CAPÍTULO 15


II. PROBLEMAS DE LA MISIÓN DE LOS GENTILES (15,1-35).

1. ORIGEN DE LOS PROBLEMAS EN ANTIOQUÍA (Hch/15/01-02).

1 Algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis según la costumbre de Moisés, no podréis salvaros. 2 Y tras un enfrentamiento y altercado no pequeño por parte de Pablo y de Bernabé contra ellos decidieron que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre dicha controversia.

Lo que se dice en estas líneas y lo que se comunica en los fragmentos siguientes, se refiere a un hecho de verdadera transcendencia para la Iglesia universal. Si se consideran las cosas sólo superficialmente, puede parecer que se trata de un asunto vinculado a la época, de algo lejano para nosotros. En cambio, quien pondere las razones y motivos más profundos, no podrá menos de ver que entonces se fijó en forma decisiva la esencia y la estructura de la Iglesia de Cristo. El relato de 15,1-35, así enfocado, puede considerarse como uno de los puntos culminantes del libro entero, aunque -como lo dijimos ya en la introducción- no depende de él la estructura literaria de los Hechos de los apóstoles. En realidad, la cuestión que entonces se ventilaba no era totalmente nueva. Ya en relación con el bautismo del centurión Cornelio se habían dejado oír críticas (11,1s), aunque éstas se referían más bien, en primer lugar, a la comunidad de mesa de Pedro con «incircuncisos». Según 11,18, Pedro logró acallar las críticas. También al surgir la primera comunidad judeocristiana en Antioquía debió de suscitarse la cuestión de si los gentiles pasados al cristianismo debían atenerse a las prescripciones legales de los judíos, y según 11,23ss y seguramente también según Gál 2,12, se aceptó sin contradicción que los nuevos cristianos se preocuparan poco de las observancias judías. Bernabé, y con él Saulo (11,25s), parecen no sólo haber aprobado esto, sino incluso haberlo apoyado.

El que ahora, de repente, estalle el conflicto en toda su crudeza, depende probablemente de la circunstancia de que por un lado, con la provechosa labor misionera de Bernabé y de Pablo, los paganos afluyeran a la Iglesia en número considerablemente mayor, y por otro, el grupo de los judeocristianos de orientación farisea adquiriera cada vez más cohesión y en la misión independiente de la ley viera una traición a la sagrada tradición de Israel. Hay gran peligro de considerar este grupo como una oposición malintencionada. Sin embargo, no se debe olvidar cuán profundamente enraizada estaba la convicción, formada en el transcurso de los siglos y sancionada con motivos religiosos, según la cual la fiel observancia de la ley mosaica era requisito indispensable de toda justicia. ¿No tiene también la Iglesia que pasar constantemente por la experiencia de la gran dificultad que supone armonizar una tradición practicada durante largo tiempo con las exigencias y necesidades de una actualidad cambiante?

Cierto que entonces en la controversia de Antioquía se trataba de cuestiones de mayor profundidad. Se trataba de la circuncisión, que parecía imprescindible según el pensar judío. Los judaizantes, como designamos a los representantes extremos del cristianismo judaico aferrado a la ley, exigían también a los gentiles que aceptaban el Evangelio, la circuncisión como condición ineludible de salvación. Pablo, al que consideramos como el verdadero paladín del Evangelio exento de la ley, insistía en que con la obra salvífica de Cristo había quedado derogada la ley en cuanto fundamento de la salvación y había sido sustituida por la gracia de Dios y por la fe salvadora manifestada en el bautismo. Según Pablo, no se trataba de despreciar el orden de salvación del Antiguo Testamento, sino de entender consecuentemente lo que Dios había otorgado como gracia a la humanidad en Cristo Jesús.

Era, por tanto, un viaje de gran transcendencia en la historia universal el que Bernabé y Pablo emprendían de Antioquía a Jerusalén para defender allí la libertad y al mismo tiempo la unidad de la Iglesia. El hecho de que se dirigieran a Jerusalén es una señal de que -sin perjuicio de su libertad- reconocían la autoridad de la Iglesia jerosolimitana y querían hallar la solución en franco diálogo con ella. También aquí vemos un rasgo de la fisonomía de la Iglesia, que ha conservado su importancia a través de todas las crisis de la historia y también la conservará en las tensiones que sacuden a la Iglesia en nuestros días.

2. LLEGADA A JERUSALÉN (Hch/15/03-05).

3 Ellos, pues, provistos por la Iglesia de lo necesario para el viaje, atravesaron Fenicia y Samaría, refiriendo la conversión de los gentiles y proporcionando una gran alegría a todos los hermanos. 4 Llegados a Jerusalén, fueron bien recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, a los cuales informaron de todo cuanto Dios había hecho con ellos. 5 Pero surgieron algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, los cuales decían que era necesario circuncidarlos y mandarles guardar la ley de Moisés.

De nuevo un detalle muy propio de Lucas. Los pregoneros del Evangelio están en camino. También en esta circunstancia aprovechan toda oportunidad de dar testimonio directa o indirectamente. La noticia de la «conversión de los gentiles» proporciona «gran alegría a todos los hermanos» que se hallan en el camino a través de «Fenicia y Samaría». Por todas partes se han formado en el país las primeras células, constituidas por aquellos que la persecución había dispersado de Jerusalén (8,4). Todos ellos se sabían unidos en la misma fe. En la misma solicitud e interés por el camino de la Iglesia. Los relatos de misión de Pablo y Bernabé les dieron conciencia de su solidaridad, con voluntad de ser todos corresponsables. El contacto misionero y la información estimulante en el ámbito eclesial reaniman la fe y despiertan la solicitud por la comunión de los santos.

Pero juntamente con la alegría asoma también oposición y crítica. En Jerusalén estaba todavía la comunidad dominada por la modalidad judía. Ya en el relato del bautismo del gentil Cornelio hemos intuido el problema que se planteaba al pensar judío. Así comprendemos que, al encontrarse Pablo y Bernabé con los «apóstoles y presbíteros» en Jerusalén, no presentaran la conversión de los gentiles como iniciativa y éxito personales, sino que «informaron de todo cuanto Dios había hecho con ellos». Si la misión independiente de la ley entre los gentiles está acreditada por Dios mismo -«con señales y prodigios» (14,3; 15,12)-, como también en la conversión de Cornelio se había manifestado el don del Espíritu Santo (10,44; 11,17) como signo de la aprobación de Dios, entonces deben silenciarse todas las reflexiones humanas de segundo orden. Ahora bien, cuán dura era la oposición con que tropezaba Pablo lo muestran los fariseos pasados a la Iglesia, los cuales seguían exigiendo como condición indispensable, de la misma manera que antes, la circuncisión y la observancia de la ley mosaica.

3. DECLARACIÓN DE PEDRO (Hch/15/06-11).

6 Reuniéronse, pues, los apóstoles y los presbíteros para examinar este asunto. 7 Después de larga controversia, se levantó Pedro y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis cómo desde los primeros días aquí entre vosotros quiso Dios que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio y abrazaran la fe. 8 Y Dios, que conoce los corazones, lo ratificó, dándoles el Espíritu Santo como a nosotros, 9 y no hizo diferencia alguna entre nosotros y ellos a la hora de purificar sus corazones por la fe. 10 Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, pretendiendo imponer sobre el cuello de los discípulos el yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar? 11 Es por la gracia del Señor Jesús por la que creemos ser salvos, de la misma manera que ellos.»

Las exigencias de los judaizantes dan lugar a la asamblea oficial de las autoridades de Jerusalén 10. Junto a los «apóstoles» se menciona, como en 15,4, a los «presbíteros». Ya en 11,30 se había hablado de ellos. Había crecido el número de los dignatarios eclesiásticos. Pedro, conforme a su posición, da la directriz fundamental. En toda la parte tercera de los Hechos de los apóstoles (13-28), es este el único pasaje en que se le menciona. Sin embargo, es suficiente para hacer ver claramente que en nada ha cambiado la función de jefe de este Pedro y que no hay necesidad de suponer que al retirarse anteriormente de Jerusalén (12,17) había dejado a Santiago la dirección de aquella Iglesia. Esto no excluye que Santiago gozara de especial prestigio en el circulo jerosolimitano de la Iglesia, como lo veremos a continuación.

En las palabras de Pedro se remite expresamente al caso de Cornelio. Deliberadamente los Hechos de los apóstoles dedicaron gran espacio a su exposición (10,1-11,18). Pedro atribuye a «Dios» la instrucción que había seguido al acoger al hombre romano pagano. El signo del Espíritu Santo que entonces vino sobre los gentiles (10,44-48) había sido determinante de la decisión de incorporar Cornelio y su circulo, mediante el bautismo, a la comunidad de Cristo.

Creemos oír a Pablo -y tenemos derecho a suponer que los Hechos de los apóstoles eligen los términos deliberadamente- cuando dice Pedro que fue por razón de la fe por lo que Dios purificó los corazones de los gentiles, o sea, que los condujo del pecado a la justificación (cf. Rom 3,21ss). Como también da la sensación de que es Pablo quien habla cuando se refiere Pedro al «yugo» de la ley, que ni siquiera los judíos habían podido soportar. Esto nos recuerda Rom 2,17-24 y otros pasajes de las cartas de Pablo, pero también pasajes del Evangelio, como Mt 23,4: «Atan cargas pesadas y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos no quieren moverlas siquiera con el dedo.» Precisamente las palabras del Evangelio muestran que también a Pedro era posible sostener el principio formulado en nuestro texto.
...............
10. A esta asamblea de la Iglesia primitiva, llamada con frecuencia concilio de los apóstoles, alude también el relato de la carta a los Gálatas (2,1-10), aunque su exposición está marcada, a ojos vistas, por la tónica apasionada de la entera carta a los Gálatas. Sin embargo, si se tienen en cuenta las cosas esenciales, habrá que reconocer que Hch 15,1-35 y Ga 2,1-10 se refieren al mismo acontecimiento.
...............

4. INTERVENCION DE SANTIAGO (Hch/15/12-21).

12 Calló toda la asamblea, y escuchaban a Bernabé y a Pablo que referían todas las señales y prodigios que Dios había obrado entre los gentiles por medio de ellos. 13 Y después que ellos callaron, tomó la palabra Santiago y dijo: «Oídme, hermanos, 14 Simón acaba de referir cómo Dios, desde el principio, tuvo a bien procurarse de entre los gentiles un pueblo para su nombre. 15 Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito: 16 De nuevo, después de esto, volveré, reedificaré la derruida tienda de David, reedificaré sus ruinas y la levantaré; 17 para que el resto de los hombres busque al Señor: todos los gentiles sobre los cuales haya sido invocado mi nombre. Así dice el Señor, el que hace estas cosas, 18 conocidas desde antiguo (Am 9,11; cf. Is 45,21). 19 Por ello pienso yo que no se debe seguir molestando a los gentiles que se conviertan a Dios, 20 sino escribirles que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo estrangulado y de la sangre. 21 Porque, desde hace muchas generaciones, Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores que lo leen en las sinagogas todos los sábados.»

Sólo con una frase se recuerda que Bernabé y Pablo informaron a la asamblea de su misión anterior. El autor de los Hechos de los apóstoles no creyó indicado aducir detalles de su narración, una vez que había informado ya por extenso al lector sobre la actividad de los dos misioneros. Una vez más notamos que se hace mención de «señales y prodigios», que «Dios había obrado entre los gentiles». Los Hechos de los apóstoles no resaltarán nunca suficientemente la presencia del Señor glorificado que en ello se revela. Santiago, llamado en Gál 1,19 «hermano del Señor», cuya pertenencia al grupo de los doce se discute, poseía un rango directivo en la comunidad de Jerusalén, estaba todavía, aun como cristiano, muy ligado al orden de vida judío, por lo cual tenía especial prestigio para el sector conservador de la Iglesia judeocristiana -como lo insinúa Gál 2,12y, a lo que parece, también para los judaizantes extremistas. Así Lucas tiene una especial intención cuando lo muestra en el marco del concilio de Jerusalén y cita sus mismas palabras para caracterizar su postura tocante a la cuestión de la misión de los gentiles independientes de la ley. Sin embargo, por el hecho de que Santiago dijera la última palabra en la discusión, no hay razón para concluir que hablara como el verdadero cabeza de la Iglesia, al que según 12,17 habría confiado Pedro la dirección. Como tampoco se puede decir que Santiago deja de mencionar intencionadamente a Bernabé y a Pablo y que, con su requerimiento « ¡Oídme! », se sienta como el verdaderamente competente, del que depende la decisión. En tal interpretación late la tesis infundada de una tensión personal entre Santiago y Pablo, con lo cual se piensa sobre todo en la polémica de la carta de Santiago 11. Cierto que entre ambos se puede descubrir una diferencia de punto de vista y comprobar una acentuación diferente, pero si se ponderan bien todas las circunstancias no se podrá deducir de ello una doctrina contraria, como se hace con frecuencia. Sin embargo, es exacto que para nuestro relato sobre el primer concilio de la Iglesia era muy importante poder decir que no sólo Pedro, sino también Santiago, hombre fiel a la ley, sostiene el principio de la misión a los gentiles independientes de ta ley y que en favor de esto adujo incluso un pasaje de la Escritura. Este pasaje, citado según la versión griega del Antiguo Testamento e interpretado libremente, no ha de considerarse como prueba en sentido estricto. Es una tentativa de enfocar el giro del mensaje salvación hacia los gentiles a la luz de la expectativa profética, según la cual los pueblos se han de congregar en torno al Israel del futuro para constituir la gran alianza de los que buscan a Dios.

Por consiguiente, lo que interesa al autor en este relato es el hecho de que Santiago está de acuerdo con la declaración de principios de Pedro, al que aquí, sin duda intencionadamente, no se le designa con su nombre corriente Simón, sino con el de Simeón, según la forma hebrea. En comparación con esto, las cláusulas de Santiago, con sus cuatro propuestas especiales, parecen tener aquí un significado secundario. Se trata de normas que, según Lev 17,10-15; 18,26; 20,2, ya en el antiguo judaísmo tenían vigencia para el no judío que vivía como «advenedizo» en Israel, y que según la teología rabínica se contaban entre los preceptos de Noé (Gén 9,4), que a través de aquél habrían alcanzado validez para la humanidad entera. Es de suponer que los judíos, también en la diáspora, exigían el respeto de tales preceptos a los gentiles aceptados como «temerosos de Dios».

Para Pablo, estas cláusulas, de las que, por lo demás no dice nada en Gál 2,1-10, no significan ninguna ingerencia digna de mención en su práctica misionera. En efecto, ICor 8-10 dice claramente que él ponía en guardia a los cristianos contra las «contaminaciones con los ídolos»; según 15,29 se piensa en las «carnes consagradas a los ídolos». Por «fornicación» parecen entenderse las relaciones sexuales incestuosas, que también Pablo combatía según ICor 5. Con la abstención de lo «estrangulado» y de la «sangre» se pone la mira en las prescripciones cultuales dictadas en Ex 22,30; Lev 7,24; 17,15; Dt 14,21, según las cuales se prohibía alimentarse de sangre y de animales no degollados. De las cartas de Pablo no se desprende si exigía Pablo la observancia de las cláusulas jacobeas tocante a lo «estrangulados» y a la «sangre». En esto, no se veía ningún precepto estricto, sino más bien una regla pastoral para situaciones difíciles. Téngase en cuenta lo que dice en lCor 9,20: «Con los judíos me hice como judío, para ganar judíos; con los súbditos de la ley me hice como súbdito de la ley -yo que no lo soy- para ganar a los súbditos de la ley.» Y Rom 14,1-23 nos dice cómo Pablo, en la convivencia del «débil en la fe» y el fuerte, pedía comprensión y consideraciones mutuas. Sin negar que estaba al corriente de las cláusulas jacobeas, podía escribir en Gál 2,6 a comunidades formadas exclusivamente de cristianos venidos de la gentilidad: «Aquellos venerables no me impusieron nada.»
...............
11. La relación entre Santiago y Pablo se enjuicia muy diversamente. Si se supone, como se hace a veces, que Santiago en su carta, sobre todo en 2,14-26, polemiza contra la carta a los Romanos, entonces -prescindiendo de lo inseguro de esta hipótesis- hay que tener presente que en definitiva ambas cartas muestran una misma inteligencia de la fe. Únicamente cada uno subraya su enunciado sobre la fe de la manera que parece indicada en vista de la corriente que se combate. Pablo combate contra el concepto judío legalista de la salvación y contrapone la fe en Cristo Jesús a la justicia de la ley. Si se quiere entender bien a Pablo, hay que tener en cuenta la profundidad y amplitud de su concepto de la fe. Se llegará en lo esencial a la misma concepción de la fe, sostenida también por Santiago cuando exige las obras, además de la fe, no en lugar de la fe.
...............

5. CONCLUSIÓN DE LA ASAMBLEA (Hch/15/22-29).

22 Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con todo la Iglesia, elegir entre ellos, para enviar a Antioquía, con Pablo y Bernabé, a Judas, llamado Barsabás, y a Silas, hombres principales entre los hermanos, 23 los cuales llevarían en mano el siguiente escrito: Los apóstoles y los hermanos presbíteros, a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia, provenientes de la gentilidad: «Salud. 24 Dado que hemos oído que algunos de los nuestros, sin mandato nuestro, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, 25 nos ha parecido bien, de común acuerdo, elegir unos hombres y enviarlos a vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, 26 que han consagrado sus vidas al nombre de nuestro Señor Jesucristo. 27 Os enviamos, pues, a Judas y a Silas, que de palabra os explicarán esto mismo. 28 Pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otra carga, fuera de éstas, que son indispensables: 29 que os abstengáis de las carnes consagradas a los ídolos, de la sangre, de lo estrangulado y de la fornicación. Preservándoos de estas cosas, obraréis rectamente. Conservaos bien.»

¡Escrito memorable! En él se consigna documentalmente la decisión del concilio. Esta Iglesia no vive de una tónica entusiástica, sino que es una comunidad jurídicamente ordenada, que se sirve de medios y organizaciones, como sucede en la sociedad humana en general. Desde luego, esto no debe quitar a la Iglesia nada de su esencia, que sugiere un plano superior.

Este «decreto apostólico» -como se lo suele llamar- vino a ser el arquetipo de todos los decretos y declaraciones oficiales de la Iglesia. En cuanto a la forma, imita los documentos entonces corrientes en la vida pública. ¿Sería Lucas quien diera a este documento la forma en que lo conocemos? Nos parece posible que él, que era antioqueno, hubiera tenido a la vista el texto mismo del escrito.

El contenido no exige largas explicaciones. La Iglesia de Jerusalén habla a las comunidades hermanas de Siria y de Cilicia. Con razón se pone en cabeza a Antioquía, puesto que de allí había partido la misión a los gentiles. También allí había comenzado la controversia tocante a la exención de la ley, de los gentiles convertidos.

La asamblea de la Iglesia se distancia sin ambages de la actividad de los judaizantes, que sin encargo oficial alguno habían suscitado inquietud y confusión en las comunidades. «De común acuerdo», reza el decreto. Si se ha de tomar esto a la letra, quiere decirse que los judaizantes no estaban presentes o que no tomaron parte en la votación. Parece, en efecto, que fueron sólo los «apóstoles y los presbíteros» los que tomaron la decisión. Bernabé y Pablo reciben un reconocimiento honorífico. También en esto hay cierta intención. Su actividad anterior no sólo se acepta, sino que se ensalza, porque «han consagrado sus vidas al nombre de nuestro Señor Jesucristo». Todavía tendremos ocasión de encontrarnos más de una vez (cf. 15,40; 16,19, etc.) con Silas como compañero de Pablo, el cual, junto con Judas Bersabás (seguramente hermano de José Bersabás Justo, mencionado en 1,23) era entonces representante de la comunidad jerosolimitana. El decreto del Concilio se atribuye, en primer lugar, al Espíritu Santo. Aquí se revela un rasgo de la concepción de sí misma que tenía la Iglesia primitiva. Quiere ser más que una entidad estructurada jurídicamente, vive del misterio, de la «fuerza del Espíritu», como se lo había asegurado el Resucitado (1,8). Sólo en estrecha unión con el Espíritu, en el cual está presente el Señor glorificado, reciben su derecho, su legitimidad y su eficacia los titulares de la autoridad.

El decreto cita además explícitamente las cuatro cláusulas que había propuesto Santiago, esta vez en una redacción y sucesión algo diferente. Vienen designadas como prescripciones indispensables o «necesarias», según otra versión. ¿Se consideraban realmente como «necesarias» en sentido estricto y absoluto? ¿O se trataba más bien de una solución de transición con vigencia limitada en el espacio y en el tiempo? La observación de que Pablo y Bernabé, al recorrer las ciudades, «mandaban observar los decretos aprobados por los apóstoles y los presbíteros» (16,4), no se refiere seguramente, en primera línea, a las cláusulas, sino más bien a la misión de los gentiles exenta de la ley. En todo caso, según 21,25, aun después de terminado el tercer viaje misionero de Pablo, todavía el padre espiritual de estas instrucciones especiales, Santiago, se muestra totalmente interesado en su vigencia ulterior.

En la historia de estas cláusulas jacobeas se revela una experiencia que con frecuencia se repite en la Iglesia. Los representantes de la autoridad eclesiástica se ven a menudo en la necesidad de tomar decisiones conciliadoras para mantener la unidad de corrientes opuestas. Al fin y al cabo se trata del gran bien de la unidad de la Iglesia. El curso ulterior de la historia -también bajo la guía del Espíritu Santo- irá esclareciendo más y más el asunto, como sucedió también con las cláusulas jacobeas.

6. TRANSMISIóN DEL DECRETO A ANTIOQUÍA (Hch/15/30-35).

30 Despedidos, pues, llegaron a Antioquía, y reuniendo a la comunidad, les entregaron la carta. 31 Al leerla, se gozaron por el consuelo que les daba. 32 Por su parte, Judas y Silas, que también eran profetas, exhortaron y confirmaron a los hermanos con un largo discurso. 33 Y pasado algún tiempo, fueron devueltos en paz por los hermanos a los que los habían enviado. 34 Pero Silas decidió quedarse allí, y sólo Judas regresó a Jerusalén. 35 Pablo y Bernabé permanecían en Antioquía, enseñando y evangelizando con otros muchos la palabra del Señor.

El regreso a Antioquía se efectuó -podemos suponerlo- en un estado de ánimo más sereno que el viaje a Jerusalén. Por lo menos se había eliminado en principio la tensión entre los dos centros de la Iglesia primitiva. La carta que los emisarios de Jerusalén, Judas y Silas, llevaron a la comunidad de cristianos de la gentilidad, da testimonio de comunión fraterna. Se comprende que los fieles de Antioquía se gozaran «por el consuelo» que la carta les daba. Es posible que hasta la recepción de esta carta la comunidad hubiese estado agitada por disputas virulentas. Así notamos, en efecto, en nuestro tiempo cómo las disensiones dentro de la Iglesia pueden afligir a los hombres. El concilio había reconocido a Pablo y Bernabé aquella libertad con que ya anteriormente habían anunciado a los gentiles el camino de la salvación. Cierto que todavía seguirá adelante la lucha con los judaizantes descontentos. Con todo, Pablo, frente a toda clase de ataques, puede remitirse, como lo hace en Gál 2,1-10, a la declaración del concilio y de la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no por ello transcurrieron para Pablo con absoluta tranquilidad los días de Antioquía, como lo muestra la historia del conflicto con Pedro, del que nos informa Gál 2,11-21 (12).
...............
12. En el llamado incidente antioqueno se trataba para Pablo del respeto consecuente de la libertad de la ley, de los cristianos procedentes de la gentilidad. El hecho de que según Gál 2,13 también Bernabé fuera objeto de la crítica de Pablo, pudo dar lugar a una tensión entre ambos, que sólo se manifestó plenamente cuando ambos vinieron a separarse por causa de Marcos (15,37ss).
................

III. SEGUNDO VIAJE MISIONAL (15,36-18,22).

1. PARTIDA SIN BERNABÉ (Hch/15/36-41).

36 Después de algunos días, dijo Pablo a Bernabé: «Volvamos ya a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que anunciamos la palabra del Señor, a ver cómo les va. 37 Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; 38 pero Pablo estimaba que no lo debían llevar, puesto que los había abandonado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. 39 El desacuerdo llegó hasta el extremo de separarse el uno del otro, y de embarcarse Bernabé, llevando consigo a Marcos, en dirección a Chipre. 40 Por su parte, Pablo, eligiendo por compañero a Silas, partió, encomendado por los hermanos a la gracia de Dios. 41 Y atravesó Siria y Cilicia confirmando las Iglesias.

De nuevo una escena memorable. No se trata de contrastes teológicos, sino únicamente de diferencias de temperamento y de intereses personales. También los hombres de la Iglesia primitiva tenían que habérselas con humores y malos humores. Hasta en el ámbito mismo de la misión apostólica tenía repercusiones este aspecto humano. ¿A quién se ha de imputar la culpa de esta disensión entre dos amigos de largos años? ¿Era realmente tan grave el abandono por parte de Marcos, del que se nos habla en 13,13? ¿O es Pablo demasiado rígido e inflexible? ¿O, en razón de la gran empresa, no habría debido Bernabé llevar consigo a su primo Marcos (Col 4,10)? Sólo podemos formular preguntas y a la vez considerar cuán a menudo se repiten tales situaciones en la historia humana e incluso en la historia de la Iglesia. Esta desavenencia entre Pablo y Bernabé parece casi inconcebible a quien conoce la historia anterior que había unido a estos dos hombres. Bernabé había sido quien, según 9,27, había facilitado a Pablo, fugitivo de Damasco, el acceso a la comunidad recelosa de Jerusalén. Bernabé había sido quien, según 11,25s, había buscado a Pablo, casi olvidado en Tarso, y lo había llevado consigo a Antioquía para colaborar con él. Bernabé era quien había acompañado a Pablo en misión a Chipre y Asia Menor y había entonces dejado la palabra a Pablo y, cada vez más, también la dirección.

Ahora se separan los dos amigos y cada uno sigue su propio camino, sin duda ambos dolorosamente defraudados y, sin embargo, también ambos llamados por el gran ideal de la proclamación de la salvación y empeñados en este ideal. Silas, del que se nos ha hablado poco ha, es ahora el compañero de Pablo en lugar de Bernabé, y pronto vendrá a ocupar el joven Timoteo el puesto de Juan Marcos. Y una vez más -pese a todos los fallos humanos y a la desavenencia personal la palabra del mensaje de salvación sigue su camino y se deja llevar por mensajeros que, para decirlo con palabras de Pablo, sólo son «hombres, sujetos a las mismas miserias que vosotros» (14,15).