El Dios verdadero frente a los dioses mitológicos

 

RV/MITOLOGIA MITOLOGIA/RV NATURALEZA DIOSES-PAGANOS

El Dios que se revela como poder personal es radicalmente distinto de todo lo que piensa acerca de Dios un hombre no iluminado por la Revelación sobrenatural. Este hombre, a lo sumo, informará que Dios es lo absoluto, el pensar del pensar, el espíritu supremo, el máximo bien, la voluntad omnipotente, lo luminoso, lo santo, lo divino. La automanifestación de Dios es infinitamente superior a estas ideas, o fantasías religiosas brotadas exclusivamente del espíritu del corazón humano. Por otra parte, esa automanifestación comunica perfecciones de acabamiento a esas concepciones puramente humanas, al eliminar de ellas deficiencias y errores y al conservarlas en sí mismas, luego de haberlas purificado. La Revelación ejerce, pues, una doble función respecto a esta clase de concepciones religiosas: ponerles fin cuando aparecen bajo una forma en la que vayan marcados múltiples errores, y conservarlas comunicándoles una modalidad purificada.

El Dios que se revela en la automanifestación sobrenatural no ha podido ser inventado por el hombre ni "hecho" por éste. "Hechuras humanas" eran los dioses a quienes adoraban los paganos, los mitos mediante los cuales los hombres que aún no conocen la Revelación sobrenatural, daban forma a lo divino. Estos dioses surgieron «al plasmar en madera, piedra o en ritos los símbolos de fenómenos y fuerzas naturales numinosamente percibidos». Son «fetiches» del hombre; por eso, ni ayudan, ni sirven para nada; son unas naderías (ls. 9, 4; 40, 17; 44, 9; ler. 2, 28). Por el contrario, el Dios que se anuncia en los Profetas como Señor omnipotente, como Poder personal, no es «hechura del hombre»; no ha podido nacer en el corazón humano, no viene de abajo, sino que desciende de arriba. No es la estructuración mitológica de experiencias divinas, como lo son Isis y Osiris, Mardac y Apolo, Zeus y Atenea. En qué grado el hombre experimenta a Dios como un ser totalmente distinto del que sería capaz de crear el corazón humano siguiendo sus inclinaciones, lo muestra con claridad el hecho de que el hombre mismo es el que trata de huir ante la faz del Dios vivo y de rebelarse contra El. Los dioses de la Mitología muestran cómo sería Dios si fuera el corazón humano el que lo hubiera creado. En esos dioses es el hombre el que se deifica a sí mismo y a la Naturaleza.

Si el pueblo elegido sintió siempre la tentación de abandonar al Dios vivo y verdadero para adorar a los dioses mitológicos que el hombre había creado fuera del recinto de la Revelación, lo hizo seducido de continuo por el conocimiento de que para el hombre orgulloso de sí mismo es más llevadero tratar con tales dioses; seducido también por la creencia de que tales dioses eran potentes y tiránicos. El que creía en la Revelación sobrenatural sin duda alguna tendría que asombrarse al ver que los paganos "hacían pasar por el fuego a su hijo o hija" (/Dt/18/10), que significaba tanto como entregarse incondicionalmente en manos de sus dioses. En este hecho se manifiesta visiblemente el poderío que los dioses ejercen sobre los hombres; en realidad, los dioses mitológicos no son vanos engendros de la fantasía, son como símbolos de potentes anhelos religiosos a los que el corazón humano aspira, o como formas de fenómenos fundamentales de la Naturaleza grandiosa e imponente, a la que el hombre dotaba de divinidad precisamente por lo que en ella hay de origen divino. En lo dioses paganos se hallan reconcentradas las fuerzas originales de la Creación, la fuerza que Dios ha comunicado a la Naturaleza que El mismo creó. El hombre pudo divinizar la Naturaleza por la sencilla razón de que ésta ha sido creada por Dios, de que en ella hay alguna huella de Dios. El hombre ha experimentado la realidad divina en la Naturaleza entera, en el movimiento de la propia sangre, en el nacer y en el morir, en los grandes acontecimientos de la Historia, en la luz y en las tinieblas; por eso ha podido divinizar estos procesos, subrayando lo que en ellos hay de divino, desligándolos de la relación en que están con respecto al Dios vivo y, hasta cierto punto, independizándolos; precisamente en estos procedimientos aparece con toda claridad por qué y cómo los dioses mitológicos manifiestan su fuerza y poderío; cuando los paganos salían victoriosos en sus luchas contra el pueblo de Dios, parecía esta victoria una victoria de los dioses sobre el Dios de Israel. Así podía surgir una incógnita: ¿no serán tal vez mas poderosos que Yavé? En los tiempos modernos el poeta Holderlin ha tenido una sensibilidad especial para percibir la potencia de los dioses mitológicos.

D/CELOSO: Los dioses mitológicos, por su estructura peculiar, tienen, pues, algo de seductor. Para el pueblo judío constituían una tentación continua que se agravaba por el hecho de que el Dios vivo sólo se revela velándose y encubriéndose, es decir, ocultándose al mismo tiempo que se manifiesta, siendo un ser misterioso a través de todas sus automanifestaciones. A causa de esta peculiaridad puede pasar desapercibido. Los dioses mitológicos, por el contrario, se imponen a los hombres. Los que creen en estos dioses amontonan riquezas y salen victoriosos. Hasta los idólatras que buscan o festejan a la divinidad en cualquier colina, bajo la sombra de un verde árbol, en la vegetación o en el pleno desarrollo de ella (/Dt/12/02; /Jr/02/20) reciben leche y miel en abundancia. En la Escritura (/Dt/06/15) se dice que Dios es "celoso"; esta palabra manifiesta adecuadamente que sólo a costa de inmensos esfuerzos se podía mantener la verdadera idea de Dios, la revelada sobrenaturalmente, frente a la creencia en dioses mitológicos. Al emplear la imagen de los celos divinos, de un Dios desairado en su amor, el Antiguo Testamento describe la atracción ejercida por los mitos de los pueblos vecinos.

Pero precisamente las enormes dificultades que se oponían al triunfo de la Revelación sobrenatural de Dios han desempeñado una importante función. Son ellas las que se encargan de mostrar el origen divino de la idea de Dios en el Antiguo Testamento. Se distingue cualitativamente de todas las demás imágenes divinas de la Mitología del mundo antiguo, tanto de las del Occidente como de las del Oriente.

La validez de esta afirmación salta inmediatamente a la vista si tenemos como modelo de ideas religiosas occidentales las de los griegos, pues para éstos los dioses no son más que elaboraciones mitológicas de las formas fundamentales en que se presenta la realidad. El mundo mismo era considerado por el griego como una auténtica realidad divina; sobre todo, los puntos álgidos del mundo, los lugares en que creían se concentraba toda la potencialidad de éste. Así, por ejemplo, el amor -el Eros- es designado como Dios. No aparecen en el mundo y ante los hombres personalmente como creadores o formadores; no son señores del destino que es la realidad que comprendía todo lo real. Los hombres gozaban de soberanía absoluta frente a ellos. Hombres y dioses nacieron de una misma madre; eran miembros, orgánicos, ligados entre sí de una sola e idéntica realidad. Los dioses no están fuera del mundo, sino que pertenecen a él; son, por así decirlo, su íntimo y misterioso estrato. El hombre no es en manera alguna responsable ante los dioses; no puede dirigirles oraciones impetratorias, si lo hace, su comportamiento es inconsecuente. De nada servía pedir el auxilio de unos dioses que no eran distintos del mundo, que estaban también sometidos a las exigencias de la vida en el mundo, que eran incapaces de sacar al hombre de su lucha con las redes del destino. «¡Qué impotentes son en la Ilíada (donde los dioses del Olimpo tanto se ocupan de asuntos humanos) todos los esfuerzos de esos dioses comparados con una sola decisión de Aquiles; sus obras fascinan a hombres y a dioses! ¡Cuán mezquina y a veces perversa es la conducta seguida por el rey de los dioses con respecto al hombre; ahí está el Titán Prometeo! ¡Qué débil es la autoridad de la inhumana ley cuando se opone a los sentimientos tan humanos de Antígona!» (W. Solowjen).

En la apoteosis del gobernante llega a su punto de culminación la idea de Dios que exagera la autonomía y libertad humanas atribuyendo al hombre honores divinos: "Los ídolos del Arte y la Filosofía no pudieron satisfacer los anhelos del mundo antiguo; de un mundo que deseaba someterse a una fuerza viva y personal que representase al hombre. Por eso el mundo antiguo tuvo que deificar al César. No era necesario que el Cesar poseyese cualidades especiales, ni tampoco era considerado como representante de esta o aquella fuerza sobrehumana. Bastaba lo siguiente: en tanto que el hombre absoluto era por ello dios supremo, se le atribuyeron honores divinos porque nada ni nadie existía por encima de él. Porque él sólo entre los hombres era, según ellos, el ser perfecto en su autocracia. Acaso todos podían llegar a desempeñar las funciones del César; pero la coexistencia de dos Césares era imposible. Tiberio y Nerón mostraron al mundo a dónde podía llegar la naturaleza humana absolutamente libre". Los Césares, adorados como dioses, se convirtieron pronto en despóticos dictadores, y los hombres sobre quienes dominaban pasaron a ser pura «masa», puro "rebaño". La libertad incondicional del César produjo como resultado la esclavitud absoluta de sus súbditos. De esta manera se puso de manifiesto la insensatez e imposibilidad de tal sistema (Solowjew, 1. c., pág. 109).

En el Oriente los señores de la realidad son los dioses y no los hombres. Los dioses tienen en sus manos las riendas del destino. El hombre es responsable ante los dioses que le han creado. Estos intervienen en su vida para castigarle. Esta idea de Dios alcanza su punto cumbre en la convicción de que los dioses lo son todo, mientras que el hombre es pura nada. Tales ideologías suprimen la autonomía, la libertad y capacidad de decisión propias del hombre; es decir, se ha suprimido lo que tenía que ser previa condición de toda responsabilidad del hombre frente a los dioses.

D/DIOSES: No obstante la diferencia que media entre las ideas religiosas del Oriente y del Occidente, ambas tienen algo de común. En las dos Dios es una hechura del hombre y por eso llevan impresas el signo de quien las ha fabricado. El hombre ha explicado en esas concesiones su propio ser. El Dios a quien se presta fidelidad no viene de un más allá auténtico, no habita en un lugar antimundano que pudiera ser experimentado por el hombre mediante vivencias externas o internas. Está dentro del mundo, pertenece a este mundo, es parte del mundo y no dispone de un distinto modo de ser al del mundo.

Por el contrario, el Dios que se manifiesta en la Revelación sobrenatural viene de regiones ónticas situadas en un más allá que trasciende la realidad del hombre y del mundo. Es radicalmente distinto del hombre y del mundo; no se parece a nosotros y no tiene origen humano. No es una parte del Cosmos. No es imagen del hombre; antes al contrario, el hombre es la imagen de este Dios distinto del mundo. A esta idea de Dios corresponde una concepción del mundo según la cual no es éste una realidad absoluta por todas partes orientado hacia un Dios vivo y, al mismo tiempo, distinto de El. De cuanto hemos dicho resulta que la idea de Dios propia de la Revelación trasciende cuantas ideas religiosas pudieron estructurarse en Oriente u Occidente, aunque se asimilasen los tintes válidos de aquellas concepciones al eliminar las unilateralidades o exageraciones que ellas contienen.

Para poner de manifiesto las diferencias que existen entre el mundo de la Revelaci6n sobrenatural y el de las ideas religiosas del paganismo, Gregory (Das unvollendete Universum, traducido por I. I. C. Dorner) aduce dos textos, el uno tomado de la Antígona de Sófocles y el otro del Salmo 8. El primero tiene el siguiente tenor:

"El universo está lleno de prodigios; pero no hay nada más prodigioso que el hombre. Él, dando alas a la nave, vuela, merced a los vientos impetuosos, por cima de las olas mugientes y franquea el mar que hierve en espumas a su paso; él se vale de los caballos para desgarrar todos los años con el arado el seno de la tierra, de esa divinidad suprema, incorruptible e incansable. El hombre, fecundo en recursos, aprisiona igualmente en los pliegues de sus redes a la raza imprudente de los pájaros y a los animales feroces y a los habitantes del mar. Doma con su industria a los más fieros pobladores de los bosques y somete al yugo el corcel de crecida crin y el toro de las montañas que parecía indomable. Ha aprendido el arte de la palabra y el conocimiento de los vientos y el poder de las leyes sobre las ciudades; ha sabido resguardar esta morada de las inclemencias del frío y de la humedad. Lo ha sondeado todo con su experiencia y encuentra recursos para todos los acontecimientos de la vida; conoce el arte de librarse de las dolencias mas crueles; la muerte es el único mal de que no puede preservarse.

El Salmo 8, 4-10 dice así: «Tu cielo contemplando que es obra de tus dedos; la luna y las estrellas a que tú diste asiento, ¿qué cosa sera el hombre para que hagas recuerdo de él? ¿Qué el hijo del hombre para estar a él atento? Algo menor le hiciste que los ángeles; de gloria y majestad le coronaste. En la obra de tus manos le concediste imperio; debajo de tus plantas le has puesto toda cosa: los toros, las ovejas, los animales fieros, los peces de los mares, las aves de los cielos y todo lo que corre por el piélago inmenso. ¡Oh Yavé, Señor nuestro! ¡Cuan ilustre es tu nombre por todo el universo!»

En el primer texto el hombre domina sobre la Naturaleza y también sobre los dioses en virtud de una autoridad y competencia propias. En el texto del Salmo 8 domina sobre todas las cosas de este mundo en virtud de una autorización recibida de Dios; pero, sobre el mismo Dios no tiene poder alguno. Por el contrario, Dios lo tiene también sobre los hombres.

Para apreciar debidamente la automanifestación sobrenatural divina, es necesario tener en cuenta un aspecto de grandísíma importancia, al cual ya nos referimos. Las automanifestaciones divinas están bajo unas leyes de ocultamiento. A pesar de que se ha revelado, Dios continúa siendo un misterio impenetrable. El Dios revelado no puede ser conocido directamente; le vemos en la fe. Para ello necesitamos una capacidad visual determinada, a saber: la luz de la fe. Esta luz la recibe sólo el hombre de buena voluntad, que es el que se prepara para recibir la Revelación divina. Se les niega a los orgullosos, a los que se hacen sordos a las llamadas de Dios. El hombre obcecado y obstinado no sólo no conoce la verdadera esencia de la Revelación. Esta constituye para él un escándalo. La obstinación, la obcecación del hombre frente a Dios, tiene lugar en el pecado. De esta manera, surge el siguiente estado de cosas; precisamente el pecador es el que necesita la Revelación divina, y precisamente el pecador se hace sordo a sus enseñanzas y rechaza ciegamente al Dios que se revela.

D/AUSENCIA-PRESENCIA: ·Pascal-B expresa de la siguiente manera estas cosas: "Hay claridad bastante para iluminar a los elegidos, y hay oscuridad suficiente para humillarlos. Hay oscuridad bastante para deslumbrar a los réprobos, y hay claridad bastante para poder acusarlos y para hacer que su comportamiento sea indisculpable (Fragmento 578; ·Guardini-R, Christliches Bewusstsein, 174). "No es cierto que Dios oculta todo. Pero es cierto que se oculta a los que no le buscan, y que se revela a los que le buscan. Porque los hombres son al mismo tiempo indignos y capaces de Dios. Indignos a causa de su corrupción; capaces a causa de su naturaleza original" (Fragmento 557, Guardini, 160). «No era justo que Dios apareciese de un modo tan claramente divino que hubiese sido capaz de convencer a todos los hombres. Pero tampoco era justo que apareciese de un modo tan velado que no hubiese podido ser conocido por los que le buscasen con corazón sincero. Ha querido ser completamente visible para éstos. Y como quería aparecer francamente visible para todos los que le buscan con corazón sincero, oculto para los que huyen de él con todo su corazón, moderó su cognoscibilidad. Ha establecido signos de reconocimiento, que sólo ven los que le buscan, invisibles para los que no le buscan. Hay luz bastante para los que no desean más que verle, y oscuridad bastante para los que adoptan la actitud contraria" (Fragmento 430, de Guardini, 168).

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 178-164