COMENTARIOS AL SALMO 75

 

1. EL AZOTE DE LA GUERRA

Al comenzar la oración me viene a la memoria, Señor, que en este mismo momento hay guerras en curso, unas lejos, otras cerca, en esta tierra en que vivo. Guerras crueles, inhumanas, absurdas. Guerras que llevan años, y guerras que acaban de estallar sin previsión y sin causa ni razón. Nunca hay razón para una guerra. Nunca hay razón para derramar la sangre de hombres que quieren vivir. Nunca hay razón para arruinar a las naciones y azuzar el odio y llenar de vergüenza a la historia humana haciendo sufrir sin causa y sin remedio a generaciones enteras. La guerra es la bancarrota social del hombre.

Tú solo, Señor, puedes parar y evitar guerras.

«Tú eres deslumbrante, magnífico, con montones de botín conquistados. Los valientes duermen su sueño, y a los guerreros no les responden sus brazos. Con un bramido, oh Dios de Jacob, inmovilizaste carros y caballos. Tú eres terrible: ¿quién resiste frente a ti el ímpetu de tu ira? Quebraste los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la guerra. Desde los cielos pronuncias la sentencia, la tierra se amedrenta y enmudece».

Vuelve a hacer que la tierra enmudezca, Señor. Que la tierra reconozca tu dominio con su silencio. Que callen las bombas y los cañones, y que las balas y las minas dejen de arar el rostro de la tierra. Que calle el tumulto de la guerra en los corazones de los hombres y en los campos de batalla. Que el silencio de la paz cubra la tierra. Que se vuelvan a oír los cantos de los pájaros en vez del tableteo de las ametralladoras. Que se destruyan las armas que amenazan destruir al hombre y a su civilización con él.

Y, sobre todo, que se haga silencio en mi propio corazón, Señor, porque ahí es donde están las raíces de la guerra. Las pasiones que llevan a los hombres a buscar el poder, a odiarse unos a otros, a destruir y a matar, se hallan todas ellas en mi corazón. Por eso te pido que acalles la violencia en m¡, el orgullo y el odio. Cuando leo noticias de guerras, hazme pensar en las guerras secretas de mi corazón. Cuando protesto públicamente contra la violencia, recuérdame que llevo semillas de violencia dentro de mí. Cuando veo correr la sangre, ábreme los ojos para que vea la sangre que yo hago correr en los duelos a muerte con seres a los que llamo hermanos. Acalla las tormentas que llevo dentro, para que sus truenos no salgan afuera; y establece la paz en mi alma para que sea signo y plegaria de la paz que deseo para todos los hombres en todos los lugares y en todos los tiempos.

«Oh Dios, cuando surjas para liberar a los humildes de la tierra, Edom abandonará sus odios para alabarte, y los supervivientes de Jamat bailarán para rendirte culto».

¡Que el clamor de la batalla dé paso a la alegría de la danza, Señor, Dios de la paz!

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 144