COMENTARIOS AL SALMO 57


 

1. SORDO A TU PALABRA

«Se extravían los malvados desde el vientre materno, los mentirosos se pervierten desde que nacen: llevan veneno como las serpientes, son víboras sordas que cierran el oído, para no oir la voz del encantador, del experto que echa conjuros».

No pienso en otros, sino en mí y en el mal que hay dentro de mí. Me digo a veces a mí mismo que, sencillamente, es que no oigo tu voz, ¿y qué le voy a hacer? No sé lo que quieres de mí, y eso me deja libre para hacer lo que quiera. Excusa vana. Ahora sé que, si no oigo tu voz, es porque me he tapado los oídos. La víbora sorda. La taimada serpiente. Defiende su veneno cerrándose a los encantos de la flauta que toca el experto encantador. Veneno para matar. Veneno para hacerse odiosa y maldita entre todas las criaturas de la tierra.

Me tapo los oídos y me niego a escuchar. Me cierro en mi obstinación, y el veneno del egoísmo fermenta en mis entrañas. Y luego, al hablar, hiero; al tocar, quemo; al presentarme ante otros, me hago temido y odioso. Los que me conocen se dan cuenta de la maldición que llevo dentro y se apartan de mi camino. Me hago víctima de mi propio veneno y me quedo solo, porque me he hecho peligroso.

Ábreme los oídos, Señor. Hazme dócil a tu voz, abierto a tus encantos. Saca todo el veneno que llevo dentro, para que vuelva yo a ser inofensivo y amigo ante todos los hombres, y así lo vean ellos y me admitan en su confianza y su amistad.

No permitas nunca que pierda el contacto contigo. No permitas que interrumpa, aunque sólo sea por un momento, mi comunicación contigo. No me dejes taparme los oídos, volver mi rostro, aislar mi vida. Aun cuando me descarríe y me aparte de ti, no permitas que me vaya tan lejos que no pueda oir tu voz, y sígueme llamando, sígueme invitando a volver a ti. No me abandones nunca, Señor, y no permitas que yo me haga sordo a tu voz.

Afina mi oído, Señor. Hazme abierto, alerta, a tono con todo lo que es bueno y bello en el mundo y, sobre todo, a tono contigo, con tu voz, con tu presencia. Quiero aprender a oir, a escuchar, a dar la bienvenida siempre a tu palabra, para que mi propia vida sea la encarnación de tu Palabra en mí.

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 112