CAPÍTULO 1


Introducción

LA IGLESIA EN EXPECTATIVA DEL SEÑOR

Desde que Cristo está en este mundo es el tiempo final. Las fuerzas del reino de Dios que actúan ya en medio de este mundo tienden hacia la consumación. El fin o meta del tiempo es para los creyentes el nuevo cielo y la nueva tierra (Ap 21,1). Jesucristo anunció el mensaje de salvación y afirmó perentoriamente que había comenzado ya a alborear el tiempo nuevo. El cristiano debe ser sobrio y vigilante en la fe.

En este tiempo vive la Iglesia, que el Señor quiere conducir a su casa como a su esposa querida. Ésta va por el mundo sin perder de vista el fin, la reunión con Jesucristo (2,1). No todos los hombres creen el mensaje de la inauguración del reino de Dios en Cristo (3,2). No obstante la Iglesia, sin entregarse a doctrinas erróneas ni a fantasías de ninguna clase, debe seguir su camino tranquilamente y con vigilancia. Debe tomar en serio y realizar el mensaje apostólico. Cada comunidad es Iglesia en el lugar mismo en que vive. Por ella deben reconocer cristianos y paganos lo que es Iglesia. Ahora bien, en un ambiente pagano acechan peligros a la comunidad. Tanto por falsos maestros de este «mundo» como por falsos hermanos (2Cor 11,26) puede verse extraviada la comunidad y alejada de la sana doctrina. E1 apóstol tiene por tanto el deber de preservar a sus comunidades de las falsas doctrinas y de contrarrestar los abusos. La comunidad de Tesalónica había comenzado bien. El Apóstol podía presentarla como modelo «no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes» (lTes 1,8). Ahora, sin embargo, ha llegado a sus oídos que se han producido abusos en la comunidad. Por esto en su calidad de apóstol que tiene cuidado de sus almas por encargo del Señor, se siente en la obligación de escribir a la comunidad una carta, en la que tiene que hablar de las falsas doctrinas y de los abusos.

1. Probablemente se ha recrudecido la hostilidad contra la nueva comunidad cristiana. En efecto, los judíos que en Tesalónica querían excitar contra Pablo también al pueblo y a las autoridades de la ciudad (cf. Act 17,13), han dado quizá nuevos pasos contra la comunidad. Así los cristianos han tenido que experimentar dolores, persecución y tribulaciones. El Apóstol se ve en la necesidad de explicar a su comunidad que los sufrimientos y las tribulaciones forman parte de la vida cristiana. En efecto, el Señor mismo había dicho: «Acordaos de la palabra que os dije: El esclavo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). Los cristianos son peregrinos y forasteros en este mundo y deben soportar diversas tribulaciones. Pero sufren por el reino de Dios. La fe y la constancia son las actitudes con que el cristiano ha de resistir firmemente a los asaltos del mundo. El Apóstol puede asegurar con gran satisfacción que en las otras comunidades de Dios ha podido mostrarse orgulloso de la constancia y de la fe de los tesalonicenses (1,4).

Con todo, los sufrimientos se acabarán. Los cristianos, por su parte, no deben perder nunca de vista su fin en medio de las tribulaciones. Cuando retorne el Señor, también la comunidad podrá celebrar su propia y espléndida victoria (1,10). Entonces los opresores serán castigados (1,6). Han dejado pasar el momento oportuno, han repudiado a Cristo, el Señor, y han perseguido a sus discípulos. Por esto al final de los tiempos, el día postrero, experimentarán el justo juicio de Dios.

2. En medio de su gran aflicción suspira el hombre por que se acabe el tiempo de sus sufrimientos. La comunidad sabe que cuando venga el Señor todo irá bien, toda lágrima será enjugada (Ap 21,4), y los cristianos gozarán, por fin, estando con el Señor para siempre (1Tes 4,17). En los momentos de aflicción y de persecución puede la Iglesia atribulada suspirar por la venida del Señor más ardientemente que en los tiempos tranquilos. Pero entonces pueden también presentarse personas que se crean especialmente iluminadas o más capacitadas que los otros, afirmando tener noticias exactas sobre la venida del Señor. Esto puede dar lugar a que cundan por la comunidad sin la menor crítica entusiasmos infundados y doctrinas erróneas.

La Iglesia, que se halla en la expectativa del Señor, puede verse amenazada por dos actitudes desacertadas: una tranquilidad despreocupada, en la que no se tome ya en serio la inminente manifestación del Señor, o también una exaltación entusiástica en la que no se hace ya el menor caso de la palabra del Señor: «Estad, pues, sobre aviso y velad; porque no sabéis cuándo será ese momento» (Mc 13,33).

En la primera carta a los Tesalonicenses tiene el Apóstol que enfrentarse con la primera de estas dos falsas actitudes. La actitud de quienes, complaciéndose en sí mismos, tienen una falsa seguridad y una paz aparente, puede también insinuarse en la Iglesia. «Cuando estén diciendo (las gentes): "Paz y seguridad", entonces, de repente, caerá sobre ellos la calamidad, como los dolores de parto sobre una mujer encinta; y no habrá manera de escapar» (lTes 5,3).

En la segunda carta a los Tesalonicenses tiene que enfrentarse el Apóstol con la segunda de dichas actitudes falsas. En la comunidad se ha producido gran agitación, debido ya a algún falso profeta, o a algunas malas interpretaciones del mensaje apostólico, o bien a una carta atribuida falsamente a Pablo (2,2). La exaltación entusiástica se basa en la afirmación de que ya ha llegado el día del Señor.

El Apóstol se ve en la necesidad de combatir resueltamente tal opinión, que es peligrosa para una auténtica vida de la fe y de la comunidad. Para tener a raya el entusiasmo de los exaltados les ordena Pablo que recuerden efectivamente su predicación. En ella les había dicho con toda claridad que antes de la manifestación definitiva del Señor han de tener lugar acontecimientos con que se ponga a prueba su fe. Aparecerá el Anticristo. La Iglesia vivirá en grandes aprietos y no pocos apostatarán (2,3). Mediante falsos prodigios y mediante un despliegue de grandes señales de poder ejercerá gran influjo en los que están en vías de perdición (2,9). Los que se mantengan fieles tendrán que sostener un rudo combate contra la mentira y la seducción. En cambio, los que no estén sólidamente arraigados en la fe darán crédito a la mentira (2,11s). No hay por tanto la menor razón de alegrarse o de entusiasmarse desmesuradamente. Hay que reconocer y aceptar la dura realidad. Mantenerse firmes en la fe y atenerse a las tradiciones orales y escritas que la comunidad ha recibido del Apóstol: tal es el imperativo de la hora presente.

Cuando llegue el momento será aniquilado el Anticristo por el Señor Jesús con un soplo de su boca (2,8). El Señor es quien dirige poderosamente la historia, y así el Anticristo aparecerá a su tiempo y se retirará también a su tiempo. Todo está sencillamente en manos de Dios, que todo lo domina. A pesar de la tribulación que todavía se espera y a pesar de todos los combates y persecuciones, al fin todos los verdaderos cristianos saldrán victoriosos y serán recibidos en la gloria de Dios (1,10). Aun recomendando la serenidad y sobriedad, quiere el Apóstol consolar y alegrar a la comunidad. Pero ahora los cristianos, con obediencia de fe y con gozosa esperanza, deben aguardar la hora de Dios, sin dejarse desorientar y confundir con ninguna clase de entusiasmos ilusorios.

3. Juntamente con estas instrucciones y correcciones de principio debe el Apóstol fustigar enérgicamente un desorden existente en la comunidad. Hay en ella holgazanes que quieren vivir a costa de los miembros de la comunidad. No se sabe con seguridad cómo pudo introducirse este abuso. Parece ser que algunas gentes dejaron su trabajo porque contaban de un momento a otro con la venida del Señor. A su parecer carecía de sentido seguir todavía trabajando. Pero también es posible que algunos que se habían convertido hubieran vuelto a callejear como antaño. Es que para un griego libre era una vergüenza tener que trabajar. Aunque quizá había también cristianos que a costa de la comunidad querían llevar la vida cómoda de burgueses ricos.

El Apóstol tiene que intervenir con toda su autoridad apostólica para llamar al orden a esas gentes. Los holgazanes pueden crear fácilmente descontento en la comunidad. Probablemente invocan incluso el precepto cristiano del amor al prójimo y provocan así a los que tienen buen corazón.

Los miembros de la comunidad que trabajan tranquilamente, pero con diligencia, podrían sentirse desengañados por sus hermanos y hermanas y llegar a la convicción de que quien practica el amor cristiano hacia el prójimo se ve explotado. Así podrían exasperarse y caerse de brazos.

Pablo censura a los ociosos. Él mismo se presenta como ejemplo. Cuando estaba en Tesalónica trabajaba día y noche para no ser gravoso a nadie (3,7s). Esto lo hizo por dos razones, aun sabiendo que como ministro de la palabra tenía derecho a su sustento (2,9). Quería hacer notoria su intención pura y evitar que se pudiera pensar que quería enriquecerse mediante la proclamación del mensaje de Cristo. En segundo lugar quería que su presencia no fuera una carga suplementaria para las pobres gentes de Tesalónica. Por esto trabajó entre los Tesalonicenses. Sus exhortaciones culminan en esta clara instrucción: «El que no quiere trabajar, que no coma» (3,10).

No obstante estos abusos, los buenos no deben cansarse de hacer el bien (3,13). El amor es lo único que acredita a la comunidad de Cristo; por esto los cristianos, pese a todas las recaídas, deben volver constantemente a esta actitud cristiana fundamental. A los holgazanes se los debe amonestar y hasta se los debe evitar si es necesario (3,14); con todo, son y serán siempre hermanos. Cualquier enemistad que surgiera en la comunidad impediría la propagación del Evangelio y haría languidecer la vida de la Iglesia (3,14s). El apóstol Pablo escribió desde Corinto esta segunda carta a los Tesalonicenses poco después de la primera. En ella se nos da una imagen viviente de la vida comunitaria de la Iglesia primitiva. Pero al mismo tiempo se nos muestra que en todo tiempo pueden producirse abusos en la Iglesia. Combatirlos corresponde conjuntamente a los rectores de la Iglesia y a los fieles, que viven vigilantes y sobrios en el mundo y aguardan al Señor Jesucristo.

ENCABEZAMIENTO 1/01-02

1. REMITENTE Y DESTINATARIOS (1,1).

1a Pablo, Silvano y Timoteo...

En la vida de la Iglesia no debe haber distinciones de categoría. Todos los fieles están llamados a la libertad de los hijos de Dios. Cierto que hay diferencias en la responsabilidad y en los deberes, pero no deben surgir contiendas por las posiciones y los honores. El Señor dijo a sus discípulos: «Pero vosotros no dejéis que os llamen rabí; porque uno solo es vuestro maestro, mientras todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8).

Con tal actitud saludan Pablo y sus colaboradores a los hermanos y hermanas de Tesalónica. En el original griego se expresa la fraternidad entre los ministros de la palabra mediante la repetición de la conjunción «y»: Pablo, y Silvano, y Timoteo saludan a la comunidad unidos entre sí con amor fraterno. La solicitud del Apóstol se dirige a la vida de la comunidad. El ministerio eclesiástico no representa por tanto una posición honorífica, ya que con humildad e insistencia debe invitar a la obediencia al pequeño rebaño. Silvano y Timoteo son dos acreditados colaboradores del apóstol Pablo. En su actividad apostólica han experimentado abundantes satisfacciones y sufrimientos. Pablo y Silvano habían estado juntos en la prisión. Habían recibido muchos golpes por confesar a Cristo. En la prisión habían orado y cantado a medianoche cánticos de alabanza a Dios. El Señor los había liberado maravillosamente de la prisión (cf. Act 16,19-30). Vivencias en las que el Señor pone de manifiesto su poder unen a los discípulos del Señor.

Timoteo es discípulo de san Pablo. El Apóstol podía fiarse de él. Con frecuencia lo había alabado y propuesto como ejemplo a las comunidades. «Espero en el Señor enviaros lo más pronto posible a Timoteo, para que yo también respire tranquilo al saber noticias vuestras. A nadie tengo que participe como él de mi disposición de alma, para ocuparse sinceramente de vuestras cosas; pues todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús. Pero ya sabéis las pruebas que él ha dado; porque como hijo al lado de su padre ha estado conmigo al servicio del Evangelio» (Flp 2,19-22). Con estas recomendaciones a la comunidad de Filipos muestra el Apóstol la honda amistad que le une con Timoteo. Silvano y Timoteo predicaron juntos el Evangelio por encargo del Apóstol. Estuvieron juntos en Macedonia para predicar allí a Cristo (Act 18,5). Ahora estaban de nuevo con el Apóstol en Corinto.

El que da testimonio de Cristo no estará solo. Hallará hermanos y hermanas penetrados también de la palabra de Dios. Así surge una nueva fraternidad basada en el encargo de Cristo: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). Tres hombres saludan a la comunidad: tres hombres que en el seguimiento de Cristo han experimentado la asistencia y el poder del Señor. Así pueden y quieren colocar a la comunidad sobre el sólido fundamento de una fe sana e íntegra, libre de entusiasmos ilusorios y de vanas doctrinas erróneas.

1b ... a la Iglesia de los tesalonicenses, fundada en Dios, nuestro Padre, y en el Señor Jesucristo.

El destinatario de la carta es «la Iglesia» de Tesalónica. Toda comunidad, por pequeña y pobre que sea, es Iglesia de Jesucristo. Las personas de una ciudad experimentan en su comunidad local lo que es Iglesia.

La comunidad cristiana en una ciudad se distingue netamente de la comunidad del pueblo y de la comunidad ciudadana por el hecho de estar fundada en Dios, nuestro Padre, y en el Señor Jesucristo. Los autores de la carta tienen probablemente puesta la mira en la comunidad reunida para el culto. Este es el ámbito en el que los creyentes, estrechamente unidos, perciben directamente la palabra de Dios, porque Cristo mismo habla con la palabra de los apóstoles. En la asamblea cultual se reúnen para oír el mensaje y para fortalecerse para la vida en el mundo.

Un mismo Padre, nuestro Padre, une a todas las comunidades y a todos los cristianos entre sí. Por todas partes viven en el mundo hijos de Dios, que pueden hablar y orar a «nuestro Padre». El Apóstol subraya esta realidad para dar testimonio de su unión con la comunidad en Dios, nuestro Padre, y en el Señor Jesucristo.

2. SALUDO (1,2).

2 Gracia y paz a vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

La nueva vida en Dios tiene como consecuencia nuevas formas y costumbres de vida. El Apóstol no se contenta con el saludo corriente, con la fórmula normal con que los griegos se desean mutuamente alegría. Por eso el Apóstol desea a la comunidad ese bien de salvación del que todo bien depende. En el saludo se desean los hombres todo bien. Dios nos redimió y nos constituyó en nuevas criaturas por Jesucristo. «En otro tiempo erais tinieblas; mas ahora, luz en el Señor» (Ef 5,8). Esto es efecto de la gracia. La gracia nos convierte en hombres nuevos, que somos buen olor de Cristo para el mundo. El cristiano ha de ser tratable, amable y atrayente. Así el Apóstol desea en primer lugar a la comunidad este bien, del que proceden todos los demás bienes.

La paz fue siempre el anhelo de los pueblos. Los israelitas estaban convencidos de que, al fin de los días, Dios otorga la paz, que es la armonía perfecta entre todos los hombres. La bendición de Dios reposará sobre la comunidad de los hombres, que podrán desarrollarse plenamente conforme a su propia peculiaridad. La injusticia y la falta de amor perturban constantemente la paz. Los hombres saben que la paz es su mayor felicidad. Sin embargo, ellos solos no pueden lograrla.

Con Cristo se han inaugurado los últimos tiempos. El que se acerca a Cristo, recibe sus dones y se muestra digno de ellos, ése puede ya recibir la verdadera paz y vivir en ella. En efecto, ahora se puede decir de Cristo: «Él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno, derribó el muro medianero de la separación, la enemistad» (Ef 2,14). Por razón de la fe y del amor que recibe la comunidad por medio de la gracia de Cristo, puede hoy y aquí vivir ya por lo menos en paz interior. Por esto deben los cristianos desearse mutuamente gracia y paz.

La gracia y la paz que vienen de Dios Padre y del Señor Jesucristo, se extenderán también fuera de la comunidad de los creyentes si ellos mismos son verdaderamente hijos de la paz y como tales proceden. Aquí se hace ya visible algo de la paz plena y sin limitaciones que está prometida como don de salvación de los últimos tiempos. Una vez más menciona Pablo uno al lado del otro a Dios Padre y al Señor Jesucristo (*). De esta manera quiere confesar a Cristo, el Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento oraban las gentes a Yahveh, el Señor. Nosotros oramos también a Cristo, el Señor. En el título de «Señor» que luego en la liturgia se amplía en la invocación «Señor, ten piedad», confiesa la Iglesia a Cristo, el Hijo de Dios. Por él, con él y en él honra ahora al Padre en el cielo.
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2. Cf. por ejemplo todavía Rom 1,7; lCor 1,3; 2Cor 1,2; Gál 1,3; Ef 1,2; Flp 1,2.
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Parte primera

PALABRAS DE ALIENTO 1,3-12

La palabra de Dios que la comunidad recibió por mediación del Apóstol, no le llegó de manera humana, sino «con poder, con el Espíritu Santo y con profunda convicción» (tes 1,5). La comunidad creció muy modestamente. En poco tiempo se robusteció de tal manera, que podía servir de modelo a todas las comunidades vecinas. Ahora bien, estos buenos comienzos se ven ahora en peligro. Los judíos de Tesalónica veían en la nueva comunidad cristiana un peligroso adversario. Excitaban al pueblo contra la comunidad y contra el Apóstol. Pablo había experimentado en Tesalónica la hostilidad en su propio cuerpo, pues sus compatriotas excitaban contra él a las autoridades políticas. «Estos son los agitadores del mundo entero, que han llegado hasta aquí, y los hospeda Jasón, todos ellos actúan contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús» (Act 17,6s). Muchos cristianos hubieron de experimentar lo duro y difícil del seguimiento de Cristo. Por esto quiere el Apóstol decir unas palabras de aclaración. El cristiano no está al abrigo de persecuciones. Todo lo contrario. Los contrastes se agudizan. «Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero quien se mantenga firme hasta el final, éste se salvará» (Mc 13,13). Con estas palabras predijo el Señor las persecuciones a sus discípulos. Así, pues, el verse vejados y perjudicados por los hombres no es motivo de tristeza y desaliento, sino más bien un motivo de gozo. En efecto, tales experiencias son indicio de que la comunidad ha de hacerse digna del reino de Dios. Dios es justo. Así, «en aquel día» castigará también a los opresores con opresión. El Apóstol puede por tanto consolar a la comunidad y exhortarla a la paciencia.

1. ACCIÓN DE GRACIAS (1/03-04).

3a Constantemente tenemos que estar dando gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, ...

La mayor parte de las cartas del Apóstol comienzan con una gozosa acción de gracias (*). Él ve siempre en primer lugar los efectos de la gracia de Dios. Ésta mantiene unida a la comunidad y la capacita para dar testimonio a cristianos y no cristianos. En la fe experimenta el Apóstol la acción de Dios, que conserva su Iglesia y que asiste a los apóstoles, a los que utiliza como instrumentos. Sólo después de cantar las alabanzas de la virtud divina en las comunidades se cree el Apóstol en el deber de exhortar y de censurar. Pero, pese a los fallos de más de una comunidad, lo primero de todo es siempre la acción de gracias por la dirección divina.

Esta acción de gracias es un deber. Quien tiene los ojos abiertos y por tanto comprende, debe dar gracias a Dios por su magnífica dirección. Esta acción de gracias es sencillamente justa y necesaria. Como en una balanza responden los pesos a la mercancía, así también a las grandes gestas de Dios debe corresponder la acción de gracias de la comunidad. El que rehusara al Señor la acción de gracias por su acción en la Iglesia y no hiciera más que criticar, sería realmente muy desagradecido; en efecto, nuestra acción de gracias y nuestra alabanza a Dios no podrán nunca responder suficientemente a lo que Dios ha hecho en nosotros.

En la celebración de la eucaristía hallamos un eco de las palabras del Apóstol: Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario. Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

La acción de gracias y el gozo llevan a una fraternidad más profunda. Por eso habla Pablo a la comunidad como a hermanos. Debemos dar gracias porque por el amor de Dios que es superior a todo hemos sido hechos hermanos y hermanas, «linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa» (lPe 2,9).
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Por ejemplo: Rom 1,8; ICor 1,4; Ef 1,16; Flp 1,3; Col 1,3; 1Ts 1,2.
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3b ... porque vuestra fe crece considerablemente y cada vez es mayor el amor de cada uno de vosotros por los demás.

Pablo pudo experimentar que las energías fundamentales de la vida cristiana se desenvuelven rápidamente. La fe no es sólo un reconocer firmemente verdades reveladas. Es vida, que puede crecer y prosperar, pero también debilitarse y enfermar. El cristiano experimenta en la fe la nueva vida. Sus ojos se abren al esplendor de Dios, y sus oídos perciben la palabra de la verdad y de la vida. Así la fe debe ser alimentada si se quiere que crezca normalmente. El que acoge las palabras del Apóstol será «un buen servidor de Cristo Jesús, alimentándose de los principios de la fe y de la buena enseñanza» (lTim 4,6). El progreso de la fe en la comunidad fundada por Pablo es para el Apóstol motivo de profunda y gozosa gratitud al Señor.

La consecuencia inmediata de una fe robusta es el amor vivo. Fe sin amor sería como sol sin calor, una contradicción. «Si tengo tanta fe como para mover montañas, pero no tengo amor, nada soy» (lCor 13,2). El signo distintivo de la auténtica condición de discípulo es el amor que brota de la fe: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: en que tenéis amor unos con otros» (Jn 13,35).

El Apóstol se goza en particular del amor dentro de la misma comunidad. Es que el amor de los cristianos entre sí es para el mundo un testimonio elocuente de la fe. La fraternidad que reinaba en la comunidad cristiana de Jerusalén hacía que las gentes se fijaran en la Iglesia. «Se mantenían adheridos a la enseñanza de los apóstoles y a la comunión fraterna... Alababan a Dios y tenían el favor de todo el pueblo. Y el Señor agregaba día tras día a la comunidad a los que iban siendo salvados» (Act 2,42.47).

El Señor mismo dijo que el amor de los discípulos entre sí había de ser un signo para el mundo: «Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser consumados en uno, y así el mundo conozca que tú me enviaste y que los has amado como me has amado a mí» (Jn 17,23). La nueva vida en fe y amor es don del Padre a sus hijos, un rayo de la luz divina en medio de las tinieblas de la incredulidad y del pecado. La acción de gracias con alabanza de Dios es la respuesta del hombre que ha recibido la nueva vida.

4a Esto nos permite, en las Iglesias de Dios, enorgullecernos de vosotros:...

El gozo del Apóstol por el vigoroso robustecimiento de la comunidad se convierte en primer lugar en alabanza de Dios, pero tal comunidad puede a la vez servir de edificación a otras. El Apóstol publica lo que ha visto entre los tesalonicenses. Con ello se animan y se entusiasman las comunidades. La vida de una buena comunidad sirve de acicate a las comunidades vecinas. El Apóstol no disimula con humildad mal entendida sus éxitos misioneros entre los tesalonicenses. Sabe muy bien, en efecto, que el Señor es el que da la prosperidad (Cf. 1Co 3,6). Dar a conocer a otros los éxitos y las buenas experiencias en las comunidades de Dios es una forma de alabanza de Dios. Sólo quien experimenta como obra de Cristo la fe y el amor en una comunidad, puede dar testimonio de la fuerza y de la gracia de Dios en la Iglesia.

4b ... de vuestra constancia y fe en medio de todas vuestras persecuciones y de las tribulaciones que soportáis.

La alabanza del Apóstol está muy bien fundada. La comunidad ha tenido que soportar mucho últimamente y ha aceptado perseverantemente las pruebas que Dios le tenía preparadas. La fe de la Iglesia provoca constantemente contradicción. Persecución y prisión, oprobios y pobreza, perjuicios y burlas tienen que soportar los cristianos de aquellos que con soberbia e indiferencia repudian a Cristo. «Todos los que quieran vivir religiosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos, mientras que los hombres malvados e impostores irán de mal en peor, engañando y engañados» (2Tim 3,12s).

Estos sufrimientos son una prueba para los cristianos. Éstos deben mostrar precisamente aquí que están dispuestos «a perder su vida para encontrarla» (Mt 10,39). Si el cristiano soporta pacientemente los sufrimientos que se le infligen en este tiempo final, en la gran mutación que se aproxima se le convertirán en motivo de orgullo. Ahora bien, la paciencia y la constancia no son obra propia del cristiano, sino un gran don de Dios. Por eso puede el cristiano permanecer obediente en sus quehaceres y bajo el yugo de sus sufrimientos. No cae en la tentación de esquivar las tribulaciones mortales ni depone las armas en la lucha con los poderes de este mundo. Porque sólo «quien se mantenga firme hasta el final, éste se salvará» (Mt 24,13).

2. Justa interpretación de los sufrimientos (1/05-10).

Los sufrimientos, aun para aquellos que poseen gran constancia, pueden convertirse en tentaciones cuando no se alcanza a ver su final. Pablo, pastor de almas, traza con vivos colores, la imagen del final de los tiempos, para que la comunidad, manteniéndola ante sus ojos, no olvide el objetivo de su peregrinaje: la felicidad eterna junto al Señor.

a) Los sufrimientos son indicio de elección (1,5).

5 Así se manifiesta el justo juicio de Dios, para que vosotros resultéis dignos de ese reino de Dios, por el que también padecéis.

El juicio de Dios está comenzando. En el fuego purificador de las tribulaciones lleva Dios ya a cabo desde ahora la separación entre los hombres. Al final de la historia será cuando Dios dé a conocer su decisión. Todos los que perseveren en la fe y en el amor tendrán derecho de ciudadanía en el reino de Dios cuando llegue la consumación del mundo. Vale la pena, por tanto, de perseverar en los sufrimientos, porque el creyente puede ver en ellos un tiempo de prueba antes de ser admitido en el reino de Dios. «Si es (que uno sufre) por cristiano, no se avergüence, sino dé gloria a Dios por este nombre. Porque ha llegado el tiempo de que comience el juicio por la casa de Dios. Y si empieza por nosotros, ¿cuál será el final de los que se rebelan contra el Evangelio de Dios?» (/1P/04/16s).

El Señor tuvo que explicar a sus discípulos que tenía que sufrir mucho para entrar en su gloria (Cf. Lc 24,26). Estas palabras eran duras para los discípulos de Jesús, que no querían tomarlas en serio. Así también el Apóstol debe explicar a sus comunidades la necesidad del sufrimiento. Esto es incomprensible e irritante para un mundo que no está dispuesto a ser de Cristo y a crucificar la carne con sus pasiones y deseos (cf. Gál 5,24). San Lucas refiere en los Hechos de los apóstoles sobre la predicación de Pablo y Bernabé entre los nuevos cristianos del sur de Galacia: «Confirmaban los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que por muchas tribulaciones tenemos que pasar para entrar en el reino de Dios» (Act 14,22).

b) La venida del Señor representará la gran mutación (1,6-8).

6 Realmente, a los ojos de Dios es justo que los que os atribulan sean a su vez atribulados, 7a mientras que vosotros, los atribulados, encontréis, juntamente con nosotros, el debido reposo...

Los temerosos de Dios se hallan secreta y también abiertamente en un aprieto ante la cuestión de por qué a los impíos les va bien en este mundo y, en cambio, les va mal a los que viven religiosamente. El Salmista mismo se hacía ya esta dolorosa consideración: «Sin embargo, mis pies por poco vacilaron, por poco resbalaron mis pisadas. Porque miré con envidia a los impíos, viendo la prosperidad de los malos. Pues no hay para ellos dolores; su vientre está sano y pingüe» (/Sal/073/03). Sin embargo, al final del Salmo, aparece la convicción: «Porque los que se alejan de ti perecerán; arruinas a cuantos te son infieles. Pero mi bien es estar apegado a Dios» (Sal 73,27s). «No os engañéis: de Dios no se burla nadie; pues lo que el hombre sembrare, eso mismo cosechará» (Gál 6,7). Esto aparecerá claro al final. Los opresores de los creyentes serán ellos mismos oprimidos. Será una opresión con la que nunca habían contado, pues «terrible cosa es caer en manos del Dios viviente» (Heb 10,31).

CONDENACION/LIBERTAD: Sin embargo, la venganza que alcanzará a los opresores no es la venganza de un Dios que da palos a ciegas. Sencillamente comprenderán que su actitud impía los ha incapacitado para la comunión de amor con Dios. Pero precisamente esto se revelará como el sentido último de toda vida humana. Ellos mismos se han procurado la perdición eterna, porque la separación de Dios en que quisieron vivir hasta el fin de sus días perdurará entonces por toda la eternidad. Ésta será su tribulación y su angustia. Con eterna desesperación suspirarán ansiosamente por el amor de Dios. En cambio, los que esperaron contra toda esperanza (Rom 4,18), experimentarán el cumplimiento de su esperanza en forma insospechada. En comunión bienaventurada con Dios serán partícipes de su gozo y de su gloria. «Lo que el ojo no vio ni el oído oyó, ni el corazón humano imaginó, eso preparó Dios para los que le aman» (lCor 2,9). EL Apóstol subraya: este reposo lo experimentaréis juntamente con nosotros. Pastor y rebaño, juntamente con el Señor, se sentarán a la mesa en el banquete de bodas celestial y participarán en los goces con la gran comunidad de los elegidos.

7b ... cuando el Señor aparezca bajando del cielo con los ángeles de su poder, 8a en medio de fuego flameante, ...

La manifestación del Señor el último día aportará la realización de la esperanza. EL Señor se mostrará en todo su poder y consumará su reinado. Sólo en imágenes que corresponden a las ideas humanas puede el creyente presentir algo del futuro acontecimiento. Pablo utiliza aquí imágenes tomadas de las descripciones del juicio final usadas en el Antiguo Testamento. Pero también el Nuevo Testamento pinta con fuertes colores la escena del Juicio en la segunda venida de Cristo (Cf. Mc 13,24-27). Ahora bien, todas estas imágenes sirven únicamente para subrayar un hecho: el Señor vendrá con poder. Nadie podrá contradecirle. Entonces la voluntad de Dios se hará en el cielo como en la tierra, en el nuevo cielo y en la nueva tierra.

Los ángeles de su poder son las fuerzas y potencias buenas que a lo largo de la historia han protegido y guiado a los hombres, y que entonces se manifestarán. Reunirán a los elegidos desde los cuatro vientos de la tierra (cf. Mc 13,27). La potencia y la gloria del Señor se subraya mediante la imponente grandeza de su acompañamiento.

El fuego flameante es un signo que indica lo peligroso e inexorable de Dios. Todo lo que no resista al fuego será abrasado. «He aquí que llega Yahveh en fuego y es su carro un torbellino para tornar su ira en incendio y sus amenazas en llamas de fuego. Porque va a juzgar Yahveh por el fuego» (Is 66,15s). El autor de la carta a los Hebreos invita a los fieles a la gratitud y al temor de Dios, que nos ha revelado cuán peligrosa es la situación del mundo. «Por lo tanto, al recibir un reino resistente a toda sacudida, mantengamos esta gracia y, usando de ella, demos a Dios el culto que le agrada, con un religioso temor, pues ciertamente nuestro Dios es un fuego que devora» (Heb 12,28s).

Dios sólo ejecutará la sentencia indirectamente. El Mesías, que anunció a los hombres la buena nueva de la liberación de las tinieblas del pecado y del error, juzgará también a los hijos de la desobediencia.

8b ... para hacer justicia con los que no han reconocido a Dios y no han aceptado el Evangelio de nuestro Señor Jesús.

El mensaje de la gracia que salva no tendría sentido si no se diera también la perdición. El que rechaza la oferta de amor de Dios tiene que contar con el castigo. No podrá ya recibir su amor. Dios ejercerá venganza en los que no quieren conocerle. El Apóstol no pretende hacer aquí consideraciones de principio sobre la cuestión de si puede alcanzar la felicidad alguien que no haya oído nunca hablar de Cristo. Sólo piensa aquí en las gentes que saben perfectamente de qué se trata, pero se rebelan contra el mensaje de Dios y contra el Evangelio del Señor Jesús. No quieren convertirse y hacer penitencia, sino perseverar en su viejo estilo de vida siguiendo a los apetitos de la carne» (Gál 5,16). Dos actitudes son contrarias a la obediencia de fe: soberbia y pecado. Esta desobediencia con respecto al Evangelio pudo comprobarla con frecuencia el Apóstol. En Atenas anunció a los filósofos el mensaje de Jesucristo. Ellos se rieron de Pablo: «¿Qué querrá decir este charlatán?... Al oir "resurrección de los muertos", unos se reían; y otros dijeron: "Te oiremos hablar de esto en otra ocasión"» (Act 17,18.32). El procurador Félix en Jerusalén hizo llamar a Pablo para oír su doctrina. «Pero tocando Pablo el tema de la justicia y de la continencia y del juicio venidero, Félix, atemorizado, interrumpió: Por ahora vete. Cuando tenga ocasión propicia, te llamaré» (Act 24,25). Sólo el que con humildad está dispuesto a convertirse reconoce a Dios y obedece al Evangelio del Señor Jesús.

Toda incredulidad se manifiesta en un «no» dado al mensaje: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Este mensaje lleva a una crisis inevitable a todos los hombres a quienes alcanza. Salva y juzga.

c) Castigo eterno de los impíos (1,9).

9 Estos tales padecerán el castigo de la ruina definitiva, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, ...

El Apóstol menciona las consecuencias de la desobediencia utilizando el lenguaje judicial de los profetas. La ruina definitiva consiste en no verse satisfecho el deseo de felicidad eterna; ahora bien, ésta consiste en la unión con Dios. Una soledad eterna de la criatura alejada del amor de Dios, que se reveló en Cristo, se sentirá necesariamente como el castigo más severo cuando aparezca Cristo en medio de toda vida, de todos los hombres y del mundo entero (Cf. Ap 21,23).

La obediencia al Evangelio hace posible el ingreso en la vida perfecta de la gloria y poder de Dios. La gloria de Dios es la irradiación de su poder; vuelve al hombre sereno, alegre y seguro. El que tiene que vivir lejos de la gloria de su poder se ve amenazado por la ansiedad y las tinieblas. A los tesalonicenses que se preocupan por la suerte de sus difuntos, les dice el Apóstol: «Y así estarán siempre con el Señor» (cf. lTes 4,13-18). La unión con Cristo es el deseo más ardiente del Apóstol «Aspiro a irme y estar con Cristo» (Flp 1,23).

d) Glorificación del Señor al final de los tiempos (1,10).

10a ... cuando venga, en aquel día, a recibir la gloria en medio de su pueblo santo, y a ser admirado por todos los que creyeron.

Dos acontecimientos tendrán lugar a la sazón de la venida del Señor: «En aquel día» castigará a los desobedientes, y a los fieles los acogerá en su gloria. La gran mutación y el fin de la historia del mundo será para los unos una catástrofe, y para los otros un gozo sereno: «Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis» (Lc 6,21).

El Señor, hasta entonces oculto y sin apariencia, surgirá con poder y gloria. Entonces se hará visible a todo el mundo la verdadera situación del Hijo del hombre. Se presentará con los santos y los creyentes. Éstos constituirán la corte de honor del juez de los mundos (Cf. 1Tes 4,17). Como los «ángeles de su poder» (1,7b), ellos también acudirán a juicio con el Señor.

La salvación de los que fueron obedientes en la fe tiene lugar para la glorificación del Señor. Cuando los fieles vean al Señor «cara a cara» (lCor 13,12), entonces comenzará, naturalmente, el gran himno de alabanza. Los cánticos de los redimidos resonarán así: «Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es y el que era, porque has recobrado tu gran poder, y has comenzado a reinar» (Ap 11,17). Ese día tendrá como consecuencia la consumación de la Iglesia.

La frase entera nos muestra el ansia con que suspira la Iglesia por la consumación definitiva. Es como si quisiera decir san Pablo: «En aquel día se celebrará por toda la creación la victoria de Dios. Entonces Dios lo será todo en todos, y éste es nuestro anhelo y nuestra salvación.» Este anhelo de la consumación que se avecina debe estar siempre vivo en la Iglesia.

10b Realmente, entre vosotros fue creído nuestro testimonio.

La descripción del fin presentado como consumación despierta en el Apóstol el recuerdo de los comienzos de la comunidad. Todo el gozo y toda la glorificación tiene, en efecto, su razón de ser en el hecho de que la comunidad recibió la palabra del Apóstol como palabra de Dios. Su testimonio fue entonces aceptado y condujo a la fe. «Por esto, también nosotros continuamente damos gracias a Dios, porque habiendo recibido la palabra de Dios predicada por nosotros, la acogisteis, no como palabra humana, sino -como es en realidad- como palabra de Dios que ejerce su acción en vosotros, los creyentes» (lTes 2,13).


3. EL APÓSTOL ORA POR SU COMUNIDAD (1/11-12).

Todos los creyentes aguardan todavía «aquel día». Nadie sabe cuándo será el día y la hora de la poderosa manifestación del Hijo del hombre. Así todos los creyentes deben aguardar y perseverar con paciencia. En todas las tentaciones y tribulaciones importa conservar la fe. La fe está siempre amenazada. Sólo Dios, que es fiel, puede llevar a término la obra que ha comenzado en nosotros; llevamos, en efecto, en vasos de barro el tesoro del conocimiento de la gloria de Dios (cf. 2Cor 4,7).

La oración por la conservación de la fe de la comunidad es un quehacer importante del pastor de almas. Por esto el Apóstol, que comunicó a los tesalonicenses la palabra de Dios, ora también por la conservación de la fe.

11a Teniendo esto en cuenta, no cesamos de orar por vosotros, ...

El agradecimiento continuo y la incesante intercesión son las formas fundamentales de la oración apostólica. «Siempre estamos dando gracias a Dios por todos vosotros y haciendo mención de vosotros en nuestras oraciones» (lTes 1,2). Estamos todavía en camino, aguardamos todavía la consumación. Cuanto más se acerca la hora de Dios, tanto más y en forma tanto más peligrosa y oprimente pondrá en juego Satán su poder. Las fuerzas y poderes que envenenan la atmósfera son una constante amenaza para el creyente y para la comunidad entera. Por ello vive el pastor con vigilante solicitud por las almas. Sabiendo el peligro en que se hallan los suyos, ora incesantemente por ellos.

11b ... para que nuestro Dios os haga dignos de su llamada ...

La comunidad debe mostrarse digna del gran don de gracia del llamamiento a ser hombres nuevos. El cristiano debe realizar en su vida aquello a que ha sido llamado. Aunque «no es de este mundo», puede todavía faltar a la fidelidad y volver a hacer las obras de la carne. En este caso habría recibido en vano la gracia. Pero «nuestro Dios» puede ayudarnos a vivir mostrándonos dignos de su llamada. Puesto que el Dios santo se nos manifestó en Jesucristo, puede el Apóstol decir con orgullo; que nuestro Dios es «Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2Cor 1,3). En la oración que sigue muestra el Apóstol cómo se hace uno digno de su llamada.

11c ... y consuma, con su poder, todo gozo en el bien y la obra de fe, ...

La nueva vida que hemos recibido no está todavía consumada. Sólo hemos recibido un «anticipo» de la gloria venidera. Mientras vivimos como peregrinos y forasteros en este tiempo del mundo, debemos orar constantemente para que Dios «consuma con su poder...». Hay un largo camino hasta esta consumación. Día tras día debe el cristiano abrirse cada vez más a la acción de Dios, de modo que vaya creciendo cada día hacia la «perfección de hombre, de Cristo». Indicio de una maduración de la nueva vida es una visible consolidación de las actitudes cristianas fundamentales. Ahora expone el Apóstol estos indicios de crecimiento.

Tenemos en primer lugar el gozo en el bien. Antes de la venida de Cristo se perdían tanto los gentiles en su inmoralidad, como también los judíos en su religiosidad legalista con complacencia en sí mismos (Cf. Rom 1-3). Sólo el creyente puede ser salvado. El que ha recibido el Espíritu Santo y lleva una vida de fe y de amor, puede realizar también en su vida lo que agrada a Dios. Así «todo gozo en el bien» es fruto del Espíritu Santo. «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Gál 5,22).

La consumación de la obra de la fe es el fin que quiere Dios alcanzar en su comunidad. El creyente particular y la comunidad entera deben hacerse cada vez más semejantes a Cristo. También en el Apóstol estaba Dios en acción. Desde su conversión hasta el momento en que pudo decir: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20), tuvo que pasar por un proceso de maduración. La fe madura puede decir: «Para mí, el vivir es Cristo» (Flp 1,21). Entonces lo único que da la pauta es ya el nuevo conocimiento de la eminente grandeza de Cristo: «Ahí están, por una parte, los judíos pidiendo señales; los griegos, por otra, buscando sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos; necedad para los gentiles; mas, para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios, más poderoso que los hombres» (lCor 1,22-25). «Te basta mi gracia; pues mi poder se manifiesta en la flaqueza. Muy a gusto, pues, me gloriaré de mis flaquezas, para que en mí resida el poder de Cristo. Por eso me complazco, por amor de Cristo, en flaquezas, insultos, necesidades, persecuciones y angustias; porque cuando me siento débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12,9s). Dios obra con poder. Invisible para los incrédulos, actúa en este mundo como el invencible. Lleva a término su obra. Los hombres pueden ser desobedientes a su mensaje, pueden complacerse en sí mismos y ser soberbios, pero, con todo, el Señor establecerá su soberanía. Entonces doblarán la rodilla ante su Hijo, al que Dios transfiere su soberanía, y todos confesarán para gloria del Padre: Jesucristo es Señor (cf. Flp 2,11).

Jesús reconvino a los fariseos desobedientes. No tienen la menor razón de gloriarse de sus tradiciones, seguros de sí mismos. Dios puede, en efecto, desplegar eficazmente su poder en forma todavía muy diferente. En los últimos tiempos, todos, ya sean judíos o gentiles, inocentes o pecadores, deben someterse a nuestro Dios, que nos ha dirigido su palabra en Cristo. De lo contrario podrá retirar su elección y elegir a otros hombres más agradecidos y mejor dispuestos. «A ver si dais frutos propios de conversión, y no comencéis a decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque os aseguro que poderoso es Dios para sacar de estas piedras hijos de Abraham» (Lc 3,8).

12 ... para que así sea glorificado el nombre de nuestro Señor Jesús en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.

El objeto fundamental de la oración del Apóstol es la glorificación del Señor. Ya en el Antiguo Testamento hallamos la conexión entre el gozo de los escogidos y la glorificación de Yahveh. Los mismos enemigos, que odian a los creyentes, conocen la relación que hay entre la felicidad de los escogidos y la gloria de Dios: «Que haga Yahveh muestra de su gloria y nosotros seremos testigos de vuestro contento» (Is 66,5).

La glorificación en la venida del Señor tendrá carácter recíproco. Los elegidos estarán en pie ante el trono del Cordero y con gozo bienaventurado cantarán al Señor el nuevo cántico: «Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, los que le teméis, pequeños y grandes... Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero» (Ap 19,5.7). Así, el fin último de la historia es la definitiva glorificación del Mesías, que entonces será reconocido por siempre y por toda la eternidad como cabeza del género humano.

Ahora bien, la gloria del Señor de los mundos será también la gloria de la comunidad. El que está inscrito en el libro de la vida y en la tierra confiesa al Hijo del hombre y lo glorifica, podrá ser luego ciudadano en la ciudad santa, en la Jerusalén celestial. Entonces se quitará toda ansiedad, toda preocupación y todo lamento a los que con su confesión hayan glorificado al Señor. «Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni llanto, ni lamentos, ni trabajos existirán ya; porque las cosas primeras ya pasaron. Y dijo el que estaba sentado en el trono: Mirad, todo lo hago nuevo» (Ap 21,4s). En la manifestación del Señor se mostrará que la alabanza y el culto de Dios dan el último sentido a la vida del hombre.

El fundamento en que se basa la glorificación de la comunidad es la gracia de Dios. Dios vuelve a mostrar su benevolencia a cada generación: «Y su misericordia se extiende de generación en generación para aquellos que le temen» (Lc 1,50).

Ahora bien, en el último de los tiempos se ha hecho visible la gracia de Dios; tomó forma en «nuestro Señor Jesucristo». Con gran gozo anuncia el Apóstol a sus comunidades esta nueva realidad: «Porque Dios que dijo: De entre las tinieblas brille la luz, él es quien hizo brillar la luz en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo» (2Cor 4,6).