COMENTARIOS AL SALMO 76

 

1. EL BRAZO DERECHO DE DIOS

«¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas? Y me digo: —¡Qué pena la mía! ¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!»

Perdona la vehemencia con que hablo, Señor; pero, cuando veo la distancia que hay entre tu poder y mi miseria, entre tus pro-mesas y mis fracasos, no dejo de sentir que hay algo ahí que no funciona, y expreso la frustración de mis entrañas en la dureza de mis palabras. ¡Me has fallado, Señor! ¡Me has desilusionado del todo! ¿De qué han servido todos mis esfuerzos, mis oraciones, mis esperanzas? Soy la misma calamidad que he sido siempre, nada ha cambiado en mí, nada ha mejorado, mi mal genio sigue hiriendo a los demás, mi arrogancia me hiere a mí mismo, mis pasiones están más fuertes que nunca, y mis caídas se multiplican con la edad. ¿Dónde está tu poder, tu misericordia, tu gracia? ¿Qué ha sido de la mano que creó el mundo? ¿Se ha atrofiado tu brazo derecho? ¿Has perdido la influencia que tenías en los asuntos de los hombres? ¿O has perdido quizá el interés?

Hablo en mi nombre y en el nombre de los amigos y compañeros con quienes comparto el trabajo del Reino y con quienes comento día a día la desilusión que se apodera de nosotros cuando comparamos la sinceridad de nuestros esfuerzos con la escasez de nuestros resultados.

«¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa?»

Cuando me envuelve la nube del desengaño, siento en mis huesos el desánimo y la desesperación. Los sueños no se hacen realidad, los ideales no se alcanzan, el Reino no llega. Conozco mis defectos, y conozco los fallos del género humano; pero también conozco la seguridad de tus promesas y el poder de tu brazo.

«Tú, oh Dios, haciendo maravillas mostraste tu poder a los pueblos; con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José».

No dejes que tu brazo cuelgue inerte, Señor. El brazo que dividió a las tinieblas de la luz, que abrió las aguas del mar, que derrumbó murallas y allanó caminos, puede hacer mucho más que eso: puede llevar a la realidad, en la vida de los hombres y en la historia de la raza humana, lo que esas maravillas externas anunciaban y prefiguraban para el reino del espíritu y de la gracia. Allí es donde tus proezas han de afirmarse, donde tu brazo derecho ha de mostrar su poder.

Que nunca se diga de ti, Señor, ni siquiera en la oración obediente de un amigo fiel, que tu brazo derecho se ha atrofiado.

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 146