CAPÍTULO 05


d) Los primeros discípulos (Lc/05/01-11).

1 Sucedió, pues, que mientras él estaba de pie junto al lago de Genesaret, el pueblo se fue agolpando en torno a él, para oír la palabra de Dios. 2 En esto vio dos barcas atracadas a la orilla del lago; pues los pescadores habían salido de ellas y estaban lavando las redes. 3 Subió a una de estas barcas, que era de Simón, y le rogó que la apartara un poco de la orilla; se sentó y enseñaba a las multitudes desde la barca.

Es por la mañana, junto al lago de Genesaret. Jesús está de pie en la orilla y anuncia la palabra de Dios. El pueblo se agolpa en su derredor, lo asedia. Entonces sube a una barca de las que estaban atracadas allí, se sienta en la barca como maestro y enseña a las masas del pueblo que escuchaban desde la orilla. La palabra de Dios atrae a los hombres, y los atrae en grandes masas.

La barca a que sube Jesús era de Simón. Jesús lo había conocido ya, había estado en su casa, había curado a su suegra y había sido su huésped. Ahora aprovecha sus servicios, para sí y para el pueblo. También Simón conoce a Jesús, su poder de curar y el poder de su palabra. El que se adhiera a Jesús tan pronto como se siente llamado por él, es algo que ha sido bien preparado y resulta comprensible. La palabra poderosa de Dios se posesiona del hombre humanamente.

4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Navega mar adentro y echad vuestras redes para pescar. 5 Y respondió Simón: Maestro, toda la noche hemos estado bregando, pero no hemos pescado nada; sin embargo, en virtud de tu palabra, echaré las redes. 6 Lo hicieron así, y recogieron tan grande cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran a ayudarlos; acudieron y llenaron tanto las dos harcas, que casi se hundían.

Jesús dirige una palabra imperiosa a Simón. La orden lo destaca de las muchedumbres del pueblo incluso de los que están con él en la barca. Le da la preferencia y lo distingue entre todos. Las largas redes (de 400 a 500 metros) formadas por un sistema de tres redes, han de arrojarse al lago, allí donde hay profundidad. Para ello hacen falta por lo menos cuatro hombres. La orden representa una prueba para la fe de Pedro. Según cálculos humanos basados en una larga experiencia de los pescadores, es inútil echar ahora las redes. (Si no se ha capturado nada durante la noche, que es el tiempo de la pesca, ahora -por la mañana- se pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no se comprenda, exigen «esperanza contra toda esperanza» (Rom 4,18). Así creyó y esperó María, así también Abraham (Rm 4,18-21; Gén 15,5).

Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de realizar lo que no se puede lograr con fuerzas humanas. Maestro, en virtud de tu palabra... La interpelación «Maestro» es característica del Evangelio de Lucas. Con ella se reproduce el título de doctor o de rabí. Con ello quería evidentemente indicar Lucas que Jesús enseña con autoridad y con fuerza imperativa.

La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a punto de romperse debido al peso de los peces. Como Pedro no exige ningún signo, recibe el signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios procede con él como con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige fe, pero Dios apoya la fe con sus signos.

8 Cuando Simón Pedro lo vio, se echó a los pies de Jesús, diciéndole: Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador. 9 Es que un enorme estupor se había apoderado de él y de los que con él estaban, ante la redada de peces que habían pescado. 10a Igualmente les sucedió a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban asociados con Simón.

Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios (*). Ha visto y vivido el milagro, el poder divino que actúa en Jesús. La manifestación de Dios suscita en él la conciencia de su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios completamente otro, del Dios santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata en esta confesión del profeta: «¡Ay de mí, perdido soy!, pues siendo hombre de impuros labios..., he visto con mis ojos al Rey, Yahveh Sebaot» (Is 6,5). La admiración por Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de su pecado le aleja de él. En la palabra «Señor» expresa la grandeza de aquel al que ha reconocido en su milagro.

Lucas no emplea ya sólo el nombre de Simón, sino que añade también el de Pedro. Simón Pedro: Simón, la roca. En esta hora en que Simón opta por creer en la palabra de Jesús, se sientan las bases para la promesa futura: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», como también para la vocación de Pedro, de fortalecer a los hermanos: «Tú, en cambio, confirma a tus hermanos» (22,32), y para la transmisi6n del cargo pastoral (Jn 21,15ss). Con la fe se prepara Pedro para ser roca.

El estupor y sobrecogimiento por la pesca inesperada se había apoderado no sólo de Pedro, sino también de los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Lucas se fija sólo en estos tres, aunque seguramente había también un cuarto para manejar la red. Simón, Santiago y Juan son los tres apóstoles preferidos, los testigos de las íntimas revelaciones de Jesús, de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración y de la agonía en el huerto de los Olivos. Santiago y Juan estaban ya unidos con Simón en el oficio de la pesca, eran sus asociados y colegas. Sobre la vieja comunidad edifica Jesús una nueva.
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En la epifanía se hace Dios de repente visible o audible en el mundo, de modo que la persona que la experimenta puede responderle. De los materiales de tradición que utiliza Lucas para su Evangelio y para los Hechos elige descripciones de epifanías (por ejemplo: Lc 3,21ss; Act 5, 19; 12, 17), porque sus destinatarios procedentes de Ia gentilidad eran especialmente sensibles a éstas.
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10b Pero Jesús dijo a Simón: No tengas miedo. Desde ahora serás pescador de hombres. 11 Y cuando atracaron las barcas a la orilla, dejándolo todo, le siguieron.

Jesús quita el temor a Pedro y le da su encargo. Lo mismo sucedió cuando el ángel transmitió a María el encargo de Dios. El temor reverencial del Dios santo es fundamento de la vocación, en la que Dios quiere mostrarse el Santo y el Grande.

Así como Pedro hasta ahora había cogido en la red peces del lago, en adelante pescará hombres para el reino de D¿os. Los encerrará como con una llave. ¿Se insinúan aquí las palabras acerca de la llave del reino de los cielos, que un día recibirá Pedro? La palabra promete, llama y va acompañada de poderes.

El llamamiento de Jesús obra con autoridad. Jesús llama a los que quiere y los constituye en lo que él quiere. Así procedió Dios también con los profetas. Simón, juntamente con Santiago y Juan arrastraron las barcas a la orilla y abandonaron el oficio de pescador, lo dejaron todo: barca, redes, padre, casa. La vida comienza a adquirir nuevo contenido. Siguieron a Jesús como discípulos, como los discípulos de los rabinos seguían a su maestro para apropiarse su palabra, su doctrina y su forma de vida. Lo que desde ahora llena su vida es Jesús, el reino de Dios, la pesca de hombres. Simón vivió en Jesús la epifanía de Dios, se reconoció pecador y recibió la vocación para la obra salvadora. El tiempo de salvación ha comenzado: conocimiento de la salvación mediante el perdón de los pecados (1,77). La soberanía de Dios se revela en la acogida de los pecadores.

El comienzo de la actividad en Galilea está consagrado a Simón Pedro. Jesús se ha visto repudiado por la ciudad de sus padres, pero en los límites de la tierra de Galilea lo acoge Pedro y se le adhiere. La expulsión del demonio en la sinagoga, la curación de la suegra, los numerosos milagros al atardecer delante de su casa tienen remate y coronamiento en la pesca milagrosa. Los lugares de su vida pasada, en los que había orado, había vivido con su familia, había trabajado, son ahora, mediante los hechos salvíficos de Dios, liberados de su miseria, de la influencia del diablo, de la enfermedad y de la pena, del fracaso. Ahora se ve Pedro segregado de todo lo anterior y en adelante será pescador de hombres para el reino de Dios, al servicio de Jesús y de su palabra poderosa.

2. OBRAS VE PODER (5,12-5,39).

a) Curación del leproso (Lc/05/12-16) 

12 Estaba él en una ciudad y había allí un hombre cubierto de lepra. Al ver éste a Jesús, se postró ante él y le suplicó: Señor, si quieres, puedes dejarme limpio. 13 Y extendiendo él la mano, lo tocó, diciéndole: Quiero, queda limpio. E inmediatamente la lepra desapareció de él.

Jesús actúa en una de las ciudades que visita en su viaje de misión (4,44). El leproso se le presenta en una ciudad. Los leprosos no debían acercarse a las ciudades. «El leproso, manchado de lepra, llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su barba, e irá clamando: ¡Inmundo, Inmundo! Todo el tiempo que le dure la lepra será inmundo. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada» (Lev 13,45S). Estaba cubierto de lepra así lo hace constar Lucas, el médico. La lepra era incurable. El que se veía atacado por la enfermedad, era tenido por muerto.

El pobre hombre, en medio de su aflicción, no se cuida de la ley, del ostracismo a que está condenado ni de la amarga experiencia de la incurabilidad. El poder de Jesús significa para él más que la ley y que la muerte. Postrándose confiesa su miseria, con su súplica expresa su confianza. Hace su profesión de fe: cree que en Jesús actúa la fuerza de Dios. Puedes dejarme limpio. Implora la compasión de Jesús: Si quieres... Jesús es la esperanza de su vida. De su voluntad depende su existencia: en comunión con Dios, con los hombres, en la vida...

Jesús obra con compasión. Extiende la mano y lo toca, con lo cual pasa por encima de la ley, pero practica la misericordia. Tocándolo lo introduce en su comunión, en la comunión con los hombres, en la comunión con Dios. Se apropia las palabras de la súplica y se identifica con la solicitud del leproso. Su voluntad lo limpia de la lepra y con ello lo restituye a la comunión con Dios y al culto.

Por la palabra de Jesús queda limpio el leproso y es declarado tal. Jesús posee el poder del profeta Eliseo, que curó al leproso Naamán; posee también la autoridad de los sacerdotes de Israel que declaran limpios a los leprosos. Jesús les es superior, puesto que su sola palabra limpia y declara limpio.

14 Entonces le mandó que a nadie lo dijera, sino: Ve a presentarte al sacerdote y a ofrecer por tu purificación, según lo mandó Moisés, para que les sirva de testimonio. 15 Pero su fama se extendía cada día más, y numerosas multitudes acudían para oírlo y para ser curadas de sus enfermedades. 16 ÉI, sin embargo, se quedaba retirado en los desiertos y oraba.

Jesús no hace los milagros con fines lucrativos ni buscando la propia gloria. «Pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo. porque Dios estaba con él» (Act 10,38).

Según prescribía la ley, el leproso sanado debía presentarse al sacerdote para ser declarado limpio (Lev 13,49) y ofrecer el sacrificio por la purificación (Lev 14,1-32). Jesús quiere que se cumpla la ley; él mismo era obediente a la ley. Los sacerdotes tenían que recibir un testimonio de que se había iniciado el tiempo de la salvación, puesto que el profeta había anunciado que el tiempo de la salud aportaría curación de las enfermedades (Is 35, 5; [cf. 61,1]).

La fama de Jesús y de su acción salvífica se va extendiendo cada vez más. Jesús prohibió hablar al leproso, lo cual no impidió que se propagara la noticia. La palabra lleva en sí una fuerza que la mueve a extenderse progresivamente. Atrae a multitudes de pueblo cada vez mayores, que quieren participar de la palabra y de la obra salvadora de Jesús. Jesús se retira a la soledad, a orar. Su acción procede de la comunión con su Padre en la oración. Jesús actúa porque Dios está con él (Act 10.38). Su comunión en la oración remite a una comunión más profunda.

b) Perdón de los pecados (/Lc/05/17-26)

17 Un día, mientras él enseñaba, estaban allí sentados unos fariseos y doctores de la ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea y de Judea, y de Jerusalén. Y una fuerza del Señor le asistía para curar.

Enseñar y curar es actividad de Jesús que proviene de la fuerza de Dios. La fama de la enseñanza y de las curaciones se propagó por toda Palestina, llegando a todas y cada una de las aldeas; los fariseos y los doctores de la ley, que se hallan por todo el país, polemizan con él. Antes de que Jesús en persona haga este camino: Galilea, Judea, Jerusalén, le ha precedido ya su fama. Ha alarmado ya a los que al término de este camino lo condenarán.

18 Entonces unos hombres, que traían en una camilla a uno que estaba paralítico, trataban de introducirlo y ponerlo delante de él. 19 Y no encontrando por dónde introducirlo por causa de la multitud, subieron al terrado y, por entre las tejas, lo pusieron, con su camilla, allí en medio, delante de Jesús. 20 Cuando él vio la fe de aquellos hombres, dijo: Hombre, perdonados te son tus pecados.

Jesús ejerce su actividad en una casa. La multitud está tan apiñada, que no es posible pasar por la puerta para llegar a Jesús. Se descubre el terrado y por la abertura se introduce a un enfermo. Las casas de Palestina tenían un techo plano, un terrado que se podía perforar (Mc 2,4). Lucas habla de tejas. Piensa en una casa griega.

Jesús está presente en su Iglesia como Señor que fue exaltado y vive como tal. Pero al mismo tiempo vive también en el recuerdo de la Iglesia la imagen del Jesús que vivió en la tierra. ¿Cómo podemos pensar al Cristo que vive cerca del Padre? ¿Cómo podemos imaginárnoslo? Desde luego, tal como vivía y obraba en la tierra. La imagen de Jesús se nos hace más accesible si él se nos presenta en un mundo que nosotros comprendemos, en el que nosotros vivimos: Lucas lo situó en el mundo griego...

Al paralítico le son perdonados los pecados. La palabra con que se declaraba el perdón lo causaba también, puesto que en Jesús obra la fuerza del Señor. Jesús le perdona cuando ve su fe. Los hombres habían puesto toda su esperanza en Jesús; creían que su proximidad causaría Ia curación del paralítico. Los particulares son incorporados a la comunidad; la comunidad los sostiene. Se aguardaba la curación del cuerpo, y se recibió la curación de los pecados. Según las ideas judías, la curación del cuerpo dependía de la purificación de la culpa. ¿Acaso pensaba Lucas en esto? Jesús cura todos los males del hombre. La enfermedad y los pecados.

21 Y los escribas y los fariseos comenzaron a pensar: Pero ¿quién es éste, que está diciendo blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios solo? Quien se arroga derechos de Dios, blasfema contra Dios.

Sólo Dios tiene el derecho y el poder de perdonar los pecados. El pecado se comete contra Dios; así también sólo el puede perdonarlo. El razonamiento era correcto. ¿Pero no habrían debido también considerar si Dios no puede conferir este poder a aquel a quien ha de conferir todo poder?

¿Quién es éste? La pregunta encierra ya la negativa. Es una pregunta despectiva. Este Jesús no puede tener el poder de perdonar pecados. No se plantea la cuestión de la misión de Jesús, y ni siquiera se piensa en la posibilidad de que Dios hubiera podido transmitir este poder a Jesús. La posición de los nazarenos reaparece en los fariseos y en los doctores de la ley. Sólo la fe en la misión divina puede reconocer a Jesús el poder de perdonar los pecados. La apariencia humana no debe ser obstáculo para esta fe.

22 Pero, conociendo Jesús los pensamientos de aquéllos, les respondió: ¿Qué es lo que estáis pensando en vuestro corazón? 23 ¿Qué es más fácil decir: Perdonados te son tus pecados, o decir: Levántate y anda? 24 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados -dijo al paralítico-: Yo te lo mando; levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Jesús tiene poder para perdonar los pecados. Dios le ha dado participación en su poder. Dios tiene el poder de conocer los corazones. Conoce las reflexiones de sus adversarios. Esto es poder divino. Tiene el poder de curar a los enfermos, que en este caso es lo más difícil, puesto que la curación puede comprobarse. El que puede lo más difícil, mejor podrá lo más fácil. Él tiene el poder de perdonar los pecados, porque es Hijo del hombre, al que Dios ha comunicado todo poder (Cf. Dan 7,13; Lc 10,22.). Jesús es profeta que tiene conocimiento de los corazones y poder para curar a los enfermos; pero es más que profeta, porque posee el poder de perdonar los pecados, porque es Hijo del hombre, al que se ha dado todo poder.

25 E inmediatamente se levantó delante de ellos, tomó el lecho en que había estado rendido y se marchó a su casa, glorificando a Dios. 26 Todos quedaron como fuera de sí y glorificaban a Dios, y llenos de temor exclamaban: ¡Hoy hemos visto cosas increíbles!

En las acciones del que ha sido curado se demuestra su alegría por la curación. Todo lo que hace va acompañado de la glorificación de Dios. La acción de Jesús se inspira siempre en la glorificación de su padre. «Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a término la obra que me habías encomendado que hiciera» (Jn 17,4).

Todos los testigos del milagro están impresionados hasta lo más hondo de su alma. Están fuera de sí, penetrados de temor, de asombro. También la emoción del alma suscita glorificación de Dios. Los grandes hechos de Dios en la historia de la salud van a parar en la glorificación de Dios. Dios se glorifica en ellos.

El día en que sucedió lo increíble, que rebasa todas las expectativas, aparece aquí como algo singular. ¿Qué día es este hoy? «Hoy ha experimentado la salvación todo el pueblo.» Hoy se ha realizado el pasaje de la Escritura relativo al salvador que está ungido con el Espíritu. Hoy ha sucedido algo increíble, inaudito. Se ha iniciado el tiempo de salvación. ¿Pero ve esto el pueblo?


c) Vocación de un publicano (/Lc/05/27-39)

27 Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, en su despacho de cobrador de impuestos, y le dijo: Sígueme. 28 Y éste, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

La narración de nuevos actos de poder vuelve a cerrarse con la vocación de un discípulo. Esta vez es el llamado un publicano. Estos eran odiados por su trato con los gentiles, por su arbitrariedad y su codicia. Se los tenía por pecadores públicos, a los que se debía evitar. Sin embargo, Jesús llama para discípulo suyo a uno de esos publicanos; lo llama a seguirle de su despacho, del ejercicio de su ocupación impura. Al paralítico pecador da Jesús la curación, al publicano pecador le da la vocación como discípulo. El pecado no es ya una barrera que se oponga a la salvación. El que aporta la salvación perdona los pecados a fin de que ésta pueda recibirse.

La mirada de Jesús y la palabra que llama son tan poderosas que el publicano abandona todo lo que posee, a lo que había servido hasta ahora y a lo que había sucumbido, y se hace discípulo de Jesús. El cambio radical de vida es consecuencia del llamamiento de Jesús.

29 Entonces Leví le dio un gran banquete en su casa; y asistía gran número de publicanos y otros más, que estaban a la mesa con ellos. 30 Los fariseos y sus escribas murmuraban y decían a los discípulos: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? 31 Y Jesús les contestó: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos; 32 no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan.

¿De qué espíritu deben estar penetrados los discípulos de Jesús? ¿Qué debe notarse en los apóstoles? ¿Qué en los cristianos que han percibido el llamamiento de Jesús? La mirada retrospectiva al tiempo de salvación que ocupa el punto medio de los tiempos, da a la Iglesia la orientación en su camino. En la divisoria entre la vida antigua y la nueva da Leví una gran recepción. El banquete se celebra en honor de Jesús. Están invitados Jesús, sus discípulos y los amigos de Leví: sus colegas y otros que tienen igualmente trato con publicanos. En las conversaciones que se tienen durante el banquete se ve cómo se ha de entender la condición de discípulo de Jesús. Lucas gusta de presentar a Jesús como invitado en el banquete (Lc 7,36ss; 13,38ss; 14,1ss; 19,1ss; 24,29ss). En la literatura griega se designan como symposion (conversación durante la comida) diálogos de profundo sentido. A Jesús se le sitúa en el mundo griego. Los Evangelios son historia, pero a la vez historia «deshistoricizada». En ellos habla a su comunidad el Señor exaltado. A través de lo único e irrepetible que tiene lugar en el tiempo reconoce la Iglesia lo que tiene vigencia para siempre y en todas partes.

Los fariseos y los escribas de espíritu farisaico murmuran. Sentarse a la mesa con pecadores, con gentes nada honorables, con transgresores de la ley es, a juicio de los fariseos, algo que viola el orden legal. Los fariseos, los íntegros querían conservar santo al pueblo apartándolo de todo lo que no es santo. Para esto les servía la rigurosa aplicación de las leyes de pureza. Lo que en la ley sólo obligaba a los sacerdotes en funciones, se extendió al pueblo entero. La misma finalidad persiguen los fariseos manteniéndose alejados de los pecadores públicos. Jesús sigue un camino diferente: no la exclusión y el alejamiento, sino la curación de lo que es pecaminoso. Por esto es necesario el trato en común con los pecadores. Jesús no excluye de la salvación a los pecadores, sino que va en su busca, no les impide que reciban la salvación, sino que se la ofrece y trata de ganarlos.

Jesús sigue el método del médico. Si un médico quisiera ocuparse de los sanos y apartarse de los enfermos, entonces no habría entendido su profesión. Lo mismo puede decirse de Jesús. Su misión es la de salvar, la curación de las dolencias del cuerpo, pero todavía más la salud mediante el perdón de los pecados. El tiempo de la salud es el tiempo de la misericordia con todos los pobres, los que están lastimados y abatidos. Ahora bien, el presupuesto para salvarse es la conversión. Jesús vino a llamar los pecadores a conversión.

La santificación de los discípulos no consiste en que se aparten de los pecadores, sino en ofrecer la salvación a todos, sean justos o pecadores, no en la preocupación llena de inquietud por la propia salvación, sino en el amor que se atreve a todo. La murmuración de los fariseos somete a crítica humana la acción de Dios en Jesús. Sus adversarios estiman el proceder de Jesús conforme a sus propios criterios. Desconocen que Jesús ha sido enviado por Dios, que ha venido a buscar y llamar a los pecadores, no a los justos. Sólo la fe en que Dios habla y obra en Jesús puede suprimir el escándalo. Porque Jesús obra en forma nueva, increíblemente paradójica. Los fariseos no pueden comprenderlo, porque no reconocen que con él se ha iniciado el tiempo de salvación.

33 Entonces le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración; igualmente también los de los fariseos. Pero los tuyos se lo pasan comiendo y bebiendo. 34 Entonces Jesús les respondió: ¿Acaso podéis obligar a que ayunen los invitados a bodas mientras el esposo está con ellos? 35 Tiempo llegará en que les será arrebatado el esposo, y entonces, en aquellos días, ayunarán.

Jesús y sus discípulos toman parte en banquetes. Los fariseos y los escribas ejercen crítica. Esta va en primer lugar contra los discípulos, pero en último término contra Jesús mismo. Los que se sienten responsables de la santidad del pueblo, Juan Bautista y los fariseos, ayunan con frecuencia y hacen oración. Estas dos cosas van de la mano. Los días de fiesta son días de oración; en efecto, el ayuno sirve de base a la oración. El ayuno empequeñece; Dios escucha a los menesterosos y a los pequeños. ¿Por qué no ayunan los discípulos de Jesús? ¿Por qué no se atiene Jesús a nuevos ayunos y a nuevas oraciones?

Los fariseos desconocen la importancia de la hora que acaba de sonar. Aquí hay algo nuevo. Esto nuevo vive conforme a reglas nuevas. Estamos en tiempo de boda: no va a convertirse en tiempo de ayuno... A nadie se le ocurre obligar a ayunar a los invitados a bodas... El tiempo de salvación que se ha iniciado, lo compara Jesús con tiempo de bodas y tiempo de alegría. Ha llegado el suspirado y apacible año del Señor. En este tiempo son más propios los banquetes que los ayunos.

Así pues, ¿no está en contradicción con este tiempo de alegría que ayunen los discípulos de Cristo y los cristianos? En aquellos días ayunarán. Los discípulos ayunan en memoria de la muerte del Señor. Cuando se les quite violentamente el esposo, entonces ayunarán en señal de luto. Cristo alude a su muerte violenta. En su calidad de Mesías es el esposo. En aquellos días ayunarán los discípulos, no sólo el día en que se les sea arrebatado Jesús, sino durante todo el tiempo en que ya no habite visiblemente entre ellos, en el tiempo que se extenderá desde la «elevación» de Jesús hasta su segunda manifestación. Este tiempo está marcado por la alegría, porque la salvación ha llegado ya. Pero al mismo tiempo está marcado por la tristeza, porque Jesús ya no está visiblemente presente, sino que es esperado.

En el comportamiento de los adversarios se deja notar ya que Jesús será arrebatado con violencia a sus discípulos. En un principio sus adversarios piensan desfavorablemente de él, luego lo critican abiertamente porque -dicen- está minando la devoción y la disciplina; en cuanto al futuro, aparece ya claro que Jesús será descartado con violencia. La repulsa comienza con pensamientos, luego pasa a las palabras para terminar en obras...

36 Les decía también una parábola: Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para echar un remiendo en un vestido viejo: en tal caso, rompería el nuevo, y al viejo no le iría bien el remiendo sacado del nuevo. 37 Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; en tal caso, el vino nuevo reventaría los odres y se derramaría, y los odres se echarían a perder. 38 Hay que echar el vino nuevo en odres nuevos. 39 Y nadie que haya probado el vino viejo quiere el nuevo; porque dice: El viejo es mejor.

¿Qué es lo que distingue a los discípulos de Jesús? Los fariseos y sus escribas pensaban que la renovación religiosa consistía en separarse rigurosamente de todo lo que es impuro, en nuevas prácticas religiosas: ayunos y oraciones. A las antiguas prácticas religiosas había que añadir otras nuevas. Jesús piensa de otra manera. Tales métodos no tienen valor. Esto se muestra gráficamente en la parábola del remiendo y del vino en los odres. Deben renovarse las actitudes interiores, no sólo las prácticas religiosas externas. Lo nuevo que anuncia Jesús no consiste simplemente en verter o en echar un remiendo de algo nuevo en lo viejo. Los tiempos mesiánicos son algo nuevo, nunca oído son un nuevo nacimiento, presuponen en el hombre vuelta atrás, conversión, modificación total del modo de pensar. Por ello no puede tratarse simplemente de añadir a lo antiguo algunas prescripciones y prácticas nuevas.

Los judíos están acostumbrados a lo antiguo, Jesús trae algo nuevo. Nadie que haya probado el vino viejo quiere el nuevo. La palabra de Jesús encierra una cierta melancolía. Nada es tan difícil como la verdadera conversión, la transformación interior. Lo antiguo es más cómodo. Jesús exige desprendimiento de uno mismo. Los discípulos lo abandonaron todo: éste es el distintivo de la verdadera condición de discípulo. El publicano lo hizo. El banquete que se celebra es ciertamente cosa más grande que el ayuno de los fariseos. Es despedida de lo antiguo y comienzo de lo absolutamente nuevo.