ÁNGELES Y DEMONIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

por JOSÉ RAMÓN BUSTO -SAIZ

1 Los ángeles

ISRAEL/ANGELOLOGIA

Los «hijos de Dios»

EL ANTIGUO israelita concibe a Yahvéh y su morada celestial a imagen de la sociedad humana en la que vive. Yahvéh se encuentra rodeado de una «corte celestial» de seres «divinos» o «cuasidivinos» a los que se da el nombre de «hijos de Dios» (= bny 'Ihym). Como un patriarca preside su amplia familia, Yahvéh preside su familia celestial. En este aspecto la concepción israelita no difiere mucho de la de otros pueblos del Próximo Oriente antiguo, de Canaán en concreto, sin que esta concepción contradiga en nada el monoteísmo ­o henoteismo, al menos­, explícitamente confesado por Israel desde la experiencia del desierto.

Las referencias a estos «hijos de Dios» no son infrecuentes en el Antiguo Testamento (cf. Gen 6,4; Job 1,6; 2,1; 38,7; Sal 29,1; 89,7, etc.) con variantes a veces como «hijos del Altísimo. (= bny 'Iywn), que encontramos en el Sal 82,6. Sin embargo, la presencia de estas expresiones principalmente en textos poéticos como son Job o los Salmos, o míticos como Génesis 6, nos sugiere la posibilidad de que los israelitas las concedieran un valor meramente poético y no real.

En relación con esta concepción es como deben entenderse otras expresiones veterotestamentarias como «ejército de Yahvéh» (= sb' Yhwh) que aparece, por ejemplo, en Jos 5,14 y 1 Re 29,19 y la correspondiente invocación a Yahvéh como "Yahvéh de los ejércitos» (= Yhrvh sb'wt) que no debe entenderse como «Yahvéh de los ejércitos de Israel», sino como «Yahvéh de los ejércitos celestiales» (cf. 1 Sam 1,3.11; Sal 24,10s; Is 1,9; 6,3; Jer 7,3; 9,14, etc.). Lo mismo que ocurre con la expresión de Gen 32,3 de «campamento de Dios» (=mhnh 'Ihym) para indicar la presencia ocasional de parte de los ejércitos celestiales en un lugar de la tierra donde Jacob acaba de toparse con ellos. A estos «hijos de Dios» se les denomina también con otros términos. Aparecen siempre en textos poéticos y son otras formas de llamar a los mismos seres tal como nos lo sugiere el paralelismo de la versificación hebrea. Estas denominaciones son las de «santos (= qdsym) en Sal 89,6.8; Job 15,15; «fuertes» (= 'brym) en Sal 78,25 y «héroes» (=gbrym) en Sal 103,20.

Querubines y Serafines

DOS TÉRMINOS de no fácil interpretación para designar a los seres entre los que se encuentra Dios son los de «querubim» y «serafim». .Los serafines aparecen únicamente en el capitulo 6 de Isaías rodeando el trono de Dios y sirviéndole de ministros. El significado etimológico del término quizá tenga que ver con el hebreo srf y podríamos traducirlo en consecuencia como «los ardientes». Son descritos provistos de rostro y pies humanos al tiempo que con seis alas. Con cuatro de ellas se cubren el cuerpo y con las dos restantes vuelan, indicando así probablemente la prontitud con que sirven a Yahvéh.

Los querubines, que a partir del acadio karabú habría que interpretar como «los poderosos», aparecen en el Antiguo Testamento muy frecuentemente para indicar el lugar en que se encuentra Yahvéh, pero el lugar en que habita en esta tierra. Yahvéh se sienta «entre» o «sobre» los querubines. Son los querubines quienes custodian el arca de la Alianza (cf. Ex 25,18; 1 Re 6,23; 2 Cor 5,8). Debemos considerar el arca de la Alianza como la peana sobre la que se encuentra Yahvéh. Por eso se conserva en ella el libro de Alianza a la manera como bajo el trono de los reyes se guardan los ejemplares de sus tratados y alianzas. Los querubines son representados originalmente en forma humana, aunque, eso sí, provistos de alas. Posteriormente se les añadirían rasgos de águila, león, toro, etc. Estos querubines, custodios del arca de la Alianza "entre» o "sobre» los cuales se encuentra la presencia de Yahvéh en el Sancta sanctorum del templo de Jerusalén, son una representación terrena de la morada celestial de Dios. Dios está sentado en el cielo sobre los querubines y sobre ellos viaja (cf 2 Sam 22,11 y Sal 18,11) y es así como se aparece a Ezequiel (Ez 29,3; Sir 49,8). Yahvéh los utiliza también como servidores. Es un querubín a quien Dios ha colocado con espada llameante a la entrada del paraíso para impedir el paso del hombre hasta el árbol de la vida (Gn 3,24).

Las influencias que Israel ha sufrido por parte de otros pueblos del Antiguo Oriente se dejan sentir especialmente en la iconografía y descripción literaria de los querubines y serafines.

Los ángeles y el "ángel de Yahvéh»

EL TÉRMINO más importante para el tema que nos ocupa es el vocablo hebreo ml'k traducido al griego de Septuaginta normalmente por ángellos que a través del latín angelus ha dado nuestro vocablo «ángel». Su significado en hebreo y en griego es el de «mensajero». Corno dice San Agustín, ángel es nombre de función, no de naturaleza. Según San Agustín, los ángeles son espíritus, aunque ­podemos decirlo así­ «trabajan» de mensajeros. (Ser. VIII,3).

Los ángeles son, pues, los mensajeros que Yahvéh dirige al hombre. Comenzamos así a ver subrayada en el Antiguo Testamento la trascendencia de Dios, que no entra en contacto directo con el hombre más que a través de sus mensajeros. Tanto el término hebreo ml'k como su correspondiente griego ángellos conservan además en el Antiguo Testamento su sentido primigenio de «mensajero» que una persona envía a otra (cf. 1 Sam 19,20) sin especializarse para los seres celestiales. Por el contrario, San Jerónimo, en su traducción de la Vulgata, presenta el término ángelus especializado para significar "ángel», mientras que para indicar mensajero emplea nuntius. Los estudiosos han concedido un relieve especial a la expresión "el ángel de Yahvéh» (=ml'k Yhwh), que es relativamente frecuente en el Antiguo Testamento (cf. Gen 16,7-14; 18,2s; 21,17-19; 22,11-14; 31,11-13; Ex 3,2-ó, etc.). La razón por la que se concede esa importancia a la expresión es que en algunos de los textos en los que aparece, la distinción entre Yahvéh y su ángel no es evidente. Más aún, a veces, como en Gen 31,11-13 Yahvéh está identificado con su ángel. En este pasaje el ángel de Yahvéh dice: «Yo soy el Dios de Betel, donde...». Por eso, algunos investigadores han entendido que el ángel de Yahvéh es una forma de hablar del mismo Yahvéh. Algo así como «el espíritu de Yahvéh» equivale a Yahvéh. Sin embargo, hay muchos otros casos en los que la distinción entre Yahvéh y su ángel es patente.

En mi opinión, estos pasajes en que el ángel de Yahvéh se identifica con el mismo Yahvéh deben entenderse a la luz del uso habitual de los mensajeros para comunicar los mensajes de sus señores. Los mensajeros habían aprendido de memoria el mensaje y debían repetirlo en primera persona, en nombre de quien les había enviado, tras la fórmula: «Así dice...». En consecuencia, el ángel de Yahvéh es el mensajero de Yahvéh que habla en su nombre.

En cinco ocasiones la palabra griega ángelloi traduce en Septuaginta a los «hijos de Dios». Podemos, pues, pensar que, aunque quizá no desde el principio, se llegó a dar una identificación en la época veterotestamentaria entre los «hijos de Dios», habitantes junto a El del cielo, con sus mensajeros. Esto análogamente a como los reyes o magnates de este mundo podían enviar como emisarios o embajadores a personajes de su corte. Igualmente el paralelismo de la poesía hebrea nos permite identificar, al menos para la época posterior al exilio, a los ángeles con los «santos». y «fuertes» que rodean a Yahvéh (cf Sal 103,20-21).

Satán y el diablo

SATAN-DIABLO/AT: UNA FIGURA especialmente interesante en el Antiguo Testamento es Satán, a quien, desde luego, no puede identificarse sin más con nuestro Satanás. Aparece en tres libros del Antiguo Testamento (Job 1-2; Zacarías 3 y 1 Crónicas 21). Satán es uno de esos «hijos de Dios» que viven con Él en la corte celestial, que tiene confiada una misión especial. Su función consiste en recorrer la tierra y enterarse de todo lo malo que los hombres hacen para acudir raudo a referírselo a Yahvéh. Satán es, pues, una especie de fiscal de la creación. De ahí su nombre. Satán, en hebreo, significa «el adversario». Satán es el adversario del hombre porque si Satán no cumpliera su misión ­digámoslo así­, Yahvéh, tranquilo en el cielo, no se enteraría de las malas acciones de los hombres.

Lo que pasa es que Satán, andando el tiempo, va a empezar a cumplir sus funciones con exceso de celo. Entonces no sólo va a vigilar a los hombres, sino que los va a incitar al pecado con el fin de someter a prueba la fidelidad del hombre a Dios, para poder informar a Dios de ella y quién sabe si también con el interés del funcionario celoso de poder presentar un informe bien contrastado a la superioridad. Ya se comprende por qué paulatinamente ­esto ya al final de la época veterotestamentaria­ Satán se fue convirtiendo en el tentador y en consecuencia en el «diablo.. La traducción griega de la Biblia vierte el término "Satán» por diábolos, de donde ha salido nuestro «diablo», cuyo significado etimológico es «quien pone división» y su sentido derivado, «el calumniador». Satán ha acabado, dejándose llevar de su oficio, no sólo por poner división entre Dios y el hombre, acusando a éste ante aquél, sino que se ha convertido además en calumniador del hombre a fin de cargar las tintas sobre la maldad de éste en sus informes ante Dios.

En el último libro que se escribe del Antiguo Testamento, la Sabiduría de Salomón (2,24), se identifica a la serpiente del paraíso, tentadora, según Gen 3, de Eva y Adán con el diablo. Se le hace cumplir así su función de tentador, ya con los primeros hombres.

En la etapa final del Antiguo Testamento

EN LA ULTIMA etapa del Antiguo Testamento, más concretamente, a partir de los siglos lll y ii antes de Cristo, con ayuda de influencias extranjeras, iraníes y mesopotámicas principalmente, se va a dar un importante desarrollo de la angelología y la demonología en el pensamiento de Israel. Este desarrollo llegará a hipertrofiarse en los escritos apocalípticos que quedarán fuera del canon del Antiguo Testamento. Ciñéndonos al Antiguo Testamento, son Tobit y Daniel los libros más ricos en este aspecto. Allí encontramos ángeles que comunican al hombre mensajes o revelaciones de parte de Dios. Estos ángeles son siempre criaturas de Dios, subordinados a El. No son seres divinos, aunque sean seres celestiales. El monoteísmo de Israel es absoluto en esta época. Los ángeles son enviados, pues, a los hombres como mensajeros (Dan 14,33), les ayudan y protegen (Dan 3,49; 2 Mac 11,6), presentan ante Dios las oraciones de los hombres e interceden por ellos (Tob 12,15). Cada pueblo tiene asignado un ángel custodio (Dan 10,13.20). Ya fuera del Antiguo Testamento será a cada persona a quien se le asigne un ángel custodio.

En este proceso de desarrollo de la angelología, los ángeles se Irán conociendo por su nombre propio. Por el Antiguo Testamento conocemos el nombre de tres ángeles: Rafael, en el libro de Tobit, y Miguel y Gabriel, en el libro de Daniel. Es preciso indicar que estos tres nombres pueden traducirse y ello nos da una pista sobre su significado. Rafael significa «Dios cura», y esa es la misión que el ángel desempeña en el libro de Tobit: cura al anciano Tobit de su ceguera y libra a Sara de las asechanzas del demonio Asmodeo. Por su intervención, Dios premia con la felicidad a aquella familia de justos sobre quienes hasta entonces había acaecido la desgracia. Miguel significa «¿quién como Dios?» Es el ángel protector de Israel y capitanea los ejércitos celestiales en su lucha contra las fuerzas del mal. En concreto contra la opresión del poder político absolutizado que intenta ocupar el lugar de Dios. Gabriel, que significa «fuerza de Dios», es el ángel que revela a Daniel el momento en que tendrá lugar el fin del mal y el comienzo de la justicia perfecta que sólo la fuerza de Dios hará posible.

Me he entretenido en explicar el significado de estos nombres, para dejar claro cómo estas tres figuras angélicas son, en el fondo, recursos literarios para indicar diversas actuaciones salvíficas de Dios en el mundo de los hombres. Su propio nombre, que siempre incluye a Dios, indica lo que son. En los escritos intertestamentarios se multiplicará la presencia y la actuación de los ángeles. El mismo Nuevo Testamento nos dará testimonio en sus páginas del desarrollo al que ha llegado en su época la especulación sobre ángeles y demonios. Como me estoy ciñendo, por principio, a los textos canónicos, me contento con dejarlo meramente apuntado.

2 Los demonios

ISRAEL/DEMONOLOGIA

AL TRATAR los demonios vamos a dejar de lado a Satán y su equivalente el diablo, sobre los que ya hemos hablado. La palabra griega daimon o daimónion de donde deriva nuestro término «demonio» significa originariamente una potencia sobrehumana que, en principio, puede ser positiva o negativa. Para la religiosidad popular griega significa «un mal espíritu», es decir, el alma de un hombre muerto que por haberlo sido violentamente o no estar enterrado puede hacer daño a los vivos, o bien otros tipos de fantasmas que producen a los hombres ciertos daños que no pueden atribuirse a causas naturales.

El término daimónion aparece en el Antiguo Testamento griego 19 veces. Los pasajes en que sale pueden clasificarse en cuatro grupos. El grupo más numeroso (9 veces) es el que corresponde al libro de Tobit. Se trata del demonio Asmodeo (del persa Aesma daeva = «el espíritu de la cólera») que se ha enamorado de Sara y mata a los siete maridos sucesivos de ésta la noche de bodas para impedir que se consume la unión, hasta que llega Tobías acompañado del ángel Rafael. El libro de Tobit es una novela o cuento edificante y el demonio Asmodeo es un elemento cuentístico más, que podemos considerar análogo a los genios maléficos de los cuentos maravillosos de todas las literaturas.

En otros seis pasajes, el término daimónion se utiliza en la Biblia griega para designar a los ídolos (Dt 32,17; Sal 96,5; 106,37; Is 65,3 y 65,11 y Bar 4,7). En tres casos sirve para designar habitantes cuasimíticos del desierto: En Is 13,21 y Bar 4,35 se refiere a los s'yrym, que podríamos traducir por «los peludos», una especie de sátiros habitantes del desierto, y en Is 34,14, a otro ser del desierto, quizá el chacal. Por fin, en el Sal 91,6, con el término daimónion, se designa una plaga. Es «el demonio meridiano» famoso en la espiritualidad medieval, pero que originariamente designa a la «insolación. .Por lo que toca a nombres propios, además del ya citado Asmodeo, en el Antiguo Testamento aparecen otros dos. En Is 34,14 encontramos a Lilit, que en la mitología mesopotámica es un genio con cabeza y cuerpo de mujer, pero con alas y extremidades inferiores de pájaro. Lilit está emparentada etimológicamente con toda probabilidad con Iylh (=noche), y en este texto de Isaías, hápax, en el Antiguo Testamento, parece indicar el búho o la lechuza, un ave de la noche, habitante de lugares desérticos.

Por último, en Lev 16 encontramos Azazel. Es un nombre alterado intencionadamente por la tradición masorética, que ocultaría el nombre de un ser angélico ('zz 'I=Fuerte de Dios). La traducción griega y la Vulgata lo interpretaron como «caper emisarius» (=la cabra enviada), de acuerdo con el contexto del capítulo en que aparece, y que habla del macho cabrío que, cargado con los pecados del pueblo, era enviado al desierto. En todo caso, es una referencia más al desierto como lugar inhabitado, incivilizado y en consecuencia ocupado por las fuerzas hostiles al hombre. Por lo que toca a nuestro tema podemos decir que los demonios están prácticamente ausentes del Antiguo Testamento. Sólo aparecen, y muy esporádicamente, como elementos poéticos, literarios o míticos.61.

3 Los espíritus

ME QUEDA una palabra por decir sobre los espíritus. El término hebreo rwh significa originariamente "viento» o «aliento», e incluye con frecuencia la connotación de «vida», indicando así el «aliento vital». La palabra conservará siempre este significado primigenio. Cuando el término rwh va determinado por Yahvéh, «el espíritu de Yahvéh», la expresión se refiere siempre al mismo Yahvéh. El «espíritu de Yahvéh» se identifica con Yahvéh en cuanto éste se relaciona con la creación o con el hombre. Se intenta así expresar al mismo tiempo la trascendencia de Dios junto con su actuación en el mundo. El término rwh determinado por un nombre de hombre significa en el Antiguo Testamento ­no el alma de esa persona o su naturaleza espiritual­, sino a ese hombre en cuanto sujeto u objeto, según se interprete el genitivo como subjetivo u objetivo, de la relación con Dios.

El término «espíritu» puede aparecer en el Antiguo Testamento determinado por conceptos positivos como «espíritu de sabiduría» (Ex 31,3; Dt 34,9), "de juicio». (Is 4,4), «de gracia y oración». (Zac 12,10), o por conceptos negativos como «espíritu de fornicación» (Os 4,12), «de impureza». (Zac 13,2), «de confusión» (Is 19,14), etc. En ambos casos se quiere expresar con estas locuciones una situación, una moción, un sentimiento, etc., del tipo que sea producido por Dios en el hombre.

Andando el tiempo, pero ya fuera del Antiguo Testamento, a estos espíritus, buenos o malos, se les concederá una entidad en si mismos, como podemos ver en el tratado de los dos espíritus de la Regla de la Comunidad de Qumrán (lQS 3,13-4,26), y comenzarán a ser identificados con los ángeles y los demonios, respectivamente. El atribuir a los espíritus una entidad propia tiene, sin embargo, su precedente en el Antiguo Testamento. En 1 Re 22,19 Yahvéh envía un espíritu de mentira para seducir y engañar a Ajab por medio de sus falsos profetas.

4 Interpretación cristiana

SOSPECHO que el interés principal está en una exposición del contenido que todo lo dicho hasta aquí tenga de vinculante para la fe cristiana. Antes de intentar una formulación quiero hacer dos anotaciones hermenéuticas. Aunque son obvias, no siempre se tienen en cuenta al interpretar la Escritura. Primero, no todo lo que aparece en la Biblia es vinculante para la fe cristiana. Podríamos decir que es vinculante aquello que la Biblia dice, es decir, su mensaje, no el conjunto de formas de expresión, concepciones, connotaciones socioculturales, etc.. en que se expresa ese mensaje.

En segundo lugar, por lo que toca al Antiguo Testamento, ni siquiera su mensaje es vinculante para la fe cristiana, sin que dicho mensaje sea leído a la luz del misterio de Cristo, es decir, a la luz del mensaje del Nuevo Testamento, cumplimiento y superación del Antiguo.

Esto supuesto, lo primero que hay que afirmar respecto a los ángeles y los demonios en el Antiguo Testamento es que, aunque «se hable» de ángeles y demonios, nunca «se trata» de los ángeles y los demonios. El Antiguo Testamento no nos transmite ningún mensaje ni sobre los ángeles ni sobre los demonios en si mismos considerados. En consecuencia, se puede afirmar que en el Antiguo Testamento no hay nada directamente vinculante para la fe cristiana a este respecto, porque no hay nada directamente dicho acerca de los ángeles y los demonios.

El Antiguo Testamento tiene su concepción sobre los ángeles y los demonios que, más o menos, es la que ha sido expuesta. Ahora bien, esta concepción está sirviendo a otro mensaje directamente buscado por el Antiguo Testamento. La concepción sobre los ángeles y los demonios es, pues, en el Antiguo Testamento, algo secundario que está sirviendo al verdadero mensaje. Este verdadero mensaje creo que puede resumirse en las siguientes cuatro afirmaciones, la última de las cuales plantea una cuestión. Primero: los ángeles en el Antiguo Testamento sirven para poner de relieve la trascendencia de Dios.

Segunda: la presencia de los ángeles en el Antiguo Testamento, al tiempo que subraya la trascendencia de Dios sirve para afirmar la actuación y la intervención de ese Dios trascendente en la salvación y en la vida de los hombres. Dios actúa en la vida de los hombres sin dejar por ello de ser él totalmente Otro. Tercera: la concepción veterotestamentaria de ángeles y demonios sirve para subrayar que Dios es único Señor de la Creación y de la Historia. A Él están sometidas todas las fuerzas positivas (espíritus buenos) y negativas (espíritus malos) de la Creación. Todas estas fuerzas, tanto positivas como negativas, son creadas y ninguna se escapa al poder de Dios. El Nuevo Testamento concretará aún más esta tercera tesis al indicar que todas estas fuerzas, tanto positivas como negativas, están sometidas al Señorío de Cristo. Cuarta: La vida del hombre tiene lugar en libertad entre los ángeles y el diablo, o sea, en medio de la batalla que llevan adelante en la Creación fuerzas del bien y del mal superiores a las derivadas de la mera responsabilidad individual y colectiva del hombre.

Esta última afirmación plantea un nuevo problema de hermenéutica teológica que, a mi juicio, es el problema teológico actual en torno a los ángeles y los demonios. La cuestión es ésta: estas fuerzas creadas ­tanto buenas como malas­ superiores a la actuación y a la responsabilidad del hombre individual y colectivamente considerado, ¿deben entenderse como seres realmente existentes a los que podríamos calificar, con toda la analogía que se quiera, de seres personales, o más bien debemos entenderlas como expresiones simbólicas?

Los ángeles serían en este caso expresión simbólica de las intervenciones favorables y positivas de Dios en la vida y en la salvación de los hombres y de los pueblos. Por ejemplo, los ángeles custodios serian así expresión simbólica de la Providencia de Dios sobre las personas individuales y los pueblos. El demonio, o el diablo, que para nosotros es lo mismo, sería en consecuencia expresión simbólica del mysterium iniquitatis, que invade la creación y que se encuentra por encima de la voluntad personal y colectiva del hombre, aunque no llegue a secuestrar su libertad.

Tanto una como otra alternativa, por lo que toca al demonio, tienen su peligro y su utilidad para la fe. El peligro de reducir la figura del demonio a una mera expresión simbólica radicaría en minimizar de esta forma la existencia real del mal, al tiempo que la ventaja consistiría en obligarnos más estrictamente a remitir el mal de la creación a nuestra responsabilidad personal. Por el contrario, hacer hincapié en la existencia real del demonio podría tener el peligro de hacemos diluir la responsabilidad de nuestras decisiones personales en el mysterium iniquitatis, al tiempo que tendría quizá la ventaja de ayudamos a considerar con más profundidad el mysterium iniquitatis como un verdadero misterio.

JOSÉ RAMÓN BUSTO SAIZ
ÁNGELES Y DEMONIOS
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE
Madrid 1984, págs. 47-69