CAPÍTULO 11


3. PEDRO SE JUSTIFICA EN JERUSALÉN (Hch/11/01-18).

a) La comunidad primitiva censura a Pedro (11,1-3).

1 Oyeron los apóstoles y los hermanos que vivían en Judea que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. 2 Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los de la circuncisión, 3 diciéndole: «¡Has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos!»

Sería extraño que no se hubiesen presentado reparos y críticas sobre estos sucesos de Cesarea. A los miembros de la primitiva comunidad de Jerusalén les sonó como algo inaudito la noticia de que los gentiles habían recibido la palabra de Dios. La nueva se va propagando de boca en boca. Ya antes leímos una noticia semejante: «Enterados los apóstoles en Jerusalén de que había recibido Samaría la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan» (8,14). Ya entonces fue una novedad sorprendente que los semigentiles samaritanos se hubiesen adherido a Cristo. «Recibir la palabra de Dios» es una descripción de profundo sentido para significar que alguien escucha con fe el mensaje de salvación del Señor. Pero ahora sobreviene la notificación (que parece inconcebible) de que los paganos y -así podemos anotarlo para colmo- incluso romanos, personas pertenecientes al poder de ocupación, habían recibido el bautismo. Y esta vez no pudieron, como antes en el caso de Samaría, enviar mandatarios de la comunidad y vigilar. En este hecho había participado el mismo Pedro. Por todos los datos advertimos una vez más lo inaudito y trascendental de lo que había sucedido en Cesarea.

No se habla abiertamente de crítica ni de recusación. Sin embargo, ya se nota muy claramente entre líneas el espíritu de una orientación, que todavía encontraremos más tarde y que en la Iglesia siempre se hará sentir de algún modo. Es la orientación que dentro de poco procurará oponerse con sus exigencias judaizantes a toda libertad de la misión cristiana y, con rivalidad enconada, se esforzará por estorbar e impedir especialmente la obra misional del apostolado. Los inconvenientes que ahora objetan a Pedro con una actitud recelosa, los presentarán e impugnarán más tarde en alta voz formando un frente cerrado en el concilio llamado de los apóstoles (15,1ss). Quien conozca la carta a los Gálatas, sabe la lucha que Pablo tuvo que sostener con ellos, los llamados judaizantes.

En el acentuado relieve que se da a los conceptos de circuncisión e incircuncisos se indica que también en este caso se trata de miembros de la comunidad que tenían una manera de pensar judaizante. Intencionadamente se les llama «los de la circuncisión». Pablo en la carta a los Gálatas emplea la misma expresión (Gál 2,12), cuando dice quo Pedro se separó de los gentiles dejando de comer con ellos «por miedo a los de la circuncisión». «¡Has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos!», los de la circuncisión echan en cara a Pedro, que ha regresado a Jerusalén. Se denota la rígida manera de pensar de los judíos que juran por la tradición y por la letra. Es una actitud, cuya superación fue la tarea difícil. ¿Cómo la resolverán Pedro y la Iglesia?

b) Respuesta de Pedro (11,4-18).

4 Y empezó Pedro a explicárselo punto por punto, diciendo: 5 «Yo estaba orando en la ciudad de Jopa, cuando vi en éxtasis una visión: un recipiente como un mantel grande que descendía, bajado del cielo por sus cuatro puntas, y que llegaba hasta mí. 6 Yo lo consideraba con la vista fija en él, y vi cuadrúpedos de la tierra, bestias, reptiles y aves del cielo. 7 Oí asimismo una voz que me decía: "Anda, Pedro, mata y come." 8 Pero yo dije: "De ninguna manera, Señor; jamás cosa profana o impura entró en mi boca." 9 Y me respondió de nuevo la voz del cielo: "Lo que Dios ha declarado puro, tú no lo llames profano." 10 Esto se repitió hasta tres veces, y de nuevo fue retirado todo al cielo. 11 Al instante se presentaron en la casa donde estábamos tres hombres enviados desde Cesarea en busca de mí. 12 Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar en modo alguno. Vinieron también conmigo estos seis hermanos y entramos en la casa de aquel hombre. 13 Él nos contó cómo había visto en su casa al ángel que se le presentó y le dijo: "Envía a Jopa a buscar a Simón, por sobrenombre Pedro; 14 él te dirá palabras en virtud de las cuales serás salvo tú y toda tu casa." 15 Y en comenzando yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. 16 Y recordé la palabra del Señor cuando decía: "Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo." 17 Si, pues, Dios les otorgó el mismo don que a nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder impedírselo a Dios?» 18 Al oír esto, se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: «Según esto, Dios ha dado también a los gentiles la conversión que conduce a la vida.»

Sorprende que en este fragmento una vez más se cuente con detenimiento lo que ya sabemos por el relato precedente. En esto vemos el estilo literario de san Lucas, que pretende poner ante la mirada de los lectores los decisivos sucesos de la Iglesia primitiva de la forma más fácil de retener en la memoria. Ya hemos señalado un procedimiento semejante en el relato de la vocación de Saulo, que como hemos visto se llega a proponer tres veces, extensamente y con una coincidencia en gran parte literal. Hemos tenido la sensación de que la historia de Cornelio era de trascendental importancia para el camino que debía seguir la Iglesia. Incluso los miembros de la Iglesia judeocristiana tuvieron que notar que en Cesarea había sucedido algo inaudito.

Pedro refuta la ostensible desaprobación. Hace patente una vez más la experiencia que también para él fue emocionante. Pedro como jefe de la comunidad ¿debía dar esta cuenta? ¿Se pueden sacar rápidas conclusiones sobre la posición jurídica de Pedro con respecto a la comunidad por el hecho de que Pedro se sienta movido a rendir cuentas? ¿Debió Pedro emprender el viaje que le condujo a Lida y Jopa, solamente como emisario de la comunidad de Jerusalén? Quizás sería más acertado no ver tanto el asunto bajo el aspecto del interés por la situación constitucional de la Iglesia, cuanto bajo el aspecto de la dirección del Espíritu, a la que también están sometidos Pedro y los apóstoles. Los apóstoles y la comunidad saben que están estrechamente vinculados en el misterio del cuerpo de Cristo, sin detrimento de la ordenación establecida por Cristo, la cual asigna al cargo de apóstol una tarea que está por encima de la comunidad, pero que al mismo tiempo se desempeña en favor de la comunidad y con ella.

No es indispensable exponer detalladamente el contenido del discurso de Pedro. Ya se dijo lo fundamental a propósito de la historia de Cornelio referida en el cap. 10. En el estilo de la exposición de san Lucas se encuentran algunas diferencias con respecto al primer relato, pero no modifican los rasgos fundamentales de la narración. Parece significativa la observación complementaria de que Pedro recordara la palabra del Señor: «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo» (11,16). Porque con esta cita se denota una correspondencia sintomática entre la venida del Espíritu Santo en el pentecostés inicial (2,1ss) y esta otra venida en Cesarea. Cuando Jesús resucitado pronunció aquellas palabras (1,5), pensaba en el bautismo del Espíritu, que debía tener lugar «dentro de no muchos días», en la fiesta de pentecostés. Así pues, cuando Pedro menciona esta palabra, indica que tanto ahora como entonces se puso un decisivo principio en el camino del mensaje de salvación. Entonces la Iglesia penetró en el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, ahora en Cesarea y en su revelación del Espíritu se abre el camino hacia el mundo pagano y por tanto a todo el mundo. Así llegamos a saber con claridad cuán íntimamente se enlaza el misterio de vida del Espíritu Santo con el camino de la Iglesia. Y en las palabras finales de Pedro no queremos hacer caso omiso de cómo la fe «en el Señor Jesucristo» es el principio y la condición de la actividad salvadora de Dios. El Espíritu de Dios y la fe del hombre se apresuran para encontrarse de una manera misteriosa y producen la obra de la salvación. Y cuando este Espíritu se revela tan prodigiosamente, como sucedió en Cesarea, entonces tenemos que acallar las objeciones y dificultades humanas, aunque éstas parezca que se apoyan tanto en doctrinas tradicionales y en una supuesta ortodoxia. La información de Pedro tranquilizó los ánimos excitados de los «de la circuncisión», de tal forma que incluso ellos vieron en lo que sucedió en Cesarea el gobierno de Dios, y tuvieron que convencerse de que también a los paganos se otorgó «la conversión que conduce a la vida».

Se tranquilizaron, dice el texto. ¿Se mantendrán tranquilos definitivamente? Quien conoce la ulterior evolución, sabe que la manera de pensar que movió a los «de la circuncisión» a objetar contra Pedro, pronto volverá a alzarse y una vez más intentará con impetuoso ardor obstaculizar el camino de la libertad cristiana. En la asamblea memorable de la Iglesia en Jerusalén, tal como se expone en los Hechos de los apóstoles (15,1ss) y en la carta a los Gálatas (Gál 2,1ss), los dos frentes se encontrarán todavía más cara a cara. Se necesitará la intervención de Pedro, Santiago y Juan, así como de Pablo y Bernabé para obtener y asegurar para el mensaje cristiano la verdad y libertad del Evangelio.

IV. ANTIOQUÍA Y LA PRlMERA COMUNIDAD ETNICO-CRISTIANA (11,19-30).

La historia de Cornelio nos ha mostrado a manera de ejemplo el paso decisivo de la Iglesia al encuentro del paganismo. A continuación se dirige la mirada al amplio espacio por el que sigue avanzando sin detenerse el mensaje de la salvación. Se nos vuelve a recordar a Esteban y a la persecución, consecuencia de su testimonio y de su muerte. Al referirnos a hechos pasados vemos cuán estrechamente enlazados entre sí están todos los acontecimientos de que tuvimos noticia desde el nombramiento de los siete (6,1ss). Por consiguiente, con razón hemos computado la segunda época de la Iglesia a partir de 6,1. Sucesos que tienen lugar al mismo tiempo, están enlazados en los precedentes relatos, de tal forma que no es posible separar claramente el curso de los distintos acontecimientos. Por eso resulta necesario para el autor hacer ahora patente el contexto trayendo a la memoria el principio de la persecución.

1. LOS PERSEGUIDOS, MENSAJEROS DEL EVANGELIO (Hch/11/19-21).

19 Entretanto, los que se habían dispersado a partir de la persecución que sobrevino cuando lo de Esteban, habían llegado hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. 20 Pero había entre ellos algunos de Chipre y de Cirene que, al llegar a Antioquía, comenzaron a hablar también a los griegos, anunciándoles el Evangelio de Jesús, el Señor. 21 La mano del Señor estaba con ellos, y fue grande el número de los que, abrazando la fe, se convirtieron al Señor.

No solamente se trata de la cuestión del orden temporal en esta noticia introductoria, sino sobre todo de mostrar la relación causal entre la persecución de la Iglesia y su crecimiento externo e interno. Los perseguidos, entre ellos el círculo formado alrededor de «los siete», se convierten en testigos y mensajeros del Evangelio que en ellos se perseguía. Se nombran Fenicia y Chipre como el campo de la misión que aquí se va formando, y con peculiar realce la ciudad de Antioquía de Siria. A ella se dedica la especial atención del siguiente relato. ¿Por qué precisamente a Antioquía? En esto se muestra un interés personal de san Lucas. Según la antigua tradición Lucas es antioqueno. Esta Antioquía era la tercera ciudad del imperio romano. Sólo Roma y Alejandría eran mayores que Antioquía. Esta era una gran urbe, que no solamente tenía importancia económica, sino también cultural y religiosa. Por consiguiente, el encuentro del mensaje cristiano con esta ciudad significaba de nuevo una etapa memorable para el curso de la «palabra» a través del mundo.

En Antioquía debía tener lugar en el dominio de la publicidad lo que se efectuó primeramente en la conversión de Cornelio más bien en la esfera privada y personal: se formó la primera comunidad etnicocristiana. En los relatos de los Hechos de los apóstoles, en que se nos expone la misión universal de Pablo, llegamos a conocer claramente la importancia que este hecho debió tener para la evolución de la Iglesia. Antioquía se convierte en el centro y punto de partida de la misión dirigida a los paganos en gran estilo. Y aunque Jerusalén en adelante retiene la categoría de comunidad madre, y mantendrá su prestigio ante toda la Iglesia, ahora Antioquía entra en funciones de lo que hasta aquel momento representaba Jerusalén.

Así pues, los de Chipre y de Cirene, que en Antioquía por primera vez se pusieron en contacto como mensajeros de la fe, con los «griegos», es decir, con los no judíos, empezaron una obra sumamente trascendental para la historia de la Iglesia. «Anunciándoles el Evangelio de Jesús, el Señor.» En esta fórmula «Jesús, el Señor», Jesús, el Kyrios, tenemos el más breve compendio de la predicación apostólica. Sin embargo, ¿conseguimos abarcar todo lo que expresaba esta fórmula de la primitiva Iglesia? Es una antiquísima confesión, que ya hemos encontrado en el discurso que Pedro pronunció en la fiesta de pentecostés: «Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israe1 que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (2,36). Y cuando Pablo en sus cartas menciona la dignidad de Kyrios que tiene Jesús, se da cuenta de que resume en una palabra todo el misterioso poder y grandeza del Cristo glorificado. Escribe Pablo en la carta a los Romanos: «Si confiesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10,9). Y en la primera carta a los Corintios leemos: «Nadie puede decir: Jesús es el Señor, sino en el Espíritu Santo» (lCor 12,3). Y conocemos la más conmovedora declaración sobre el Kyrios en aquella confesión de Cristo extraordinariamente profunda que se lee en la carta a los Filipenses: «Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,9-11).

Así pues, en el mensaje de Jesús, el Señor, se incluye todo lo que la fe sabe decir de él. El mundo no judío estaba abierto a este mensaje, y la confesión de Jesús como «Señor» se convirtió formalmente en el lema frente a las exigencias de los otros muchos «señores» en los diversos cultos e ideas del tiempo. El Evangelio de Cristo obtuvo un gran éxito entre los «griegos» de Antioquía. «La mano del Señor» estaba con los que por primera vez se resolvieron a anunciar el Evangelio también a los paganos. El Espíritu Santo actuaba con ellos. Se ha formado en el mundo la primera comunidad etnicocristiana. Empieza una Iglesia que ya no aparece como hasta ahora a manera de secta del judaísmo.

2. BERNABÉ Y SAULO EN ANTlOQUÍA (Hch/11/22-26).

22 Llegó esta noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía, 23 el cual, al llegar y ver la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con firmeza de corazón, unidos al Señor, 24 pues era Bernabé un hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y se agregó al Señor una gran muchedumbre. 25 Fue entonces Bernabé a Tarso en busca de Saulo; 26 lo encontró y se lo trajo a Antioquía. Durante un año entero convivieron como huéspedes de la Iglesia y enseñaron a una muchedumbre considerable. Y en Antioquía, por primera vez, se llamó cristianos a los discípulos.

Era de esperar quo la evolución que tenía lugar en Antioquía atrajera toda la atención de la comunidad madre de Jerusalén y de los dirigentes de la Iglesia. Dicha comunidad se sentía responsable de todo lo que sucediera en el campo de la misión cristiana. Tras este sentimiento estaba la solicitud por la unidad y la concordia en la fe. Por eso la noticia de la formación de una comunidad etnicocristiana tuvo que conmover a la Iglesia que hasta entonces había sido exclusivamente judeocristiana. Lo vimos claramente en el caso de Cornelio.

Enviaron a Bernabé a Antioquía. Pedro quizás estaba todavía en camino por tierras de Palestina. Y pareció que Bernabé tenía especial vocación para la tarea que le aguardaba. Los que se atrevieron a dar el paso de misionar entre los «griegos», eran «algunos de Chipre y de Cirene». Bernabé también era natural de Chipre (4,36). Y no solamente eso. Bernabé era «un hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe». Así lo dice Lucas, antioqueno, quien, como ya vimos, tenía una gran veneración por Bernabé. Bernabé no era uno de los doce, pero gozaba de un prestigio tan grande que los Hechos de los apóstoles dos veces incluso le dan el nombre de «apóstol» (14,4.14). Como ya dijimos, Bernabé debió ser para Lucas el primer representante que encontraba de la Iglesia dirigente.

Bernabé halla un campo con una copiosa cosecha. Bernabé, «el cual, al llegar y ver la gracia de Dios, se alegró». El texto llama gracia de Dios la obra de los mensajeros de la fe en Antioquía. Es una expresión de profundo sentido. Parece que se está oyendo hablar a Pablo. Nadie ha conocido como Pablo la actuación de la gracia. La «gracia» es una liberación de la «ley». En la carta a los Romanos dice así el Apóstol: «Justificados por la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, mediante el cual hemos obtenido, por la fe, incluso el acceso a esta gracia, en la que estamos firmes» (Rom 5, ls). Y en la misma carta dice san Pablo: «No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Rom 6,14). Se nos recuerdan las palabras del prólogo de san Juan: «La ley fue dada por medio de Moisés; por Jesucristo vinieron la gracia y la verdad» (Jn 1,17). La salvación en Cristo es pura gracia. Esto puede aplicarse al judío que se vuelve a Cristo, pero aún mucho más claramente puede aplicarse al no judío. De esto se daba cuenta Bernabé, cuando vio la Iglesia que se formaba en Antioquía. Comprendemos la «alegría» que tuvo Bernabé, comprendemos que en vista de la actuación de la gracia, sólo pudiera exhortar «a permanecer, con firmeza de corazón, unidos al Señor». Al pie de la letra se podría traducir: «a quedarse cerca del Señor». Jesús es este «Señor» hacia quien se ha vuelto la comunidad antioquena.

Todo esto lo exponen los Hechos de los apóstoles con pocas palabras. No tenemos ninguna otra noticia de todas las cuestiones y problemas que en el caso de Cornelio han conmovido a Pedro y a la comunidad primitiva. Nada se dice sobre la manera como la Iglesia acogió a los paganos. Podemos estar convencidos de que no fue necesario dar un rodeo pasando por la ley mosaica, sobre todo no se requirió la circuncisión, cuando los antioquenos fueron conducidos a la «gracia de Dios». De este modo, nuestro relato se acomoda, por una vinculación interna, a la historia del bautismo del centurión Cornelio. No carece de cierto aspecto trágico que fuera precisamente en Antioquía, donde más tarde Pedro -debido a su temperamento particular-, juntamente con Bernabé, incurrió en una situación difícil y motivó la censura de Pablo, de la que éste nos informa en la carta a los Gálatas (Gál 2,11ss). La «gracia de Dios» no elimina la libertad humana, siempre purificará y dirigirá y conducirá al fin el camino de la Iglesia con una fructuosa tensión entre lo humano y lo divino.

«Fue entonces Bernabé a Tarso en busca de Saulo.» Sentimos una sensación de extrañeza, cuando leemos esta frase. ¿Dónde está Saulo? Como hemos visto, Saulo tuvo que abandonar Jerusalén como un fugitivo después de su primer encuentro con la comunidad. Entonces los «hermanos» lo encaminaron a Tarso (9,23-30). No sabemos exactamente el número de años, que han pasado desde entonces. Nuestro texto cuando menciona a Saulo, lo hace como si se refiriera a una persona desaparecida y olvidada. Parece que la comunidad de Jerusalén no se haya preocupado más por él. Quizás incluso se alegraba de estar lejos de él, como fácilmente sucede, cuando el grupo de los partidarios de las costumbres tradicionales podría ser inquietado por naturalezas demasiado apremiantes y fogosas. ¿Permaneció Saulo enteramente inactivo? Bernabé no se ha olvidado de Saulo. Él fue quien entonces en Jerusalén granjeó la confianza de la comunidad madre al recién llegado de Damasco, y dio testimonio a los apóstoles del encuentro de Saulo con el Señor (9,27). Los Hechos de los apóstoles no nos dicen de dónde sacó entonces Bernabé sus conocimientos de Saulo. Una ocasión propicia fue y siguió siendo esta amistad que había entre los dos. El Espíritu que rige la Iglesia, se sirve de los lazos personales que unen a los hombres, para conseguir el mayor bien del conjunto. De nuevo se podría preguntar qué hubiese sucedido, si Bernabé en Antioquía no se hubiese acordado de Saulo. ¿Por qué Bernabé fue en busca de Saulo? Difícilmente puede admitirse que fuera por propio interés. Bernabé pensaba en Saulo. Sabía, así lo podemos suponer, que Saulo tenía que sufrir por estar separado de la obra para la que parecía estar llamado. Bernabé «era un hombre de bien», dice con razón el texto. Bernabé y Saulo ejercieron su ministerio en Antioquía «durante un año entero». La comunidad de fieles creció bajo la acción de su apostolado. Pero este crecimiento y el afianzamiento de la vida eclesial no fueron los únicos frutos cosechados. Para Saulo y también para Bernabé fue un año de maduración de sus conocimientos y de sus ideas, que utilizarían pronto, cuando emprendieran una misión evangelizadora en gran escala entre los paganos. En aquel año en Antioquía se vio, con claridad y seguridad crecientes, cómo la Iglesia se liberaría del aislamiento en que la colocaba la mentalidad legalista judía. De este modo se preparaba algo que determinaría el camino de Saulo y le convertiría en el incomparable heraldo de la salvación cristiana, de la gracia y de la libertad en Cristo. Quizás guarda relación con lo antedicho que en Antioquía se llamara por primera vez cristianos a los discípulos de Jesús. No sabemos si esta designación provino de los que no pertenecían a la Iglesia o si los mismos fieles se dieron este nombre, que se convirtió en el símbolo, en la expresión de la fe en que la salvación de los hombres solamente se encuentra en Cristo Jesús. Tenemos noticia del gran respeto que la antigua Iglesia tenía a este nombre, por la primera carta de san Pedro, en la que se dice: «Bienaventurados vosotros si sois ultrajados por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de la gloria, el de Dios, descansa sobre vosotros. Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por criminal, o por ladrón, o por malhechor, o por entrometido. Pero, si es por cristiano, no se avergüence, sino dé gloria a Dios por este nombre» (lPe 4,14-16).

3. AYUDA A LA IGLESIA DE JERUSALÉN (Hch/11/27-30).

27 Por estos días llegaron de Jerusalén unos profetas a Antioquía. 28 Y uno de ellos, por nombre Agabo, predecía en virtud del Espíritu que una gran hambre había de venir sobre toda la tierra, hambre que sobrevino en tiempos de Claudio. 29 Entonces los discípulos, cada uno conforme a sus facultades, decidieron enviar ayuda a los hermanos que habitaban en Judea, 30 lo cual hicieron y remitiéronla a los presbíteros por mano de Bernabé y de Saulo.

Esta noticia es interesante bajo muchos aspectos para representarnos a la Iglesia primitiva. Tenemos un ejemplo de los vivos lazos que existían entre la comunidad madre de Jerusalén y las comunidades cristianas extranjeras. Como ya se ha dicho, por razones comprensibles se prestaba una especial atención a la obra de la misión entre los gentiles de Antioquía. «Llegaron de Jerusalén unos profetas a Antioquía.» Por primera vez en los Hechos de los apóstoles tenemos noticia de profetas cristianos. Forman parte de la primitiva Iglesia, como los profetas de la antigua alianza pertenecían al pueblo de Dios de aquel tiempo. Su rango y su tarea, transferidos al terreno cristiano, son aproximadamente los mismos que fueron de la incumbencia de los profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, no se les puede incluir en un esquema determinado. Porque el don profético, aunque muchas veces pueda haber sido propio del que desempeñaba un cargo en la Iglesia, procede de una inmediata vocación divina, de la cual no sólo es propio dar una visión del tiempo futuro, sino toda clase de exhortaciones e instrucciones, inspiradas por el Espíritu, para el camino de la salvación.

En los Hechos de los apóstoles se menciona varias veces a los profetas87. Además de Agab o, que volvemos a encontrar en 21,10, se nombran como profetas a Judas y Silas (15,32). Nos enteramos de que las hijas del evangelista Felipe eran profetisas (21,9). También Pablo posee el don de la profecía (cf. lCor 12-14). En la carta a los Efesios nombra Pablo a los profetas junto a los apóstoles, evangelistas, pastores y maestros, todos los cuales están constituidos «para la organización de los santos en orden a la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4,11s). Si bien el don de la profecía del primitivo cristianismo fue disminuyendo sin cesar, se reaviva siempre para el mayor bien de la Iglesia, cuando hay alguien que ha sido llamado por Dios independientemente del cargo que desempeñe y de la institución a la que pertenece; cuando hay alguien que está lleno del Espíritu Santo y tiene que cumplir una misión especial en favor de la Iglesia. La historia de la Iglesia sabe de esta reaparición de la profecía y de la grandeza que, de este modo, Dios dio a la Iglesia para la edificación del cuerpo de Cristo.

El hambre que Agabo predijo y acerca de la cual Lucas observa que de hecho tuvo lugar en tiempo del emperador Claudio (41-54 d.C.), también es atestiguada por autores ajenos a la Biblia, por lo menos en el sentido que, en tiempos de este emperador, extensas provincias del imperio fueron agobiadas por el hambre en diferentes tiempos. Tiene especial interés que el historiador judío Flavio Josefo88 habla de que en tiempo de los gobernadores romanos Fado y Tiberio Alejandro (44-48 d.C.) penetró súbitamente en la Judea una gran hambre. Se podría suponer que Agabo habla de esta hambre. También las conexiones temporales concordarían con esta suposición.

La comunidad de Antioquía se decide a prestar una ayuda efectiva. De esta forma se da testimonio de la primera colecta para socorrer a la comunidad madre. También en esto se muestra un rasgo significativo en la imagen de la Iglesia. Esta colecta había de llegar a ser el ejemplo para todas las ulteriores ayudas de la Iglesia en favor de los hermanos menesterosos. En el consorcio de bienes de la primera comunidad ya se reveló el espíritu de amor y de íntima unión entregando incluso la propiedad personal. A Pablo, ante todo, se le otorgó enlazar con su infatigable trabajo de apostolado la solicitud por las necesidades económicas de la comunidad madre 89, Pero al mismo tiempo conocemos por sus cartas cómo el Apóstol cuidaba de mantener alejada de esta obra financiera de la Iglesia todo lo sobrecargante y escandaloso, y sobre todo procuraba liberarse personalmente de cualquier apariencia de utilidad propia. El que tenía derecho a ser alimentado por la comunidad (lCor 9,6), renunció en la mayoría de los casos a este derecho, y ganó lo necesario para sí y para sus compañeros con el trabajo de sus manos 90.
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87. 13,1; 15,32; 21,9.10.
88. Antigüedades judías XX, 2,5; 5,2.
89. En 24,17 se nos da esta noticia, así como también en las cartas de san Pablo. Léanse los cap. 8 y 9 de 2Cor, para conocer las profundas razones que le indujeron a efectuar la colecta. Podemos apreciar también la conducta y voluntad de Pablo a este respecto en ICor 16,1ss; Gal 2,10 y Rm 15,25ss.
90. Cf. también 20,34; 2Co 11,7.