CAPÍTULO 28


IV. GLORIFICACIÓN DEL MESÍAS (Mt 28, 00).

1. RESURRECCIÓN DE JESÚS (Mt/28/01-10).

1 Pasado ya el sábado, cuando despuntaba el alba del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a mirar el sepulcro. 2 De pronto se produjo un gran terremoto; porque un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. 3 Su aspecto era como el de un relámpago; y su vestido, blanco como la nieve. 4 Los centinelas temblaron de miedo ante él y quedaron como muertos. 5 Pero el ángel, dirigiéndose a las mujeres, les dijo: Vosotras no tengáis ya miedo; pues bien sé que buscáis a Jesús, el crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado, como dijo. Venid y ved el sitio donde yacía. 7 Ahora id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos, y mirad que va antes que vosotros a Galilea; allí le veréis. Ya os lo he dicho. 8 Ellas se alejaron de prisa del sepulcro, con miedo, pero con gran alegría, y fueron corriendo a llevar la noticia a sus discípulos.

Después del día del sábado, en que debía guardarse descanso general, se ponen de nuevo en camino las mismas mujeres que estuvieron presentes en la sepultura. Solamente se hace la indicación general de que querían mirar el sepulcro. En cambio san Marcos dice que querían ungir el cadáver (Mc 16,1). A primera hora de la mañana, encuentran en el sepulcro al mensajero divino y escuchan su mensaje. Antes se describe la bajada de este ángel. Simultáneamente, con un sacudimiento de la tierra, irrumpe el ángel desde el mundo de Dios y hace rodar la piedra hacia un lado. Su aspecto es glorioso y refulgente, como el aspecto de Jesús transfigurado en el monte. Nadie pudo ser testigo de la bajada del ángel, ni siquiera los centinelas, ya que se estremecieron de temor y quedaron reducidos a la impotencia. Menos aún hubo nadie que fuera testigo de la resurrección. El acontecimiento forma parte de los actos ocultos de Dios, que no se concede contemplar a ningún hombre. Nuestro relato tampoco dice nada sobre este particular, sino que solamente menciona que se hizo rodar la piedra. Basta que la fe de los discípulos y del evangelista sepa que también participaron los mensajeros celestes en el grandioso acontecimiento. Fueron ángeles los que dieron a José la noticia del Mesías niño, y el Hijo del hombre, cuando venga como juez, será acompañado por ángeles. Fueron ángeles los que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto, y los que intervinieron en la salida gloriosa del sepulcro. En su arresto Jesús no ha solicitado ayuda de espíritus celestiales, ahora éstos son enviados después de la obediencia perfecta.

El ángel anuncia a las mujeres lo que dice sin palabras el sepulcro vacío con la piedra que se ha hecho rodar. Es un lenguaje y una promesa divinas. A los hombres se dice de parte de Dios: Ha resucitado. Buscáis al crucificado, pero ya no se puede encontrar a un crucificado. La muerte fue devorada por la victoria. Dios no ha dejado que su santo contemplara la putrefacción. En la muerte de Jesús las señales ya han dicho que ha empezado el tiempo final. Así lo hacen estos signos con voz todavía más alta en la madrugada del primer día. La tierra se estremece, y se abre la cámara de la muerte. Allí un centurión de este mundo ha confesado que Jesús realmente era el Hijo de Dios. Ahora el ángel de arriba anuncia y confirma con seguridad que Jesús dijo la verdad. El nuevo tiempo ha despuntado como último tiempo. La noche se vuelve luminosa como el día, alumbrada por la gloria celestial. La sentencia que Dios hizo caer sobre el pecado en la muerte de Jesús, se convierte en sentencia liberadora de gracia y de vida para todos los que creen.

La segunda parte del mensaje del ángel contiene la orden que se da a los discípulos. Éstos están dispersos y se deben congregar. Su fe está quebrantada. Debe ser restablecida con la gran noticia: Ha resucitado de entre los muertos. Otra vez deben peregrinar a la región de donde habían marchado, a Galilea. Jesús ha sido muerto en Jerusalén, en Galilea se aparecerá glorificado a los discípulos. Los que no le vieron muerto, porque habían huido, le contemplarán vivo, cuando hayan regresado a él. Las mujeres escuchan las palabras y se apresuran. Se ha apoderado de ellas el miedo por la aparición del poderoso ángel, el miedo por la irrupción de la divina majestad. Pero además las llena una gran alegría, ya que todo ha tomado otro rumbo. El sepulcro para ellas no vino a ser el paraje de la tristeza y del llanto fúnebre, sino de la alegría y la glorificación jubilosa.

9 Y de pronto, Jesús les salió al encuentro y las saludó: ¡Salve! Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y lo adoraron. 10 Entonces les dice Jesús: No tengáis ya miedo. Id a llevar la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea; allí me verán.

Después del encuentro con el ángel, Jesús sale al encuentro de las mujeres. En el camino de regreso del sepulcro, Jesús se les presenta. Las tradiciones de los Evangelios sobre las apariciones de Cristo resucitado son extraordinariamente múltiples y muy variadas. San Mateo halló esta breve escena y le dio cabida en su Evangelio. El saludo de Jesús es la sencilla salutación cotidiana y no es una solemne bendición. Pero ellas le reconocen y se echan a sus pies para adorarle. Así hicieron ya los sabios ante el niño en Belén. Jesús dice una vez más lo mismo que había encargado el ángel como mensaje para los discípulos. Debían ir a Galilea para contemplarle allí. Jesús habla de sus hermanos con un tono más confidencial que el ángel, que habló de «sus discípulos». Jesús considera de nuevo a los discípulos como hermanos, a pesar del escándalo que habían sufrido por causa suya. La peregrinación a Galilea también los juntará interiormente y luego los unirá por completo con él. Jesús estará entre ellos como Señor viviente, aunque sólo se congreguen dos o tres en su nombre (18,20).

2. LOS CENTINELAS SOBORNADOS (Mt/28/11-15).

11 Mientras ellas se iban, algunos de la guardia llegaron a la ciudad y refirieron a los sumos sacerdotes todo lo sucedido. 12 Pero éstos, en unión con los ancianos, después de acordado en consejo, dieron a los soldados bastante dinero, 13 con esta consigna: Decid: Mientras nosotros dormíamos, vinieron de noche sus discípulos y lo robaron. 14 Y si esto llega a oídos del procurador, nosotros lo convenceremos y conseguiremos que no os pase nada. 15 Ellos recibieron el dinero y procedieron de acuerdo con estas instrucciones. Y esta versión ha corrido entre los judíos hasta el día de hoy.

Este relato resulta todavía más confuso que el de la disposici6n de la guardia (27,62-66). Todo parece estar pensado y calculado con suma prudencia. Apenas el acontecimiento ha cundido y ya lo desautorizan con mentiras. Pero ¡cuántas inconsistencias apuntan! En efecto ¿cómo van a confesar los centinelas que se habían quedado dormidos? Y si Pilato llega a tener noticia de lo ocurrido, ¿cómo podía pasar simplemente por alto esta falta de los centinelas? Además ¿qué interés podían tener los soldados en difundir toda esta historia urdida con tanto esmero? Sin embargo, el infundio persistió durante décadas entre los judíos. ¿Cómo puede producir fruto una semilla que se siembra en un terreno previamente apisonado? El mensaje de los apóstoles sobre lo que ellos mismos habían visto y oído ¿cómo pudo encontrar corazones dispuestos, si antes ya quedaron endurecidos hasta el extremo? Es cierto que se habla en primer término de los jefes del pueblo; los que habían desencadenado el proceso, y han enhebrado y organizado todas las acciones hasta llegar a ésta. Pero la mentira se difunde y envenena al pueblo. ¡Cuán difícil será dar fe a la noticia de la resurrección del Mesías! Satán puede seguir actuando, aunque despunta el tiempo nuevo de Dios.

3. MISIÓN DE LOS DlSCÍPULOS (Mt/28/16-20).

16 Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado. 17 Y cuando lo vieron, lo adoraron, aunque algunos quedaron indecisos. 18 Y acercándose Jesús a ellos, les habló así: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Y mirad: yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos.

En Galilea el encuentro otra vez ocurre en un monte. Está tan indeterminado como todos los montes de que antes se habló. En un monte se había proclamado la doctrina de la verdadera justicia (5,1). Por otra parte, desde un monte se publica la orden de Jesús resucitado para el tiempo que ha de durar hasta el fin del mundo. Como Jesús lo ha predicho, están otra vez reunidos todos (26,32), menos el que le entregó. Los once discípulos se hallan alrededor del Maestro, están de nuevo reunidos el pastor y el pequeño rebaño. Miran y se postran en actitud de adorar.

En otra ocasión ya lo habían hecho, cuando por la noche en el lago se les había manifestado Jesús como Señor de los elementos. Se habían postrado en la barca y habían confesado. «¡Realmente, eres Hijo de Dios!» (14,33). Ahora saben con precisión a quién vieron entonces, y saben que Jesús recibió legalmente su confesión. El que ahora está entre ellos, no sólo es el Señor de los elementos, sino también su Señor y el Señor del universo. Se le ha transmitido todo poder en el cielo y en la tierra. El Padre ha recompensado ubérrimamente la obediencia del Hijo. No sólo le han sido confiados distintos poderes, como el de perdonar pecados (9,6), el de enseñar (21,23), poder sobre las enfermedades y demonios, sino toda clase de poder y todo el poder en el sentido ilimitado. En este poder también se incluye su cargo como Hijo del hombre que regresa, y como juez del fin de los tiempos. Esta es la gloriosa confirmación del mesianismo de Jesús, mesianismo que Dios le otorgó y que el mismo Dios puede manifestar.

Lo fundamental de lo que dice Jesús es el encargo que confía a los discípulos de hacer asimismo discípulos a todos los pueblos. Ahora debe estar abierto a todos aquello para lo que fueron elegidos. No se exceptúa ningún pueblo, ni siquiera el obstinado pueblo de Israel. Eso debe suceder de una doble manera, por medio del bautismo y de la enseñanza. Es raro que no se nombren a la inversa estas dos maneras. Para poder bautizarse primero se tiene que creer. Pero aquí debe decirse que el bautismo solo no basta, aunque sea fundamental para la vida del discípulo. El bautismo tiene que acreditarse en la vida según la enseñanza del Maestro. Las dos cosas juntas producirán discípulos que merezcan este nombre.

El bautismo debe efectuarse en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. No será un bautismo penitencial para perdón de los pecados, como el de Juan el Bautista (3,6.11). Tampoco será el bautismo de muerte, al que Jesús tenía que someterse en representación de la humanidad (Mc 10,38s). Este bautismo será un bautismo para la vida con Dios. Se invoca sobre el bautizado el nombre del Padre y por consiguiente este nombre ya realiza de antemano aquello de lo que se hace definitiva donación al fin del mundo, es decir, el obsequio de la filiación de Dios: «Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios» (5,9). En el bautismo deben llegar a ser hijos del Padre, y deben vivir como hijos, tal como lo quiere el Padre. «Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, el cual hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (5,45). Y resumiendo: «Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (5,48). Sobre el bautizado se invoca el nombre del Hijo y se establece la unidad de vida con el Hijo. Desde este día en adelante tendrá validez que el que hace una obra buena a uno de sus hermanos más pequeños, lo hace al mismo Jesús. Porque el más pequeño también es hermano entre los hermanos en el mismo Hijo Jesucristo. Especialmente de los apóstoles se podrá decir: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me envió» (10,40). En el juicio Jesús se declarará en favor de los que se han declarado en favor de él, y negará a los que le han negado (cf. 10,32s). El que por amor ha alimentado a un hambriento, ha dado de beber a un sediento, ha vestido a un desnudo, ha visitado a un enfermo o preso, en el juicio experimentará que todo eso fue hecho a Jesús (25,40). Porque Jesús se hizo hermano de todos, y todos han participado en su filiación... (cf. Ga 4, 6s).

Sobre el bautizado se invoca el nombre del Espíritu Santo y se establece la unidad de vida con él. Con el Espíritu de Dios el Mesías empezó su obra, ya que este Espíritu le condujo al desierto (4,1). Con el Espíritu de Dios expulsó a los demonios y así hizo venir el reino de Dios (12,28). Si los discípulos están ante el tribunal por causa del Evangelio, no tendrán que hablar guiándose por la propia prudencia, sino que será «el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros» (10,20). Pero con este Espíritu de Dios podrán recorrer el camino de la imitación, aunque conduzca a la verificación de la entrega de la vida. Entonces ante sus ojos estará Cristo que se ha ofrecido a sí mismo como sacrificio expiatorio en el Espíritu Santo (cf. Heb 9,14).

La instrucción de los bautizados debe contener todo lo que les ha encargado Jesús. Está escrito en este Evangelio, especialmente en los grandes discursos. Son indicaciones del Maestro, enseñanza acerca de los verdaderos discípulos y camino que conduce a la voluntad real de Dios. Contienen el «camino de la justicia» (21,32). Nada de todo eso puede suprimirse, nada se puede añadir ni interpretar en otro sentido, nada puede ser debilitado. El Kyrios resucitado lo confirma solemnemente. La gigantesca obra de llevar la luz a todos los pueblos, no será efecto humano. Sobre todo los discípulos no están abandonados a su propia capacidad ni dependen de sus débiles fuerzas. Muchas veces se mostró en el Evangelio cuán poco pueden hacer los discípulos, cuando se necesita «un poco de fe». Los discípulos tienen en Jesús un poderoso protector. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. La mirada está dirigida a la amplitud y lejanía de un largo tiempo. Solamente tiene su horizonte allí donde la era actual queda relevada por la venidera. Antes que el Hijo del hombre se manifieste como juez, estará con sus discípulos y sostendrá su actuación. Jesús está presente entre ellos de un modo espiritual y eficiente. No solamente cuando están reunidos alrededor de la mesa y piensan en la muerte de Jesús y comen el santo manjar, sino siempre y en todas partes. La nueva comunidad de la salvación no solamente se declara por doquier partidaria del único Señor, sino que lo tiene en medio de ella.