Lc 12, 49
¡Fuego he venido a traer a la
tierra!
El Señor manifiesta a sus
discípulos el celo apostólico que le consume:
Fuego he venido a traer a la
tierra, y ¿qué quiero sino que yo arda? (Lucas 12, 49) San Agustín, comentando
este pasaje del Evangelio de la Misa, enseña: "los hombres que creyeron en Él
comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad. Inflamados por el fuego
del Espíritu Santo, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su vez..."
Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el
> mundo con ese fuego de amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios
y purifique sus corazones. "El fuego que Jesús ha traído a la tierra es Él
mismo, es la Caridad: ese amor que no sólo une el alma a Dios, sino a las
almas entre sí" (CH. LUBICH, Meditaciones) Hoy es un buen día para considerar
en nuestra oración si nosotros propagamos a nuestro alrededor el fuego del
amor de Dios.
El apostolado en medio del mundo se propaga como un incendio. Cada cristiano
que viva su fe se convierte en un punto de ignición en medio de los suyos, en
el lugar de trabajo, entre sus amigos y conocidos... Pero esa capacidad sólo
es posible cuando se cumple en nosotros el consejo de San Pablo a los
cristianos: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús
(Filipenses 2, 5): esto nos lleva a pensar, mirar, sentir, obrar y reaccionar
como Él ante las gentes. Jesús se compadecía de los hombres: su amor era tan
grande que no se dio por satisfecho hasta entregar su vida en la Cruz.
Este amor ha de llenar nuestro
corazón: entonces nos compadeceremos de todos aquellos que andan alejados del
Señor y procuraremos ponernos a su lado para que, con la ayuda de la gracia,
conozcan al Maestro. Todas las almas interesan al Señor. Cada una de ellas le
ha costado el precio de su Sangre. Imitando al Señor, ninguna alma nos debe
ser indiferente.
Después de cada encuentro único
que tenemos con el Señor en la Santa Misa, nos ocurrirá como aquellos hombres
y mujeres que fueron curados de sus enfermedades en algún lugar de Palestina:
no cesaban de pregonar por todas partes las maravillas que el Maestro había
obrado en su alma o en su cuerpo.
Cada encuentro con el Señor
lleva esa alegría y a la necesidad de comunicar a los demás ese tesoro. Así
propagaremos un incendio de paz y de amor que nadie podrá detener. Y también,
llenos de gozo, podremos repetir muy dentro del corazón: He venido a traer
fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Es el fuego del amor divino,
que trae la paz y la felicidad a las almas, a la familia, a la sociedad
entera.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre