EL N.T. Y SU MENSAJE

CARTA A LOS HEBREOS
CAPÍTULO 6

FRANZ-JOSEPH SCHIERSE


2. CATECISMO DE PRINCIPIANTES Y PALABRAS PARA LOS 
INICIADOS
(6/01-03).

1 Por lo tanto, dejando a un lado la doctrina rudimentaria 
sobre Cristo, vayamos hacia la perfección. Para ello no 
volveremos a tratar de los artículos fundamentales: 
arrepentimiento de las obras muertas y fe en Dios, 2 doctrina 
sobre abluciones, imposición de manos, resurrección de 
muertos y juicio final. 3 Y lo vamos a hacer, si Dios quiere.

El autor, mientras por una parte enumera en detalle los temas de 
que no tiene intención de tratar, designa la materia de su discurso 
con una sola palabra difícil de traducir: teleiotes, es decir, algo que 
tiene relación con la «perfección». En contraposición con las 
enseñanzas fundamentales del cristianismo, se trata de un 
conocimiento más avanzado de la verdad salvífica, tal como sólo la 
pueden comprender cristianos maduros. Sin embargo, los capítulos 
siguientes nos mostrarán todavía suficientemente lo que la carta 
entiende por una doctrina para «perfectos» o iniciados20.
Aquí debemos detenernos todavía un momento en las 
enseñanzas de los comienzos. No al acaso las enumeró tan 
detalladamente el autor. Es un conocido artificio retórico comenzar 
diciendo que no se tiene intención de hablar de cosas que se 
quieren inculcar especialmente a los oyentes. De hecho los 
fundamentos del cristianismo aquí mencionados constituyen la base 
de ulteriores especulaciones teológicas. Apartarse de las «obras 
muertas» (cf. 9,14), fe en Dios (11,6), y juicio final (9,27; 10,27.30; 
12,23.25.29) son, por tanto, temas que el autor no pierde nunca de 
vista. Su distinción tiene, por tanto, un significado menos objetivo y 
sistemático que retórico y psicológico. No quiere tratar a los lectores 
como a principiantes, aunque así lo exigiría propiamente su estado 
de ánimo religioso y moral. El designar la carta como una 
enseñanza para perfectos o iniciados servirá de acicate para su 
legítima ambición cristiana. Si se mira la cosa objetivamente, lo que 
siempre importa es llevar adelante y profundizar las enseñanzas de 
los comienzos. Sería una ilusión pensar que el hombre deba 
comenzar por apartarse de las «obras muertas» y creer en Dios y 
luego (como en un segundo acto) aceptar el evangelio de Cristo. La 
carta sale al paso a este evidente error designando las doctrinas de 
los comienzos expresamente como «doctrina sobre Cristo».
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20. Una distinción análoga, en que se emplea casi la misma imagen, hace 
san Pablo en lCor 3,1-3 (cf. también 2,6-7).
21 .De los temas del catecismo de principiantes resalta claramente que los 
lectores de la carta habían sido antes paganos. Los judíos no tenían 
necesidad de ser instruidos sobre la fe en Dios, la penitencia y d juicio.
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3. GUARDARSE DE LA APOSTASIA IRREVOCABLE 
(6/04-08).

4 Realmente, a los que ya una vez fueron iluminados, 
gustaron el don celestial, fueron hechos partícipes del 
Espíritu Santo, 5 gustaron la buena palabra de Dios y los 
portentos del siglo futuro, 6 pero vinieron después a 
extraviarse, es imposible renovarlos otra ves llevándolos al 
arrepentimiento, ya que conscientemente están crucificando 
al Hijo de Dios y haciéndolo objeto de pública burla. 7 
Porque una tierra empapada de lluvia frecuente y que 
produce una vegetación22 útil a los que la labran, participa 
de la bendición de Dios; 8 pero si produce espinas y 
abrojos23, es rechazada y expuesta a maldición, terminando 
por ser quemada.

Esta seria advertencia sólo se puede comprender debidamente si 
se tiene en cuenta su género literario. Es la palabra de un pastor de 
almas que quiere prevenir la apostasía que amenaza y para ello 
pinta sus terribles consecuencias. No se trata, por tanto, de la 
decisión de un canonista o moralista sobre la cuestión que vendría 
a ser aguda en el siglo II, de si cristianos que han apostatado 
pueden ser recibidos de nuevo en la comunión de la Iglesia caso 
que se arrepientan sinceramente de su pecado. En otras palabras: 
el autor no quiere declarar la imposibilidad de una penitencia 
segunda, sino exhortar a frenar a tiempo y a volver al buen camino. 
La enumeración de los bienes de gracia conferidos por el bautismo 
suena inefablemente como un estímulo. El que se dispone a 
renunciar a la fe y a abandonar la comunidad cristiana piense en las 
maravillosas experiencias pneumáticas de los primeros años. En 
tanto no se ha consumado la ruptura definitiva con Cristo, todavía 
existe la posibilidad de volver a suscitar tales experiencias.
En un cuadro rápido, pero de gran efecto, se presenta el 
contraste entre los buenos y los malos cristianos. Los primeros se 
asemejan al paraíso que rebosa gracias y bendiciones del cielo, se 
revelan como miembros útiles de la comunidad, y pueden esperar 
con seguridad la felicidad eterna Los otros se parecen a la tierra 
maldita después de la caída original: sólo proporcionan descontento 
y desilusión a sus semejantes, y al fin pesa sobre ellos la amenaza 
del fuego devorador24 de un juicio terrible.
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22.Cf. Gén 1,11.12.
23.Cf. Gén 3,17.18.
24.Cf. 2P 3,7.10.12 (destrucción del mundo presente por el fuego).
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4. ESPERANZA FUNDADA DE MEJORAMIENTO 
(6/09-12). 

9 Sin embargo, aunque nos expresamos de esta manera, 
en vuestro caso, queridos hermanos, confiamos en que 
vuestra situación es mejor y cercana a la salvación. 10 
Porque Dios no es injusto como para olvidarse de vuestra 
obra y del amor que habéis mostrado por su nombre, 
sirviendo antes a los santos25 y sirviéndoles aún. 11 Lo que 
deseamos es que cada uno despliegue el mismo esfuerzo 
hasta el final para realizar la esperanza: 12 que no seáis 
remisos, sino que imitéis a los que por la fe y la paciencia 
van heredando las promesas. 
............... 
25. Por «santos» no se entiende seguramente ya aquí, como en Rom 
15,25-31, a los miembros de la comunidad primitiva de Jerusalén, sino a los 
cristianos necesitados en la comunidad (cf. 13,24). En esta última cita, dado 
que se mencionan juntamente con los dirigentes, ¿no significarán un estado 
especial en la Iglesia con una forma ascética de vida?
............... 

Uno de los más señalados quehaceres del pastor de almas 
consiste en dar aliento a los que se hallan en peligro y vacilantes. 
Siguiendo el ejemplo de Cristo «no quebrará la caña cascada ni 
apagará la mecha humeante» (Mt 12,20). Hasta las más severas 
amonestaciones proceden de un amor que quiere buscar al que se 
ha extraviado y volverlo al redil. Repetidas veces se ha achacado al 
autor la propensión a una severidad excesiva, se ha dicho que era 
un rigorista que no conservaba ya inalterado el verdadero espíritu 
del Evangelio. Tales apreciaciones pueden justificarse si se 
consideran separadamente algunas de sus aserciones y se toman 
en cierto modo por dogmas. En cambio, si se tiene en cuenta su 
inmediata finalidad pastoral, se verá que difícilmente podía el autor 
expresarse de otra manera. A su hosco pesimismo tocante a la 
suerte de los que apostatan de la fe responde un optimismo todavía 
mayor por lo que hace a la salvación de los que -quizá con un último 
esfuerzo desesperado- se mantienen fieles a Cristo. ¿En qué se 
basa su confianza? La garantía más segura es la justicia de 
Dios»26, que no deja sin recompensa ninguna obra buena. 
Aunque nosotros mismos queramos olvidar nuestro propio 
pasado y no queramos reconocer los sacrificios de que en otro 
tiempo fuimos capaces por amor del prójimo, todo ello está 
registrado en la memoria eterna de Dios. Es evidente que esta 
verdad no debe servir de pretexto para ulteriores descuidos y 
abandonos, como si el cristiano pudiera cruzarse de brazos 
invocando su diligencia de antaño. Lo que importa es volver a 
empalmar con un tiempo en el que todavía estaba vivo el amor, 
distintivo de la fe efectiva. 
Luego dirige el autor sus exhortaciones no a los cristianos 
particulares, sino a la entera comunidad. En ella se observan 
todavía, juntamente con lamentables casos de abandono, loables 
ejemplos de fervor y de amor pronto a servir. También esto hace 
esperar confiadamente al autor que no quede sin cumplimiento su 
deseo de que todos los fieles vuelvan de nuevo al camino de una 
vida cristiana ejemplar. Una cosa necesitan, sin embargo, todos los 
miembros de la comunidad: una paciencia apoyada en la fe, que 
aguarde sin vacilar la realización de la promesa. 
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26. Aquí no se trata de la justicia de Dios en sentido paulino (Rom l,17; 
3,21-31 y passim), justicia que justifica al pecador, sino la cualidad de un juez 
justo, que en su sentencia tiene en cuenta las buenas obras.
...............

5. ABRAHAM Y LA GARANTÍA DIVINA DE LA PROMESA 
(6/13-20). 

13 Efectivamente, cuando Dios hizo la promesa a 
Abraham, no teniendo otro mayor por quien jurar, juró por sí 
mismo 14 diciendo: «Te colmaré de bendiciones y te 
multiplicaré grandemente» (Gén 22,17). 15 Y así Abraham, a 
fuerza de paciencia, consiguió la promesa. 16 Los hombres 
suelen jurar por uno mayor, y este juramento les sirve de 
confirmación por encima de toda discusión. 17 En este 
sentido, queriendo Dios demostrar más plenamente a los 
herederos de la promesa lo irrevocable de su decisión, 
interpuso como garantía un juramento, 18 para que por estas 
dos cosas irrevocables, en las cuales es imposible que Dios 
mienta, tengamos poderoso aliento los que nos acogemos a 
él, para asirnos a la esperanza que se nos presenta. 19 
Como a un ancla firme y segura de nuestra vida nos asimos 
a esta esperanza, que va penetrando hasta detrás de] velo, 
20 donde, como precursor y representante nuestro, entró 
Jesús, constituido sumo sacerdote para siempre según el 
orden de Melquisedec. 

La exhortación va volviendo poco a poco al tema del sacerdocio 
de Jesús según el orden de Melquisedec. Una vez más se hace 
patente, de manera inconfundible, que la carta no lleva adelante la 
especulación teológica por el mero gusto de especular o para 
satisfacer la curiosidad intelectual de los lectores. Todo 
conocimiento más profundo de Cristo y de su obra redentora sirve 
para confirmar en la fe y en la esperanza (del amor se hablará de 
nuevo en Hb 10,24). Lo que principalmente influyó en la flaqueza y 
en las muestras de abandono en la comunidad fue el hecho de no 
haberse cumplido todavía la promesa del retorno de Cristo. Los 
cristianos fatigados de aguardar deben tomar como ejemplo a 
Abraham. En la argumentación se entrecruzan dos pensamientos 
que reaparecerán todavía en el ulterior desarrollo de la carta: Dios 
confirmó con solemne juramento la promesa, por sí misma infalible; 
solo tras larga y paciente perseverancia vino a ser Abraham 
heredero de la promesa. La idea del juramento de Dios (la segunda 
cosa «irrevocable», v. 18) puede parecernos chocante y demasiado 
humana, aunque en la filosofía de la religión contemporánea de la 
carta a los Hebreo27 se le daba gran importancia. En el fondo se 
trata de una imagen, fácilmente comprensible, de lo inquebrantable 
y definitivo de una promesa de Dios. Como no tardaremos en verlo 
(7,20.21), también Jesús fue constituido sumo sacerdote por un 
juramento de Dios. 
El motivo de la paciencia apoyada en la fe, de la esperanza en 
medio de circunstancias adversas, vuelve a aparecer en la tercera 
parte de la carta (10,36; 11,13.39; 12,1). Aquí importa al autor más 
el hecho de que nuestra esperanza cristiana de salvación ha 
echado ya sólidas raíces en el mundo celestial o, como se dice en el 
lenguaje cultual y náutico de la carta, «como a un ancla firme y 
segura de nuestra vida nos asimos a esta esperanza, que va 
penetrando hasta detrás del velo». Esto significa en concreto que 
Jesús, como nuestro precursor 28 y sumo sacerdote que es, ha 
alcanzado ya la meta hacia la que nos dirigimos todos nosotros. Los 
capítulos siguientes nos dirán cómo sucedió esto y de qué manera. 
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27. Especialmente en Filón de Alejandría (hacia el 20 a.- 50 d.C).
28. «Precursor»: en el lenguaje cristiano actual sólo se llama así a Juan 
Bautista. En la carta a los Hebreos tiene el título un profundo sentido 
cristológico: Jesús nos precedió en su entrada en el mundo celestial y nos 
preparó el «camino que conduce al lugar santísimo» (9,8; cf. 10,19.20).