LA MUJER DEL APOCALIPSIS Y EL ANTICRISTO


Dos motivos nos ofrecen la ocasión para seguir la reflexión sobre el 
Apocalipsis comenzada en el último número: el 19 centenario de la 
composición del último libro de la Biblia, que se celebró en la isla de 
Patmos bajo el patrocinio del Patriarcado ecuménico de 
Constantinopla; pero sobre todo el hecho de que del Apocalipsis se 
ocuparon dos grandes exégetas, hoy marginados por el establishment 
académico y que 30Dias justamente ha vuelto a ofrecer a sus lectores 
en los últimos números: Erik Peterson (1890-1960) y Heinrich Schlier 
(1900-1978).
Para los dos teólogos alemanes ambos convertidos del 
protestantismo, las visiones narradas en el Apocalipsis representan la 
batalla terrible y al mismo tiempo real que se da en la historia entre el 
Redentor y su enemigo escatológico. Los dos exégetas consideran al 
Anticristo como un actor del Apocalipsis, representado en los símbolos 
del dragón y de las dos bestias. Peterson, en su estudio de 1938 sobre 
el Apocalipsis, hablando de la fiera que viene de la tierra la identifica 
con «el falso profeta que también puede llamarse el teólogo del 
Anticristo». Schlier más de veinte años después escribe un artículo 
sobre el Anticristo concentrándose únicamente en el capítulo Xlll del 
Apocalipsis, en el que descubre toda la simbología del culto imperial. 
En su lectura, el Anticristo se identifica con el Imperio romano y, en 
general, con las potencias mundanas que persiguen a la Iglesia.
A lo largo de los siglos muchos han recurrido, dentro y fuera de la 
Iglesia, a una lectura exclusivamente política de los signos del 
Apocalipsis. Todos los tiranos y protagonistas trágicos y negativos de 
la historia, hasta Hitler y Stalin, han sido identificados alguna vez como 
personificaciones del Anticristo. Lutero llegó incluso a atribuir las 
características del Anticristo al papa de Roma.
ANTICRISTO/QUIEN-ES: Semejante inflación de anticristos puede 
provocar equívocos. Por esto parece oportuno volver a descubrir qué 
es el Anticristo para Juan, el discípulo que habló de él.
En primer lugar, hay que señalar que, si bien muchos comentarios 
ponen en relación Anticristo y Apocalipsis, la expresión Anticristo no 
aparece nunca explícitamente en el libro que Juan escribió en Patmos. 
Están, es verdad, las figuras terribles de las dos fieras y del dragón. 
Pero también aquí, si por una parte la fiera que viene del mar se 
identifica con Roma y los reinos mundanos, la otra fiera, la que viene 
de la tierra, representa el poder religioso encarnado en la casta 
sacerdotal judía, como bien señaló Eugenio Corsini en su ensayo 
Apocalipsis antes y después (1980). La fiera religiosa es peligrosa 
por ser instrumento del Maligno al igual que lo son los dos grandes 
poderes mundanos.
Si queremos saber qué es para Juan el Anticristo, más que en el 
Apocalipsis debemos buscar en sus dos primeras cartas. Es en ellas 
donde el término anti-cristo, inventado por Juan, aparece por primera 
vez; el vocablo significa: "el que está contra Cristo", es decir «el que 
niega que Jesús es Cristo» (lJn 2, 22). El fragmento fundamental está 
algo antes: «Hijitos, ésta es la hora postrera, y como habéis oído que 
está para llegar el anticristo, os digo ahora que muchos se han hecho 
anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. De 
nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros 
fueran, hubieran permanecido con nosotros, pero así se ha hecho 
manifiesto que no todos son de los nuestros» (/1Jn/02/18-19). Esta es, 
pues, la primera característica de la venida del Anticristo: se trata de 
un evento eclesial antes que político. El Anticristo como figura 
misteriosa, aún no precisada cuya venida describe también Pablo 
(2Tes 2,7-8) como una de las señales de la hora postrera, asume en 
las cartas de Juan rasgos históricos concretos. Coincide con la 
manifestación de la primera dolorosa fractura en el seno de la 
comunidad cristiana. Los anticristos son los primeros herejes, como los 
gnósticos, es decir, los que han roto la unidad de la comunidad en 
torno a Cristo. Su delito es el más grave, el que Juan llama "pecado de 
iniquidad": estar contra Jesucristo. No reconocer a Jesús venido en la 
carne, y por tanto, como explica en la segunda carta, querer ir más 
allá: «Todo el que se extravía y no permanece en la doctrina de Cristo, 
no tiene a Dios» (2Jn 9).
En la primera carta, se menciona la figura del Anticristo con otros 
dos antagonistas de los cristianos: el Maligno («Os escribo, jóvenes, 
porque habéis vencido al Maligno», 1Jn 2,13), y el mundo («No améis 
al mundo ni lo que hay en el mundo», 1Jn 2,15). Entre estos tres 
sujetos hay un nexo estrecho: cada una de las personas, definidas 
anticristos, que renegando de Jesucristo han provocado la división de 
la comunidad, representan un poder colectivo, el mundo, que se ha 
cerrado al amor del Padre, pero que está inspirado por el poder del 
Maligno. En este sentido el Anticristo, al estar inspirado por el Maligno, 
es decir, Satanás, revela su dimensión esencial, escatológica, que nos 
lleva al Apocalipsis. El hecho eclesial del cisma por herejía es revelado 
en su dramaticidad de hecho escatológico: detrás del delito de los 
anticristos está la acción del Maligno en su lucha contra el reino 
mesiánico. Una oposición abocada a la derrota, porque el Maligno 
sabe que el Señor ya ha vencido. Pero justamente el acercamiento de 
la revelación definitiva de la victoria, hace al diablo más rabioso en la 
persecución de los discípulos de Jesús a lo largo de la historia: 
«Regocijaos, cielos, y todos los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y 
de la mar!, porque descendió el diablo a vosotras animado de gran 
furor, por cuanto sabe que le queda poco tiempo» (/Ap/12/12).
Toda la segunda parte del Apocalipsis (capítulos 12-22) está 
consagrada al destino de persecución de la Iglesia en el curso del 
tiempo hasta la victoria final de la nueva Jerusalén que baja del cielo. 
Al principio de esta sección, se describe a la Iglesia perseguida en el 
símbolo de la lucha entre la Mujer y el dragón. Precisamente por la 
figura de la Mujer, además de por la interpretación que ya en los 
comentarios de los Padres veían en ella una imagen de la Iglesia, fue 
propuesta a partir de la Edad Media una clave de lectura mariana, que 
ha influido durante mucho tiempo en la tradición iconográfica y 
litúrgica. Efectivamente, los primeros cristianos y en particular la 
comunidad cercana a san Juan, considerada la relación filial de Juan 
con María comenzada en el Calvario, no podían por menos que referir 
la imagen de la Mujer del Apocalipsis a la mujer concreta de la que 
habla el Evangelio, la madre de Jesús que él mismo llama «mujer» 
primero en la boda de Caná (Jn 2, 4) y luego cuando estaba a los pies 
de la cruz con Juan («Mujer, he ahí a tu hijo... He ahí a tu madre» Jn 
19, 25-27). Pueden hacerse varias consideraciones que confirman la 
legitimidad de la doble lectura. La Mujer está vestida de sol, con la luna 
debajo de sus pies. Grita por los dolores de parto y aparece un dragón 
que la amenaza a ella y al hijo varón que está dando a luz. Todos son 
símbolos e imágenes que se pueden atribuir tanto a María como a la 
Iglesia. Por ejemplo, el parto doloroso, que no puede ser una 
referencia al nacimiento de Jesús de María (allí el parto fue virginal y 
sin dolor: la encíclica de Pío Xll Mediator Dei, resumiendo toda la 
tradición lo define «feliz parto»), simboliza, en cambio, el 
acontecimiento pascual, con el nacimiento de la Iglesia. Acontecimiento 
que sucede precisamente a los pies de la cruz: María y Juan a los pies 
del Redentor crucificado son la Iglesia naciente. Y es allí donde la 
madre de Jesús se convierte en la madre de todos los discípulos. Esos 
discípulos sobre los que, como dice el Apocalipsis, caerá la cólera del 
dragón: «Se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la 
guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los 
preceptos de Dios y tienen el testimonio de Jesús» (Ap 12, 17).
M/HEREJIAS HEREJÍAS/M: Si es correcta, pues, la lectura mariana 
de la Mujer del Apocalipsis, nos interesa comprender aquí el sentido de 
la lucha entre la mujer María y el dragón. Es decir, la contraposición 
entre María y ese símbolo del mal escatológico que, como hemos visto, 
para Juan surge históricamente de la salida de la Iglesia de los 
primeros herejes. Hay una bella antífona, que se cantaba en las fiestas 
marianas del pasado y que la reforma litúrgica ha eliminado tanto del 
breviario como del misal: «Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses tu 
sola interemisti in universo mundo» (Regocíjate, oh Virgen María, pues 
tú sola destruiste todas las herejías). No es que María hiciera algo 
durante su vida contra las herejías. Pero ciertamente el reconocimiento 
de María en los dogmas marianos es síntoma y baluarte de la firmeza 
de la fe. También el cardenal Ratzinger en su libro-entrevista con 
Vittorio Messori (lnforme sobre la fe, 1985), subraya que «María triunfa 
sobre todas las herejías»: si le damos a María el lugar que le conviene 
en la tradición y en el dogma, nos hallamos ya de verdad en el centro 
de la cristología de la Iglesia. Los primeros dogmas, que se referían a 
la virginidad perpetua y a la maternidad divina, pero también los 
últimos (inmaculada concepción y asunción corporal a la gloria 
celeste), son la base segura para la fe cristiana en la Encarnación del 
Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir 
en el mundo y en la materia, así como la fe acerca de las realidades 
últimas (resurrección de la carne, y, por tanto, transfiguración del 
mismo mundo material) se confiesa implícitamente reconociendo los 
dogmas marianos. Por ello se espera que se lleve a cabo el proyecto 
de introducir de nuevo, quizás en la fiesta de la Asunción corpórea de 
María al cielo, el 15 de agosto, la bella antífona eliminada por la 
reforma litúrgica.

I. DE LA POTTERIE
30 DIAS/1995/097.Pág. 48 s.

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/Ap/12/18-13/18:
Lo dicho del contradictor en la segunda epístola a los 
Tesalonicenses y del Anticristo en las epístolas de San Juan aparece 
con su última y terrible figura en las visiones llenas de horror y 
crueldad del Apocalipsis . 

Del mismo modo que nosotros vemos en sueños ciertos sucesos 
importantes, San Juan ve bajo la imagen de dos bestias al Anticristo y 
a sus profetas, a sus teólogos. Puede decirse, sin duda, que en la 
visión que se le concede aparecen las protofiguras del mal que el 
hombre posee en el hondón de su propia intimidad como tipos de lo 
antidivino. Gracias a la visión, son en cierto modo exteriorizadas, 
traídas a la realidad exterior. Caben en las imágenes transmitidas por 
el AT y la historia de su tiempo. Para la descripción de las figuras de 
las bestias le prestan valiosos colores y líneas la pintura del dominador 
antidivino ofrecida en el libro de Daniel (7, 1-2). En su visión 
encontramos además elementos tomados de la situación del imperio 
romano, aunque los animales no simbolizan ni el imperio romano ni 
cualquier otro poder mundano antidivino. 
Pero ni los prototipos del mal subyacentes en el vidente mismo ni los 
elementos procedentes de su fe y de su conocimiento de la historia y 
del tiempo bastan, sin embargo, para explicar las imágenes que nos da 
del poder satánico. Lo decisivo es la revelación de Dios, que se reviste 
del estilo humano del Apóstol. Todos los conocimientos y modos de 
visión, todas las formas e imágenes que en él había se convirtieron en 
recipiente de la revelación divina, en medio para que Dios manifestara 
el sentido y transcurso de la historia. De modo semejante los sueños 
son símbolos y formas de lo que en anhelo y angustia vive en el 
corazón y espíritu de los hombres. ¿Qué es lo que se revela en esas 
imágenes de terror? 
La primera bestia que San Juan ve salir del mar, abismo de todos los 
terrores, es símbolo de un dominador de los últimos tlempos que hace 
la lucha contra los cristianos con poder y brutalidad. Sin precedentes, 
con llamamientos militares, poder político y gran cultura, o mejor, con 
cultura aparente; será fundador de un imperio que se extenderá por 
todos los pueblos y en el que se suprimirán todas las manifestaciones 
de culto a Dios y se obligará con todos los medios de la mentira y del 
poder a adorar al dominador. 
El hecho de que el Anticristo sea visto en figura de bestia simboliza a 
la vez su fuerza sobrehumana y su carácter infrahumano. Por lo que 
respecta al carácter infrahumano hay que decir que el hombre deja de 
vivir humanamente cuando se libera de Dios. "Es la vieja verdad de 
que la humanidad sin divinidad degrada hasta la bestialidad." 
Lo sobrehumano aparece poco a poco ante los ojos del vidente: 
despacio y terriblemente el animal va emergiendo de las olas. Lleva 
símbolos de poder, de dominación, de saber. Todo en él es pavoroso y 
terrible, enorme e informe. Los cuernos son símbolo de la fuerza 
irresistible y del placer de atacar. La ambición y el hambre de poder se 
encarnan en él elevados a la suma potencia. Es significativo que San 
Juan no vea una figura de animal de las conocidas por nosotros. La 
bestia es algo raro y extraño; no es ninguna de las que conocemos; 
lleva en sí los elementos de horror de varios: el salvajismo y astucia del 
leopardo. la peligrosa voracidad del oso, la avidez de rapiña del león, 
rey de la selva, se unen en ella. La insolente rebelión contra todo lo 
santo se manifiesta ya en su aspecto. Las inscripciones de su corona, 
probablemente en sus diademas, son caricaturas vanidosas de las 
ínfulas del Sumo Sacerdote y del Logos divino -jinete en caballo 
blanco-, que "lleva muchas diademas y un nombre que nadie más que 
él mismo conoce" (Apoc. 19, 12). En sus blasfemias se expresa su 
ateísmo; exige propiedades y títulos que sólo a Dios competen. El 
hombre que se niega a ser lo que Dios ha llamado "hombre" (Phil. 
Dessauer), que se ha entendido a sí mismo como bestia rubia y animal 
de presa y que ha hecho violentos intentos de cría racista de hombres 
es pisoteado por la desconsideración "del astuto y tosco imperio que 
todo lo devora, del poder mundano dominado por instintos bestiales y 
de figura y formas bestiales" (Dessauer). 
El animal se rebela contra Dios y no para exterminar del mundo la fe 
religiosa; conoce bien la indestructible necesidad de Dios que tiene el 
hombre y cuenta con ella. No quiere, por tanto, destruir la fe religiosa, 
sino desviarla hacia él; es un usurpador; quiere revestirse a sí mismo 
del nimbo de lo divino.
La bestia es feudo de Satanás. El dragón le ha entregado todos sus 
poderes. Es representante de Satanás en la tierra; de él viene su 
poder (cfr. Lc. 4, 6; Jud. 9). 
Poco después de la visión de la bestia, San Juan había oído el grito 
airado de Satanás contra el pueblo de Dios. En el capítulo 12 describe 
la lucha del dragón contra la mujer del cielo. La mujer ha emergido en 
un claror como si el sol fuera un manto que rodeara sus hombros. Bajo 
sus pies brilla como en actitud obediente la luna. En torno a su cabeza 
chispea como diadema una corona de luz de doce estrellas. Una vida 
nueva va a nacer de su seno. También ella está bajo el juicio de Dios, 
como lo están todas las madres desde el pecado original (Gen. 3, 16). 
Los dolores de parto de la mujer que está en la claridad celeste son 
tan grandes, que su grito resuena por todo el universo y San Juan lo 
oye en la tierra. ¿Quién es esta mujer extraordinaria? Se ha pensado 
en María. Tomado al pie de la letra no puede referirse a María, aunque 
puede aplicarse a ella traslaticiamente. El texto no se ajusta a María, 
porque el parto ocurre ante todo el universo y entre grandes dolores. 
Es símbolo del pueblo de Dios, del que nació el Mesías, es decir, 
primariamente conviene a "Israel según la carne". Su destino era 
regalar el Salvador al mundo; esa vocación le proporcionó dolores y 
sufrimientos como los de las madres (cfr. Gal. 4, 26). Con el pueblo de 
Dios del AT está en estrecha relación la Iglesia neotestamentaria. La 
mujer envuelta en claridad celestial simboliza también la Iglesia. En 
cuanto madre parturienta simboliza a Israel, en cuanto mujer 
perseguida y fugitiva representa el pueblo de Dios del NT. 
La mujer es perseguida por el gran dragón color de fuego. En el 
mundo simbólico de muchos pueblos el poder enemigo de Dios al 
principio o al final de los tiempos es representado como dragón o 
monstruosa serpiente de varias cabezas. El dragón es el símbolo más 
frecuente del diablo. El color rojo de fuego alude a su puesto en el 
fuego del infierno, pero también a la sed de sangre del asesino de 
hombres (lo. 8, 44; l lo. 3, 12). Es el príncipe más infatuado de este 
mundo. Pretende imitar y superar los signos mayestáticos de Dios. En 
él se descubre y actúa el horrible misterio de la malicia. Agitado como 
una serpiente, se detiene delante de la mujer para devorar el niño en 
cuanto nazca; si lo logra, su poderío estará asegurado; pero si fracasa 
está perdido para siempre. Es un momento de extrema tensión. La 
victoria de Satanás parece inevitable. ¿Qué puede una desvalida 
mujer contra su terrible fuerza? Cuando quiere demostrar su fuerza 
irresistible en una exhibición sensacional, sacude la cola y barre un 
tercio de las estrellas del firmamento y las precipita sobre la tierra (cfr. 
Dan. 8, 10). Con eso consigue un fin accesorio; las estrellas le son 
odiosas, porque dan luz y son testimonios del orden cósmico; Satanás 
ama las tinieblas y el caos; es el corruptor del mundo. Pero ocurre lo 
inesperado: no le toca la victoria a Satanás. El niño es llevado al cielo. 
El vidente alude así a la ascensión del Señor. Lo que hay entre el 
nacimiento y la ascensión no se mienta. Esto tiene su razón. Sólo 
importan las grandes relaciones. Dios ha permitido que a Cristo le 
ocurrieran muchas desgracias durante su vida terrena, pero por fin 
Satanás ha sido sometido. Eso es lo importante y esencial. La victoria 
de Dios contra el terrible ataque de los poderes infernales está 
asegurada. A pesar de la resistencia y oposición del enemigo, Cristo 
ha logrado los fines queridos por Dios. 
PERSECUCION/I: I/PERSECUCION: La ira de Satán crece con su 
derrota. Está convencido de que su poder llegará pronto a su fin. 
Mientras le es permitido quiere luchar con el más extremado fanatismo. 
Intenta destruir todo lo que pueda destruir. "Se enfureció el dragón 
contra la mujer, y fuese a hacer la guerra contra el resto de su 
descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y tiene el 
testimonio de Jesús" (Apoc. 12, 17). 
En la visión del animal se describe la lucha del dragón contra los 
cristianos. Ha confiado todo su poder a la bestia del mar, al anticristo, 
que empeña todo su poderío contra Cristo y los cristianos. Nada es 
santo en él. Suenan terribles las injurias contra el cielo y contra todo 
aquello cuyo nombre está escrito en las listas de ciudadanos del cielo, 
contra todos los que no son meros creyentes en la tierra y en el 
mundo. A quien no se deja apartar de Cristo por los insultos y 
sarcasmos, la bestia le declara la guerra. Lo incomprensible es que 
Dios conceda a la bestia esa posibilidad. Incluso ocurre algo más 
incomprensible todavía: el dominador antidivino vence sobre la 
comunidad de Dios. Dios se lo permite. 
El aumento de poder, el éxito y los logros culturales de la bestia 
obran en los hombres como un hechizo. Caen de rodillas y la adoran. 
El animal exige honores divinos. Exige para sí lo que pertenece a Dios 
y a Cristo. El Anticristo se presenta como Dios y salvador. Imita a Cristo 
en todo. Intenta imitarle simiescamente hasta en su muerte y 
resurrección. Lo mismo que el Cordero que se sienta en el Trono, tiene 
todavía las llagas (Apoc. 5, 6); lo mismo que Cristo murió y, sin 
embargo, vive por toda la eternidad, la bestia lleva también una herida 
mortal y, sin embargo, vive. Da la sensación de que se ha sacrificado 
por la salvación de los hombres hasta la muerte y de que ha vencido la 
muerte. ¿Qué se le puede negar? Ahora puede el Anticristo, 
encarnación de Satanás y el más opuesto a Cristo, exigir para sí todo 
lo que hasta ahora ofrecieron al Señor los que creían en la muerte y 
resurrección de Cristo. Los habitantes de la tierra prorrumpen en 
himnos y cantos de alabanza a la bestia y a los oídos del vidente 
suenan horribles las diabólicas parodias del gran cántico bíblico de 
alabanza con que en otro tiempo cantó el pueblo al Señor de la 
historia. ¿Quién puede compararse al animal y quién puede luchar con 
él? (cfr. Ex. 15, 11; Ps. 89 [88], 7. 9; 113 [112], 3). El Anticristo es el 
señor del mundo; mediante él Satanás es señor del mundo. La 
adoración tributada al Anticristo es adoración a Satanás (Ps. 96 [95], 5; 
l Cor. 10, 20; Apoc. 9, 20). Aunque el diablo está siempre actuando 
para inclinar a los discípulos a apostasía, al final de la historia tendrán 
éxitos quienes pongan todo el mundo a sus pies. 
Presagio y símbolo de este poderío mundial es -según el Apocalipsis 
(/Ap/11/03-13)- el asesinato de los dos "testigos". Antes del fin Dios 
ofrece al orgulloso mundo una posibilidad más de que abran sus ojos y 
se conviertan de las tinieblas a la luz y de Satanás a Dios, para que 
por la fe en Cristo reciban el perdón de sus pecados y participación 
entre los santos (Act. 26, 18). Los testigos, introducidos en el capítulo 
11, reciben de Dios la misión de predicar el evangelio de Cristo y de 
arriesgar su vida por él. Del mismo modo que el Bautista antes de la 
primera venida de Cristo llegó a dar testimonio de la luz, para que 
todos creyeran por ella (Jn. 1, 18); antes de la segunda venida de 
Cristo vendrán también dos testigos que deberán preparar a los 
hombres para los últimos acontecimientos. Desde Malaquías son 
esperados esos testigos precursores de la venida del Mesías. Al 
principio no se distinguían en esa espera la primera y segunda venida 
de Cristo (Dt. 18, 15; 3, 1-3, 23; Ecle. 48, 10 cfr. Mc. 6, 15; 8, 28; 9, 11; 
Mt. 11, 10.14). Los dos testigos son, sin duda, las personas enviadas 
por Dios y no la personificación de dos funciones de la Iglesia. Son 
ungidos de Dios y luces celestes de la verdad. En sus manos está el 
ramo de olivo de la paz y en sus bocas la palabra de Dios. Están 
protegidos por el Señor del cielo. Por eso la resistencia de los hombres 
no puede impedirles que cumplan su misión. Sin embargo, cuando su 
tarea está cumplida, Dios permite que Satanás, el dragón, los mate. 
Mueren por su mensaje; Dios permite su muerte y permite también la 
profanación de sus cadáveres. Satanás hace en ellos lo más horrible 
que en opinión de los antiguos puede hacerse a un cadáver: hacer 
que queden insepultos por las calles y mercados de la "gran ciudad". 
Deben ser abandonados al desprecio de todos. Así se va a demostrar 
la superioridad del poder anticristiano. San Juan ve que este asesinato 
y profanación de los testigos enviados por Dios ocurre en Jerusalén. 
Jerusalén fue la ciudad de la más poderosa presencia de Dios y a la 
vez del más terrible odio a El. Para San Juan apostasía de Cristo 
significa lo mismo que ocupación de la ciudad Jerusalén, consagrada a 
Dios, por el enemigo de Dios. En la visión significan para él lo mismo la 
muerte y profanación de los testigos y la profanación de la ciudad de 
Jerusalén, lugar de especialísima presencia de Dios. Con eso no se 
dice que estos sucesos vayan a ocurrir también históricamente en 
Jerusalén. Los mundanos se alegran tanto de la muerte de los testigos 
de Dios que prorrumpen en cantos de júbilo y se hacen regalos unos a 
otros. El suceso más jubiloso que les podía haber ocurrido, porque los 
testigos de Dios eran para ellos una continua intranquilidad y molestia. 
Ahora están libres de los revoltosos e intranquilizadores y pueden 
sentirse tan seguros como los jefes de Israel cuando Pilato acató su 
voluntad y llevaron a Cristo a la cruz. Pero ocurre algo distinto. Dios 
resucitó a su Hijo encarnado y también resucita a vida gloriosa a los 
dos testigos. Los muertos vuelven. Son más poderosos que los vivos 
que los ajusticiaron. Los terrestres se dan cuenta de que han 
calculado mal. La angustia los invade. Los testigos resucitados no 
siguen su interrumpida tarea, sino que son raptados de la tierra a la 
gloria de Dios. Los asesinos de su intranquilizador mensaje descansan 
por fin, pero sellan así su propia condenación.
El asesinato de los dos testigos es, por tanto, preludio y símbolo de 
la victoria sobre los santos. El triunfo de los poderes satánicos parece 
ser perfecto y definitivo después de esta victoria. La mujer del cielo, el 
pueblo de Dios, ha huido al desierto (Apoc 12, 6 14) El santuario está 
cercado de paganos (Apoc. 11, 2). Pero la apostasía y la destrucción 
no han terminado. Queda una pequeña comunidad de los que adoran 
al Padre en espíritu y en verdad (Jn. 4, 23). Es reservada para la 
victoria del Cordero (Apoc. 11, 1; 3). La vida pública está dominada por 
la adoración al Anticristo. La adoración del verdadero Dios ha 
desaparecido de la vida pública; pero sigue haciéndose a pesar de 
todo. Los cristianos oyen lo que Dios profetizó en el AT por boca de 
Jeremías: "Y si te preguntan: ¿Adónde hemos de ir? Respóndeles: Así 
dice Yavé: El que a la mortandad, a la mortandad; el que a la espada, 
a la espada; el que al hambre, al hambre; el que al cautiverio, al 
cautiverio" (Jer. 15, 2). En la lucha que los cristianos hacen por la 
causa de Dios, El parece estar de parte de los enemigos. Pero cuando 
llegue la hora determinada, dará la victoria a los suyos. Hasta entonces 
hay que esperar y perseverar. En el silencio y confianza está la fuerza 
(Is. 30 15) 
A las violencias del primer animal se suman las actividades 
propagandísticas del segundo. "El animal primero representa al 
Anticristo en cuanto dominador escatológico, encarnación diabólica 
portador de todo poder político enemigo de Dios, perseguidor el más 
diabólico del reino de Dios; a él se une el animal de la tierra figura de 
profeta, personalidad que es el resumen y representante diabólico de 
toda cultura intelectual antidivina y anticristiana y predicadora de una 
religión estatal que está al exclusivo servicio del Anticristo y desligada 
totalmente del Dios personal. Cristo había hablado de la multitud de 
falsos cristos y falsos profetas (Mc 13 22). En el Anticristo se reúnen 
los atributos de las distintas figuras falsas de salvadores y poderes 
enemigos; y en este animal de la tierra se reúnen las características de 
los falsos profetas." El animal parece un cordero; tan pronto como abre 
la boca se observa que no es cordero, sino dragón. Está caracterizado 
por la contradicción entre sus apariencias y su ser. Su esencia más 
íntima es la hipocresía. Está estrechamente emparentado con el padre 
de la mentira (Jn, 8, 22). Se le ha encargado la propaganda contra 
Cristo y los suyos y a favor del Anticristo y la hace dejando persistir las 
palabras y símbolos cristianos, pero llenándolos de contenido nuevo y 
anticristiano. Sigue hablando de Dios y de la salvación, pero en esas 
palabras infiltra el nuevo sentido satánico. La gran masa no se da 
cuenta del cambio, porque los recipientes siguen siendo los mismos. 
Tanto mejor ocurre la seducción desde la verdad a la mentira. Cristo 
instauró el reino de Dios de palabra y de obra (Lc. 24, 19; Mc. 2-4; Act. 
7, 22) y también el profeta de la mentira seduce al mundo con palabras 
y obras. Hace maravillas fantásticas. Las masas ansiosas de milagros y 
sedientas de sensacionalismos entran en sus cálculos. No es que se 
ría de la fe en los milagros como de una superstición, sino que abusa 
de ella. Hasta hace llover fuego del cielo. Le sirven de ayuda su gran 
conocimiento de la naturaleza y su habilidad técnica. Así legitima su 
poderío y su mensaje. "¿Quién puede dudar de él todavía, si hasta el 
fuego del cielo, el rayo, obedece sus palabras? La cristiandad, para la 
que no cae ningún rayo del cielo, que sufre indefensa y muere 
desvalida, parece haber sido refutada." 
La propaganda tiene éxito. El propagandista erige incluso una 
imagen de culto. Será un símbolo del poder y perpetua presencia del 
dominador anticristiano del mundo. Según una idea muy difundida en 
la época helenística, en la imagen del culto está presente el dios o el 
dominador, a quien esté dedicada. Quien se niega a adorarla, es 
eliminado. No tiene derecho a vivir en la comunidad de adoradores del 
animal; es boicoteado económicamente o matado. Los paganos 
pueden preguntar, sarcásticos: ¿Dónde está vuestro Dios? Y cuando 
los cristianos contestan: "Está nuestro Dios en los cielos y puede hacer 
cuanto quiere. Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los 
hombres. Tienen boca y no hablan, ojos y no ven. Orejas y no oyen; 
tienen narices y no huelen. Sus manos no palpan, sus pies no andan, 
no sale de su garganta un murmullo" (Ps. 115 [113], 3-7), los paganos 
pueden decir que ese Dios parece estar de su parte, ya que les 
concede éxito. 
Los adoradores del Anticristo profesan el culto a su falso dios 
mediante un signo externo; quien no lleva el signo, se descubre como 
enemigo del culto público. La posibilidad de neutralidad esta excluida. 
Nadie puede evadirse entre la masa. Quien no lleva el signo en la 
frente o en la mano derecha se traiciona como no perteneciente a la 
religión estatal totalitaria y a la comunidad totalitaria anticristiana. 
Los horrores que San Juan describe en el Apocalipsis, no faltan del 
todo en la historia del Cristianismo. Pero cuando esa historia se 
acerque a su fin tales horrores alcanzarán una medida desconocida 
hasta entonces. Los frentes se delimitan con tal claridad y precisión 
que no queda nadie fuera de la lucha. No hay posibilidad de huida. 
Nadie puede emigrar. Cuando se llegue a una situación en que nadie 
pueda hacer vida privada al margen de la lucha, sino que sea público 
el grupo a que pertenece, la vuelta del Señor no estará lejos. 
Concluyendo podemos decir: el Anticristo intentará crear un nuevo 
orden mundano, que estará configurado al margen de Cristo e incluso 
en violenta lucha contra El. Es una figura política. Es el dictador de la 
humanidad reunida en una organización totalitaria. A la vez es un 
revolucionario religioso. El Anticristo y su teólogo, armados de una 
extraordinaria capacidad mental y de un poderío asombroso, 
pretenderán demostrar que Cristo es el mayor enemigo de la 
humanidad. El Anticristo se interpretará a sí mismo e interpretará su 
obra religiosamente, fundando un nuevo mito, una nueva religión 
natural. Al final de los tiempos se enfrentarán, pues, una fe y otra fe. El 
escándalo será casi inevitable. Aquellos a quienes Dios mismo no abra 
los ojos y fortalezca el corazón, caerán en el hechizo del poder 
sobrehumano de Satán. Los perseverantes recorrerán el último trozo 
sangriento del camino de la historia en confiado sosiego y fidelidad y 
paciencia. Cuando se cumpla el número de los mártires, volverá Cristo 
(Apoc. 6, 11). El Anticristo puede retrasar la vuelta del Señor; el diablo 
puede tener influencia en el ritmo y velocidad de la historia. 
La mayoría entiende al Anticristo como una personalidad concreta. 
Esta comprensión se mueve totalmente en el marco de la comprensión 
total de la Historia Sagrada, pues pertenece a su estructura 
fundamental el ser soportada por personalidades históricas 
individuales y el que sus contradictores sean también personalidades 
individuales. También pertenece a su transcurso el hecho de que la 
lucha entre los portadores de la Historia Sagrada y los de la historia de 
la desgracia se haga más amarga e implacable cuanto más se acerca 
la hora de la vuelta de Cristo. Estaría en contradicción con este 
carácter de la Historia Sagrada creer que el Anticristo es una figura 
mitológica. Por otra parte, el Anticristo es el exponente y fomentador 
terrorista del espíritu anticristiano que por su parte se apoya en 
numerosos hombres particulares. Estos pueden ser llamados en 
sentido amplio Anticristos. 
Aunque no es fácil identificar una determinada figura política de la 
historia como el Anticristo profetizado en la Escritura, la concentración 
de poderes extraordinarios en una sola mano, la mayoría de las veces 
en manos de un tirano, hace sospechar que en el tirano se cumple la 
profecía. A medida que el mundo entero se reúna y organice en una 
estructura unitaria de poder, parece más probable que el político que 
lo domine cumpla la función del Anticristo. Aunque la concentración de 
poder no es mala en sí, sino que puede ser puesta al servicio del bien, 
ofrece una posibilidad demasiado grande de ejercer el poder en 
sentido anticristiano. En las prognosis tantas veces hechas 
actualmente sobre la venida del Anticristo, siempre existe la convicción 
de que será el dominador del mundo. Su llegada supone sistemas 
totalitarios. En cierto modo, la situación para el Anticristo es hoy mucho 
más favorable que en los tiempos pasados. ·Donoso-Cortés dijo, en 
evidente anticipación, a mediados del siglo pasado "La humanidad 
camina a grandes pasos hacia el destino del despotismo... Tal 
despotismo logrará un poder rayano en lo gigantesco... Desarrollará 
una capacidad de destrucción que superará todas las anteriormente 
conocidas... Hoy están allanados los caminos para un imperio de 
tiranos de gigantesca grandeza, de dimensiones colosales, terribles, 
capaces de transformar el mundo" (Sobre la dictadura, discurso de 4 
de enero de 1849). 
Aunque el Anticristo se vislumbra más claramente a medida que el 
poder se concentra, no podemos llamar Anticristo con seguridad a una 
determinada personalidad histórica, porque actualmente no podemos 
prever si en el futuro ocurrirán concentraciones de poder mayores y 
más terribles. Sólo cuando ocurra el fin, se podrá ver 
retrospectivamente y decir con certeza quién fue el Anticristo. Pero se 
podría afirmar que tiene sus precursores y se podría sospechar que 
son las poderosas figuras de la política anticristiana. El cristiano no 
será sorprendido por ninguno de ellos, porque sabe por la Sagrada 
Escritura que están llegando incesantemente. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 178-187