J. MÁS BAYÉS

COMENTARIOS AL LIBRO DE JOB

 

LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
 de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD
MADRID-1981

 

CR/DLO/SGTO SGTO/CZ:
Job: un libro que responde a algunas de nuestras preguntas más
fundamentales, más existenciales; Job es la rebeldía contra la
injusticia del sufrimiento y del silencio de Dios.
Sí, Job es el hombre que se rebela contra Dios. No puede ni
resignarse a la injusticia que se comete con él ni hacerse ateo.
Job es el que protesta contra Dios. Durante una semana vamos a
sumergirnos en la prueba de la fe. Porque el libro de Job no es más
que una parábola que llega directamente al corazón; nos habla de un
hombre a vueltas con su Dios. Desconcertado en su vida, hundido por
tantos sufrimientos, Job emprende el combate de la fe. Como su
antepasado Jacob; como Jesús, a quien prefigura. Es la prueba del
hombre, tratado por Dios como un enemigo, que apela a Dios contra
Dios.
Ser discípulo es una prueba. El que ha escuchado la llamada del
Señor se ve marcado por una herida que nada podrá hacer olvidar.
Como Jacob, el creyente se ha quedado cojo para toda la vida. El
Evangelio toma cuerpo cuando Jesús sube a Jerusalén. Así lo ha
querido especialmente el evangelista Lucas. La fe nace a lo largo de
ese camino de la cruz, en ese largo debate entre el poder de las
tinieblas, que se despliega con toda su fuerza, y la humilde plegaria
del servidor: "¿A quién iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida
eterna" ¿Quién despertará a la fe sino aquel que se pone a seguir a
Jesús y le dice: "Yo sé que está vivo mi Vengador y que al final se
alzará sobre el polvo. Después que me arranquen la piel, ya sin carne,
veré a Dios" (Jb 19, 25)? Misterio oculto a los sabios, pero revelado a
los pequeños que sólo saben invocar con estas torpes palabras: "Oh,
Dios, no nos dejes caer en la tentación". Misterio cumplido en la
sangre derramada del Siervo del Señor: "Dios colmará de bienes a los
hambrientos".
(Pág. 285)
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2/01-13
El drama de Job continúa. El autor no perdona nada. Habrá que ver
hasta dónde puede llegar la virtud. Todavía le quedan armas al
tentador, y Dios no le prohíbe llegar hasta el fin. El drama es
desgarrador, porque Job sigue con vida, pero ya no le queda
absolutamente nada. Su propia esposa, lejos de comprenderlo, lo
acusa; sus amigos comienzan por apiadarse de él para terminar
también acusándolo.
En la respuesta de Satán a Dios hay algo más que sabiduría
popular: «¡Piel por piel!». Por la vida arriesga uno la vida, decimos;
pero, para los antiguos, cualquier enfermedad era signo de pecado.
La situación de Job, más que la del poderoso caído es la de un
hombre que hasta ahora se había granjeado el respeto de todos y
ahora se ve reducido a la condición más miserable. Miserable no tanto
por falta de dinero cuanto por verse privado de la consideración y la
estima. Está sentado en la ceniza, lejos del pueblo apartado de las
personas y los únicos que van a verle le acusan. Hemos llegado hasta
el fin; hoy diríamos que se trata de una situación limite.
Interesa, pues, la reacción de Job, que por el momento se mantiene
en la narración tradicional, polémica ya, pero sin alcanzar la altura del
cuerpo del libro.
Se comienza a hablar de la actuación de Dios, y advertimos que el
relato moral irá a más, se convertirá en una teología. La pregunta
radical seria: ¿quién es este Dios que puede tratar así al hombre? El
autor no cede, pues, a los esquemas demasiado simples que no
describen a un Dios paternalista de dimensiones excesivamente
humanas, cuya actuación nos es dado conocer en cualquier momento.
La gran prueba de Job, el símbolo que comentábamos en la perícopa
anterior, es que sigue creyendo en ese Dios, aunque más tarde
reconocerá que lo supera por completo y que no puede atreverse a
juzgar sus actos.
El hombre que ha perdido todo, incluso sus amigos, la salud y la
consideración de hombre honrado, puede todavía hablar con Dios y
considerarlo plenamente como padre.
(Pág. 268 s.)
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4/01-21
Entran en escena los amigos de Job. Primero, el más viejo, el que
conoce más a fondo la vida.
Cada amigo presenta en sus discursos unas características propias.
Elifaz es prudente, juicioso, discreto. Parece que le da miedo hablar.
Por eso trata de las visiones nocturnas como si hubiese recibido una
revelación y se viera obligado a manifestarla. Pero en realidad se
defiende a sí mismo.
El autor de Job es un disidente, alguien que ha visto claramente la
gran acomodación que existe en la llamada doctrina tradicional. Por
ello critica al defensor de la tradición que, valiéndose de ella, pretende
justificar su situación privilegiada. Critica al que no ha experimentado
en su propia carne cuán desgarrador es el drama de Job, al que
desconoce el dolor, la ignominia, la miseria y, sin embargo, da a los
demás explicaciones que no satisfacen del todo, ya que lo que busca
en el fondo es justificarse a sí mismo. Por eso no comprende ni la
situación de Job, del todo inocente, ni la actuación de Dios.
Aquí tenemos el primer testimonio sobre una caída de los ángeles.
Pero el argumento de Elifaz no es éste; el argumento es que ante Dios
no existe nadie suficientemente puro. Con todo si el argumento es
cierto, no lo es la explicación que lo acompaña. En el fondo hay una
condena de Job, porque Elifaz piensa que si a él no le ha sucedido lo
mismo es porque es justo. Y no se da cuenta de la endeblez de su
razonamiento: también él podría encontrarse en la situación de Job.
La virtud de Elifaz es dudosa: quiere el bien, pero por interés. Es la
doctrina de los bienpensantes. Además, los lamentos de Job lo
atemorizan, son demasiado fuertes para él: un hombre de bien no
debería hablar así. Aun cuando Elifaz habla con delicadeza, deja
traslucir la tesitura de un hombre persuadido de que el justo merece
buen trato. A partir de aquí se puede filosofar e incluso hacer
teología, pero el resultado es una caricatura de Dios. En el capítulo de
hoy se empieza a discutir el concepto de Dios, pero a partir de una
doctrina que Job echará por tierra: según los amigos de Job, el justo
no puede sufrir.
(Pág. 298 s.)
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5/01-27
Sigue hablando Elifaz. En realidad es un sabio. De eso no cabe
duda. Pero el libro de Job es el de un pensador que pone a prueba la
sabiduría humana. Aquí el autor introduce, como la Summa de santo
Tomás, un videtur quod non. Sabe muy bien qué tesis pretende
probar, pero se muestra muy respetuoso con las opiniones contrarias.
¡Hasta el punto de que corrobora sus argumentos!
Elifaz habla como un verdadero sabio y llega a emplear el recurso
clásico de un proverbio numérico: "De seis peligros te salva, y al
séptimo no sufrirás ningún mal" (v 19). Habla basándose en su
reflexión, en la experiencia («todo esto lo hemos indagado y es
cierto»: v 27) y en la tradición («lo he oído»: v 27). Parece que a Job
no le quedan argumentos. Se respeta hasta el límite la opinión
contraria.
CON-D D/DESCONCERTANTE D/SORPRENDENTE: Más adelante
se advierte el difícil camino de Job para refutar semejantes palabras.
De momento, anotemos sólo su endeblez. Elifaz parece adoptar la
postura de un calvinista rígido. Es una tentación constante. El sentido
último del proverbio numérico es que la piedad hacia Dios representa
una buena inversión. Ser rico demuestra que Dios nos ama. Aquí la
moral se convierte en teología, pero rebajando el concepto de Dios. A
Job le corresponderá una tarea más difícil, aunque, en el fondo, más
elemental. Pretender escrutar el proceder de Dios es una osadía. Los
sabios confían en la sabiduría. Elifaz sabe la lección. Job le contestará
que conoce esa sabiduría, pero que la vida y, sobre todo, Dios están
por encima de ella y la desbordan. Job tiene la osadía de desafiar la
experiencia humana y toda la tradición. Y lo admirable es que está en
lo cierto. Elifaz contentaría a los fariseos. Job tiene una experiencia
más profunda y, sobre todo, una fe en un Dios misterioso y
desconcertante que no se deja encerrar en esquemas mentales. El
Dios de Elifaz es una caricatura: parece que el pobre y el desvalido no
tienen buenas relaciones con Dios. La teología de Elifaz es clasista,
como toda teología falsa. Y eso no lo acepta el autor de Job.
(Pág. 299 s.)
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6/01-30
Parece que Job debe defenderse. En la teología de Elifaz, de la que
hemos hablado en el comentario anterior, sólo cabe una conclusión:
Job es culpable o insensato. Pero Job responde con diversas
imágenes de la vida. Busca una explicación a su dolor ya que no
acepta la de su amigo. Diríase que pide la muerte pero no la quiere,
pues en este caso no habría causa y daría la razón a los otros.
A Job le sucede, como ha sucedido siempre, que sus amigos
tropiezan con grandes dificultades para aceptar que sus ideas pueden
no ser exactas. A un disidente no se le hace caso; es más sencillo no
discutir, porque eso exige -vicio capital- escuchar y comprender las
ideas de otro si discrepan de las nuestras. Hoy se habla del diálogo, y
todos conocemos las dificultades que presenta. Job no tiene más
remedio que gritar para que le escuchen. El autor posee una ironía
muy fina porque también él ha experimentado la indiferencia y el
desprecio de los maestros de la doctrina tradicional, que no
escuchaban sus críticas. Es doloroso ser acusado de culpable cuando
se tiene la certeza de ser inocente. Es triste constatar que los amigos
no hacen caso en un momento cruel.
Job no logrará la respuesta definitiva. El personaje Job es símbolo
de muchas cosas en nuestro mundo, entre otras, del arte del diálogo.
Y no se trata de un diálogo socrático, donde los amigos dicen casi
siempre que no tiene razón, sino de un diálogo entablado a partir de
posiciones no coincidentes. Refugiarse en la tradición puede ser
inadecuado, y lo peor que puede ocurrir es pensar que ya se sabe
todo de antemano y que es posible resolver una situación nueva con
un recurso arcaico.
Job los acusa de falta de caridad porque no saben aceptar una
discusión honesta. Antes de escucharlo ya tienen la solución del caso.
Esto es una falta de caridad y de sindéresis. La esperanza de Job se
parece a la de Abrahán cuando todos los signos le son absolutamente
adversos. Los amigos le acusan. Parece que Dios no lo escucha.
¿Hacia dónde dirigirá sus pasos?
Su fe no desfallece. Ahí reside su grandeza.
(Pág. 268 s.)
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11/01-20
Tras el violento discurso de Job toma la palabra Sofar, el más joven
de los tres amigos, y el más grosero de todos. Casi llega a injuriar a
Job.
Por otra parte, no añade gran cosa a la conversación, puesto que
se limita a repetir los argumentos de este primer ciclo de discursos y
no tiene la agudeza de Elifaz ni la poesía de Bildad.
Pero nos da una muestra muy clara de lo que es la sabiduría miope
que los hombres aprenden y recitan de memoria sin meditarla. Si él
afirma la magnitud de la sabiduría de Dios, de ello se infiere que en el
proceder de Dios hay cosas que nosotros no podemos conocer. Y
obra precisamente en sentido contrario. ¡Un evidente sofisma! Su
argumentación es viciosa, porque dice: la sabiduría de Dios es
inescrutable; por consiguiente, tienes que obrar así. Queda claro que
el argumento es defectuoso.
Con todo, no deja de manifestar conocimientos y explica con cierta
poesía la grandeza de Dios, pero vuelve de continuo a lo mismo y no
acepta una revisión de sus conclusiones.Para que sean válidas, Job
tiene que ser culpable. Su piedad es, además tan interesada como la
de Elifaz. La conversión que pide es para pasarlo bien. «Y vivirás
confiado» (18) es la frase que mejor refleja su pensamiento. ¡Curiosa
piedad la de quien necesita salud y bolsillos repletos para sentirse
amigo de Dios!
Pero él es joven todavía y no puede aceptar ninguna duda sobre
esta conclusión. Job tiene que ser culpable a la fuerza, de lo contrario,
él, Sofar, corre el peligro de perder la seguridad en sí mismo.
Y, curiosamente, la necesidad de sentirse seguro frente a los
demás le da pie a insultar a Job, porque los argumentos que el
sufriente esgrime le ponen en grave aprieto. Y su necesidad de
sentirse seguro ante Dios es el motivo de las alabanzas que tributa a
su sabiduría, pero entendida según ahora mismo comentábamos.
Curiosa psicología la de Sofar, pero, desgraciadamente, harto
repetida.
(Pág. 301 s.)
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12/01-25
El texto de hoy es uno de los más violentos contra la antigua
sabiduría. Los amigos de Job han basado sus argumentos en la
tradición; pero Job los ha puesto en tela de juicio. En primer lugar
reivindica también para sí el privilegio de la experiencia. En este
aspecto son, pues, iguales y los argumentos de los amigos han de
confrontarse con los de Job.
Ellos han manifestado que conocían los procedimientos de Dios y
han invocado la experiencia. Job reconoce la valía de dicha
experiencia y, con una ironía sarcástica, pone ante sus ojos otra
lección, muy contraria a la de ellos, que es posible deducir analizando
la historia, incluso la del pueblo escogido.
Su argumento es más completo que el de sus amigos. Si ellos
elogian la sabiduría divina presente en el transcurso de la historia, Job
se mofa de ellos dándoles a entender que se puede hacer un
recorrido por ella y acusar de injusta la sabiduría de Dios, siempre
que se tenga en cuenta el punto de vista de los amigos, según el cual
ser justo ante Dios lleva inexorablemente a la felicidad y, por tanto, la
felicidad es la prueba de la amistad con Dios.
Job no cita a nadie, pero enumera como testimonios una serie de
personajes -fácilmente reconocibles en el pueblo de Israel- cuya
suerte no coincide con lo que los amigos dicen y cuyo infortunio, a
tenor de tal tesis, debería imputarse a Dios. Tenemos al rey que
pierde su trono y cae prisionero, a los jueces que pierden la cordura,
a los sacerdotes que, además de perder sus vestiduras cultuales, se
ven obligados a caminar desnudos, a los nobles sumergidos en el
desprecio, a las naciones y los pueblos que se levantan y se hunden.
Es un panorama saturado de anomalías que pone en entredicho la
doctrina tradicional que cree haber descubierto la conducta de Dios
en la historia.
El autor es genial y desea llegar hasta el último fondo. Si se nos
antoja demasiado satírico es porque aspira a demostrarnos el punto
flaco de una sabiduría excesivamente interesada.
(Pág. 302 s.)
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13/13-28
14/01-06
Job ha discutido contra sus amigos; los argumentos que aducían no
sirven para nada. Sigamos adelante. Considera que se arriesga a
todo; así, en el v 13 formula unas locuciones proverbiales cuyo
significado es jugarse la vida. Por tanto, no podemos dudar de su
osadía. Los amigos están ya fuera de combate; ahora se atreve a
enfrentarse con Dios. Poco importa que nadie se haya arriesgado a
comparecer ante su presencia: el conflicto es mucho más grande y
universal, lo que hoy llamaríamos un «caso límite». La sabiduría
humana está vencida, pero en la fe de Job no hay desesperación,
puede recurrir a Dios y pedirle una respuesta: su vida está en sus
manos y quisiera comprender. El fondo del drama se le escapa, y no
puede aceptar una doctrina que sólo sirve para los satisfechos.
Una idea presente siempre en Job es la de su inocencia. Si Job
fuera culpable no habría drama. Por esto el autor se sirve de una
narración popular ya conocida por el pueblo: la inocencia de Job es
un axioma. Y Job no se queja sólo porque sufre, sino también porque
no acierta a ver la causa de su sufrimiento. Es pavoroso: un hombre
se encara con Dios y se declara limpio de pecado. Pero ahí reside
precisamente el drama del personaje: Job es inocente y, sin embargo,
sufre.
Por otra parte, tampoco comprende cómo un hombre puede tener
tanta importancia ante Dios: ¿seria más dichoso si Dios no se
preocupara tanto de él? Eso parece decir, aunque al final afirma lo
contrario; ello obedece a que desconoce aún la pedagogía divina.
A partir del capítulo 14, la doctrina se generaliza y ataca a fondo la
tesis de los amigos. Es inútil: el hombre que vive en la tierra nunca
será completamente feliz. La vida es breve y se esfuma como una
sombra. No hay felicidad duradera. Es más: si Dios pide cuentas de
todo, la condición del hombre es tal que no cabría esperar sino el
castigo. No le es dado alcanzar el grado de perfección que Dios
espera de él. Su suerte es desesperada. Comparado con un árbol, el
hombre sale perdiendo. Es la tesis del Qohélet.
(Pág. 303 s.)
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18/01-21
Entra en escena Bildad, que ya había hablado antes, en un primer
ciclo de discursos. Hagamos algunas observaciones. Bildad es el
amigo de la razón; de la razón humana, se entiende. Es más irónico
que Elifaz y más poeta, aunque va directamente a lo esencial. Toma
las imágenes de su propia vida, le gusta la naturaleza, pero, a
diferencia de Elifaz, no capta sus matices.
Ve perfectamente que Job desprecia su sabiduría y, en lugar de
recurrir a otro camino, trata de demostrar que la razón está con ellos.
Es claro que, para que su tesis sea válida, Job no puede ser inocente;
así, pues, continúa demostrando la suerte de los malos. Parece que
aunando la poesía con su postura ésta adquirirá valor. Es el caso del
defensor de una causa perdida, que cree que sus cualidades
oratorias darán fuerza a unos argumentos definitivamente
invalidados.
Por otra parte ataca a Job sin piedad, pero sus golpes se pierden
siempre en el vacío. Si Job fuese pecador, el drama carecería de
sentido Bildad no lo cree así, y nada de lo que dice hace al caso. Lo
que hace es justificar su conducta por su vida.
Evidentemente, las palabras de Bildad tuvieron que herir a Job en lo
más hondo de su ser: «La luz del malvado se apaga y no brilla la llama
de su hogar... sin prole ni descendencia entre su pueblo, sin un
superviviente en su territorio. De su destino se espantan los del
poniente y los del levante se horrorizan» (vv 5.19-20). Es cierto que,
en la antigüedad y en nuestros días, los del poniente y los del levante
atacan a los impíos.... pero todo eso es soslayar el problema.
Así, pues, ni la razón, adulterada por la defensa de sí mismo, ni la
poesía, grandiosa pero equivocada, de Bildad, aportan nada nuevo a
la polémica.
Job les responderá, pero con tremenda dificultad, porque es a todas
luces enojoso tener que pleitear a favor de la inocencia propia. Si Job
obra de este modo es porque no sólo está en litigio su vida, sino
también el proceder de Dios, de quien los amigos de Job tienen un
concepto que raya en la mezquindad.
Dios dará la razón a Job, puesto que él tiene de Dios una idea
mucho más elevada que sus amigos calvinistas.
(Pág. 304 s.)
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22/01-3O
Vuelve a hablar Elifaz, el anciano egoísta y satisfecho, y lo hace con
una curiosa mezcla de conceptos. Lo que le preocupa es mantener su
tesis, que, según parece, le ha proporcionado grandes beneficios
hasta su avanzada edad.
Intenta, una vez más, convencer a Job y, para ello, llega a adulterar
su concepto de Dios. Ahora parece que habla un deísta, un
representante de una religión intelectualista en la que Dios no se
preocupa del hombre. Dios, dice Elifaz, no necesita a nadie, como se
desprende de la analogía del sabio de este mundo, por tanto, no se
interesa por los actos de los hombres. Pero Elifaz abandona ese
camino, ya que chocaría con la tesis de siempre. Así, retorna a la tesis
tradicional, pero de una manera sorprendente. Ahora, cosa rara en la
argumentación, da la impresión de conocer a fondo las culpas de Job,
y las enumera una por una. Pero incurriendo en una nueva
contradicción, insiste en que Dios está por encima de las nubes y no
se entera de lo que ocurre en la tierra.
Luego prosigue con dos argumentos que, una vez más, parecen
contradecirse. Presenta a Dios como abogado de los ricos o, según la
concepción de Elifaz, de los justos y, al mismo tiempo, como abogado
de los pobres, cosa extraña en la misma tesis.
Algunos cambian los vv 24-25 para hacer la tesis de Elifaz más
religiosa, ya que el v 29 preludia el Magnificat diciendo que «Dios
humilla a los arrogantes y salva a los que se humillan". Pero el
razonamiento de Elifaz es endeble, hasta el extremo de que incurre en
las contradicciones señaladas.
Elifaz es una especie de estoico, y en estos versículos hay algo que
recuerda a Séneca: «Dios no tiene necesidad de nadie, como el
sabio». En esto se muestra piadoso, pero se considera rico, honrado
de todos; tiene cuanto necesita, es rico en razón no precisamente de
sus conocimientos, sino de los bienes materiales. Entonces es justo,
paternalista, y la piedad acaba siendo una buena inversión.
Job cree que todo eso es hipocresía, y cuando contesta ignora tales
argumentos.
(Pág. 306 s.)
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23/01-17
24/01-12
Job tiene que responder a Elifaz, pero no lo hace directamente.
Además, Elifaz se contradice; por tanto, es inútil seguir su
razonamiento. Es cierto que al fin los argumentos de Elifaz recibirán
una respuesta, pero será de gran estilo, no una refutación minuciosa
de sus palabras.
Job no cree posible entenderse con sus amigos, es decir, con la
sabiduría tradicional. No le queda otro recurso que buscar la
respuesta de Dios, con él quiere entablar un juicio.
Su situación desesperada parece dar la razón a quienes creen,
como Elifaz, que las nubes impiden a Dios ver la tierra. Aquí se nos
muestra la profundidad de la fe de Job, antes sólo esbozada. En los vv
25-27 del capítulo 19, Job manifiesta su confianza en que Dios le
concederá ver el triunfo de su causa; aquí aparece una teología más
elevada: no se trata de saber si el hombre es justo, sino de conocer si
lo es Dios, y Job cree firmemente en la justicia de Dios pese a que, si
hiciera caso a Elifaz, debería creer que no lo es. Si Job es inocente y
tiene que sufrir tanto, es que Dios no retribuye con justicia. Esa es la
respuesta de Elifaz. Pero ahora es Dios quien se halla sometido a
juicio. En el mundo no andan bien las cosas y hay injusticias; ¿qué
hace, pues, Dios? Job cree que Dios es justo. ¡Tremenda prueba para
un hombre del AT! Dios lo probará como al oro para aumentar sus
quilates.
Job dice que no hay justicia en el mundo; los ricos no son justos
(24,2-4). Esto se opone a la tesis de los amigos. Y los justos sufren.
La justicia de Dios debe de ser más misteriosa.
Los vv 4-12 enumeran las calamidades que rodean la vida de los
pobres; a través de esos ejemplos se nos muestra la doctrina del
autor. Elifaz y Bildad se verán obligados a admitir que se equivocan.
Por ser más realista, Job demuestra ser mejor teólogo. La historia ha
sido siempre una buena fuente para la teología. Es en la historia
donde descubrimos la actuación de Dios.
(Pág. 307 s.)
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28/01-28
El poema que hemos leído empieza hablando de los esfuerzos que
hace el hombre para buscar el oro o las piedras preciosas. Sólo con
esto prueba que conoce muy a fondo toda la gama de sacrificios que
comporta la vida de los mineros, sobre todo los de la antigüedad, que
solían ser esclavos.
También Jesús habla de un tesoro escondido y lo compara con el
reino de Dios: "El reino de los cielos es semejante a un tesoro
escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a
esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el
campo aquél. El reino de los cielos se parece también a un mercader
que buscaba perlas finas...» (Mt 13, 44-46). El texto de Job es
semejante a este pasaje.
La conclusión podría ser que todo lo precioso cuesta mucho y está
oculto y sólo se adquiere con gran esfuerzo. Es una crítica a los
amigos, que se creen dueños de la sabiduría.
A partir de aquí el autor hace un elogio de la sabiduría. No la
considera una ciencia práctica: el arte de saber vivir. Va más allá:
quiere investigar la sabiduría que conoce las leyes del mundo.
Salomón no pedía cualquier cosa cuando pidió la sabiduría. Aquí
parece que Job se olvida de su dolor y nos ofrece sus conocimientos
sobre todo lo que existe en el mundo. Pero ni el oro, ni la plata, ni las
piedras preciosas son suficientes para comprar la sabiduría. No hay
nada comparable a ella.
Job no es intelectualista, sino crudamente realista: no ignora nada
de lo que los hombres hacen en la tierra. Pero conviene que de
cuando en cuando surja un intelectual que elogie la sabiduría y
ensalce sus virtudes. No es un pragmatismo sin contenido lo que
explica la vida humana y la conduce a Dios. Dios es el padre de todos
y el que posee de verdad la sabiduría; buscarla, pues, es un estímulo
que nos lleva a Dios.
(Pág. 308 s.)
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29/01-10
30/01
30/09-23
Job responde al último discurso de Sofar y supera lo que han dicho
hasta ahora todos los amigos. Parece que no los escucha porque se
limitan a repetir las mismas palabras... Ahora Job no quiere tener otro
interlocutor que Dios. Es un gran acto de fe y, a la vez, una confesión
de que la sabiduría tradicional no sirve para explicar la vida.
En un comentario anterior hemos dicho que el autor de Job es un
intelectual. Pero es un intelectual que no se siente satisfecho con su
sabiduría. Sin embargo, hace una cosa muy importante: sabe ver los
problemas y plantear las cuestiones.
Job evoca su pasado con añoranza. En su evocación hay patetismo
y poesía. Cuando recuerda su pasado no hace otra cosa que evocar
la justicia de Dios, su benevolencia, los tiempos en que se sentía feliz
bajo la protección de Dios y colmado de sus bendiciones.
Entre las bendiciones de Dios enumera en primer lugar la de los
hijos. Después alude a la riqueza: «Lavaba mis pies en leche y la roca
me daba ríos de aceite» (29,6).
Una de las grandes pérdidas de Job fue la de su categoría social.
Había sido un personaje muy solicitado, a quien escuchaban las
gentes. En los pueblos orientales, tales personajes ejercían incluso
una función política. Tras rememorar aquellos tiempos, Job enumera
las miserias que lo envuelven. Hasta los niños se mofan de él. Al final
habla de su enfermedad, de su piel ennegrecida, de que vive con los
chacales. Dios ha hecho todo esto. Job no encuentra sosiego ni de
día ni de noche, se halla siempre a merced del viento.
Lo que más le aflige a Job es que precisamente él sea tratado así.
La intensidad del drama aumenta por el hecho de estar escrito en
primera persona.
(Pág. 309 s.)
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32/01-06
33/01-22
Elihú es sin duda un tradicionalista convencido de que es necesario
volver a la tradición, tan malparada en los argumentos de Job, para
encontrar una respuesta. Al parecer, no cae en la cuenta de que los
ataques de Job van dirigidos contra la forma en que los "sabios"
manipulan el concepto de Dios para justificar su propia vida. Es el
problema de siempre. Parece que, en el plano puramente teológico,
todos estarían de acuerdo. En lo que no puede haber acuerdo es en
la aplicación que creen poder hacer del concepto de Dios. Son el polo
opuesto a los deístas, y caen en el otro extremo. Se imaginan que
siempre saben cómo y cuál ha de ser la acción de Dios. Esa es su
equivocación.
Elihú es más joven; parece como si hubiera estado escuchando sin
decir nada porque los otros le prohibían hablar. Pero ahora que éstos
guardan silencio ya, Elihú cree que puede aducir argumentos
nuevos.
Si, como parece, los discursos de Elihú son una adición posterior,
representan la voz de la tradición, de la antigua escuela, que aduce
nuevos argumentos. Y en cierto modo los proporciona. Job se ha
quejado de sus pesadillas y visiones nocturnas; Elihú le declara que
es ahí donde le habla Dios y lo previene para que no muera y vaya al
sheol.
Es de notar la obstinación, tanto de los tres amigos como de Elihú,
en creer que siempre pueden interpretar lo que pasa y ver ahí la
voluntad e incluso el pensamiento de Dios.
Elihú dice que Dios es más grande que el hombre; sin embargo, no
quiere admitir que se le escape el cómo y el porqué de la conducta
divina. Y eso es lo que el autor de Job quiere inculcar al lector: que
existe una noción de Dios más elevada que la de los sabios, que es
una pretensión querer conocer siempre el proceder de Dios.
(Pág. 310 s.)