Autosuficiente, se vea implicado en los acontecimientos de la historia humana y esté afectado por ellos de alguna manera. Dios no necesitaría nada de este mundo, ni nada de este mundo podría realmente afectarlo. Según Platón, el Primer Principio, que él identifica con la Idea Absoluta del Bien, se distingue de todo lo otro en que «es perfectamente autosuficiente y no necesita nada más» (Filebo 60c). Aristóteles lo dice aún con más claridad:

«El que es autosuficIente, ni necesita los servicios de los demás, ni el gozo de su afecto, ni su compañía, sino que es muy capaz de vivir solo. Esto queda claro si miramos lo que pasa con Dios. Es obvio que Dios, que no necesita nada, tampoco necesitará amigos, ni nada que le afecte de modo que le domine» (Eth. Eud. VII, 1244b).

Epicuro deducirá de aquí las últimas consecuencias: los dioses, si existen, viven en una completa ataraxia o imperturbabilidad, indiferentes a lo que pasa en el mundo, y no necesitan para nada la religión y el culto de los humanos. La religión es consecuencia de un miedo vano e irracional a los dioses (4). Un escéptico posterior, Sexto Empírico, dirá que Dios no puede tener sentimientos ni de benevolencia ni de ira, ya que éstos son propios sólo de los débiles (Hipotiposis 1, 155; III, 219). El deísmo de la Ilustración volverá a hacer circular la mayoría de estos temas de la filosofía antigua.

D/AUTOSUFICIENTE: Esta manera de pensar a Dios es diametralmente opuesta al pensamiento bíblico. En la Biblia, Dios existe necesariamente, pero esto no quiere decir que actúe sólo necesariamente. Dios, que existe necesariamente, es necesariamente libertad y actúa libremente; la actuación libre de Dios es la creación. Dios, que es plenamente autosuficiente y no necesita nada para ser el que es en su vida intradivina (hablaremos de ello cuando hablemos de la Trinidad en Dios), puede amar libremente algo distinto de sí, dándole la existencia por el mero hecho de amarlo. La creación es el acto libre con el que Dios quiere amar algo como distinto de si mismo: al hombre, imagen suya, y al mundo como marco y lugar donde el hombre pueda realizarse como imagen y como «partenaire» del amor libre de Dios. Dios es plenamente autosuficiente, y no tenía ninguna «necesidad» de crear al hombre; pero también es soberano amor libre, y puede entrar en la aventura de amar algo de lo que no tiene ninguna necesidad, por pura gratuidad: no para sacar de ello provecho o beneficio, sino para dar don y beneficio, para comunicar y compartir el bien y la vida que él posee soberanamente.

«Dios en un principio creó a Adán, no porque tuviera necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien poder conceder sus beneficios... No nos manda que le obedezcamos porque tenga necesidad de nuestros servicios, sino porque quiere otorgarnos la salvación... En la misma proporción en que Dios no necesita nada, el hombre sí necesita de la comunicación de Dios. Y la gloria del hombre es mantenerse en el acatamiento de Dios».

La relación de Dios con el mundo no se expresa, por tanto, adecuadamente -como querían los filósofos antiguos o los deístas modernos- como una mera relación mecánica de causa o principio. Se ha de entender ante todo como una relación de amor libre. Dios puede crear porque puede amar libremente. Dios aparece entonces no sólo como el Primer Motor o la Primera Causa, sino como «el que ama la vida», el comunicador de realidad, de bien y de vida.

Por eso la creación empieza por la Palabra libre y creadora de Dios. Una Palabra que, además de constituir la realidad física, interpela a una relación amorosa, a una comunión libre y gratuita de parte de Dios, que el hombre, igualmente, ha de acoger en gratuidad y libertad. De ahí que digamos que la creación precontiene ya la promesa, el pacto, la alianza de Dios con los hombres. Dios, que es plenamente autosuficiente y no necesita nada, una vez que se ha decidido por la aventura creadora, puede decirse que necesita del hombre para realizarla y darle su sentido. Entonces Dios ya no puede ser concebido como un ser apático, indiferente y despreocupado de lo que hagan los hombres, sino todo lo contrario: Dios está pendiente de lo que éstos vayan a hacer con su oferta. Con la creación empieza una extraña historia de amor y libertad entre Dios y los hombres que, como todas las historias de amor y libertad, será irreductible a la pura racionalidad, pero que tendrá todo su sentido tanto por Aquel que tiene la iniciativa de amar como por aquellos que acogen dicha iniciativa. Por eso se puede hablar del pecado de los hombres (¿qué significaría hablar de pecado si a Dios le fuera indiferente todo lo de aquí?) y se puede hablar de la ira y del perdón de Dios.

Algo de esto había entrevisto el autor del libro de la Sabiduría cuando decía: «Te compadeces de todos, Señor, porque todo lo puedes, X disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres, y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías creado. ¿Y cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido?... Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida» (Sb 11,23 ss.).

CREACION/P P/CREACION: Hay aquí como una especie de círculo paradójico. Por una parte, Dios ama tanto a la creatura, imagen suya, que -creándola- se hace dependiente de ella. Por otra parte, la creatura no es absolutamente nada fuera de su dependencia de su creador. Dios se hace dependiente e incluso necesitado de la creatura a la que libremente crea, y la creatura es aún más débil y necesitada de Dios. Por eso el poder de Dios no queda anulado en el amor creador: pues, aunque se manifieste como debilidad para con su creatura, es capaz de triunfar de la debilidad y de la oposición de la creatura. Aparece así Dios no sólo como un Absoluto autosuficiente de Ser o de Poder, sino como un Absoluto de Amor y de Comunicación que puede pasar por ser un Absoluto de debilidad y humillación, para que se manifieste la absolutez de su amor a la vida de los hombres. En el momento de la creación ya parece entreverse en la lejanía la posibilidad de que Dios, que ama tanto a los hombres, llegue a identificarse con ellos haciéndose uno de ellos -encarnación- y llegue a morir en manos de ellos para resucitar con ellos. El Dios de la Biblia estaría muy lejos del Dios «apático» de los filósofos. La creación es sólo el primer acto del drama de una indecible y loca pasión de Dios para con los hombres. El segundo acto será el de la locura de la rebelión de los hombres contra Dios.

«Y se dieron cuenta de que estaban desnudos» /Gn/02/07

El segundo relato del Génesis (capítulos 2 y 3) vuelve a hablar fundamentalmente de las relaciones del hombre con Dios y el mundo, pero con imágenes distintas. El autor ha buceado en tradiciones muy primitivas de una indudable plasticidad. No se preocupa del origen del firmamento o de los astros y de las demás realidades naturales; lo cual puede indicar que nos hallamos con tradiciones anteriores a la polémica de los israelitas contra los dioses astrales y naturales. Desde el principio «Yahvé hizo la tierra y el cielo» (2,4), y en la tierra no había absolutamente nada, porque «aún no había hombre que labrara el suelo» (2,5). La creación sólo se acaba cuando «Yahvé Dios formó al hombre del polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida. y resultó el hombre un ser viviente» (2,7). De esta manera queda valorada la centralidad del hombre en la creación, seguramente con más fuerza aún que en el relato precedente. El hombre es hecho del polvo de la tierra, pero vive gracias al aliento de Dios, participa de la vida de Dios. Es otra forma de decir lo que ya se ha dicho antes del hombre como imagen de Dios.

Que Dios no es un poder hostil o rival del hombre queda expresado en lo que sigue: Dios plantó para el hombre un jardín «con toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer» y con «un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos» (2,8-10). Habríamos de ser capaces de sentir la alegría que esta descripción podía suscitar en hombres acostumbrados a vagar por tierras desiertas y resecas. En un jardín así se habían de sentir sencillamente felices.

Además, Dios se preocupa de lo que nosotros llamaríamos la vida espiritual y social del hombre: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a darle una ayuda adecuada» (2,18). Entonces Dios creó los diferentes seres vivos y los entregó al hombre para que les pusiera un nombre (es decir, para tener dominio sobre ellos), y finalmente formó a la mujer de la propia carne del hombre, cosa que hace que éste exclame exultante:

«Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada "varona", porque del varón ha sido tomada» (2,23).

Mucho tiempo después, filósofos de pueblos más cultos, pero cegados por prejuicios, iban a preguntarse si la mujer tenía un alma espiritual de la misma categoría que el hombre. Desde la Biblia, esta pregunta está respondida de antemano. La mujer es el gozo del hombre, porque, al contrario que los animales, es de su misma naturaleza, de la misma categoría ontológica, diríamos nosotros. ¿Es la Biblia tan antifeminista como algunos dicen?

P-O/QUE-ES H/CREATURA: Dios les da todo lo que hay en el jardín. Sólo les da un precepto: que no coman de un determinado árbol entre toda aquella abundancia de árboles frondosos. Ha habido muchas maneras de entender el sentido de este mandato y de la subsiguiente desobediencia. Pero parece que lo que se nos quiere decir, en una forma míticamente pintoresca, no es precisamente que Dios, de una manera celosa o caprichosa, se reservara algo para sí, ni tampoco que no se fiara de la pareja y quisiera ponerla a prueba. Más bien, lo que se nos quiere decir es que Dios lo pone todo en manos del hombre, absolutamente todos los arboles, excepto lo que de ninguna manera les puede dar, porque es algo propio y exclusivamente suyo: «la ciencia del bien y del mal», el hecho de ser el último fundamento y criterio de todo valor y de toda realidad. Dios lo da todo a los hombres para su bien; lo único que no puede dar es que el hombre no haya de reconocer que todo lo ha recibido gratuitamente de El. Dios concede al hombre, benévola y amorosamente, la comunión total consigo y con todo. Lo que ya no puede darle es que el hombre no reconozca esta donación y comunión, que retenga el don como si no fuese dado. Desobedeciendo el precepto, queriendo ser «como dioses», el hombre no quiere aceptar su esencial limitación. No quiere aceptar ser el que es por donación y comunicación, con la loca pretensión de ser por sí mismo. Deja de lado todo lo que le ha sido dado -que es todo lo que se le puede dar- y quiere aquello que no se le puede dar. A pesar de ciertas apariencias, el mito bíblico de la caída es radicalmente diferente en su contexto de los mitos prometeicos que, en diversas formas, se encuentran en muchas religiones. En ellos, los dioses se reservan celosa y cicateramente sus secretos, por miedo a que los hombres lleguen a ser tan poderosos como ellos. En cambio, el Dios verdadero no regatea nada por capricho, pero no puede renunciar a ser Dios y Señor, por más que quiere ofrecer la total comunión de sus bienes a los hombres; una comunión que surgirá de la gratuita iniciativa divina y que nunca será un derecho independiente del hombre. El precepto expresa simplemente la invitación a que el hombre se acepte en la verdad de su situación existencial de creatura, de dependencia de la relación amorosa ofrecida en libertad. Esta relación de dependencia en libertad es sólo aparentemente contradictoria: hay verdadera libertad desde el momento en que al hombre se le da la posibilidad de usar todos los árboles y todo lo que hay en el mundo. Pero, a la vez, hay una radical dependencia -expresada en el mandato de no tocar el árbol de la «ciencia» o del «poder» absoluto-, porque aquella generosa posibilidad le ha sido dada gratuitamente y se convierte para el hombre en lugar y mediación para realizar la ineludible comunión con Dios.

FELICIDAD/FUTURO: Ahora se hace patente algo muy importante: alguien ha sugerido que nuestro texto parece comportar un rechazo de las concepciones mágicas primitivas, según las cuales el comer «la fruta mágica» daría la felicidad. Traducido en términos más actuales, se quiere decir que el hombre no puede obtener la felicidad afirmando una pretendida independencia en el disfrute de la naturaleza, sino en el uso responsable de ella en comunión con Dios, que la concede. Una vez más, la felicidad no le llega al hombre por la «magia» de las cosas, sino por la comunión con el designio de aquel que las ha hecho para que, usadas responsablemente, sirvan al bien del hombre. La tentación de la serpiente sería la tentación de la irresponsabilidad de una fácil felicidad obtenida por un acto de magia. En cambio, la propuesta de Dios es una invitación a la responsabilidad en el uso de la naturaleza. Y en esta responsabilidad se realiza y manifiesta la comunión con Dios, Señor último y donador generoso de la naturaleza. Todo esto es de plena actualidad en un tiempo en el que tantos creen en la felicidad fácil conseguida por la nueva magia de la manipulación «científica» o «tecnológica» de la naturaleza, más allá de todo sentido de solidaridad y comunión con Dios, con los hombres y con la misma naturaleza.

No es extraño que el que ceda a esta tentación haya de descubrir que «se encuentra desnudo», impotente, desamparado, reducido a su propia realidad, que, como tal, es una realidad de vergüenza. El hombre que quiere ser Dios se encuentra reducido a tener que avergonzarse de no poder llegar a presentarse ni tan siquiera como hombre. Me gusta expresarlo con unas palabras diáfanas del P. de Lubac:

«No es verdad que el hombre no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo que sí es cierto es que, sin Dios, acabará organizándola solamente contra el hombre... La fe en Dios, la fe que el cristianismo nos inculca en trascendencia siempre presente y exigente, no tiene por finalidad el instalarnos cómodamente en nuestra existencia terrestre y adormecernos en ella, aunque sea con un sueño febril. Al contrario, se trata de una fe que siempre nos inquieta y que rompe el equilibrio demasiado fácil de nuestras concepciones mentales y de nuestras construcciones sociales» .

Desgraciadamente, la historia nos ha tenido que enseñar muchas veces que, cuando el hombre no quiere vivir de la comunión responsable, sino de la prepotencia y la irresponsabilidad, pronto ha de reconocer la vergüenza de ser-solamente-hombre.

El mal, la pena y la promesa

Se ha dicho que los capítulos 2 y 3 del Génesis son como un primer intento de teodicea. Si el primer relato de la creación exponía cómo Dios había hecho un mundo ordenado a partir del caos, lo que ahora comentamos expone cómo el hombre ha vuelto a introducir un elemento de caos en el orden querido por Dios. Quizá nos parecerá que la explicación de la presencia del mal en el mundo, que el texto sugiere, es demasiado simple: la relación de «finitud y culpabilidad» resulta compleja y racionalmente inextricable. Pero al menos la narración bíblica sugiere algo más serio que el mito griego, que atribuye el mal a la fortuita acción de Pandora, cuando abrió su fatídica caja, o al capricho de Zeus, que lo esparce a voleo de uno de sus cántaros, acción igualmente desdichada.

Según la Biblia, los males más profundos que el hombre experimenta en su vida vienen de una incorrecta relación del hombre con Dios y con la creación de Dios. Parece como si se hubiese roto el vínculo entre Dios y el mundo y como si al mismo Dios su obra le resultase extraña. Y el hombre empieza a avanzar por un camino, no querido por Dios, de trabajos, fatigas y dolores.

Al narrar el origen de la humanidad a partir de una única pareja, la Biblia -ajena totalmente a las actuales discusiones sobre el monogenismo o el poligenismo- nos quiere enseñar la real solidaridad que inevitablemente se da entre los hombres, para bien o para mal. La humanidad forma una sola familia, un solo clan: los bienes y males de cada uno son bienes y males de todos. La administración de la creación ha sido confiada a los hombres, no sólo en cuanto individuos, sino como comunidad. La responsabilidad sobre la creación es una aventura solidaria que nos implica a todos. El mal del mundo es más que la mera suma de los males provenientes de la irresponsabilidad de individuos concretos. La irresponsabilidad de éstos revierte en irresponsabilidad de toda la comunidad. La codicia, el egoísmo o la agresión de unos provoca respuestas de codicia, agresión y egoísmo de otros. La comunidad ve frustrada su esencia, y los individuos -por mucho que quieran- carecen ya de la posibilidad real de realizarse en la comunión plena con Dios y con los hombres. El mismo Dios ya no puede complacerse en su creatura. El «pecado original» queda implicado y prolongado en un «pecado estructural» que pesa sobre todos y ahoga nuestra libertad.

Pero Dios no se desdice de su creación, que ha resultado ser, como decíamos, su «debilidad». No puede tolerar ni aprobar las pretensiones de independencia del hombre, porque sencillamente son su no-verdad; pero sigue amando al hombre, creatura suya. El capítulo acaba con la intimación de aquellos «castigos» (trabajo, fatiga, dolores, volver al polvo de la tierra) que, más que castigo, son consecuencia intrínseca de la situación en que el hombre se ha puesto, al no querer vivir según el designio de Dios. Pero el castigo de la pena deja abierta la puerta a la esperanza. Empieza una larga historia en la que se irá repitiendo dolorosamente un mismo esquema formal: irresponsabilidad pecadora de los hombres, pena-castigo, promesa y ratificación por parte de Dios de su fidelidad en el amor a los hombres. BI/HT-DE-A:La Biblia será, por una parte, la historia de la contumacia de los hombres en el mal y, por otra, la historia de la fidelidad de Dios en el amor a los hombres. En medio, la amarga experiencia del desorden como pena intrínseca del mal, acertadamente interpretada por los Padres de la Iglesia como un «castigo pedagógico», como escarmiento, interpelación y estímulo de la libertad humana, que Dios quiere respetar.

El Séptimo día Dios descansa. Ya no hay nueva intervención de Dios en el orden creacional. La naturaleza sigue su curso y su evolución, según el dinamismo que Dios puso en ella. (Por ello no se ha de ver incompatibilidad entre las modernas teorías científicas evolucionistas y la doctrina teológica creacionista). En adelante, las intervenciones de Dios serán sólo de orden salvífico: Dios intervendrá en el mundo, no manipulando la realidad cósmica, sino estimulando, retando, convidando, protegiendo y acompañando a los hombres, respetando siempre su libertad. Los que piensan que, si Dios es Creador y Señor absoluto de todo, el hombre ya no puede ser libre (J.P. Sartre, N. Hartmann, etc.), tienen una idea totalmente tergiversada de la doctrina de la creación. Al contrario: porque Dios es Señor de todo, ha podido hacer al hombre a imagen suya, concediéndole una verdadera libertad y responsabilidad sobre la creación, quedando la relación constitutiva entre el hombre y Dios como punto de referencia esencial de la misma libertad (7).

LBT/QUE-ES: La libertad no consiste en la pura capacidad de poder hacer cualquier cosa desde una pura indeterminación e indiferenciación de todo (entonces todo tendría el mismo valor, con lo que nada tendría valor), sino que consiste en la capacidad de realizar por propia iniciativa libre y amorosa -y no por mero determinismo físico- el bien que requiere la verdad de la relación constitutiva del hombre con Dios creador y con la creación como don de Dios para la realización del hombre.

La creación es mucho más -y mucho menos- que la obra perfecta del Gran Arquitecto. Es la oferta inaudita del Gran Amante que ha querido que el hombre sea creador de sí mismo y del sentido de la creación en una libre y responsable relación de amor.

El propósito incluía el riesgo del fracaso. El poder de Dios se manifestará en no haber retrocedido ante este riesgo y en triunfar y hacer triunfar al hombre incluso en el fracaso. Por eso la historia de la creación se transforma en historia de la salvación.

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4. Puede verse: J. FESTUGIERE, Épicure et ses dieux, Paris 1964.

5. SAN IRENEO, Adv. Haer. IV, 14,1.

6. H. DE LUBAC, El drama del humanismo ateo, Madrid 1949, p. 11.

7. Esto lo ha expresado ·BERDIAEFF-N lúcidamente: «...la historia presupone una correlación entre el desig- nio divino sobre el mundo y la verdadera libertad del hombre interpelada por aquel designio. Si sólo se diera el designio divino y la libertad divina, resultaría una ineluctabilidad natural que sería la negación de la historía. Pero, si sólo existiera la libertad humana, sin interpelación ni norma superior, tampoco existiría propiamente la historia, sino, a lo más, una errática sucesión de acontecimientos provocados por aquella libertad. Hay historia, porque el hombre puede llevar los acontecimientos al éxito o al fracaso en la consecución de un fin querido por Dios, es decir, absoluto. Sólo hay historia si, por una parte, se puede hablar de un fin o valor absoluto del mundo y, por otra, de una verdadera libertad del hombre para conseguir o rechazar este fin. Sólo hay historia si se dan a la vez Dios como Señor de la historia y el hombre como libre ejecutor de la misma. Sin el primero, los sucesos quedan reducidos a un juego gratuito, irrelevante y caótico; sin el segundo, sólo se daría la ciega necesidad de un destino fatal» (El sentido de la historia, Barcelona 1936, p. 47).

JOSEP VIVES
SI OYERAIS SU VOZ
EXPLORACION CRISTIANA DEL MISTERIO DE DIOS
Sal Terra.Col. Presencia Teológica, 48
SANTANDER 1988 .Págs. 85-94 ........................................................................