PRIMERA CARTA DE JUAN

La ocasión del escrito fue una circunstancia concreta. La comunidad eclesial se halla dividida por obra de unos embusteros que tratan de seducir a los fieles: "Muchos anticristos han aparecido... Salieron de entre nosotros" (2, 18-19). Es bastante fácil reconocer en ellos a adeptos del gnosticismo, es decir, de un doctrina que se considera superior y que pretende conocer a Dios sin pasar por la mediación de la encarnación: "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?". Para los gnósticos, Jesús no puede ser el "Cristo celestial"; a lo más, estuvo habitado por éste desde su bautismo hasta la pasión, exclusivamente. En cualquier hipótesis, el conocimiento de Dios (la gnosis) es, entonces, una visión directa que nada tiene en común con las realidades terrenas y carnales. El gnóstico posee la verdad superior, y en esto se opone a la fe de la comunidad eclesial, fundada en el reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios. De hecho, el gnosticismo fue el primer ataque a la cristología naciente, pero a la vez planteaba la cuestión radical de la fe: ¿cómo conocer a Dios?; o, formulado a la inversa, ¿cómo se revela Dios? ¿Qué responde el apóstol? Su epístola, probablemente destinada a todas las Iglesias de Asia Menor, no pretende hacer una refutación doctrinal de la herejía. Es más bien un consuelo que se proporciona a los fieles y una afirmación nítida de la verdad auténtica. Si en esta carta afluyen las afirmaciones fundamentales de la fe, apenas se las justifica: más bien se las repite indefinidamente. Sin embargo, la preocupación de prevenir a la Iglesia contra el gnosticismo condujo al autor a poner de relieve una serie de verdades nunca afirmadas con tanta claridad y fuerza hasta entonces en el Nuevo Testamento. Nos hallamos ante una de las cumbres de la revelación cristiana, fruto de la reflexión de la joven comunidad sobre el realismo de la encarnación y sobre la cuestión propiamente teológica del conocimiento de Dios. "Todo el que ama conoce a Dios" (4, 7): ésta es la extraordinaria relación entre el amor y el conocimiento, porque "Dios es amor" (4, 8). "Si alguien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios" (4,15): ésta es la relación tan prodigiosa entre la fe cristológica y la vida en Dios. Y este doble criterio constituye uno solo, puesto que "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (4, 9); y también: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (4, 16). Fe y amor son el único camino que nos lleva al conocimiento de Dios. Los gnósticos, al negar a Cristo Jesús y dividir a la comunidad, carecen de toda pretensión válida para conocer a Dios. Ahora hay que captar la manera de avanzar que tiene el autor, su estilo. Podríamos intentar verlo con claridad distinguiendo diversos estratos torpemente ensamblados, aunque en realidad no es forzoso apelar a tal recurso, porque la epístola presenta una unidad literaria real.

Más vale captar cómo el autor avanza por medio de espirales, haciendo reiteradamente unas mismas preguntas e iluminándolas con nueva luz cada vez.

Hay una frase-clave importante: "En esto conocemos... Nosotros sabemos...". Se trata de proporcionar a los fieles unos criterios de "verdad" para que los opongan a las pretensiones de la gnosis.

Por ejemplo: "En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu (todo profeta) que confiesa a Jesucristo, venido en la carne, es de Dios, y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios" (4, 2-3). O también: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (3, 14).

Según el análisis propuesto por la Traducción Ecuménica de la Biblia, el autor volvería por tres veces sobre este asunto de los criterios. ¿Cómo sabemos que estamos "en comunión con Dios"? Una primera explicación (1, 5-2, 28) se articula en torno al tema de la luz. "Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad" (1, 5-6). Una segunda explicación (2, 29-4,6) describe la comunión con Dios en términos de filiación: "En esto queda claro quiénes son los hijos de Dios: quien no ama a su hermano no es de Dios" (3, 10).

Tercera explicación (4, 7-5, 12): la comunión con Dios es participación en la vida misma de Dios. Quizá se trate aquí no tanto de criterios cuanto de poner de relieve el fondo de la vida cristiana: "Dios es Amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (4, 16).

(_DIOS-CADA-DIA/2.Pág. 76 s.)