ITINERARIOS
DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA»
SER CATEQUISTA HOY 1
por GAETANO GATTI
INTRODUCCION
HACERSE CATEQUISTA DIA A DIA
¡«Ser catequistas» no es cosa fácil! Es mucho más sencillo «dar
catecismo»... a unas horas establecidas... con un texto que explicar
en las manos... con un programa a desarrollar... Se incurre en este
peligro cuando se convierte uno en catequista con demasiada
precipitación, en una situación pastoral que muchas veces
demanda con urgencia una contribución inmediata a la educación
de los muchachos en la fe. Antes que nada es importante «ser
catequistas» lo demás viene por si solo.
Tú mismo tal vez, después de haber adquirido el método y
asimilado mejor el mensaje cristiano, adviertes en este punto
precisamente la necesidad de definir y cualificar tu identidad.
Deseas «convertirte en catequista», es decir, rehacer un camino
que personalmente te compromete a lo largo y ancho de itinerarios
de fe que te sitúan junto a los muchachos para crecer con ellos en
la vida de comunión con el Señor, en la escucha de la Palabra de
Dios, en la oración y en la participación asidua en los sacramentos.
El catequista, por lo mismo, no debe olvidarse nunca de que la eficacia
de su magisterio, más que a aquello que dice, sera proporcional a aquello
que es, al calor que dimane de los ideales por él vividos y que irradie de
todo su comportamiento. Su preocupación primordial será, pues, la de
adecuar su propia vida espiritual a aquello que él enseña, cultivando la
oración, la meditación de la palabra de Dios, la fidelidad en el propio
cumplimiento del deber, la caridad para con los hermanos indigentes, la
esperanza de los bienes eternos (Card. Giovanni Colombo).
En este camino es donde me acerco a ti para estar juntos
delante del Señor, de la Iglesia, ante nosotros mismos, en el
silencio y en la meditación, antes de anunciar la Palabra de Dios.
Solamente de esta manera es posible llegar a descubrir la
propia identidad de catequistas, que es un don antes que un
compromiso, una.vocación antes que una opción personal, una
respuesta de fe antes que un simple servicio de promoción
humana.
Puedes, sobre todo, releer en profundidad tu tarea catequistica,
captarla en sus aspectos esenciales y especificos; adquirir un
nuevo modo de relacionarte con los muchachos y formarte una
imagen de ellos a la luz de Dios.
De hecho, el catequista acierta a dar con las respuestas de fe
tan sólo cuando él en persona se pone con frecuencia a la
escucha de la Palabra, la medita con sincera humildad y vive con
entusiasmo su ministerio, redescubriéndolo de continuo de una
manera nueva y gozosa.
Este es el propósito que tiene que guiarte a lo largo de los tres
itinerarios propuestos: bíblico, teológico y eclesial, para una
relectura espiritual de tu servicio catequético.
Te recomiendo evitar la tentación de la prisa. Detente más de
una vez, ya que no se trata de lecciones, sino de sugerencias para
la meditación personal o de grupo.
Por ello, no busques aquí normas o métodos, sino tan sólo tu
identidad de catequista a la luz de la palabra de Dios en la Iglesia
actual. Advertirás que el lenguaje empleado, en los momentos de
mayor intensidad, te interpela de una manera directa, a fin de que
no te evadas de la provocación que te supone.
Podrás vivir esta experiencia solo o en grupo, durante un curso
de formación espiritual o en retiros para catequistas.
Eso si, es necesario que recuperes la conciencia de la
importancia básica de la vida de comunión con Dios, a fin de
cumplir con fidelidad tu servicio de la Palabra, que es un ministerio
de gracia y exige competencia y santidad.
Te deseo que el Espiritu del Señor te acompañe en las
reflexiones que puedan sugerirte estas páginas, a fin de llegar a
hacerte cada día más y más «catequista».
GAETANO GATTI
ABREVIATURAS
Aquí tienes una lista de documentos que un catequista debe
conacer y meditar si es que ha de ser fiel a su ministerio. Como
son usados con frecuencia, los citaremos con las abreviaturas
indicadas a continuación. Te son ofrecidos por la Iglesia para que
te conviertas en un auténtico «portavoz» de ella. Es necesario
remitirse a ellos si se quieren profundkar las reflexiones sugeridas
en este libro.
DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II
AA=Apostolicam actuositatem, decreto sobre el apostolado de
los seglares.
AG=Ad gentes, decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia.
GS=Gaudium et spes, constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual.
LG=Lumen gentium, constitución dogmática sobre la Iglesia.
PO=Presbyterorum ordinis, decreto sobre el ministerio y la vida
sacerdotal.
DOCUMENTOS DE LA SANTA SEDE QUE INTERESAN A LOS
CATEQUISTAS
DCG=Directorio catequético general, de la congregación para el
clero (1971).
EN=Evangelii nuntiandi, exhortación apostólica de Pablo VI sobre
la evangelización en el mundo contemporáneo (1975).
GD=Gaudete in Domino, exhortación apostólica de Pablo VI
(1975).
MSPD=Mensaje del sínodo al pueblo de Dios (1977).
DOCUMENTOS DE LA IGLESIA ITALIANA
EM=Evangelizzazione e ministeri, documento pastoral del
episcopado italiano (1977).
ESM=Evangelizzazione e sacramento del matrimonio, documento
pastoral del episcopado italiano (1975).
CdB=Catechismo dei bambini (1973).
CdF= Catechismo dei fanciulli: «Io sono con voi»s (1974); 2.
«Venite con me» (1975); 3. «Sarete miei testimoni» (1976).
ICF=Iniziazione cristiana dei fanciulli, subsidio de pastoral
catequética, a cargo de UCN (1977).
PSM=Preparazione al sacerdocio ministeriale, orientaciones y
normas de la Cei para la preparación al sacerdocio ministerial
(1972).
RdC=Rinnovamento della catechesi: aparece el último en la lista,
pero será el mas citado en este libro, porque se trata del
«documento basico» que el episcopado ha dado a la Iglesia
italiana (1970) para que en él se inspire toda pastoral catequetica
de nuestras comunidades.
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ITINERARIO BIBLICO
LOS CATEQUISTAS:
SERVIDORES DE LA PALABRA
EL MINISTERIO
CATEQUETICO
Está en uso hoy en día un nuevo lenguaje para definir la obra
del catequista. Se dice de él que desempeña un «ministerio de
hecho» (EM 67) en la comunidad cristiana, dado que es un
servidor de la Palabra. «Ministerio catequético»: ¿un término
diverso para expresar las ideas acostumbradas?
Vistas las cosas de una manera superficial, podría parece así,
dado que en la catequesis, al menos exteriormente, no ha
cambiado nada: un grupo de muchachos... un manual... unos
medios y tú mismo..
La novedad tiene que ser descubierta toda ella dentro de las
relaciones que el catequista es invitado a asumir en la
confrontación con la Palabra de Dios que anuncia; dentro de la
comunidad cristiana en la que actúa; dentro del misterio de Cristo
que hace presente con su servicio; del Espiritu Santo que le ha
llamado a desempeñar esta misión en medio de los muchachos.
De este entramado de relaciones es de donde arranca el primer
itinerario de fe de carácter bíblico que te lleva a redescubrir de un
modo nuevo, comprometedor, pero fascinante, tu tarea de
catequista como un «ministerio» dimanante de una vocación que
hay que vivir dentro de la corresponsabilidad eclesial, con
«sencillez de vida, espiritu de oración, caridad para con todos y
especialmente para con los pequeños y los pobres, obediencia y
humildad, desprendimiento de nosotros mismos y espíritu de
renuncia. Sin esta contraseña de santidad, nuestra palabra
dificilmente se abrirá camino en el corazón del hombre
contemporáneo, sino que corre el peligro de resultar vana e
infecunda», (EN 76).
UN MODO «NUEVO»
DE SER CATEQUISTA
Hay el peligro, en la tarea catequética, de materializar las
relaciones en términos de cosas que poner en práctica, de
técnicas que aplicar, de contenidos que proponer, de plazos que
respetar, sin implicar suficientemente en el empeño las actitudes
interiores del catequista.
De no percatarte de esto, tu servicio se verá privado de una
eficacia significativa, que nace del convencimiento de estar
ejercitando un ministerio orientado al crecimiento en la fe de los
muchachos, a fin de que éstos lleguen a alcanzar la estatura de
Cristo, establecida por el Espíritu Santo, que «es el agente
principal de la evangelización; él es quien impulsa a anunciar el
evangelio y quien, en la intimidad de las conciencias, hace acoger
y comprender la palabra de la salvación» (EN 75).
De aquí es de donde dimanan los criterios de actuación, los
motivos, el fin, el método y la misma pedagogía que caracterizan la
originalidad del servicio catequético en la Iglesia.
Recuperas ante todo la identidad de servidor de la Palabra
(Hech 1,2) en el Espiritu, en virtud de una vocación que te es
concedida como un don por el bautismo y la confirmación y que tu
condición actual de casado, célibe, religioso. . perfecciona
ulteriormente con la gracia.
Descubres el sentido de la corresponsabilidad que te pone al
servicio de la Iglesia, no en solitario, sino juntamente con otros,
dependiente y necesitado del testimonio de toda la comunidad (cf.
EN 60).
Te sientes anunciador de Cristo salvador, introduciendo a los
muchachos de hoy en día en la participación de un misterio de
muerte y resurrección, de sacrificio y de alegría, que encuentra su
más alta expresión en las celebraciones litúrgicas.
Es una relectura nueva del acto de la catequesis, en la que las
relaciones de fe animan los contactos pedagógicos, la pertenencia
eclesial dirige la dinámica de los encuentros y el horizonte de la
historia de la salvación se convierte en la referencia obligada de tu
servicio de la Palabra.
Podrá parecerte que te alejas de los problemas, de los
interrogantes, de las dificultades, de las incertidumbres vinculadas
al «dar catecismo». Créeme, es menester conquistar esta
perspectiva que te acerca en la fe a la Palabra de Dios, a tu grupo
y... a ti mismo delante del Señor.
Efectivamente, mientras trazas para tus muchachos un itinerario
de crecimiento en el amor de Cristo, no puedes separarte del
camino que ellos recorren, sino que debes avanzar a una con ellos
en el redescubrimiento de la originalidad cristiana, es decir, en
hacerse en el mundo de hoy signos vivientes del «santo servidor
Jesús» (Hech 4,27) con miras a la construcción de una Iglesia
ministerial.
Se requiere por consiguiente, de parte del catequista, «una
solida y permanente formación espiritual» (ICF 87), ya que
«solamente quien está en una profunda comunión con el Espíritu
Santo puede convertirse en anunciador del mensaje que vive»
(ibid).
I
SER CATEQUISTA ES UNA VOCACION
CATI/VOCACION MIRIO-CATEQUISTICO:
«No me escogisteis vosotros a Mi, sino que Yo os escogí a
vosotros» (Jn 15,16)
¿Por qué te has hecho catequista? Es posible que no sepas dar
una respuesta inmediata a esta pregunta. Si reflexionas y tratas de
reconstruir el entramado de las circunstancias, a veces fortuitas, de
las situaciones imprevistas, o de los encuentros ocasionales de los
que ha brotado tu opción de poner manos a la obra catequética, te
quedas desconcertado.
¿Ha sido una invitación... una toma de conciencia de tu
condición de creyente a fondo... una propuesta... un testimonio...
un deseo de comprometerte con la comunidad cristiana?...
No lo sé; tal vez ni siquiera tú mismo lo sepas. Todo esto, visto
de un modo superficial, puede parecer que haya sucedido así, casi
como por casualidad... Pero en realidad nada, a los ojos de Dios,
ocurre por casualidad. Sobre todo cuando él escoge a sus
colaboradores inmediatos, como lo es todo catequista. ¡Seria una
decisión irresponsable!
Jesús pasa una noche en oración antes de llamar a sus
discípulos: «Subió al monte a hacer oración», (Lc 6,13). En otra
ocasión les afirma: «No me escogisteis vosotros a mi, sino que yo
os escogí a vosotros» (Jn 15,16).
Ha sido el Señor quien ha entretejido la sabia trama de
circunstancias en la que, en momentos diversos, te hacia saber su
llamamiento.
Tú no te percatabas, pero él es siempre el primero en actuar;
nos precede, nos sorprende con sus gratuitas iniciativas que,
juntas todas en uno, constituyen nuestra vocación.
Has acogido su propuesta: ¡ya eres catequista!
Pero que no sea la tuya una acogida resignada a una invitación
que te llega acaso de un sacerdote, al que no pudiste decir que
«no» porque su demanda tenía el tono de la súplica y el acento de
la urgencia. Es necesario redescubrir el sentido de un gesto que
tal vez te haya pasado inadvertido en su importancia y en su
profundidad.
¿No te has preguntado nunca por qué no ha llamado a otros?
Con un asombro unido al sentido de la sorpresa, de la gratitud, de
la responsabilidad, observa el evangelista Marcos: «Llamando a los
que quiso, vinieron a él»' (Mc 3,13).
Es importante volver al origen de este llamamiento que te ha sido
dirigido también a ti, reconstruirlo, volverlo a escuchar de nuevo
como la primera vez para responder hay como ayer, más aún,
mejor que ayer, con tu «si»' gozoso a la invitación del Señor que te
envía a anunciar su Palabra.
1. LLAMADOS PERSONALMENTE
A ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS
VOCA/CR CR/VOCACION: Hay una manera equivocada de
entender la vocación que consiste en identificarla con elementos y
aspectos extraordinarios, excluyendo todo lo que puede ser
ocasional y cotidiano.
La vocación, que está en el comienzo del ministerio catequético,
es algo que pertenece al género de lo extraordinario por ser «don
y gracia del Espiritu Santo» (EM 68), sin que esto implique
manifestación exterior excepcional alguna.
La vocación es siempre un gesto de predilección.
FE/V-ORDINARIA D/PROVIDENCIA MIRADA/FE J/LLAMADAS:
Efectivamente, lo extraordinario hay que descubrirlo en la intimidad
de las relaciones que el Señor establece contigo. Por desgracia,
«nuestra mayor limitación es la de no acertar a ver las cosas
extraordinarias por la sencilla razón de que se nos presentan de un
modo familiar» (·Teilhard-de-Chardin). Es necesaria la mirada de
la fe que nos permite descubrir a Dios actuando en medio de
nosotros. Por lo demás, el modo como Jesucristo mismo llama a los
apóstoles y a los discípulos no tiene nada de excepcional. Invita a
Juan y a Andrés a seguirle mientras éstos van de camino: «Venid y
veréis» (Jn 1,39; llama a Mateo mientras éste se encuentra en su
mesa de trabajo: «Sigueme» (Mc 2,14); a Pedro mientras se afana
en arreglar las redes de pesca: «No temas: de ahora en adelante
serás pescador de hombres» (Lc 5,11). Las situaciones cotidianas
se convierten en el lugar en que resuena la palabra del Señor y
donde los discipulos acogen su propuesta. Algo semejante,
aunque en un tono diverso, ha ocurrido también en tu propia vida,
constituyendo el comienzo de la historia de tu vocación
catequética. El redescubrirlo en la fe te ayuda a sentirte de
continuo un llamado, un escogido, y te responsabiliza cada vez
más.
Consagrado por Cristo (RdC 185)
CR/PROFETA: La vocación del catequista nace y se precisa
dentro de la llamada sacramental, en la que encuentra su
fundamento el ejercicio del ministerio de la Palabra. Aquí es donde
el Señor invita, cita, otorga sus dones, envia en misión.
«La vocación profética de cada uno de los miembros del pueblo de
Dios tiene su origen en la consagración bautismal a Cristo; se desarrolla
y se especifica, a través de los otros sacramentos, en ministerios
diversos...» (RdC 197). Por tanto, «todo cristiano es responsable de la
Palabra de Dios según su vocación y sus circunstancias vitales... Es una
responsabilidad enraizada en la vocación cristiana. Brota del bautismo;
es solemnemente vigorizada en la confirmación; se califica de maneras
singulares con el matrimonio y con la ordenación sagrada; se sostiene
con la Eucaristía» (RdC 183).
La responsabilidad de la Palabra en el pueblo de Dios, es, pues,
conferida a cada uno por el Espiritu según la propia vocación.
En esta perspectiva tu llamamiento no tiene, pues, que ser
entendido como un encargo ocasional, sino que proviene ante todo
de la situación inherente a tu estado de vida en la comunidad
cristiana como bautizado, confirmado, desposado, célibe...
Es, por consiguiente, una consagración de toda la persona, a la
que Dios mismo provee con la gracia sacramental haciendo
madurar en el cristiano «al catequista». Estás efectivamente
comprometido a hacer patente la proclamación de la fe en
correlación con tu experiencia de vida, a fin de que la salvación se
haga realidad y sea proclamada también a los demás.
El llamamiento al ministerio catequetico no es una
«super-vocación», añadida desde fuera, sino un modo concreto y
específico de responder en la comunidad a la invitación del Señor.
«El catequista es consagrado y enviado por Cristo y puede tener su
confianza puesta en esta gracia: mas aún, debe solicitar la abundancia
de la misma, a fin de hacerse en el Espíritu instrumento adecuado de la
benevolencia del Padre (RdC 185).
La consagración al ministerio catequetico es para ti una garantía
de auxilios y de gracia que debes invocar con fe y con fervor en la
oración incesante al Espiritu Santo (EN 75).
Enviado por el Espíritu para la comunidad
El ministerio de la Palabra nace de una vocación especifica que
el Espiritu suscita en la comunidad y para la comunidad.
De hecho, todo «ministerio es un servicio puramente eclesial en
su esencia y en su finalidad» (EM 68). Aquel que libremente acoge
el ministerio de la Palabra, recibe también los dones adecuados
para poder desempeñar eficazmente dicho servicio dentro de la
Iglesia. La vocación no es nunca genérica, sino que se halla
situada en relación con toda la comunidad, donde adquiere sus
contornos específicos y sus matices originales. Cada cual
descubre, por lo mismo, el sentido de la corresponsabilidad conexa
a la llamada del Espiritu dentro de la comunión eclesial. Los
ministerios, efectivamente, son dones que el Señor hace a la
Iglesia.
«El dio a unos ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y doctores... para la edificación del Cuerpo de Cristo» (Ef
4,11-12).
El ámbito del ejercicio de la vocación catequética es parte misma
de la llamada del Espíritu y no un simple corolario exterior. El Señor
te envía efectivamente a anunciar su Palabra dentro de un
ambiente preciso, a un determinado grupo, con una finalidad bien
concreta. Al irte haciendo cada vez más dócil a la acción del
Espíritu (RdC 40), te será posible ir descubriendo este proyecto
que él tiene sobre ti. Es cierto que no solamente tú eres un
llamado, sino que también tus muchachos, en la catequesis, son
llamados a escuchar, en tu voz, la Palabra de Dios.
Por consiguiente, tu vocación se extiende también al grupo de
catecismo que el Espíritu ha escogido precisamente para ti, para
que, en la fe y en el amor, construyas en él la Iglesia.
El encuentro habitual con tus muchachos debe hacerte cada vez
más consciente de los dones que el Señor, a través de tu voz y de
tus gestos, quiere comunicarles a ellos.
En un determinado sentido te conviertes en el mediador único e
insustituible de los mismos, en aquel momento y en aquel
determinado ambiente.
El reconocimiento de la Iglesia
El catequista, para poder desempeñar el servicio de la Palabra,
tiene necesidad de la fe de la comunidad, que reconoce en él los
dones del Espiritu. Es efectivamente la Iglesia la que descubre su
propio misterio en las palabras y en la vida de uno de sus
miembros, le aprueba y le otorga el consentimiento para el ejercicio
del ministerio catequistico (cf. RdC 197).
La falta de catequistas no hay que achacarla a la carencia de
instituciones o a defectos organizativos, sino que, ante todo, hay
que atribuirla a una profunda crisis de fe de la comunidad entera,
que no sabe vislumbrar en ella el «paso» del Espiritu.
La Iglesia local, bajo la gula del Espiritu y la dirección de sus
responsables, no crea ministerio alguno, sino que lo descubre, lo
hace visible, a fin de que cada cual pueda asumir la propia
responsabilidad en la construcción del Reino de Dios. El
catequista, por su parte, al acoger la propuesta que le llega a
través de la comunidad, responde a la invitación del Espiritu.
«Los pastores tienen autoridad para reconocer y alimentar la vocación
de cada cual, así como también para asignar tareas especificas en el
servicio a la comunidad. Toda mision catequética se ve de esta manera
robustecida también por la llamada que, de diversas maneras, lanzan los
pastores para asociar a todos a su ministerio apostólico: en los encargos
que el obispo y el párroco confien, es posible siempre percibir el mandato
que, reconociendo los dones del Señor, los pastores confíen en su
nombre a los fieles para confirmar su mision» (RdC I 97).
Tu servicio catequetico es una expresión de la fe de tu
comunidad en el Espiritu, que no la abandona nunca, sino que
continuamente la renueva con sus dones. Te conviertes por tanto,
ante tus muchachos, en un signo de la confianza de la Iglesia.
2. UNA VOCACION QUE ES GRACIA
Y DON DEL ESPIRITU SANTO
Puede suceder que el catequista, en el ejercicio de su ministerio,
sobre todo frente a las dificultades, experimente incomodidad y
turbación y conozca el peso y la fatiga del compromiso que ha
aceptado.
Incurre fácilmente entonces en el riesgo de vivir su vocación tan
sólo con un profundo sentido del deber y de la responsabilidad
asumida ante la Iglesia, el grupo de los muchachos y sus familias,
hasta el punto de perder de vista una dimensión importante de su
servicio, es decir, el sentido de la gratuidad y de la predilección.
Ser catequista es una gracia y un don, ya que tu opcion no está
vinculada a mérito particular alguno, sino únicamente al misterio de
la llamada del Espiritu.
CATI/VOCACION: La vocación catequética es, por encima de
todo, un don que te sorprende, te maravilla y te invita a orar como
la Virgen ante el anuncio del ángel: «Engrandece mi alma al Señor
y se alegra mi espirita en Dios, mi salvador; porque ha puesto los
ojos en la humildad de su sierva» (Lc 1,47).
El servicio a la Palabra, por su propia naturaleza, es siempre
superior a las fuerzas humanas, razón por la cual es desempeñado
siempre en la gracia del Señor.
Un ministerio de hecho
MIRIO-DE-HECHO: La vocación del catequista se perfila a partir
de la comunidad cristiana, en la que es invitado a desempeñar un
ministerio específico. Dicho ministerio es conferido a través de su
designación e implica un servicio que hay que realizar en la Iglesia
de un modo suficientemente estable.
En la comunidad ese encuentran los llamados ministerios de hecho,
es decir, aquellos ministerios que, sin titulo oficial alguno, desempeñan,
en la praxis pastoral, constantes y consistentes servicios público a la
Iglesia.... «Uno de los ejemplos más evidentes es el de los catequistas,
que se encuentra entre los más florecientes en no pocas iglesias locales.
(EM 67).
El catequista, por consiguiente, desempeña en la comunidad el
ministerio de Cristo, que con la palabra convoca a los niños y los
reúne para anunciarles la «buena nueva» del amor del Padre.
Tiene un papel propio e insustituible en orden a lograr que la
Iglesia, en cuanto tal, pueda realizar y llevar a termino su misión de
proclamar la Palabra de Dios
La comunidad cristiana tiene necesidad de que tú ejercites el
ministerio catequetico que te ha sido conferido como un don por el
Espiritu.
Los seglares tienen que adquirir esta conciencia, que no proviene del
hecho de constatar la necesidad de prolongar los brazos del sacerdote,
el cual no puede llegar a todos los ambientes ni atender a todas las
tareas. Proviene de algo mas profundo y más esencial: Proviene del
hecho mismo de ser cristiano» (Pablo VI).
La «gracia de la Palabra»
VOCA-CATECA/ORIGEN MIRIO-DE-LA-PALABRA: El servicio a
la Palabra que el catequista desempeña es un modo de expresar la
propia pertenencia activa y responsable a la comunidad cristiana.
En esta proclama él haber recibido la gracia de la Palabra (RdC
182) como un don que compartir con todos para poder reconocer y
alabar al Señor, que lleva a cabo tales cosas en medio de su
pueblo.
El desempeñar la tarea catequética nace sobre todo de la
necesidad de manifestar a los demas el don recibido y no de
motivaciones humanas. A diferencia de lo que ocurre en las
relaciones entre las personas, en las que es posible la reciprocidad
del favor, cuando se trata de Dios no existe reciprocidad alguna.
MIRIO/GRACIA-DON: Aquí todo es don, solamente don y
siempre don, aun despues de haber desempeñado un ministerio.
Pero, sobre todo, el servicio de la Palabra es «gracia», ya que
expresa el máximo de confianza que el Señor te otorga cada vez
que te encuentras con tu grupo en la tarea eatequétiea. Por eso
mismo estás en deuda para con quien te ha enviado a anunciar su
mensaje a los muchachos. Al igual que el apóstol Pablo, también
tu vives esta experiencia saboreando en el espíritu un profundo
sentimiento de gratitud: «Doy gracias al que me dio fuerzas, a
Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno de
confianza al colocarme en el ministerio» (1 Tim 1,12). Adviertes en
ti mismo el ansia de ser hallado digno de esta vocación (Ef 4,1).
La acogida de fe
La actitud del catequista respecto a la llamada del Señor, más
que una decisión, es una respuesta de fe a la inivitación del
Espiritu que la ha precedido. Aceptar el ministerio catequetico
equivale a acoger en la propia existencia al santo «siervo
Jesucristo» (Hech 4,27), convertirse en discípulos suyos, es decir,
compartir su proyecto de vida, seguir su camino y encontrar en el,
promulgador de la Palabra del Padre, el modelo de práctica del
ministerio catequético. Sin convertirte en amigo suyo no te es
posible ser fiel al don recibido. De hecho, lo que capacita a los
apóstoles para el ministerio de la Palabra es la vida de comunión
con Jesucristo, es decir, el haber vivido con el (Hech 2,13), haber
comido y bebido con él (Hech 10,3941), el haber trabado con él
unas relaciones de familiaridad y de confianza recíproca. Son
condiciones indispensables. Como catequista no eres llamado ante
todo a responder a la invitación de Jesús: «Id y enseñad a todas
las gentes» (Mt 28,18), sino a acoger con fe y con amor su
invitación: «Venid y veréis'' (Jn 1,39), es decir, a permanecer con él
en la oración, en la meditación, en el silencio y en la experiencia de
la vida eucarística.
Del hecho de convertirte en discípulo de Cristo y, por
consiguiente, del hecho de escogerle a él como persona con la
que compartir tu propia vida, es de donde arranca la progresiva
maduración de tu respuesta de fe a la vocación catequética.
3. EL CATEQUISTA,
«PROFETA» EN LA IGLESIA
CATI/PROFETA: La identidad del catequista en la Iglesia es muy
semejante a la figura del profeta, hasta el punto de que ésta
permite reconstruir aproximadamente algunos de los rasgos
importantes de la fisonomía espiritual del ministerio de la Palabra.
Se sigue de aquí una mayor conciencia de estar desempeñando
en la comunidad cristiana un servicio que te sitúa en la linea de los
profetas y, por consiguiente, dentro de la historia de la salvación,
que hoy día se lleva a cabo tambien por obra y gracia de tu tarea
catequética.
«Mira que pongo mis palabras en tu boca» (Jer 1,8)
Ante el llamamiento de Dios a desempeñar el ministerio de la
Palabra, el catequista puede compartir, como los profetas, un
sentimiento profundo y sincero de incapacidad, de insuficiencia,
que le asalta casi con idéntico acento.
No me van a creer ni van a escuchar mi voz» (Ex 4,1).
¡No sé hablar, pues soy muchacho» (Jer 1,6).
¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy hombre de labios impuros! (Is
6,5).
Es el comportamiento característico de quien supone que ha de
desempeñar por sí solo el ministerio que le ha sido conferido,
partiendo de las propias fuerzas, lo cual le hace ver una serie de
limitaciones que en un primer momento le inducen a declinar la
invitación.
Tal verificación es, por el contrario, un componente
indispensable de tu misión catequetica, la cual, como la del profeta,
nace de la conciencia de hablar «en nombre de otro», de anunciar
palabras que no te pertenecen, porque son de Dios.
De hecho, él mismo crea al profeta con algunos gestos
simbólicos: purifica con fuego sus labios (Is 6,5-7; Jer 1,8), le
permite asistir al «consejo del Señor» (Jer 23,18) y lo introduce en
la corte celeste (Ez 1,26-28).
Es un conjunto de signos que expresan la familiaridad que Dios
mantiene con aquellos a quienes envia a anunciar su Palabra.
«Dios no hace nada sin revelar su secreto a sus siervos, los profetas»
(Amós 3,7).
Idénticas perspectivas se encuentran en el evangelio. Es Jesús
quien, a diferencia de los rabinos de la época, llama
personalmente a los discípulos, siendo así que, de ordinario, eran
los discípulos los que buscaban al maestro (Mc 1,14-20; 2,13-17;
8,27-38).
Jesus conversa con ellos como un «rabino», establesiendo con
ellos unas relaciones familiares y afectuosas que eliminan toda
distancia. Les tranquiliza diciendo que en los momentos dificiles no
deben preocuparse de lo que han de decir, porque será el Espiritu
quien hablará en ellos
«No os preocupe cómo o qué hablaréis; porque se os dará en aquella
hora lo que debéis decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el
Espiritu de vuestro Padre el que hable por vosotros» (Mt 10,19-20).
San Agustín comenta a propósito de esto:
«Si el Espiritu Santo habla en aquellos que, por Cristo, son entregados
a sus perseguidores, ¿por qué no habría de hablar en aquellos que
entregan a Cristo a sus oyentes?».
«En el nombre y con la gracia de Cristo Salvador» (EN 59)
Eres un enviado en el nombre de Cristo, es decir, un
representante suyo, no en el sentido puramente jurídico de quien
está en el lugar de otro y se halla habilitado para sustituirle.
El termino «enviado» expresa una realidad de comunión
profunda en el lenguaje hebreo. Indica efectivamente que el
enviado de un hombre es como otro él en persona. Tal aspecto
está vivo en las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos:
«Como el Padre me ha enviado a mí, así os envío yo a vosotros»
(Jn 27,18-21).
Los profetas eran profundamente conscientes de ser enviados,
es decir, mensajeros de Dios, y lo expresan con la fórmula habitual
con que introducen sus proposiciones: «Palabra de Dios»,
«Oráculo del Señor'> (Jer 28,1-2; 15-16; 1 Re 22,11; Ez 13,1).
Es un modo de autentificar el anuncio, pero sobre todo es
referirlo a aquél que es su autor y su fiador.
El catequista, a diferencia de los profetas, no habla tan sólo en
nombre de otro, sino que con su propia persona, con sus palabras
y sus gestos, hace Presente a Jesucristo. En un cierto sentido se
convierte él mismo en la primera encarnación de la Palabra de Dios
ante los muchachos. Por este motivo, sólo en la medida en que
tratas de identificarte con Cristo con tu propia vida, te conviertes
en un auténtico portavoz suyo, porque tu palabra puede ser
verdaderamente la «suya».
«Tu eres mi siervo, en el que manifestaré mi gloria» (Is
49,3)
A través de la palabra y la vida del profeta, Dios manifiesta su
gloria, es decir, su presencia y su acción de salvacion en medio del
pueblo. Por eso el silencio de los profetas es concebido como una
señal de lejanía de Dios y uno de los castigos más temidos.
También hoy tu servicio de la Palabra se propone revelar a los
niños la gloria de Dios, es decir, su misterio de amor tal como se ha
manifestado en Jesucristo. De lo cual se sigue que, antes de
insistir en la respuesta humana que puede brotar del encuentro
con el Señor, es necesario subrayar aún más la voluntad y el
deseo de Dios de dar a conocer su gloria, es decir, de entrar en
comunión de vida con toda persona. El reconocimiento de la
proximidad del Señor en la existencia de tus muchachos se
convierte en un motivo de alabanza, que se expresa ya en la
oración durante el encuentro catequético y está destinada a
prolongarse en la asamblea litúrgica.
De esta manera, el ministerio de la Palabra tiene también una
función cultual y constituye un ejercicio del sacerdocio universal de
los seglares. Es un aspecto de tu misión catequética que acentúa
ulteriormente la importancia de tu ministerio como iniciación
permanente de los niños a la participación litúrgica.
PARA LA ORACION
Sea cual sea mi edad, te seguiré,
como los obreros que fuiste a buscar a la plaza,
a todas las horas,
para que trabajasen en tu campo
Te seguiré
aun cuando el mundo no comprenda
y a veces desprecie
a quien se entrega completamente a ti.
Te seguiré
para realizar la obra que tú has comenzado
y quieres que nosotros, miembros tuyos,
llevemos a buen término.
Te seguiré
con la prontitud de Pedro y de Andres,
de Santiago y de Juan,
los cuales, dejadas las redes y a su padre,
se consagraron irrevocablemente
a ti y a tu tarea.
Te seguiré
y no buscaré otro premio
que tú y tu amor, Dios mio. Amén.
* * *
Tú me llamas, Señor,
y yo tengo miedo de pronunciar el sí.
Me quieres y yo trato de escaparme.
Me pides que te permita adueñarte de mí y yo me niego.
De este modo no llego a entender qué es lo que quieres de mi.
Tú esperas el don completo: esto es cierto.
Y yo tal vez estoy dispuesto a darlo,
dentro de los limites de mis posibilidades.
Tu gracia me empuja desde dentro,
y entonces todo me parece fácil.
Pero bien pronto me recobro, dudo,
apenas me percato de qué es a lo que debo renunciar
y de lo dolorosa que es la ruptura definitiva.
¡Oh Señor, dame fuerza para no negarme!
Ilumíname en la elección de lo que quieres.
Estoy dispuesto.
(J. Lebrel)
GAETANO
GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs. 11-36