CATECUMENADO 73 
 


EL PURGATORIO:
LA MADUREZ LOGRADA DESPUÉS DE LA MUERTE




OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Presentar el purgatorio, no como un infierno en pequeño, sino como un proceso necesario para que el creyente, aún inmaduro, pueda llegar a su plenitud humana, según el plan de Dios. 

84. Inmadurez permanente 
Tenemos ansias de ser mejores. Lo necesitamos. Es como una sed de 
dignidad y de plenitud personal. Sin embargo, la vida diaria nos muestra 
que esa profunda aspiración difícilmente queda satisfecha. Nuestras 
debilidades, nuestros límites, nuestros defectos, nos hacen experimentar 
la inmadurez que todavía tenemos y que no hemos logrado superar (94). 


85. Tensión inquietante 
Para el creyente, deseoso de encontrarse con Dios en una conversión 
cada vez más plena, la experiencia de su pecado le provoca una tensión, 
que le inquieta y le hace exclamar como a Pablo: «Realmente, mi 
proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo 
que aborrezco... En efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no 
el realizarlo... ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me 
lleva a la muerte?» (Rm/07/15-24) (95). 

86. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial» 
A pesar de su inmadurez, el creyente no deja de escuchar las palabras 
de Jesús: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» 
(Mt 5, 8). Y también: «Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es 
perfecto» (Mt 5, 48). Esta llamada a la perfección y a la limpieza de 
corazón contrasta con la impureza y la inmadurez del hombre (96). 

87. «¿Quién subirá al monte del Señor?»... 
Todos estamos llamados a encontrarnos con Dios, a contemplar su 
rostro: «Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos 
cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado, entonces podré conocer 
como Dios me conoce» (1 Co 13, 1 2). Sin embargo, ¿cómo llega a 
contemplar el rostro de Dios, cómo verle cara a cara, desde nuestra 
debilidad? «¿Quién subirá al monte del Señor...?» (Sal 23, 3) (97). 

88. Isaías reconoce su condición pecadora y es purificado 
El profeta Isaías, ante la presencia de la santidad de Dios, experimenta 
su perdición por su condición pecadora: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo 
hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios 
impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos» 
(Is/06/05-07). No obstante, por la acción de Dios, el profeta es 
transformado y purificado, como el oro por el fuego en el crisol: «Voló 
hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había 
cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: 
esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu 
pecado» (Is 6, 6-7) (98). 

89. El justo, sorprendido por la muerte sin la madurez y limpieza 
requeridas, necesita de una purificación DIFUNTOS/SUFRAGIOS 

Puede ocurrir que al justo lo sorprenda la muerte sin la madurez y 
limpieza de corazón requerida para entrar inmediatamente en la vida 
eterna. Sabemos por la Biblia que sólo los sin mancha, los limpios de 
corazón, verán a Dios (Is 35, 8; 52, 1; Mt 5, 8; Ap 21, 27). La Iglesia cree 
que, en este caso, el justo habrá de pasar, después de su muerte, por 
una purificación definitiva que lo prepare para poder vivir en la inmediata 
cercanía de Dios. La Iglesia, siguiendo la práctica anterior de los tiempos 
del Antiguo Testamento, ha orado siempre por los difuntos: esta oración 
estuvo siempre animada por su fe en la purificación de los justos 
necesitados de ella después de su muerte y su doctrina de la purificación 
ratificó esa constante práctica de la oración (99). 

90. Práctica de la oración por los difuntos en el Antiguo Testamento 
El texto del segundo libro de los Macabeos (/2M/12/40-46) constituye 
uno de los pasajes clásicos de la Escritura en este tema. En los 
cadáveres de los soldados israelitas, muertos en defensa de su patria, 
se encuentran objetos del culto idolátrico, cuya posesión estaba 
severamente prohibida por la Ley. No obstante, Judas hace una colecta, 
con cuyo producto manda ofrecer un sacrificio por el pecado en el templo 
de Jerusalén. Estamos aquí ante la práctica de una oración por los 
difuntos, en la que se supone la posibilidad de una purificación posterior 
a la muerte (100). 

91. En la Iglesia apostólica La segunda carta a Timoteo (1, 16-18) 
contiene una oración de Pablo en favor de un cristiano, Onesíforo, que le 
ayudó en momentos difíciles y que ha muerto: «Concédale el Señor 
encontrar misericordia ante el Señor aquel Día.» La legitimidad de los 
sufragios por los difuntos está garantizada por un uso que se remonta al 
judaísmo precristiano (2 M 12) y que la Iglesia apostólica conoció y 
practicó. La tradición más antigua contiene abundantes testimonios de 
oraciones litúrgicas o privadas por los difuntos: indicaciones en este 
sentido se encuentran en las catacumbas y cementerios cristianos. El 
ejemplo más conocido es el célebre epitafio de Abercio, al final del cual 
se lee: "quien comprende y está de acuerdo con estas cosas, ruegue por 
Abercio". Tertuliano en el siglo III comenta la costumbre de celebrar el 
aniversario de los difuntos con «oblaciones», esto es, con una acción 
litúrgica. San Efrén recomienda a los hermanos que recuerden su 
memoria el trigésimo día de su muerte: «pues los muertos son auxiliados 
por la oblación que hacen los vivos» (RJ 741) (101). 

92. Solidaridad eclesial con los difuntos 
Esta oración de los cristianos vivos por los difuntos supone una 
solidaridad eclesial entre los miembros de Cristo que peregrinan en la 
tierra y los que ya han muerto en gracia de Dios. El Concilio Vaticano II 
dice: «La Iglesia de los peregrinos, desde los primeros tiempos, tuvo 
perfecto conocimiento de esta comunión de todo el cuerpo místico de 
Cristo y por eso veneró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y 
ofreció también sufragios por ellos, porque santo y saludable es el 
pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus 
pecados (2 M 12, 46)» (LG 50) (102). 

93. Todos unidos en la comunión de los santos 
Dice también el Concilio: «Así, pues, hasta que el Señor venga 
revestido de su majestad y acompañado de todos sus Ángeles (cfr. Mt 
25, 31), y, destruida la muerte, sean sometidas a El todas las cosas (cfr. 
1 Co 15, 26-27), algunos de entre sus discípulos peregrinan en la tierra; 
otros ya difuntos se purifican; otros son ya glorificados contemplando 
«claramente al mismo Dios, Trino y Uno, tal cual es»; mas todos, aunque 
en grados y formas distintas, estamos unidos en el mismo amor de Dios y 
del prójimo y cantamos el mismo himno de gloria de nuestro Dios. Porque 
todos los que son de Cristo, por tener su Espíritu, se funden formando 
una sola Iglesia y en El se unen entre sí (Cfr. Ef 4, 16). La unión, pues, 
de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, 
de ninguna manera se interrumpe; antes al contrario, según la fe 
perenne de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de bienes 
espirituales» (LG 49) (103). 

94. Oración de San Agustín por su madre (muerta) 
San Agustín tiene en Las Confesiones (IX, 13) esta bella oración por 
su madre, Santa Mónica: «Sanado ya mi corazón de aquella herida (la 
muerte de su madre), derramo ante ti, Dios nuestro, otro género de 
lágrimas muy distintas por aquella tu sierva: las que brotan del espíritu 
conmovido a vista de los peligros que rodean a todo el que muere. 
Porque aun cuando mi madre, vivificada en Cristo, vivió de tal modo que 
tu nombre es alabado por su fe y sus costumbres, no me atrevo a decir 
que no saliese de su boca palabra alguna contra tus mandamientos. Así, 
pues, dejando a un lado sus buenas acciones, por las que te doy 
gracias, te pido ahora perdón por los pecados de mi madre. Oyeme por 
la «Medicina» de nuestras heridas (Cristo), que pendió del leño de la 
cruz y sentado ahora a tu diestra, intercede contigo por nosotros. Yo sé 
que ella obró misericordia y que perdonó de corazón las ofensas a 
quienes le ofendieron; perdónale tú sus deudas, si algunas contrajo 
durante tantos años después de ser bautizada. Perdónala, Señor, 
perdónala. Descanse en paz, pues, con su marido. E inspira, Señor y 
Dios mío, a cuantos leyeren estas cosas, que se acuerden ante tu altar 
de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su esposo, por cuya 
carne me introdujiste en esta vida. Acuérdense con piadoso afecto de los 
que fueron mis padres en esta luz transitoria, mis hermanos ante ti, 
Padre, en el seno de la madre Católica y mis conciudadanos en la 
Jerusalén eterna, por la que suspira tu pueblo peregrinante» (104). 

95. El dogma católico sobre la purificación 
El dogma católico sobre la purificación de quienes se durmieron en el 
Señor fue definido en los Concilios unionistas de Lyón (en 1274; DS 856) 
y Florentino (en 1439; DS 1304). La Iglesia enseña como doctrina de fe: 
a), la existencia de un estado en el que los difuntos son enteramente 
purificados; b) el carácter penal (expiatorio) de este estado; c) la ayuda 
que los sufragios de los vivos presentan a los difuntos. El Concilio de 
Trento alude también al dogma del purgatorio al hablar de la justificación 
(DS 1580) y sale al paso de los rasgos «curiosos o supersticiosos» en 
los que, por desgracia, abundan las representaciones populares (DS 
1820) (105). 

96. No es un infierno en pequeño. «Duermen el sueño de la paz» 
Un modo tan corriente como equivocado de entender el estado de 
purificación o purgatorio es imaginárselo como un infierno en pequeño. 
La liturgia afirma, por lo contrario, que quienes se encuentran en ese 
estado de purificación «duermen el sueño de la paz». Ellos son hijos de 
Dios, están en gracia, esperan con absoluta certeza la vida eterna. Si 
algún término de comparación puede utilizarse para entender el 
purgatorio, el más próximo es, sin duda, la experiencia de los místicos. 
Estos, por su inmadurez y sus manchas, sienten como causa de 
sufrimiento la misma cercanía, asegurada y beatificante, de Dios (106). 

97. Integración de las diversas dimensiones del hombre en la única 
decisión fundamental
El dogma católico de la purificación de quienes durmieron en el Señor 
parece suponer que la libre decisión de la persona en esta vida señala 
fundamentalmente su destino final, pero no tiene por qué alcanzar 
necesariamente todos los estados del ser. como si la rica complejidad del 
hombre se asumiese indefectiblemente, de una vez y durante la 
existencia temporal, en aquella decisión. Esto supuesto, el purgatorio 
puede entonces ser pensado como la integración de las diversas 
dimensiones del hombre en la única decisión fundamental (107). 

98. La purificación, dimensión de juicio 
JUICIO/FUEGO:
La reflexión cristiana sobre el purgatorio ha de considerar más que la 
extensión temporal de ese estado de purificación, su condición de 
experiencia reconciliadora en la intimidad de la persona de quien se 
encuentra con el rostro de llamas y los pies de fuego (Ap 1, 14-15) de 
Cristo juez: la purificación del justo, más allá de las fronteras de la 
muerte, es una consecuencia en dimensión del juicio escatológico y está 
en estrecha conexión con él. El juicio, criba y discernimiento de la vida 
humana en su tiempo de peregrinación, alcanza su punto culminante, 
sometiendo todo lo inmaduro de la existencia temporal a un proceso por 
el que se logra plenamente el hombre nuevo en Cristo. 
Pablo parece referirse a ese proceso en un pasaje de la primera 
epístola a los Corintios, referido a los evangelizadores que edifican la 
Iglesia. Se trata de quienes quedarán a salvo aquel Día, pero pasando a 
través del fuego: «Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner 
otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Encima de ese 
cimiento edifican con oro, plata, piedras o con madera, heno o paja. Lo 
que ha hecho cada uno, saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará; 
porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la 
calidad de cada construcción: si la obra de uno resiste, recibirá su paga; 
si se quema, la perderá; él sí saldrá con vida, pero como quien escapa 
de un incendio» (/1Co/03/10-15) (108). 

99. Por la purificación al premio de los santos: Un hombre nuevo, una 
identidad que nadie conoce 
Por la purificación, si fuera preciso, el creyente es definitivamente 
transformado y renovado hasta llegar a la pureza de corazón necesaria 
para gozar de la vida divina. Con ello el hombre accede a su plenitud 
personal. Se le devuelve a cada uno su verdadero rostro y a cada uno 
se le da una identidad nueva, un nombre nuevo que sólo él conoce. Es el 
premio dado a los santos. Como dice el libro del Apocalipsis: «Le daré 
también una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita un nombre 
nuevo, que nadie conoce, sino el que lo recibe» (/Ap/02/17) (109). 
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TEMA 73 

OBJETIVO: 
PRESENTAR EL PURGATORIO COMO UN PROCESO NECESARIO 
PARA QUE EL HOMBRE AÚN INMADURO, LLEGUE A SU PLENITUD 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión. 
* Lluvia de ideas: interrogantes del grupo en torno al purgatorio. 
* Presentación del tema 73 en sus puntos clave. 
* Diálogo: interrogantes, aspectos nuevos descubiertos. 
* Oración comunitaria: Sal 24, canción apropiada. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Inmadurez permanente. 
* Tensión inquietante. 
* El justo sorprendido por la muerte sin la madurez y limpieza 
requeridas necesita una
purificación. 
* Solidaridad con los difuntos 
* Unidos en la comunión de los santos. 
* Dogma católico. 
* No un infierno en pequeño. 
* Dimensión del juicio. 
* Un nombre nuevo.