COMENTARIOS AL SALMO 9
 

1. ORACION POR LOS OPRIMIDOS

«El Señor será refugio del oprimido, su refugio en los momentos de peligro. Confiarán en ti los que conocen tu nombre, porque no abandonas a los que te buscan)).

La conciencia de la injusticia y la defensa de los oprimidos estaban muy presentes en el corazón de los que primero hicieron y rezaron estos Salmos, y ese pensamiento me consuela, Señor. La lucha por el pobre existe desde que tu Pueblo existe. «El clamor del pobre» y «los gritos de los humildes» suenan en tus oídos desde que este Salmo se cantó en Israel. La oración «no te olvides del pobre, Señor, ..., el pobre se encomienda a ti» es la primera oración de tu pueblo como pueblo, con su conciencia de grupo y su sentido de justicia; y tu pronta respuesta queda también grabada en el Salmo con segura gratitud: «Señor, tú escuchas los deseos de los humildes, les prestas oídos y los animas; tú defiendes al huérfano y al desvalido: que el hombre hecho de tierra no vuelva a sembrar su terror».

Y, sin embargo, Señor, «el hombre hecho de tierra» sí que «ha vuelto a sembrar su terror». La situación de injusticia que provocó el grito de este Salmo sigue existiendo hoy sobre la tierra; la explotación del hombre por el hombre no ha desaparecido aún de la sociedad que llamamos civilizada; sigue habiendo injusticia y desigualdad y aun esclavitud entre los hombres que tú has creado para ser libres. Estas palabras, bien antiguas, siguen, por desgracia, siendo nuevas hoy: «La soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha tramado. El malvado se gloría de su ambición, el codicioso blasfema y desprecia al Señor. Su boca está llena de maldiciones, de engaños y de fraudes; su lengua en-cubre maldad y opresión; en el zaguán se sienta al acecho para matar a escondidas al inocente. Sus ojos espían al pobre; acecha en su escondrijo, como león en su guarida, acecha y se encoge, y con violencia cae sobre el indefenso)).

También hoy se mata al inocente, Señor; también hoy se despoja al indefenso y se oprime al humilde; también hoy los hombres viven en el temor y en la indigencia. Tu mundo aún está manchado por la injusticia, y tus hijos sufren en la miseria. También hoy, Señor, la humanidad consciente se yergue dolorida ante el clamor de los pobres.

El clamor se hace más urgente hoy, porque «el malvado» ya no es un individuo aislado. La opresión no viene de personas concretas a quienes la autoridad pudiera fácilmente reducir. La opresión hoy viene de la misma autoridad, de la sociedad, del grupo, del sistema, de los complejos intereses creados que la avaricia y la ambición y el orgullo y el poder han entretejido en las fibras mismas de la sociedad para el lucro de unos pocos y el más abyecto abandono de millones de tus hijos. Por eso mi oración es hoy más profunda, y mi angustia más extensa, y rezo con mayor insistencia las palabras que tú inspiraste un día.

«Levántate, Señor, extiende tu mano; no te olvides de los humildes. A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano. Rompe el poder del malvado, pídele cuentas de su maldad para que desaparezca».

Sigo pensando, Señor, y ahora descubro en mí mismo con alarma las raíces de la misma maldad. También yo soy causa de dolor y sufrimiento para otros; también yo siento en mí mismo la desdichada hermandad con los «malvados» y descubro dentro de mí las mismas desviaciones que, cuando se desmandan, llevan a otros la miseria que todos deploramos. Siento en mi la marea de las pasiones, la ambición, la envidia y el poder, y sé que por esas pasiones hago daño a gente a mi alrededor. Por eso, cuando pido por la liberación, pido también por mi. Libérame de la esclavitud de mis impulsos y de la temeridad de mis juicios. Aparta de mí el deseo de dominar a los demás, de imponerme a otros, de manipular y mandar. Acalla en mí la sed de poder, el instinto de la ambición. Libérame en verdad y profundidad de todo lo que en mí hace daño a otros, para que pueda ser yo instrumento de liberación de los demás. Arranca el mal de mi vida, y luego, a través de mí, de la de todos aquellos que me encuentro en mi camino y a quienes puedo influenciar en nombre tuyo, para que entre todos hagamos un mundo más justo, y juntos te demos gracias y alabanza.

«Piedad, Señor, mira cómo me afligen mis enemigos, levántame del umbral de la muerte, para que pueda proclamar tus alabanzas y gozar de tu salvación en las puertas de Sión».

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 25