CATECUMENADO 46 


LA IGLESIA, PUEBLO JERARQUIZADO



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir el carisma de la (autoridad) jerarquía eclesial como un 
servicio a todo el pueblo de Dios. 

60. Todo grupo necesita un centro de unidad 
Todo grupo necesita, del algún modo, una organización. Un grupo 
amorfo no puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco, cada miembro 
del mismo va descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un 
conjunto orgánico de funciones o servicios, que caracteriza y expresa la 
vida del grupo. El grupo no puede estar dividido. Necesita realizar su 
propia unidad. Esto se hace posible en torno a una o varias personas 
que asumen la responsabilidad de ser centro de unión. Es lo que, 
normalmente, se llama autoridad (81). 

61. Autoridad como servicio AUTORIDAD/SERVICIO:
El riesgo de toda autoridad consiste en olvidar su función de centro de 
unidad del grupo o de la sociedad, para convertirse en instrumento de 
dominio. Jesús enseñó a sus apóstoles a mirar su función de autoridad 
como un servicio: los jefes de las naciones quieren que se les mire como 
a bienhechores y señores; pero ellos, siguiendo su ejemplo, deberán 
hacerse servidores de todos (Mc 10. 42ss) (82). 

62. La autoridad como servicio pastoral 
En la antigüedad, a los reyes se les llamaba frecuentemente pastores: 
la divinidad les había confiado el servicio de reunir y de cuidar las ovejas 
del rebaño. Eran «pastores de hombres». La imagen del pastor que 
conduce su rebaño, profundamente arraigada en la experiencia de los 
antepasados de Israel (arameos nómadas: Dt 26, 5), expresa 
admirablemente dos aspectos, aparentemente contrarios y con 
frecuencia separados, de la autoridad ejercida sobre los hombres. El 
pastor es a la vez un jefe y un compañero. Su autoridad no se discute, 
está fundada en la entrega y en el amor. (84). 

63. Israel, rebaño de Dios 
Israel es el rebaño de Dios (Sal 99,3; 22; Mi 7,14). Yahvé confía las 
ovejas de su propio rebaño a sus servidores: los guía por mano de 
Moisés (Sal 76, 21) y para evitar que la comunidad del Señor esté sin 
pastor, designa a Josué como jefe después de Moisés (Nm 27,15-20); 
saca a David de entre las manadas de ovejas de su padre para que 
apaciente a su pueblo (Sal 77, 70ss; 2 S 7, 8; 24,17). Mientras que en 
otros pueblos los reyes reciben el título de pastor, éste no se da 
explícitamente a los reyes de Israel. Ciertamente, se les atribuye este 
papel (1 R 22,17; Jr 23; 1-2; Ez 34,1-10), pero en realidad el título está 
reservado al Mesías, nuevo David (85). 

64. Jesús, el Buen Pastor 
En la persona de Jesús se cumple la esperanza del buen pastor. El 
profeta Ezequiel había anunciado: «Les daré un pastor único que las 
pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor» (Ez 34, 
23). Jesús se presenta como el buen pastor enviado por el Padre: «Yo 
soy el buen pastor», dice Jesús (Jn 10, 11). Es el mediador único, la 
puerta de acceso a las ovejas (10, 7) y que permite ir a los pastos 
(10,9-10). Una nueva existencia se funda en el conocimiento mutuo del 
pastor y de las ovejas (10, 3-4,14-15), amor recíproco fundado en el 
amor que une al Padre y al Hijo (14, 20; 15,10; 17,8-10,18-23). Jesús es 
el pastor perfecto, porque da su vida por las ovejas (10,15.17-18). Las 
ovejas dispersas, que él reúne, vienen del aprisco de Israel y de las 
naciones (10,16; 11,52). El «pequeño rebaño» de los discípulos que ha 
reunido (Lc 12,32) será dispersado, pero, según la profecía, el pastor 
que habrá de ser herido lo reunirá en la Galilea de las naciones (Mt 
26,31 -32; cfr. Za 13,7) (86). 

65. Jesús confía a ciertos hombres su misión pastoral 
Jesús confía a ciertos hombres la misión que El ha recibido del Padre 
(Mt 28,18-20; Jn 20,21-23). A ejemplo suyo, deben buscar la oveja 
extraviada (Mt 18,12ss), vigilar contra los lobos devoradores que no 
tendrán consideraciones con el rebaño (Mt 10,16; 7,15; Hch 20,28ss), 
apacentar a la Iglesia de Dios con el arranque del corazón, en forma 
desinteresada (Cfr. Ez 34,2-3), haciéndose modelos del rebaño. 
Esta misión es particularmente ejercida por los Apóstoles, siguiendo a 
su Maestro, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida 
(Mc 10,42-45), que ha estado en medio de nosotros como quien sirve (Lc 
22, 27) (87). 

66. Jesús escoge a doce 
Entre el gran número de discípulos que seguían a Jesús (Lc 6,17; 
10,1), después de haber dirigido su oración al Padre, escogió a doce, a 
fin de que le acompañasen y, en su día, recibiesen el encargo de 
anunciar el Reino de Dios (Mc 3,13-19). El hecho de haber elegido a 
doce evoca las doce tribus de Israel y significa que sobre los Doce se 
alza el Nuevo Pueblo de Dios. Así lo expresa de modo especial este 
pasaje del evangelio de San Mateo: «Os sentaréis también vosotros en 
doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19, 28). Reciben 
un enseñanza particularmente íntima del Maestro: explicación de las 
parábolas (Mt 13, 10-11; Mc 4, 34), secretos del Reino Escatológico (Mc 
13, 3-4), anuncios de su muerte y resurrección (Mc 8, 31-33; 9,30-32; 
10,32-34; Mt 26,1-2). Asimismo, son testigos de las intimidades del 
corazón de Cristo (Jn 14-17) (88). 

67. Los Apóstoles, testigos de la Resurrección, enviados a continuar la 
misión de Jesús 
A estos doce y a otros cooperadores en la primitiva Comunidad 
cristiana, el Nuevo Testamento les da el nombre de apóstoles. Todos 
coinciden en haber sido elegidos por Jesús de modo peculiar, ser 
testigos de su Resurrección y haber sido enviados por El para «convertir 
a todos los pueblos en discípulos suyos, santificarlos y gobernarlos y así 
propagar la Iglesia, sirviéndola bajo la guía del Señor» (LG 19) (Cfr. Mt 
28, 16-20; Mc 16; 15; Lc 24, 45-48; Jn 20, 21-23). Todos son enviados, 
tras la Resurrección de Jesús, en su nombre y con su misión tal como El 
la había recibido del Padre (Cfr. Hch 1, 8; 2, 1ss: 9, 15; LG 24) (89). 

68. Jesús: Profeta, Sacerdote, Rey 
Los Apóstoles reciben la misión de Jesús, Profeta, Sacerdote y Rey. 
Maestro-Profeta, tal como el Pueblo le denominaba (Jn 13, 13; 6, 14). 
Sacerdote (o más bien, Sumo Sacerdote, como dice la Carta a los 
Hebreos, 4, 13-15),que se ofrece a Sí mismo en Sacrificio por el pecado 
del mundo (Jn 6,51; Lc22, 19;Ap 5, 9). Pastor-Rey-Señor, el auténtico 
Pastor Bueno (Jn 10,11-15;cfr. Ez34, 1-31 y Jr23, 1-3), el Rey cuyo estilo 
no es como el de los reyes de este mundo (Jn 18. 37; 19, 19; 6, 15), el 
Señor que posee todo dominio sobre el Universo (Flp 2, 1 1 ) (90). 

69. Los Apóstoles proclaman la buena noticia, santifican a los nuevos 
fieles, dirigen la comunidad cristiana 
Por ello, los Apóstoles tienen, como Jesús, una función de profetas, 
sacerdotes y guías del Pueblo de Dios. Proclaman la Buena Noticia. Es la 
misión primordial, según San Pablo (1 Co 1, 17; 9, 16). Buscarán 
colaboradores para la acción caritativa, resenvándose la tarea de la 
Palabra (Hch 6, 1-4). Santifican a los nuevos fieles mediante el 
sacramento del Bautismo (Mc 16, 16; Hch 2, 41; 8, 36-38), la celebración 
de la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-26: Hch 2, 42), el perdón de los 
pecados (Jn 20, 21-23), la imposición de manos como transmisión de un 
don del Espíritu Santo (1 Tm 5, 22; 2Tm 1,6-7). Dirigen la Comunidad 
cristiana, no a la manera despótica, sino como quien «sirve» (Mc 10, 
41-44; Lc 22, 25-26); Hch 1, 1 7.25; 20, 24; 21, 1 9) Así dirigen la 
Comunidad de Jerusalén desde el día de Pentecostés (Hch 2, 37-42), 
aunque no dejan de escuchar las intervenciones de los «ancianos» y de 
toda la Asamblea, incluso en asuntos tan graves como los que se 
plantean en el «Concilio de Jerusalén» en relación con el valor de las 
prácticas judías (Hch 15, 9. 22-29). En casos de conflicto, como los 
problemas surgidos en Corinto ante la diversidad de carismas (1 Co 
12-14), hacen valer su autoridad (91). 

70. Cristo ejerce su función de Cabeza y Pastor 
Jesucristo, antes de dejar visiblemente a su Iglesia le concede un Don 
interior, el Espíritu Santo, que será su principio de vida, y un don exterior, 
el cuerpo apostólico. Cristo seguirá siendo cabeza y pastor de «su» 
Iglesia (Cfr. Mt 16, 18). Pero en adelante ejercerá su funci6n de cabeza y 
pastor invisiblemente por medio del Espíritu Santo, y visiblemente por 
medio del cuerpo apostólico: el conjunto de los Obispos presidido y 
guiado por el sucesor de Pedro. En el Nuevo Testamento el término 
«apóstol» se usa a veces en un sentido amplio. Pero en muchos casos 
se refiere de modo especial al grupo de los doce a Matías, que sustituye 
a Judas, y a Pablo. Los doce fueron llamados y elegidos por Cristo 
mismo (Cfr. Lc 6, 13-16). Matías fue objeto de una elecci6n especial en 
la que intervienen directamente los once (Hch 1. 1 5ss), Pablo reivindica 
el título de Apóstol porque también él fue especialmente elegido por 
Cristo (Cfr. Rm 1, 1; 11, 13; Hch 26, 16), también él vio a Jesucristo 
resucitado (1 Co 15. 8), también él recibiÓ de Cristo la misión de ser su 
testigo (Rm 1,5; Ga 1,16) y los demás apóstoles le reconocieron 
oficialmente el valor de su título de apóstol cuando le tendieron la mano 
en señal de comunión (Ga 2.9) (92). 

71. Los Apóstoles cumplen el mandato del Señor 
Los Apóstoles aparecen en el conjunto de la comunidad cristiana 
primitiva como un grupo especial. Han recibido de Cristo unos poderes 
especiales (Mt 28; 18-20; Jr 20, 21-23; Mc 16, 15; Jn 14, 16; 16, 15; 17, 
18); y sobre todo el Don del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hch 1, 
8; 2, 1-36). Actúan desde el principio organizando la vida de la 
comunidad cristiana. Intervienen en la sustitución de Judas (Hch 1, 
15-26), organizan los diferentes ministerios: ministerio de la palabra (Hch 
2, 42), ministerio sacramental (Hch 2, 42; 8, 14-17), ministerio pastoral (1 
Co 14, 26ss). Los Apóstoles actúan en nombre del Señor en las diversas 
actividades apostólicas: en la predicación de la palabra (Hch 4, 17; 8, 
12-16; 9-15, etc.), en la administración de los sacramentos (Hch 8, 
12-17; 10-48; 1 Co 11, 23), y en las decisiones que toman en el ámbito 
doctrinal, moral o disciplinal (1 Co 5, 4-5; 7, 10), en los milagros que 
hacen (Hch 3, 6, 16) San Pablo expresa de este modo el sentido de su 
tarea apostólica: "Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo 
y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1). Toda la Iglesia 
tiene como fundamento a los Apóstoles: «Estáis edificados sobre el 
cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra 
angular» (Ef 2, 20) (93). 

72. Los Obispos. sucesores de los Apóstoles. Iglesia apostólica 
«La misión divina que Cristo confió a los Apóstoles debe durar hasta el 
fin de los tiempos (Mt 28, 20), ya que el evangelio que ellos deben 
transmitir es constantemente el principio de toda la vida para la Iglesia. 
Por esta razón, los Apóstoles se preocuparon de establecer sucesores 
en esta sociedad jerárquicamente estructurada» (LG. 20). Así los 
Apóstoles, cual si hicieran testamento encargaron a sus colaboradores el 
contemplar y afianzar la obra que ellos habían comenzado y 
determinaron también que, al morir ellos, otros hombres de confianza 
recogieran su ministerio (S. Clemente Romano, Ad Co 44. 2). 
Los que hoy designamos como «Obispos» -responsables de las 
Iglesias particulares- fueron señalados, desde los comienzos, como los 
auténticos sucesores de los Apóstoles en el ministerio, de modo que S. 
Ireneo, testigo excepcional de las Iglesias de oriente y occidente, puede 
decir a finales del siglo ll: «Podemos contar a aquellos que han sido 
puestos por los Apóstoles como Obispos y sucesores suyos hasta 
nuestros días» (Adv haer. Ill, 3, 1; PG 7, 848A). A través de estos 
sucesores de los Apóstoles se manifiesta y conserva la tradición 
apostólica en todo el mundo (Cfr. Adv. haer. lll, 2, 2; PG 7, 847; cfr LG 
20). La Iglesia es conducida en su peregrinación por la acción del 
Espíritu Santo y de los sucesores de los Apóstoles: «El Señor Jesús 
dispuso el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo en forma tal 
que uno y otro actuasen asociadamente en la actualizaci6n de la obra 
salvífica en todas partes y para siempre» (AG 4) (97). 

73. Los Obispos, continuadores de la misión de Cristo 
La Iglesia, fundada por Jesucristo en los Apóstoles, continúa hoy 
siendo apostólica. Hay elementos apostólicos que se hallan en la Iglesia 
del siglo XX como en la del siglo IV o en la del siglo I. Uno de ellos es la 
jerarquía, por ello denominada «apostólica». Tradicionalmente este 
servicio apostólico, ejercido por los Obispos, presenta las siguientes 
dimensiones: servicio de la Palabra (Magisterio Profético), servicio de la 
celebración Litúrgica (Sacerdocio) y servicio de la Comunidad Eclesial 
(Gobierno Pastoral). Así lo señala el Concilio Vaticano II en diversas 
ocasiones, pero especialmente en la Constitución Lumen Gentium (25, 
26, 27). 
Aunque todos los ministerios edificadores de la Iglesia dimanan, de un 
modo u otro, del carisma apostólico como de su fuente, el testimonio de 
la tradición ha centrado su atención en un singular ministerio que ocupa 
el primer lugar entre todos y que condensa lo más nuclear del oficio y 
misión de los Apóstoles, es «el oficio de aquellos que, constituidos en el 
episcopado, a través de una sucesión que transcurre desde el principio, 
poseen los vástagos de la semilla apostólica» (LG 20). El apostolado de 
los Doce no se agota en el ministerio de los Obispos, pero este ministerio 
es heredero genuino de la misión apostólica de los testigos de la 
Resurrección y encierra en sí lo que hay de más sustancial en el oficio 
encomendado por Cristo a los Apóstoles (100). 

74. Los presbíteros, colaboradores de los Obispos 
Los presbíteros (comúnmente llamados «sacerdotes») son 
colaboradores de los Obispos, así participan de su ministerio eclesial. 
«Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del Pontificado y 
dependen de los Obispos en el ejercicio de su potestad, están, sin 
embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del 
sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos 
sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno 
Sacerdote (Cfr. Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el evangelio y 
apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino» (LG 28) (101). 

75. Los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles 
También los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles, 
suponiendo su ministerio una referencia intrínseca al episcopado: los 
presbíteros pueden ser llamados sacerdotes de segundo orden del 
Colegio episcopal (Cfr. LG 28; PO 2, 7; CD 28). Por el don recibido en la 
sagrada ordenación se constituyen en cooperadores y consejeros 
necesarios de los Obispos «en el ministerio y en la función de enseñar, 
santificar y apacentar al Pueblo de Dios» (PO 7). Su oficio no es una 
derivación del sacerdocio de los Obispos, sino una participación del 
único sacerdocio de Cristo, confiado a los Apóstoles, que, en su caso 
concreto, se configura como ministerio que ha de ejercerse en 
colaboración subordinada al sacerdocio episcopal. Los presbíteros, por 
otra parte, están llamados a realizar su misión comunitariamente sobre la 
base de «la fraternidad sacramental» (PO 8). Un presbítero está 
destinado, por su misma condición, a integrarse en un presbiterio 
congregado en virtud de la ineludible vinculación al Obispo de la Iglesia 
local (102). 

76. Cristo, presente en la persona de los Obispos y de los presbíteros 
asociados al Obispo
Los sucesores de los Apóstoles son representantes ministeriales de 
Cristo. Cristo continúa presente en su Iglesia de muchas maneras, y 
entre ellas, a través del ministerio de los Obispos y de su colaboradores 
los presbíteros: «En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten 
los presbíteros: el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en 
medio de los fieles... Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del 
Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de 
Dios (Cfr. 1 Co 4, 1 )» (LG 21; PO 5). La función de la Jerarquía es suplir 
la presencia visible de la humanidad de Cristo. Los miembros de la 
Jerarquía, por ser los representantes ministeriales de Cristo, con 
autoridad y poder recibido de Cristo para hablar y actuar en su nombre, 
son un elemento constitutivo de la Iglesia. Cristo es anunciado a los 
hombres de hoy, se comunica a los hombres a través de los sacramentos 
y de la vida de fe y de caridad de los cristianos, por medio de la Iglesia, y 
especialmente por medio del ministerio de los Obispos y sus 
colaboradores los presbíteros (103) 

77. Los diáconos, en comunión con el Obispo y su presbiterio, al 
servicio del Pueblo de Dios
«En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la 
imposición de las manos "no en orden al sacerdocio, sino en orden al 
ministerio". Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con 
el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la 
liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según 
le fuere asignado por la autoridad competente, administrar 
solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al 
matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los 
moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al 
pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los 
sacramentos. Dedicados a los oficios de la caridad y de la 
administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado 
Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad 
del Señor, que se hizo servidor de todos"» (LG 29) (104). 

78. El Papa, sucesor de San Pedro, centro de comunión universal, 
cabeza del Colegio Episcopal 
Entre los diversos servicios pastorales destaca, por su particular 
significado, el del Papa, sucesor de Pedro, centro de comunión universal 
(Cfr. Concilio Vaticano I, DS 3056-3058), cabeza del Colegio Episcopal. 
«Así como por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles 
forman un solo Colegio Apostólico, de modo semejante se unen entre sí 
el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los 
Apóstoles» (LG 22) (105). 

79. El Papa, cabeza visible de la Iglesia universal 
La persona del Pontífice Romano, sucesor de Pedro, es cabeza del Colegio 
Episcopal, y cabeza visible de toda la Iglesia. Así lo enseñó 
solemnemente el Concilio Vaticano l; «Para que el episcopado mismo 
fuese uno e indiviso, y la multitud entera de los creyentes se mantuviese 
en la unidad de la fe y de la comunión gracias a la íntima y recíproca 
cohesi6n de los pontífices poniendo (Cristo) al bienaventurado apóstol 
Pedro a la cabeza de los demás apóstoles, instituyó en su persona el 
principio perenne y el fundamento visible de esa unidad. Sobre su solidez 
se levantaría el templo eterno, y sobre la firmeza de su fe se elevaría la 
Iglesia, cuya grandeza debe llegar hasta el cielo» (DS 3051). El Concilio 
Vaticano II reafirma esta misma doctrina: «Esta doctrina sobre la 
institución, perpetuidad, poder y razón de ser del primado romano y de 
su magisterio infalible, el santo Concilio la propone de nuevo como objeto 
de fe inconmovible a todos los fieles» (LG 18) (106). 

80. "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" 
COLEGIALIDAD
Cristo anuncia su intención de edificar su Iglesia sobre Pedro, 
considerándolo como la piedra angular y anunciándole que le confiará la 
responsabilidad total de la casa de Dios aquí en la tierra («yo te daré las 
llaves del reino de los cielos... todo lo que ates..., etc.). A la profesión de 
fe de Pedro, Jesús responde con esa promesa solemne: «¡Dichoso tú, 
Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y 
hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres 
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no 
la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la 
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará 
desatado en el cielo.» (Mt 16,17-19) (107). 

81. «Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas» 
Después de la resurrección, Cristo cumple su promesa, confiando a 
Pedro el cuidado de toda la Iglesia: «Después de comer dice Jesús a 
Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le 
contestó: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero, Jesús le dice: Apacienta mis 
corderos. Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? 
El le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. El le dice: Pastorea mis 
ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? 
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le 
contest6: Señor, tu conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: 
Apacienta mis ovejas.» (Jn 21,15-17). Jesús no dice que vaya a cesar El 
como pastor de su rebaño, o que sus ovejas no vayan a ser suyas. El 
sigue siendo el único pastor del rebaño, como también el único 
fundamento del edificio, la única cabeza del cuerpo, el único salvador del 
mundo. Pero confía ahora a Pedro el cuidado de su propio rebaño. 
Pedro es responsable de la totalidad del rebaño, cabeza también de los 
demás apóstoles (108). 

82. Pedro, jefe y cabeza del Colegio de los Apóstoles 
En la Iglesia primitiva, Pedro se conduce indiscutiblemente como jefe y 
cabeza del Colegio de los Apóstoles, y así es reconocido por los 
Apóstoles y por toda la Iglesia en la elecci6n de Matías (Hch 1,15), en la 
predicación del reino (Hch 1, 14; 12-26; 4,5-22) en las primeras 
conversiones (Hch 2,37), en la comparecencia ante el sanedrín (Hch 10, 
8; 5,29) en la cuestión de la admisión de los gentiles a la Iglesia (Hch 10 
y 1 1), en el Concilio de Jerusalén (Hch 15,7-22). Pedro suele encabezar 
las listas de los Apóstoles y siempre nominalmente, aun en el caso en 
que se designe a los demás de manera global (Cfr. Hch 1, 13; 2,14.37; 
5,29, etc.) (109). 

83. En el Papa permanece el oficio de Pedro como Pastor de la Iglesia 
universal 
Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro, como sobre una 
roca, es una Iglesia que debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt 
28,18-20), y puesto que Pedro es mortal (Jn 21, 19), tiene que haber 
unos sucesores en su función de fundamento y de pastor supremo de la 
Iglesia. En caso contrario, la Iglesia de hoy no sería la Iglesia fundada 
por Cristo, y vendría a ser un edificio sin fundamento (Cfr. Mt 16. 18), un 
rebaño sin pastor (Cfr. Jn 21, 17). Es históricamente cierto que Pedro 
vino a Roma y sufrió el martirio en esa ciudad. Desde entonces, el 
Obispo de la Iglesia de Roma se ha presentado siempre y ha sido 
siempre reconocido en la Iglesia como el sucesor de Pedro y, por tanto, 
como pastor de la Iglesia universal. Ya durante los siglos Il y lll, Roma se 
convierte en el centro de la "Catholica", centro de toda la Iglesia, al que 
se recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. A mediados del 
siglo V, el Papa San León formula con claridad la doctrina del primado 
romano: «Así como permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así 
también permanece lo que Cristo ha instituido en Pedro...» (Sermo 3, 2; 
PL 34, 146) (110). 

84. «La colegialidad es corresponsabilidad» {Pablo Vl) 
La cooperación activa de todos los Obispos con el Papa en la tarea de 
apacentar al Pueblo de Dios es lo que se llama colegialidad episcopal. 
«La colegialidad es corresponsabilidad» (Pablo Vl, AAS, 1969, 718). El 
Colegio de los Obispos, que sucede al Colegio de los Apóstoles, «junto 
con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es 
también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal» 
(LG 22). «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la 
variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo 
una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo» (LG 22). Por ello, ni el 
Primado supone una especie de monarquía absoluta ni la colegialidad un 
simple parlamento democrático. Siempre habrá que recordar que la 
«estructuración» de la Iglesia es misteriosamente original y que 
conduciría a callejones sin salida todo intento de captar su ser más 
profundo tomando como punto de partida los modelos de las sociedades 
y poderes humanos: monarquía, república, dictadura, democracia, etc. 
En la Iglesia, Cristo es el único Señor y nadie decide sino El a través de 
unos ministerios de los que El es exclusiva fuente vital (111).

85. La colegialidad, a través de la historia 
A través de la historia se manifiesta la colegialidad de los Obispos en 
los vínculos de la unidad, caridad y paz, en la convocatoria de Concilios y 
Sínodos para decidir en común sobre problemas trascendentales para la 
Iglesia, en la presencia de varios Obispos en la ordenación episcopal de 
un nuevo Prelado (Cfr. LG 22). San Ignacio de Antioquía escribe a las 
iglesias de Asia y Roma, a comienzos del siglo ll; los Obispos dan cartas 
de recomendación a sus fieles para los Obispos de otras regiones, se 
comunican los nombres de nuevos Obispos y los de aquellos que han 
caído en la herejía o cisma; incluso se envía pan eucarístico como 
símbolo supremo de comunión en la fe (112). 

86. La colegialidad, signo de comunión 
La conciencia de colegialidad aparece en esta carta del Papa 
Celestino I al Concilio de Efeso: «Es santo y merece la debida veneraci6n 
el Colegio en que ahora debe manifestarse la reverencia de aquella 
amplia congregación de los Apóstoles... El cuidado del ministerio de la 
predicación ha llegado en común a todos los sacerdotes del Señor (los 
Obispos); hemos recibido un mandato universal; quien a todos ellos así 
ordenó en común, quiso que también nosotros lo hiciéramos... Halla una 
sola alma con un solo corazón para todos. Cuando es herida la fe, que 
es una, duélase, mejor aún, llore esto con nosotros todo el Colegio» (PL 
58, 505-506) (113). 

87. El Magisterio Episcopal, al servicio de la Palabra de Dios y de la 
infalibilidad de la Iglesia 
Para que todos los fieles tengan siempre la garantía de que el 
mensaje de Jesús es bien interpretado en la Comunidad, existe el 
Magisterio Episcopal, encargado de interpretar auténticamente la 
Palabra de Dios oral o escrita. Su función consiste en escuchar 
devotamente, custodiar celosamente y explicar fielmente, con la 
asistencia del Espíritu Santo, esa Palabra, no estando por encima de 
ella, sino a su servicio (DV. 10). De esta manera, la totalidad de los 
fieles, que es infalible cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles 
laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y 
costumbres, se ve fortalecida con la actuación del Magisterio, mediante 
la cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera Palabra 
de Dios (Cfr. LG 12) (114). 

88. Infalibilidad del Colegio Episcopal 
Su Magisterio es especialmente garantía para todo el Pueblo de Dios 
«cuando todos juntos conservando el vínculo de la comunión entre sí y 
con el sucesor de Pedro vienen a estar de acuerdo en una sentencia 
como definitivamente obligatoria al enseñar de manera auténtica cosas 
de fe y costumbres; entonces proponen de manera infalible la doctrina 
de Cristo» (LG 25) (115). 

89. Infalibilidad del Papa 
En el Papa, Cabeza del Colegio Episcopal, reside 
de modo singular el carisma de la infalibilidad de la Iglesia, cuando como 
Pastor y Maestro de todos los cristianos, por raz6n de su ministerio 
apostólico y la asistencia divina prometida a Pedro, proclama con acto 
definitivo -"ex cathedra"- la doctrina de fe y costumbres (Concilio 
Vaticano I, DS 3065-3075; LG 25) (116). 

90. Asistencia del Espíritu 
El Magisterio de la Iglesia es resultado, sí, de la adecuada 
investigaci6n teológica sobre las fuentes de la Revelación, de la 
observación cuidadosa sobre la fe de la Iglesia, de la coordinación 
manifestada especialmente en el Concilio Ecuménico; pero, sobre todo, y 
en ultimo término, del Espíritu Santo presente en su Iglesia asistiendo a 
los Apóstoles que perviven en sus sucesores, conforme a la palabra de 
Jesús a Pedro (Lc 22, 32) y a todos los Apóstoles (Mt 28, 20). El Espíritu 
será quien los lleve a la verdad completa (Jn 16, 13; 14, 16-17) (117). 

91. Como un licor precioso 
Por la acción del mismo Espíritu, al servicio eclesial del Magisterio 
nunca le faltará la adhesi6n de la Comunidad Cristiana. El Espíritu 
conserva y aumenta la unidad en la fe de toda la grey de Cristo (Cfr. LG 
25). La unidad en una misma fe, fruto del Espíritu, es guardado como un 
licor precioso, con expresi6n de San Ireneo: "De la Iglesia recibimos la 
predicación de la fe y, bajo la acción del Espíritu de Dios, la conservamos 
como un licor precioso guardado en un frasco de buena calidad, licor 
que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al vaso que lo contiene» 
(Adv. haer. 3, 3. 2) (118). 
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TEMA 46 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL CARISMA DE LA JERARQUÍA 
COMO UN SERVICIO A TODO EL PUEBLO DE DIOS 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Información: personas, hechos, problemas...
* Oración inicial: salmo compartido. 
* Presentación del tema 46 en sus puntos clave. 
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias. 
* Oración comunitaria: Sal 23, canción apropiada . 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Todo grupo necesita un centro de unidad. 
* Autoridad como servicio. 
* Israel, rebaño de Dios. 
* Jesús, el Buen Pastor. 
* Jesús escoge a doce apóstoles. 
* Los obispos, sucesores de los apóstoles. 
* Presbíteros y diáconos. 
* El Papa, sucesor de Pedro. 
* Colegialidad. 
* Como un licor precioso.