COMENTARIOS AL SALMO 69

 

1. ¡NO TARDES!

Sé que existe la virtud de esperar, Señor, pero también sé que hay ratos en la vida en los que la espera no es posible y la urgencia del deseo se impone a toda paciencia y pide a gritos tu ayuda y tu presencia. Mi capacidad de aguante es limitada, Señor, muy limitada. Respeto, desde luego, tus horarios secretos, y adoro tu divina voluntad; pero ardo en impaciencia, Señor, y es inútil que trate de ocultar la vehemencia del deseo con el velo de la conformidad. Sé que estás aquí, que puedes hacerlo, que has de actuar... y no puedo soportar el retraso de tu intervención cuando profeso creer en la prontitud de tu amor.

«Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme».

Me doy cuenta de que los días se acortan cuando llega el invierno. Al llegar el invierno de la vida, mis días son también cada vez más cortos, y me da miedo pensar que mi vida puede desvanecerse antes de que yo logre lo que quiero lograr y llegue a donde quiero llegar, antes de que llegue hasta ti y logre la plenitud en tu presencia. El miedo que me enfría los huesos es el pensar que pronto puede ser ya muy tarde, que cuando despierte puedo haber perdido para siempre la oportunidad, que mi vida puede quedar sin lograrse y mis ideales sin conquistar. Sí, desde luego, confío que en tu misericordia no me rechazarás; pero temo que la plenitud de la vida, los sueños de mi fe, los deseos de mi corazón, queden sin cumplirse en la breve existencia que me ha tocado. Por eso suplico: date prisa, Señor; ¡no tardes!

¿No he esperado ya bastante? ¿No has contado los largos años de mi formación, mis estudios, mis oraciones, mis vigilias, las horas que he pasado en tu presencia, la vida que he gastado en tu servicio? ¿No basta con todo eso? ¿Qué más he de hacer para conseguir tu gracia y cambiar mi vida? Siempre las mismas debilidades, los mismos defectos, el mismo genio, las mismas pasiones. ¡Ya me he aguantado bastante a mí mismo! Quiero cambiar, quiero ser una persona nueva, quiero darte gusto a ti y hacer la vida agradable a los que viven conmigo. No espero milagros, pero sí pido una mejoría.

Quiero sentir tu influencia, tu poder, tu gracia y tu amor. Quiero ser testigo en mi propia vida de la presencia redentora que mi fe adora en ti. Quiero hacerlo bien, quiero ser cariñoso, quiero ser fiel contigo y amable con todos. A pesar de todas mis limitaciones, que reconozco, quiero ser leal y sincero. Y para eso necesito tu ayuda, tu gracia y tu bendición.

«Yo soy un pobre desgraciado: Dios mío, socórreme, que tú eres mi auxilio y mi liberación. ¡Señor, no tardes!»

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 131