COMENTARIOS AL SALMO 134

 

1. HOG Y SIJON

Nombres en la historia de Israel —que es mi propia historia—: Hog y Sijón. Los reyes que no dejaban pasar a Israel. Gigantes entre los hombres, engreídos en su poder y en su despecho, que les hizo negar el paso a los israelitas aun cuando éstos prometieron no tocar sus viñedos ni beber de sus pozos. Obstáculos en el camino hacia la tierra prometida. Y Dios los allanó por completo. El Señor no permitirá que nada ni nadie trate de parar la marcha decidida de su pueblo hacia su destino. Israel recordará esos nombres extranjeros y los convertirá en símbolo y muestra del rescate divino frente a ingentes obstáculos, en leyenda para sus anales y verso sonoro en sus salmos de acción de gracias por la ayuda y la victoria.

Obstáculos en el camino de la tierra prometida. Hog y Sijón. También yo los recuerdo. También a mí han querido cortarme el paso. Peligros que he encontrado, desengaños que he sufrido, momentos en que parecía que todo se había acabado, equivocaciones que parecían destruir toda posibilidad de ir adelante. El camino ascendente de mi alma quedó cerrado más de una vez por obstáculos que parecían imponer el fm del avance. Reyes gigantes y ejércitos compactos. Y, por dentro, cansancio del alma y falta de fe. ¿Cómo pasar adelante? ¿Cómo llegar?

Sin embargo, esos obstáculos insuperables fueron superados, el camino quedó despejado y el viaje prosiguió. Una mano poderosa abría el camino una y otra vez, renovaba las esperanzas y daba ánimos. También yo tengo leyendas y nombres en mis memorias privadas y en mi historia secreta. No volverán a intimidarme los obstáculos, por impresionantes que sean. Mientras me acuerde de Sijón y de Hog, tendré libre el camino hasta el final.

"Hirió de muerte a pueblos numerosos, mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos; a Hog, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán. Y dio su tierra en heredad, en heredad a Israel su Pueblo. Señor, tu nombre es eterno; Señor, tu recuerdo de edad en edad. Porque el Señor gobierna a su pueblo y se compadece de sus siervos».

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 249


 

2. Himno a Dios por sus maravillas

1. La liturgia de Laudes, que estamos siguiendo en su desarrollo a través de nuestras catequesis, nos propone la primera parte del salmo 134, que acaba de resonar en el canto de los solistas. El texto revela una notable serie de alusiones a otros pasajes bíblicos y parece estar envuelto en un clima pascual. No por nada la tradición judaica ha unido este salmo al sucesivo, el 135, considerando el conjunto como "el gran Hallel", es decir, la alabanza solemne y festiva que es preciso elevar al Señor con ocasión de la Pascua.

En efecto, este salmo pone fuertemente de relieve el Éxodo, con la mención de las "plagas" de Egipto y con la evocación del ingreso en la tierra prometida. Pero sigamos ahora las etapas sucesivas, que el salmo 134 revela en el desarrollo de los doce primeros versículos:  es una reflexión que queremos transformar en oración.

2. Al inicio nos encontramos con la característica invitación a la alabanza, un elemento típico de los himnos dirigidos al Señor en el Salterio. La invitación a cantar el aleluya se dirige a los "siervos del Señor" (v. 1), que en el original hebreo se presentan "erguidos" en el recinto sagrado del templo (cf. v. 2), es decir, en la actitud ritual de la oración (cf. Sal 133, 1-2).

Participan en la alabanza ante todo los ministros del culto, sacerdotes y levitas, que viven y actúan "en los atrios de la casa de nuestro Dios" (Sal 134, 2). Sin embargo, a estos "siervos del Señor" se asocian idealmente todos los fieles. En efecto, inmediatamente después se hace mención de la elección de todo Israel para ser aliado y testigo del amor del Señor:  "Él se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya" (v. 4). Desde esta perspectiva, se celebran dos cualidades fundamentales de Dios:  es "bueno" y es "amable" (v. 3). El vínculo que existe entre nosotros y el Señor está marcado por el amor, por la intimidad y por la adhesión gozosa.

3. Después de la invitación a la alabanza, el salmista prosigue con una solemne profesión de fe, que comienza con la expresión típica:  "Yo sé", es decir, yo reconozco, yo creo (cf. v. 5). Son dos los artículos de fe que proclama un solista en nombre de todo el pueblo, reunido en asamblea litúrgica. Ante todo se ensalza la acción de Dios en todo el universo:  él es, por excelencia, el Señor del cosmos:  "El Señor todo lo que quiere lo hace:  en el cielo y en la tierra" (v. 6). Domina incluso los mares y los abismos, que son el emblema del caos, de las energías negativas, del límite y de la nada.

El Señor es también quien forma las nubes, los rayos, la lluvia y los vientos, recurriendo a sus "silos" (cf. v. 7). En efecto, los antiguos habitantes del Oriente Próximo imaginaban que los agentes climáticos se conservaban en depósitos, semejantes a cofres celestiales de los que Dios tomaba para esparcirlos por la tierra.

4. El otro componente de la profesión de fe se refiere a la historia de la salvación. Al Dios creador se le reconoce ahora como el Señor redentor, evocando los acontecimientos fundamentales de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. El salmista cita, ante todo, la "plaga" de los primogénitos (cf. Ex 12, 29-30), que resume todos los "prodigios y signos" realizados por Dios liberador durante la epopeya del Éxodo (cf. Sal 134, 8-9). Inmediatamente después se recuerdan las clamorosas victorias que permitieron a Israel superar las dificultades y los obstáculos encontrados en su camino (cf. vv. 10-11). Por último, se perfila en el horizonte la tierra prometida, que Israel recibe "en heredad" del Señor (v. 12).

Ahora bien, todos estos signos de alianza, que se profesarán más ampliamente en el salmo sucesivo, el 135, atestiguan la verdad fundamental proclamada en el primer mandamiento del Decálogo. Dios es único y es persona que obra y habla, ama y salva:  "el Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses" (v. 5; cf. Ex 20, 2-3; Sal 94, 3).

5. Siguiendo la línea de esta profesión de fe, también nosotros elevamos nuestra alabanza a Dios. El Papa san Clemente I, en su primera Carta a los Corintios, nos dirige esta invitación:  "Fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador de todo el universo y adhirámonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Mirémosle con nuestra mente y contemplemos con los ojos del alma su magnánimo designio. Consideremos cuán blandamente se porta con toda la creación. Los cielos, movidos por su disposición, le están sometidos en paz. El día y la noche recorren la carrera por él ordenada, sin que mutuamente se impidan. El sol y la luna y los coros de las estrellas giran, conforme a su ordenación, en armonía y sin transgresión alguna, en torno a los límites por él señalados. La tierra, germinando conforme a su voluntad, produce a sus debidos tiempos copiosísimo sustento para hombres y fieras, y para todos los animales que se mueven sobre ella, sin que jamás se rebele ni mude nada de cuanto fue por él decretado" (19, 2-20, 4:  Padres Apostólicos, BAC 1993, pp. 196-197). San Clemente I concluye afirmando:  "Todas estas cosas ordenó el grande Artífice y Soberano de todo el universo que se mantuvieran en paz y concordia, derramando sobre todas sus beneficios, y más copiosamente sobre nosotros, que nos hemos refugiado en sus misericordias por medio de nuestro Señor Jesucristo. A él sea la gloria y la grandeza por eternidad de eternidades. Amén" (ib., p. 198).

(©L'Osservatore Romano - 11 de abril de 2003)


3.

Benedicto XVI: Himno a Dios que hace maravillas
Meditación sobre el Salmo 134

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ofreció Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles sobre el Salmo 134 (1-12), himno a Dios que hace maravillas.

Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.

Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.

Yo sé que el Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.

Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta los vientos de sus silos.

Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
Envió signos y prodigios
--en medio de ti, Egipto--
contra el Faraón y sus ministros.

Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
a Sijón, rey de los amorreos,
a Hog, rey de Basán,
a todos los reyes de Canaán.
Y dio su tierra en heredad,
en heredad a Israel, su pueblo.



1. Ante nosotros se presenta la primera parte del Salmo 134, un himno de carácter litúrgico, entretejido de alusiones, reminiscencias y referencias a otros textos bíblicos. La liturgia, de hecho, construye con frecuencia sus textos recurriendo al gran patrimonio de la Biblia, rico repertorio de temas y oraciones que sostienen el camino de los fieles.

Seguimos el entramado de oración de esta primera sección (Cf. Salmo 134,1-12), que comienza con una amplia y apasionada invitación a alabar al Señor (Cf. versículos 1-3). El llamamiento se dirige a los «siervos del Señor, que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios » (vv. 1-2).

Nos encontramos, por tanto, en la atmósfera viva del culto que se desarrolla en el templo, el lugar privilegiado y comunitario de la oración. En ella, se experimenta de manera eficaz la presencia de «nuestro Dios», un Dios «bueno» y «amable», el Dios de la elección y de la alianza (Cf. versículos 3-4).

Después de la invitación a la alabanza, una voz solista proclama la profesión de fe, que comienza con la fórmula «yo sé» (versículo 5). Este «Credo» constituirá la esencia de todo el himno, que se convierte en una proclamación de la grandeza del Señor (ibídem), manifestada en sus obras maravillosas.

2. La omnipotencia divina se manifiesta continuamente en todo el mundo, «en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos». Es él quien produce nubes, relámpagos y vientos, imaginados como encerrados en «silos» o almacenes (Cf. versículos 6-7).

Pero esta profesión de fe celebra sobre todo otro aspecto de la actividad divina. Se trata de la admirable intervención en la historia, en la que el Creador muestra el rostro de redentor de su pueblo y de soberano del mundo. Ante los ojos de Israel, recogido en oración, se presentan los grandes acontecimientos del Éxodo.

Ante todo, menciona la conmemoración sintética y esencial de las «plagas» de Egipto, los flagelos suscitados por el Señor para plegar al opresor (Cf. versículos 8-9). Continúa después con la evocación de las victorias de Israel tras la larga marcha en el desierto. Éstas se atribuyen a la poderosa intervención de Dios, que «hirió de muerte a pueblos numerosos, mató a reyes poderosos» (versículo 10). Por último, aparece la meta tan suspirada y esperada, la tierra prometida: «dio su tierra en heredad, en heredad a Israel, su pueblo» (versículo 12).

El amor divino se hace concreto y casi se puede experimentar en la historia con todas las vicisitudes difíciles y gloriosas. La liturgia tiene la tarea de hacer siempre presentes y eficaces los dones divinos, sobre todo en la gran celebración pascual que es la raíz de las demás solemnidades y constituye el emblema supremo de la libertad y de la salvación.

3. Recojamos el espíritu del Salmo y de su alabanza a Dios volviéndolo a presentar a través de la voz de san Clemente Romano tal y como resuena en la larga oración conclusiva de su «Carta a los Corintios». Señala que, así como en el Salmo 134 aparece el rostro del Dios redentor, del mismo modo su protección, ya concedida a los antiguos padres, se nos presenta ahora en Cristo: «Señor, que tu rostro resplandezca sobre nosotros por el bien en la paz para protegernos con tu mano poderosa y librarnos de todo pecado con tu brazo altísimo y salvarnos de quienes nos odian injustamente. Otórganos concordia y paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, tal y como lo hiciste con nuestros padres cuando te invocaban santamente en la fe y en la verdad… A ti, que eres el único capaz de hacer por nosotros estos bienes y otros todavía mayores, te damos gracias por medio del gran sacerdote y protector de nuestras almas, Jesucristo, por quien eres glorificado de generación en generación y por los siglos de los siglos. Amén» (60,3-4; 61,3: «Colección de Textos Patrísticos» --«Collana di Testi Patristici»--, V, Roma 1984, pp. 90-91).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia el Papa saludo a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]


Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo que hemos escuchado es una gran invitación a alabar al Señor en su templo, en el cual se manifiesta su presencia viva entre nosotros. Dios no abandona a su pueblo, sino que interviene continuamente en la historia manifestando en ella la omnipotencia de su amor y su rostro redentor que libera a sus elegidos de la esclavitud y les otorga en herencia la tierra prometida.

En la historia, el amor divino es concreto, se hace visible y casi se puede experimentar. Esta realidad, vivida ya por el pueblo de Israel, se manifiesta de un modo totalmente nuevo y especialmente elocuente en Jesucristo, en el misterio de su muerte y resurrección, que es la máxima expresión de la libertad y de la salvación.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en particular a los grupos parroquiales, a los alumnos universitarios y asociaciones de España; a los grupos y estudiantes de Argentina; a los estudiantes de Chile, así como a los demás peregrinos latinoamericanos. Os exhorto a confiar siempre en el Señor, que nos ama infinitamente y nos libera de todo mal.

Muchas gracias.


4. Benedicto XVI: La falsa religión materialista
 Comentario a la segunda parte del Salmo 134, «Sólo Dios es grande y eterno»
 
 
 CIUDAD DEL VATICANO: Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar la segunda parte del Salmo 134 (13-21), «Sólo Dios es grande y eterno».
 
 
Señor, tu nombre es eterno;  
Señor, tu recuerdo de edad en edad.
Porque el Señor gobierna a su pueblo y se compadece de sus siervos.

Los ídolos de los gentiles son oro y plata,
hechura de manos humanas:
tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,
tienen orejas y no oyen,
no aliento en sus bocas.

Sean lo mismo los que lo hacen,
cuantos confían en ellos.

Casa de Israel, bendice al Señor;
casa de Aarón, bendice al Señor;
casa de Leví, bendice al Señor;
fieles del Señor, bendecid al Señor.
Bendito sea en Sión el Señor, que habita en Jerusalén.

 
 
El Salmo 134, canto de tono pascual, nos es presentado por la Liturgia de las Vísperas en dos pasajes distintos. Acabamos de escuchar la segunda parte (Cf. versículos 13-21), sellada por el aleluya, la exclamación de alabanza al Señor con la que había comenzado el Salmo.
 
 Después de haber conmemorado en la primera parte del himno el acontecimiento del Éxodo, corazón de la celebración pascual de Israel, ahora el salmista pone en confrontación de manera incisiva dos visiones religiosas diferentes. Por un lado, se presenta la figura del Dios vivo y personal, que está en el centro de la auténtica fe (Cf. versículos 13-14). Su presencia es eficaz y salvífica, el Señor no es una realidad inmóvil y ausente, sino una persona viva que «guía» a sus fieles, se «compadece» de ellos, apoyándoles con la potencia de su amor.
 
 2. Por otro lado aparece la idolatría (cf. versículos 15-18), expresión de de una religiosidad desviada y engañosa. Del hecho, el ídolo no es más que «hechura de manos humanas», un producto de deseos humanos; es por tanto incapaz de superar los límites de la criatura. Ciertamente tiene una forma humana con boca, ojos, oídos, garganta, pero es inerte, no tiene vida, como sucede precisamente como una estatua inanimada (Cf. Salmo 113B,4-8).
 
 El destino de quien adora a estas realidades muertas es el de hacerse semejante a ellas, impotente, frágil, inerte. En estos versículos se representa claramente la eterna tentación del hombre de buscar la salvación en la «obra de sus manos», poniendo su esperanza en la riqueza, en el poder, en el éxito, en la materia. Por desgracia, le sucede lo que ya describía eficazmente el profeta Isaías: «A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía. No salvará su vida. Nunca dirá: "¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso?"» (Isaías 44, 20).
 
 3. El salmo 134, tras esta meditación sobre la verdadera y la falsa religión, sobre la fe genuina en el Señor del universo y de la historia y sobre la idolatría concluye con una bendición litúrgica (Cf. versículos 19-21), que presenta una serie de figuras presentes en el culto realizado en el templo de Sión (Cf. Salmo 113B, 9-13).
 
 Desde toda la comunidad reunida en el templo se eleva a Dios creador del universo y salvador de su pueblo una bendición conjunta, expresada en la diversidad de sus voces y en la humildad de a fe.
 
 La liturgia es el lugar privilegiado para la escucha de la Palabra divina que hace presentes los actos salvíficos del Señor, pero es también el ámbito desde el que se eleva la oración comunitaria que celebra el amor divino. Dios y hombre se encuentran en un abrazo de salvación, que encuentra su cumplimiento precisamente en la celebración litúrgica.
 
 4. Al comentar los versículos de este Salmo sobre los ídolos y la semejanza que adquieren quienes confían en ellos (Cf. Salmo 134, 15-18), san Agustín observa: «De hecho, creedlo, hermanos, se graba en ellos una cierta semejanza a sus ídolos: no en su cuerpo, sino en su hombre interior. Tienen oídos, pero escuchan lo que les grita Dios: "Quien tiene oídos para oír que escuche". Tienen ojos, pero no ven: es decir los ojos del cuerpo, pero no los ojos de la fe». Del mismo modo, «tienen nariz pero no perciben el olor. No son capaces de percibir ese olor del que habla el apóstol: somos el buen olor de Cristo en todo lugar (Cf. 2Corintios 2,15). ¿De qué les sirve tener nariz, si con ella no pueden respirar el suave perfume de Cristo?».
 
 Es verdad, reconoce Agustín, permanecen todavía personas ligadas a la idolatría; «sin embargo, cada día hay personas que, convencidas de los milagros de Cristo Señor, abrazan la fe. Cada día se abren ojos a los ciegos y oídos a los sordos, comienzan a respirar narices que antes estaban obturadas, se sueltan las lenguas de los mudos, se consolidan las piernas de los paralíticos, se estiran los pies de los cojos. De todas estas piedras surgen hijos de Abraham (Cf. Mateo 3, 9). A todos estos, por tanto, hay que decirles: "Casa de Israel, bendice al Señor"… ¡Bendecid al Señor, vosotros, pueblos todos! Esto significa "Casa de Israel". ¡Bendecidle, vosotros, prelados de la Iglesia! Esto significa "Casa de Aarón". ¡Bendecidle, ministros! Esto significa "Casa de Leví". Y, ¿qué decir de las demás naciones? "Fieles del Señor, bendecid al Señor"» («Commentario al Salmo 134, 24-25 --«Esposizione sul Salmo»-- 134, 24-25: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp. 375.377).
 
 
 [Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En castellano dijo:]
 
 El salmo que hemos escuchado es una meditación sobre la verdadera y la falsa religión, sobre la fe genuina en el Señor de la historia, por un lado, y sobre la idolatría, por otro. Presenta a Dios como un ser vivo y personal, que con la fuerza de su amor guía y sustenta a sus fieles. La idolatría, por el contrario, manifiesta una religiosidad desviada y engañosa. Un ídolo es sólo "obra de las manos del hombre": tiene apariencia humana pero no tiene vida.
 
 Este salmo expresa la tentación del hombre de alcanzar la salvación con la "obra de sus manos", mediante la riqueza, el poder, el éxito. Quienes adoran estas realidades inertes, dice san Agustín, se convierten, en su interior, en algo semejante a ellas: son como los ídolos que adoran, incapaces de oír y de ver.
 
 
 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a las peregrinaciones de la República Dominicana, con el Señor Cardenal Nicolás de Jesús López, de Santiago de los Caballeros, con su Arzobispo, Ramón de la Rosa, y de la diócesis de David, con su Obispo José Luis Lacunza. También saludo a las Hermanas Capitulares de la Compañía de Santa Teresa, alentándolas a seguir las genuinas indicaciones del Espíritu Santo en sus deliberaciones. Invito a todos rechazar la seducción de los ídolos y a seguir con gozo al Dios de la vida, que nos ama y se compadece de nosotros.
 
 Gracias a todos por vuestra visita. (Zenit)