CAPÍTULO 3


2. Los MINISTROS (3/01-13).

a) Requisitos para el episcopado (3,1-7).

La primera parte de las instrucciones sobre disciplina eclesiástica se centró en el culto (2,1-15). La segunda parte trata de los ministros de la comunidad cristiana. Pablo habla a Timoteo de una serie de dotes necesarias para el cargo de «obispo» (3,1-7) y para el cargo de diácono (3, 8-13). Las dotes requeridas no se refieren solamente a las obligaciones estrictas de estos ministros, sino a los requisitos necesarios para su aptitud personal para el cargo. El título de «obispo» (= «vigilante» o «inspector»)29 no tiene aún en las cartas pastorales el significado que llegará a tener en el siglo II en la IgIesia cristiana. Aquí, como en otros pasajes del Nuevo Testamento 30, se designa con este nombre el cargo del que preside Ia Iglesia local, el responsable de la comunidad; hay varios en cada comunidad 31, y se los designa también en el Nuevo Testamento con el nombre de «presbíteros».
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29. Tal vez tomaron los cristianos este nombre de la secta de Qumrán, donde el «vigilante» e «inspector» (mebaqqer) tenía que desempeñar en las comunidades de esa secta tareas semejantes a las del «obispo» de las cartas pastorales, y lo llenaron de nuevo contenido.
30. Act 20,17-28; Fp 1,1; Tit 1,7. 31. Flp 1,1.
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1 He aquí una sentencia veraz: «Aspirar al episcopado es desear una noble función.» 2 Por tanto, el responsable debe ser irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, ponderado, educado, hospitalario, buen pedagogo; 3 no debe ser bebedor ni pendenciero, sino amable, pacífico, desinteresado.

Con la fórmula ya concebida (cf. 1,15) se introduce una cita que ensalza la gloria del cargo de responsable de la comunidad y señala con especial insistencia su grandeza. Precisamente porque estar a la cabeza de una comunidad es una tarea elevada y sagrada tiene Pablo que poner algunos requisitos. El Apóstol quiere como ministros de la comunidad a personas disciplinadas, morales. Debemos observar que, como pastor de almas inteligentes y con experiencia, tiene en cuenta en sus requisitos la situación de la comunidad en cuestión, de entre cuyos miembros se eligen los ministros. ¿Cuáles son las dotes exigidas al responsable de la comunidad? Usando términos generales se dice, en primer lugar, que ha de ser «irreprochable». No debe haber ninguna mancha en la vida de tal hombre; debe ser digno de la confianza de la comunidad. El significado claro de esta irreprochabilidad, en todos sus aspectos, quedará claro con los requisitos que a continuación se exponen. Debe ser marido de una sola mujer. Esto no quiere decir solamente que no haya de haber sombra alguna en la vida matrimonial de ese hombre, sino que después de la muerte de su mujer no contraerá nuevo matrimonio. Mientras el Apóstol permite expresamente a los cristianos un segundo matrimonio 32, le pone este requisito al responsable de la comunidad, como primer paso hacia el ideal de celibato que la Iglesia impondrá más tarde como obligatorio a sus ministros. El responsable de la comunidad debe ser además sobrio, moderado en el uso del vino; debe ser ponderado al juzgar las circunstancias y en sus decisiones. Toda su vida debe estar presidida por la honradez y la honestidad. Continuamente se pide a los cristianos en el Nuevo Testamento que sean hospitalarios con los extranjeros y con los hermanos que estén de viaje 33. Es, pues, comprensible que también la casa de quien preside la comunidad deba estar siempre abierta a los hermanos que están de paso y a los cristianos necesitados de ayuda o en apuros. Otra de sus tareas es la instrucción de los cristianos. Por eso debe tener una aptitud especial para enseñar.

El responsable de la comunidad no puede ser bebedor, pendenciero ni hombre violento; debe presidir la comunidad como ejemplo de comedimiento, de carácter pacífico y de desinterés.
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32.Rom 7,2s; 1Cor 7,39; 1Tim 5,14.
33.Cf. 1Tim5,10; Rom 12,13; Heb 13,2; 1Pe 4,9; 3Jn 5.
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4 Debe llevar bien su propia casa, teniendo sumisos a sus hijos con dignidad. 5 Porque, si uno no sabe llevar bien su propia casa, ¿cómo podrá cuidarse de la Iglesia de Dios reunida? 6 No debe ser un neófito, para que no incurra en la misma condenación de orgullo, en la que incurrió el diablo.

Con especial insistencia considera Pablo el requisito de que la vida familiar del responsable de la comunidad sea irreprochable. En estos primeros tiempos los ministros de la comunidad estaban casados, el celibato es una obligación eclesiástica introducida más tarde. Si el responsable de la comunidad está casado, debe mostrar, en el pequeño círculo de su familia, que sabe dirigir bien su propia casa, que sabe educar a sus hijos en obediencia y honradez. Si fracasa en la dirección de su propia familia, no se le puede confiar la gran familia de la comunidad cristiana, con todas sus dificultades externas e internas.

El responsable de la comunidad no debe ser un neófito. El Apóstol había trabajado ya en Éfeso en los años 54-57 y había fundado allí una comunidad cristiana. Es pues perfectamente comprensible que pida que el responsable de la comunidad haya demostrado por algún tiempo su firmeza en la fe y en la vida cristiana. La responsabilidad del cargo es demasiado grande para un neófito, que no está aún muy firme en la fe y se encuentra ocupando de repente un puesto directivo. Como pastor de almas con experiencia y como conocedor inteligente de los hombres, Pablo sabe que un recién convertido al que se le coloca a la cabeza de una comunidad sucumbe fácilmente a tentaciones de orgullo y arrogancia, y, si sucumbe a estas pasiones, el demonio cumplirá en él el juicio de castigo de Dios.

7 Conviene también que tenga buena reputación entre la gente de fuera, para que no caiga en descrédito ni en las redes del diablo.

Como última condición exige Pablo una «buena reputación entre la gente de fuera», entre los judíos y los paganos, que están fuera de la Iglesia cristiana. El Apóstol dirige a menudo exhortaciones semejantes a sus comunidades y a sus discípulos 34. Mucho más importante es esta reputación para el responsable de la comunidad. Una vida anterior no libre de mancha puede ser sacada a la luz fácilmente por hombres de mala voluntad y utilizada para destruir el prestigio del responsable de la comunidad. Su posición exige pureza y limpieza absolutas, porque toda mancha en la vida lleva consigo el peligro de recaer en los vicios y pasiones ya superados y puede convertirse en una trama mediante la cual Satán y sus satélites pueden llevarle a la caída total.

Si examinamos estos requisitos que Pablo pide al responsable de la comunidad, aparece claro que Pablo piensa en hombres de gran altura moral y firmes en la fe, dispuestos a obedecer a Dios en todo y a servir a Dios con amor. Conviene notar que Pablo no pide como requisitos determinadas cualidades humanas que los hombres gustamos tanto de exigir: talento sobresaliente, dotes oratorias brillantes, buena presencia, dotes de organizador... Lo importante para él es la disponibilidad, que brota de una fe auténtica y fuerte, para obedecer a Dios y para servir con amor.
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34.1Tes 4,12; 1Cor 20,22; Col 4,5; 1Tim 5,14; 6,1; Tit 2,5.8.10.
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b) Requisitos para el diaconado (3,8-13).

Junto al cargo de «obispo», responsable de la comunidad, aparece en las cartas pastorales el cargo de diácono. La tarea de estos «servidores» era, además de ocuparse de los pobres35, predicar36 y administrar el bautismo37. Pablo habla también de los requisitos que éstos tienen que cumplir.
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35.Cf. Act 6,1-7.
36.Cf. Act 8,5.
37.Cf.Act 8,12.26-38.
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8 Igualmente, los diáconos sean honrados, sin doblez, moderados en el uso del vino y libres de sórdidos negocios, 9 con conciencia pura, guarden el misterio de la fe. 10 También en ellos debe primero examinarse su vida y luego, si son irreprochables, podrán ejercer el oficio de diácono.

Puesto que los diáconos debían distribuir los donativos y las limosnas y velar por los pobres, se les confiaba el dinero de la comunidad. Por eso debían ser honrados en todos los aspectos. Debía ser posible confiar enteramente en su buena administración, y todo peligro de adquisición de dinero por vías no legítimas debía estar excluido.

Deben ser hombres que con una conciencia pura «guarden el misterio de la fe». Preocupándose de los pobres, predicando y administrando el bautismo, los diáconos entran en la categoría de pastores de almas. Por eso es necesario que conozcan el «misterio de la fe», la buena nueva de la salvación por Jesucristo, que Dios, el Señor, tuvo oculta y escondida, de forma que siguiera siendo un misterio hasta su revelación en Jesucristo. Conociéndolo, podrán predicarlo. Más aún: la buena nueva deben guardarla con «conciencia pura», sin mancha e inmaculada, pues nada perjudica más a la fe que el hecho de que un hombre impuro, viciado en su conciencia, salga a su favor.

La vida anterior y la conducta moral de estos hombres a quienes se va a asignar el cargo de confianza de diácono deben ser sometidas a un período de prueba. Sólo cuando se esté seguro de que su vida anterior ha sido limpia podrán ejercer su ministerio.

11 Las mujeres deben ser igualmente honradas, no calumniadoras; sobrias, fieles en todo.

En medio de la lista de las dotes requeridas en el diácono se menciona a las mujeres. ¿Se refiere a las esposas de los diáconos (pero entonces se esperaría encontrar en el texto «sus mujeres») o a mujeres que, como los diáconos, desempeñaban un cargo en la comunidad, las «diaconisas», de que Pablo habla más tarde (5,9-16) y a una de las cuales, «nuestra hermana Febe», alude en Rom 16,1 llamándola «servidora de la comunidad de Céncreas»? Como colaboradoras en la actividad caritativa de la comunidad, las tareas que tenían que desempeñar eran importantes. Por eso deben ser «honradas» en todos los aspectos. No deben entregarse a los pecados de la lengua, la murmuración, a la que las mujeres tienden fácilmente. Por eso se les pide también fidelidad en toda circunstancia.

12 Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y sepan llevar bien a sus hijos y a su propia casa. 13 Los que cumplan bien su oficio de diácono adquieren un grado honorable y una gran seguridad en la fe en Cristo Jesús.

Al igual que el obispo, responsable de la comunidad, también el diácono debe haber contraído matrimonio una sola vez, y con su vida familiar ejemplar, la buena educación de sus hijos y la acertada dirección de su casa debe mostrar su aptitud para el cargo de diácono y dar buen ejemplo a la comunidad.

Si el diácono ejerce fielmente su ministerio y cumple «bien su oficio» alcanza un «grado honorable». ¿Se refiere a un rango de honor dentro de la comunidad, al que el diácono fiel puede pasar a pertenecer sin perjuicio de su actividad servicial? ¿O se trata de un ascenso al cargo de «obispo», responsable de la comunidad, que en 3,1 se describe como una noble función? La fidelidad en el servicio le da al diácono gran seguridad para el día del juicio, cuando habrá de dar cuentas de su administración 38. Puede esperar con tranquilidad la sentencia de Dios, no fundado en sus servicios personales, sino en su fe en Jesucristo.

Las dotes que Pablo exige al diácono son semejantes a las del «obispo». Pero dos requisitos, que se nombran al final y que son característicos del cargo de «obispo» faltan en el de diácono: «buen pedagogo» y «no neófito». Con todo, exige Pablo, para el cargo inferior de diácono, hombres moralmente maduros, que resplandezcan por su vida cristiana en la comunidad y que estén dispuestos a obedecer a Dios con amor vivo.
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38.Cf. Lc 16,2; Mt 25,21.23.
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3. RAZÓN DE ESTAS INSTRUCCIONES: LA GRANDEZA DEL MISTERIO CONFIADO A LA IGLESIA (/1Tm/03/14-16).

14 Te estoy escribiendo esta carta con la esperanza de reunirme pronto contigo.

Pablo, según los planes que tiene en el momento de enviar la carta, quiere ir cuanto antes a visitar a Timoteo en Éfeso. Pero sabe que su viaje puede demorarse por diversos motivos. Por eso da a su representante instrucciones relativas al orden de la comunidad, al culto (2,1-15) y a la elección de los ministros (3,1-13). La solicitud por sus comunidades acompaña siempre al Apóstol de las gentes y no le deja libre ni siquiera cuando está alejado físicamente de ellas. La íntima relación que tiene con Timoteo, «su verdadero hijo en la fe», le impulsa a darle instrucciones precisas para que sepa cómo debe portarse en la casa de Dios.

15 Pero si me retraso, quiero que sepas cómo debe uno portarse en la casa de Dios, o sea en la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad.

Se añade una razón más. La mirada del Apóstol se hace más amplia. Las directrices que acaba de bosquejar (2,13,13) no van dirigidas sólo a Timoteo en Éfeso. Ante los ojos de Pablo está ahora toda la Iglesia del Asia Menor con todas sus comunidades; todas ellas han de tener en cuenta estas directrices disciplinares, dirigidas a la comunidad y a la Iglesia. Con una imagen que se usa muy a menudo en el Nuevo Testamento 39 se llama a la comunidad, a la Iglesia del Dios viviente, casa de Dios. Dios mismo, pues, que posee la plenitud de la vida y da la vida, habita en la comunidad. No está lejos de los cristianos, sino que «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). ¡Qué consuelo, qué alegría para los cristianos, pero qué pesada responsabilidad también! El Dios santísimo que habita en la comunidad como en un templo, no tolerará que su casa sea profanada y destruida. «Al que destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; pues el templo de Dios es sagrado; y ese templo sois vosotros» (ICor 3,17).

Cambiando la metáfora designa dos características esenciales de la Iglesia, que significan lo mismo: columna y fundamento de la verdad. La Iglesia ha sido puesta por Dios en este mundo como una columna, como un cimiento sobre el cual, a la vista de todos los hombres, descansa la revelación de Dios. La Iglesia es la portadora y guardiana infalible e inconmovible de la verdad revelada por Dios. En ella descansa esta verdad, bien guardada y con seguridad. Desde la Iglesia, esta verdad penetra en las tinieblas del error, iluminándolas.
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39. Cf. 1Cor 3,16; 2Cor 6,16; Ef2,19-22; Heb3,6; IPetr 4,17.
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16 Y, sin ningún lugar a dudas, es grande el misterio de la piedad: se ha revelado en la carne, justificado en el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre los gentiles, creído en el mundo, ascendido a la gloria.

El punto central de esta verdad revelada por Dios es el «misterio de la piedad», Jesucristo mismo. De él tratan, sin mencionar su nombre, las seis breves frases que, en forma compendiada, intentan abarcar el misterio de Jesucristo.

Probablemente estas frases concisas pertenecen a un himno cristiano primitivo, tal como se cantaba por aquel entonces en la comunidad 40. En tres pares de oposiciones: carne, Espíritu; mundo de los ángeles, mundo de los gentiles; mundo terreno, gloria del cielo, se expresa el misterio de Jesucristo.

La primera oposición, carne-Espíritu, intenta explicar el ser humano y divino de Cristo. La revelación de Cristo «en la carne» se contrapone a la justificación «en el Espíritu». La revelación «en la carne» es la encarnación de Cristo, que, existiendo desde antes del mundo junto a Dios, entró en el mundo y se hizo hombre, tomando un cuerpo de hombre. El Espíritu justificó y acreditó a Cristo como ser divino. Lo hizo mediante su vida maravillosa, su resurrección41 y su ascensión al Padre42. Dios, mediante el «Espíritu», manifiesta ante todo el mundo a Jesús, llevado a la cruz como malhechor, y le proclama «justo» y «santo» (Act 3,14). Por la resurrección, que se produjo por virtud del Espíritu (cf. Rom 8,11), recibió el hombre Jesús la forma divina de ser.

La segunda oposición, visto por los ángeles-proclamado entre los gentiles, se refiere al triunfo de Jesús, que ascendió al cielo y quedó constituido como Señor de los ángeles y de todo el mundo. A los ángeles les fue «revelado» Cristo en figura humana visible cuando subía al cielo. Ahora le adoran, porque están enteramente sometidos a él, como Señor suyo 43. A esta preeminencia sobre los ángeles corresponde, en el ámbito de su señorío terreno, la proclamación de Cristo entre «los gentiles». En todo lugar donde se predique entre los gentiles la buena nueva de la redención por Jesucristo, se dará a conocer el dominio que le ha sido dado sobre toda la creación.

La tercera oposición, creído en el mundo-ascendido a la gloria, muestra la victoria de Cristo, ensalzado y glorificado. Es victoria en este mundo, porque el mundo cree en él; es victoria también en el ámbito celestial, porque la gloria de Dios le rodea para siempre, y él reina sentado a la derecha del Padre. El triunfo del Señor Jesucristo se hace patente en el mundo continuamente cuando los hombres se abren con fe a la predicación de la buena nueva como mensaje de salvación y llegan a una fe auténtica en Jesucristo. En el ámbito celestial, lo que patentiza su triunfo es el hecho de estar sentado a la derecha de Dios y de participar en su gloria.

La comunidad cristiana primitiva manifiesta en este himno -cuyas palabras se apropia aquí Pablo-, su fe en el Hijo eterno de Dios, que descendió a este mundo y se hizo hombre y que, después de su vida terrena y de la crucifixión, fue elevado a la derecha de Dios, el Señor de todo el cosmos, de los ángeles y de los hombres. «Sin ningún lugar a dudas, es grande el misterio de la piedad»; tan grande, tan incomprensible, que los hombres no lo entienden, sino que, en adoración humilde, se prosternan, junto con los ángeles, ante el Hijo eterno de Dios, que se hizo hombre y que ahora, como Señor, se sienta a la derecha de Dios.
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40.Cf. himnos semejantes en Ef 5,19; Col3,16.
41.Cf. Rom 1.4.
42.Cf. Act 5,20s; Flp 2,9-11.
43.Cf.Flp 2,11; Ef 1,20s; 3,10; 1Pe3,22.