CATECUMENADO 59 


EL AMOR HUMANO BAJO EL SIGNO DEL ESPÍRITU


 

OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir la presencia salvadora de Cristo en medio del matrimonio. 

* En virtud de él los esposos cristianos evangelizan. 

141. ¿Fidelidad para siempre? ¿Fecundidad generosa? 
El sacramento del Matrimonio celebra la realidad del amor humano, 
vivido bajo la acción del Espíritu. Su celebración no es sólo un acto de 
sociedad, sino reunión de la Iglesia de Cristo. La alegría de ese 
acontecimiento, decisivo en la vida de los nuevos esposos, es alegría de 
la Iglesia. La comunidad cristiana celebra el cumplimiento gozoso de una 
palabra de fidelidad definitiva («una sola carne») y de fecundidad 
generosa («sed fecundos y multiplicaos»). ¿Será posible este signo en 
medio de un mundo egoísta donde la fidelidad para siempre parece una 
utopía y donde la fecundidad generosa es vivida como un peso (cfr. Gn 
3, 16), como una forma de complicarse la vida? (192). 

142. El amor humano también debe ser redimido 
Según se ha dicho anteriormente (cfr. Temas 25-28), el pecado 
penetra todos los ámbitos de la vida, también en el más íntimo y 
profundo: el hogar humano, la comunidad conyugal y la familia. El 
pecado destruye, disgrega, introduce la división en medio de los 
hombres. Por el pecado, la relación personal de amor queda desvirtuada 
en relaciones instintivas y ciegas, de deseo y dominio, de predominio y 
fuerza: «Tendrás ansia de tu marido y él te dominará» (Gn 3, 16). El 
pecado introduce la contradicción y la incomunicación en el orden de la 
familia y del amor humano. Es, por tanto, un orden que también debe ser 
redimido (193). 

143. Necesidad de la redención, confesión de fe 
En efecto, la comunidad conyugal y familiar debe ser restaurada según 
el proyecto de Dios. El reconocimiento de esto supone ya toda una 
confesión de fe. El relato de Gn 2-3 se aplica a cualquier pareja 
concreta. Según el plan de Dios, marido y mujer están llamados a formar 
«una sola carne»; tal es la figura paradisíaca y original del matrimonio: 
en el principio era así (cfr. Mt 19, 8). El pecado, sin embargo, provoca la 
pérdida de esa figura, la maldición y el desamparo. El relato del Génesis 
muestra la realidad oculta de cada persona, lo que tal vez deja en 
penumbra la felicidad del primer enamoramiento, lo que la convivencia 
matrimonial descubrirá después: el pecado como origen de un 
padecimiento común, arrastrando a la persona más amada al abismo de 
la propia indigencia. El relato del Génesis anuncia la necesidad de la 
redención y ofrece una nueva posibilidad: la restauración y la 
reintegración de la primitiva imagen de Dios en el hombre (194). 

144. Oscurecimiento del amor humano 
Por el pecado humano, la comunidad conyugal y familiar «no brilla en 
todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la 
poligamia; la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras 
deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente 
profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la 
generación» (GS 47). Así aparece el matrimonio desunido, disoluble, 
egoísta (195). 

145. Oscurecimiento del matrimonio como signo cristiano 
El mismo sacramento del Matrimonio se presenta frecuentemente 
oscurecido: se procede al matrimonio con una preparación meramente 
burocrática, haciéndola consistir muchas veces en el solo expediente; se 
presenta el matrimonio como una mera «legalización» de la vida 
conyugal; se le hace consistir exclusivamente en el contrato jurídico sin 
apenas relación a la Alianza; se disocia el sacramento de la vida (cfr. 
Ritual del Matrimonio, [RM] 24) (196). 

146. Matrimonio y mundo secularizado 
El proceso moderno de la secularización, si bien subraya a veces en el 
matrimonio el sentido de responsabilidad y autonomía, supone también 
una ruptura fatal entre el amor humano y la acción de Dios. De este 
modo, la secularización arrastra al matrimonio hacia un mundo exterior 
que está vacío de la gracia de Dios. El matrimonio, con esto, pierde su 
fundamento religioso y el radio de su disolubilidad y separabilidad crece 
proporcionadamente a esta secularización (197). 

147. El matrimonio, en la perspectiva de los designios de Dios 
Frente a todo oscurecimiento, el cristiano sitúa el matrimonio en la 
perspectiva de los designios de Dios: «No está bien que el hombre esté 
solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (G n 2,18). En las 
primeras páginas del Génesis la comunión conyugal entre hombre y 
mujer está llamada a ser una alianza de amor: «Abandonará el hombre a 
su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola 
carne» (Gn 2,24). La misma diversidad y reciprocidad del varón y de la 
mujer, destinados a tal unión son presentadas como una imagen 
expresiva de Dios, Creador de vida: «Y creó Dios al hombre a su imagen; 
a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y 
les dijo Dios: «Creced, multiplicaos» (Gn 1, 27-28) (198). 

148. "Del Señor ha salido este asunto..." 
El matrimonio es una obra de Dios, del que proviene todo amor 
verdadero. Un amor que puede haberse originado en circunstancias 
aparentemente casuales, pero en las que el creyente reconoce la mano 
de Dios. Así lo hace el criado de Abrahán enviado, según los usos de la 
época, a la casa de la novia, para gestionar el matrimonio de Isaac con 
Rebeca: «Bendigo al Señor, Dios de mi amo Abrahán, que me ha puesto 
en el buen camino para tomar a la hija del hermano de mi amo para su 
hijo» (Gn 24, 48). Así lo reconocen también Labán, hermano de Rebeca, 
y su padre Betuel, en la respuesta que dan al criado: «Del Señor ha 
salido este asunto. Nosotros no podemos decirte está mal o está bien. 
Ahí delante tienes a Rebeca. Tómala y vete, y sea ella mujer del hijo de 
tu amo, como lo ha dicho el Señor Dios» (24, 50-51) (199). 

149. «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los 
albañiles»
El matrimonio de Tobías y Sara es encomendado a Dios (cfr. RM 
145-146): «Tomó Raguel la mano de su hija y la puso en la de Tobías, 
diciendo: El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob esté con 
vosotros. Que él os una y que os colme de su bendición» (Tb 7, 12); «Y 
Sara, a su vez, dijo: Ten compasión de nosotros, Señor, ten compasión. 
Que los dos juntos vivamos felices hasta nuestra vejez» (8,10). Aquellos 
que abrazan el matrimonio de tal modo que excluyen a Dios de su mente 
y de su corazón olvidan la advertencia del Salmo: «Si el Señor no 
construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no 
guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» (Sal 126, 1). Toda la 
Escritura considera la unidad, ia felicidad, la edificación del hogar, como 
don de Dios (200). 

150. No sólo no cometerás adulterio, sino que serás fiel con todo el 
corazón 
Jesús devuelve al matrimonio la perfección de los orígenes, atacando 
el mal en su raíz; no se trata sólo de no cometer adulterio, sino de que 
los esposos se amen de hecho con todo el corazón y durante toda su 
vida. El amor al que están llamados los esposos es un amor total y para 
siempre. Este amor estable, total, permanente, de los esposos hace del 
varón y de la mujer una sola carne (unidad), para toda la vida 
(indisolubilidad). Esta unidad e indisolubilidad del matrimonio se han de 
expresar públicamente, jurídicamente. Así lo exige el bien de la familia. 
Pero la raíz de la fidelidad está en el corazón del hombre. Es esta raíz la 
que necesita ser sanada por la conversión y la gracia del Espíritu. 
Es el corazón del hombre, ei hombre entero, el que se manifiesta en 
cada uno de sus gestos, incluso en su mirada: «Habéis oído el 
mandamiento "no cometerás adulterio''. Pues yo os digo: el que mira a 
una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su 
interior» (Mt 5, 27-28) (201). 

151. Jesús suprime la antigua tolerancia mosaica 
Jesús se opone a toda decadencia moral, incluso a la antigua 
tolerancia mosaica, no permitiendo el divorcio en caso de adulterio: «Se 
le acercaron unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ¿Es 
lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo? El les respondió: 
¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer 
y dijo: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se 
unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no 
son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo 
separe el hombre. Ellos insistieron: ¿Y por qué mandó Moisés darle acta 
de repudio y divorciarse? El les contestó: Por lo tercos que sois os 
permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres. Pero al principio no era 
así. Ahora os digo yo que si no se divorcia de su mujer -no hablo de 
unión ilegal- y se casa con otra comete adulterio» (Mt 19, 3-9). El sentido 
más profundo del matrimonio querido por Dios es la unidad entre varón y 
mujer (202). 

152. En medio de un orden de gracia 
"Los discípulos le replicaron. Si ésa es la situación del hombre con la 
mujer, no trae cuenta casarse. Pero él les dijo: No todos pueden con eso, 
sólo los que han recibido ese don» (Mt 19, 10-1 1). Los discípulos 
comprendieron perfectamente la exigencia moral de Jesús. Solamente 
olvidaban una cosa que El les recuerda; a saber, que la exigencia de la 
Nueva Ley evangélica se desarrolla en medio de un orden de gracia. 
Como enseña San Pablo, el matrimonio entra en el ámbito de la vocación 
cristiana y aparece como un don del Espíritu, destinado a la edificación 
de la iglesia: «A todos les desearía que vivieran como yo, pero cada uno 
tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros otro. Viva 
cada uno en la condición que el Señor le asignó, en el estado en que 
Dios lo llamó. Esta norma doy en todas las Iglesias...» (1 Co 7, 7.17) 
(203). 

153. El Matrimonio, signo de amor y sacramento de Cristo 
El matrimonio entra en la perspectiva de los designios de Dios 
consumados por Cristo en la Iglesia. Los esposos realizan el plan de 
Dios, que consiste en hacer de ambos una sola carne, amándose entre 
sí como Cristo ama a su Iglesia, el cual se ha hecho una sola carne con 
ella: «Porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el 
hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos 
una sola carne. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la 
Iglesia» (Ef 5, 30-32). Siendo ambos una sola carne, el matrimonio viene 
a ser no sólo signo de amor, sino también signo visible de la Alianza 
indisoluble entre Cristo y la Iglesia, sacramento eclesial del mismo Cristo, 
que hace al matrimonio indisoluble también y generosamente fecundo 
(204). 

154 Dios mismo es el autor del matrimonio (uno, indisoluble, fecundo) 

El matrimonio como sacramento se inicia con el consentimiento 
personal e irrevocable de los esposos. Con el acto humano, libre, del 
esposo y de la esposa, por el que cada uno de ellos decide darse por 
entero al otro y acepta a su vez la entrega del otro, en orden a 
establecer la íntima comunidad conyugal de vida y de amor, nace, aun 
ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. «Este 
vínculo sagrado, en atención al bien, tanto de los esposos y de la prole 
como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues el mismo 
Dios es el autor del matrimonio, al que ha dotado con bienes y fines 
varios» (GS 48). «Por su índole natural, la misma institución del 
matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la 
educación de la prole» (GS 48). «Así que el marido y la mujer, que por el 
pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19, 6), se ayudan 
y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la 
logran cada vez más plenamente por la íntima unión de sus personas y 
actividades. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo 
mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen 
su indisoluble unidad» (GS 48). 
Dios creador establece el matrimonio dentro del plan de la salvación 
que había de revelarse plenamente en Cristo (cfr. Mt 19, 8). Este vínculo 
sagrado entre el varón y la mujer ha sido elevado por Cristo a la dignidad 
de sacramento. Es un signo eficaz de la gracia. Cristo se hace 
especialmente presente en el momento en que esposo y esposa 
expresan el mutuo consentimiento de su entrega mutua. Los ministros de 
este sacramento son los propios esposos. Pero en cuanto que es un 
sacramento, su celebración está regulada por la Iglesia (205). 

155. Como Cristo amó a su Iglesia 
El amor matrimonial entra en la dinámica pascual del amor cristiano, un 
amor que ama incluso en el sacrificio, la renuncia y la cruz: «El amor es 
paciente, afable, no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal 
educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de 
la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin 
límites, espera sin límites, aguarda sin límites» (1 Co 13, 4-7). En el 
matrimonio cristiano los esposos se aman ya como Cristo amó a su 
Iglesia, que se entregó a si mismo por ella (Ef 5, 25-26; Col 3, 18; 1 P 3, 
1-7) (207). 

156. Un amor que implica renuncia y don 
El varón (sobre todo, el cristiano) no puede realizarse como persona y 
como esposo si no renuncia y se entrega a sí mismo en favor de la 
mujer: él adquiere su esposa dándose. Si no fuera sobre esta base y 
este don de sí mismo, el matrimonio perdería su sentido profundo para 
degenerar en una especie de engaño, violencia o rapto. 
También la mujer se entrega en favor del marido. Gracias a ella, por 
atracción hacia ella, puede él «dejar a su padre y a su madre» (Gn 2, 
24), es decir, hacerse adulto, ser él mismo. Así como la Iglesia es la 
plenitud de Cristo también la mujer es plenitud del varón, lo completa y 
enriquece. La mujer responde a la donación del marido con receptividad 
y donación amorosa, con vencimiento de su egoísmo, como la Iglesia 
responde a Cristo (210). 

157. Igual dignidad personal 
Las características propias del varón y la mujer están orientadas a la 
complementariedad y a la unión entre ambos. Pero la 
complementariedad entre esposo y esposa no excluyen la igual dignidad 
personal del varón y la mujer: «Ya no hay distinción entre judíos y 
gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en 
Cristo Jesús» (Ga 3, 28) (211). 

158. Con su fidelidad, los esposos evangelizan 
La indisolubilidad del vínculo matrimonial desborda el marco de lo 
meramente jurídico y legal para hacerse realidad existencial y gracia de 
Dios con el nombre concreto de una fidelidad que no muere. Desde esta 
situación los esposos evangelizan; son signo en medio del mundo: 
«Siempre fue deber de los esposos, pero hoy constituye la parte más 
importante de su apostolado manifestar y demostrar con su vida la 
indisolubilidad y santidad del vínculo matrimonial» (AA 11). A través de 
su amor se manifiesta «la presencia viva del Salvador en el mundo y la 
auténtica naturaleza de la Iglesia» (GS 48) (212). 

159. Vivir con gozo una fecundidad generosa 
«El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia 
naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin 
duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al 
bien de los propios padres» (GS 50). Si, por el pecado humano, la 
fecundidad es vivida como un peso (cfr. Gn 3, 16), constituye todo un 
signo de la gracia de Dios llegar a vivir con gozo una fecundidad 
generosa (213). 

160. Paternidad responsable 
Procrear, cuando de personas humanas se trata, no debe ser 
solamente voz de la carne y de la sangre, sino amor verdadero humano. 
Más aún, los esposos son «cooperadores del amor de Dios Creador y 
como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana 
hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, 
por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal 
como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo 
las circunstancias de los tiempos y del estado de vida tanto materiales 
como espirituales y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la 
comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. Este 
juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos 
personalmente» (GS 50) (214). 

161. Encíclica «Humanae-Vitae» 
·Pablo-VI, en su encíclica Humanae vitae, abordó el problema 
moderno de la regulación artificial de la natalidad: «De hecho como 
atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los 
actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos 
naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. 
La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas 
de la ley natural, interpretada por su constante doctrina, enseña que 
cualquier acto matrimonial ("quilibet matrimonii usus") debe quedar 
abierto a la transmisión de la vida» (HV 11). «Esta doctrina, muchas 
veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable 
conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por 
propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el 
significado unitivo y el significado procreador» (HV 12). «Usufructuar (...) 
el don del amor conyugal respetado por las leyes del proceso generador 
significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino 
más bien administradores del plan establecido por el Creador» (HV 13) 
(215). 

162. La familia evangeliza en las condiciones comunes del mundo 
La familia evangeliza en las condiciones comunes del mundo (cfr. LG 
35; AA 11 ) en la medida en que cumple en sí misma el proyecto original 
de Dios: «Remontarse al "principio" del gesto creador de Dios, dice Juan 
Pablo II, es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y 
realizarse según la verdad interior no sólo de su ser. sino también de su 
actuación histórica... En una perspectiva que además llega a las raíces 
mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la 
familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia 
recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo 
vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de 
Cristo por la Iglesia, su esposa» (FC 17). 
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TEMA 59-1 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO: 

EL AMOR HUMANO BAJO EL SIGNO DEL ESPÍRITU 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Presentación del montaje El matrimonio, ¿nos casamos por la 
Iglesia? 
* Diálogo: nuestra reacción ante el montaje. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* Presentación del montaje audiovisual titulado "El matrimonio, ¿nos 
casamos por la Iglesia?", de D. GONZÁLEZ CORDERO (Ed. Dinama, 
Madrid, 1979): pretende situar a los novios ante una opción -el casarse 
por la Iglesia o no- que debe dimanar de la fe y de un respeto por el 
sacramento (ver AUCA 10; también, DEPARTAMENTO DE 
AUDIOVISUALES (SNC), Montajes audiovisuales. Fichas críticas, M-2). 
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TEMA 59-2 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO: 

EL AMOR HUMANO BAJO EL SIGNO DEL ESPÍRITU 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Oración inicial: Sal 127. 
* Presentación del objetivo, recogida de interrogantes, presentación 
del tema 59 
en sus puntos clave (pista adjunta). 
* Diálogo: lo más importante. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación, canción apropiada. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
1. Interrogantes del grupo. 
2. Necesidad de la redención. 
3. Oscurecimiento del amor humano y del sacramento. 
4. Mundo secularizado. 
5. El plan de Dios. 
6. No cometerás adulterio. 
7. Serás fiel de corazón. 
8. En un orden de gracia. 
9. Uno indisoluble fecundo. 
10 Fidelidad que evangeliza. 
11 Paternidad responsable.