COMENTARIOS AL SALMO 1

 

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* No es por simple coincidencia que este salmo ocupe el encabezamiento del salterio. La primera palabra del salmo comienza con la primera letra del alfabeto "aleph". La última palabra del salmo comienza con la última letra del alfabeto "tab". Cuando San Juan dice que Jesucristo es el alfa y omega, el comienzo y el fin, vuelve a utilizar este procedimiento literario. Este salmo es verdaderamente un resumen de la totalidad de la ley. He aquí, en pocas palabras desde la A... hasta la Z... todo lo que debéis saber. Y todo se resume en dos "caminos", dos 'vías", que se abren ante cualquier hombre:

-El uno que conduce a la "felicidad", simbolizado por la imagen del árbol que reverdece...

-El otro que conduce a la "nada", simbolizado por la imagen de la "paja que se lleva el viento"...

El autor no ha querido hacer una simetría exacta, mecánica. Sería dar demasiada importancia al "mal", al "vacío". Se toma el tiempo necesario (10 renglones de su texto) para detallar "la firmeza" del justo. Y de un plumazo rápido (solamente cinco líneas), sugiere la desaparición del impío. Esto es una obra de arte.

Este salmo hacía parte del ritual de la Alianza, y debía cantarse en la fiesta de los Tabernáculos en la cual se renovaba la Alianza. Es un anuncio profético de las "bendiciones" que conlleva la fidelidad y de las "maldiciones" que pesan sobre aquellos que son infieles a la Alianza. Ver un texto paralelo en Jeremias 17,5-8.

En pocas palabras este salmo primero es verdaderamente el prefacio de todo el libro de los salmos, y el resumen de toda la vida humana: se trata de una gigantesca lucha entre el bien y el mal (concretamente el salmista dice entre los justos y los impíos), esta lucha culminará con la vistoria del bien. Aquí se expresa una esperanza, una certeza sobre el éxito del plan de Dios. ¿Tenemos nosotros, igual optimismo sobre el "dinamismo del porvenir"? La era Mesiánica esperada por Israel, es una felicidad, un éxito.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** No es mera coincidencia que la primera palabra de la Buena Nueva del Reino de Dios sea la misma de este salmo: "dichosos" "Asherei" El resumen del pensamiento de Jesús son las bienaventuranzas, seguidas en la versión de San Lucas (6,20 - 26) de maldiciones como en este salmo. Jesús puso a menudo la imagen del "árbol" que da buenos frutos (Mateo 7) que crece en tal forma que las aves del cielo hacen en él sus nidos (Mateo 13,32). Se compara El mismo con una viña que da su fruto en tiempo oportuno (Juan 15,1). Observemos de paso algunas alusiones sugestivas: la corriente de agua viva que permite al árbol permanecer verde y del cual dirá Jesús que es el Espíritu Santo (Juan 4,14; 7,38). En el sacramento del Bautismo, el agua es también símbolo de vida que renace (Juan 3,5). De igual manera, si bien el salmista nunca pensó en la cruz, hablando del árbol que da su fruto... podemos ciertamente aceptar estas comparaciones que son algo más que simbólicas: en el jardín del paraíso, también, Dios había colocado un "Arbol de Vida" (Génesis 2,9; Apocalipsis 2,7).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** En nuestro mundo moderno, estamos tentados a decir que este salmo es irreal, demasiado bello para ser verdadero. Vemos en efecto, santos que fracasan y malvados que prosperan. Ya Job lo había comprobado. Este es el escándalo de todas las épocas. Jesús, el justo por excelencia, terminó su vida en el árbol seco de la cruz, bajo apariencia del fracaso el más radical. Escuchemos sin embargo al sabio que nos habla en este salmo. Habla como hombre de experiencia... y afirma que "cuanto emprende el justo tiene buen fin". Ahora bien, hay que escuchar esta afirmaci6n paradójica, y comprenderla en el nivel de la fe, y no en el nivel de los éxitos materiales inmediatos. Pascal, al finalizar su famoso "Apuestas sobre Dios" nos da la clave del problema... diciendo que el justo es profundamente "dichoso" aun si es probado dolorosamente en su vida, "¿qué perdéis escogiendo a Dios? ¿qué mal os alcanzará si estáis a su lado? Seréis fieles, honestos, humildes, agradecidos, bienhechores, amigos sinceros, veraces. En realidad, no estaréis en medio de placeres apestosos, en la gloria, en las delicias; pero tendréis otra clase de placeres. Os digo que ganaréis en esta vida y que cada paso que avancéis por este camino, veréis con certeza la ganancia, y la nada de aquello que arriesgáis; conoceréis finalmente que habéis apostado por una cosa cierta, infinita, por la cual no habéis dado nada" (Pensamientos de Pascal, Número 343). Se trata de un pensamiento muy moderno: la "nada", el "absurdo". Muchos autores contemporáneos, mediante reflexiones desilusionadas pronunciadas desde su ateísmo, justifican sin saberlo el pensamiento del antiguo sabio. El filósofo contemporáneo Michel Foucault, con lucidez valiente escribe: "Nietzsche ha encontrado el mundo en que el hombre y Dios se pertenecen mutuamente, en que la muerte del segundo es sinónimo de la desaparición del primero y donde la promesa del superhombre significa ante todo la inminencia de la muerte del hombre". (Las palabras y las cosas, pág. 353). Es evidente que el hombre es nada, sin Dios.

Frente a este pensamiento desesperado, adquiere todo su valor la esperanza optimista del salmista. Porque, si la existencia del hombre sin Dios no es más que el vacío... con Dios la existencia humana se convierte en fantástica maduraci_n de vida, según la imagen del árbol. Sí, algo está madurando. Y Jesús lo repite con fortaleza. Nuestra tierra dará su fruto. La creaci_n es una formidable fuerza de evolución que va hacia el éxito, el "éxito" de la obra que Dios ha comenzado y que él llevará a feliz término. Estamos lejos de una comprensión mezquina de la palabra "éxito", que hace un momento nos hacía dudar del realismo de este salmo. Se trata de algo muy distinto de lo que comúnmente se llama "retribución temporal": La dicha, el éxito, el de los pobres, de los "anawim"... ¡Bienaventurados los pobres! ¡No se les promete dinero! Se les promete la dicha, y el éxito de su vida en Dios.

Y esta dicha, y este éxito... tú los puedes comenzar desde hoy. ¡Rechaza el contagio del mal! ¡No frecuentes el camino de los injustos! ¡Toma tu evangelio y medítalo cada día, cada noche! Vivir es optar: pues bien, ¡opta por Dios! ¡Medítalo diariamente, cordialmente! La dicha está allí, te lo aseguro. Una dicha que nada podrá jamás vencer. Escuchemos la traducción que hace Claudel de este salmo: "El compañero apestado, la compañía del sarnoso, el libro que huele a grasa, excúsame si prefiero la sugerencia saludable y esta santa confirmación la noche de las proposiciones. ¡Es muy verde! Todo se anima por las lluvias de abril, este árbol en pleno fuego de la combinaci6n, que predica a la hierba en la pradera, y por todas partes, ¡no hay nada tan fresco, tan rosado, y tan dorado, para profetizar a estos frutos del éxito! ¡Todo lo demás, fuera! ¡polvo y más polvo a los ojos! Basta sonarse y todo termina".

QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición. BOGOTA-COLOMBIA-1988, págs. 10-13


2.

Algo en la espalda

(Salmo 1)

¡Un buen negocio!

Es la industria más floreciente; sin curvas de regresión. Sus instalaciones ocupan un espacio muy reducido. Se puede montar muy bien en la propia casa sin llamar la atención. Nada de maquinarias complicadas. A veces ni siquiera existen. ¿Materia prima? Un tipo particular de papel invisible que se encuentra fácilmente en el mercado, Todos están dispuestos a servirlo a costo de envío. Por lo demás, un poco de materia gris, pero no mucha, porque con sus complicaciones acabaría por paralizar la producción. Si no se tiene, es lo mismo. Diré que incluso mejor. Hablo de la industria de las etiquetas.

¿Industria o juego? Una cosa y otra, Pero no tiene importancia; es inútil sutilizar, con tal de que sea saciado nuestro gusto, nuestra manía por la clasificación. Esta a su vez nos dispensa del trabajo por comprender. Sin duda que se necesitaría hacer el esfuerzo de comprender. Según la etimología del término (en latín capere = contener), significa acoger, recibir a otro. Pero se trata de algo excesivamente comprometedor. ¡Estamos ya tan ocupados! No tenemos sitio para el otro, para sus ideas, sus problemas o sus puntos de vista. El otro resulta demasiado pesado y molesto; además nos arriesgamos a que desbarajuste nuestro mundo que con tanto trabajo hemos ido montando. No. No hay sitio. No queremos comprender. Por eso nos limitamos a clasificarle. Así el orden está salvado.

Adelante, pues, con las etiquetas.
Progresistas y reaccionarios
cabezas locas y cabezas... asentadas 
practicantes y ateos
sinvergüenzas y gente de bien 
optimistas y pesimistas 
viejos y jóvenes 
virtuosos y pecadores 
contestadores y personas respetables
prudentes e innovadores 
triunfalistas y catacumbales 
«nuestros» y enemigos 
los que piensan como nosotros y los... ignorantes 
buenosy malos
defensores del orden establecido y maoístas 
simpáticos y antipáticos 
los que están de acuerdo con nosotros y rebeldes.

Como se ve una industria que tiene por enseña la facilidad, la comodidad y los prejuicios, Sea como fuere el juego es aceptado por todos, o casi todos. Y para quien no lo acepta o se obstina en querer «comprender», existe una etiquete preparada: «original» o «ingenuo».

De acuerdo. Sería necesario acoger a los demás. Pero para recibir a alguien necesitamos espacio y tiempo, Y no tenemos ni uno ni otro. En cambio, tenemos tanto miedo. Miedo de abrir, de abrirnos.

Entonces manos -¡y lengua!- a las etiquetas. En la espalda del prójimo - ¡qué ironía en este caso!- un trozo de papel cae siempre bien. Y después el mundo marcha estupendamente. Incluso hemos perdido la impresión de ser nosotros quienes han contribuido decididamente a su buen funcionamiento. El mundo marcha bien. Hemos colocado todo. Y nosotros metidos en nuestro rincón, resguardados de las corrientes de aire por miedo a un costipado...

Dios, nuestro cliente 
Si Dios un día se presentase en nuestra fábrica para hacer un pedido de etiquetas... ¡Qué honor el poder registrar a un cliente tan ilustre! Pero son necesarios varios millones. Perfecto, Proveedores del reino. Además en exclusiva. Dos clases de etiquetas. Con sólo dos palabras: árbol y paja. Algo más bien extraño e insólito. No tenemos. No habíamos pensado jamás en ellas. Están fuera de nuestros esquemas, fuera de nuestra cadena de producción. Y sin embargo Dios quiere clasificar a los hombres con estas dos curiosas categorías: árbol y paja. Será como un árbol plantado al borde de la acequia (v. 3). No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento (v. 4).

No hay por qué extrañarse de que Dios haya querido participar en nuestro juego. Pero, para él, se trata de un juego tremendamente serio. No es una coartada a la pereza o al rechazo, sino la expresión más clara de que ha «comprendido»: «él sabe lo que hay en el hombre».

Por tanto, los hombres para él son árboles o paja, Una colosal, increíble simplificación. Este cliente inesperado ha terminado por estropearnos nuestro tranquilo juego. Ahora nos encontramos a disgusto. Es necesario de todas todas ver cuál de las dos etiquetas me ha colocado en la espalda este formidable e inquietante jugador con su inesperada jugada, fuera de toda norma establecida.

Arbol y paja

H/ARBOL-PAJA/SAL-001: El árbol está plantado. Hunde sus raíces en la tierra. Se diría que ha hecho alianza con la tierra, que se ha desposado con la tierra de la que recibe alimento y consistencia. Siempre estará en su sitio. Al verle no se pregunta: ¿qué hace? Está y basta. En él estar tiene la razón de su existencia. Ciertamente no está libre del viento, que le azota con furia por todas partes. Pero el árbol «está en pie». Quizá sacudido violentamente, maltratado, mutilado, con alguna rama seca. Pero «está en pie».

La paja no está plantada. Está simplemente sobre la tierra. La tierra es sólo su pista de lanzamiento. Se diría que está allí para estar en otro sitio. Siempre a disposición del viento que se divierte en remolinarla. Tan pronto aquí como allí. Según los caprichos del viento. El hombre, por tanto, puede ser árbol. Es decir, una persona con raíces profundas; pienso en la estupenda expresión de san Pablo: «arraigados y cimentados en amor» (Ef 3, 17). Por eso está en pie.

Una persona que ha elegido. Que se siente tan libre como para «vincularse» siempre a aquella tierra. Que ha descubierto su propia identidad en la coincidencia de su ser más profundo con una vocación. Esta clase de hombre es capaz de resistir durante mucho tiempo. A pesar de todo. A pesar del viento de la tentación, que llega puntual, como un suceso ordinario, y «probarlo» (y la prueba puede ser, como para san Pedro, la pregunta tonta de una criada curiosa). Para él la fidelidad no es una palabra vacía. Los demás siempre pueden «contar» con él. Y también Dios puede contar a cada momento con él. Su valor no está en lo que hace o en lo que tiene, sino en lo que es. No se avergúenza de meditar, de masticar la palabra de Dios «día y noche». Más aún, «su gozo es la ley del Señor» (v. 2). Le gusta arreglar cuentas con esta ley, aunque estas cuentas sean más bien inquietantes. No es simplemente curioso. Se deja herir y molestar por la verdad.

Está plantado «al borde de la acequia» (v. 3). Jeremías dice una frase aún más expresiva: «hunden sus raíces en profundidad». Reconoce que no se basta a sí mismo. Tiene necesidad de aquel agua, Pues la mayor maldición para un árbol es el secarse. Un árbol seco. Está siempre allí, en pie, en su puesto -observancia, prácticas, limosna, misa del domingo, comportamiento exterior intachable, sentido del deber-; pero es un espectáculo mortificante. Una desolación. Una desilusión para los demás. No corre ya la linfa. Aún ocupa un puesto, pero está «deshabitado», sin vida, sin frescor, inhóspito. La fe reducida a un sistema de verdades áridas.

Con un Señor de quien se sabe que ha resucitado, pero que es solamente una momia ante la que se inclinan otras momias (T. Riebel).

El hombre que no quiere caer en esta maldición se preocupa de establecer un contacto continuo con «la acequia». Oración, silencio, sacramentos, contemplación, liturgia, confrontación constante con la palabra de Dios. Precisamente para conservar el frescor, la espontaneidad, la juventud, la libertad, el gusto por lo nuevo. Para garantizar la sombra, es decir, un reposo reconfortante, un sentido de paz y de confianza a todos los que se nos acercan.

Su contacto con la ley del Señor y con la «acequia» le hace crecer. Continuamente. Pero el hombre puede ser también paja. Nos encontramos de pronto con él. No se sabe de dónde viene ni cómo. Ni siquiera él sabe por qué. Por otra. parte no se plantea muchos porqués. Ligero, superficial, voluble, incierto. Sin verdadera interioridad. Sin profundidad, Sin auténticas relaciones con los demás. A expensas del viento. Dispuesto a enloquecer en el viento de todas las modas.

Incluso, a veces, dispuesto a servir de lecho o soporte a todos los ídolos más despreciables. Los tiranos, los ídolos de siempre, tienen necesidad de la «paja» para poder gobernar. Y desgraciadamente no cuesta mucho trabajo encontrarla en abundancia. Existen demasiados ídolos, demasiados déspotas, demasiados «monstruos» en circulación precisamente porque hay demasiada paja que les sostiene, les protege, les sirve de cabecera.

Gente sin ideas propias, sin convicciones meditadas y vividas, sin iniciativas personales. Incapaz de comprometerse, refractaria a arriesgarse, alérgica a pagar de su bolsillo. Inconstante. Fácilmente arrastrada por entusiasmos y aterrada ante una dificultad mínima. Siempre ocupada en rumiar su propia insatisfacción (¡ya lo creo!). Disponible a todos los compromisos. Preparada para adoptar todos los conformismos, incluso el conformismo del anticonformismo. Equipada para todas las cobardías propias, o también para avalar las cobardías o cubrir las injusticias de los demás.

Incapaz de coherencia; desamparada ante cualquier oportunismo. Su religiosidad es solamente fruto de educación, de ambiente, de rutina o incluso de miedo. Algo que afecta a la fachada, pero que no provoca jamás decisiones personales. Un cesado profesado con la boca, pero desmentido en la conducta. Está sobre todo condenado a la esterilidad. Como la paja. El enemigo de estos hombres-paja es el viento. Si no existiesen ciertas pruebas... si no fuese la naturaleza... el interés, el placer... si Dios no fuese tan exigente..., terminarían por ser fieles. La paja no tiene necesidad de ser castigada. Lleva en sí el propio castigo. Precisamente la maldición de ser sólo paja.

En el juicio los impíos no se levantarán, ni los pecadores en la asamblea de los justos (v. 5).

El día en que el viento del Espíritu rompa las apariencias, quite las máscaras, descubra la inconsistencia de ciertos personajes ficticios, ponga al desnudo el ser, entonces los impíos, los hombres-paja «no se levantarán», pues no tienen centro de gravedad ni raíces. Serán tragados por su vacío. Desaparecerán por su inconsistencia. Se desvanecerán en su irrealidad.

No serán condenados por un amo vengativo; sino que al rechazar el terreno donde habrían podido echar raíces, no podrán 'estar en pie' en la asamblea de quienes están arraigados en Dios (M. Mannati).

La evanescencia del impío, del réprobo, en contraposición al arraigo del justo me parece que es el tema dominante de este salmo. Pero el premio al árbol no es algo venido de fuera. Un árbol bueno, lleno de vitalidad, produce frutos. Esta es su recompensa. Así como para la paja, el castigo consiste en ser sólo paja, del mismo modo para el árbol el premio consiste en ser árbol-que-lleva-frutos.

El árbol realiza su destino de árbol, el destino de los fieles, que no consiste en no sufrir por el viento o la sequía, sino en dar fruto a pesar del viento y de la sequía (T. Riebel).

¡Dichoso el hombre! Es el prólogo de las bienaventuranzas. Con algunos siglos de anticipación sobre el sermón de la montaña, aparece la primera bienaventuranza «Dichoso el hombre...». Se trata de un augurio que posee ya en sí una eficacia, un elemento de bendición. Es Dios quien felicita al hombre. Señor, repito incesantemente el comienzo de este salmo: «dichoso el hombre ... ». Cien, mil veces. Pero tengo un miedo tremendo a no merecerme estas «felicitaciones». Temo que no sean para mí. Porque no soy árbol. Y quizá ni siquiera paja. Algo intermedio. Un arbusto; eso es, Un arbusto medio seco que ha dejado de crecer. Que no tiene ganas de crecer. Entristecido. Sin energías; sin perspectivas. Condenado a secarse sin frutos. Desde hace tiempo mis raíces se han encogido y ha perdido el contacto con «la acequia». Por ahora «estoy en pie». ¿Pero hasta cuándo? Además es demasiado triste una existencia tan penosa. Fuera. Te autorizo. Arráncame de esta humillante mediocridad y «trasplántame» a tu terreno. junto a tu árbol. Allí sobre «el monte de la calavera». No hace falta leer entre líneas este salmo, más allá de las intenciones del mismo recopilador. No sé dónde encontrar a los justos. A pesar de mi esfuerzo, mí búsqueda es tan desilusionante... En este caso, atención al Justo. Al Justo que es árbol. Que está clavado en el árbol. Para obtener «a su tiempo» el fruto de la salvación. Sé dónde encontrarte, Allí quiero ser trasplantado. Sobre el árido «monte de la calavera». junto a una cruz. No es un terreno demasiado pintoresco ni atrayente. ¡Qué importa! Es «tu» terreno; por tanto puede ser «mi» terreno. Entonces las raíces volverán a alargarse «hacia abajo». Por donde corre un agua un poco oscura. Como sangre.

ALESSANDRO PRONZATO. FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-1980, págs. 127-131


3. LOS DOS CAMINOS

El salmo primero viene a ser como la introducción al entero libro de los salmos: Dios muestra al hombre los dos caminos que puede seguir en su vida y le exhorta a seguir el del bien, que lleva a la felicidad.

El salterio comienza con este salmo-introducción y termina con el salmo 150, salmo-alabanza, compilación de todas las respuestas del hombre a Dios, hecha de exultación y gratitud. El principio y el fin: como un resumen de la actitud de Dios y del hombre: Dios que habla y el hombre que escucha y obedece alabando al Creador.

La finalidad de este salmo sapiencial es, al decir de san Basilio, el animar al estudio de la Ley de Dios. La Ley no la hemos de entender aquí en un sentido jurídico: mandato, precepto, obligación; sino en el sentido que tiene la palabra hebrea "torá" que quiere decir enseñanza, instrucción, revelación: en una palabra, la revelación de Dios al hombre, toda la Escritura inspirada por Dios. Ley, sinónimo de Escritura, de Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Este salmo es una invitación al estudio de la Palabra de Dios contenida en la Biblia para dejarse guiar por ella, para dejarse estructurar por ella. Hoy, en medio de un mundo marcado por tantas corrientes de pensamiento desorientador y corrosivo, de tantas ideologías ateas o anticristianas, debilitado por un ambiente carente de valores cristianos, cómo agradecemos una voz que nos invite a profundizar en el estudio y en la práctica de la palabra de vida y de verdad de la Sagrada Escritura. Es lo que hace el salmo primero, mostrándonos el camino de la felicidad y de la plenitud humana.

Este breve salmo de tan sólo 6 versículos podemos dividirlo en tres partes:

a) presentación: la doble actitud del hombre ante su vida (vv.1-2)

b) doble comparación ilustrativa: árbol frondoso - paja seca (vv.3-4)

c) conclusión: la presencia o ausencia de Dios en el camino elegido (vv.5-6).

Presentación

"Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos..." La primera palabra con la que se abre el salmo (y el salterio) es: "dichoso", "feliz". De la misma manera comenzará la nueva enseñanza de Cristo en el Sermón de la montaña: "dichosos", "felices" (Mt 5,3). Palabra que quiere sintetizar lo positivo, lo atractivo, lo profundamente humano del mensaje de Dios a los hombres. Es un grito de alegría, un llamamiento a la felicidad, ¿y qué otra cosa no desea nuestro corazón sino la felicidad? Nuestra religión es la religión del Dios con nosotros, del Dios para nosotros, que nos ama y busca nuestro bien.

Pero, apenas leída la primera palabra optimista, nos encontramos con algo negativo y que puede desconcertar; pasa lo mismo que en las bienaventuranzas: empiezan con esta palabra positiva y sigue luego una lista de realidades a primera vista negativas: los pobres, los que lloran, los perseguidos, los hambrientos... El salmista es un buen pedagogo, sabe lo que hace, y por vía de contraste enumera primero lo negativo para exaltar más lo positivo de que hablará luego. Habla de tres aspectos negativos, tres momentos que indican progresivamente una adhesión siempre más grande al mal. Estos tres aspectos están representados por los verbos y los sujetos de estas frases: -seguir el consejo de los impíos: dejarse llevar, dejarse arrastrar por las insinuaciones del mal, moverse en la atmósfera del mal; -entrar por la senda de los pecadores: caminar por el mal, adentrarse en la maldad; -sentarse en la reunión de los cínicos: participar en la mentalidad perversa, hacerla propia.

Esta progresión eficaz en el movimiento hacia el mal la vemos también en la descripción de los personajes: -los impíos: los que no tienen ninguna relación con Dios, no creen en él ni se interesan por él; lo religioso les viene grande; -los pecadores: los que cometen el mal, los que no tienen para nada en cuenta la ley de Dios; -los cínicos: los que se befan de todo, de todo se burlan, los eternos volterianos que todo lo ridiculizan y desprecian.

Hoy diríamos que aquí están representados todos aquellos que se creen suficientes, que menosprecian los valores del espíritu, que pasan de todos ellos, que arrastran al mal y que pervierten. El camino es resbaladizo: quien se aventura por el camino del mal corre el riesgo de llegar hasta el fin, de pervertirse totalmente.

FELICIDAD/OBEDIENCIA: Pero después de este enunciado negativo aparece el positivo que es a donde va dirigida la enseñanza del salmo. La bienaventuranza va especialmente encaminada hacia el hombre que medita la Ley del Señor, que se complace en ella y la cumple:

"Su gozo es la Ley del Señor y medita su Ley día y noche". La Ley, para el salmista, no es ningún peso o carga: es simplemente la voluntad de Dios para que nosotros sepamos conducirnos, orientarnos en nuestra vida y podamos seguir un camino de realización y plenitud. Al decir Ley, en el sentido bíblico, entendemos no sólo la observancia sino también la confianza en la bondad de Dios que ayudará y bendecirá. Eco de la felicidad que proporciona el conocimiento y práctica de la Ley lo encontramos en muchos pasajes de la Escritura: "Somos felices, Israel, porque conocemos lo que a Dios agrada" (Bar 494) "Escucha y guarda todo esto que yo te mando para que seas feliz tú y tus hijos después de ti para siempre, haciendo lo que es recto a los ojos de Yahvé tu Dios" (Dt 12,28). "Estos son los mandamientos. Escúchalos, Israel, y ten mucho cuidado en ponerlos en práctica para que seas feliz y os multipliquéis grandemente" (Dt 6,1-2). "Les di mis leyes y mis mandamientos, y les hice saber mis disposiciones que son vida para quien las cumple" (Ez 20,11).

Dios es el creador del hombre, y sabe qué es lo que le conviene a él y a la comunidad humana. Y si el hombre no obedece y sigue su criterio, no tarda en sentir el efecto de su actuación, y tiene que experimentar aquello del profeta Jeremías: "Reconoce y advierte cuán malo y amargo es para ti haberte separado de Yahvé, tu Dios, y haberte apartado de Yahvé, tu Dios" (Jer 2,19.17). Por todo ello día y noche el salmista medita la Ley: la lee, la repasa, la estudia para conocerla y practicarla. Vale la pena, aunque no fuera sino por interés, el disponerse un camino de paz y de felicidad.

Comparaciones: "Será como un árbol plantado al borde de la acequia..." Ahora pasamos del lenguaje real al figurado. Arbol frondoso al borde de las aguas: imagen realmente sugestiva en el árido Oriente. Da fruto en su sazón, a su tiempo, no defrauda. Mantiene sus hojas siempre verdes, signo de vitalidad y vigor. La imagen ayuda a la comprensión de la doctrina. Pero el salmista pasa de nuevo al lenguaje real: "cuanto emprende tiene buen fin". Cuanto emprende el hombre que teme a Dios no queda a medias o abandonado. Nunca se desanima, sabe esperar, ve la ayuda de Dios, Dios lo lleva y le favorece. Dios es quien actúa en él. De Dios únicamente le viene la fuerza y la alegría para continuar adelante en sus trabajos, por arduos y difíciles que sean. Asi lo vemos en la persona de Josué: "Yo estaré contigo como estuve con Moisés: no te dejaré ni te abandonaré. Esfuérzate y ten buen ánimo porque tú has de introducir a este pueblo a posesionarse de la tierra que a sus padres juré darles. Esfuérzate, pues, y ten gran valor, para cumplir cuidadosamente cuanto Moisés, mi siervo, te ha mandado. No te apartes ni a derecha ni a izquierda para que triunfes en todas tus empresas" (Jos 1,5-7). Esta es la realidad del hombre fiel que describe el salmo: Dios es quien le ayuda y le anima a proseguir en la tarea emprendida, en el camino iniciado. En esto vemos brillar el ejemplo de los santos que llevaron a cabo empresas arduas y humanamente imposibles, pero ellos, confiando en Dios, llevaron a buen fin sus trabajos, sus fundaciones, su apostolado. La otra comparación: "La paja que el viento se lleva", propiamente no hablaría de la paja, útil para tantas cosas: para los animales, la construcción, la combustión, etc, sino del tamo, es decir, de aquella especie de polvillo, restos de la trilla, que permanece en las eras y que es levantado y llevado por el viento sin la más pequeña utilidad. Con esto se nos muestra la sensación de inutilidad y de vaciedad que experimenta una vida sin Dios. Un árbol frondoso y lleno de frutos - el tamo de la era que para nada sirve: doble comparación, sugestiva y acertada, de los dos caminos que sigue el hombre, de las dos conductas de su vida.

Conclusión:

"En el juicio los impíos no se levantarán..." El cristiano, con la doctrina del evangelio, puede profundizar más en la verdad de esta proposición: en la justicia de Dios, en el más allá, en la recompensa eterna. El impío no podrá afrontar el juicio de Dios que lo fulminará, lo mismo que su presencia le resulta incómoda y a veces insoportable cuando se halla entre los justos, entre los fieles, entre aquellos que él ha perjudicado u oprimido. San Pablo nos recuerda: "turbación y angustia sobre todo el que hace el mal" (/Rm/02/09), "calamidad e infelicidad en todos sus caminos" (Rm 3,16).

En cambio el Señor cuida del camino de los justos, su providencia se encarga de ellos, de su camino, de su recompensa final, Dios conoce el camino del justo, es decir, lo ama y favorece, se interesa por él. El camino de los impíos perecerá. Ni siquiera se hace mención de Dios. Quien nunca lo quiso perecerá en su soledad radical y en su tristeza. Dos caminos bien delimitados, claros: el del bien y el del mal. El salmo primero nos lo muestra y nos anima a seguir el camino del bien con el conocimiento de la Ley del Señor y con la vivencia de la misma. Ahí está el bien, la paz y la felicidad.

J. M. VERNET. DOSSIERS-CPL/22


4. Comentario de Santo Tomás de Aquino al Salmo 1

1 Bienaventurado el hombre, que no anduvo
en consejo de impíos,
y en camino de pecadores no se paró,
y en cátedra de pestilencia no se sentó:

2 Sino que en la ley del Señor está su voluntad,
y en su ley medita día y noche.

3 Y será como el árbol, que está plantado
a las corrientes de las aguas,
el cual dará su fruto en su tiempo:
Y su hoja no caerá:
y todo cuanto él hiciere, irá en prosperidad.

4 No así los impíos, no así:
sino como el tamo, que arroja el viento de la faz de la tierra.

5 Por eso no se levantarán los impíos en el juicio,
ni los pecadores en el concilio de los justos.

6 Porque conoce el Señor el camino de los justos;
y el camino de los impíos perecerá.

Este Salmo se distingue de todo el resto de la obra, pues no tiene título, sino que es más bien como el título de toda la obra.

David compuso los Salmos a la manera del que reza, es decir, no conservando una sola manera, sino según los diversos sentimientos y movimientos del que reza.

Por lo tanto, este primer Salmo expresa el sentimiento de un hombre que eleva sus ojos a la situación entera del mundo, y considera cómo algunos avanzan y otros caen.

Cristo fue el primero de los bienaventurados, así como Adán lo fue de los malvados. Pero se ha de notar que todos concuerdan en una cosa y difieren en dos. Concuerdan en que todos buscan la felicidad, pero difieren en la manera de dirigirse hacia ella, y al final de esto, en que algunos la alcanzan, y otros no.

Así pues, se divide este Salmo en dos partes. En la primera se describe el camino de todos hacia la felicidad. En la segunda se describe el final, allí donde dice: Y será como el árbol, que está plantado a las corrientes etc.

Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar, se refiere al camino de los malvados, y en segundo lugar al de los buenos, allí donde dice: Sino que en la ley del Señor está su voluntad etc..

Tres cosas se han de considerar en el camino de los malos. En primer lugar su deliberación acerca del pecado, y esto en su pensamiento. En segundo lugar, su consentimiento y ejecución. Y en tercer lugar el inducir a otros a algo semejante, y esto es lo peor.

Y por eso indica en primer lugar el consejo de los malvados, allí donde dice: Bienaventurado el hombre etc. Y dice: que no anduvo, pues cuando el hombre delibera, está andando.

En segundo lugar indica el consentimiento y la ejecución, diciendo: y en camino de pecadores, es decir, en la operación: "El camino de los impíos es tenebroso, no saben adónde se tropiezan" (Prov 4). No se paró, es decir, consintiendo, y actuando.

Y dice de impíos, porque la impiedad es un pecado contra Dios, y de pecadores, contra el prójimo, y en cátedra; y este tercero es inducir a otros a pecar. Así pues, en cátedra como un maestro que enseña a otros a pecar; y por eso dice, de pestilencia, porque la pestilencia es una enfermedad infecciosa. "Hombres pestilentes devastan la ciudad" (Prov 29).

Así pues, quien no camina así no es feliz, sino todo al contrario. Pues la felicidad del hombre está en Dios: Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor etc. (Sal 143)

Por lo tanto el camino recto a la felicidad es en primer lugar que nos sometamos a Dios, y esto de dos maneras.

Primero mediante la voluntad, obedeciendo sus mandatos; y por eso dice: Sino que en la ley del Señor; y esto corresponde de modo especial a Cristo: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 8). Y conviene también de modo semejante a toda persona justa. Dice en la ley, por medio del amor, no bajo la ley por temor: "La ley no ha sido puesta para el justo" (1Tim 1).

En segundo lugar mediante el entendimiento, meditando constantemente; y por eso dice: y en su ley medita día y noche, es decir, continuamente, o bien a ciertas horas del día y de la noche, o bien tanto en las circunstancias prósperas y en las adversas.

Y será como el árbol etc. En esta parte se describe el final de la felicidad: e indica en primer lugar su diversidad; en segundo lugar añade su razón, allí donde dice: Porque conoce el Señor etc. Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar indica el final de los buenos, y en segundo lugar el de los malos, allí donde dice No así los impíos etc.

Acerca del final de los buenos se vale de una comparación; primero la indica, y luego la adapta, allí donde dice: y todo cuanto él hiciere etc.

Así pues, toma la comparación del árbol, del que se consideran tres cosas, a saber, el ser plantado, el dar fruto, y el conservarse.

Para ser plantado, es necesaria una tierra humedecida por las aguas, pues de otro modo se secaría; y por eso dice: que está plantado a las corrientes de las aguas, es decir, junto a las corrientes de las gracias: "el que cree en mí... de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7).

Y quien tenga sus raíces junto a esta agua fructificará haciendo buenas obras; y esto es lo que sigue: el cual dará su fruto. "Pero el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, y paciencia, generosidad, bondad, fidelidad", etc. (Gál 5).

En su tiempo, es decir, sólo cuando es momento de obrar. "Mientras tenemos tiempo, obremos el bien a todos" (Gál 6).

Y no se seca. Por el contrario, se conserva. Ciertos árboles se conservan en su substancia, pero no en sus hojas, pero otros se conservan también en sus hojas: así también los justos, por lo que dice: Y su hoja no caerá, es decir, no serán abandonados por Dios ni siquiera en las obras más pequeñas y exteriores. "Pero los justos germinarán como una hoja verde" (Prov 11).

Luego cuando dice, Y todo, adapta la comparación: pues los bienaventurados prosperarán en todo, cuando alcancen el fin deseado en todo lo que desean, pues los justos llegarán a la felicidad. Oh Señor, sálvame, oh Señor, dame la prosperidad etc (Sal 117).

Opuesto es el final de los malvados, que se describe allí donde dice No así etc. Y sobre esto hace dos cosas. En primer lugar hace una comparación, y en segundo lugar la adapta, allí donde dice No se levantará. Pero nota que aquí repite no así y no así dos veces, para una mayor certeza. "Lo que viste por segunda vez, es juicio de firmeza" (Gén 41).

O bien, no así obran en el camino, y por eso no así reciben al final. "Recibiste bienes en tu vida, y Lázaro asimismo males: pero ahora éste es consolado, y tú atormentado" (Lc 16).

Ahora, son propiamente comparados con el polvo, porque poseen tres características que son contrarias a lo que se ha dicho sobre el hombre justo. Primero que el polvo no se adhiere a la tierra, sino que está en la superficie; el árbol plantado, en cambio, ha echado raíces. Asimismo, el árbol es compacto en sí mismo, y es además húmedo; pero el polvo es en sí mismo dividido, seco y árido, por lo que se dice que los buenos están unidos por la caridad como un árbol: Estableced un día solamente con espesuras, hasta el cornijal del altar (Sal 117); pero los malos están divididos: "Entre los soberbios siempre hay contiendas" (Prov 13).

Asimismo, los buenos se adhieren radicalmente en las cosas espirituales y en los bienes divinos, mientras que los malos se sostienen en los bienes exteriores.

Asimismo, están sin el agua de la gracia: "Eres polvo etc." (Gén 3). Y por eso toda su malicia pasa.

"No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza" (Lc 21). Pero sobre estos malos se dice que serán arrojados completamente de la faz, esto es, de los bienes superficiales; el viento, es decir la tribulación, los arroja de la faz de la tierra.

"Vi que los que obran la iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, han perecido ante el soplo de Dios, y han sido consumidos por el espíritu de su ira" (Job 4).

Luego adapta la comparación, allí donde dice, no se levantarán, pues son como el polvo. Pero por el contrario, "es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo" (2Cor 5). Y asimismo, "Todos resucitaremos" (1Cor 15). Ante ello se puede decir que esto puede ser leído de dos maneras. En efecto, se dice que un hombre resucita propiamente en el juicio, cuando su causa es vista favorable por la sentencia del juez. Así pues, éstos no resucitarán, porque no habrá sentencia a su favor en el juicio, sino más bien en contra; por eso otra variante dice: no podrán ponerse de pie.

Pero los buenos sí, pues si bien han sido afligidos por el pecado del primer padre, tendrán una sentencia en su favor.

Ni los pecadores se congregarán en el concilio de los justos, pues los buenos se congregarán para la vida eterna, en la que no serán admitidos los malvados.

O bien dice que esto se entiende acerca de la reparación de la justicia, para la que harán reparación en su propio juicio. "Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados" (1Cor 11).

Y sobre esto dice: no se levantarán en el juicio, es decir, propiamente, y sobre esto dice Ef 5: "Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (Ef 5).

Ahora bien, ciertos hombres son reparados por el consejo de los buenos, pero tampoco de este modo se levantan del pecado los malvados.

O los impíos, es decir, los infieles, no se levantarán en el juicio de discusión y de examen, pues según Gregorio algunos serán condenados sin ser juzgados, como por ejemplo los infieles. Algunos no serán juzgados ni serán condenados, es decir, los Apóstoles, y los hombres perfectos. Algunos serán juzgados y serán condenados, es decir, los fieles malos.

Así pues los fieles no se levantarán para ser examinados en el juicio de discusión. "Quien no cree, ya está juzgado" (Jn 3). Pero los pecadores no se levantarán en el juicio de los juicios, es decir, para ser juzgados y no condenados.

Luego se da la razón por la que éstos no se levantarán en el juicio: Porque conoce etc. Y habla con propiedad: pues cuando alguien sabe que algo está echado a perder, lo repara; pero cuando no lo sabe, no lo repara. Los justos se pierden con la muerte, pero sin embargo Dios los sigue conociendo. "Dios conoce al que le pertenece" (2Tim 2). Los conoce con un conocimiento de aprobación, y por eso son reparados. Pero puesto que no conoce el camino de los impíos con un conocimiento de aprobación, el camino de los impíos perecerá. Anduve errando como una oveja que perece: busca a tu siervo, pues no he olvidado tus mandamientos (Sal 118). Sea su camino tinieblas y resbaladero (Sal 34). 

SANTO TOMÁS DE AQUINO



5. ORACIÓN DE UN HOMBRE CON SUERTE

«¡Dichoso el hombre cuyo gozo es la ley del Señor!»

Tengo suerte, Señor, y lo sé. Tengo la suerte de conocerte, de conocer tus caminos, tu voluntad, tu Ley. La vida tiene sentido para mí, porque te conozco a ti, porque sé que este mundo difícil tiene una razón de ser, que hay una mano cariñosa que me sostiene, un corazón amigo que piensa en mí, y una presencia de eternidad día y noche dentro de mí. Conozco mi camino, porque te conozco a ti, y tú eres el Camino. El pensar en eso me hace caer en la cuenta de la suerte que tengo de conocerte y de vivir contigo.

Veo tal confusión a mi alrededor, Señor, tanta oscuridad y tanta duda y tal desorientación en la vida de gentes con las que trato, y en escritos que leo, que yo mismo a veces dudo y me confundo y me quedo ciego en la oscuridad de un mundo que no ve. La gente habla de sus vidas sin rumbo, de su falta de dirección, de seguridad, de certeza, de su sentirse a la deriva en un viaje que no sabe de dónde viene ni a dónde va, del vacío en su vida, de las sombras, de la nada. Todo eso me toca a mi de cerca, porque todo lo que sufre un hombre o una mujer lo sufro yo con solidaridad fraterna en la familia de la que tú eres Padre.

Mucha gente es en verdad «paja que arrebata el viento», colgados tristemente de los caprichos de la brisa, de las exigencias de una sociedad competitiva, de las tormentas de sus propios deseos. Son incapaces de dirigir su propio curso y definir sus propias vidas. Tal es la enfermedad del hombre moderno y, según aprendo en tu Palabra, Señor, era también la enfermedad del hombre en la antigüedad cuando se escribió el primer Salmo. También aprendo allí el remedio que es tu palabra, tu voluntad, tu ley. La fe en ti es lo que da dirección y sentido y fuerza y firmeza. Sólo tú puedes dar tranquilidad al corazón del hombre, luz a su mente y dirección a sus pasos. Sólo tú puedes dar estabilidad en un mundo que se tambalea.

En ti encuentro las raíces que dan firmeza a mi vida. Tú me haces sentirme como «un árbol plantado al borde de las aguas». Siento la corriente de tu gracia que me riega el alma y el cuerpo, hace florecer mi capacidad de pensar y de amar y convierte mis deseos en fruto cuando llega la estación y el sol de tu presencia bendice los campos que tú mismo has sembrado.

Necesito seguridad, Señor, en medio de este mundo amenazador en que vivo, y tu ley, que es tu voluntad y tu amor y tu presencia, es mi seguridad. Te doy gracias, Señor, como el árbol se las da al agua y a la tierra.

¡Que nunca «se marchiten mis hojas», Señor!

Carlos G. Vallés
Busco tu rostro
Orar los Salmos

Sal Terrae, Santander-1989, pás 11 s.