MATRIMONIO Y FAMILIA A LA LUZ DE LA BIBLIA (3)
José L. Caravias sj
7 - PADRES E HIJOS
Riesgo y grandeza de la paternidad
Padres como Dios es Padre
La verdadera autoridad
Sincera atención a los padres
8 - LA SAGRADA FAMILIA
Una familia con problemas
La personalidad de José
La mentalidad de María
Libertad, comprensión y respeto
9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS
Familias abiertas
Familias libres para construir el Reino del Padre
Familias llamados a la santidad
10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
Igualdad de la mujer
La relación sexual según San Pablo
Las cartas paulinas posteriores a Pablo
11 - EL CELIBATO
Epílogo: Familia y futuro de la humanidad
APENDICE: LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES
DEL CONCILIO
Antes del Concilio
En el Concilio
Después del Concilio
BIBLIOGRAFIA
* * * * *
7 - PADRES E HIJOS
PADRES/HIJOS: Es éste un tema que es tratado con frecuencia
en la Sagrada Escritura. Ya hemos visto bastantes citas sobre ello
en el Antiguo Testamento. Veamos ahora algunos puntos de vista
complementarios de los Evangelios.
Riesgo y grandeza de la paternidad
Centremos este tema en el caso presentado en el capítulo
primero de Marcos acerca de las llamadas dudas de San José.
Se ha supuesto que María no comunicó a su prometido el
problema que suponía su embarazo. Pero ella no pudo haber tenido
ese orgullo de sufrir y hacer sufrir los malos entendidos sin dar
explicación alguna. Ello hubiera sido una falta por parte de María, y
sabemos que ella no cometió pecado. Ni tampoco podemos suponer
a José pensando mal de María y decidiendo dejarla abandonada a
su suerte. El era "hombre justo", y, por consiguiente, temeroso de
Dios. Por eso precisamente se apresta a dejar a María, una vez que
se ha enterado por ella de que Dios la ha tomado para sí. Como
cualquier joven sincero cuya novia va a entrar en un convento. Allí
no tiene él nada que hacer. Siente el temor, indignidad e
incapacidad de los profetas del Antiguo Testamento.
Pero en su oración ve José que Dios lo quiere junto a María
como padre de Jesús: "Le pondrás el nombre de Jesús" (Mt 1,21).
Esta frase significaba para un semita lo mismo que "tú tienes que
ser su padre". Poner el nombre es el símbolo de todo lo que de
autoridad incluía la paternidad, y la responsabilidad y los problemas
que la acompañan. Y eso era seguramente lo que había temido
José. Dios le hace ver que no tiene que temer por tratarse de una
misión tan alta. Dios lo necesita. Entonces José da su sí, con toda
su grandeza y todos sus riesgos.
Nuestro caso nunca es el mismo. Pero existen paralelismos
profundos. Pues, en el fondo, al igual que la pareja de Nazaret, las
atenciones que damos a nuestros hijos las recibe el mismo Jesús en
persona (Mt 25,40). La aceptación, temerosa y confiada, de la
responsabilidad del hijo, por parte de María y José, es un modelo
para nosotros. Muchas jóvenes parejas sienten temor a hacerlo mal
cuando les llegue el momento de ser padres. Y es una buena señal.
Aceptar la paternidad, conscientes de su grandeza, pero temerosos
de sus riesgos, es la única actitud consecuente. Veámoslo más
concretamente.
Padres como Dios es Padre
Un día dijo Jesús: "Tienen que ser buenos del todo, como es
bueno su Padre del cielo" (Mt 5,48). El estilo del Padre del cielo
debe ser el estilo de los padres de la tierra. Así quiere Jesús que
sean los padres de este mundo.
Desde este punto de vista se puede hacer una lectura muy
sabrosa de la conocida parábola del "hijo pródigo" (Lc 15,11-32),
que en realidad es la parábola del padre más desconcertante que
uno se puede imaginar.
El padre de la parábola empieza por repartir los bienes apenas
se lo pide el hijo menor. No se limitó a hacer testamento, sino que
efectivamente le entregó la mitad de la fortuna al menor de los hijos.
Y no sólo le entregó el dinero, sino que además lo dejó que se fuera
de la casa con aquel capital (Lc 15,13). Por lo visto el chico tenía
poca cabeza. En consecuencia, pasó lo que tenía que pasar: en
cuatro días derrochó la fortuna y llegó a pasar hambre (Lc
15,13-17). La necesidad y la miseria le obligaron a volver, con las
orejas gachas y lleno de vergüenza, a la casa de su padre. La cosa
no era como para festejarle el chiste a aquel cabeza hueca. Lo
asombroso del caso es que, cuando el muchacho asomó por las
puertas de la casa, el padre no le llamó la atención, ni aun siquiera
se puso a preguntarle lo que había pasado. La única cosa que se le
ocurrió fue organizar una fiesta mayúscula: los mejores trajes, la
mejor comida (Lc 15,22- 23) y hasta una orquesta (Lc 15,25).
Pensando fríamente las cosas, todo aquello no tenía ni pies ni
cabeza. Y prueba de ello fue la reacción del hermano mayor.
Cuando volvió del trabajo y se dio cuenta de la fiestaza que su
padre había organizado, dijo que él no iba a participar (Lc 15,28).
Una reacción completamente lógica. No le faltaban sus buenas
razones, ni tuvo pelos en la lengua para echarle en cara a su padre
lo que estaba haciendo: "Mira, a mí, en tantos años como te sirvo
sin desobedecer nunca una orden tuya, jamás me has dado un
cabrito para comérmelo con mis amigos; pero cuando ha venido ese
hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas
para él el ternero cebado" (Lc 15,29-30). Según nuestra manera de
pensar, este joven tenía razón. A cualquiera de nosotros se nos
hubiera ocurrido la misma reacción o quizás más dura aún.
Y sin embargo, la verdadera razón estaba de parte del padre.
Pues un padre no es un patrón que domina a sus hijos, y menos
aún un juez que exige en justicia lo que a cada uno le tiene que
exigir. El padre es el origen de la vida que se prolonga en el hijo. Y,
por eso, es también el origen de todos los bienes que con la vida se
transmiten al hijo. El padre es, por lo tanto, el ser que siempre está
a favor del hijo, no sólo cuando el hijo es bueno, sino también
cuando el hijo es malo; no sólo cuando el hijo va por el buen
camino, sino también cuando el hijo se desvía, cuando se equivoca
e incluso cuando comete el mayor de los delitos.
Pero el problema está en saber cómo actuar para estar
efectivamente siempre en favor del bien de un hijo. Porque amar no
es necesariamente lo mismo que permitir. Es más, a veces puede
ocurrir que una actitud permisiva con respecto a los hijos les resulte
totalmente perjudicial. ¿Cómo hacer, pues, para que
verdaderamente el padre esté siempre en favor del hijo?
En la parábola el padre respondió a su hijo mayor unas palabras
que son todo un programa: "¡Hijo mío!, tú estás siempre conmigo y
todo lo mío es tuyo" (Lc 15,31). La verdad es que el hijo mayor no
tenía derecho a protestar. Y no tenía ese derecho porque cuando
en una familia las relaciones de hijos y padres van como Dios
manda, entonces la mayor alegría de los hijos no está en lo que
reciben de los padres, sino en que están con sus padres. Cuando
en una familia las cosas van al estilo de Dios, el padre puede decir
con toda verdad a cada uno de sus hijos: "todo lo mío es tuyo".
Esto quiere decir que, en un grupo familiar, las cosas van como
Dios manda cuando las relaciones de unos con otros no están
determinadas por "lo mío" y "lo tuyo", por "lo que a mí me toca" y
por "lo que a ti te corresponde", sino por una forma de convivencia
basada en la compenetración mutua, traducida en amistad, libertad
y transparencia. Cuando en una familia las cosas van por este
camino, se puede hacer lo que hizo el padre del hijo pródigo. Se
puede y se debe hacer, porque ésa es la única forma de llevar la
relación padre-hijo hasta sus últimas consecuencias.
En el fondo, se trata de comprender que lo único que
verdaderamente educa a los hijos es la bondad de los padres. Y de
comprender también que la bondad no puede ser suplida por
ninguna otra cosa. Es más, cuando la bondad se intenta suplir con
autoritarismos o violencias, lo más frecuente es incurrir en actitudes
y comportamientos que rozan con lo trágico o lo ridículo y que,
desde luego, siempre van en perjuicio de los hijos.
La verdadera autoridad
Lo peor que puede hacer un padre o una madre es intentar
suplir a base de dominio lo que le falta de verdadera autoridad.
Porque entonces el amor se convierte en miedo. Y la labor
educativa, en una auténtica labor destructiva.
La verdadera autoridad se basa en la capacidad y en la
competencia. Y estas cualidades no se fingen, ni se sostienen sobre
la base de cubrir las apariencias. En una convivencia diaria, que
dura tantos años, las cualidades de cada uno se muestran como
realmente son. Y es únicamente a partir de esa competencia desde
donde cada cual puede transmitir unos valores y una orientación
válida para toda la vida. Sólo desde la propia competencia y desde
las propias cualidades se puede verdaderamente educar a los
hijos.
Quienes tienen auténtica autoridad no tienen por qué reprimir la
libertad. Por el contrario, quienes se empeñan en suplir su falta de
autoridad a base de imposiciones, no tienen más remedio que
reprimir las libertades. Aunque también es cierto que en el pecado
llevan la penitencia. Porque la consecuencia es el conflicto y, con
bastante frecuencia, el fracaso como padres.
Sincera atención a los padres
Jesús se apoyó en la tradición del Antiguo Testamento para
resaltar la importancia de ayudar a los padres ancianos.
Un día les echó en cara a los fariseos lo siguiente:
"Ustedes dejan tranquilamente a un lado el mandato de Dios
para imponer su tradición. Porque Moisés dijo: 'Sustenta a tu padre
y a tu madre, y el que deje en la miseria a su padre o a su madre
tiene pena de muerte' (Ex 20,12; 21,17; Dt 5,13; Lev 20,9). En
cambio ustedes afirman que un hombre puede decirle a su padre o
a su madre: No puedo ayudarte porque todo lo mío lo tengo
destinado al Templo. En este caso, según ustedes, esta persona ya
no tiene que ayudar a sus padres. Así ustedes anulan la Palabra de
Dios con esta tradición que han transmitido. Y de éstas hacen
muchas" (Mc 7,9-13; Mt 15,3-6).
Como se ve, aquí Jesús recuerda y afirma el deber que tienen
los hijos de atender a sus padres. Pero lo importante no está
simplemente en eso. Porque Jesús se refiere más directamente a
otra cosa: ataca la hipocresía de aquellos señores. Primero la
hipocresía religiosa. Y como consecuencia de eso, la hipocresía y la
falsedad en las relaciones familiares. Estas dos formas de
hipocresía estaban organizadas por los dirigentes religiosos de
Israel. Por supuesto, ellos sabían muy bien que los hijos tienen
obligación de atender a sus padres cuando éstos lo necesitan. Pero
los dirigentes se las arreglaron para sacar a la gente el dinero que
debía emplear en cuidar a sus padres ancianos o enfermos. Así
desatendían sus deberes familiares y encima se quedaban con la
conciencia tranquila.
Eso, justamente, es lo que Jesús ataca en este caso. Y lo ataca
diciendo que esa manera de entender y practicar la religión es una
hipocresía (Mc 7,6), que no sirve para nada delante de Dios (Mc
7,7). Porque Dios se fija en "lo que sale de dentro" (Mc 7, 17). Lo
que Dios quiere es un corazón sincero y recto. Pero no le gusta en
absoluto la teatralidad de las prácticas externas, incluso las
religiosas, si son prácticas que de hecho sirven para encubrir un
corazón duro y egoísta, que es capaz de olvidarse, incluso, de sus
propios padres.
En la mentalidad actual no es fácil que haya personas tan
estúpidamente religiosas que hagan como los dirigentes del tiempo
de Jesús. Pero el fondo de la enseñanza evangélica sigue teniendo
también para nosotros una actualidad palpitante. Hay gente que
cubre las apariencias, para quedar bien ante los demás,
precisamente cuando escurre el hombro ante las obligaciones y
exigencias que le imponen los deberes familiares.
En el fondo siempre nos encontramos con el mismo problema:
cuando las relaciones familiares no "salen de dentro", se cae
irremediablemente en actitudes y comportamientos hipócritas. Y el
resultado es la división, el conflicto o la soledad.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Podemos mostrarnos en casa y ante nuestra familia tal como
somos, sin tener que ocultar o disimular algo? ¿Por qué?
2. ¿Pensamos que nuestros padres han sido las personas que
más han influido en nosotros, según somos ahora, en nuestra forma
de pensar y de actuar? ¿Por qué?
3. ¿Cómo debemos educar a nuestros hijos? ¿A quién nos
debemos parecer? Poner ejemplos.
4. ¿En qué consiste, según el Evangelio, la verdadera autoridad?
Intentemos aterrizar en la vida concreta de cada día.
5. ¿Cuáles son, según nuestra forma de ver, los fallos más
graves que debe evitar un matrimonio para educar bien a sus
hijos?
8 - LA SAGRADA FAMILIA
Vale la pena detenernos un poco a meditar sobre la Sagrada
Familia porque a todos nos interesa conocer más de cerca lo que
en realidad fue la familia más íntima de Jesús, y lo que nos puede
enseñar a nosotros ahora.
Como todo ser humano, Jesús fue, al menos en cierta medida, un
producto de su propia familia. Vivió en ella más de treinta años; allí
creció, se educó y aprendió muchas cosas (Lc 2,40 y 52). Por eso,
aquella familia es para nosotros un dato de primera importancia.
Pero, por regla general, los cristianos tenemos una imagen
desfigurada de lo que fue la "Sagrada Familia". Poco a poco se ha
ido formando en el pueblo la "imagen ideal" de la Sagrada Familia:
San José con sus barbas, en su taller de carpintero o quizás con
una vara de nardo florecido en la mano; la virgen María, tan
inocente y tan hermosa, dedicada a sus labores; y el niño Jesús,
con cara de ángel, aprendiendo el oficio de su padre o quizás
jugueteando con un pajarito. En fin, a veces nos gustan los detalles
ingenuos...
En vez de aprender nosotros las cualidades y virtudes de la
familia de Jesús, quizás lo que estamos haciendo es aplicar a
aquella familia las cualidades y virtudes que a nosotros nos parecen
las mejores para una familia. Y así, hemos construido una imagen
de la "Sagrada Familia" en la que el marido, José, es un ciudadano
ejemplar, un trabajador intachable, modesto y resignado con su
suerte; y la esposa, María, es una santa mujer de su casa, con
todas las virtudes que adornan a la esposa y a la madre; y el hijo es
el mejor de los hijos, sobre todo el más obediente a sus padres. O
sea, la familia ideal.
No cabe duda de que si todas las familias del mundo fueran así,
esto sería una balsa de aceite y la tierra resultaría una antesala del
cielo. Pero lo malo del asunto es que no todas las familias son así,
ni pueden serlo.
En consecuencia, la pregunta lógica es muy sencilla: ¿Fue
realmente así la familia de Jesús? Y ¿son ésas las cualidades y
virtudes que nos enseña aquella familia? ¿Cómo fue en realidad?
Porque si aquella familia no hubiera tenido ningún tipo de
problemas, de poco nos podría servir su ejemplo, ya que nosotros
estamos llenos de ellos.
Una familia con problemas
Tenemos que quitarnos de la cabeza la idea de que la familia de
Jesús fue una familia sin problemas. Por los datos que nos dan los
Evangelios, sabemos que en aquella casa hubo problemas y
situaciones bastante serias.
Apenas comprometidos oficialmente a contraer matrimonio, José
se dio cuenta de que su mujer estaba embarazada, antes de haber
vivido juntos (Mt 1,18). La solución de este conflicto no debió ser
nada fácil. Supone mucha oración, mucho diálogo y muchos malos
ratos. Ya hemos hablado de este pasaje. En todo caso, este
incidente nos indica hasta qué punto en aquel matrimonio hubo
situaciones difíciles casi desde el primer momento.
El nacimiento de Jesús acarreó también problemas muy serios al
matrimonio: la persecución política, el exilio y el tener que verse
como emigrantes en un país extranjero (Mt 2,13-15). Incluso
después de la muerte del dictador Herodes, José se siguió sintiendo
amenazado como persona sospechosa ante la autoridad política (Mt
2,21-22), hasta el punto de tener que volver a un pueblo perdido,
Nazaret, en la región más pobre, Galilea (Mt 2,23). Un pueblo,
además, que tenía mala fama (Jn 1,46).
Cuando llevaron al niño al templo por primera vez, un hombre de
Dios inspirado por el cielo, le dijo a la madre cosas terribles: el niño
estaba destinado a ser "señal de contradicción" y un motivo de
conflictos (Lc 2,35), y ella misma se vería traspasada por un
sufrimiento mortal (Lc 2,35).
Recordemos también el extraño episodio del niño cuando se
quedó en el templo sin decir nada a sus padres (Lc 2,41-51). El
Evangelio de Lucas señala expresamente que ni María ni José
comprendieron lo que el joven Jesús hizo y dijo en aquella ocasión
(Lc 2,48 y 51). Lo cual quiere decir que, también desde este punto
de vista, en aquella familia hubo problemas, porque había cosas
que resultaban preocupantes y que los padres no entendían.
En resumen: una familia con problemas. Y por cierto, de todas
clases: problemas matrimoniales, problemas políticos, problemas
entre los padres y el hijo. Una familia perseguida políticamente,
desterrada, exiliada, arrinconada en un pueblo perdido, arrastrando
sombrías amenazas, y viviendo situaciones que no resultaban
fáciles de entender. En definitiva, una familia con problemas graves.
Sin duda, como los problemas de tantas otras familias.
Desde el punto de vista de la fe, nosotros sabemos que en
aquella familia estuvo presente lo mejor que puede haber en una
casa: el favor de Dios, su gracia y su palabra. Allí estuvo presente
JESUS. Pero esto nos viene a indicar que la presencia cercana y
palpable de Jesús no excluye los problemas, la incomprensión y
hasta los conflictos. Más aún, precisamente la presencia de Jesús
fue la causa de las dificultades y las tensiones que se produjeron en
aquel hogar.
Por consiguiente, la familia ideal no es la familia donde no hay
problemas, sino la familia que escucha el Evangelio, que lo acoge y
lo vive, aun a costa de tener que soportar situaciones
problemáticas. En eso seguramente reside la enseñanza más
importante que tiene para los creyentes la familia de Jesús.
La personalidad de José
San José no era viejo. Ni parece probable que tuviera las barbas
blancas, la cara sonrosada y la figura endulzada con que lo pintan
en algunas estampas. Intentemos rescatar, en lo posible, su figura
histórica, distinguiendo algunos datos como ciertos y otros como
meras posibilidades.
Los Evangelios hablan poco de él. Lo cual ya es un dato. Eso
quiere decir que era un sencillo hombre de pueblo. Pero
perteneciente a una familia de muy larga tradición: era
descendiente de David (Mt 1,6; Lc 3,32). Sabemos que aquella
familia había conservado cuidadosamente la larga genealogía de
sus antepasados (Mt 1-17; Lc 3,23-38), lo cual denota cantidad de
tradiciones conservadas con esmero. Era un hombre sencillo, pero
lleno de una rica sabiduría popular con raíces muy antiguas.
No hay ningún apoyo bíblico para justificar la costumbre de pintar
a San José como un anciano. Ello va en contra las costumbres de
entonces. Peor aún si así se quiere indicar la virginidad de María:
es triste insinuar que María fue virgen porque se casó con un viejo.
Con ello además se está insinuando también un mal gusto de la
joven María. Ella era una chica muy normal y se casaría, como
todas las chicas de su tiempo, con un joven de su edad.
Ciertamente José era un trabajador manual (Mt 13,55). Habían
tenido antepasados poderosos, pero en aquel momento él vivía de
su trabajo manual. El oficio de "carpintero" pueblerino en aquel
tiempo abarcaba una cantidad de actividades que no se reducían a
la fabricación de muebles, sino que se extendía a la construcción de
casas y a una gama amplia de manualidades. Se podría decir que
era como el hombre hábil del pueblo, al que se recurre
confiadamente buscando solución a cualquier problema imprevisto.
Todavía, en nuestros pueblitos, ése es también el servicio
polifacético del carpintero.
No podemos olvidar tampoco la situación socioeconómica de
aquella región. Podemos afirmar que era un hombre sometido a la
dura situación que vivían los obreros de aquel tiempo, sobre todo
en aquella provincia de Galilea, región de pescadores y agricultores
muy pobres. Se sabe que entonces los campesinos no podían
aguantar los duros impuestos de sus cosechas cobrados por Roma
y Jerusalén, que llegaban alrededor del treinta por ciento. Algunos
se veían obligados a vender sus tierras y convertirse en peones
rurales o, simplemente, en mendigos. Esta dura crisis económica
tuvo que afectar gravemente a José y su familia.
Nos consta que en aquel tiempo hubo abundantes revueltas
populares en Galilea. Por la historia profana sabemos que cuando
Jesús tenía unos quince años se produjo un levantamiento armado
de los habitantes de Séforis, a pocos kilómetros de Nazaret, que fue
sofocado violentamente por el ejército romano y que costó la vida a
varios miles de judíos. ¿Fue allí donde murió José? La hipótesis no
es absurda, si bien no pasa de ser una mera hipótesis.
Dentro ya de este terreno de las probabilidades, algunos dan
una interpretación al pasaje evangélico de la sinagoga de Nazaret
que no deja de ser interesante.
El Evangelio de Lucas cuenta que un día Jesús leyó delante de
sus paisanos en Nazaret unas palabras que hablan de la tarea que
debía realizar el Mesías: dar la buena noticia a los pobres, liberar a
los presos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos
(Lc 4,18; ver Is 61,1-2). Pero resulta que Jesús leyó esas palabras
de Isaías saltándose una línea. Justamente la línea donde el profeta
hablaba de la venganza de Dios contra los enemigos de la nación
judía. Lógicamente, los paisanos de Jesús se extrañaron de que no
hiciera mención de las palabras que hablaban de la venganza divina
(Lc 4,22). Y se pusieron en contra de él, quizás por callarse lo de la
venganza de Dios contra los enemigos de su nación. Lo cual
querría decir que entre los habitantes de Nazaret, como
generalmente sucedía entonces, abundarían los nacionalistas, que
soñaban con la hora de la venganza, debido a la situación tan dura
que estaban soportando.
Es significativo el comentario que hizo la gente al escuchar a
Jesús: "Pero ¿no es éste el hijo de José" (Lc 4,22). Parece que a
sus paisanos le sorprende que un hijo de José no resulte
nacionalista, partidario de la venganza contra los enemigos de
Israel. Quizás José era un nacionalista, de los muchos que había
entonces. Por lo menos, ahí queda el hecho de que los vecinos del
pueblo quisieron despeñar a Jesús por un cerro (Lc 4,28-29). ¿Por
qué?
Pero hay otro detalle que viene a reforzar esta opinión. El padre
de José se llamaba Jacob (Mt 1,16). Y, según tradiciones
antiquísimas del Talmud y los Midrash ese Jacob tenía un apodo: le
llamaban "el Pantera". Y de ahí que a José le dieran el apodo de
"hijo del Pantera". Si esta tradición es verdad, tendríamos que a
José y su familia le llamarían en su pueblo "los Panteras". Un apodo
muy apropiado para gente más bien belicosa.
Lo del apodo no tiene importancia. Lo que parece claro es que
José vivió en su propia carne la opresión que tuvieron que soportar
aquellas gentes, y que, quizás participó y hasta se comprometió
(por eso lo recordaban los vecinos de Nazaret) con la inquietud de
los pobres que buscan solución ante las opresiones que padecen.
Jesús vivió y sufrió la desdichada condición de los oprimidos de
la tierra. José no pudo vivir al margen de ese estado de cosas. Y
cabe pensar, en buena lógica, que parte de la opción de Jesús por
los pobres la aprendió de José y María.
Es aleccionador ver a José como un hombre solidario de su
pueblo, lejos de esa caricatura bonachona que a veces nos han
querido imponer.
La mentalidad de María
También la figura de María ha sido presentada con frecuencia
como una gran señora, muy rica, rodeada de nubes y de angelitos.
Con ello la piedad popular ha expresado su profunda devoción a la
Madre de Dios. Pero hay siempre el peligro de que la devoción de la
gente sencilla sea manipulada por otros intereses. Y entonces,
puede ocurrir que se camuflen la realidad histórica y el mensaje que
se debe tener en cuenta cuando pensamos en María. Ella
ciertamente fue una mujer pobre, de pueblo, sencilla, pero con un
corazón maravilloso, lleno de Dios y de espíritu de servicio.
Por los datos que nos suministra el Evangelio de Lucas,
podemos decir que la mentalidad de María era profundamente
revolucionaria, por más que dicha afirmación nos resulte
desacostumbrada o incluso escandalosa.
Una revolución es un cambio radical de una situación
determinada. De ahí que la revolución en sí no es buena ni mala, ni
violenta ni pacífica. Hay revoluciones malas, como las hay buenas;
las hay violentas, como las hay pacíficas. Afirmar que alguien es un
revolucionario es decir simplemente que se trata de una persona
que quiere y se esfuerza por cambiar pronto y de verdad una
situación. Si la situación es aplastante para la mayoría de la
población, y alguien dice que eso tiene que cambiar de raíz y lo
antes posible, está claro que se trata de una excelente revolución,
más aún si se propone conseguir sus deseos por medios pacíficos.
Pues esto justamente es lo que queremos decir al hablar de la
mentalidad que tenía María, la madre de Jesús. Porque así lo
expresó ella cuando fue a visitar a su prima Isabel. Allí María
manifestó los sentimientos que había en su espíritu (Lc 1,46-47).
Tales sentimientos se refieren, sobre todo, a la situación de la
sociedad y a la manera como Dios interviene en la vida y en la
historia de los hombres.
"En verdad el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
El es santo
y su misericordia llega a sus fieles
generación tras generación.
Su brazo interviene con fuerza,
desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos
y levantan a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide con las manos vacías..." (Lc 1,49- 53).
Como se ve, María cree que Dios interviene en la vida y en el
mundo de tal manera que, en realidad, su actuación resulta
revolucionaria, porque desbarata y derriba a los grandes y
poderosos, mientras que levanta a la gente sencilla, los humildes de
la tierra; colma de bienes a los pobres, mientras que a los ricos los
deja "con las manos vacías". María comprende que los planes de
Dios son completamente al revés de los planes del mundo. Porque
los proyectos sobre los que descansa la sociedad tienen su fuerza
en el poder, el dinero y el prestigio, pero, según María, Dios está en
contra de todo eso, porque está a favor de "los humildes" y "los
hambrientos" de la tierra: de los que no cuentan en los planes de la
alta sociedad...
El Dios en el que cree María es el Dios que transforma los pilares
sobre los que descansa nuestro mundo. No se trata de derribar a
unos poderosos para poner en su lugar a otros, sino de acabar con
la opresión y el disfrute de unos pocos que desprecian y oprimen a
los demás. Dios es el Padre de todos los hombres. Y por eso, está a
favor de todos. Lo que pasa es que la manera de ayudar a unos es
levantarlos, mientras que la manera de ayudar a otros es hacer que
dejen de ser opresores. Ahí está la explicación de la mentalidad
divina, que es la mentalidad que asimiló María.
El mensaje del Magníficat es un maravilloso resumen del mensaje
central del Antiguo Testamento. Y en él está presente también algo
central del mensaje de Jesús: que Dios es Padre bueno de todos, y
precisamente por ello opta por los desheredados y los despreciados
del mundo. María cree en el Dios de la Historia, en el Dios de los
pobres, en el Dios de Jesús... Ella sabe interpretar la Biblia desde el
dolor de su pueblo, con ojos de pobre... Enfoca la vida desde las
perspectivas del Reinado de Dios.
Libertad, comprensión y respeto
Ni siquiera el conflicto de generaciones se les ahorró a los
padres de Jesús. De hecho los Evangelios parecen haberse
preocupado más de reconocer las tensiones que la suavidad de sus
relaciones. El relato evangélico que vamos a ver confirma que los
padres de Jesús no consiguieron entender la profunda realidad de
aquel hijo que se iba haciendo mayor. Pero acogen en silencio lo
que no entienden y lo siguen meditando en su corazón.
"Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén por las fiestas
de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años subieron a las fiestas,
según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron. Pero
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus
padres. Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la
primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; y, como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en su
busca. A los tres días lo encontraron, por fin, en el templo, sentado
en medio de maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas:
todos los que lo oían quedaban desconcertados de su talento y de
las respuestas que daba. Al verlo se quedaron extrañados, y le dijo
su madre:
¡Hijo!, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué
angustia te buscábamos tu padre y yo!
El le contestó: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo tenía
que estar en la casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos
a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su
interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber,
en estatura y en el favor de Dios y de los hombres"
(/Lc/02/41-52).
¿Qué es lo que esta historia nos puede enseñar a nosotros
sobre la familia?
Ante todo, hay una cosa bastante clara: Jesús no se quedó en
Jerusalén porque "se perdió" en el barullo de la gente de la gran
ciudad, como si fuera un niño ignorante que se extravía de sus
padres cuando lo llevan a la capital. Jesús no "se perdió", sino que
"se quedó" intencionalmente.
Y se quedó en la capital "sin que lo supieran sus padres", o sea,
se quedó allí sin avisarles que se iba a quedar. Esto resulta
chocante, pues Jesús no era el típico niño travieso, que les juega
una mala pasada a sus padres en cuanto éstos se descuidan. Y se
queda en el gran templo de la capital, consciente de que eso va a
ser motivo de gran preocupación para José y María.
¿Por qué se portó así Jesús? Si él se quería quedar en el
templo, pudo muy bien decírselo a sus padres, que se lo habrían
permitido sin dificultad. De esa manera se habría evitado su dolor.
Pero no, el niño se quedó a sabiendas de lo que hacía. Por eso se
comprende la pregunta de su madre: "¿Por qué te has portado así
con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y
yo!". Sin duda, lo más misterioso para María no era que el niño se
hubiera quedado en el templo, sino que hiciera eso sin contar con
ellos. Y eso debió ser tan misterioso para María y José que ni
siquiera se enteraron de la respuesta que les dio Jesús: "Ellos no
comprendieron lo que quería decir". En realidad, ¿qué es lo que no
comprendieron ?
Según la legislación de entonces, un muchacho de doce años
era un menor de edad. El padre tenía la plena potestad sobre su
hijo hasta que éste cumplía los doce años y medio. Hasta esa edad
el niño tenía la obligación estricta de obedecer en todo a sus
padres. En los documentos del tiempo se dice que a partir de los
trece años cumplidos el padre no tenía ya obligación de mantener a
su hijo, de tal forma que éste podía independizarse, contraer
obligaciones y casarse. En este Evangelio se da a entender que
Jesús tenía un año menos de la edad requerida para la autonomía
propia del mayor de edad. Por eso precisamente sus padres no
alcanzaron a entender el comportamiento del niño.
¿Qué es lo que viene a decir esta conducta de Jesús? Al
quedarse intencionalmente en el templo, sin decir nada a sus
padres, Jesús muestra su independencia con respecto a la propia
familia. Tengamos en cuenta que él no hizo eso por causa de una
actitud de rebeldía hacia sus padres, ya que en seguida añade el
Evangelio que bajó con ellos a Nazaret "y siguió bajo su autoridad".
Jesús mostró esa libertad porque para él lo único intocable era
su relación con el Padre Dios. Ni siquiera aquella familia tan
maravillosa era algo que había que mantener como absoluto. "¿No
sabían que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?" Para él no
hay nada más que una relación definitiva e intocable: la relación al
Padre. Por eso dirá más tarde a sus discípulos: "No se llamarán
'padre_' unos a otros en la tierra, pues nuestro Padre es uno solo,
el del cielo" (Mt 23, 9). Este es el problema básico para Jesús. La
relación con el Padre Dios cuestiona hasta las mismas relaciones
familiares.
La familia de Jesús tuvo que soportar difíciles condiciones de
vida; pero, ante las dificultades, todos reaccionaban apoyándose
unos a otros.
José reacciona con una bondad y comprensión extraordinaria,
cuando se le presenta el problema del embarazo de su esposa. No
se muestra celoso de su honor; sino que, como hombre bueno, no
quiere perjudicar a María. Justamente por esa disposición puede
acoger en su corazón la revelación que Dios le hace: "No temas
tomar a María por esposa... " (Mt 1,20).
El largo viaje para el censo, el desprecio de los habitantes de
Belén, el nacimiento del Niño en un pesebre, la persecución de
Herodes, el viaje a Egipto, muestran a José y a María compartiendo
el sufrimiento y ayudándose a cumplir con la misión que Dios les
había encomendado. La visita de los pastores, la llegada de los
magos, la presentación en el templo, los muestran compartiendo la
alegría de la salvación.
Junto a José y María, "Jesús crecía en sabiduría, en edad y en
gracia, tanto para Dios como para los hombres" (Lc 2,52). Esta
educación que José y María dieron a Jesús no es autoritaria. El
incidente del templo nos demuestra cómo sus padres respetan a
Jesús. Los padres de Jesús saben que su hijo tiene su personalidad
y vocación propia, y, aunque no lo entienden, lo respetan.
Por su parte Jesús "volvió con ellos a Nazaret, donde vivió
obedeciéndoles" (Lc 2,51). Hijo respetuoso con sus padres, no
renuncia a su forma de ser ni a su misión; pero obedece a sus
padres, porque los quiere.
María "guardaba fielmente en su corazón estos recuerdos" (Lc
2,51). Ni María ni José quieren apropiarse para sí mismos al hijo; lo
preparan para su misión.
En la Sagrada Familia admiramos un gran cariño, que ayuda
mucho a que las personas se comprendan y se respeten cada una
en su forma de ser; y la unión necesaria para superar las
dificultades de la vida y disfrutar juntos las alegrías.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Hasta qué medida los problemas de nuestra familia nos
ayudan a comprendernos y a respetarnos más a fondo?
2. ¿Quién es para nosotros la Virgen María? ¿Cómo nos la
imaginamos? ¿Qué esperamos de ella?
3. Demos nuestra opinión acerca de lo leído sobre San José.
¿Qué pensábamos antes y qué pensamos ahora?
4. ¿Nos empeñamos por mantener el modelo actual de la familia
como una cosa absoluta e intocable? ¿Hemos tenido que preferir
alguna vez la relación con el Padre Dios antes que la relación con la
familia? ¿Por qué? Contemos algún caso.
5. ¿Es Dios nuestro valor absoluto, que está sobre todo y ante
todo? Procuremos contestar con absoluta sinceridad.
9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS
RD/FAMILIA FAM/RD: Ciertamente muchas familias creen en
Jesús y quieren honradamente seguirlo, colaborando para construir
el Reino de su Padre Dios. Intentamos en este capítulo esclarecer la
relación existente entre la construcción del Reino y la familia.
Familias abiertas
Seguir el ejemplo de la "Sagrada Familia" es hacer todo lo
contrario de lo que hace ese tipo de familia que sólo piensa en su
propio interés, sin preocuparse por los sufrimientos de los otros: la
aspiración suprema de ésta es no complicarse la vida, pues su
horizonte es vivir lo mejor que se pueda, sin importar cómo.
A Jesús, en cambio, su familia nunca le encerró en sí mismo. Es
más, la conciencia de su misión le impulsó a dejar su propia casa. Y
a partir de entonces viaja casi continuamente, sin establecerse en
ninguno de los sitios a los que llega. "Este Hombre no tiene ni
dónde descansar la cabeza" (Mt 8,20). En Cafarnaún la gente le
insistía "para que no se fuera de su pueblo. Pero él les dijo: Debo
anunciar también en otras ciudades la Buena Nueva del Reino de
Dios, porque para eso fui enviado" (Lc 4,42-43).
Cuando Jesús llama a sus apóstoles, éstos dejan su oficio y su
familia para seguirle (Mc 2,14). "Todo el que deja su casa,
hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por amor
de mi nombre recibirá cien veces lo que dejó y tendrá por herencia
la vida eterna" (Mt 19,29).
No todos están llamados a dejar la propia familia, pero sí lo están
a mantenerse abiertos a los problemas de los demás. Jesús nos
enseña que no debemos limitar nuestras preocupaciones al
pequeño mundo de la familia.
Debe haber tiempo para oír la Palabra de Dios, para formarse
mejor, para comunicarse con los demás, para luchar por que el
Reino de Dios se haga presente. Esta es la lección que Jesús dio a
Marta cuando ésta presentó su reclamo porque María estaba
sentada escuchándolo: "Señor, ¿no se te da nada que mi hermana
me deje sola para atender? Dile que me ayude. Pero el Señor le
respondió: Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas
cosas, sin embargo, pocas son necesarias, o más bien una sola
cosa es necesaria. María escogió la parte mejor, que no le será
quitada" (Lc 11,40-42).
La verdadera familia cristiana enseña a vivir en profundidad el
amor mutuo, pero rompiendo los muros en que instintivamente
tiende a encerrarse ese amor. Será tanto más cristiana la familia
cuanto más vaya dejando de ser exclusiva, cuanto más vaya
queriendo como verdaderos hermanos a los que no lo son. A los
prójimos hay que hacerlos cada vez más próximos; mirándolos a
ellos hay que ver a Jesús.
La dedicación de Jesús al Reino de Dios no quiere decir que
descuidó los deberes para con su madre. Tenemos un indicio claro
de que Jesús se preocupó de la situación de ella cuando en la cruz,
poco antes de morir, "al ver a su madre y junto a ella a su discípulo
más querido, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn
19,26).
El hecho de que se insista en el servicio de la familia a la
comunidad no quiere decir que la comunidad sea una alternativa a
la familia. Porque la familia desempeña funciones y tareas que no
pueden ser desempeñadas por ningún otro grupo humano. Los
cuidados y atenciones que recibe el niño, primero de la madre, y
más tarde también del padre, no pueden ser sustituidos por nadie.
La comunidad es un principio de enriquecimiento humano para la
familia. Porque la comunidad de fe se construye sobre la base de la
libertad y la igualdad entre todos, con una indispensable dosis de
confianza y transparencia. Y cuando la familia se abre a la
experiencia comunitaria, compartida con otras personas, entonces,
lógicamente, las relaciones humanas se hacen más sanas y más
limpias en el grupo familiar.
Familias libres para construir el Reino del Padre
Hemos visto que el Evangelio y la familia no siempre coinciden . Y
no sólo no coinciden, sino que, incluso, son dos realidades que
corren el peligro de enfrentarse.
En cierta ocasión "estaba Jesús hablando a la gente, cuando su
madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar
con él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están ahí
fuera y quieren hablar contigo.
Pero Jesús contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus
discípulos, dijo: aquí están mi madre y mis hermanos. Porque el que
cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y
hermana y madre" (Mt 12,46-50).
Una cosa resulta clara en este pasaje, a primera vista un tanto
extraño: Jesús se siente más vinculado a su comunidad de
discípulos que a su familia humana: antepone la comunidad a la
familia.
Es que Jesús viene a establecer un nuevo orden de relaciones
humanas, basadas precisamente en que Dios es el Padre de todos
y, por consiguiente, todos los hombres somos hermanos. De esta
manera, la familia pasa a segundo término en las intenciones y
preocupaciones de Jesús. El centro es la relación con Dios como
Padre y la relación con todos los hombres como hermanos. Así se
comprende la significación tan honda que tienen aquellas palabras
que puso Juan en el prólogo de su Evangelio:
(La Palabra) vino a su casa,
pero los suyos no la acogieron.
En cambio, a cuantos la recibieron,
los hizo capaces de hacerse hijos de Dios;
son los que mantienen la adhesión a su persona.
Y éstos no nacieron de una sangre cualquiera,
ni por designio de una carne cualquiera,
ni por designio de un varón cualquiera,
sino que nacieron de Dios" (Jn 1,11-13).
No es ya la familia, ni el parentesco humano, lo que cuenta en el
proyecto de Jesús, sino la nueva gran familia de los "que mantienen
la adhesión a su persona", con lo que son "capaces de hacerse
hijos de Dios".
Saquemos algunas conclusiones de estos planteamientos:
1º - Jesús exige a sus seguidores una libertad total con relación a
su propia familia. De la misma manera con que Jesús exige a los
discípulos vivir libres con relación al dinero, al poder y al prestigio,
igualmente exige también a sus seguidores una libertad real con
relación a todo lo que crea dependencias y ataduras basadas en
los lazos humanos que brotan del afecto familiar. Por eso, Jesús no
acepta ni la despedida de los parientes, ni aun siquiera el entierro
del propio padre (Lc 9, 59-62). Por eso también, Jesús no reconoce
más familia que la comunidad de sus seguidores y ni siquiera
acepta los elogios que se hacen a su madre (Mt 12, 46-50).
2º - La libertad para trabajar por el Reino lleva consigo,
inevitablemente, enfrentamientos, conflictos, odios y rencores, que
a veces pueden llegar a causar la misma muerte. Por eso Jesús
habla de la división y las espadas que él ha venido a introducir en el
seno de la familia (Mt 10, 34-37). Jesús anuncia el odio que va a
nacer entre padres e hijos (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a los
suyos que todo el mundo les va a odiar por causa de él. Por
consiguiente, está claro que el Evangelio no presenta la unidad
familiar como un valor supremo. Hay algo que está por encima del
amor entre padres e hijos y hermanos de la misma sangre.
3º - Estos conflictos, odios y rencores tienen su explicación en
una cosa: el que quiera seguir a Jesús, tiene que renegar de sí
mismo y cargar con su cruz (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; 10,32; Lc
9,23; Jn 12,26; 13,36-37; 21,19). Es decir, el que quiera ser
creyente de verdad, tiene que renunciar al deseo de acaparar, a la
pasión por dominar y mandar, y a la pretensión por sobresalir y
brillar. Pero no sólo eso. El que quiera ser creyente de verdad, tiene
que aceptar el ser tenido por un delincuente al que hay que
ejecutar (eso es "cargar con la cruz" ). Y la experiencia nos enseña
que lo que casi toda familia fomenta es que sus miembros tengan
mucho, que suban todo lo que puedan en la vida y que brillen lo
más posible.
Y no es que Jesús pretenda que los creyentes sean
despreciados u odiados. Es que él sabe perfectamente que el
modelo de sociedad en que vivimos está basado sobre los pilares
del dinero, del poder y del prestigio. Y el que se enfrenta a esos
pilares, como lo hizo Jesús, corre la misma suerte que él corrió. He
ahí el secreto y la explicación del conflicto cristiano entre el
Evangelio y la familia.
Familias llamadas a la santidad
Con frecuencia se ha pensado que la familia no está llamada a
seguir de cerca a Jesús. Eso de la perfección cristiana era sólo para
los que tenían "vocación". Para los casados había otro camino: el
Evangelio era para ellos sólo algo remoto, que había que cumplir
únicamente en los puntos imprescindible para salvarse.
Pero el llamamiento de Jesús a seguirlo es para todos los que
dicen tener fe en él. Y él no solamente llama a cada persona, sino a
la familia y a la sociedad toda.
Si una familia quiere ser cristiana ha de estar dispuesta a seguir
a Jesús, viviendo con él, y así continuar en la tierra su actitud ante
la vida, su fe en el Padre Dios, su fraternidad, sus esfuerzos por ir
construyendo el Reinado del Padre.
La familia cristiana trata a todos como hermanos en plano de
igualdad; lucha contra el egoísmo y contra toda clase de avaricia;
orienta su vida desde el amor. Su preocupación central no consiste
ya en prosperar, sino en cómo construir comunidades de hermanos.
Los seguidores de Jesús no pueden aceptar nada que suponga
disminución, atropello o supresión de la dignidad de una persona; y
están dispuesto a enfrentarse con los poderes que intenten
reprimir, explotar o manipular esta dignidad.
Este servir a Dios, haciendo propia la causa del hombre, fue la
misión de Jesús. La gloria de Dios es la dignificación de la persona
humana. El quiere a todos los hombres bajo un único señorío de
Dios, como Padre, donde todos vivamos como hermanos y donde
todos nos guiemos por la verdad, la justicia y el amor.
Estos son los ideales de todo el que quiera seguir a Jesús, sea
que se encuentre solo o acompañado, soltero o casado. Estos
deben ser, pues, los ideales que debe vivir toda familia que de
verdad quiera ser cristiana.
Solamente situándonos en la perspectiva del Reino podremos
comprender el profundo significado del matrimonio cristiano. Sin la
perspectiva del Reino el amor de la pareja se convierte en un juego
solitario sometido al azar de la pasión y de los sentimentalismos. El
amor de la pareja fuera de su contexto humano y político es un
amor reaccionario; es un amor encerrado en sí mismo y, por lo
tanto, un no-amor.
Los valores del Reino los encontramos sintetizados en las
bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Conoceremos algo del Reino a
través de los pobres, de los que sufren, de los que tienen hambre y
sed de justicia, de los que prestan ayuda, de los limpios de corazón,
de los que trabajan por la paz, de los que viven perseguidos por su
fidelidad. El amor de la pareja tiene que insertarse ahí, en el
contexto concreto de las bienaventuranzas.
El matrimonio cristiano tiene que ser compromiso social, y no,
como sucede con frecuencia, tumba en la que se entierra el
compromiso. La pareja creyente tiene como meta el ser feliz
haciendo felices a los demás. Casarse cristianamente supone un
compromiso social en pareja.
En una perspectiva bíblica el matrimonio y la familia se deben
convertir en una comunidad de amor abierto y universal. En el
Antiguo Testamento, el matrimonio es comparado con el amor de
Dios hacia su pueblo. Y en el Nuevo, es imagen de la unión y amor
de Cristo con la Iglesia-Humanidad.
El amor de Dios es integrador, es fuerza que acoge en sí a todos
los hombres y de esta forma crea fraternidad. El amor de Dios está
abierto a todos como fuerza de bien, de bondad, de perdón, de
fidelidad... El amor de Dios es Cristo mismo. Por eso, el matrimonio
será imagen de Dios en la medida en que su amor no se quede en
los dos, en la medida en que su amor sea integrador, fuerza abierta
a crear la unidad de la humanidad. Y será también imagen de Dios
en la medida en que su amor sea la fuerza de bien y de bondad que
ayude a salvar a los hombres de sus egoísmos.
Según lo dicho, el matrimonio no es una meta para lograr unidad
y amor de los dos, sino un punto de partida para llegar a ser unidad
que integre y acoja, y amor que salve. Esta es la meta.
Planteado así el matrimonio, tendríamos que llegar a la
conclusión de que, lejos de ser la tumba donde mueren y se
entierran los grandes y nobles compromisos sociales, debe ser
como el generador que crea y potencia todo compromiso social,
pues él mismo es compromiso social. Es la misma fuerza de la
unidad y amor de la pareja la engendradora de tales compromisos,
porque el amor de por sí es abierto, dinámico, creador.
El matrimonio cristiano no se reduce, pues, a casarse por la
Iglesia. Es necesario casarse para la Iglesia y para el mundo. Lo
que fue decisivo para Jesús, debe serlo también para la familia que
creen en Jesús. Por ello cualquier proyecto de familia vivido desde
la fe debe estar subordinado a la implantación del Reino de Dios, tal
como lo hizo Jesús.
Preguntas para el diálogo
1. ¿En qué medida mi familia está abierta a los problemas de los
demás? ¿O estamos encerrados en nosotros mismos? Seamos
sinceros al contestar.
2. ¿Qué hacemos como familia para ayudar a los demás? No se
trata de ayudas meramente personales, sino de la familia como tal.
3. Conversemos sobre la contribución que hacemos como familia
en la construcción del Reino de Dios. Detallemos el aporte que
damos y el que debemos dar.
4. ¿Nos sentimos llamados a la santidad como matrimonio y como
familia? ¿Qué podemos hacer para que la vocación a la santidad
sea en nosotros cada vez más una realidad?
5. ¿Es Jesús el centro de nuestro matrimonio y nuestra familia?
¿Qué debemos hacer?
10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS
Se ha dicho con frecuencia que San Pablo traicionó la
enseñanza de Jesús con respecto a la familia y a la dignidad de la
mujer. Y ello no es tan cierto. Es necesario situar sus afirmaciones
dentro de aquel contexto histórico. Hay que saber distinguir entre
textos doctrinales y textos que hacen relación a las costumbres
culturales de entonces y aun a problemas muy concretos de una
comunidad o región. Además, la investigación actual nos está
entregando una nueva ayuda al distinguir entre cartas que
verdaderamente escribió Pablo y otras que fueron escritas años
más tarde por diversos autores que usaron su nombre.
Entre las cartas auténticas de Pablo están 1ª Tesalonicenses,
Gálatas, Filipenses, 1 y 2 de Corintios, Romanos y Filemón. Las
cartas de la cautividad (Colosenses, Efesios y quizás 2ª
Tesalonicenses), parece que no proceden del mismo Pablo, sino de
su círculo; las podemos llamar "postpaulinas". Las cartas pastorales
(1 y 2 Timoteo y Tito), reflejan un momento posterior y más
institucionalizado de la Iglesia; se suelen llamar "deuteropaulinas".
Las cartas postpaulinas, deuteropaulinas y 1 Pedro reflejan en
parte la imagen del matrimonio y la familia que tenía aquella cultura
ambiental. Sus autores pretenden realizar un difícil equilibrio entre
la cultura ambiental y el mensaje de Jesús.
Pero, en general, se puede afirmar que todos estos textos, que,
si los comparamos con el tiempo actual, representan un retroceso,
son, de hecho, un avance, si los situamos en el contexto de la
cultura y de la sociedad de aquella época.
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
PABLO/MUJER MUJER/PABLO: Las mujeres desempeñaron en
las primeras comunidades cristianas algunas actividades
importantes en el anuncio y en la práctica de la fe. Son muchas las
mujeres que, en lenguaje paulino, "trabajaron duro" por el Señor
(Rom 16,12).
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Lidia (Hch 16,14-
15), negociante de púrpura, la primera convertida en Filipo, muy
activa en la comunidad. Mencionan también a Dámaris, (17,34), a
algunas profetisas (21,9), y a unas que confeccionan ropa para los
pobres (9,36-37).
Pablo revela a través de sus cartas que diversas mujeres
participan activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel
que los varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de
liderazgo de las comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran
líderes de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y Síntique son
dos mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo. Pablo les
pide que se pongan de acuerdo, puesto que "lucharon conmigo al
servicio del Evangelio" (Flp 4, 2-3).
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia en
Efeso primero (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16, 3.5).
Este matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró
con él en diversas partes, pero nunca estuvo subordinado a él. Se
les menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero
a la mujer. Además, Priscila siempre es nombrada por su nombre y
no por el de su marido, señal de que era muy conocida en su
actividad pastoral. Era mujer instruida, pues intervino en la
enseñanza cristiana de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch
18,26).
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de
las que dice que "han trabajado mucho en el Señor" (Rom 16,
6.12). Saluda a la madre de Rufo, "que ha sido para mí como una
segunda madre" (Rom 16,13). De una mujer, Junías, junto con su
marido Andrónico, dice Pablo que "son compañeros de cárcel,
apóstoles notables y se entregaron a Cristo antes que yo" (Rom
16,7). Saluda a otras dos parejas, Folólogo y Julia, Nereo y su
hermana, que seguramente son también misioneros (Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la
portadora de la carta a los Romanos; de ella Pablo dice que es
"diaconisa de la Iglesia de Cencrea", y pide que la ayuden "en todo
lo que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y entre ellos
a mí", dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de
una Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar.
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo
Cefas misionaban acompañados de "alguna mujer hermana" (1 Cor
9,5).
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen
colaborando con él en la enseñanza, como misioneras itinerantes o
responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo
las estima y se alegra de ello. Tanto es así, que hoy día hay
quienes designan a San Pablo como promotor de la actividad
pastoral de la mujer.
Igualdad de la mujer
El movimiento de Jesús había producido una verdadera
revolución en lo referente a la dignificación de la mujer. San Pablo
nos trasmite la gran proclama de este movimiento misionero,
anterior a él: "Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre quien
es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia entre
hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús"
(Gál 3,28). Es ésta una magnífica expresión del entusiasmo de
entrada en una nueva forma de existencia, tan distinta a la de la
sociedad reinante... Muchas mujeres entraron entusiasmadas en el
cristianismo, pues en él encontraban posibilidades de participación
y protagonismo, que les eran negadas en la sociedad en general.
Algunos textos de San Pablo han sido interpretados como
menospreciadores de la mujer y, por consiguiente, contrarios a su
igualdad con el varón. Veamos algunos casos, generalmente mal
interpretados por no considerarlos dentro del contexto histórico y,
además, por verlos desde la perspectiva de los textos
deuteropaulinos
1. Ciertamente él alguna vez aconseja a las jóvenes que no se
casen (1 Cor 7, 32-34). Pero este consejo hay que situarlo en su
contexto histórico. En primer lugar, en aquel ambiente tan machista,
a veces era la única forma de poder servir al Señor en las
comunidades. Se trata de un consejo de sentido común. Pero
además debemos saber que se trataba de un consejo subversivo
según el orden reinante en Roma. El emperador Augusto había
dado un decreto por el que imponía sanciones y fuertes impuestos
a los solteros; y a las viudas sólo se les permitía permanecer en su
estado si habían cumplido más de cincuenta años. Más tarde,
Domiciano reforzaría aún más esta legislación. El consejo de Pablo
era un desafío a las leyes y a los valores culturales dominantes,
pues se dirigía especialmente a personas de los centros urbanos
del imperio.
Pero Pablo no sólo afirma las ventajas del celibato. También
defiende el matrimonio en contra de las tendencias ascéticas que lo
negaban. El énfasis con que subraya la reciprocidad y la igualdad
de las relaciones entre los sexos es notable y no encuentra
parangón ni en la sociedad judía ni en la pagana de su tiempo (ver
1 Cor 7, 3-5. 10-11). En esto Pablo recoge fielmente la tradición de
Jesús. Y, por cierto, nunca pone la unión matrimonial en función de
la procreación.
Pablo hace aún más. Defiende la estabilidad del matrimonio
incluso cuando uno de los cónyuges se hace cristiano y el otro no
(1 Cor 7, 12-13), a pesar de que el judaísmo, en este caso,
consideraba roto el vínculo.
2. En cuanto al problema del velo de las mujeres, ciertamente se
trata de un texto enrevesado y ambiguo (/1Co/11/02-16), pero se
encuentran en él aportes interesantes. El primer dato es la
constatación del hecho de que algunas mujeres oraban y
profetizaban en el culto como dirigentes (1 Cor 11, 5). El problema
está en si deben hacerlo con la cabeza descubierta o no. Pues las
mujeres corintias expresaban su conciencia de igualdad y libertad
actuando públicamente sin velo. Así rompían la costumbre de
entonces y con ello producían grave escándalo entre los cristianos
no instruidos y entre los paganos. Ante esto Pablo quiere que se
respeten las conciencias más débiles, como acababa de decir en la
misma carta, en el capítulo 8, refiriéndose al hecho de que algunos
cristianos comían carne sacrificada a los ídolos. El principio que da
entonces, vale también para lo del velo: "Es cierto que somos libres,
pero cuídense que esa misma libertad no haga caer a los débiles"
(1 Cor 8,9).
En el caso del velo, comienza usando un argumento sacado de la
cultura y la filosofía ambiental: la subordinación de la mujer al
hombre; pero enseguida se corrige afirmando que "bien es verdad
que en el Señor no se puede hablar del varón sin la mujer, ni de la
mujer sin el varón. Pues si Dios ha formado del hombre a la mujer,
el hombre nace de la mujer, y ambos vienen de Dios" (1Cor 11,
11-12). En toda esta sección de la carta (caps. 11-14) habla Pablo
de la "edificación de la comunidad". En ella reconoce la igualdad de
los dos sexos y admite las funciones dirigentes de las mujeres en
las asambleas, pero les pide por prudencia que no hagan
obstentación de su libertad con un comportamiento externo que
planteaba graves problemas a la evangelización.
3. Una tensión parecida, entre el mensaje cristiano de igualdad y
la cultura ambiental, la encontramos en el famoso texto de
/Ef/05/21-33, en donde Pablo habla de la relación entre el hombre y
la mujer dentro del matrimonio. Inicialmente se afirman unas
relaciones no igualitarias: "Las mujeres sean dóciles a sus maridos
como si fuera al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer,
como el Mesías, Salvador del cuerpo, es cabeza de la Iglesia. Como
la Iglesia es dócil al Mesías, así también las mujeres a sus maridos
en todo" (Ef 5,22-24).
La finalidad de este pasaje es subrayar que el matrimonio es un
"símbolo magnífico" (Ef 5,32) para revelar el amor que Dios tiene a
la humanidad. Siguiendo la tradición profética, en la que el amor
divino había sido simbolizado por el matrimonio, Pablo parte del
matrimonio judío tal como existía, para llegar a revelar el amor de
Dios a la Iglesia, a través de Cristo. Dice que Cristo es la cabeza (el
jefe) de la Iglesia (que es el cuerpo), así como el marido en aquella
cultura era el jefe de la mujer. Nótese bien que no quiere definir las
relaciones de debe haber entre marido y mujer. Se parte
sencillamente de un hecho cultural, sin cuestionarlo, ni mucho
menos purificarlo. El hecho existente entonces de la sumisión de la
mujer al marido Pablo lo usa para comparar la relación que existe
entre la Iglesia y Cristo.
Pero, igual que hizo en 1 Cor 11, aquí también en seguida
recupera Pablo la novedad cristiana y pasa por eso a amonestar al
marido: "Debe amar a su mujer como a sí mismo" (Ef 5,33), ya que
los dos son una sola carne (Ef 5,25-33). A pesar de las
ambigüedades, procura enseguida recuperar el equilibrio.
Este difícil equilibrio entre mensaje de Jesús y cultura ambiental
no ha sido suficiente para impedir que en la historia posterior los
textos de Pablo fueran invocados como palabra de revelación para
legitimar el dominio del varón sobre la mujer.
La relación sexual según San Pablo
SEXO/PABLO PABLO/SEXO: Siguiendo el espíritu del
Mandamiento nuevo de Jesús, la escuela de Pablo lo concreta así
en el caso del matrimonio: "Maridos, amen a sus mujeres igual que
el Mesías demostró su amor a la Iglesia entregándose por ella" (Ef
5,25). Si Cristo, impulsado por su amor, ha hecho lo indecible por
llenar a su esposa, la Iglesia, de gracia y santidad, de igual manera
la entrega del hombre a la mujer tiene que estar llena de la misma
actitud. La unidad entre ambos debe ser tan profunda que llegue a
desaparecer toda posibilidad de ruptura y división, pues "el que
ama a su mujer a sí mismo se ama" (Ef 5,28).
Este amor tiene que llegar también a la esfera de lo sexual. San
Pablo habla claramente de ello en dos pasajes refutando un
enfoque demasiado libertino sobre la sexualidad y otro demasiado
estrecho.
En el primer caso, ante la presencia de ciertos gnósticos
libertinos, para los que ninguna actividad sexual manchaba el
espíritu, Pablo muestra el carácter profundamente humano y
personalista de la relación sexual. Su enseñanza se apoya en una
exigencia bautismal y en una reflexión antropológica:
"El cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor
para el cuerpo, pues Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará
también a nosotros con su poder. ¿Se les ha olvidado que son
miembros de Cristo?, ¿Y voy a quitarle un miembro al Mesías para
hacerlo miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo! ¿No saben que
unirse a una prostituta es hacerse un cuerpo con ella? Lo dice la
Escritura: 'Serán los dos un solo ser'. En cambio, estar unido al
Señor es ser un Espíritu con él. Huyan de la lujuria; cualquier
perjuicio que uno cause queda fuera de uno mismo; en cambio, el
lujurioso perjudica a su propio cuerpo. Saben muy bien que su
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes porque
Dios se lo ha dado. No se pertenecen a sí mismos; han sido
comprados pagando; pues glorifiquen a Dios con su cuerpo"
(/1Co/06/13-19).
Por razón del bautismo el hombre entero, hasta en sus
estructuras corporales, ha sido transformado por Cristo. El cuerpo
participa también de este destino, que le lleva a convertirse en
realidad sagrada, propiedad exclusiva de Dios. Está impregnado por
la fuerza del Espíritu que resucitó el cuerpo de Jesús. De ahí la
urgencia de glorificar a Dios con el propio cuerpo; pero esa
glorificación no es posible mientras la unión sexual no manifieste la
plenitud y totalidad de su significado.
La entrega corporal, en efecto, no es un gesto sin importancia,
sino que expresa un mensaje profundo. No se reduce a una simple
necesidad biológica, como "la comida es para el estómago" (1 Cor
6,13), sino que la donación del cuerpo, como símbolo de la persona
entera, supone la ofrenda de toda la persona, cosa que no se
realiza en la unión con una persona no amada.
En el segundo caso, en Corinto, bajo la influencia del
espiritualismo griego, algunos predican la abstención matrimonial.
Creían que el cuerpo era malo por naturaleza. Los consejos del
apóstol muestran un equilibrio realista extraordinario. Negar las
relaciones sexuales en el matrimonio supone el desconocimiento de
los deberes mutuos entre los esposos, pues por la entrega
matrimonial se pertenecen el uno al otro: "La mujer ya no es dueña
de su cuerpo, lo es el hombre; ni tampoco el hombre es dueño de
su cuerpo, lo es la mujer" (1 Cor 7,4). La continencia puede darse
dentro del matrimonio, pero de una forma temporal y pasajera para
fomentar la oración. Lo contrario sería imprudencia y un posible
engaño, ya que "cada uno tiene el don particular que Dios le ha
dado" (1 Cor 7,7).
Las cartas paulinas posteriores a Pablo
El pensamiento de Pablo es desarrollado después de él en una
línea en la que cada vez predomina más el punto de vista
masculino.
En las cartas a los Colosenses y a los Efesios y en la 1ª de Pedro
encontramos los famosos "códigos domésticos" que, en sustancia,
legitiman la estructura patriarcal de la familia y el puesto del padre
como señor absoluto (Col 3,18 - 4,1; Ef 5,21 - 6,9; 1 Pe 2,18 - 3,7;
5,1-5). Y se exige la sumisión de la mujer a su marido (1 Pe 3,1; Tit
2,5).
Más tarde, en las cartas pastorales, el proceso de
institucionalización está bastante avanzado y, lógicamente también,
el de patriarcalización. Ahora la mujer debe oír en silencio; ya no
puede enseñar (1 Tim 2,11-12), lo que se opone a la costumbre de
Pablo. Y la justificación que da el autor es ciertamente despreciativa
(1 Tim 2, 13-14). El Pablo auténtico no veía nunca a la mujer ni
como tentación para el hombre ni como responsable del primer
pecado (Rom 5, 12-19). El autor de 1 Timoteo acaba restringiendo
el papel de la mujer a la mera maternidad (1 Tim 2,15), cosa que
Pablo en 1 Corintios nunca menciona.
En estas cartas deuteropaulinas la legitimación del orden
patriarcal va acompañada de la aceptación del orden político del
imperio (1 Tim 2,1-2; Tit 3,1). El modelo de la casa patriarcal sirve
para configurar la vida y las relaciones internas de la comunidad
cristiana. Por eso se pide que se elija como obispo a un padre de
familia probado y de buena casa (1 Tim 3, 2-7; Tit 1, 7-9).
Al hablar del problema de las viudas (1 Tim 5, 2-16) se habla de
ellas con cierta rudeza y se quiere reducir su número. A las jóvenes
se les ordena casarse. Y sólo se puede aceptar oficialmente a las
viudas después de haber cumplido sesenta años y haber dado
muestras de vivir los valores de la sociedad patriarcal (1 Tim 5,
9-10).
En /1Tm/02/12 el autor dice de forma contundente: "A la mujer no
le consiento enseñar ni imponerse a los hombres; le corresponde
estar quieta, porque Dios formó primero a Adán y luego a Eva.
Además, a Adán no lo engañaron; fue la mujer quien se dejó
engañar y cometió el pecado". Este tipo de argumentación,
contraria a la de San Pablo, se repetirá continuamente en
ambientes eclesiásticos, incluso hasta nuestros días. Pero en aquel
tiempo, hasta este texto tan duro tenía su explicación. El autor de
tamaña prohibición se está refiriendo a un grupo de señoras ricas
de Éfeso, recién convertidas, que opinaban y discutían de todo,
como si fueran grandes doctoras, con lo que creaban serios
problemas en su comunidad. Por eso se les pide seriamente que
sean más modestas y se pongan a aprender con humildad.
Como resumen, podemos decir que en las cartas posteriores a
Pablo sus autores se dejaron influenciar en algo por la cultura de su
tiempo. Nos encontramos constantemente con dos datos en tensión:
el dato dignificante y liberador propio de Jesús y el dato
discriminatorio de aquel ambiente cultural. Por un lado asumen la
novedad introducida por Jesús en relación con la igualdad de la
mujer; por otro, no consiguen hacer valer esa novedad en su
cultura y sigue pensando en la sumisión de la mujer. Mantienen una
ambigüedad entre el elemento cultural y el que procede de Jesús.
La doctrina de Jesús es siempre la norma fundamental. Jesús es
la cumbre de la revelación. Nótese, además, que casi todos los
Evangelios se escribieron después de las cartas paulinas. Y
ciertamente, desde el proyecto de Jesús, surgen hasta nuestros
días exigencias emancipatorias de la mujer, muy críticas para la
sociedad y para la Iglesia. Estamos autorizados y, más aún,
obligados a promoverlas.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Cómo es considerado en nuestra Iglesia local el trabajo
pastoral de la mujer? ¿Qué nos enseña en esto San Pablo?
2. ¿Cómo podemos reinterpretar a la luz de este comentario el
tema de la igualdad de la mujer?
3. ¿Qué hemos podido profundizar sobre la relación sexual
según San Pablo? Concretemos las cosas nuevas que hemos
aprendido.
11 - EL CELIBATO
CELIBATO/SENTIDO: Si la sexualidad es algo tan importante
dentro del plan de Dios, resulta algo extraño que algunas personas,
justo por ser fieles a Dios, decidan no casarse nunca. Mucha gente
no cree en el celibato o no lo entiende; algunos piensan que la
persona que renuncia al sexo es un reprimido que nunca podrá
realizarse plenamente.
Pero tenemos el hecho histórico de que Jesús no se casó. Y en
aquel tiempo ello era incomprensible. El que una persona
renunciase a formar una familia era algo realmente extraño, ya que
el pueblo judío había exaltado grandemente la fecundidad.
Si nos preguntamos por qué Jesús no se casó, resulta que no
encontramos en el Evangelio una respuesta directa y expresa sobre
ello. Y, sin embargo, debió existir una razón profunda para que
Jesús renunciase a algo tan santo como casarse y tener hijos.
A través de la historia, en la Iglesia se han dado diversidad de
razones para justificar y defender el celibato. Se ha dicho que es un
modo de testimoniar la otra vida en la que no habrá sexo. Se ha
insistido en que las personas consagradas a Dios deben ser puras,
ajenas a las turbulencias de la sexualidad.
Pero estos enfoques encierran algo terrible, porque en el fondo
suponen que la sexualidad es algo negativo, que hay que dejarlo a
un lado si se quiere avanzar en el camino de la fe. Piensan que Dios
está más contento si se renuncia al sexo. Y entonces resulta que
hay cristianos de primera y de segunda categoría, según renuncien
o no al sexo.
Evidentemente, éstas no pudieron ser las razones de Jesús para
no casarse.
En cierta ocasión, en la que Jesús les dice a sus discípulos que
no es lícito divorciarse, puesto que la mujer es tan persona como el
hombre y tiene los mismos derechos que él, los apóstoles se
asustan y afirman que "si ésa es la situación del hombre con la
mujer, más vale no casarse". A esto respondió Jesús:
"No todos comprenden lo que acaban de decir, sino solamente
los que reciben este don. Hay hombres que nacen incapacitados
para casarse. Hay otros que fueron mutilados por los hombres. Hay
otros que por amor al Reino de los Cielos han descartado la
posibilidad de casarse. ¡Entienda el que pueda!" (Mt 19, 11-12).
Vemos que Jesús empieza reconociendo que no todo el mundo
puede renunciar a una mujer o a un hombre. Es señal de inmenso
realismo. La sexualidad es sumamente exigente y no es fácil
renunciar a su realización. No todo el mundo puede "sublimar" su
sexualidad. Es decir, poner sus energías sexuales en otras cosas
que no tienen que ver directamente con ella.
Dice Jesús que no casarse "por el Reinado de Dios" es un don
del mismo Dios. Por consiguiente, se trata de algo bueno, un
"carisma" que Dios concede. Y si es un don divino, necesariamente
contribuye a la realización humana de quien lo recibe, ya que es
imposible que Dios dé algo que cause daño. Por lo tanto, si una
persona encuentra que en la vida de célibe no se realiza
humanamente, eso quiere decir que no ha recibido ese don o que lo
ha perdido. Cada uno tiene que encontrar el modo de realizarse
humanamente mejor. Y es posible que algunos se realicen
humanamente renunciando al sexo. Pero quede claro que el célibe
"por el Reinado de Dios" no renuncia a su sexualidad. Ya vimos
que ésta no se reduce a lo genital ni a lo meramente corporal, sino
que es algo mucho más amplio.
Es importante recalcar que el motivo fundamental para elegir el
celibato es el Reinado de Dios. En ciertos casos, el deseo de
dedicarse a la proclamación y extensión del Reino, centrado en
Jesús, es tan grande, que el individuo se ve absorbido por ello. La
creación de una nueva sociedad según el modelo del Evangelio se
convierte en el interés fundamental, y entonces, por eso, y sólo por
eso, se renuncia al matrimonio y a la creación de una familia, a
ejemplo de Jesús.
Si este ideal deja de constituir lo más importante, entonces el
celibato pierde su sentido y se convierte en una limitación humana,
en un empobrecimiento, en algo perjudicial para el que lo vive. Los
peligros de convertirse en un solterón egoísta y neurótico serán
entonces probablemente muy grandes.
Del mismo modo que la ciencia, la filosofía o el arte no exigen de
suyo que el hombre renuncie a una familia, el Reino de Dios
tampoco lo exige. Pero puede darse el caso de que alguien
encuentre que así, a él particularmente, le va mejor para dedicarse
más de lleno. Evidentemente, otros, con otro modo de ser, con otro
"carisma" distinto, pueden servir al Evangelio y a Dios viviendo su
sexualidad plenamente.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Creemos nosotros que es posible y que es bueno que
algunas personas guarden celibato? ¿Por qué?
2. ¿En qué consiste para nosotros el ideal del celibato?
3. ¿Cómo podemos ayudar los casados a los célibes para que
vivan a fondo su vocación?
Epílogo:
Familia y futuro de la humanidad
FAM/PERSONA-RAON: Cuando un niño nace, no está acabado
de hacer; el niño, "se hace" del todo, no sólo por los alimentos que
toma y los cuidados físicos que recibe, sino además -y esto es
decisivo- por la relación que mantiene con los padres y con los
demás miembros de la familia y de la sociedad ambiental. El cariño
que los padres muestran al recién nacido, los sentimientos que
experimentan hacia él, la acogida, la ternura o, por el contrario, la
indiferencia, la apatía, la agresividad, todo eso y hasta los
sentimientos más íntimos, se van grabando en la intimidad del niño
de tal forma que todo eso es lo que va "haciendo" y configurando lo
que será, durante toda su vida, el equilibrio humano del futuro
varón o mujer.
Mediante la familia, el niño pequeño se acomoda a las normas de
comportamiento vigentes en una determinada civilización. La familia
actúa, en todo tiempo y lugar, como el mejor instrumento de
transmisión de las tradiciones, los criterios, y los convencionalismos
de los padres. La vida y el trabajo de los hijos se determinarán por
las normas transmitidas. Así es como cada sociedad y cada
civilización se perpetúa, hasta el punto de que en eso reside una de
las condiciones esenciales para la continuidad de la civilización y de
la Historia.
Esto quiere decir que la persona "se hace" en la familia. Y "se
hace" en la familia, no sólo porque de los padres recibe la vida, sino
además porque en la familia se forma y se organiza (o se deforma y
se desorganiza para siempre) la vida de la persona.
Pero si el bebé tiene la desgracia de nacer en una familia donde
la madre tiene sus necesidades afectivas descontroladas, o donde
el padre es una persona excesivamente rígida y dominante,
entonces las cosas se pueden complicar hasta el punto de que el
hijo resulte un individuo más o menos desadaptado o enfermizo.
Un desarrollo sano y adecuado del niño exige no sólo la
satisfacción de sus necesidades físicas, sino especialmente una
atención y un amor personalizados. Los niños educados sin una
auténtica familia muy difícilmente se adaptan a las condiciones de la
vida adulta.
Los hijos asimilan en el medio familiar cosas tan maravillosas
como son el amor, la fidelidad, la responsabilidad, el compromiso
por los pobres, la lucha por un mundo nuevo; pero con frecuencia
asimilan también cosas tan negativas como son el elitismo puritano,
el racismo, el machismo, el deseo de instalación y de lucro, la
pretensión de subir sin importarles aplastar a los demás, la
acomodación a los valores burgueses de la sociedad...
La libertad de cada individuo con respecto a su propia familia es
mucho menor de lo que normalmente nos imaginamos. Porque la
familia no es sólo un grupo de personas determinadas a las que el
sujeto se siente profundamente vinculado; es, además, un modelo
de realizar la vida. Y sabemos que, en la mayoría de los casos, el
individuo tiende a reproducir ese modelo.
Todo esto nos viene a decir que la vida de la familia en nuestra
cultura y en nuestra sociedad es un problema muy serio. Más aún
cuando tratamos de afrontar las exigencias de nuestra fe en Jesús
hasta sus últimas consecuencias.
Del modelo de familia que cultivemos y vivamos depende, ante
todo, el futuro de la humanidad... Y para ello, la Biblia, y Jesús, en
concreto, nos ofrecen una ayuda muy valiosa...
APENDICE:
LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES DEL
CONCILIO
Por mucho tiempo en la Iglesia el matrimonio ha estado
sumamente desvalorizado. Sólo se daba importancia a lo jurídico y a
lo moral. Los valores bíblicos, teológicos y espirituales se mantenían
marginados.
Antes del Concilio
Según el antiguo Derecho Canónico (cánones 1012, 1013 y
1801) el matrimonio no era sino un contrato, basado en el
consentimiento de dos personas, "por el cual ambas partes se dan y
aceptan el derecho perpetuo y exclusivo sobre sus cuerpos, en
orden a poner los actos que de suyo son aptos para la generación
de la prole". Como se ve, se trata de una definición pobrísima y aun
ofensiva: ¡Un contrato de cuerpos...! Como si la pareja fuera
únicamente un instrumento mecánico para "hacer hijos". Se llegaba
a mirar al matrimonio como "remedio contra la concupiscencia..." Se
daban normas minuciosas sobre lo que se podía hacer y sobre lo
que no estaba permitido. Pero rara vez se hablaba del amor
conyugal, y menos aún de la espiritualidad y santidad matrimonial.
La perfección cristiana estaba reservada sólo para los religiosos.
En las primeras décadas del siglo actual hubo algunas
reacciones positivas en torno a los valores matrimoniales y se
comenzó a hablar del amor como elemento necesario para la vida
conyugal. Por los años treinta algunos teólogos se atreven a
señalar como fin primario del matrimonio el mutuo
perfeccionamiento de los esposos y el amor mutuo. Esta enseñanza
fue condenada por el Santo Oficio el 3 de julio de 1942. Pero, poco
después, Pío XI la proclamó en su encíclica "Casti connubii". Dice
así su número 8:
"La formación interna recíproca de los casados, el cuidado
asiduo por perfeccionarse mutuamente, puede llamarse en un
sentido muy verdadero la causa y razón primera del matrimonio..."
Pío XII volvió a repetir conceptos parecidos. Diversos teólogos los
desarrollaron, como Guardini y Haring, Y Juan XXIII, en la "Mater et
Magistra", registra afirmaciones aún más amplias sobre los valores
matrimoniales y familiares. Hasta que al fin maduró el Concilio, con
el que se inició una verdadera revolución espiritual en el campo del
matrimonio y la familia.
En el Concilio
El Vaticano II se refiere expresamente al matrimonio y la familia
en los siguientes documentos:
- Constitución Luz de las Gentes (LG), nn. 11 y 47.
- Constitución Gozo y Esperanza (GE), nn. 47 al 52.
- Constitución sobre la Sagrada Liturgia, nn. 77 y 78.
- Decreto Optatam totius, n. 10.
- Decreto sobre la Actividad Apostólica (AA), n. 11.
En el Concilio, el amor pasa a ser esencial en el matrimonio:
"Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona
a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la
persona y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad
especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de
ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad
conyugal" (GE, 49). La alianza matrimonial está encaminada a
formar una comunidad de vida y de amor. El amor, según el
Concilio, es la base, el fundamento, el alma de la vida matrimonial y
familiar.
Los números 48 y 49 de la constitución "Gozo y Esperanza"
forman un himno maravilloso al amor matrimonial. Se canta la unión
íntima entre los cónyuges; la ayuda y servicio mutuo; la donación y
entrega del uno al otro. El amor abarca el bien de toda la persona.
Asociando a la vez lo humano y lo divino, el amor lleva a los
esposos a una mutua y libre donación de sí mismos, expresada en
actos y tiernos afectos. El amor se perfecciona y se desarrolla por
su misma generosa actividad; supera toda inclinación meramente
erótica y convierte el acto sexual en mutua donación.
El sacramento del matrimonio da al amor un carácter
sobrenatural. "Este genuino amor conyugal es asumido en el amor
divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo... Los
esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de
estado, están fortalecidos y como consagrados por un sacramento
especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar,
imbuidos del Espíritu de Cristo que satura toda su vida de fe,
esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y
su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación
de Dios" (GE, 48). Según este texto, matrimonio y amor están
inseparablemente unidos.
El amor es tan importante, que hay que cuidarlo y hacerlo crecer
sin cesar. El número 50 usa expresiones como "cultivo del amor
conyugal", "cultivo del amor fiel"... No basta casarse por amor. Al
amor hay que cuidarlo y alimentarlo, regarlo y acariciarlo, para que
crezca, se desarrolle y dé fruto. Ello es una obligación de toda
pareja.
La procreación no se antepone al amor, sino que es
consecuencia de él (GE, 50). Y esta fecundidad ha de ser
generosa, pero responsable.
El amor conyugal ha de ser el testimonio más preciado que
deben dar los esposos cristianos ante sus propios hijos y ante el
mundo entero: "De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un
incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la
fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y
colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia..." (LG, 41).
Este amor los debe llevar a un compromiso activo y dinámico, de
forma que influya en el propio ambiente, trabajando por el cambio
social, político, económico y religioso (GE, 75 y AA, 14). Deben
colaborar con los hombres de buena voluntad para promover la paz,
la justicia y la verdad (AA, 14). De esta forma, los esposos, con su
testimonio de amor fuerte y fecundo, contribuirán a la extensión del
Reino que Cristo vino a implantar en la tierra.
Después del Concilio
Como eco y respuesta al Concilio fueron apareciendo poco a
poco otros documentos importantes.
En julio de 1968 Pablo VI publicó una encíclica sobre la "Vida
Humana", acerca de la regulación de la natalidad.
En 1979 el episcopado latinoamericano publicaba sus
documentos de Puebla. Sobre el tema matrimonial y familiar se
habla en los números 568 al 616. Afirman que "el matrimonio es una
alianza a la que se llega por vocación amorosa del Padre que invita
a los esposos a una íntima comunidad de vida y de amor... Un amor,
así entendido, en su rica personalidad sacramental, es más que un
contrato; tiene las características de una alianza" (P. 582).
A finales de 1980 se celebró en Roma un sínodo dedicado a la
"Misión de la familia cristiana en el mundo moderno". Fruto suyo fue
la exhortación apostólica de Juan Pablo II "Familiaris Consortio", de
noviembre de 1981.
En ella se insiste de una manera hermosa en la importancia del
amor conyugal y familiar: "El amor es la vocación fundamental e
innata de todo ser humano... El amor abarca también el cuerpo
humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual" (FC, 11).
"Así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas,
así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y
perfeccionarse como comunidad de personas" (FC, 18). "El
matrimonio propone de nuevo la ley evangélica del amor, y con el
don del Espíritu, la graba más profundamente en el corazón de los
cónyuges cristianos..." (FC, 63).
La fecundidad aparece como "el fruto y el signo del amor
conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los
esposos" (FC, 28).
Quedan superados antiguos desprecios, al reconocer por igual
"dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la
persona humana al amor: el Matrimonio y la Virginidad. Tanto el uno
como la otra, en su forma propia, son una concretización de la
verdad más profunda del hombre, de su 'ser imagen de Dios'" (FC,
11). "El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de
vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando
no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad
consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran
valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el
Reino de los cielos " (FC, 16).
Con toda claridad se afirma que el matrimonio es un "sacramento
de mutua santificación". Y "de ahí nace la gracia y la exigencia de
una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar..." (FC,
56), espiritualidad que es todo un reto a construir.
Se insiste también en la necesidad de que la familia se abra a los
demás (FC, 21), en desempeño de una función social y política (FC,
44), orientada a la construcción de un nuevo orden internacional
(FC, 48).
El nuevo Derecho Canónico, publicado en 1983, aun dentro de
su propio juridicismo, da una nueva definición de matrimonio: "La
alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre
sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole
natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la
prole, fue elevado por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de
sacramento entre bautizados" (1055).
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·Caravias-José-Luis