CATECUMENADO 53


NACIMIENTO A LA FE



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir el profundo significado del Bautismo: Sacramento del nacimiento a la fe. 

20. Los sacramentos de la iniciación cristiana  
El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los tres sacramentos 
de la iniciación cristiana. Por ellos los hombres «libres del poder de las 
tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el 
Espíritu de la adopción filial y celebran con todo el Pueblo de Dios el 
memorial de la muerte y resurrección del Señor» (AG 14). Los tres 
sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan y relacionan entre sí 
con el fin de conducir a su plenitud a los creyentes en Cristo que 
«ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la iglesia y en el 
mundo» (LG 31). 

21. El Bautismo, primer sacramento de la Nueva Alianza 
El Bautismo es el primer sacramento de la Nueva Alianza. Jesús lo 
propone como vía de acceso para alcanzar la vida eterna. Así lo anuncia 
en su conversación con Nicodemo: «Te lo aseguro, el que no nazca de 
agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.» (Jn 3, 5). El 
evangelio de Mateo concluye con la misión que Jesús resucitado confía a 
sus Apóstoles; en esa misión el Bautismo enlaza estrechamente con el 
ingreso en la comunidad de los discípulos de Cristo: «íd y haced 
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y 
del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). 

22. El bautismo, puesto central. Conversión, incluida 
En los Hechos de los Apóstoles se muestra el lugar central que ocupa 
el Bautismo en las primeras actividades misioneras: los que creen en la 
predicación apostólica, reciben el agua bautismal: «Estas palabras les 
traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: 
¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y 
bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los 
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale 
para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame 
el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos. Con estas y otras muchas 
razones les urgía, y los exhortaba diciendo: Escapad de esta generación 
perversa. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se 
les agregaron unos tres mil» (Hch 2, 37-41). 
Conversión y bautismo se describen como elementos unidos en la 
iniciación de la fe cuando se relatan las vocaciones de Pablo (9, 18), del 
eunuco etíope (8,26 ss), de Cornelio (10, 47-48), de Lidia y su casa (16, 
14-15), del carcelero de Filipos y los suyos (16, 29-33), etc. Por otra 
parte, las cartas apostólicas (Gálatas, Romanos, 1 Pedro, 1 Juan, etc.), 
no sólo aluden al bautismo, sino que se extienden profundizando en su 
misteriosa realidad y en las exigencias que implica en orden a la 
conducta cristiana. 

23. El Bautismo y el Antiguo Testamento 
Las antiguas catequesis cristianas han descubierto en el agua 
bautismal multitud de resonancias de temas bíblicos fundamentales. Las 
semejanzas y afinidades que concurren en esas diversas 
consideraciones son indicio de que nos encontramos en presencia de 
una enseñanza común. Esta se remonta a los más remotos orígenes de 
la Iglesia. 
Puede verse un ejemplo característico en el siguiente texto de San 
·CIRILO-JERUSALEN-S de Jerusalén: «Si se quiere saber por qué la 
gracia se da por el agua (...) hojéense las divinas Escrituras y allí se 
encontrará (...). Antes de que criatura alguna se sometiera a la 
elaboración de los seis días, «el Espíritu de Dios era llevado sobre las 
aguas». El agua es el principio del mundo y el Jordán el principio de los 
Evangelios. Israel fue liberado del Faraón por el mar y el mundo es 
liberado del pecado por el baño del agua en virtud de la Palabra de Dios 
(...). Después del diluvio, fue establecida una alianza con Noé (...). Elías 
es llevado al cielo no sin que el agua intervenga, pues su carro marcha 
hacia el cielo después de haber atravesado el Jordán» (Catequesis, 3, 
5). 

24. El Bautismo y el Nuevo Testamento 
No sólo se relacionan con el bautismo los maravillosos sucesos 
salvíficos del Antiguo Testamento. Los acontecimientos de la vida de 
Cristo se contemplan también como figuras de su vida gloriosa en la 
Iglesia. Los Padres de la Iglesia enumeran toda una serie de gestos de 
Cristo relacionados con el agua en los que encuentran ecos bautismales: 
el bautismo en el Jordán (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21 22; Jn 1, 
32-34), las bodas de Caná (Jn 2, 1-12), el pozo de Jacob (Jn 4, 5-42), la 
curación del paralítico en la piscina de Bezatá (Jn 5,1 -18), el caminar 
sobre las aguas (Mc 6,45-52; Mt 14, 22-33; Jn 6,16-21), la curación del 
ciego de nacimiento en la piscina de Siloé (Jn 9,1 -41), el lavatorio de los 
pies (Jn 13, 1-15), etc. 

25. El Espíritu de Dios sobre las aguas 
En la simbología bautismal, ocupa un lugar privilegiado el pasaje 
bíblico que presenta al Espíritu de Dios incubando las aguas 
primordiales: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un 
caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se 
cernía sobre la faz de las aguas.» (Gn 1, 1-2) (26). 

26 La vida empezó en las aguas CR/PEZ:
Para la mentalidad del autor sagrado, la vida empezó en las aguas; las 
aguas, por mandato del Señor, producen la vida: «Pululen las aguas un 
pulular de vivientes...» (Gn 1,20). La antigua tradición de la Iglesia 
reconoce la verdadera energía vivificante del agua en la fuente 
bautismal: «Somos pececillos y en el agua nacemos... y no tenemos otro 
modo de salvarnos sino permaneciendo en el agua» (Tertuliano, Sobre 
el Bautismo 1, 2). La misma temática se desarrolla en torno al denso 
texto de /Ez/47/01-12: un agua brota «del lado derecho del templo» (el 
costado traspasado de Cristo) y su corriente desemboca en el mar de las 
aguas pútridas que, a su contacto, son saneadas: «Todos los seres 
vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y 
habrá peces en abundancia. Las riberas del río misterioso, regadas por 
«aguas que manan del santuario» se convierten en un vergel -en el 
Paraíso-, cuyos cuatro ríos prefiguraban, para los Padres, el Bautismo 
por el que se recobra la primitiva integridad perdida: «Estás fuera del 
paraíso, oh catecúmeno, compañero de destierro de Adán... Ahora se 
abre la puerta, entra allí de donde saliste: no tardes» (San Gregorio de 
Nisa
) (27). 

27. El agua bautismal, seno materno de la Iglesia 
Las aguas fecundas, engendradoras de vida, conducen a la visión de 
la piscina bautismal como el seno donde la Iglesia Madre, bajo la acción 
del Espíritu, concibe a los hijos de Dios y los alumbra: «lo mismo que en 
el nacimiento carnal, el seno de la madre recibe una semilla que la mano 
divina forma según el orden original, así sucede en el bautismo, donde el 
agua es un seno para el que nace, pero la gracia del Espíritu en ella es 
la que forma al bautizado con miras a un nuevo nacimiento, 
transformándolo completamente» (·Teodoro-M de Mopsuestia, Homilías 
catequéticas 14, 9) (28). 
28. Israel, salvado de las aguas, se convierte a Dios 
El simbolismo más profundo de las aguas es celebrado por la tradición 
de la Iglesia al comparar el Bautismo con el paso de Israel a través del 
mar Rojo. El agua evocaba ya a la conciencia judía la experiencia de un 
paso, de un trance, de un éxodo: el pueblo de Israel había nacido de las 
aguas para la fe en Yahvé. Dios, Señor de los acontecimientos, cambió 
para los israelitas en aguas de vida lo que eran aguas de muerte: «Los 
hizo atravesar el mar Rojo y los guió a través de aguas caudalosas» (Sb 
10,18). 
El agua -instrumento de juicio para los egipcios- inauguró la liberación 
de los hebreos y su constitución como pueblo propio de Yahvé, pueblo 
con quien Yahvé pacta su alianza: «Vosotros seréis mi pueblo» (Lv 26, 
12). A través del éxodo, Israel es conducido entre prodigios a la tierra 
prometida. Desde entonces, convertirse es volverse a Yahvé, buscar 
continuamente su rostro (Sal 104, 4), el rostro de Aquel que salva de las 
aguas de muerte (Cfr. Sal 123, 4-5; 68,15-16; Hch 27, 21 ss) (29). 

29. «Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo.» 
Posteriormente, la decisiva experiencia del retorno del destierro 
babilónico se concebirá como la inauguración de un nuevo éxodo: para 
interpretarlo religiosamente, se apelará al gran suceso pretérito: «¿No os 
acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo?» (Is 43,18). El 
Señor, «que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas» 
(Is 43, 16), asegura que, en su fidelidad, repetirá las iniciativas 
salvadoras: «Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo 
notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán 
las bestias del campo, los chacales y las avestruces, porque ofreceré 
agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, 
de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi 
alabanza.» (ís 43,19-21) (30). 

30. Una fuente abierta para lavar el pecado 
La reflexión sobre estas referencias simbólicas y tipológicas permiten 
profundizar en la teología del Bautismo. La significación más obvia del 
agua se orienta a la purificación de la suciedad, a la limpieza. En los 
escritos proféticos se habla ya de la renovación de los espíritus que se 
realizará en los tiempos mesiánicos por la efusión de aguas puras y el 
brotar de nuevas fuentes: «Derramaré sobre vosotros un agua pura que 
os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de 
purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; 
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de 
carne.» (Ez 36, 25-26). «Aquel día se alumbrará un manantial, a la 
dinastía de David, y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e 
impurezas.» (Za 13,1). El tema del agua viva con que el evangelio de 
San Juan alude al bautismo (3, 5; 4, 10-11; 7, 37-39; 19, 34-35) conecta 
con estas imágenes proféticas. En la misma línea, las catequesis 
patrísticas comentan la curación del pagano Naamán, enfermo de lepra, 
después de lavarse en el río Jordán (2 R 5; cfr. Lc 4, 27): los antiguos 
Padre veían en la lepra un símbolo del pecado (31). 

31. Inmersión-emersión, misterio pascual BAU/RITOS El bautizado se 
une misteriosamente a la Pascua de Cristo. El rito bautismal, articulado 
en los dos momentos de inmersión y emersión, no sólo evoca la gesta 
salvadora de la liberación de Egipto, sino que es el signo de la realidad 
que cumplió definitivamente aquella figura: el descenso a la piscina, la 
inmersión y la salida del agua significan que el cristiano ha muerto y ha 
sido sepultado con Cristo para resucitar con El. 
El hombre viejo es crucificado con Cristo y su condición pecadora es 
destruida en la muerte del Señor (Cfr. Rm 6,6). El hombre pecador cruza, 
por el Bautismo, las aguas de la propia muerte para que de ellas surja un 
hombre nuevo y distinto. El bautizado en el Espíritu es un hombre 
salvado de las aguas para la fe en el Padre, en el Hijo y en el mismo 
Espíritu. 
En el Nuevo Testamento, el simbolismo de la inmersión-emersión 
aparece fijado en sus rasgos esenciales. La inmersión significa la 
purificación del pecado (Ef 5, 26), la muerte al hombre viejo (Rm 6, 2-11; 
Ef 4, 22-23; Col 3, 9). La emersión simboliza la comunicación del Espíritu 
Santo, que da al hombre la filiación adoptiva y le convierte en un hombre 
nuevo mediante un nuevo nacimiento (Tt 3, 4-7; Ef 4, 24; Col 3, 10; Rm 
6, 4) (32). 

32. Metidos en la santa piscina 
·CIRILO-JERUSALEN-S de Jerusalén expresa admirablemente el 
sentir de la tradición cristiana sobre este simbolismo: «Se os ha llevado 
junto a la santa piscina como Cristo desde su cruz al sepulcro cercano 
(...) Por tres veces habéis sido introducidos en el agua y habéis salido, 
simbolizando así el triduo de Cristo en el sepulcro (...) En el mismo acto, 
moríais y nacíais; el agua saludable venía a ser a la vez vuestro sepulcro 
y vuestra madre (...) Un mismo momento ha realizado estos dos 
acontecimientos: vuestro nacimiento ha coincidido con vuestra muerte» 
(Catequesis 20, 4). 

33. La señal de la Cruz 
Cuando la Iglesia acoge a los bautizados, traza sobre ellos el signo de 
la cruz, señal del cristiano, distintivo de la nueva condición que van a 
recibir. La Cruz, signo de la redención, es signo de la fe cristiana que el 
candidato pide a la Iglesia. Signado y sellado con la cruz, el bautizando 
comienza a ser incorporado al misterio pascual de Cristo, misterio de 
muerte y resurrección que permanece vivo en la Iglesia (33). 

34. Los exorcismos y la renuncia a Satanás 
El Bautismo arranca al hombre del poder de Satán, príncipe de este 
mundo (Cfr. Jn 12, 31; 16, 11 ) y concede la luz y la energía para 
emprender una lucha contra las fuerzas de las tinieblas, lucha que ha de 
durar toda la vida. Los exorcismos rituales manifiestan expresivamente la 
condición abnegada de la vida cristiana: lucha entre la carne y el 
espíritu. La Traditio Apostolica, de Hipólito, prescribe: «A partir del día en 
que son elegidos (los catecúmenos), que se les impongan cada día las 
manos exorcizándolos» ( Traditio, 20). La teología de los exorcismos 
supone que el hombre, abandonado a sus fuerzas, no puede 
despegarse del poder del Maligno que le cautiva y desborda. Es Cristo 
mismo quien combate para apartar del Príncipe de las Tinieblas a quien 
va a hacer miembro suyo por el Bautismo: frente a la situación 
desesperada de esclavitud e impotencia Cristo ofrece una salvación que 
jamás podrá proporcionar al hombre un género de liberación meramente 
humana (psicológica, sociológica, económica...). 
Entre los ritos inmediatamente preparatorios al Bautismo, la renuncia a 
Satanás y la adhesión a Cristo resaltan con gran expresividad el sentido 
más radical de este sacramento: la muerte a todas las fuerzas del mal y 
la conversión a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo (35). 

35. La entrega del símbolo de fe y de la oración dominical 
Desde la antigüedad, las entregas (traditiones) del Símbolo y del 
Padrenuestro se insertan como elementos importantes de la celebración 
del Bautismo. La Iglesia entrega a los bautizandos el compendio de su fe 
y de su oración. El Bautismo es el signo eficaz de que se ha recibido la fe 
y todo el dinamismo que ella comporta: inauguración de una vida nueva 
en el Espíritu que abre el acceso al Padre. La entrega litúrgica del 
Símbolo es la celebración de la transmisión de la fe que el nuevo 
cristiano habrá de profesar adhiriéndose vitalmente al mensaje de la 
salvación. 
Por otra parte, transmitir la fe implica también iniciar a la oración, 
enseñar a orar. Los bautizandos piden a la Iglesia lo que los discípulos 
pidieron a Jesús: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 1 1, 1; cfr. 11, 113). Al 
entregar la oración del Señor (Padrenuestro), la Iglesia celebra la 
iniciación a la oración de los nuevos creyentes. El Padrenuestro es la 
oración específica de los creyentes, es decir, de los que ponen su 
confianza en el Padre, porque son hijos (Cfr. 1 Jn 3, 1; Rm 8, 14-27; Ga 
4, 4-7) (36). 

36. La unción con el óleo de los catecúmenos 
Las catequesis patrísticas comentan el rito de la unción con óleo junto 
con el gesto del despojamiento de los vestidos, simbolismo este último 
que alude a la muerte del hombre viejo: «No sigáis engañándoos unos a 
otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del nuevo 
que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a 
conocerlo» (Col 3, 9-10; cfr. Ef 4, 22-24). Como los atletas que entraban 
a la lucha o competición eran frotados con aceite, también los que van a 
ser bautizados son ungidos con óleo: es ésta una unción para la lucha 
con Satanás. El elegido entra en la Iglesia militante y su principal lucha 
será contra las fuerzas del mal. Para ella necesita una especial fortaleza, 
simbolizada en esta unción (37). 

37. La vestidura blanca 
Después del Bautismo propiamente dicho, los bautizados son 
revestidos con una túnica blanca: han sido revestidos de Cristo como 
nuevas criaturas y habrán de conservar sin mancha el nuevo vestido 
hasta que se presenten ante el tribunal de Cristo. La vestidura blanca es 
símbolo de la participación en la gloria de Cristo Resucitado (38). 

38. La luz pascual BAU/ILUMINACION:
Los bautizados reciben también una luz encendida en el cirio pascual. 
Han sido transformados en luz de Cristo y como hijos de la luz habrán de 
recorrer el camino hasta llegar al encuentro del Señor. Los Padres de 
Oriente han llamado al Bautismo iluminación, pues es el sacramento que 
comunica el personal conocimiento de Cristo, la «luz del mundo» (Jn 8, 
12). Para la iglesia primitiva el Bautismo es, en efecto, una iluminación 
(cfr. Hb 6, 4; 10, 32; 1 P 2, 9). San Pablo ruega a los cristianos de 
Colosas que den con alegría gracias a Dios Padre, «que os ha hecho 
capaces de compartir la herencia de los santos en la luz» (Col 1, 12). El 
mismo tema se encuentra en el primitivo himno bautismal que se recoge 
en la Carta a los Efesios: «Despierta tú que duermes, levántate de entre 
los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5, 14) (39). 

39. La unción con el Santo Crisma 
Cuando el sacramento de la Confirmación no se celebra 
inmediatamente después del Bautismo, a continuación de la ablución, se 
unge a los nuevos bautizados en la cabeza con el más precioso de los 
tres óleos, el crisma (christós = ungido) de la salvación. Las fórmulas 
rituales expresan el sentido de esta unción: significa la agregación al 
Pueblo de Dios de un nuevo miembro de Cristo sacerdote, profeta y rey 
(40). 

40. Signo bautismal 
El signo bautismal consiste en una ablución de agua cuyo profundo 
sentido sacramental se determina por la fórmula: «Yo te bautizo en el 
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». La ablución por 
inmersión fue presumiblemente la práctica normal en la Iglesia primitiva 
(cfr. Hch 8, 3839; Ef 5, 26; Tt 3, 5). Esta forma de bautismo perduró 
hasta el siglo Xlll y aún se da, en Occidente, en los siglos XV y XVI. Sin 
embargo, ya a principios del siglo II, la Didajé (de origen sirio) menciona 
específicamente el bautismo con agua derramada -por infusión- si el de 
inmersión no fuera posible. Cuando se generalizó la costumbre de 
reservar un lugar especial para los bautismos, estos baptisterios -desde 
el principio del siglo IV- consistían en piscinas excavadas en el suelo. No 
obstante, la superficialidad de esas piscinas, así como los grabados de 
las catacumbas, sugieren que fue práctica común derramar el agua 
sobre la cabeza del bautizado, mientras éste permanecía de pie en la 
piscina. 
El actual Ritual del Bautismo de Niños (RBN) determina: «Tanto el rito 
de la inmersión -que es más apto para significar la muerte y resurrección 
de Cristo- como el rito de la infusión pueden utilizarse con todo derecho» 
(n. 37). Ei Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos (ICA) describe 
que quien preside la celebración bautismal «tocando al elegido, le 
sumerge del todo o sólo la cabeza por tres veces, le bautiza invocando 
una sola vez a la Santísima Trinidad: N yo te bautizo en el nombre del 
Padre (le sumerge por primera vez) y del Hijo (le sumerge por segunda 
vez) y del Espíritu Santo (le sumerge por tercera vez)» (n. 220) (22). 

41. Dimensiones teológicas del Bautismo 
Las perspectivas bíblica y litúrgica del Bautismo permiten ahondar en 
sus significados más profundos, esto es, en la conexión del Bautismo con 
las grandes realidades de la vida cristiana: la fe, la esperanza, el amor, la 
superación del pecado, la gracia, la Iglesia... 

42. El Bautismo, sacramento de la fe 
El bautismo cristiano es el sacramento de la fe, es decir, el misterio por 
el que un hombre nace a la fe. Es el bautismo en agua y en Espíritu (cfr. 
Jn 3, 5). Juan, el Precursor, bautizaba solamente en agua para la 
conversión: «Yo os bautizo con agua para conversión; pero aquel que 
viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no merezco llevarle las 
sandalias. El os bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego» (Mt 3, 1 1; 
cfr. Act 19, 4). El elemento nuevo que aporta el bautismo de Jesús, con 
respecto al de Juan, es la efusión del Espíritu; sin embargo, asume el 
elemento antiguo: el agua. La efusión del Espíritu es la prueba de que, a 
pesar del acto humano de la conversión simbolizado en el agua, el nuevo 
nacimiento es un milagro de Dios, un nacimiento «de lo alto» (Jn 3, 3; cfr. 
1 P 1, 22-25). 

43. El Bautismo, muerte al pecado 
El Bautismo, al incorporar al hombre a la muerte de Cristo, 
lava-destruye-los pecados que se hayan cometido en la vida pasada y 
extirpa hasta la misma raíz del pecado, que es la culpa original. En el 
Bautismo de niños, que no han podido cometer por sí mismos ningún 
pecado, la Iglesia dirige a Dios esta plegaria en la oración de exorcismo: 
«te pedimos que estos niños, lavados del pecado original, sean templo 
tuyo y que el Espíritu Santo habite en ellos» (RBN 1 19). «En los 
renacidos nada odia Dios» enseñó el Concilio de Trento (DS 1515). Las 
referencias a Adán, padre de una raza esclavizada por el pecado, son 
habituales en las catequesis patrísticas. «Has recibido el bautismo, el 
nuevo nacimiento -dice Teodoro de Mopsuestia-. Has venido a ser otro, 
has nacido otro. Ya no perteneces a Adán (...) hundido bajo el pecado. 
Por el contrario, perteneces a Cristo» (Homilías Catequéticas, 14, 25). 

44. El Bautismo, nacimiento a la vida de Dios 
Incorporados a Cristo resucitado, los bautizados comienzan a 
participar de la naturaleza divina (cfr. 2 P 1, 4): son engendrados como 
hijos de Dios: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos 
hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Todo el que ha nacido de Dios no 
comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, 
porque ha nacido de Dios» (1 Jn 3, 1.9. Ver RBN 5). 

45. El Bautismo, incorporación a la Iglesia 
Por el Bautismo, los hombres son incorporados a la Iglesia: «(Cristo) 
inculcando expresamente la necesidad de la fe y del bautismo (cfr. Mc 
16, 16; Jn 3, 5) confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la 
cual entran los hombres como por una puerta, a través del Bautismo» 
(LG 14). Incorporados al Pueblo de Dios por el Bautismo, los cristianos 
constituyen un «sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales 
que Dios acepta por Jesucristo» (1 P 2, 5). Los bautizados, «por el 
carácter son destinados al culto de la religión cristiana» y a «profesar 
ante los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia» 
(LG 11). «Este efecto indeleble, expresado por la liturgia latina en la 
misma celebración con la crismación de los bautizados en presencia del 
pueblo de Dios, hace que el rito del Bautismo merezca el sumo respeto 
de todos los cristianos y no esté permitida su repetición cuando se ha 
celebrado válidamente, aun por hermanos separados» (RBN 4). 

46. Sacerdocio profético y real 
La incorporación a la Iglesia hace que los bautizados participen del 
único sacerdocio de Cristo por un sacerdocio que llamamos común, 
íntimamente ordenado al sacerdocio de los ministros: «los creyentes, en 
virtud de su sacerdocio regio, concurren a la oblación de la Eucaristía, y 
lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y la acción de gracias, 
con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad 
operativa» (LG 10). En estrecha relación con la incorporación a Cristo 
Sacerdote a través del Bautismo se encuentra la misión profética de los 
bautizados, a quienes el mismo Señor «constituye en testigos dotándolos 
del sentido de la fe y de la gracia de la palabra para que la virtud del 
Evangelio brille en su vida diaria, familiar y social» (LG 35). 

47. El Bautismo, exigencia de plenitud de vida cristiana 
La vida nueva recibida en el Bautismo está llamada a desarrollarse y 
crecer. El cristiano, inserto en el Cuerpo de Cristo, es impulsado por el 
dinamismo de este organismo misterioso a tender, en comunión con los 
demás miembros, «al Hombre perfecto, a la medida de Cristo, en su 
plenitud» (Ef4,13). «Los seguidores de Cristo, llamados y justificados en 
Cristo nuestro Señor, no por sus propios méritos sino por designio y 
gracia de El, en el Bautismo de la fe han sido hechos hijos de Dios y 
partícipes de la divina naturaleza y, por lo mismo, santos. De ahí se sigue 
que, con la ayuda de Dios, han de conservar y perfeccionar en su vida la 
santidad que recibieron» (LG 40). El Bautismo es la prenda visible de la 
vocación, la realización histórica de una predilección eterna de Dios. 

48. El Bautismo y la comunidad eclesial Nadie puede bautizarse a sí 
mismo. El cristiano no es un individuo aislado: recibe la fe y el 
sacramento de la fe en el seno de una comunidad que se compromete a 
introducir y formar en la vida a los que son llamados por Dios a 
integrarse en su Pueblo (RBN 12). 
La institución de los padrinos se inscribe en esta misma perspectiva y 
pone de manifiesto la solicitud de la comunidad por la perseverancia en 
la fe y en la vida cristiana de los nuevos cristianos. Según costumbre 
muy antigua de la Iglesia, no se admite a un adulto al Bautismo sin un 
padrino y también debe hacerlo en el Bautismo de un niño para que, 
cuando sea necesario, ayude a los padres a fin de que el niño llegue a 
profesar con integridad la fe y a expresarla en su vida. 
«Es ministro ordinario del Bautismo el obispo, el presbítero y el 
diácono» (RBN 21). «Por ser los obispos los principales administradores 
de los misterios de Dios, así como también moderadores de toda la vida 
litúrgica en la Iglesia que les ha sido confiada, corresponde a ellos 
regular la administración del Bautismo, por medio del cual se concede la 
participación en el sacerdocio real de Cristo» (RBN 22). 
«No habiendo sacerdote ni diácono, en caso de peligro inminente de 
muerte, cualquier fiel, y aun cualquier hombre que tenga la intención 
requerida, puede, y algunas veces hasta debe, conferir el Bautismo. 
Pero si no es tan inmediata la muerte, el sacramento debe ser conferido, 
en lo posible, por un fiel... Es muy importante que, aun en este caso, esté 
presente una comunidad reducida o, al menos, que haya, si es posible, 
uno o dos testigos» (RBN 26). 

49. Bautismo de adultos y catecumenado
Los adultos que se acercan al Bautismo han de hacerlo en un acto 
libre y responsable que supone la adhesión a la fe de la Iglesia y la 
decisión de una conversión sincera de su vida, que, a partir de ahora, se 
orientará al Dios vivo y a sus designios de salvación. La institución del 
catecumenado se destina precisamente a preparar al candidato para el 
Bautismo, despertando en él las actitudes debidas y probando la 
autenticidad del paso que va a dar. El Concilio Vaticano II, al restaurar el 
catecumenado, ha incorporado elementos muy ricos y valiosos a la 
práctica y liturgia bautismales de la Iglesia. El catecumenado «no es una 
mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado 
convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos 
se unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos 
oportunamente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las 
costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse 
en los tiempos sucesivos; introdúzcanse en la vida de la fe, de la liturgia 
y de la caridad del Pueblo de Dios» (AG 14) 

50. Enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado 
En profunda relación con el catecumenado, recientemente restaurado, 
la maduración en la fe de los bautizados requiere fomentar en las 
circunstancias actuales una catequesis que de algún modo reproduzca 
las etapas catecumenales. Así lo propone Pablo VI en su Exhortación 
Apostólica Evangelii Nuntiandi. «Sin necesidad de descuidar de ninguna 
manera la formación de los niños, se viene observando que las 
condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza 
catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número 
de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco 
la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él» (EN 44; ver 
EN 52). De hecho, muchos bautizados son «verdaderos catecúmenos» 
(Juan Pablo II, CT 44). 

51. El Bautismo de los niños 
NIÑOS/BAU: La Iglesia, que recibió la misión de evangelizar y de 
bautizar, ya desde los primeros siglos, bautizó no solamente a los 
adultos, sino también a los niños de los cristianos en la seguridad de que 
entraban a formar parte del Pueblo de Dios y en la esperanza de que, 
llegados a la edad responsable, habrían de desarrollar la fe que les 
había sido infundida, haciéndose conscientes de lo que significa ser 
bautizados. (Ver RBN 8). 

52. Desarrollo gradual de la gracia del Bautismo 
El niño recibe el sacramento del Bautismo como recibe cuanto necesita 
para su desarrollo vital: en dependencia de los adultos. Es cierto que la 
personalidad que dormita todavía no es apta para un encuentro 
consciente y libre. Pero la madre no retira a su hijo sus cuidados y su 
amor por el hecho de que el niño sea incapaz de un encuentro personal. 
La madre habla con el niño y juega con él, como si pudiera ser 
comprendida. Este conjunto de actitudes, cada gesto de amor materno, 
es como una espera: la espera de una respuesta, el deseo de despertar 
una personalidad. La conciencia del niño se abrirá progresivamente al 
mundo de las cosas y de las personas y progresivamente responderá al 
amor de la madre. 
La Iglesia también, cuando bautiza a un niño otorgándole el don de 
Dios, espera con amor la respuesta que se dará más tarde como fruto de 
una asimilación personal y gradual de la gracia del Bautismo. Toda una 
serie de solicitudes y cuidados por parte de la familia cristiana y de la 
comunidad entera procurará que el crecimiento espiritual del niño sea 
una colaboración paulatina con la acción del Espíritu Santo que 
misteriosamente trabaja su interioridad. He ahí donde se inserta la 
necesaria catequesis eclesial. 

53. El Bautismo de los niños significa admirablemente la gratuidad de 
la salvación 
El Bautismo de los niños (y los otros sacramentos que ellos pueden 
recibir) muestra el valor inmenso del don de Dios, que, en el ámbito 
salvífico, antecede a toda acción humana, también cuando se trata de 
adultos. Un acto de fe es siempre la respuesta del hombre a una obra 
que Dios realiza en nosotros de antemano, anticipándose con todo su 
amor y soberanía. El Bautismo de los niños significa admirablemente la 
gratuidad de la salvación. 

54. El Bautismo de los niños en la fe del pueblo de Dios 
Por otra parte, el Bautismo de los niños pone de relieve la condición 
comunitaria de la Iglesia -todo el Pueblo es propiedad de Dios y avanza 
bajo su influjo paternal- y manifiesta la solidaridad que se da entre sus 
miembros: los niños que no son capaces de realizar un acto propio de fe, 
son bautizados en la fe de la Iglesia, en el seno de una comunidad 
creyente y comprometida en suscitar y alentar la fe personal de sus 
nuevos hijos (cfr. Concilio de Trento, DS 1626; ver RBN 12-13). 

55. Los niños que se mueren sin bautizar 
¿Cuál es el destino final de los niños que mueren sin bautizar? A 
través del curso de los siglos, la Iglesia ha comprendido cada vez más 
claramente que, para responder a esta cuestión, hay que acudir a estas 
verdades contenidas en su Mensaje de Salvación:
1ª) Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2, 4-6). En ese 
designio de salvación universal también entran, sin duda, los niños, a los 
que el Evangelio presenta como objeto de la predilección divina (Mt 19, 
13-14; 18, 10); 
2ª) Cristo nació y murió por todos; 
3ª) Nadie se condena si no es por pecados personales. A partir de 
estas verdades, se funda la persuasión -llena de esperanza cristiana- de 
que Dios, por caminos que sólo a El le son conocidos (viis sibi notis. cfr. 
AG 7), recibe en la feliz intimidad de su vida divina a los niños que 
mueren sin haber recibido el Bautismo: así se cumple su propósito de 
salvación que es serio, fiel, no excluyente y gratuito. Aunque nosotros no 
podamos determinar cuáles son, en concreto, esos caminos 
providenciales, sí podemos fomentar la convicción de que los niños 
muertos sin el Bautismo se encuentran en el ámbito salvador de Cristo: 
ellos están en el Señor Jesús. La Iglesia no los olvida en su plegaria 
litúrgica y suplica así por ellos en su oración oficial: «Unámonos en 
caridad para encomendar este niño a la misericordia de Dios, y pidamos 
para sus padres la fortaleza de sobrellevar cristianamente su dolor» 
(Ritual de Exequias [RE] 374; cfr. 56 y 62). 
........................................................................

TEMA 53 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO PROFUNDO DEL BAUTISMO: 
SACRAMENTO DEL NACIMIENTO A LA FE 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Información: personas, hechos, problemas...
* Lluvia de ideas: recogida de interrogantes en torno al bautismo. 
* Presentación del tema 53 en sus puntos clave (pista adjunta). 
* Diálogo: ¿qué significa hoy para nosotros nuestro bautismo? 
* Oración comunitaria: salmo y canciones. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
1. El bautismo, puesto central. 
2. Israel, salvado de las aguas. 
3. Ríos en el yermo. 
4. Inmersión-emersión: misterio pascual. 
5. Metidos en la piscina. 
6. Sacramento de la fe. 
7. Muerte al pecado. 
8. Nacimiento a la vida de Dios. 
9. Incorporación a la Iglesia.
10 Bautismo y catecumenado.
11 «Verdaderos catecúmenos.» 
12 Bautismo de los niños.