CAPÍTULO 2


5. EXHORTACIÓN A NO RECHAZAR LA SALVACIÓN (2/01-04).

1 Por eso tenemos que prestar la mayor atención a lo que hemos oído, para no extraviarnos. 2 Porque, si la palabra pronunciada por medio de ángeles resultó válida, hasta el punto de que toda transgresión y desobediencia recibió su justo merecido, 3 ¿cómo podremos nosotros escaparnos, si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue inaugurada por la predicación del Señor; y los que la escucharon nos la confirmaron a nosotros; 4 y el mismo Dios abonaba el testimonio de éstos con señales, prodigios, toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo, repartidos según su voluntad 7.

Recordemos que la misteriosa representación de la entronización de Cristo no era en el fondo sino una disgresión, una desviación, que sencillamente interrumpía el pensamiento capital de la revelación, al final de los tiempos, de la palabra de Dios en su Hijo. La carta vuelve por tanto a su verdadero tema y le da su última expresión al exhortar ahora a los lectores, u oyentes, a prestar más atención al anuncio de la salvación. Aquí observamos y admiramos por primera vez la técnica de la contraposición de la antigua y de la nueva alianza. La «palabra pronunciada por medio de los ángeles» -se entiende, la ley- se contrapone a la «salvación» inaugurada por «la predicación del Señor»; la «transgresión y desobediencia» se contrapone al no preocuparse, al descuidar la salvación. Desde el punto de vista moral es posible que una transgresión de la ley sea más grave que la indiferencia del cristiano con respecto al mensaje de salvación. Precisamente entre los cristianos tibios y liberales se dan también personas muy decentes y honradas que se guardan muy cuidadosamente de toda transgresión burda de la ley moral. Nuestra carta no lo niega, pero lo que afirma es que el hombre, repudiando el Evangelio o desinteresándose por la fe se expone a un peligro incomparablemente mayor de fallar la meta de su vida. Puede ser llevado a la deriva, como un nadador que quiere cruzar una corriente impetuosa y no logra llegar a la orilla salvadora. Pero ¿por qué hay necesariamente que llegar a la otra orilla? ¿No es mejor dejarse sencillamente arrastrar por la corriente del destino? Quien así pregunta tiene por ilusoria toda fe en la salvación, ve en la muerte y en el pecado realidades inevitables con las que hay que conformarse.
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7. Cf. 2Co 12,12; Rm 15,l9; Act 5,12; Mc 16,20. Una predicación que no se acredita con hechos carismáticos está por lo regular condenada a quedar sin efecto.
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II. TENGAMOS CONFIANZA (2,5-3,6).

1. DOMINIO SOBRE EL MUNDO FUTURO (2/05-08).

5 Porque no fue a unos ángeles a los que sometió el mundo futuro del que venimos hablando. 6 De esto hay un testimonio que dice: «¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes; o el hijo de hombre, para que te preocupes de él? 7 Por un momento lo pusiste en nivel inferior al de los ángeles, pero lo coronaste de gloria y honor: 8 todo lo sometiste bajo sus pies» (Sal 8,5-7). Ahora bien, al sometérselo todo, nada le dejó sin someter. Por ahora, todavía no vemos que le esté sometido todo.

Nuestra carta va a hablar del mundo futuro. Cierto que no lo hace, como los apocalipsis judíos y más tarde los cristianos, por curiosidad intempestiva, para escudriñar los misterios de Dios y de su mundo del más allá. Lo que le importa es la fe activa de sus oyentes, fatigados ya e invadidos por la duda. Por esto pueden variar los nombres y las imágenes bajo los que aparece la meta de la promesa: casa de Dios, reposo de Dios, santuario ideal, patria celestial, ciudad futura- con tal que los creyentes sepan que en este mundo no son vanos la fatiga, el sufrimiento y ni siquiera la muerte.

Lo que hace que la doctrina del futuro en la carta a los Hebreos se distinga de otras representaciones corrientes del más allá, es el carácter acentuadamente humano de la salud que se espera. El mundo futuro no está concebido ni hecho para ángeles, sino para hombres. Que nadie piense por tanto que lo que promete la fe es un mundo lejano y extraño de espíritus, en el que sólo puedan sentirse a gusto ángeles y santos. A todos nosotros, pequeños e insignificantes habitantes de la tierra, que nos sentimos como perdidos a la vista de las inmensidades del cosmos, a nosotros se aplican las palabras de Dios en el salmo 8, ese himno a la gloria del hombre. Si ya el salmista, con su limitado conocimiento del mundo de la naturaleza, se asombraba sinceramente de que Dios -que había creado sus obras de admirable grandeza, que había colocado el sol, la luna y las estrellas en la esfera celeste- se cuidara del hombre tan insignificante, ¡cuánta más razón tenemos hoy nosotros de reflexionar sobre la posición del hombre en el cosmos! Los éxitos espaciales que frisan en lo fantástico han revelado en forma espectacular la inminencia e inmanencia del hombre en el universo. ¿Dónde está el «mundo futuro», en el que todo está realmente sometido al hombre? Todavía está por ver la salvación que promete la palabra de Dios.

2. EN JESÚS SE HA CUMPLIDO LA PROMESA DEL SALMO 8 (2/09-10).

9 Pero a aquel que fue puesto por un momento en nivel inferior al de los ángeles por los padecimientos de la muerte, a Jesús, lo contemplamos coronado de gloria y honor, de suerte que, por la gracia de Dios, experimentó la muerte en beneficio de cada uno. 10 Porque convenía que aquel que es origen y causa de todo, al conducir a la gloria la multitud de los hijos, llevara al autor de la salvación de éstos hasta la perfección por medio del sufrimiento.

La invisibilidad de la salvación no es absoluta. Para la fe, algo está ya a la vista: la cruz y la exaltación de Jesús. El autor pudo ver retratada en el salmo 8 la historia de Jesús, su camino que por la humillación lo conduce a la gloria celestial 8, porque a la indicación cualitativa del texto original («un poco inferior a los ángeles») le da un sentido más bien temporal («por un momento»). Ahora bien, tal interpretación presupone que en Jesús se ve al hombre por antonomasia, al prototipo del hombre, cuya suerte es típica y normativa para todos los demás hombres. Así pues, lo que sucedió a Jesús no puede ser indiferente a nadie. Entre él y nosotros existe una comunidad de ser y de destino, a la que nadie se puede sustraer. Este mensaje entraña gran consuelo para los cristianos amenazados de sufrimientos y persecuciones. Precisamente lo que a ellos, desde un punto de vista terreno, los abrumaba y atormentaba, les aseguraba la certeza de la futura salvación.
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8. Sal 8,7 se interpreta también en lCor 15,27 en sentido de la soberanía de Cristo al final de los tiempos.
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3. CRISTO Y SUS HERMANOS, UNA COMUNIDAD CULTUAL (2/11-13).

11 Además, tanto el que santifica como los santificados tienen todos el mismo origen; y por esto precisamente no se avergüenza de llamarlos hermanos, 12 cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en plena asamblea te cantaré himnos» (Sal 22,23). 13 Y en otro pasaje: «Yo pondré en él mi confianza» (Is 8,17) y también: «Aquí estamos: yo y los hijos que Dios me dio» (Is 8,18).

La comunidad entre Jesús, «santo», y los hombres pecadores necesitados de santificación, se basa en el origen común de Dios. El Hijo y los hijos son hermanos desde la eternidad 9. Bajo las palabras que suenan como algo misterioso aparece visible la idea fundamental de la carta entera: la comunidad cultual de los creyentes que se acerca al trono de Dios, guiada por su sumo sacerdote, Jesús. Es conveniente saber que el que nos quita el pecado y nos libra del temor de la muerte es nuestro hermano. Y aunque no le faltaría razón de avergonzarse de nosotros, nos presenta a Dios como sus hermanos. El sentido de la cita tomada de Is 8,17, no resulta muy claro. Quizá quería el autor recordarnos la confianza en Dios que mostró Jesús en sus sufrimientos en la cruz, como modelo para los cristianos, que en vista de las tentaciones y sufrimientos, están en peligro de vacilar.
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9. Según la concepción de la carta a los Hebreos, el Hijo eterno de Dios no viene a ser precisamente por la encarnación hermano de todos los hombres, que Dios le «dio» (cf. Jn 17,6). Por el contrario, el Hijo toma más bien carne y sangre porque sus hermanos han caído en la esclavitud del demonio y de la muerte.
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4. EL HlJO DE DIOS TOMA SOBRE SI LA CONDICIÓN DEL HOMBRE (2/14-15).

14 Y como los hijos comparten la sangre y la carne, de igual modo él participó de ambas, para que así, por la muerte, destruyera al que tenía el dominio de la muerte, o sea, al diablo, 15 y liberara a los que, por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud.

La carne y la sangre son los distintivos de la existencia terrestre, son las esferas de la muerte. Nuestra carta considera la muerte como un hecho antinatural, contrario a Dios, como prueba de que el mundo está bajo el dominio del diablo. La certeza ineludible de la muerte produce temor y no permite que surja en el hombre el sentimiento de verdadera libertad. No sin razón se ha dicho que esta descripción de la situación humana responde a una concepción existencial de la vida. Sin embargo, se da también con frecuencia otra actitud frente a la muerte: el vivir y morir con la mayor inconsciencia, el renunciar a la ligera a asegurarse el futuro. A este peligro está expuesta sobre todo una fe cristiana en el más allá convertida en pura fórmula.

5. JESÚS, SUMO SACERDOTE MISERICORDIOSO Y FIEL (2/16-18).

16 Y en efecto, no viene en ayuda de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham. 17 De aquí que tuviera que ser asemejado en todo a sus hermanos, para llegar a ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en las relaciones con Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. 18 Porque en la medida en que él mismo ha sufrido la prueba, puede ayudar a los que ahora son tentados.

La carta ha llegado a su auténtico tema. En el Hijo de Dios, que tomó carne y sangre y se hizo semejante a nosotros en todos los aspectos, se nos ha dado un sumo sacerdote, en cuya misericordia Y fidelidad podemos apoyarnos. Él mismo sufrió (cosa que nosotros tememos); él fue tentado (y superó la tentación, cosa que nosotros no podemos decir siempre de nosotros mismos); tiene poder para ayudarnos cuando nadie puede ayudarnos, en la soledad del pecado y de la muerte. Y otra cosa que no debemos tampoco olvidar: la tentación en sentido bíblico no amenaza sólo cuando nos atrae algo prohibido, sino también -y esto es con frecuencia todavía peor-, cuando el hombre se ve asaltado por el desaliento y por la sensación abrumadora de vacío total.