SEGUIR A CRISTO PARA ENCONTRAR LA VIDA

Jesús se ponía en camino, cuando uno corrió a su encuentro y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él entonces le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10,17-22).

Según Santo Tomás: "El fin último del hombre es el bien increado, es decir, Dios, el único que con su bondad infinita puede llenar perfectamente la voluntad del hombre"

LA PREGUNTA

¿Qué hacer para conseguir la vida eterna? Bien entendida, ésta es la pregunta que todos nos hacemos. A veces pensamos que el joven que pregunta esto a Jesús, se interesa por el mundo futuro. Entender eso es malentender la pregunta. Preguntar por la vida eterna, por la vida del Eterno, es preguntar por la felicidad en el aquí y el ahora. El problema es que toda pregunta supone una pre-comprensión, o dicho de otro modo, una idea implícita de qué es la cosa que se busca o por la que se pregunta. Y esta pre-comprensión orienta la búsqueda. Precisamente por eso a veces buscamos mal. Ya Jesús, a dos hombres que pretendían seguirle, les plantea una pregunta similar: ¿qué buscáis? (Jn 1,38). Pudiera haber seguimientos equivocados, adhesiones que no corresponden a lo que Jesús es. ¡Cuántas veces, diciendo que buscamos a Dios, buscamos a los ídolos! Y no nos damos cuenta de que para encontrar a Dios, el primer paso es negativo: deshacerse de los ídolos, como son poder, riqueza, nación, familia, madre….

De todas formas, el preguntar ya es un buen paso. ¡Cuántos cristianos ya no preguntan, ya están de vuelta, cansados, desilusionados! Preguntar, recuperar la ilusión por encontrar, recuperar la esperanza… Preguntar es no encerrarse en uno mismo.

LA RESPUESTA

Primer tiempo

A la pregunta de qué hacer para conseguir la vida eterna, Jesús responde en varios tiempos. En el primero se trata de cumplir los mandamientos: ya los sabes, le dice Jesús. Parece que le dice: por supuesto, hay algo que ya sabes, y no necesitas preguntar. Los mandamientos son los derechos y deberes humanos. Lo humano. La gracia que supone, exige, la naturaleza. Sin humanidad no hay encuentro con Dios. También la gracia perfecciona, pero perfecciona lo que hay, perfecciona desde una base. Yo estoy convencido que lo más humano es el amor, y que el Evangelio es precisamente la plenitud de lo humano. Pero ese llegar a la plenitud del amor, para llegar a vivir ese Evangelio, que es lo que más humaniza, se precisa una mínima base: el respeto al otro. Los cristianos no deberíamos olvidar nunca la base humana. No sea que pretendiendo llegar a lo divino, en realidad llegásemos a lo inhumano.

Segundo tiempo

Una vez que ha quedado claro lo primero, los mandamientos, el no matar, el no robar, etc., entonces viene una segunda fase: una cosa te falta. ¿Por qué falta una cosa para ser feliz? Porque la felicidad no viene nunca desde un terreno de mínimos, desde el terreno de la obligación. Y los mandamientos son las obligaciones mínimas que tengo con los demás: respetar los deberes de justicia, de dar a cada uno lo suyo. La felicidad no se sitúa en este terreno, sino en el de la gratuidad, lo no obligatorio, lo superabundante, lo que no tiene precio.

Lo que le falta al joven para conseguir la vida eterna se articula en dos etapas: vende lo que tienes y sígueme. A propósito de estas palabras de Jesús, comenta Sto. Tomás: «En estas palabras del Señor hay que distinguir dos elementos: el camino para llegar a la perfección, expresado en las palabras: "Ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres", y la perfección misma: "Y, sígueme". Por eso dice San Jerónimo que "que puesto que no basta abandonarlo todo, San Pedro añade lo que constituye la perfección misma: "Y te hemos seguido"»

La primera etapa, vender lo que se tiene, pudiera comportar diversos matices a los que vale la pena atender. Vender lo que se tiene pudiera ir en la línea de desprenderse de los ídolos. En el A.T. uno de los temas más recurrentes es la lucha contra la idolatría. El primer mandamiento de la ley de Dios, amarás a Dios sobre todas las cosas, en la versión más antigua del Decálogo, tiene una formulación negativa: no tendrás otros dioses fuera de mi, no te harás escultura ni imagen alguna, ni te postrarás ante ellas (Ex 20,3-4). No se puede servir a Dios, si antes uno no se ha desprendido de los ídolos. ¿Por qué? ¿Qué es un ídolo?

Para saber qué es Dios hay que comenzar por comprender qué no es Dios. Para saber dónde está la felicidad hay que comenzar por saber dónde no está. Un ídolo es la pasión central del hombre, el valor supremo dentro de mi sistema de valores. La institución, la naturaleza, el poder, la propiedad, la capacidad sexual, la fama. Al adorar al ídolo, el hombre adora su propio yo, sus proyecciones, sus carencias quizás, pero en definitiva su yo, lo que quisiera tener y no tiene, o lo que tiene y quiere seguir teniendo. Pero el ídolo es una cosa y no está vivo. Dios es un Dios viviente, y por eso puede dar vida. El ídolo es una cosa hecha por el hombre, la obra de sus manos. Pero las cosas no acaban de llenarnos. Sólo otro yo, estaría a la altura de lo que el hombre busca, sólo otro yo sería capaz de llenar mi corazón. Este yo personal y vivo es Dios. Vende lo que tienes, deshazte de los ídolos.

Éste vende cuanto tienes comporta también una apelación a la libertad. De ahí que Jesús, que "amaba" al joven, no hizo nada para retenerle. Un dios, que no te deja libre, es un ídolo. Un dios que te engancha, que te aprisiona, un dios con el que una vez enganchado ya no puedes salir, eso es una droga, un ídolo en definitiva. Libremente ve tú y véndelo. Nadie te lo quita. A Job, Dios o el diablo (que uno ya no sabe si a veces se confunden) se lo quitó todo. Aquí, no te quitan nada. Vas tú, si quieres, y lo vendes. Y luego se lo das a los pobres.

¡Llamada a la solidaridad, al compartir! El camino hacia Dios pasa por la solidaridad con el hermano. Hoy, más que nunca, estamos sensibilizados contra la pobreza, a la vista del panorama del hambre y la miseria en que vive gran parte de la humanidad. La pobreza no puede ser glorificada cuando nos coloca en situaciones intolerables, inhumanas, indignas del hombre. La primera orientación que ofrece el texto sobre el sentido del vender lo que se tiene es ésta: dar el dinero a los pobres. De lo que se trata es que los que no tienen tengan. De entrada el texto no glorifica la pobreza. Yo tengo, otros no tienen. Se trata de que tenga quien no tiene. La primera condición del seguimiento es mi solidaridad con el hermano.

Quedémonos, pues, con esta doble orientación: la riqueza como un ídolo y la pobreza como solidaridad con el pobre. Cuando Jesús nos llama a abrazar la pobreza, de entrada nos está diciendo: demuéstrate a ti mismo, con hechos y no con palabras, dónde están tus verdaderos intereses. ¿De verdad lo esperas todo de Dios y quieres poner en él tu corazón? ¡Felices los que eligen ser pobres, los pobres movidos por el Espíritu Santo, los que voluntariamente siguen las huellas de aquel que hizo de la obediencia a Dios la norma de su vida, que voluntariamente se despojó de su rango, pues, siendo rico, se hizo pobre por nosotros!

Tercer tiempo: el decisivo

Pero el desprendimiento de todos los bienes no basta para seguir a Jesús. Es sólo un comienzo, la condición que va a permitir entrar en el ámbito de lo esencial. Con Jesús no sólo es cuestión de renuncias. Es, sobre todo, cuestión de opciones. Con el solo desprendimiento podrías quedarte vacío. De ahí que el texto añade un "luego" (Mc 10,21).

Con el luego sígueme, entramos en el terreno de lo decisivo y lo incondicional. Dar lo que se tiene es un inicio. Desprenderse de los ídolos es algo negativo. Vamos ahora a lo positivo, a lo decisivo: comprometer la vida tras el Maestro. Con el "sígueme" ya no se te pide lo que tienes, se te pide lo que eres: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo (Mc 8,34). Se te pide no sólo el dinero, sino la vida. Con el vete a vender lo que tienes se te advierte: aunque repartiera todos mis bienes, si no tengo caridad, si no vivo la incondicionalidad del amor, si hago del desprendimiento una ley, nada me aprovecha. Con el "sígueme a mí" se te promete: quien pierda su vida por mí, la encontrará. Estamos ante una llamada decisiva y significativa, porque pone en juego toda la vida. Sólo un seguimiento así tiene una seriedad suprema. Sólo una llamada que pide una entrega incondicional puede ser definitiva. Y sólo una llamada así permite el seguimiento verdadero, el que introduce en el único camino necesario.

En esta llamada que pide una entrega total y que sólo es posible realizar en compañía del Maestro, está la diferencia entre el seguimiento de Jesús y la entrada en la escuela de algún rabino. Y también la diferencia entre el que da algo de lo que tiene, y el que da la vida. Hoy algunos comparan el éxito de las ONG y el poco éxito de la vida religiosa. A veces olvidamos que, en lo que tiene que ver con Cristo y su Evangelio, el éxito no es criterio. Las ONG tienen éxito porque piden "algo" de tu tiempo. Cristo no tiene éxito, porque te pide la vida. El secreto está en que quien entrega la vida, ése la gana. Y el que se la guarda, la pierde. Ni es fácil entender esto, ni es fácil dar la vida.

La llamada de Jesús nos sitúa ante una exigencia incondicional, inmediata, total: uno de los discípulos le dijo: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Dícele Jesús: sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8,21-22). Al respecto afirma M. Hengel: «No existe un logion de Jesús que contravenga de una manera más radical a la ley, a la religiosidad y a la moral que Mt 8,22-Lc 9,60; máxime teniendo en cuenta que la abolición de las mismas no puede justificarse en interés de una libertad humanitaria, de una moralidad más elevada, de una interiorización religiosa o de un amor al prójimo». Una llamada así nos plantea la pregunta sobre la pretensión de quién la lanza. Y la respuesta no puede explicarse a partir de las relaciones maestro-alumno (de acuerdo con los paralelismos rabínicos), sino por la urgencia del Reino de Dios y la pretensión mesiánica de quién la formula.

Por otra parte, en el rabinato la relación maestro-discípulo está determinada por el hecho de enseñar y aprender, y no por el seguimiento. En Jesús lo que hay que aprender se hace en un contacto vital. Seguir a Jesús es recorrer un camino, compartir su destino, mantenerse en su compañía a donde quiera que vaya (Apoc 14,4), incluso a donde uno no quiere (Jn 21,18), hasta la cruz (Mt 16,24). Jesús, al ver que le seguían les dice: ¿qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabí, que quiere decir Maestro, ¿dónde vives? Les respondió: venid y lo veréis. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día (Jn 1,38-39). Con Jesús no se aprende una doctrina, se aprende un modo de vivir, y esto sólo puede hacerse cuando se experimenta la convivencia con Él. De ahí que el seguimiento implique el abandono de la familia, del oficio y de los bienes (Mc 10,17-22).

Vale la pena, para acabar, notar una última diferencia entre el seguimiento de Jesús y la entrada en la escuela rabínica. Para entrar en la escuela de un maestro, la iniciativa viene del discípulo, mientras que en el seguimiento la llamada procede de Jesús: no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros (Jn 15,16). Si él nos ha elegido, nuestra confianza tiene que ser total. No es posible un seguimiento de personas desanimadas, cobardes, inseguras.

Por Martín Gelabert Ballester, o.p., Dominicos.org