Ha 2/05-20
Los tres últimos versículos son los que dan la tónica a toda la
lectura: la idolatría es el gran pecado («No tendrás otros dioses
rivales míos»: Ex 20,3; cf. vv 4-6) El ídolo es el dios inexistente, es
pura ilusión, es hecho por uno mismo, es proyección de sí mismo,
mientras que Dios no es fruto de nuestro trabajo. Ludwig
·Feuerbach-L (que está en la base del ateísmo moderno) decía en
La esencia del cristianismo «Dios es la medida que el hombre piensa y
medita. Por eso, el valor de Dios no es otro que el valor del hombre, y
nada más. La conciencia de Dios es la autoconciencia del hombre...,
el conocimiento de Dios es el autoconocimiento del hombre. Dios... es
la expresión misma del hombre». De este modo, al llevar a cabo su
proyecto («la teología es antropología») no estaba lejos de la
denuncia de la idolatría que hace el profeta Habacuc si bien llegando
por caminos distintos.
La alienación religiosa es fruto del subjetivismo y la cerrazón, dominados por el miedo a abrirse y a amar. Yahvé es el único Dios vivo. El es el Dios que se comunica, que se abre y se entrega. Los ídolos no hablan, porque están vacíos: «Están cubiertos de oro y plata, pero no hay en ellos el menor hálito de vida» (19) (literalmente: «no hay espíritu en su
interior») por muy atractivos que sean por fuera (oro y plata). Sólo
Yahvé tiene la palabra: el hombre ha de escucharla («Calla ante él,
¡oh tierra toda!»: v 20). Un idólatra, en cambio, habla a los dioses
mudos y se hace esclavo de un amo inexistente.
IDOLATRIA/QUE-ES: La idolatría es el gran pecado, nos dicen los
tres últimos versículos. ¿Quién es idólatra para Habacuc?
Ciertamente, aquellos de los que ha hablado antes. No solamente los
que, rindiendo homenaje a la fuerza, amontonan pueblos vencidos (el
ejército asirio), sino también los que idolatran toda clase de objetos y
de cosas, los hombres que no se detienen ante nada con tal de
aumentar sus posesiones (5ss), aunque hayan de aplastar a los
demás: "¡Ay del que amontona lo que no es suyo y amontona objetos
empeñados!" (7). Es la idolatría del poder del dinero, incompatible con
el gran mandamiento de la alianza: «No tendrás otros dioses frente a
mí» (Dt 5,7) y «Amarás a Yahvé, tu Dios» (Dt 6,5). Un amor que
comporta unos deberes hacia el prójimo, en especial hacia los más
pobres y abandonados de la comunidad. Esta enseñanza de la
legislación deuteronómica a propósito de la alianza recibe en el NT
una formulación definitiva e interpeladora: «Si alguien dice: Yo amo a
Dios, mientras odia a su hermano, es un embustero» (1 Jn 4,20).

LA ARMENGOL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 784 s.
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