PARÁBOLAS - TEXTOS

 

1. RD/PARABOLAS:
EL REINO DE DIOS SE EXPRESA EN PARÁBOLAS. 
Lo religioso linda, casi siempre, con el misterio; de ahí que tiene 
que recurrir para expresarse al mito, el signo, la alegoría y la 
comparación. Son realidades que no se pueden medir ni contar, no 
se pueden verificar y, por lo tanto, escapan a todo lenguaje 
científico. Son lenguajes válidos que expresan experiencias de vida, 
pero no científicos, tal como hoy entendemos por científicos.
La moderna historia de las religiones y la actual filosofía del 
lenguaje han señalado las características y valor del lenguaje 
religioso. También hay pensadores que niegan todo valor al 
lenguaje religioso.
La parábola viene a ser como una comparación, que es lo que 
significa la palabra griega de donde se deriva la castellana.
Parece que la Iglesia primitiva fue quien empezó a llamar 
parábolas al modo de expresarse de Jesús.
Nos parece un modo de expresar las verdades de Dios, bueno, 
apropiado. Porque el hombre ordinario entiende mejor otras 
vivencias de la vida y otras expresiones. Todos saben lo que es un 
pastor, un rey, un banquete, la levadura o un ladrón. Por eso Jesús 
suele decir: "¿a qué compararé yo esto?", "el Reino de los cielos se 
puede comparar", "es como si". 
No queremos decir que toda experiencia religiosa se debe reducir 
a otra experiencia humana, sino que se puede explicar tal vez mejor 
comparándola con otras experiencias de la vida ordinaria.
Nunca se debe reducir lo que Jesús quiere expresar a lo que 
literalmente dice la parábola. Recordemos el dicho latino de que 
todos los ejemplos cojean ("exempla nunquam currunt quatuor 
pedibus"). Jesús, en las parábolas, se apoya en expresiones y 
experiencias de la vida ordinaria, pero siempre quiere decir un más 
a otro nivel, a nivel del Reino de Dios.
En las parábolas encuentro dos grandes valores, entre otros.
Se apoyan en hechos de la vida ordinaria, de la vida personal y 
de la vida social de aquel tiempo. No se parte de abstracciones ni 
de ideologías, sino de hechos de la vida real y ordinaria. Lo 
fundamental de los hechos de esta vida ordinaria es común a los 
hombres de todos los tiempos y así pueden captar lo que se les 
quiere decir.
Todos tenemos un cierto temor a las ideas, a que nos catequicen 
(en el peor sentido de la expresión), y preferimos la vida, los hechos 
de la vida, con todo lo que tienen de más humano.
El peligro de la religión son las elucubraciones teológicas y 
misticoides. Tal vez el lenguaje religioso necesite de una cura de 
expresión.
En nuestros días, el tema de Dios y de la fe se plantea desde los 
hechos de la vida ordinaria, lo que dicen y lo implican. Así, Berger 
en "Rumor de ángeles" y Zaharn en "Dios no puede morir".
Me parece un valor excepcional que las parábolas se apoyen en 
los hechos de la vida ordinaria.
Las parábolas, por otra parte, si se ven en conjunto, vienen a 
darnos como una especie de sistematización de las verdades clave 
del Reino, o mejor, de las actitudes fundamentales que hay que 
tomar para entrar en el Reino. Es otro valor que hay que añadir a la 
calidad y viveza de expresión de cada parábola.
Esta mirada de conjunto es necesaria para hacernos una idea 
exacta y completa de lo que es y exige el Reino de Dios. Esto lo han 
descubierto los catecumenados actuales al darse cuenta de que 
hay que recuperar el conjunto o visión total de las verdades 
fundamentales de la fe.
Ya en concreto, las parábolas expresan un conjunto de actitudes 
no sólo actos, que viene a iluminar la totalidad de los aspectos de la 
vida de un cristiano, lo que se exige para pertenecer al Reino. 
Desde esta visión de conjunto de las parábolas se deducen una 
serie de actitudes que definen muy bien el talante cristiano ante la 
vida y la sociedad. Son una buena catequesis, en cierto sentido 
completa, del Reino de Dios. 
(_DABAR/78/52)
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2.
Es importante subrayar el hecho de que Jesús hablaba en 
parábolas. Más aún, en el Evangelio hay afirmaciones casi 
paradójicas; de ellas parecería poder deducir que Jesús no hablaba 
sino en parábolas. Por ejemplo, en el Evangelio de Marcos leemos 
al final del capítulo sobre las parábolas: "Y con parábolas 
semejantes, muchas, les explicaba la palabra, así como podían 
comprender, y sin parábolas no les hablaba" (4, 33). Lo mismo 
afirma Juan, y esto es significativo. En efecto, el 4º Evangelio no 
siempre sigue a los sinópticos, pero en este punto sí lo hace, 
aunque usando otro término; y aumenta, por así decirlo, la dosis. 
Se trata de las últimas palabras de Jesús antes de la grande 
oración del c. 17 (después viene la pasión): "Les he dicho estas 
cosas en comparaciones. Viene la hora en la que ya no les hablaré 
más en comparaciones, sino que les hablaré abiertamente del 
Padre".
Se podría objetar "¿Pero qué esperas? Estás por terminar tu 
predicación y ahora comienzas a decir que no hablarás más en 
comparaciones? Evidentemente, para Jesús era muy importante 
hablar así porque, en el momento en el que está por encaminarse a 
la pasión, considera toda su vida como un discurso hecho en 
parábolas.
Jesús, pues, habló en parábolas. Nosotros no lo hacemos, no 
acostumbramos a expresarnos en parábolas; en la predicación 
ordinaria repetimos las parábolas de Jesús, como si fueran 
pequeños ejemplos didácticos (¡y veremos que no lo son!), pero no 
sabemos crear nuevas.
(·MARTINI-3.Pág. 12)
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3.
Las parábolas no son de ningún modo una enseñanza tranquila: 
más bien son armas de guerra, momentos de lucha, gritos que 
nacen de una profunda emoción interior, aunque velada, 
pedagógicamente bien empleada. El mundo de la parábola nos 
hace penetrar en la fuerza comunicativa que Jesús tiene del 
misterio de Dios y, al mismo tiempo, en su sabiduría, en su atención 
al otro, en su ironía, en su humorismo, en su capacidad de pasar a 
través de situaciones difíciles sin complicaciones, con extrema 
elegancia. Es un modo de conocer el misterio de Dios en Cristo 
revelado al hombre. (...)
Se requiere mucha escucha y mucha paciencia para llegar a ese 
conocimiento de Dios que ha sido prometido a quien sigue a Jesús 
realmente en la vida evangélica. Escucha y paciencia, porque el 
Señor es misterioso, habita en la nube, sólo se lo conoce en la 
experiencia y en la oración. En verdad no aprendemos nunca los 
suficiente; a menudo somos impacientes y apresurados, hasta en el 
deseo de conocer a Dios y su plan sobre nosotros. O también nos 
irritamos cuando no logramos ver inmediatamente claro: "¿Por qué 
sucede esto y lo otro? ¿Qué quiere decir?" Y se toman decisiones, 
incluso en el plan espiritual o pastoral, o se hacen elecciones de 
vida sacando conclusiones demasiado apresuradas de un 
acontecimiento particular, de una sola palabra. Escucha y 
paciencia, pues, para conocer al Señor. (...)
Es necesario el ejercicio de la escucha para recuperar el sentido 
de Dios que no se revela por fuerza sino por amor, por tanto en la 
dulzura, en el silencio, en la "brisa" de Elías. Dios mismo se revela 
en este vientecillo hecho de paciencia y de humildad del corazón.
(·MARTINI-3.Pág. 45s.)
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4. PARA/CARACTERISTICAS
No todas las parábolas tienen las mismas características y, sin 
embargo, siendo dichas a personas determinadas y por situaciones 
muy precisas, por estas dos es fácil comprender cuál es la fuerza 
específica. No se trata simplemente de un cuentico didáctico, ni 
siquiera de un "audiovisual" de la Iglesia antigua: es una palabra 
fuerte, que asume la forma sapiencial para preparar la verdad que 
ya lleva en sí.
Me parece que son cuatro las características, los puntos fuerza 
de la parábola:
- El envolvimiento: la parábola transforma en protagonista al 
oyente, lo compromete por medio de la petición de un juicio: "Quién 
tenga oídos para oír que oiga"; traten de entender, entren dentro y 
entenderán.
- Las seriedades de la situación: la parábola no quiere hacer 
teoría abstracta, sino ser parte de una situación existencial. David 
ha pecado gravemente, su reputación está en peligro, su 
credibilidad como rey se está desmoronando, hay que ayudarlo. 
Simón es un presuntuoso, orgulloso, que desprecia a la mujer, 
mientras la verdad del Evangelio exige que se haga claridad. Por 
otra parte, es difícil aclarar la situación.
- El vuelco o trastorno: las cosas se ponen al revés: David, de 
juez se convierte en enjuiciado; Simón, que hospeda 
pretenciosamente y es maleducado, aparece en su verdad. El que 
creía estar en lo alto queda abajo y viceversa. La mujer pecadora 
es elevada como modelo de fe y de amor. La fuerza de la narración 
es, pues, impaciente.
- La concentración: la parábola es rica de elementos; a un cierto 
punto se revela una "punta", una palanca sobre la que se quiere 
hacer fuerza. En 2 Sam 12, la palanca es la palabra de Natán: "¡Tú 
eres ese hombre!", y todo el discurso gira alrededor de ella. Los 
varios elementos se concentran y asumen la potencia de un ariete 
que destruye el blanco por medio de una implicación y no con un 
golpe directo.
Son cuatro características que nos ayudan un poco a entender 
por qué Jesús hablaba así en parábolas. 
(·MARTINI-3.Pág. 70s.)
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5.
Las parábolas 
Ciertamente Jesús anunció su mensaje con parábolas. La mayor 
parte de las parábolas reflejan de tal manera el ambiente palestino 
contemporáneo de Jesús que no se puede dudar de su 
autenticidad. Las parábolas fueron, pues, contadas por Jesús. Su 
originalidad no está en que Jesús utilizara ese tipo de narraciones 
para impartir sus enseñanzas, pues era frecuente que los maestros 
en Israel enseñaran en parábolas.
Se nos ha conservado también un número relativamente 
importante de parábolas pronunciadas por rabinos contemporáneos 
o algo posteriores a Jesús.

Sin embargo, las parábolas, que constituyen la forma propia de 
Jesús de hablar y de enseñar, nos conservan, sin duda, lo más 
nuclear y original de su enseñanza sobre el Reino de Dios. La 
mayoría de ellas comienzan así precisamente: «El Reino de los 
Cielos se parece a...» Es decir, «Dios, cuando actúa con los 
hombres, se parece a...» Por otra parte, gracias a las parábolas 
podemos conocer mucho de la personalidad de Jesús, de su cultura 
y de su sensibilidad. Jesús nos habla de siembra y de pesca, de 
viñadores y pastores, de mujeres que amasan el pan y de 
comerciantes en perlas, de banquetes de boda y de hijos que se 
marchan de casa...
El mundo agricultor, pastoril y pescador de Galilea rezuma en sus 
historias. ¡Qué distinto del mundo urbano de Pablo, cuyos escasos 
ejemplos se refieren a los que corren en el estadio (1 Co 9, 24), a 
recibos (Col 2,14) y contabilidades (2Cor 3,5), a adopciones (Rom 
8,15) o a cortejos de triunfo de los emperadores (Col 2,15)! 
Desde un punto de vista literario, podemos clasificar las 
parábolas pronunciadas por Jesús en tres tipos. Algunas parten de 
realidades de la vida y de los hombres para ilustrar con ellas la 
actuación de Dios. Por ejemplo, las parábolas de la levadura y del 
grano de mostaza (Lc 13, 1 8-2 1 ), de la dracma y de la oveja 
perdida (Lc 15, 1-10). Dios, cuando actúa con los hombres, es 
como el pastor que busca la oveja perdida o como la mujer que 
barre su casa para hallar la moneda extraviada; con el Reino de 
Dios, cuando está a punto de manifestarse, ocurre como con la 
levadura o el grano de mostaza: que su vida es al principio 
silenciosa y oculta, hasta que se revela en todo su esplendor al 
final.

Otro tipo de parábolas no parten de una realidad cotidiana, sino 
que son historias inventadas por Jesús, verosímiles en su contexto 
histórico y sociocultural, con las que también nos enseña lo que 
ocurre con el Reino que llega o, lo que es lo mismo, cuál es la 
actuación de Dios con los hombres. Entre ellas, las parábolas de los 
trabajadores enviados a la viña (Mt 20, 1-16), la de los invitados al 
banquete (Lc 14, 15-24), la del trigo y la cizaña (Mt 13,36-43), la del 
hijo pródigo, que deberíamos titular, mejor, la parábola del padre 
(Lc 15,11-32).

Por fin, un último tipo de parábolas son aquellas con las que 
Jesús trata de enseñarnos una manera de actuar que nos toca 
ejercitar a nosotros, en respuesta al anuncio de la llegada del 
Reino. Por ejemplo, la parábola de las diez vírgenes (Mt, 25, 1-13), 
o del administrador astuto (Lc 16,1-13), o del fariseo y el publicano 
(Lc 18,9-14), o del buen samaritano (Lc 10, 25-37). En éstas se nos 
enseña, respectivamente, la vigilancia ante la llegada del Reino, 
una cierta astucia necesaria para alcanzar lo realmente importante, 
lo inaceptable de la suficiencia ante Dios, o que la actuación del 
hombre ha de ser fruto del amor incondicionado, como ocurre con 
Dios.

Las parábolas han pasado también por las tres etapas de 
transmisión y, en consecuencia, de reelaboración que han sufrido 
los demás pasajes de los evangelios. Es decir, las parábolas 
narradas por Jesús luego fueron recontadas en la comunidad 
primitiva para iluminar situaciones distintas y, por fin, fueron 
integradas en la teología propia de cada evangelista que las narra. 
Eso explica el que algunas de las parábolas, que con toda 
probabilidad en labios de Jesús enseñaban una sola idea, hoy las 
podemos leer en los evangelios no ya como parábolas, sino como 
verdaderas alegorías en las que se nos dan enseñanzas sobre el 
misterio de Cristo o sobre la Iglesia. Eso ha pasado, por ejemplo, 
con las parábolas del sembrador (Mt 13,1-23) y de los viñadores 
homicidas (Mt 21-33-46).
(·BUSTO-SAIZ-SAIZ-JR-1._ALCANCE 43. Pág. 56-59)