CAPÍTULO 17


3. EL JUICIO SOBRE BABILONIA (17,1-19,10) Con las plagas de las copas han terminado ya sin resultado las medidas tomadas por Dios que ante el juicio final, que se acerca debía dar a los impíos el ultimo impulso para entrar dentro de sí y convertirse; de resultas del obstinado empedernimiento de los adeptos de la bestia, estas medidas tienen ya en gran parte el carácter de castigos; con ellas comienzan ya al mismo tiempo las últimas disposiciones que han de dejar campo libre para la definitiva reestructuración del mundo. A continuación se lleva adelante la purificación de la creación de Dios de todo lo antidivino; la descripción se desarrolla aquí en sentido contrario al de la toma de posesión del mundo por el poder hostil a Dios. Primero se expone cómo su punto central de apoyo en la tierra, la metrópoli del Anticristo, queda destruido y aniquilado; luego se habla de cómo son puestos fuera de combate los poderes auxiliares del dragón y, finalmente, cómo es dejado definitivamente desarmado y desposeído el dragón mismo. Con esto se sienta también el prerrequisito para la separación definitiva del bien y del mal en el último juicio; con esta separación se cumple además la condición previa para el establecimiento de la plena soberanía de Dios.

a) La gran meretriz (17,1-18)

1 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciendo: «Ven, te mostraré el juicio contra la gran meretriz, la que está sentada sobre muchas aguas. 2 Con ella fornicaron los reyes de la tierra, y con el vino de su fornicación se embriagaron los moradores de la tierra.»

La plaga de la última copa había iniciado ya el juicio sobre Babilonia (16,9), que antes había sido anunciado por un ángel (14,8). Sin embargo, antes de describirlo en una pintura sorprendentemente amplia e impresionante (18,1-19,10), traza el profeta un cuadro de la corte del Anticristo, que le viene mostrada en una representación simbólica por el ángel de las copas (17,1-6). A esta descripción del cuadro sigue una interpretación por el ángel (17,7-18), que, pese a su prolija exposición, tiene hoy para nosotros varios puntos obscuros y deja pendientes algunas cuestiones.

Los dos primeros versículos son de nuevo (como 15,1) un epígrafe que indica el tema y al mismo tiempo adelanta algunos esbozos de interpretación para inteligencia de la materia. Cuando en los escritos veterotestamentarios se quiere estigmatizar la impiedad y especialmente la hostilidad a Dios de una ciudad, se designa para ello la ciudad como una meretriz 55; el mismo objeto tiene también aquí esta designación.

La descripción del emplazamiento de Babilonia («sobre muchas aguas») se basa en Jer 51,13; exteriormente hace referencia a la extensa red de canales del Eufrates, que corría por la ciudad y los alrededores. Ya en Jeremías se entendía simbólicamente este detalle; de la misma manera se interpreta también simbólicamente más abajo en el Apocalipsis (v. 15), aplicándose al dominio de Babilonia sobre todos los pueblos del mundo; por lo demás, su estrecha relación con las «ciudades de los gentiles» se había insinuado ya en 16,19; la ciudad de Babilonia representa aquí su entera zona de influencia. De ello resulta que Babilonia es como una magnitud política de influjo mundial.

Como centro de influencia del mundo contrario a Dios ha contagiado a todos los «moradores de la tierra» (cf. comentario a 3,10) de su espíritu antidivino e inmoral (cf. 14, 8; 18,3); ella lo mantiene en vigor por medio de los «reyes de la tierra» que le están sumisos, que en todas partes ponen en juego su poder en la tierra en este sentido.
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55. Is 1,21;23,17; Ez 16,15ss; 23,1ss; Nah 3,4.
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3 Y me llevó en espíritu a un desierto. Vi a una mujer montada sobre una bestia de color escarlata, llena de nombres blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos.

Los datos del epígrafe se explican ahora mediante la descripción más detallada del cuadro contemplado en una visión y con la interpretación subsiguiente. La visión comienza con un rapto (cf. 4,1s); desde la plataforma del desierto que se extiende entre Palestina y Mesopotamia se muestra a Juan lo que él describe a continuación; desde este mismo desierto había contemplado también Isaías el juicio sobre Babilonia (Is 21,1-10).

La metrópoli del Anticristo, en la que está como concentrado su dominio mundano contrario a Dios, aparece en la figura simbólica de una mujer. Está diseñada deliberadamente como imagen antitética de la otra mujer del capítulo 12, símbolo de la Iglesia de Dios, como también de otra figura simbólica de mujer, por la que más adelante se expresa la relación de la Iglesia con Jesucristo, la figura de la «esposa del Cordero» (21,9ss). La entrega a la voluntad de Dios y de su señor Jesucristo caracterizan a la Iglesia, mientras que la entrega a la voluntad de Satán es la nota distintiva de la antiiglesia del Anticristo; por esta razón se representa ésta como meretriz en el cuadro de la pervertida entrega femenina (14,4).

La mujer cabalga sobre un animal; las diosas a caballo no son raras en las representaciones del antiguo oriente. De la descripción más detallada del animal se desprende inmediatamente su identidad con la bestia que sale del abismo (13,1-10). Su mismo color, pero sobre todo los nombres blasfemos con que está pintarrajeado su cuerpo entero, no ya solamente su cabeza (cf. 13,1), muestran su naturaleza afín con Satán. La bestia lleva sobre sus espaldas a la meretriz; el reino mundano escatológico y su capital se apoyan en el espíritu y en el poder de Satán.

4 Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata; adornada de oro y de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano una copa de oro, llena de abominaciones y de las impurezas de su fornicación.

La mujer es en todo su aspecto una monstruosidad y un esperpento; aditamentos groseros muestran al servicio de quién está.

El color de que va vestida es el de la soberanía (púrpura) y el de la bestia que monta (v. 3). Compuesta y sobrecargada con preciosas joyas, el ornato de la tierra -la mujer de 12,1 irradia un resplandor de luz celestial-, se exhíbe en posesión y disfrute ilimitado de los bienes de este mundo. La mera desmesura y ostentación del fasto la hace ya sospechosa a un juicio sereno: todo hace conjeturar que aquí la pobreza y vaciedad, fealdad e inseguridad del interior están compensadas en exceso. Finalmente, el contenido de la copa que lleva en la mano la meretriz confirma la sospecha de la más honda corrupción, con la que sin embargo embriaga a todas las gentes. Finalmente, el contenido de la copa da a entender lo que ya se expresaba con el símbolo de la meretriz, a saber, la impiedad, con la que no pocas veces va de la mano la inmoralidad que aquí no se expresa directamente 56.
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56. Esta imagen de la gran meretriz muestra con suficiente claridad que el Apocalipsis no concreta simple- mente en complejos de poder político la manera de manifestarse en la historia el poder del Maligno, hostil a Dios Aquí aparecen nuevos factores: prestigio económico en el mundo, civilización del bienestar, lujo desmedido y ansia irrefrenable de placer. La imagen global de lo demónico resulta del contenido de significado de tres imágenes, las de la primera y segunda bestia y la de la «gran meretriz», Babilonia. Según esto, apenas si es posible localizar y circunscribir geográficamente las formas de manifestarse el Anticristo.
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5 Sobre su frente había un nombre escrito -un misterio-: Babilonia, la grande, la madre de las meretrices y de las abominaciones de la tierra.

Las meretrices de la ciudad de Roma llevaban entonces una diadema con su nombre. En la diadema de la meretriz lee Juan el nombre de Babilonia con una aclaración suplementaria, por la que se da a conocer como origen y raíz última de toda hostilidad contra Dios y de toda depravación.

Acerca del nombre de Babilonia declara el vidente que es "un misterio"; no se refiere por tanto a la Babilonia histórica, que entonces había pasado ya a la historia; se trata más bien de un pseudónimo, bajo el que se oculta una ciudad de los tiempos históricos de Juan. En concreto se alude a Roma (cf. comentario a 14,8), capital del imperio romano, que en el culto al emperador imponía a la fuerza a todos los súbditos el culto idolátrico. Aquí, como casi siempre en el Apocalipsis, el símbolo va más allá de la situación histórica particular, convirtiéndose en pauta de validez supratemporal. La historia no se repite; la esencia de la historicidad consiste precisamente en que cada vez se trata de un acontecer único en circunstancias únicas. Sin embargo, pese a toda la unicidad, singularidad e irrepetibilidad concreta, puede por encima de esto producirse cada vez algo que en el fondo es lo mismo. En el proceso histórico -así lo ve la revelación, y esto es esencial para su concepto de historia- va implícita una realidad que es actual en cada actualidad concreta; en ella se cifra el acontecer propiamente dicho de todo transcurso de los acontecimientos. Ahora bien este hecho de profundidades no está a la vista directamente y sólo se puede captar y representar con signos. Con esto se halla íntimamente relacionada la representación de la apocalíptica; ésta destaca el carácter típico del acaecer mundano en base a acontecimientos históricamente únicos, de una vez, irrepetibles. Así, con la Roma del emperador Domiciano «se puede reproducir y reconocer la cruel y ebria ciudad mundana de todos los tiempos».

6a Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús.

Un último rasgo que se añade a la pintura de la gran meretriz completa el repelente cuadro: Está ebria, ebria de la sangre de los cristianos y de los mensajeros del Evangelio («testigos de Jesús»), a los que ella ha hecho matar.

La falsa virtud redentora atribuida a Satán, que en aquel tiempo se propagaba en el culto al César, reconocía al emperador divinizado, como el salvador del mundo. La realidad salvadora de Dios profesada por el cristianismo debía, por tanto, sentirse como una competencia peligrosa; con sangrienta violencia contra sus representantes se procuraba borrarla de la historia universal.

6b Y quedé grandemente asombrado al verla. 7 Díjome el ángel: «¿Por qué te asombraste? Yo te diré el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, que tiene las siete cabezas y los diez cuernos.

Juan está espantado de la imagen desconcertante de la mujer y se pregunta cómo es posible semejante horror. El ángel que le ha mostrado la visión procura ayudarle a comprender lo contemplado mediante explicaciones de detalles.

8 »La bestia que viste, era y no es, y está para subir del abismo y va a la perdición. Y los moradores de la tierra, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida desde la creación del mundo, quedarán atónitos, cuando vean la bestia: pues era y no es, y aparecerá. 9a Aquí está la manera de entender con sabiduría.

Las explicaciones del ángel comienzan por la bestia que monta la mujer; son más detalladas que las explicaciones que siguen sobre la figura de la meretriz, aunque la bestia había sido presentada ya en 13,1-10.17s y caracterizada en su ser; esto indica que hay que prestar mayor atención a la bestia como figura principal. Aquí se añaden algunas explicaciones complementarias, que tienen importancia para el reconocimiento de la bestia cuando se presente el caso; sin embargo, dado que por precaución estas explicaciones debían darse en forma cifrada, quedan algunas cosas en la obscuridad, sobre todo para los que vivimos hoy. Juan mismo se hace cargo de ello y así, como ya anteriormente en 13,18, indica que para entender se requiere aquí una penetración que no estriba sólo en la inteligencia natural del hombre, sino que viene otorgada a los fieles por gracia; sólo así se puede reconocer en cada caso al Anticristo 58.

Ya las primeras indicaciones aparecen notablemente obscuras Sin embargo, una cosa es suficientemente clara: estos datos se refieren a la historia de la bestia. Es una historia verdaderamente extraña; no encaja en el marco dentro del cual suelen transcurrir los hechos de la existencia humana, sino que más bien alterna en un sentido y en otro entre dos mundos diferentes, el visible y el invisible. En el enunciado trimembre («era y no es, y está para subir») merece notarse que parece construido a imitación del triple predicado de Dios ( «que es, que era, y que ha de venir», 1,4). Así pues, la bestia representa la tentativa de imitar a Dios; es el contrincante de Dios, aunque en realidad no le sale del todo su juego. En efecto, se dice de ella que ahora «no es»; la eternidad, propia de la esencia de Dios, no le corresponde a ella 59.

Además, en esta fórmula con que se caracteriza a la bestia se insinúa una nueva tentativa de imitación. El Anticristo querría imitar también a su manera la primera venida de Cristo, su partida del mundo en la Ascensión y su segunda venida para juzgar al mundo; pero también aquí se dice implícitamente que tampoco esta imitación se logra sino exteriormente; en efecto, la parusía de la bestia no tiene lugar a partir del ámbito de la gloria divina, sino del abismo de la perdición, al que finalmente tiene que volver para siempre.

No obstante, la reaparici6n de la bestia hará gran impresión a aquellos que no son capaces de discernir su naturaleza. Los elegidos poseerán el necesario don de discernimiento (cf. 13,8); los otros, en cambio, cuyo destino final será semejante al de la bestia (exclusión de la vida eterna), muestran asombro y devoción reverente a la bestia reaparecida (cf. 13,3).

El sentido de este enunciado sobre la bestia no se limita sin embargo a una referencia meramente formal a su parodia de Dios y de su Mesías; trata también de informar más en concreto sobre esta aparición de los últimos tiempos; con todo, los puntos concretos de referencia que aquí se ofrecen veladamente por prudencia, sólo pueden decir algo en cada caso a la penetración de fe.
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58. Aquí se confirma a los fieles que para la interpretación de las señales del tiempo no cuentan únicamente con la capacidad cognoscitiva natural y su radio de alcance, sino que además se le otorga el conocimiento más profundo y seguro de fe.
59. La interpretación en sentido exclusivamente de historia del tiempo tropieza aquí con la indicación «y no es»; esto quiere, en efecto, decir que en la época en que escribe Juan no está presente la bestia que había aparecido ya una vez en el pasado. Esto hace por tanto imposible su identificación con el imperio romano sin más. El ángulo visual es más amplio, el enfoque es más general: alcanza hasta los dominadores diabólicos anteriores al fin de los tiempos.
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9b »Las siete cabezas son siete colinas, sobre las que se sienta la mujer. Y son siete reyes.

Lo que aquí dice el ángel continuando la interpretación del cuadro, lo dice con tanta precaución, que sólo un cristiano que estuviera instruido por las experiencias de su tiempo, podía hallarse en condiciones de captar su significado en la historia de entonces. Para el cristiano de hoy, la interpretación relativa a la historia de la época sólo tendrá sentido en cuanto que en ella se contiene a la vez un punto de referencia más general para la inteligencia de fenómenos de la historia de los últimos tiempos; además tendría especial actualidad para la cristiandad de todos los tiempos si el autor hubiese querido que el acontecimiento histórico en cuestión fuese considerado como tipo de otro enfocado expresamente, a saber, un acontecimiento con el que sólo hubiera que contar en la última época precedente al fin de los tiempos. Dados los múltiples estratos de la profecía apocalíptica, no resulta descaminada la hipótesis de tal visión de largo alcance. En primer lugar se interpretan las siete cabezas, y ello de dos maneras. Primeramente representan siete montañas sobre las que está sentada la mujer; el cuadro primigenio pasa a otro, el de una ciudad que se asienta sobre siete colinas. Aquí resulta ahora claro que con el nombre de Babilonia se da a entender la ciudad de Roma, que ya en aquel tiempo se llamaba la «ciudad de las siete colinas» 60. La segunda interpretación casa con la primera; por los siete reyes había que entender entonces siete emperadores romanos 61.
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60. Septimontium (VARRON, De lingua latina 5,7).
61. El título de emperador se usaba raras veces en Oriente; en su lugar se empleaba la designación corriente de «rey» (cf. 1P 2,13.17; 1Tm 2,2).
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10 Cinco cayeron; uno está, y el otro no vino todavía, y cuando venga habrá de permanecer poco tiempo.

A primera vista, esta referencia da la sensación de que con ella se quiere dar al lector un asidero para poder dar con el emperador en cuestión. Si se quiere hoy intentarlo, habrá que partir sobre todo de la observación «uno está». Como ese uno que está y que en la serie viene a situarse en el sexto lugar habría que considerar a Domiciano, puesto que la composición del Apocalipsis tuvo lugar durante su reinado 62. Si a partir de él se cuenta hacia atrás hasta el primero, se viene a dar en Calígula. No hay razón convincente de por qué se comenzara precisamente por éste; entonces sería el último Nerva, al que nadie seguiría ya en el gobierno sino «la bestia», el Anticristo en persona. Así, una interpretación puramente de historia de la época se demuestra, sino imposible, por lo menos insuficiente. Por lo demás, el mismo número de siete, que en el Apocalipsis se emplea claramente como símbolo de la integridad, de la totalidad (cf. comentario 1,4) -nótese que siempre se da la conclusión con el séptimo miembro (cf. ibid.)-, veda circunscribir la profecía a un marco tan estrecho. Aquí se enfoca sin duda alguna el poder del Estado en cuanto tal, en cuanto que actúa como perseguidor de los cristianos; esto no excluye que referencias, a lo que parece, históricas, surjan aquí no sólo con vistas a una representación concreta, sino para dar a los primeros lectores indicaciones que les ayudaran a comprender lo que les amenazaba inminentemente por parte del Estado romano.

11 Y la bestia que era y no es, aunque hace el número ocho, es también de los siete y va a la perdición.

La serie entera apunta al octavo gobernante; a él también va dirigido el interés principal en el contexto. Como octavo es propiamente excedente, pues la serie de los reyes estaba cerrada con los siete y en sí era completa. Sin embargo, si se sigue contando después de siete, en ello se manifiesta, aun en sentido puramente formal, que con el octavo comienza seguramente algo nuevo, pero que por otro lado no representa algo totalmente aislado e independiente al lado de lo ya acabado, sino que más bien significa la consumación que corona todo lo demás 63. Ahora bien, esta relación entre la serie septenaria y el octavo rey viene señalada todavía expresamente: el octavo «es también de los siete», es decir que en cierto modo estaba ya presente en ellos. Además, la asociación se indica todavía simbólicamente por el hecho de que los siete aparecen como las cabezas de la bestia. Tienen por tanto afinidad con ella y en cierto sentido la encarnan.

Al mismo tiempo, sin embargo, el octavo aparece como de distinta naturaleza que los siete. La bestia había sido ya descrita en 13,1-10 como encarnación de Satán, como un ser demoníaco sobrehumano. Así pues, en el octavo no aparece ya un hombre como en representación del Anticristo, sino que aparece este mismo en persona; a éste, al octavo apuntaba la oposición contra Dios y contra Cristo, inmanente en todo el tiempo final; el Anticristo se había anunciado ya en todas las realizaciones históricas parciales y pasajeras de lo anticristiano (cf. 2Tes 2,7; 1Jn 2,18.22). Con su aparición antes del fin de los tiempos, la hostilidad contra Dios y contra Cristo en la historia alcanza su punto culminante y al mismo tiempo su fin. El Anticristo, gracias a sus capacidades y posibilidades sobrehumanas, puede granjearse la soberanía universal del mundo antes de que Dios lo precipite para siempre en la perdición. Este fin del Anticristo se ha indicado ya dos veces en nuestra sección (cf. v. 8). Apunta, sin embargo, a lo largo un principio de la descripción de esperanza y de aliento.
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63. Ya del v. 8 se podía colegir que la venida de la bestia es en realidad su retorno; el v. 11 hace notar una vez más indirectamente esta circunstancia especial; ya en el cap. 13 había una referencia un tanto obscura (la herida de muerte sanada, 13,3.12). Para explicar este rasgo peculiar en la descripción de la bestia se refieren por lo regular los comentaristas a la leyenda de Nero redivivus (Nerón que vuelve), que debió de surgir poco después de su muerte (cf. SUETONIO, Nero 57). La idea de un Nerón que, según la antigua versión, sólo había salido del país y de nuevo volvería, o, según el desarrollo más tardío de la leyenda, había muerto y volvería a vivir, pudo haber influido como sugerencia en el diseño de la imagen, pero no sirve lo más mínimo para su interpretación .
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12 »Los diez cuernos que viste son diez reyes que todavía no han recibido su reino, pero con la bestia reciben potestad como reyes por una hora. 13 Estos tienen un plan común y entregan su poder y autoridad a la bestia.

Los diez cuernos de la bestia (cf. 13,1) son interpretados por el ángel como diez reyes; igualmente en Daniel (7,24), a quien se remonta este rasgo particular. Estos diez reyes sólo aparecerán en el futuro y están en el poder simultáneamente con la bestia, aunque sólo por breve tiempo («una hora») y, según el plan de Dios, para un objetivo muy determinado, del que se habla en el v. 16. Se acreditan fieles vasallos de la bestia, a cuya disposición ponen todo su poder, su capacidad de acción política, económica y militar.

14 »Éstos lucharán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y rey de reyes; y también los llamados con él, y elegidos y fieles.»

Con la ayuda de estos potentados humanos, el Anticristo, que es a su vez vasallo demoníaco de Satán, lleva adelante su lucha contra Cristo y sus fieles. Como ya anteriormente en 14,1-5, también aquí vuelve a asomar por un momento una perspectiva de paz en medio de una situación desesperada para los cristianos. El ángel, para dar tranquilidad, anuncia ya anticipadamente el desenlace de la lucha, que luego se describirá en detalle (19,11-16): contra todo el poder del mundo, aunque se presente bajo las órdenes de Satán mismo encarnado en el Anticristo, saldrán triunfantes Cristo y sus elegidos. La razón de tal certeza de la victoria reside en lo absoluto: el Señor («el Cordero», cf. comentario a 5,1-14) tiene que vencer, porque ante la omnipotencia divina todo poder extradivino, y por tanto también el poder acumulado de la tierra toda y del infierno, se disuelve en la nada. En esta victoria se revelará el Cordero como el Señor de señores y Rey de reyes (cf. 19,16).

15 Y me dice: «Las aguas que viste, donde está sentada la meretriz, son pueblos, multitudes, naciones y lenguas.

La interpretación del ángel pasa ahora de la bestia a la mujer. Últimamente se había hablado de la suerte final de la bestia, por lo cual informa ulteriormente el ángel acerca de la suerte de la mujer, antes de explicar quién es ella.

El ejército mundial reunido en nombre del Anticristo y guiado por él contra Dios, Cristo y los fieles de Cristo, antes de ser aniquilado tiene que desempeñar por designio de Dios una misión en sí contradictoria. Es ironía divina el que Dios quiera utilizar el ejército enemigo -y efectivamente lo induzca a ello- al objeto de ejecutar su sentencia sobre Babilonia, la capital mundial anticristiana. Cuán extenso sea el poderío de esta metrópoli se da a entender en la interpretación de las muchas aguas (cf. Is 8,7s; Jer 47,2); domina sobre inmensas masas de hombres en el mundo entero (sigue la enumeración con el número cósmico); apenas si será pura casualidad el que en la enumeración cuadrimembre que repetidas veces recurre en el Apocalipsis (5,9; 7,9, etc.), en lugar de la palabra «tribus» aparezca aquí otra -«multitudes»-, término al que, por lo menos en la sociedad moderna, responde la representación de una masa de gentes sin convicciones, teledirigidas y con la conciencia ofuscada.

16 »Los diez cuernos que viste y la bestia odiarán a la meretriz y la dejarán devastada y desnuda devorarán sus carnes y la abrasarán con fuego.

Sucede lo increíble: La bestia, el Anticristo, destruye con la ayuda de sus reyes vasallos su propia metrópoli; la meretriz, que hasta ahora había llevado sobre sus hombros, viene entregada cruelmente a la muerte con odio diabólico; los enemigos de Dios se ejecutan ellos mismos.

La descripción de su completo aniquilamiento (despojada... desnuda; devorarán... abrasarán) parece algo desordenada, pero ello se debe a que aquí dos imágenes (ciudad y meretriz) sirven alternativamente como representación al objeto de la descripción.

17 »Pues Dios ha puesto en sus corazones que ejecuten el plan divino, que cumplan aquel plan común y que entreguen su reino a la bestia hasta que se cumplan las palabras de Dios.

Aquí se da la verdadera razón del desatentado proceder del Anticristo. Esta revelación significa para la Iglesia -que en tal mundo tiene que sentirse en un puesto aparentemente abandonado- no sólo un gran alivio, sino también una importante lección, con la cual pueden explicarse no pocas contradicciones incomprensibles con que se encuentra en el transcurso de la historia.

Sólo Dios llega absolutamente y siempre con todos y cada uno a la meta, aunque sea por grandes rodeos, a veces incluso en dirección aparentemente contraria, alejada de la meta. Los que creen guiar, son guiados; los que piensan que mandan, obedecen. Aquí se ha emprendido un desenmascaramiento del poder, que cuando se lleve totalmente a cabo en el juicio final dejará a los hombres mudos y petrificados de asombro.

18 »La mujer que viste es aquella gran ciudad, la que tiene imperio sobre los reyes de la tierra.»

La interpretación de la imagen de la meretriz, que se había insinuado en el v. 5, la repite ahora el ángel con toda claridad, poniendo así punto final al conjunto; se trataba, pues, de la poderosa metrópoli del mundo impío, el cual está erigido sobre un fundamento que ha sido puesto por el diablo mismo. A continuación se habla por extenso de su fin, cuyos promotores han sido ya mencionados.