COMENTARIOS AL SALMO 104

 

1. ¡NO TOQUÉIS A MIS SIERVOS!

Pocas palabras de tus labios me han hecho impresión tan profunda, Señor, como esa declaración de tu salmo:

«No toquéis a mis ungidos, no hagáis mal a mis profetas».

Señor, yo no soy digno, pero soy tu siervo, te represento a ti y hablo en tu nombre. Y te oigo ahora amonestar a los reyes de la tierra por cuyos reinos va a pasar mi camino, para que no me toquen, porque tu mano me protege. Gracias, Señor. Gracias por tu cariño, por tu cuidado, por tu protección. Gracias por comprometer tu palabra y tu poder en mi humilde causa, por ponerte de mi parte, por luchar a mi lado. Gracias por estar dispuesto a castigar a los que quieren hacerme daño. Has declarado públicamente que estás a mi favor, y yo aprecio con toda mi alma esas palabras y ese gesto, Señor.

Me había puesto a cantar una vez más, como me gusta hacerlo, la historia de la salvación de tu pueblo (que es la mía) a través del desierto y de las aguas, de la cautividad a la promesa... y ahora la veo resumida en esa amonestación categórica: «¡No toquéis a mis siervos!». Las palabras resuenan desde el palacio del Faraón hasta las orillas del Jordán, abren caminos y ganan batallas, contienen a enemigos y derrotan a ejércitos. Esas palabras definen y consagran la peregrinación del pueblo de Dios, día a día, con el poder de la fe y la certeza de la victoria. Son el resumen mismo de toda la historia de Israel: «No toquéis a mi pueblo». Y el Pueblo llega a la Tierra Prometida.

Esas palabras explican también mi propia historia, Señor, y ahora lo veo bien claro. ¿Cómo es así que estoy donde estoy, cómo he llegado hasta aquí, cómo me encuentro hoy en la seguridad de tu Iglesia y en el reino de tu gracia? ¿Cómo no me ha vencido el mundo ni me ha derrocado la tentación? Porque un día temprano en mi vida tú pronunciaste la amenaza real: «No le toquéis: es mi siervo». Tu palabra me protegió. Tu advertencia me defendió. Tu promesa me guió. Yo soy hoy lo que soy, porque tu palabra ha ido delante de mí despejando el camino y quitando peligros. Tu palabra es mi biografia.

Palabras consoladoras que engendran un pueblo y forman mi vida. Palabras que asientan el corazón y calman la mente, porque vienen de ti y proclaman la seriedad de tu intención con la repetición de los términos. Me encanta oir y repetir esos términos: alianza, promesa, juramento, ley... Me regocijo al verlos apilarse en los versos de tu salmo:

«Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac, confirmando como ley para Jacob, como alianza eterna para Israel».

Todas esas bellas palabras se resumen en la orden concreta que sale de tus labios: «¡No toquéis a mi pueblo!». Esa es tu promesa y tu juramento, la manera práctica de llevar a cabo tu alianza y tu ley. Tu pueblo será protegido, y tu palabra quedará cumplida. Esas breves pero definitivas palabras escribirán toda la gloriosa historia de tu pueblo peregrino.

«Cuando eran unos pocos mortales, contados, y forasteros en el país, cuando erraban de pueblo en pueblo, de un reino a otra nación, a nadie permitió que los molestase, y por ellos castigó a reyes: ¡No toquéis a mis ungidos, no hagáis mal a mis profetas!»

Comprendo el pleno sentido de tus palabras: «No le toquéis a él, porque quienquiera que le toca a él, me toca a mi». ¿No es eso lo que quieres decir, Señor? ¿Y no es eso suficiente para sacudirme el alma y ensancharme el pecho en gratitud y amor? Tomas como hecho a ti lo que me hagan a mí. Te identificas conmigo. Me haces ser uno contigo. No merezco la gracia, pero aprecio el privilegio. Te agradezco la seguridad que me da tu palabra, y mucho más el amor y la providencia que te han llevado a pronunciar esa palabra.

«No toquéis a mis ungidos, no hagáis mal a mis profetas)). Gracias, Señor, en nombre de tus ungidos y de tus profetas.

 

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 201