CAPÍTULO 15


f) Controversia sobre la pureza (Mt/15/01-20).

En el versículo segundo se emplea una expresión técnica, que usaba la teología rabínica, el concepto de la tradición de los antepasados. Los rabinos habían desarrollado una teología dogmática en que había firmes tradiciones didácticas. Una creencia fundamental en esta enseñanza era que la Escritura y la tradición forman una unidad. Dios había dado la ley a Moisés en el Sinaí. Luego la ley había sido escrita y había permanecido en vigor a través de los siglos como la expresión obligada de la voluntad de Dios con respecto a su pueblo de la alianza. Pero en cada tiempo tuvo que ser expuesta y aplicada de nuevo. Este trabajo se efectuó desde el siglo quinto antes de Cristo mediante maestros de la ley, que constituían un estado social distinguido. Los escribas del tiempo de Jesús son sus sucesores. Así se desarrolló en el curso del tiempo hasta llegar a la vida de Jesús una interpretación (transmitida, pero aplicada constantemente y, en la práctica, también aumentada) de la ley. Esta interpretación se llamó "tradición". Se consideró que era tan santa y obligatoria como la misma ley escrita; con todo fue entendida como servicio a esta ley. Un incumplimiento de la tradición de los antepasados era considerado como un incumplimiento de la ley y por tanto como una transgresión contra Dios. Un menosprecio de una prescripción tradicional era un menosprecio de la ley oficialmente válida en Israel, como fue enseñada y aplicada en Israel. En cualquier caso éste fue el modo de ver del partido de los fariseos y de los escribas que pertenecían a él. Sabemos que el partido de los saduceos rechazaba esta tradición oral.

1 Entonces se acercan a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén para preguntarle: 2 ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los antepasados? Porque no se lavan las manos cuando van a comer. 3 Pero él les replicó: ¿Y por qué vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por esa tradición vuestra?

Puede tratarse de una delegación oficial de Jerusalén, quizás incluso del sanedrín, que ahora viene a hablar con Jesús. Quieren hacerle una pregunta especial, tras la que está la solicitud por la conveniente instrucción y práctica en Israel. La pregunta no se dirige a un caso particular, a un acontecimiento escandaloso o a una sentencia chocante pronunciada por labios de Jesús, como en casos precedentes. Tampoco está formulada desde un principio de un modo hostil, sino como auténtica pregunta. Sólo en segundo lugar se nombra un caso concreto, que causa escándalo y que sea como fuere debe ser explicado: Tus discípulos no se lavan las manos antes de comer. Efectiva y centralmente la primera parte está contenida en la pregunta: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los antepasados? Jesús no ha exhortado a sus discípulos a someterse a las abluciones del culto prescritas por tendencias severas. En el Antiguo Testamento sólo se habla de estas abluciones a propósito de los sacerdotes que han de cuidar de las ofrendas (Ex 30,17s). Es típico de la interpretación farisaica de la ley que tales prescripciones dadas a un pequeño grupo de personas sean ampliadas a todos (sacerdotes y laicos) y a todas las situaciones de la vida (en el culto y en la vida doméstica), y que todo sea organizado con una multitud de prescripciones particulares (*). Jesús no es impugnado directamente, pero se le pregunta, en cierto modo se le pide cuenta. Se sabe que Jesús es el maestro de sus discípulos y por consiguiente es responsable de su conducta. Si Jesús defiende una tradición didáctica discrepante, no puede actuar más como maestro en Israel. Hay que retirarle la licencia (**). Es una de las preguntas objetivamente más cortantes que conocemos por el Evangelio, al mismo tiempo es el preludio de una polémica fundada sobre principios y de una delimitación de frentes que pone al descubierto la diferencia entre Jesús y la doctrina oficial farisaica. ¿Cómo contestará Jesús? No contesta con una explicación ni con una excusa, ni tampoco con silencio condenatorio, sino haciendo a su vez una pregunta. Al mismo tiempo es un contraataque, que apunta todavía más lejos que la pregunta dirigida a él. ¿Y por qué vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por esa tradición vuestra? Entonces se despedaza la afirmada unidad de la ley y de la tradición. En un lado está el mandamiento de Dios, en el otro está vuestra tradición. Ésta ya no puede ser considerada como explicación legítima del mandamiento de Dios, sino que está en oposición a él. Porque mediante la tradición, lo desviado y lo que tiene menos valor, se deroga lo primitivo y más excelso, a saber el mandamiento propio de Dios. Así lo hace vuestra tradición en vez de someterse con la obediencia al mandamiento de Dios. Con las palabras vuestra tradición aquí ya se anticipa lo que más tarde se llama, de forma todavía más severa, preceptos humanos (en la cita de Isaías 15,9). Para Jesús el mandamiento de Dios tiene una calidad y una autoridad distintas de las que tienen los preceptos de los rabinos. Jesús no los considera como obligatorios, y enseña o permite que estos preceptos sean quebrantados, como aquí en el caso de las abluciones de las manos.

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(*) En la Mishná, el compendio más antiguo de la tradición didáctica rabínica, y que data de unos 200 años después de Cristo, las leyes de la pureza incluyen toda la sexta "ordenación", que comprende doce tratados.

(**) Jesús no había sido "ordenado" de rabino, aunque a menudo se le trata respetuosamente con este título. Con todo Jesús tuvo que ser considerado en cierto sentido como "maestro" en Israel (cf. Mc 12,14; Mt 22,16) y también tuvo muchas cosas comunes con los rabinos, por ejemplo el grupo de discípulos.

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4 Porque Dios mandó: Honra al padre y a la madre, y también: El que maldiga al padre o a la madre, que muera sin remisión. 5 Pero vosotros afirmáis: Si uno dice al padre o a la madre: Aquello con que yo pudiera ayudarte lo declaro ofrenda sagrada, 6 ya no tiene que honrar a su padre o a su madre. Y así habéis anulado la palabra de Dios por esa tradición vuestra.

¿Cómo se demuestra esta tesis? Jesús da un ejemplo evidente. El cuarto mandamiento ordena honrar al padre y a la madre. El que maldiga al padre o a la madre, que muera sin remisión. Pero los rabinos conocen una posibilidad según la cual la parte de la propia fortuna y de los propios bienes destinada al mantenimiento de los padres puede sustraerse de la obligación prescrita. Para lograrlo, basta declararla "ofrenda sagrada", con lo cual se la retira del ámbito profano, y, desde luego, se arrebata a los padres -como se declara expresamente- los medios que hubiesen necesitado para su sustento. Aquí solamente se nombra la expresión escueta "ofrenda sagrada", que los adversarios podían entender sin la menor dificultad. Sabían también todo el reglamento de aplicación previsto. Una ofrenda sagrada iba destinada al templo y ya no podía emplearse para ninguna otra finalidad. De ello resultaba el espantoso contrasentido de que, cumpliendo un acto piadoso, uno se liberaba de su obligación filial mandada por Dios, mientras lo de la "ofrenda sagrada" era un precepto introducido por los hombres. Así pues, quien interpreta según vuestro precepto aquel mandamiento, anula la palabra de Dios. Jesús elige una expresión dura: anular, derogar, quitarle toda fuerza legal. Aquí se aclara por qué Jesús responde con tanta severidad. La "tradición de los antepasados" para él solamente tiene el valor de disposiciones humanas. Se pueden observar o no observar, pero en ningún caso proclamar con autoridad divina. Pueden ser costumbres y aplicaciones tradicionales de la ley, pero no tienen la autoridad de la validez divina. ¿Cómo podéis hacerme este reproche, siendo así que hacéis lo que es mucho peor, a saber, anular el mandamiento de Dios?

7 ¡Hipócritas! Bien profetizó de vosotros lsaías cuando dijo: 8 Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí; 9 vano es, pues, el culto que me rinden, cuando enseñan doctrinas que sólo son preceptos humanos (Is 29,13).

Sois hipócritas, porque defendéis vuestros propios pensamientos detrás de la reclamación divina. Inducís directamente al pueblo a menospreciar el mandamiento de Dios y a seguir vuestros propios preceptos. El profeta Isaías ya ha dicho a sus contemporáneos que todo este servicio es inútil y en balde. Son preceptos humanos, con los cuales no se llega a Dios (*). Todo va en una dirección falsa, es una confesión con los labios en vez de ser una obediencia nacida del corazón. Puede ser que se desacierte tan profundamente la verdadera voluntad de Dios, incluso con la intención sincera de acertarla. Jesús echa en cara de los adversarios el oráculo del profeta y de este modo concluye su respuesta con la mayor dureza. Aquí se entiende un poco cuán insuperable tiene que ser la oposición entre Jesús y los partidos hostiles. Pero Jesús no tiene otro camino, ha de enfrentarse en esta polémica y fracasar en ella. Ante el tribunal se le conjurará por el "Dios viviente" (26,13).
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El texto de Isaias dice así: "Porque este pueblo se me acerca de palabra y me honra con los labios; pero su corazón está lejos de mí, de suerte que su temor se reduce a simples formulaciones y lecciones aprendidas...". En la segunda parte, el texto de los Setenta, que se lee en san Mateo 15,9, se apoya en un defecto de traducción. El texto de los Setenta "enseñan doctrinas que sólo son preceptos humanos" se ajusta exactamente a la demostración de Jesús, ya que se trata de doctrinas. Pero el texto original expresa la misma actitud, que luego pudo formularse en la doctrina. Puesto que el temor a Dios se reduce simplemente a formulaciones de hombres, que se habían aprendido, también el cumplimiento de la voluntad concreta de Dios, en su ley podía llegar a convertirse en una de estas formulaciones.
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10 Y llamando junto a sí al pueblo, les dijo: Oíd y entended: 11 No lo que entra por la boca contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso contamina al hombre.

Jesús aprovecha la ocasión de la controversia para dirigir unas palabras al pueblo. Empieza con la significativa amonestación: Oíd y entended. Aquí se hace este requerimiento, porque no se trata de una interpretación discrepante de la ley, de una aplicación diferente con respecto a los rabinos, sino de algo fundamentalmente nuevo. Se rechaza toda la manera de pensar que se oculta tras las prescripciones de los rabinos sobre la pureza (*). En sustitución de estas prescripciones se exige un nuevo modo de pensar que no se orienta formalmente en la letra de la ley, sino en los sentimientos del corazón. Es necesario oír y entender de nuevo, si hemos de ajustar nuestra conducta a esta orientación. No lo que entra por la boca contamina al hombre. Se alude a una materia, a un caso externo, que aquí es el alimento, el cual se come sin haberse lavado las manos, o se consume sin haberse purificado. Todo eso no lo ha de temer el hombre, no le hace indigno de Dios ni le separa de la comunidad de los hombres. Antes bien, lo que sale de la boca, hace impuro al hombre. Aquí todavía no se dice aquello a lo que Jesús alude (cf. 15,17-20). La oposición se aguza por causa de la alusión: No lo que entra, sino lo que sale. En primer término se tendría que pensar en las palabras que salen de la boca. El hombre no se vuelve impuro desde fuera, sino desde dentro. Éste es un nuevo modo de pensar; más aún, una nueva ley. Aquí no solamente se rechaza la "tradición de los antepasados", sino toda una parte del modo de obrar según la ley, lo cual tuvo que surtir un efecto revolucionario.
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PUREZA-LEGAL IMPUREZA-LEGAL ¿De qué clase de pureza e impureza se trata aquí? En contraste con la pureza o impureza de los sentimientos del corazón, por tanto, de una actitud moral, con la expresión de impureza ritual se entiende una mancha externa, que puede eliminarse con determinadas ceremonias. El que según los ritos es impuro, es inepto para el culto divino, por ejemplo un sacerdote para ofrecer un sacrificio. Mediante determinadas abluciones el sacerdote puede restablecer su capacidad para el culto. La impureza cultual también repercute en la convivencia de los hombres. El que toca a un leproso, a un muerto o incluso un sepulcro, el que está sentado a la mesa con pecadores públicos, se volvía impuro y tenía que evitar la comunidad hasta que había desaparecido su mácula. Una mujer en las semanas del nacimiento de su hijo también pasaba por impura. Esta manera de entender la pureza predominaba en tiempo de Jesús y se hacía patente en una multitud increíble de prescripciones particulares. Las profetas habían intentado exigir la pureza interior de los sentimientos como mucho más importante, pero estos pensamientos estaban desvanecidos y sofocados desde hacía mucho tiempo. Jesús no solamente designa los sentimientos del corazón como más importantes frente a la pureza ritual, sino que en general rechaza esta pureza.
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12 Entonces se le acercan sus discípulos y le dicen: ¿Sabes que los fariseos, al oír tus palabras, se han escandalizado? 13 Pero él les replicó: Toda planta que mi Padre celestial no plantó, será arrancada de raíz. 14 Dejadlos. Son ciegos que guían a otros ciegos; pero si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.

Los discípulos hacen observar al Señor que los fariseos se escandalizan por las palabras que él ha pronunciado. Estas palabras son todo lo que Jesús ha dicho, pero también son directamente las últimas palabras que expresaban de una forma aforística el nuevo modo de pensar (15,11). Desde hacía por lo menos un siglo los escribas y fariseos habían contraído un matrimonio íntimo. El partido de los fariseos se había unido casi exclusivamente a los representantes de la ley y a los oficiales doctores de la ley, y había adoptado sus interpretaciones y enseñanzas. La mayor parte de los escribas había pasado al partido de los fariseos o estaba espiritualmente próximo a él. Así pues, desde un punto de vista histórico casi se identifican los escribas y los fariseos, y en el Evangelio de san Mateo incluso es igual que se hable de los unos o de los otros. En ambos casos se hace alusión al mismo frente de un fariseísmo petrificado en el legalismo de los escribas. Se escandalizan, como antes se escandalizó la gente de Nazaret (13,57). Forman un frente firme y endurecido, y no están dispuestos a oír y aprender de nuevo. Se habla a distintos niveles, y la palabra de Jesús no penetra hasta su pensamiento y voluntad. Se produce, pues, el escándalo, porque no se llega a entender. Jesús contesta con unas frases metafóricas. Israel se parece a un jardín plantado por Dios. Dios ha conducido a su pueblo a la tierra bendita y le ha prometido prosperidad en el tiempo futuro. Dios ha protegido esta su plantación y la ha cuidado como un buen jardinero, pero también ha intervenido siempre con mano dura y ha arrancado la mala yerba prolífera. Las misericordias y los juicios de Dios descendieron sobre la nación y el pueblo. Más aún, Dios incluso pudo permitirse desarraigar toda la plantación en la conquista e inmigración, por medio del poder babilónico. El Bautista de nuevo ha evocado este juicio, en que todo árbol infructuoso debe ser arrancado y arrojado al fuego (cf. 3,10). ¿Qué quiere decir aquí planta? No se refiere a una persona particular o a todo el pueblo, que Isaías también compara con una viña (Is 5,1-7). Tiene que ser algo que de acuerdo con su grandeza e importancia está entre los dos. Por el contexto se podría pensar en el fariseísmo. Es una planta exótica, como una maleza prolífera, que se ha metido en el jardín de Dios. Dios no la ha plantado. Es una plantación de hombres y no una plantación de Dios. Los fariseos creían que formaban la comunidad pura e ideal de Israel, pero Jesús dice que están maduros para el castigo. Se escandalizan, en vez de convertirse. Son ciegos guías de ciegos. No pueden ver ni conocer, porque con sus pensamientos humanos ofuscan los pensamientos de Dios. Un ciego no puede guiar a otro ciego. El pueblo tiene que quedarse ciego, porque solamente tiene guías que han perdido la vista. El pueblo se cansa sirviendo a la ley de un modo formal y molesto, recibe sobre los hombros un yugo que es tosco y áspero (cf. 11,28), se le impone una carga que nadie puede soportar, y que los escribas y fariseos ni siquiera tocan (cf. 23,4). ¿Cómo puede haber en el país fidelidad, amor y conocimiento de Dios? (Os 4,1). Tanto los dirigentes como los dirigidos tienen que caer en el abismo. "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Pues vosotros no entráis, ni dejáis que entren los que están para entrar" (23,13). El pueblo carece de culpa, porque no puede prescindir de sus maestros y pastores. Sobre éstos recae toda la responsabilidad, son los que representan a todo el pueblo. "¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso no son los rebaños los que deben ser apacentados por los pastores? Vosotros os alimentáis de su leche, y os vestís de su lana, y matáis las reses más gordas, mas no apacentáis mi grey. No fortalecisteis las ovejas débiles, no curasteis las enfermas, ni bizmasteis las perniquebradas, ni recogisteis las descarriadas, ni fuisteis en busca de las perdidas, sino que dominabais sobre ellas con aspereza y con prepotencia" (Ez 34,2b-4).

15 Pedro tomó la palabra y le dijo: Explícanos esta parábola. 16 Él le contestó: ¿Pero también vosotros estáis todavía sin entender? 17 ¿No comprendéis que todo lo que entra por la boca pasa al vientre y luego se arroja en la cloaca? 18 Pero lo que sale de la boca, del corazón procede: y esto sí que contamina al hombre. 19 Porque del corazón salen las malas intenciones, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. 20 Estas son las cosas que contaminan al hombre; pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre.

Pedro vuelve a actuar como portavoz de los discípulos. Pide una aclaración de la parábola, es decir, de las palabras enigmáticas. Con ello se alude a lo que se dice en un versículo precedente (15,11), que todavía tiene que ser explicado. Primero pregunta el Señor en son de reproche, cómo es posible que estén todavía sin entender. No se han escandalizado, pero tampoco han comprendido la verdad interna y el sentido de las palabras de Jesús. Todo depende de esta comprensión. Están en camino de conseguirla, pero todavía no lo han logrado, tal como Pedro había confiado, porque aún no poseían la plena fe (cf.14,31). Sólo he entendido, si con toda mi alma he aceptado la palabra y le he dado una respuesta afirmativa. Lo que procede de la boca, viene del corazón, del centro y de la sede del pensamiento, de la sensibilidad y de la volición humanas. Contamina al hombre todo lo maligno que proviene del corazón, como malos pensamientos, palabras crueles y acciones perniciosas. Se trata de pensar y hacer de una manera moral en su raíz, dirigida a lo bueno y por tanto a Dios. De nuevo encontramos la ideología del sermón de la montaña. Ante esta ideología ¿qué importancia tiene comer sin haberse lavado las manos? Lo malo incapacita al hombre para las cosas divinas y le hace indigno de la comunidad. La falta de amor en la forma que sea, separa de Dios y de los hombres.

g) La mujer-cananea (/Mt/15/28).

21 Cuando Jesús salió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 Y en esto, una mujer cananea, salida de aquellos contornos, le decía a gritos: ¡Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija está atrozmente atormentada por un demonio. 23 Pero él no le respondió palabra. Y sus discípulos, acercándose a él, le suplicaban: Despídela; que viene gritando detrás de nosotros.

Jesús siempre ha permanecido en el territorio de Israel y sólo raras veces ha penetrado en territorio de los gentiles. Aquí el evangelista san Mateo menciona una de estas pequeñas correrías, en este caso en dirección norte, en el territorio de las dos poderosas ciudades comerciales de Tiro y Sidón. En el camino le sale al encuentro una mujer cananea. Esta expresión se emplea para caracterizarla como gentil (cf. en Mc 7,26: sirofenicia). San Mateo no designa su nacionalidad civil, sino la religión a la que pertenece. Así prepara la siguiente conversación, que es importante. La mujer conoce lo que permanecía oculto a los hijos de Israel en conjunto, y le invoca con el título mesiánico de hijo de David. Le pide ayuda para su hija. Los discípulos se molestan y ruegan al Maestro que la despida. ¿Solamente tienen la sensación de fastidio o les resulta impertinente la importunidad de una mujer pagana? Evidentemente Jesús había proseguido la marcha sin prestarle atención. Pero ella no cesa de caminar detrás del pequeño grupo. ¿Qué hará Jesús? Lo que haga será importante no sólo para la mujer y para el grupo de los discípulos, sino para el tiempo futuro de su obra.

24 Pero él respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25 Sin embargo, ella se acercó y se postró ante él, diciéndole: ¡Señor, socórreme! 26 Él le contestó: No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos. 27 Ella replicó: Es verdad, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Jesús habla a los discípulos. De suyo, la respuesta sólo se ajusta a la mujer como explicación de la conducta de Jesús y como recusación indirecta de la súplica de la mujer. Pero aquí la respuesta va dirigida a los discípulos que han rogado al Maestro que la despache. Las palabras de Jesús en este pasaje parece que sean una confirmación de lo que pensaban los discípulos, a saber que Jesús no le puede ayudar y que ella debe regresar a su casa sin haber logrado su propósito. Pero los discípulos primero deben oír la frase que les hace comprender mejor a Jesús. "No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel." Dios le ha enviado, él no se ha encargado nada a sí mismo. Dios también le ha señalado el campo de la actividad. Su misión está limitada a Israel, por medio del cual los pueblos deben participar en la salvación. Este es el orden establecido, así rezan las promesas de los profetas. Pero Israel es un rebaño sin pastor que se ha dispersado por las montañas y está destinado a la destrucción. Sólo se conserva el rebaño, si está reunido y el pastor lo vigila y lo conduce. Ahora los hijos de Israel tienen como pastores a ciegos guías de ciegos (15,14), son como "ovejas sin pastor" (9,36). Dios había anunciado por el profeta Ezequiel que destituiría a los falsos profetas y que él mismo ejercería el cargo de pastor (Ez 34). Ahora llega el tiempo de cumplir lo anunciado. El Mesías está enviado para reunir en un rebaño las ovejas extraviadas, para impedir que desfallezcan y para conducirlas a los terrenos de fértiles pastos. Sólo cuando Israel se haya vuelto a juntar, y siga de buen grado a su verdadero pastor, Dios, pueden también los pueblos del mundo congregarse al lado del único Dios verdadero. Tal es el encargo que ha recibido el Mesías. Luego continúa la conversación con la mujer. Se acerca y pide ayuda. Jesús le contesta que no está bien quitar el pan a los hijos y darlo a los perrillos. Jesús no quiere pronunciar una sentencia despectiva sobre los gentiles ni compararlos con los perros. Es una frase metafórica que expresa de nuevo el pensamiento del v. 24: el pan es para aquellos hijos, así como el pastor es para aquel rebaño. Los hijos son los hijos de Israel, a quienes ahora se dedica la misericordia de Dios. No se dice lo que quizá tiene aplicación al tiempo futuro. La mujer acoge con osadía la palabra de Dios. Los perrillos también reciben algo de lo que cae de la mesa de su señor. Casi parece humorística la manera como la mujer (que sabe contestar) se vale de la imagen y la invierte en su favor. Pero Jesús está vinculado a su misión. Se ha subordinado a ella, sin reserva, y desde un principio rehúsa cualquier desviación en la lucha con Satán en el desierto. ¿Cómo procederá Jesús?

28 Entonces le dijo Jesús: ¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó sana su hija.

A pesar de todo Jesús socorre. Todo lo precedente hablaba en contra. Pero ahora se indica el motivo: tu fe es grande. Dios ayuda a quien cree así, con perseverancia y tenacidad, sin desfallecer ni darse por vencido precipitadamente, con la firme convicción de que sólo hay uno que pueda ayudar. El ruego de la mujer es atendido y la hija queda curada desde esta hora. Jesús no socorre a la mujer porque sea pagana, sino porque tiene una gran fe. Se mantiene el orden, no se sobrepasan los límites del encargo. Pero ha brillado una esperanza. En ella ya aparece un nuevo Israel, cuyo fundamento es esta fe. Así sucedió con el centurión (8,10.13), así sucede aquí con esta mujer. Así como Dios puede sacar de las piedras hijos de Abraham, así formará con estos creyentes un nuevo Israel. La salvación todavía no llega a los gentiles. Jesús permanece y actúa en Israel, y parte a sus hijos el pan. Pero acá y allá, en casos particulares se hace patente algo nuevo, el tiempo futuro, en el cual Dios perfeccionará el orden de la salvación, que ha estado en vigor hasta ahora. Todos los pueblos de la tierra deben recibir toda la salvación, incólume y pródigamente.

h) Curación de muchos enfermos (Mt/15/29-31).

29 Jesús partió de allí y se fue a las orillas del mar de Galilea, subió al monte y se quedó sentado allí. 30 Y se acercaron a él grandes muchedumbres, llevando consigo cojos, mancos, ciegos, mudos y otros muchos enfermos, y los tendieron a sus pies. Y él los curó; 31 de suerte que el pueblo quedó asombrado cuando vio a los mudos hablar, a los mancos sanos, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y glorificaron al Dios de Israel.

La ruta del viaje a pie apunta directamente a Galilea, al lago de Genesaret; según san Mateo, se trata sólo de una breve excursión en territorio pagano. Jesús se sienta en el monte. Se nos recuerda el otro monte en que se publicó la doctrina de la nueva justicia (5,1). En el monte siempre suceden cosas trascendentales. El monte está cerca de Dios, desde el monte habla y obra el Mesías, como en otro tiempo Moisés. Ahora acuden a él las multitudes, todos los enfermos y achacosos, ciegos, cojos, mancos. Es una escena de la gran misericordia que desciende sobre los hijos de Israel. Jesús en realidad continúa partiendo el pan a "los hijos". Ellos también dan la respuesta esperada con la glorificación: "Y glorificaron al Dios de Israel." Parece el cumplimiento de la visión de Ezequiel: el único pastor y el único rebaño, que estaba disperso, y se ha congregado y unido en la confesión del Dios de Israel. Esta breve escena sirve de introducción a la siguiente. Ya se informó de una prodigiosa multiplicación de panes (14,13-21), ahora se cuenta una segunda mutiplicación. La segunda será una manifestación todavía mayor del poder y de la misericordia de Dios. Jesús está sentado en el monte, enaltecido sobre el pueblo. Ha curado a todos los enfermos y por tanto ya ha repartido el primer don de Dios. Ha escuchado la glorificación que brotó de corazones agradecidos. Todo parece que esté bien y pacificado, una alegría festiva reina en la asamblea, cuyo centro es el verdadero pastor.

i) Segunda multiplicación de panes (Mt/15/32-39) (*).

32 Luego Jesús reunió junto a sí a sus discípulos y les dijo: Me da compasión del pueblo, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer; pero no quiero despedirlos sin que tomen algo, para que no desfallezcan en el camino. 33 Los discípulos le dicen: ¿Cómo procurarnos en un despoblado tantos panes para saciar a todo este pueblo? 34 Y Jesús les pregunta: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: Siete, y unos pocos peces. 35 Y mandó al pueblo sentarse en el suelo.
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Sorprende que el evangelista informe sobre un segundo milagro de panes. San Mateo ya lo ha encontrado así en san Marcos (Mc 6,30-44; 8,1-9). San Lucas sólo había retransmitido el primer milagro (Lc 9,10-17). Los relatos reproducen, en lo esencial, los mismos sucesos, pero se diferencian entre sí en pormenores. El milagro que en los dos primeros evangelistas se refiere en segundo lugar, es mas breve y tiene menos colorido, pero encarece el carácter prodigioso. Es muy natural que se pregunte si aquí no hay dobles relatos del mismo acontecimiento. Son muchas las razones en favor de esta solución. Entonces san Marcos también los habría encontrado y no los hubiera interpretado como descripciones del mismo suceso, sino de dos sucesos distintos.
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Esta vez la iniciativa procede únicamente de Jesús. Congrega a los discípulos, no son los discípulos quienes se acercan a él. Luego les dice: "Me da compasión del pueblo", no son los discípulos quienes le llaman la atención sobre la necesidad, como ocurrió en el primer caso. Jesús pregunta qué hay para comer y manda al pueblo sentarse. Ya hace tres días que la gente está con él sin cansarse. Nadie atiende al tiempo, que parece estar inmóvil. El pastor y el pueblo están unidos y sólo tienen el deseo de quedarse y simplemente estar allí. Los enfermos han sanado, y la glorificación ha brotado del pueblo. Dios vuelve a habitar en el corazón de los suyos. El estado de ánimo en la segunda multiplicación de los panes es distinto del que hubo en la primera. Se piensa en las grandes promesas como ésta: "Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo" (Jer 31,33c).

36 Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los iba dando a los discípulos, y los discípulos al pueblo. 37 Comieron todos hasta quedar saciados, y de los trozos sobrantes recogieron siete cestos llenos. 38 Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños. 39 Y cuando despidió a las muchedumbres, subió a la barca y se fue a la región de Magadán.

Luego se sigue el mismo ceremonial que la primera vez. Jesús toma los panes y los peces, dice la acción de gracias, los parte y los da a los discípulos para que los repartan entre el pueblo. También esta vez se recogen los restos y se hace constar el número de los que habían comido. La primera vez cinco mil hombres, la segunda vez cuatro mil, sin contar las mujeres y los niños. En Israel se contaban los hombres como cabezas de familia. El elevado número no sólo debe dar una idea de la magnitud del milagro, sino que también debe decir que el pueblo aquí realmente estaba reunido y fue alimentado. Naturalmente no todo Israel, pero sí una parte tan importante de él, que puede ser considerado como representación de Israel. Los israelitas fueron conducidos como "pueblo" a través del desierto a la tierra anhelada. Este recuerdo, que brota en los corazones, se proyecta, al mismo tiempo, como imagen del tiempo futuro. Así Dios cuidará de su pueblo, si éste vuelve a ser muy devoto de Dios. En él no hay ninguna indigencia, sino superabundancia. Dios cura las enfermedades y satisface el hambre. Es un Dios que es amigo de los hombres. Jesús ha triunfado sobre las verdaderas enfermedades del cuerpo y ha satisfecho el hambre corporal. No demos una interpretación espiritual a estos milagros. Dios también ve al hombre en su indigencia corporal y con un dolor más intenso que el que sentimos unos por otros. Dios quiere que todos los hombres estén saciados y sanos. En el reino de Dios no se dirige solamente la atención a los valores espirituales y a las actitudes internas. Eso no lo pueden olvidar los discípulos, si de mil modos distintos ven la penuria de su prójimo, que pasa hambre y frío y carece de lo necesario para vivir. Todo el hombre debe estar preparado para la liberación y llegar al banquete celestial. En la primera multiplicación de panes Jesús desembarcó, alimentó al pueblo y subió al monte para orar. Ahora Jesús viene del monte, despide al pueblo después de la milagrosa distribución y sube a la barca para pasar a la otra orilla. Aún no ha llegado el tiempo de la estabilidad. También Jesús está entre los suyos como de paso. Hay horas sublimes, en las que el simple hecho de estar juntos, la dichosa permanencia en la posesión ya es mantenida como un gusto anticipado. Así fueron estos tres días. Pero ahora prosigue la ruta, el Mesías ha recibido la orden de ir a todas partes, para que a todos se haga extensivo c] mensaje. "Vámonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para predicar también en ellas, pues para eso he venido" (Mc 1,38). Jesús es un peregrino entre los peregrinos.